LAS CONSECUENCIAS DE LA FALTA DE PERDÓN AULUS NELSON MORAES

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LAS CONSECUÊNCIAS DE LA FALTA DE PERDON AULUS / NELSON MORAES.

Cierta vez, un joven me procuró y expuso el problema que su suegro estaba viviendo. Era un caso interesante, cuyas causas fueron creadas en esta vida. Me contó: - Mi suegro es portugués. Antes de venir para el Brasil, aconteció un hecho que trastornó su vida. Él tenía un vecino con el cual tenía una intriga muy antigua. Un día, los dos exaltados se agredieron físicamente. Mi suegro lo golpeó con la culata de un látigo y le cortó la oreja. El amigo fue hospitalizado. Después de recuperado, presentó una acción penal contra mi suegro que lo condenó a cinco años de prisión. Luego de cumplir tres años, fue beneficiado por la ley y fue liberado. Su odio era tan grande que decidió venir a Brasil para no matar a su vecino. Hoy él está jubilado y vive conmigo. Todos los días, cuando llega de la calle un tanto embriagada, entra en el baño y allí lo escucho hablar como si estuviera viendo a su vecino de Portugal que murió


hace un tiempo. Me doy cuenta de que responde a alguna amenaza, pues el afirma todas las veces: - Yo no tengo miedo de usted. Usted está muerto y va a continuar en el infierno. Mi esposa está preocupada. ¿Qué podemos hacer para ayudarlo? Fundamentado en la experiencia adquirida en los trabajos de desobsesión, le oriente: - En este caso, percibimos que el desafecto de su suegro pretende una venganza contra él. Es difícil interceder en favor de ambos, pues ninguno de ellos demuestra una tendencia al perdón. Yo no puedo exigir que ese espíritu venga hasta nosotros para convencerlo a perdonar su suegro. Si por lo menos uno de los envueltos solicitase la ayuda de que necesita, podríamos colaborar en la reconciliación necesaria. Lo máximo que podemos hacer es orar en beneficio de ellos. Después de muchos años, encontré al joven en una agencia bancaria y oí la narrativa de los acontecimientos: -¡El señor no imagina lo que aconteció! Un día, mi suegro estaba caminando al borde de la acera de una autopista estrecha, un autobús raspó la acera y le cortó una oreja. ¿Crees que fue el espíritu el que se vengó? - Es bien probable, las propias circunstancias están indicando. ¿Y ahora él está mejor? - El continúa hablando en el baño, solo que ahora la conversación es diferente, el afirma con tal vehemencia que llega a gritar: - ¡Jamás voy a perdonarle! Quiero que se queme en el inferno! Ante los hechos, se percebe claramente que el espíritu, después de haberse vengado, despertó de la ignorancia en que vivía y, para rehabilitarse, necesitaba del perdón de la víctima sobre la cual perpetró la venganza. Realmente, el cuerpo es la prisión de la cual se refirió Jesús. En él, pagamos nuestros débitos hasta el último céntimo, sofriendo las represalias de nuestras víctimas, o sometiéndonos a las leyes de causa y efecto.


Por la falta del perdón, dramas como ese, muchas veces, se arrastran por largos siglos de sufrimientos en el mundo espiritual y, por encarnaciones sucesivas donde tendrán que reencontrarse hasta que consigan vencer el odio, transformándolo en perdón y amor. En algunas casos, a espíritus como estos, cuyo odio se perpetua a lo largo de las encarnaciones futuras, en dado momento, es posible que la providencia divina, actuando en favor de ambos, promueva una reencarnación compulsoria en la condición de xipófagos inseparables, para que puedan vivir una vida sin atacarse, como sucedió y sigue ocurriendo en muchos casos conocidos alrededor del mundo. Zaqueo, al recibir la visita del Maestro, arrepentido y tocado en los reflujos del alma, reconoció sus errores y se propuso a repararlos doblemente a quien quiera que hubiese perjudicado. Así somos nosotros cuando estamos en el mundo espiritual! Arrepentidos y tocados en los reflujos del alma ante la realidad que nos asombra, à semejanza de Zaqueo, nos pontificamos a reencarnar y reparar los daños que causamos al prójimo. Casi siempre, rogamos a Dios que nos permita traerlos a la convivencia de nuestro hogar, ligados por los lazos consanguíneos, a fin de facilitar nuestra ardua tarea...

Libro: Perdón – ¡El Camino de la Felicidad!


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