DIVULGADORA DE LA DOCTRINA ESPIRITA. 2021 ARTÍCULO S
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LA PROCLAMACIÓN
Del libro “EL REINO” DE JOSE HERCULANO PIRES
Érase una vez un Joven Carpintero que fundó un reino. El más bello, el más justo y el más fascinante de todos los Reinos. Cuentan los arqueólogos que el Reino de Mari, en Mesopotamia, era diferente de todos los demás de la Antigüedad. Su Reino no utilizaba espada, más si extendía la mano en señal de bendición y de paz. Extraño mundo en el que los hombres vivieron entrelazados en el Amor y en la Bondad, en medio de los feroces dominicos que los rodeaban. Más el Reino que el Joven Carpintero fundó fue mucho más bello. La Paz florecía en cada corazón y el amor irradiaba de los ojos de todas las criaturas, desde los animales hasta los hombres.
Mucha gente no acredita en esto. El Reino del Joven Carpintero les parece un cuento de hadas, una leyenda ingenua. Y otros preguntan: ¿Podrá un Carpintero funda un reino? Cierto día uno de esos que no creían me hizo la pregunta, en una esquina, al crepúsculo. Las sombras de la noche comenzaban a acumularse sobre la ciudad. Sentí una emoción de esas invisibles a mi alrededor, y luego un joven de cara rosada, cabellos rubios y ojos azules, tan azules como el cielo al medio día, se acercó a nosotros, y respondió por mí: ¡Cómo no amigo! Un Carpintero, un pedrero, un vendedor ambulante, un basurero, un zapatero, todos son hombres. Y cada hombre tiene el poder, que Dios le confirió de crear lo que quisiera. Usted mismo puede, ahora mismo, fundar su Reino. El será de paz o de guerra, de amor o de odio, como usted lo hiciera, y podrá crecer hasta llegar sus dominios en la Tierra Entera.
Mi amigo que no creía miraba admirado al extraño adolescente. Y después de oír en silencio, consiguió romper el encanto y preguntar: -¿Más quién es usted? -Un mensajero del Reino, - respondió el joven. Y, virándose, desapareció tan extrañamente que quedamos asombrados, entre la multitud. Desde ese momento aprendí que los mensajeros del reino están por todas partes y pueden aparecer en cualquier lugar y cualquier momento. Mi amigo me dijo: -es un lunático. Se metió entre los otros y lo perdimos de vista. – no vaya a impresionarse con ese chiflado. - Más lo que él dijo – respondí – es una profunda verdad. Usted, por ejemplo, fundó el Reino de la No Creencia. Un árido Reino en el que piensa estar libre de cualquier inquietud. Un Reinecillo estrecho y seco, que más parece una nuez envejecida, nunca ese Reinecillo podrá extenderse más allá de su ego minúsculo y sin luz.
¡Ba! – dijo mi amigo, con desprecio. – ¡Ustedes, los utópicos, los platónicos, están siempre con la boca llena de palabrerío alegórico! Y sin perder más tiempo conmigo, se despidió y se fue. Quede pensando en el Mensajero del reino y aun mire esperanzado por todos lados, para verlo. No lo vi más. Me acorde apenas del estremecimiento invisible que precediera de su llegada y una brisa suave y dulce me recorría la epidermis. Entonces me acorde de la proclamación del Reino, me puse a caminar por la calzada llena de gente, sufriendo los golpes de criaturas apresuradas, bajo las ultimas luces del crepúsculo. Y de repente la visión se diseñó bien nítida en mi mente. Era como si yo viese, si yo presenciase, como si todo estuviese ocurriendo en aquel momento. El joven Carpintero volvía de sus meditaciones en el Desierto. Llegaba a, su ciudad natal, donde El y el padre mantenían su modesta oficina.
Un sábado, como siempre hiciera, se vistió con el más puro lino y se dirigió a la Sinagoga. La modesta Sinagoga de Nazaret abarrotada de judíos ansiosos por la salvación de Israel. El joven Carpintero pasó tranquilo por la multitud y se sentó en el lugar habitual. Cuando le permitieron hablar, se levantó, tomo en las manos el ROLO de la Tora y lo abrió en Isaías. Con voz serena, leyó este pequeño trecho: - El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo que me ungió para anunciar la Buena Nueva a los pueblos. Me envió para proclamar la liberación de los cautivos y la restauración de la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y a predicar el Año de Gracia del Señor. Nunca se vio proclamación más corta. El Joven carpintero no era de muchas palabras. Era de poco, más cierto. En verdad, se serbia de las palabras de Isaías para proclamar su Reino. Isaías habla por su boca, así, la tradición de Israel se confirmaba en el espíritu de las Escrituras y en el Corazón de la Sinagoga. Los viejos judíos de barbas puntiagudas y redondas, grisáceas, negras y castañas balanceaban la cabeza y miraban preocupados para el Joven, que volvió a sentarse.
El asistente tomara de nuevo el Rolo de la Tora para guardarlo, más vacilaba, mirando también para el Joven Carpintero. Este paso su mirada por la asamblea, como un Rey, y comenzó a hablar: -Hoy se cumplen estas palabras del Profeta. Un gran silencio se hizo en el recinto. Se oía el tintineo de los cencerros de las cabras en el monte a lo lejos. Una paz desconocida dominaba en el ambiente. El Joven Carpintero continúo: -El Espíritu del Señor es Amor y Justicia. El me ungió para traer justicia y Amor a la Tierra. Me envió para fundar su Reino. Cuan diferente es ese Reino de los reinos impíos de los hombres, y se fundamentan en la injusticia, en los intereses y en el odio, sobre la maldición de la violencia. El Profeta me anunció y aquí estoy. Oídme. Todos oyeron en profundo silencio. Más estas últimas palabras provocaron algunos gestos de impaciencia. Alguien pregunto: -¿No es este el hijo de José, el carpintero? Otro respondió, en un tono cortante:
-Es el mismo. ¿No ves su túnica de miserable estamento? -¿Más cómo puede la estamento brillar de ese modo? Pregunto un joven visiblemente fascinado. -¡Son artes Pitonisas! - murmuró un viejo entre dientes¡No es el espíritu del Señor, más si es espíritu de Pitón que esta sobre él! Ante el murmullo que crecía, el Joven Carpintero pregunto: -¿queréis por cierto, aplicarme el proverbio: medico, cúrate a ti mismo? ¿Pensáis, acaso, que un pobre no puede traer esperanzas a los pobres? La murmuración se interrumpió por un breve instante. El joven espero que todos se calmasen y prosiguió: -No creéis las curas que hice en Cafarnaúm. Decís que estoy poseso del Espíritu del Mal y preguntáis porque no me curo a mí mismo. Y queréis yo repita los prodigios del reino entre vosotros. -¡Si, queremos! – Grito Lemuel, el ritual carnicero. -En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido entre los suyos.
Vosotros me visteis crecer y pensáis que he de ser igual a vuestros hijos. No sois capaces de ver más allá de las apariencias, de los hábitos, de las costumbres, de la rutina. Más yo vengo a proclamar el Reino. -¡Esta endemoniado! – fuera con él! – gritó Gedeao apoplético. -¡Calmaos y oídme! – Dijo el Joven Carpintero, como si nada más estuviese aconteciendo. Era tan natural y tan simple su calma, tan pura y exenta de cualquier requisición de afectación como si El estuviese conversando en la calle con los jóvenes de la ciudad. Más, a pesar de eso, había a su alrededor un halo de extraña majestad que mantenía el auditorio en suspenso. Acordaos de Elias, - dijo el – cuando el cielo se cerró por tres años y medio, produciendo gran hambre en toda la Tierra. Muchas viudas había en Israel más Elias fue enviado a Sereta, en Sidón. Acordaos también de Eliseo, que no curó a los leprosos de Israel, más si Mahatma, el sirio. Estas palabras cortaban como el látigo de puntas de los guardas del Templo. Se oía en la asamblea un rumor soturno, que creció cuando estallo como un rayo.
-¡Fuera el impostor! -¿Echemos fuera a ese impostor! -no dejemos profanar las Escrituras y la Sinagoga! Y la multitud enfurecida avanzo para el Joven, lo agarro con sus puños de hierro y lo arrastro para fuera. A tropezones, empujones y gritos de odio, lo llevaron a la cima del monte, este era la cresta suave como un nido en el que Nazaret reposaba con un blanco y pequeño huevo de paloma. Allá a lo alto se descubría la belleza verdeante de Galilea, bajo un cielo azul y luminoso. Más había al lado izquierdo la peligrosa escarpa de piedra, de rocas puntiagudas y erizados espinos, que representaba el reverso del bonito paisaje. Por allí querían lanzarlo, para que muriese estampado en los espinos y quebrado en las rocas puntiagudas. El Reino estaría perdido por algunos milenios más. ¿Pues cuando habría de aparecer nuevamente en Israel otro predicador del Reino?
Más cuando todo parecía perdido, los hombres que lo agarraban con las manos de hierro vieron que estaban engañados. En verdad, se habían agarrado unos a los otros, y si no lo hubiesen percibido a tiempo, ciertamente se habrían arrojado en un enjambre precipicio abajo. Pararon asustados a la vera del abismo y sus piernas y sus brazos temblaban de horror. -¿Qué ha sido del hijo de José? – preguntó uno de ellos, con trémula voz. -¿Dónde se habría quedado? – gritó otro, ya un poco más fuerte. - ¡Ah, si no se hubiese escapado por arte de las Pitonisas lo liquidaríamos ahora mismo! Balbuceó Gedeao, con sus puños de asco crispados de odio y al tiempo de miedo. Mientras tanto, el Joven Carpintero, pasando tranquilamente entre ellos, descendía la cuesta del monte en dirección a la ciudad. Nazaret brillaba como una flor cubierta de roció, dulcemente abierta en la colina.