LA VIDA NOS DEVUELVE AQUELLO QUE LE DAMOS Mercedes Cruz reyes La vida está compuesta de constantes movimientos de preparación y experimentación que tienen por objeto impulsar al ser para que logre su perfeccionamiento. En ese sentido, el Espíritu Cairbar Shutel, afirma que “muchas veces, vivimos normalmente diez largos años, conquistando patrimonios espirituales, para vivir tan solo diez minutos fugaces de modo
extraordinario y excepcional. Son los clímax de la vida, donde somos llamados a rendir cuentas, y adquirir nuestras responsabilidades intransferibles…” De esas luchas resulta la transformación moral del ser para el bien en el campo interior. Es de esa forma cómo nace el hombre nuevo con capacidad de generar consecuencias positivas en sí mismo y fuera de sí, en las relaciones con los demás seres. La humanidad en su mayoría, no ha comprendido aun lo necesario que es el bien y el trabajo interior para conocimiento y conquista de uno mismo. Aunque muchas veces demostremos mantener apariencias de bondad y queramos aparentar que hacemos el bien, en nuestras mentes no cultivamos aun la convicción de que ese es el único camino que tenemos para conquistar la felicidad. En nuestra intimidad aún perdura el egoísmo y el orgullo que siguen prevaleciendo en las relaciones familiares y sociales, sean profesionales o de entretenimiento. Nos pasamos casi toda la vida buscando ventajas materiales, posiciones destacadas en el ámbito social, que pensamos equivocadamente nos pueden garantizar la seguridad y la felicidad en este mundo, y olvidamos la conquista y el conocimiento del mundo que llevamos dentro, en nuestra propia alma. Nunca solemos actuar desinteresadamente, en defensa de otros, cada uno sentimos la necesidad de la lucha egoísta en defensa de nuestros propios intereses, o como mucho, en defensa de los intereses del grupo al cual pertenecemos. Cuando nos dedicamos a observar el espacio y comparamos la Tierra con el Cosmos que nos rodea, necesariamente concluimos que hay solidaridad en la Naturaleza y en el Universo. Que hay una interdependencia entre las cosas, los seres y entre unos y otros. Que de ahí surge la necesidad imperiosa de la búsqueda de caminos menos egoístas y materialistas en la vida. Es entonces, cuando muchas veces nos vienen a la mente preguntas, como estas: ¿Cuál es el motivo de nuestra existencia? ¿Por qué estamos en la Tierra?¿Para donde vamos, como espíritus que somos, al morir nuestro cuerpo físico? ¿De dónde venimos? ¿Qué necesitamos en ese nuevo mundo que vamos a encontrar, cuando nos muramos? ¿Qué debemos hacer para conquistar lo que nos será útil allá?
Para considerar seriamente esas y otras preguntas de la misma Naturaleza, el ser humano necesita calmar su agitación, hacer menos ruido y mantener un silencio interior. Así conseguiremos comprendernos a nosotros mismos y saber cuál es el verdadero motivo de nuestra existencia: la reforma interior con la consecuente producción del bien en si mismo que trasbordará en provecho de muchos. Es lo que ocurre con los Espíritus Superiores, llamados por algunos santos y ángeles, pero reconocidos por el Espiritismo como hermanos nuestros que se han conquistado así mismos, han vencido el egoísmo y el orgullo y trabajan en sintonía con los planos superiores de la Vida para la producción del bien de todos-. Los Ángeles no son seres especiales, son Espíritus como nosotros, pero que han conquistado mayor perfección. Y lo hicieron en el ejercicio de lo mismo que tenemos nosotros: el libre albedrio, esa facultad que nos permite elegir el camino a seguir, pero que, a la vez, nos brinda la responsabilidad por las decisiones que adoptamos. El libre albedrio es una facultad brindad en germen por Dios a todas sus criaturas, pero que es desarrollada a medida en que el ser hace el esfuerzo de perfeccionamiento, de conocimiento de sí mismo y de las leyes que regulan el mundo en el cual estamos insertos. Cuanto más evolucionado sea el ser, más desarrollado será su libre albedrio, más grande su capacidad de decisión, pero también más amplia su responsabilidad. Eso nos lleva a considerar que todo lo que recibamos de la vida, bueno o malo, es resultado de nuestras decisiones. Los dolores y sufrimientos, así como los goces y placeres espontáneos de la vida resultan de nuestras acciones anteriores. Más que eso, resultan de nuestra forma de ser, de aquello que ya tenemos condiciones de ver, sentir comprender. Por eso, aquello que para unos representa una tragedia, para otros no pasa de una ocurrencia común, sin mayor significado. Si añadimos a eso el hecho de que existe una ley de sintonía que promueve la unión entre los seres que vibran de forma parecida, podemos concluir que estamos siempre rodeados de compañías que se asemejan a nosotros, sean encarnadas o desencarnadas. Esas compañías nos secundan en nuestros pensamientos, palabras y actos, influenciándonos de forma amplia en las decisiones que tomamos. Eso no disminuye nuestra responsabilidad, pues
siempre tenemos el libre albedrio de aceptar o no las influencias recibidas. Si cultivamos las tendencias para el bien, somos apoyados por Espíritus que desean nuestro bien. Si nos dejamos llevar por tendencias viciosas, por el deseo del mal, somos influenciados, y, hasta a veces guiados por Espíritus menos evolucionados, ignorantes, aun indisciplinados, rebeldes, siendo algunos, incluso, sublevados en contra de las leyes de la Vida superior. En ese caso, si el ser no acepta lo que le indican las leyes superiores, por inercia o rebeldía no atiende a las orientaciones de los buenos Espíritus y se deja influenciar por los Espíritus ignorantes y rebeldes, caemos en una desviación moral. Ese mismo hecho ya es resultado del egoísmo y del orgullo que, según enseñan los Espíritus superiores, son las dos mayores llagas de la humanidad y madres de todos los demás vicios, como son la envidia, los celos, la ambición, la avaricia, el fanatismo. Amigos el Universo es grande, y grande es el espíritu desde el momento que reconoce su pequeñez, y se humilla ante el Padre, haciéndose un buen hijo, reformado, dispuesto al bien, comencemos, aun estamos a tiempo, hagamos un mundo mejor, aportemos nuestro granito de arena, en la parte que nos corresponde y todo cambiara para mejor, a nuestro alrededor, seremos la semilla fructífera para alimento de aquellos que aun no se decidieron a dar el primer paso. Extraído del anuario espirita del 2001
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