DIVULGADORA DE LA DOCTRINA ESPIRITA. 2021 ARTÍCULO S
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MERCHITA 2021
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LA GUERRA QUE CULTIVAMOS TODOS LOS DÍAS “¿La guerra desaparecerá un día de la faz de la Tierra? – Si, cuando los hombres comprendan la justicia y practiquen la ley de Dios. Entonces, todos los pueblos serán hermanos.” (Cuestión 743, de “El Libro de los Espíritus”, de Allan Kardec.) Equivocadamente, pensamos que la guerra se configura apenas en conflictos bélicos entre las naciones, donde los pueblos, haciendo uso de armamento pesado y de alta tecnología, se lanzan unos contra los otros, movidos por intereses de todo orden, en verdaderas carnicerías. Sin duda, esa es una guerra ostensiva que llama la atención por la agresividad exacerbada, por los prejuicios visibles y por el sufrimiento profundo que causa a las personas, mas existen otras formas de guerra que provocan inmensos maleficios a la humanidad y que no siempre son vistas con indignación. Guerreamos cuando cultivamos en el pensamiento la idea de herir a alguien o de perjudicar de alguna forma al semejante, aun mismo que no materialicemos nuestro deseo, pues creamos a nuestro alrededor un campo vibratorio de naturaleza inferior, capaz de emitir energía pestilente, que tanto daña a nuestro oponente como a nosotros mismos.
Guerreamos cuando actuamos en nuestras actividades profesionales haciendo terrorismo contra nuestros concurrentes, entendiendo que el éxito deba ser solamente nuestro y que a los demás restan apenas derrotas y fracasos. Guerreamos cuando actuamos en medio social en que militamos como pieza discordante del equilibrio y de la sensatez, esparciendo confusiones, intrigas y malquerencias, contribuyendo para la formación de ambientes desajustados e infelices. Guerreamos cuando dentro del hogar no sabemos convivir con los demás familiares, sembrando la discordia, la agresividad, la falta de educación, o plantando el miedo y la inseguridad en nombre del respeto. Guerreamos cuando no conseguimos identificar, en el hermano del camino, alguien que también desea vivir en paz y que sigue su vida procurando por la felicidad. Guerreamos cuando alimentamos, descuidadamente, el egoísmo y el orgullo en nuestro corazón, esas terribles llagas que tantos males y sinsabores han provocado en nuestro medio social, haciendo correr inmensos ríos de lágrimas y nacerán enormes montañas de dolor en el contexto social en el que vivemos.
Guerreamos cuando acreditamos ser mejores y más importantes que los otros, y que solamente nuestros derechos deban prevalecer, cueste lo que cueste. Guerreamos cuando entendemos que tenemos derechos a privilegios y deferencias especiales, a destaques y honras, pues en ese momento estaremos subiendo a pedestales ilusorios, restando a otros la condición de aduladores o admiradores. Como podemos observar, la guerra es mucho más amplia y nefasta de lo que aparenta. Un avión de bombardeo, un mísil poderoso y un cañón de largo alcance hacen verdadero arraso, destruyendo, matando, mutilando, liquidando con las esperanzas de tantas criaturas. Más acciones de desequilibrio, insensatez, indiferencia y descaso para con los semejantes también promueven tragedias de la misma intensidad en el seno de las colectividades humanas. Por cierto, cuando entendamos lo que nos enseñan las valiosas e inolvidables lecciones de Jesucristo, comprenderemos que somos hijos del mismo Padre Celestial y que todos nosotros cargamos en la intimidad los mismos deseos de felicidad y voluntad de disfrutar una vida en paz, que solamente alcanzaremos cuando “nos amemos unos a los otros”, trabajando para que no existan guerras de especie alguna. En ese día, entonces, concluiremos que nuestra serenidad solo será posible cuando todas las criaturas estuvieran serenas. Reflexionemos... serenas. Reflexionemos... .
LA PRESENCIA CONSTANTE DE LA PRO TECCIÓN DIVINA “¿Cuál es la misión del Espíritu protector? – La de un padre para con los hijos: conducir a su protegido por el buen camino, ayudarlo con sus consejos, consolarlo en sus aflicciones, sustentar su coraje en las pruebas de la vida.” (Cuestión 491, de “El Libro de los Espíritus”, de Allan Kardec.) Hijos de Dios como somos, y siendo el Padre Celestial extremamente justo y bueno, es natural y lógico que providenciaría todos los recursos, posibilidades e instrumentos visando nuestro progreso y prosperidad espiritual. Obviamente, nadie está solo, aun mismo que estemos, momentáneamente, caminando en la soledad por los caminos difíciles de la Tierra. A los ojos del mundo físico podemos estar en abandono, mas, definitivamente, ante las miradas bendecidas de Dios, seguimos observados atentamente, teniendo a nuestra disposición, mediante nuestros deseos y esfuerzos, todos los mecanismos capaces de asegurarnos la asistencia de que necesitamos. Toda criatura, indistintamente, recibe la protección de un Espíritu protector, que efectúa su jornada en la condición de un gran amigo y auxiliar. El, ciertamente, no realizará el servicio que nos pertenece, no ejecutará nuestras tareas y ni nos des incumbirá de las misiones que nos
fueron confiadas, más si estará siempre presente en nuestras vidas, prestando todo tipo de apoyo, socorro y ayuda de que precisemos. En eso vemos cuanto la Providencia Divina cela por cada uno de nosotros, y nos remite a reflexionar sobre nuestra importancia en el contexto humano en que vivemos. Casi siempre, por descuido o mismo por negligencia, no conseguimos identificar nuestro valor e influencia en el ámbito en que nos afanamos. De ahí concluiremos sobre la necesidad primeramente de valorizar la presente existencia aquí en la Tierra, dando destaque a los reales valores – aquellos que nos hacen hombres de bien, que nos aproximan de la divinidad, que nos promueven la paz y la felicidad que tanto deseamos. Teniendo noticias de esa inmensa consideración de Dios para con todos sus hijos, queda aún más evidente la necesidad que tenemos de conocer nuestros defectos, pues ellos nos mantienen aún atados a la imperfección. Busquemos eliminarlos, ya que no podemos ignorar la urgente necesidad de emprender grandes e incontables esfuerzos en la adquisición de virtudes que nos eleven en dirección de la sublimidad.
Hasta por una cuestión de gratitud y reconocimiento, no podemos decepcionar a nuestro Espírito protector y mucho menos a Dios, por el celo, cariño y atención que nos dedican. Por tanto, en vez de quedarnos, muchas veces, lamentando los acontecimientos de la vida, procuremos la lógica y la razón de todo y, de inmediato, encontraremos las manos divinas extendidas en nuestra dirección. Obviamente, si tenemos la libertad para actuar conforme nuestra voluntad, podemos también escoger aceptar o no el socorro de nuestro Espíritu protector. El, en la condición de un padre espiritual, orienta, ampara y ayuda. Nosotros aceptamos, o no. Como podemos perfectamente percibir, la Providencia Divina nos colocó en el lugar cierto, junto aquellos que precisan estar con nosotros, nos dotó de obligaciones y responsabilidades que son importantes para nosotros, nos señaló una hoja de ruta para el progreso e incluso nos presentó la protección constante de este amigo espiritual. Así, debidamente armados y provistos de las herramientas necesarias, sólo nos queda seguir, firmes y decididos, hacia la evolución espiritual que nos asegurará, en el futuro, la serenidad que queremos. Vamos a pensar…
MUERE EL CUERPO, PROSIGUE LA VIDA “¿En que se transforma el alma en el instante de la muerte? – Vuelve a ser Espíritu, o sea, retorna al mundo de los Espíritus, que ella había dejado temporalmente.” (Cuestión 149, de “El Libro de los Espíritus”, de Allan Kardec.) Somos Espíritus eternos que, momentáneamente, poseemos un cuerpo físico. Ese vehículo carnal tuvo un comienzo cuando reencarnamos aquí en la Tierra y, obviamente, tendrá un fin cuando dejemos la presente existencia para volver al mundo espiritual, de donde partimos un día cargando en el interior innumerables propuestas de progreso y mejoramiento. Lo que la muerte es capaz de hacer, por las leyes naturales de la materia, es recoger la vitalidad de ese cuerpo físico que utilizamos, jamás teniendo cualquier actuación sobre nuestra vida, que es inmortal y definitiva. En el momento en que tomemos absoluta consciencia de esa incontestable realidad, por cierto la humanidad caminará bajo la ruta de nuevas perspectivas y esperanzas, pues no más vivirá preocupada con la brevedad de la vida en la Tierra, una vez que tendrá la eternidad delante de los ojos.
La prisa, el apego exagerado a la materia, a la ganancia en disfrutar de todo rápidamente, la búsqueda desesperada por posiciones de destaque, de mando, de poder, de fama, y el miedo de la vejez, por cierto, no tendrán el mismo peso de ahora, dada la certeza de que los milenios nos esperan y, con el tiempo, lograremos nuestros sueños y metas con más equilibrio y serenidad. Y más ajustados aun seremos a la medida que nos concientizamos de que somos absolutamente libres para vivir como deseamos, construyendo con más rapidez nuestra paz, o aun caminando entre vacilaciones, en el contexto de nuestros dolores y angustias. Somos, en realidad, hoy, lo que hacemos de nosotros a lo largo del tiempo. Aquel que se esforzó más, que aprovechó más las oportunidades que tuvo, bajo el comando de las sabias lecciones de la dignidad, honradez y sublimidad, logró encontrar un nivel de alegría y realizaciones. Quien vivió al contrario de ese camino, naturalmente amarga las decepciones y los equívocos que, descuidadamente, cultivó.
Teniendo la eternidad al frente y la responsabilidad de construir la vida que queremos disfrutar, será preciso apenas observar a nuestro alrededor y hacer uso de los recursos y mecanismos que las sabias leyes de Dios colocan à nuestra disposición, sin atropellos, ansiedades y precipitaciones. Dentro de la vida, en la búsqueda de la perfección a que estamos destinados – donde lograremos disfrutar la paz que soñamos y la felicidad que queremos –, aun tendremos muchos nacimientos y muertes físicas aquí en la Tierra, en los varios y sucesivos procesos reencarnatorio que nos aguardan. Lo importante es recordar que nadie podrá impedir nuestra escalada de progreso y evolución espiritual. El código divino que rige las directrices de la humanidad dispone de todos los recursos a nuestro favor, bastando que cada uno haga uso de esos mecanismos, conforme sus intereses. Comprendiendo, por la lógica y evidencia de la razón, que la muerte del cuerpo físico se caracteriza apenas como el cierre de una etapa de trabajo en la Tierra, y que la vida prosigue fuera por la eternidad, sin duda viviremos con más serenidad para edificar los días del futuro. Tenemos un cuerpo material que muere y una vida espiritual inmortal. Reflexionemos...
¿COMO SEREMOS RECIBIDOS EN EL MUNDO ESPIRITUAL? “¿El alma, al dejar los despojos materiales, ve inmediatamente a los parientes y amigos que la precedieran en el mundo de los Espíritus? – Inmediatamente, no siempre; pues, como ya dijimos, le es necesario algún tiempo para reconocer su estado y sacudir el velo material.” (Cuestión 286, de “El Libro de los Espíritus”, de Allan Kardec.) La desencarnación, o la muerte del cuerpo físico, obviamente generan una transformación en nuestra vida, pues es que dejamos la existencia material para adentrar el mundo inmaterial, o sea, salimos de la Tierra y seguimos para el mundo de los Espíritus. Como en cualquier otra situación, se hace necesario la debida adaptación a la nueva realidad. Mismo en la Tierra, cuando necesitamos promover algún cambio significativo en nuestra vida, precisamos de un cierto tiempo para la acomodación de las alteraciones realizadas. Morir para el mundo físico y renacer para la vida espiritual, en la secuencia lógica de la vida eterna, también requiere un período de ajuste y aciertos, aun mismo que el cambio sea apenas de estado vibratorio, donde continuamos alimentando nuestros sueños, ideales y metas de prosperidad y progreso.
Recordemos que innumerables parientes y amigos ya dejaron este mundo y ellos también continúan vivos, siguiendo la normalidad de sus vidas y, como tenían afinidades con nosotros, ciertamente se preocupan en ayudarnos en la gran travesía, cuando llega el momento de nuestra transición. Sin duda, todo hará para recibirnos bien en la nueva morada. No en tanto, será preciso tener en consideración el factor merecimiento, pues es que en las sabias y justas leyes divinas no existen privilegios. Cada criatura tendrá de vuelta el reflejo de aquello que hizo. Aunque el amor y el cariño de nuestros seres amados, ellos solo podrán hacer, por nosotros, lo que delibere la ley del merecimiento, de ahí la importancia en saber vivir convenientemente aquí en la Tierra, conduciendo nuestros días por las infalibles reglas y orientaciones del Evangelio de Jesús. Cuanto más consigamos ejemplificar, en lo cuotidiano, las notables y necesarias lecciones de Cristo, más agradable, cálida y acogedora será nuestra bienvenida en la vida espiritual.
Ignorar la importancia de estas enseñanzas e ir en contra de lo razonable, justo y equilibrado. Será programar decepciones, arrepentimientos y remordimientos para los próximos días. Sabiendo de eso, no basta trazar un camino de vida volcado solamente para la existencia terrena, pues ella es muy corta. Jamás podremos olvidar que los comportamientos, las acciones y las actitudes desencadenadas en este mundo repercutirán en nuestra vida allí donde estemos… El bien o el mal que realizamos hoy, sin sombra de duda, por la ley de acción y reacción, serán nuestros compañeros del mañana. Por tanto, no será difícil concluir, por lo que estamos haciendo ahora, cual deberá ser nuestra recepción en el mundo espiritual cuando seamos convidados a dejar la vida en la Tierra. Pero como todavía estamos por aquí, obviamente tenemos tiempo. Si no podemos volver al pasado para comenzar de nuevo, somos plenamente capaces de modificar nuestro presente, dentro de los principios de dignidad, honestidad y sublimidad, proyectando un futuro brillante. No hay duda de que la vida no termina con la muerte del cuerpo. Lo que tenemos que decidir es cómo queremos vivir en el mundo espiritual: con aquellos a quienes amamos y que también nos aman, o relegados a situaciones incómodas. No se puede reclamar ignorancia, ya que nunca hemos recibido tanta aclaración e información como hoy. La decisión, por supuesto, es completamente nuestra. Reflexionemos...
WALDENIR APARECIDO CUIN es casado, administrador de empresas y columnista en varios semanarios espíritas, el autor vive en Votuporanga (SP). Escribió varias obras espíritas, entre ellas Respuestas de los espíritus y Reflexiona conmigo, todas publicadas …por Editora EME.