DIVULGADORA DE LA DOCTRINA ESPIRITA. 2021 ARTÍCULO S
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MERCHITA 2021
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EN LOS ARCANOS DEL TIEMPO Hijo, Una y otra vez la Luna se pasea por el cielo, y el Sol sale y se esconde en los bordes del horizonte, hasta que deja que la pequeña semilla se convierta en un árbol frondoso. Innumerables evos se han inclinado, en el inmenso abultamiento de las edades, para que tu espíritu palpitara y eclosionase la luz de la conciencia. Son preciosas miríadas de siglos para que nazca una estrella, y milenios de milenios para que la gloria cristiana corone un Ángel en los Cielos Todavía somos hijos de Dios en crecimiento modesto, desarrollando los poderes de la inteligencia y memoria y acrisolando sentimientos y sensaciones. La experiencia es nuestra maestra en la escuela de la vida, donde el progreso forja, en los talleres del tiempo, nuestra tempera moral.
No se preocupe, entonces, si el brillo de las virtudes que anhelas es difícil de revelar. Agradece, reconocido, las pálidas farolas que ya aligeran tus pasos en el camino de tu existencia, y avanza, valeroso y confiado. Ten paciencia contigo, hijo amado, como nuestro Padre Eterno tiene paciencia con nosotros. No te aflijas en vano. Deja que el tiempo y el trabajo, el dolor y la lucha, tanto como las confortantes alegrías en tu cotidiano, moldean y gravan en tu alma la excelsa grandeza con que sueñas. Considera, hijo mío, que en tu actual pequeñez, y en tu pobreza de ahora, tienes la riqueza infinita del amor del Divino Padre, el cariño sublimado de tus Numerosos Celestiales y el beso maternal que no te negaré. Leticia
INVIERNO Escucha, hijo mío, las voces inarticuladas de tu alma. Sientes la llegada del invierno corporal y el frio extraño que te invade, manso y persistente, los miembros flojos. Y piensas en mi amor, que te asiste y te espera... No humedezca con lágrimas el tiempo. Deja que la suave brisa de las horas extienda sobre tus últimos días el dulce aroma de la paciencia y amabilidad. Y que la serena alegría del final del trabajo, en el crepúsculo del día, te venga abrazar y renovar el ánimo abatido. La primavera es linda y promisora, en la fiesta maravillosa del compromiso de la vida. El verano es divina sinfonía de capacidad y de fuerza, en los auges del fructificación realizadora. La dulzura del otoño es reconfortante caricia de fecundidad madura y sublimada. Mas el inverno, hijo mío, acostumbra a velar la belleza sagrada de la vida en la niebla evanescente de su ropa fría, porque es un momento de recogimiento y recomposición de energías, un tiempo silencioso de preparación y espera, para que la existencia, una vez renovada, vuelva a florecer, en una nueva primavera de galas resplandecientes.
El inverno es la noche de la vida, y es en su divino regajo, iluminado de paz y maquetado por las estrellas de la esperanza, que a alma cansada se apresta para la jornada de regreso a sus pagos de amor. Espera y cree, hijo mío. El tiempo es un rio que corre para la eternidad, en su fluir incesante, plácido, feliz. Leticia
PRIMAVERA Las sombras ya se fueron, el frio ya pasó. Ha venido la primavera. El Sol luce radiante en el firmamento, el cielo se azula, las simientes germinan en el suelo, los árboles reverdecen y las flores gentiles se derramam sobre la tierra, en un oliente festival de gracia y de belleza. Es así en la Naturaleza, y es así en la vida. Todos experimentamos, a lo largo de la existencia, los incesantes cambios de estaciones.
Sentimos el calor estimulante de los veranos, la suave dulzura de los otoños y el azote helado de los vientos invernales. Más llega siempre para todos nosotros una nueva primavera, que nos renueva el ánimo y hace florecer nuestras esperanzas. Vuelve a ser así ahora, porque es hora de creer y construir. Que también sea primavera en tu alma. Que tu corazón sea feliz. Leticia
RENOVACIÓN Cuando mi corazón dolía el pecho, sentí que estabas sufriendo. Así que vine a encontrarte y veo que estás de luto. Las lágrimas brillan como estrellas en la oscuridad de tus ojos. Tus manos tiemblan como lirios azotados por el viento.
Fue el hermoso castillo de tus sueños el que se derrumbó en la decepción y la amargura. Y te drenan entre los dedos los desolados restos de la ilusión. Pronto, sin embargo, tu dolor desaparecerá. Y te darás cuenta de que, sin las cadenas de la fantasía, tu espíritu se liberó para la verdad. Ahora serán los rayos dorados del sol los que brillarán en tus ojos apacibles. Y tus manos generosas y firmes, solo se moverán para bendecir y construir. ¡Yérguete, entonces! Abre las puertas del alma a la luz del nuevo día que amanece, para que yo pueda partir. Dejo contigo mi amor vigilante. Dame a cambio, hijo mío, un corazón feliz. Leticia
CONSUELO Usted erró. Y el peso del fracaso le abrió el abismo. Arrepentimiento y pavor, vergüenza y soledad. Acusaciones implacables, recelos infinitos.
La ironía es cruel. El sarcasmo hiere y humilla. La confianza se le ha escapado. La luz de la fe se ha apagado en su alma. En tu corazón ahora es de noche. Sin embargo, nada resiste la prueba del tiempo. La noche también pasa. Y nada puede detener que ese nuevo día amanezca. No existen errores irreparables, pecados sin remisión, males sin remedio. Hasta la muerte, que a todo parece destruir, transforma apenas. ¿Quién, sino Dios, jamás erró? Solo él puede juzgar. Y el perdona... Incluso ahora, brillan en la noche de su alma la dulce luz de mi cariño y las estrellas de mis esperanzas. En la vida, nadie está realmente solo. ¡Ni será usted una excepción, hijo mío! Leticia
VIVA Quieres vivir. Anhela, para su felicidad, los dulces frutos de la vida, la fuerte luz del sol, La blanda claridad de la luna, El brillo suave de las estrellas, La música inspiradora, El entusiasmo de la juventud, Los encantos de la belleza Y el deleite del placer. A pesar de eso, percibe, desconsolado, que el dolor existe, la juventud pasa deprisa, la belleza rápidamente se estimula, el placer se desvanece, las flores marchitan, la noche siempre llega, y siempre llega el invierno, la lluvia, el frio… Y teme que todo finalice en la rigidez de la muerte. ¡Serénese, hijo mío! Usted quiere vivir, y vivirá, más allá de la carne, de la vejez, de la enfermedad y del llanto.
Y descubrirá que vivir es más de lo que apenas existir, y que es del Espíritu la belleza que no finaliza, la luz que no se apaga, la fuerza que no desmaya, el poder de crear y el don de ser feliz. Usted quiere vivir... ¡Viva, hijo mío! Desate las alas de su pensamiento en dirección dos cimas iluminados, oiga en su corazón la música de las estrellas, báñese en el esplendor de la gracia divina, y abrace la felicidad de amar y servir, trabajar y perdonar, por encima del polvo de los caminos, más allá de los límites de la ilusión. Viva y sea feliz. Eres un hijo de Dios... ¡Te lo mereces, hijo mío! Leticia
EN EL MUNDO Contempla, hijo mío, con deslumbrada admiración, las deslumbrantes expresiones de inteligencia culta, y reconoces tímidamente que tu conocimiento es modesto. Ves a los célebres poseedores del poder político con reverente atención y observas que estás lejos de ostentar tan vastas habilidades de liderazgo. Verificas, entusiasmado, la maravillosa actuación de los grandes artistas, y percibes cuan distanciado te encuentras de sus primores de genialidad. No sufras por eso, ni te imagines improductivo o inútil. Acuérdate de que el Divino Señor no procuró, para su sublime apostolado, los sabios de la Tierra, los potentados del tiempo, los ases de las elites privilegiadas. Buscó a los pescadores más humildes del Lago, los corazones más simples y más dulces, las almas más desprendidas y sinceras. Fue a ellos que envió a diseminar sus enseñanzas y anunciar las primicias del Reino de Su Padre. Y fue en el suelo de sus nobles sentimientos que sentó las bases de su Evangelio de Luz.
Solo hay que seguir, en el silencio de los buenos ejemplos y en la sencillez de las palabras alentadoras y fraternas, las huellas luminosas del Maestro, para que el Cielo pueda obrar, a través de ti, los más sublimes milagros de gracia y amor. La riqueza divina está escondida en el mundo, todavía envuelta en la oscuridad de la ostentación y el egoísmo, anestesiado por las engañosas apariencias del falso poder. Por eso, fecunda bondad, que resucita y redime, aun calza, en la Tierra, las sandalias de la humildad y la pobreza, en los caminos empedrados de la desolación. Leticia
CON CARIñO Querida hija, ¿por qué envuelves tu corazón en esta amarga tristeza que pincha y desdicha? Por qué cierras los oídos de tu alma a la voz de nuestro cariño? ¿Desconsideras así nuestro amor? ¿No sabes que nuestro cariñoso jardín pide el saludable rocío de tus vibraciones de alegría? Ah, si supieses cuantas bendiciones esperamos de los generosos y fructíferos días que aún vives en la Tierra!
Libérate, hija, de los crepes del inconformismo, de los lazos del desánimo y l de las amarguras constreñidas que indebidamente te perturban. Abre los ojos a la luz que te ilumina , escucha el apelo silencioso de las horas que la divina Bondad aun te concede, y deja que tus riquezas sublimadas se derramen sobre los que te rodean, a través del pensamiento constructivo, de la palabra alentadora, de la comprensión maternal, de los anhelos santos de los bienes ya vividos y de las esperanzas excelsas en las gracias que vendrán. Sé una lámpara de luz en las sombras de tu mundo, un faro protector en los mares de la existencia, una fuente cristalina que quita la sed y revive, lección amena o correctiva eficaz en la gran universidad de los destinos. Desata, amada hija, tu sonrisa feliz, en la dicha de los últimos tiempos de tu bendita estación de trabajo en la oficina terrestre. Cree, espera y actúa, transformando tu dolor en bálsamo y remedio, entendimiento y confianza. Y guarda contigo, en la alegría de la paz y en el calor del buen ánimo, el amor con que te amamos. Leticia
EN SILÊNCIO Te quejas, hijo mío, que mis silencios son largos, y crees que te olvido. Mira, sin embargo, a tu alrededor y encontrarás que todo habla, trabaja y canta sin palabras. La tierra generosa garantiza, en silencio, el alimento de toda la humanidad. La Luna, silenciosa, mueve y renueva los océanos. Sin decir palabra, las lluvias y los ríos fertilizan el suelo mientras los vientos purifican la atmósfera. El sol brilla radiante en el cielo, enviando calor y luz, para asegurar, sin verbalismos, la existencia en el Planeta. Los árboles crecen, florecen y dan frutos sin estridencias. Y Dios, nuestro Padre, presente en todo y en todas partes, sostiene y da vida a los Universos, en el gran silencio de la vida. Aprende, hijo mío, a escuchar los mensajes sin palabras de todo lo que te rodea. Y en el receso tranquilo de tu alma oirás la voz de mi amor. Leticia