Nº 67 MENSAJES DE WALDEMIR APARECIDO CUIN

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DIVULGADORA DE LA DOCTRINA ESPIRITA. 2021 ARTÍCULO S

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MERCHITA 2021

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TERCERO 1 NUMERO


LA CONSTANTE PROTECCIÓN DIVINA “Nunca te dejare, ni te desamparare.” (Pablo, Hebreos, 13:5.) Vivimos en un mundo de expiación y pruebas, donde el mal aun es mayor que el bien. Eso, obviamente, no es novedad para nadie, no en tanto, no podemos olvidarnos de que cada criatura está en el estado evolutivo que construyo, contando siempre con la constante protección divina. Cuando Pablo de Tarso sentenció: “Nunca te dejaré, ni te desamparare”, estaba informando que los recursos y mecanismos necesarios para nuestra prosperidad espiritual siempre estuvieron y están à nuestra entera disposición. Utilízalos con más o menos intensidad siempre fue una deliberación exclusivamente nuestra, dentro del libre albedrio de cada uno. Siendo creados por Dios, en la simplicidad y en la ignorancia, mas con destino a la perfección, siempre tuvimos la estrada abierta à nuestro frente esperando por nuestra voluntad y esfuerzo en trillarla en la dirección de la felicidad que nos aguarda más adelante. Somos hoy lo que hicimos de nosotros a lo largo del tiempo, más tenemos plenas condiciones de ser mejores si lo deseáramos. Entonces, por cierto, dentro de la lógica divina, cada uno recibirá de acuerdo con sus obras, en el contexto fiel de la ley del mérito.


El tenor de los sabios y oportunos enseñamientos evangélicos nos apunta para una vida vinculados a los preceptos morales, donde todas las metas y propuestas humanas deben estar encaminadas a la construcción del bienestar de los hombres, porque Jesucristo, modelo y guía de la humanidad, enseñó que debemos “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como nosotros mismos”. (Marcos 12:33). Cualquier otra dirección que decidamos seguir sin duda irá en contra del sentido común. Y, dada la angustiosa y desoladora situación en la que se encuentra inmersa la humanidad, no es difícil comprender que todavía no entendemos el verdadero mensaje cristiano, aunque sea claro y evidente ante nuestros ojos y razonamiento. El egoísmo y el orgullo siguen siendo nuestros compañeros diarios, cuando nos sentimos con el derecho de tener más que los demás y de ser mejores que los que caminan con nosotros. Estas terribles y desastrosas heridas, que se han arraigado en los corazones humanos, nos han impedido ver en el prójimo a un hermano en el camino que también tiene sueños y aspira a la paz. Y al no poder, o no querer plantar gozo y felicidad en el corazón de los demás, por la ley de causa y efecto, tampoco tenemos tales beneficios en nuestro corazón, de ahí, por tanto, nuestro sufrimiento y nuestras decepciones.


“Ama a tu prójimo como a ti mismo”, ¿por qué no amamos? “Haz a tu hermano lo que desees para ti”, ¿por qué entonces no lo hacemos? “No perdonéis siete veces, sino setenta veces siete”, ¿por qué no perdonamos? “Si te golpean en un lado de la cara, ofrécete el otro también”, ¿por qué no lo hacemos nosotros? “Si te piden tu manto, da también tu túnica”, ¿por qué no la damos? “Si alguien te pide que camines mil pasos con él, camina dos mil”, ¿por qué no caminamos? “Si alguien quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos” ¿por qué no lo hacemos nosotros? La llave que es plenamente capaz de abrirnos la puerta para encontrar el equilibrio, la serenidad y la estabilidad moral está en las manos de Jesús. Buscarla en otras direcciones será retrasar nuestro progreso espiritual y postergar el momento de nuestro triunfo sobre la inferioridad que aún nos domina. No hay culpables de lo que todavía somos. Nadie tiene el poder de impedir nuestro ascenso espiritual. Todo depende exclusivamente de nuestra perseverancia y determinación para superar obstáculos y barreras, para perseguir nuestros ideales de progreso y prosperidad. La providencia divina está a nuestra entera disposición, con toda su riqueza de dispositivos. Utilizarlo de forma más o menos rentable es responsabilidad de cada uno. Reflexionemos...


LOS VALEROSOS BENEFICIOS DE LA DONACIÓN “La vida no reclama tú sacrificio integral, en favor de los otros, mas, a beneficio de ti mismo, no desdeñes hacer alguna cosa en la extensión de la felicidad común.” (Emmanuel, del libro “Fuente Viva”, psicografía de Francisco C. Xavier, ítem 28.) Hacer una donación es cuando nosotros disponemos de alguna cosa, de un bien material, y lo entregamos de forma definitiva a alguien que tiene necesidad de él. Darse, en cambio, es el gesto de entregarnos, es decir, de ofrecer nuestro tiempo, trabajo, ideal, alegría, esperanza, a favor de una causa noble o de personas necesitadas que caminan con nosotros, porque, como afirma el Espíritu Emmanuel, debemos practicar la caridad del sudor. En ambas las situaciones, los mayores beneficiados somos nosotros mismos, pues dentro de la ley de acción y reacción o de causa y efecto, cosecharemos siempre los reflejos provenientes de las acciones practicadas. Dentro del sabio contexto de esta ley de la naturaleza, la criatura que encuentra disposición para servir será siempre servida. Quien ama es amado, quien socorre es socorrido, quien


protege es protegido, quien aplaude es aplaudido, quien es educado recibe educación, quien respeta es respetado, quien bendice es bendecido. De la misma forma, y, por la misma ley, quien agrede es agredido, quien calumnia es calumniado, quien maltrata es maltratado, quien ofende es ofendido, en fin, quien practica el mal recibe la maldad. Pablo de Tarso, el fiel es dedicado divulgador de las imprescindibles lecciones de Jesucristo, afirmó: “cada uno cosechará aquello que ha sembrado” (Paulo, Gálatas, 6, 8). Sabiendo eso, actúa con prudencia y buen sentido aquel que vive y practica el bien y, por cierto, actúa con poca inteligencia la criatura que aun descuida y vivencia el mal. Como las justas y sabias leyes de Dios nos conceden el libre albedrio, obviamente, cada uno tiene el derecho y la libertad de seguir sus días por la vida de la forma que mejor le place. Somos libres para elegir, mas, fatalmente, cosecharemos las consecuencias naturales de las elecciones hechas. Siendo así, mejor y más acertado será reflexionar detenidamente en la calidad de las acciones que estamos deliberando en lo cotidiano, pues somos los constructores de nuestra paz y felicidad, o los artífices de nuestros sufrimientos y decepciones. Haciendo donaciones o dándonos, estaremos construyendo la pilastra fuerte que sustentará la base de la prosperidad espiritual que nos permitirá dejar el mundo íntimo de las imperfecciones y defectos que aún nos mantiene en estado de inferioridad moral, para permitir nuestro acceso


a las regiones evolutivas de mayor graduación, donde lograremos disfrutar de más serenidad y comodidad. Evidentemente, los tiempos han llegados para que despertemos la conciencia y percibamos que, hasta el momento, ante tantos dolores y sufrimientos, decepciones y amarguras, caminamos contra la lógica y la razón. Es importante, entonces, cambiar el rumbo de nuestra vida, dirigiendo nuestras metas y objetivos hacia una existencia más espiritual y menos material. A nuestro alrededor, bien cerca de nosotros, existe una infinidad de oportunidades y mecanismos que, si son bien observados, podrán de inmediato asegurarnos amplias posibilidades para el cambio de dirección que hemos seguido hasta ahora. Y como la propuesta de las leyes divinas es promover la felicidad y el bienestar de las criaturas, tratemos de actuar, decididamente, para contribuir a que tal empresa se cumpla. Hay niños pobres que necesitan recursos para sobrevivir, madres desesperadas por la falta de alimentos en el hogar, jefes de hogar desempleados, jóvenes que pisando callejones oscuros y peligrosos, parejas que viven en conflicto, hogares destrozados, criaturas revolcándose en adicciones, personas enfermas que mendigan, pidiendo ayuda, manos deprimidas extendidas, criminales arrepentidos esperando nuevas oportunidades, desesperados y desilusionados viviendo en la indiferencia, y mucho más. Ante el cuadro visible de angustias y aflicciones que se descubre a nuestro frente, es preciso tener “ojos de ver” y “oídos de oír”, para que sepamos cómo hacer nuestras dadivas y donarnos también. Meditemos...


¿QUE MENSAJES ESTAMOS TRANSMITIENDO? “Cuando plantes la alegría de vivir en los corazones que te rodean, en breve las flores y los frutos de tú sementera te enriquecerán el camino.” (Emmanuel, del libro “Fuente Viva”, ítem 73, psicografía de Francisco C. Xavier.) Si tenemos la capacidad de observar a los demás, viendo la forma en que viven, los hábitos que mantienen y los ejemplos que difunden con sus acciones, es obvio que los demás también posean amplias posibilidades para registrar nuestra ruta existencial. Por lo tanto, es natural que nos preocupemos por el tipo de mensaje que estamos transmitiendo a nuestros hermanos en el camino. Frecuentemente imploramos por un mundo mejor, más fraterno y humano, idealizando el día en que podamos vivir en un oasis de paz y en una isla de plena felicidad. Soñamos disfrutar de la harmonía y serenidad en el reducto bendecido de la familia, donde cada miembro de nuestra afectividad se destaque como un donador de esperanzas y alegrías. Imaginamos la convivencia social desprendida del egoísmo y del orgullo, de la ganancia y de la tacañería, donde el afortunado pueda socorrer al carente de recursos financieros, los sanos


vienen a ayudar a los enfermos, los fuertes apoyan a los débiles y los más dotados intelectualmente declinarse en atenciones a los que tienen pocas posibilidades mentales. Pensamos en la sublimidad de disfrutar de un entorno lleno de respeto y dignidad, honestidad y altruismo, con la apreciación de los sentimientos de gratitud y desapego, donde los seres humanos son más importantes y mayores que los valores puramente materiales. Todo esto lo idealizamos, siendo muy lógico, oportuno y natural que nuestro deseo, sin embargo, no podemos prescindir de la pregunta: Para que este mundo imaginado se convierta en realidad, ¿Cómo estamos contribuyendo? ¿Qué mensaje estamos transmitiendo? ¿Las personas que nos observan a diario son capaces de identificar algún valor real en nuestras acciones? ¿Somos capaces de vivir en paz con nuestro prójimo, cultivando la educación y la fraternidad, el respeto y la comprensión? ¿Estamos ya conmovidos por los dolores y aflicciones que torturan a tantos corazones maternos ante la escasez de alimentos y el hambre angustiosa de sus pequeños? ¿Tenemos el coraje de ceder horas de ocio para dedicarnos al voluntariado a favor de niños, adolescentes y jóvenes que necesitan caminos seguros para su nueva vida? En nuestros compromisos y tareas profesionales, ¿hemos sido honestos, leales y preocupados por no causar daño a nadie o aprovechar ventajas irrazonables?


En el contexto de la familia, frente al cónyuge e hijos que nos ha confiado la Divina Providencia, ¿podemos medir el tamaño de la responsabilidad que pesa sobre nuestros hombros, en cuanto a la dirección de esta importante célula de la sociedad? Hay que reflexionar... De poco servirá soñar con un mundo mejor si nuestras acciones no aportan nuestra contribución indispensable. No basta con que otros hagan lo que es debido y necesario, nosotros también debemos hacerlo. Entonces, antes de lamentar la estructura social actual que nos acoge, es mejor analizar si no es así por culpa nuestra también. Pensemos en eso...


LA FUENTE DIVINA “Nunca te dejaré ni te desamparare.” (Pablo, Hebreos, 13:5) En la vida, estamos situados en la posición evolutiva proveniente de nuestros esfuerzos y empeño emprendidos a lo largo de los cuarenta mil años haciendo uso de la razón, conforme nos informó André Luiz, en el libro “Liberación”, capítulo I, psicografiado por Francisco Cândido Xavier. No somos mejores y aun no conseguimos avanzar más en la senda del progreso espiritual por nuestra propia deliberación. La Justicia Divina, en el contexto de su inmensurable fuente de amor, siempre se presentó con hartura de oportunidades en nuestro favor, no en tanto, el aprovechamiento de las posibilidades ofrecidas siempre dependió de nuestra buena voluntad e interés en hacer uso adecuado del tempo. De esa forma, somos lo que somos porque así quisimos ser. Verdaderamente, somos herederos de nosotros mismos, teniendo el mérito por las conquistas efectuadas y la culpa por los fracasos cometidos. “Y mi Dios suplirá todas vuestras necesidades...” (Pablo, Filipenses, 4:19).


Observemos una fuente arrojando agua abundante y cristalina quedando à disposición de aquellos que tienen sed. Si nos dirigimos a ella conduciendo un vaso, no podremos coger más que un vaso de agua clara. Si llevásemos una jarra, cargaremos con nosotros un poco más de agua y, si nos presentamos con un balde, tendremos la oportunidad de retener una cantidad mucho mayor de este preciado líquido. Obviamente, cada uno cargará en la fuente la cantidad de agua proporcional al recipiente conducido, aunque ella continúe arrojando agua abundantemente. Así también acontece con la Providencia Divina, siempre ofrece una cantidad inmensa de recursos que permanecen à disposición de todos nosotros. Dependiendo del recipiente de nuestra madurez espiritual, consciencia evolutiva y deseos de avanzar por el camino del progreso, podremos aprovechar más o menos tales disponibilidades divinas. Sin embargo no podemos olvidar que nada caerá del “cielo” gratis, sino que todo, dentro de las sabias y perfectas leyes de Dios, obedecerá a las leyes del mérito. A cada uno según sus obras, según sentenció Jesús (Jesús, Mateo, 16:27), entonces, no hay duda: quien no se esfuerza, no se entrega y no le interesan tiempos mejores, seguro que no los tendrá. Entonces, descrucemos los brazos y extendamos las manos para realizar la gratificante labor de la siembra, porque, en el momento oportuno, llenaremos el granero de nuestras conquistas con los frutos sanos del trabajo realizado.


Simplemente eche un vistazo a nuestro alrededor y pronto identificaremos innumerables oportunidades para experimentar las lecciones esenciales de Jesucristo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu entendimiento, ya tu prójimo como a ti mismo". (Jesús, Mateo, 22:37) Cualquier otro camino que decidamos seguir, por supuesto, no nos llevará a ningún lugar seguro. Ya tenemos una inmensa cantidad de pruebas de ello, pues a lo largo de los años todos hemos recorrido otros caminos y, hasta ahora, lo que nos hemos encontrado es dolor, aflicción, desilusión, amargura y remordimiento. Pablo de Tarso, en el contexto de su reconocida sabiduría, nos advirtió que será necesario y urgente que “matemos al viejo que existe en nosotros, para que nazca el nuevo” (Pablo Colosenses, 3). Así, el Apóstol de los Gentiles nos informó que ya no podemos postergar la decisión de erradicar el egoísmo y el orgullo de nuestro corazón, reemplazándolos por la fraternidad, la solidaridad y el inmenso amor al prójimo. No será difícil concluir, entonces, que si queremos una vida de paz y serenidad, no hay otra forma que sembrar la felicidad en el corazón de los demás. La fuente divina continúa fluyendo las aguas cristalinas de la sabiduría y el amor. Solo necesitamos aumentar el recipiente de nuestro interés para aprovecharla. Reflexionemos...



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