DIVULGADORA DE LA DOCTRINA ESPIRITA. 2021 ARTÍCULO S
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MERCHITA 2021
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TERCERO 1 NUMERO
RELIGIONES HERMANADAS Comentábamos la conveniencia de hermanar religiones, en favor dela concordia en el mundo, cuando mi amigo Tertuliano de Cunha, desencarnado en Pará, habló entre burlesco y sentencioso: – Gente, es necesario pensar en eso con precaución. La idea religiosa es el grado de verdad y el discernimiento varía de cabeza a cabeza. Exaltan la excelencia de la larga iniciativa, en la que los múltiples templos están llamados a la integración en un plan de actividad único; mientras tanto, ¿no será demasiado pronto para tal tarea? Mientras la pregunta vagaba por el aire, el sertánico experimentado parpadeó, sonrió con picardía y argumentó: – Eso me hace recordar curiosa fábula que me fue relatada por viejo indio, en una de mis excursiones en Xingú. Y conto: – Reza una leyenda amazónica que, cierto día la pantera, muy bien puesta, surgió en la selva, inmensamente transformada. Ella, que estimaba la astucia y la violencia, en las correrías contra animales indefensos, escondía las garras tintas de sangre y decía alentar el propósito de reunir todos los bichos en el camino de la paz.
Declaraba haber entendido, al fin, que Dios es el Padre de todas las criaturas y que sería aconsejable que todas lo adorasen en un solo verbo de amor. Confesaba los propios errores. Confesaba los propios errores. Reconocía haber abusado de la inteligencia y de la fuerza. Despertara el terror y la desconfianza de todos los compañeros, cuando era su justo deseo granjearles la simpatía y la veneración. Se había convertido, sin embargo, a principios más elevados. Quería reverenciar al Supremo Señor, que había encendido el sol, distribuido el agua y creado la arboleda, animado por diferentes intenciones. Para ello, invitó a los hermanos a la unidad. Podrían, ahora, vivir todos en perpetua harmonía, por cuanto, arrepentida de los crímenes que cometiera, aspiraba solamente a prestigiar la fe única. Renunciaría al programa de guerra y dominación. No más perseguiría o injuriaría a quien quiera que fuese. Pretendía simplemente establecer en la floresta un nuevo orden, que a todos llevase postrarse ante Dios, honrando la hermandad. Al solemnizar el evento, se debía felicitar a la familia del laberinto verde, era una gran cueva, para manifestaciones de alabanza a la Divina Providencia. Monos y ciervos, liebres y pacas, tucanes y garzas, patos y ranas, que rezaban en libertad, a su manera, escuchaban el noble llamamiento, pero dudaban de la sinceridad de un discurso tan elevado. Todavía, aparecieran serpientes y raposas, arañas y buitres, amigos incondicionales del arduo felino, adhiriéndose al brillante proyecto. Y tales fueron los argumentos, que el animal más humilde se conmovió, finalmente estableciendo que era justo aceptar la propuesta hecha en nombre del Altísimo Padre.
Estableció el día para la importante asamblea, todos se dirigieron al lugar elegido, de repente transfigurados en un santuario de flores. Cuando la ceremonia iba por el medio camino, con las raposas sirviendo de locutoras para entretener a los oyentes, las serpientes soplaron extraños silbidos sobre los pacíficos creyentes las arañas tejieron una telaraña oscura en los huecos de la guarida, desdibujando el ambiente, los buitres taponaron la puerta de salida, y el jaguar, cruel, avanzó sobre su presa desprevenido, transformando el encuentro en un espantoso comida ... Y los animales restantes fueron esclavizados a la sombra, para un banquete oportuna ... Nuestro amigo hizo larga pausa y adjunto: – la unión de todos los credos es meta divina para el divino futuro, mas, mientras, la Tierra aún está fascinada por el criterio de la mayoría. Como vemos, es posible trabajar por la conciliación de los religiosos de todas las procedencias; no en tanto, según anotamos, será preciso enfrentar a la pantera y los amigos de la pantera... ¿Dónde está el mejor camino para la mejor solución?... Sonreímos todos, desapuntados, mas no hubo quien quisiese continuar el examen del asunto, tras la a palabra del brillante y juicioso comentarista.
PUREZA EN BLANCO Cuando Anésio Fraga dejo el cuerpo físico, el, que fuera siempre considerado puro entre los hombres, llegó a la Frontera del Mundo Espiritual a semejanza de un lirio, tal era la blancura de su bella vestimenta. Pretendía vivir en las Esferas Superiores, respirar el clima de los ángeles, elevarse a las estrellas y comulgar con la presencia de Cristo - explicó al agente espiritual que atendía a la vigilancia del paso a los excelsos Planes de la Espiritualidad. El celoso funcionario, con todo, aunque demostrase profundo respeto para con su presentación, lo sometió a largo examen, finalizado el cual, no obstante desapuntado, explico que no seria posible avanzar. Le faltaban requisitos para mayor ascensión. – ¿Yo? ¿Yo? –respondió Anésio, afligido. – ¿Cómo puede ser eso? Fui en la Tierra un hombre que observó todas las reglas del Santo Camino. – A pesar de todo... –habló el fiscal, reticente. – No me conformo, no me conformo! – reclamó el candidato a la gloria divina. Y sacando del bolso una lista, exclamó angustiado:
– Pensando en la hipótesis de alguna desconsideración, resumí en diez ítems mi procedimiento irreprensible en el mundo. Y leyó al benefactor calmo y atento: – Respeté todas las religiones. – Cultivé el don de la oración. – Acredité en el poder de la caridad. – Nunca aborrecí a mis semejantes. – Confié siempre en lo mejor. – Calle toda palabra ofensiva o irrespetuosa. – Calculé todos mis pasos. – Jamás procuré los defectos del prójimo. – Evite el contacto con todas las personas viciadas. – Viví en mi casa preocupado en no ser percance en el camino de otra persona. El mayordomo de la Gran Puerta, no en tanto, sonrió y comentó: – Fraga, usted leyó las afirmaciones, olvidando las demostraciones. – ¿Cómo es así? El amigo paciente apaño una ficha y esclareció que el Plano Espiritual poseía también apuntamientos para confrontar y le pidió la relectura de la lista.
Principio Anésio: – Respeté todas las religiones... Y el examinador acentuó, confiriendo a las anotaciones: – Más no sirvió a ninguna. – Cultivé el don de la oración... – Solamente en su propio favor. – Acredité en el poder de la caridad... – Sin embargo, no la practico. – Nunca aborrecí a mis semejantes... – Entretanto, no auxilio a quien quiera que fuese. – Confié siempre en lo mejor... – Mas apenas en su beneficio. – Calle toda palabra ofensiva o poco respetuosa… – No se acordó, sin embargo, de hablar aquellas que pudiesen amparar a los necesitados de consuelo y esperanza. – Medí todos mis pasos...
– Para no ser molestado. – Jamás procuré los defectos del prójimo... – Con todo, no le demostró los buenos ejemplos. – Evité el contacto con todas las personas viciadas... – Atendiendo al comodismo. – Viví en mi casa preocupado en no ser percance en el camino ajeno... – Simplemente para no ser llamado a tareas de auxilio... Anésio, desencantado, silenció, más el benefactor esclareció, sin afectación: – ¡Amigo mío, amigo mío!, no basta huir del mal. Es preciso hacer el bien. Usted se mueve de blanco, viste de blanco, pantalón de blanco y brilla de blanco, pero su existencia en la Tierra pasó también en blanco... ¡Vuelve y vive! Angustiado, Anésio perdió el propio equilibrio y rulo de las Alturas en dirección de la Tierra...
ELLOS VIVIRÁN Once años tras la crucifixión del Maestro, Tiago, el predicador, hijo de Zebedeo, fue violentamente arrebatado por esbirros del Sinedrio, en Jerusalén, a fin de responder a infamante proceso. Arrancado del rellano simple, después de una orden sumaria, allí lo esposaron bajo el sol abrasador. Avanzando al pie del gran templo, en la misma enorme plaga en la que Esteban había encontrado el sacrificio extremo, una inmensa muchedumbre entraba en la jornada. Tiago, apacible y mudo, sufre, escarnio. Lo declaran mentiroso, malhechor y ladrón. Hay quienes le escupen en la cara y rasgan su manto. - "¡Muerte! ¡Muerte!...“ - Centenas de veces gritan inesperada condenación, e Pedro, que de lejos lo sigue, aterrorizado, mira fijamente a su infeliz hermano, rindiéndose humillado. - El ex pescador y aprendiz de Jesús está atado a un gran poste y, allí mismo, bajo el alegato de que Herodes lo había decretado, legionarios del pueblo lo pasaron por la espada, mientras la turba extraña apedreaba sus despojos.
Simón llora, solo, al contemplar sus restos, regresando, poco después, a su humilde refugio. Después de unas horas, llegó la noche envolvente para calmar sus lágrimas. Desde una rústica ventana, el conductor de la casa indaga en el inmenso cielo, rezando fervientemente. ¿Porque la tempestad? ¿Porque la soez infamia? El pobre amigo muerto era justo y leal... Incapaz de desterrar la idea de venganza, Pedro recuerda a los verdugos en suprema rebeldía. ¡Cómo deseo escuchar al Maestro ahora! ...¡Qué diría Jesús del terrible éxito! ... Simón llora, solo, al contemplar sus restos, regresando, poco después, a su humilde refugio. Después de unas horas, llegó la noche envolvente para calmar sus lágrimas. Desde una rústica ventana, el conductor de la casa indaga en el inmenso cielo, rezando fervientemente. ¿Porque la tempestad? ¿Porque la soez infamia? El pobre amigo muerto era justo y leal... Incapaz de desterrar la idea de venganza, Pedro recuerda a los verdugos en suprema rebeldía. ¡Cómo deseo escuchar al Maestro ahora! ...¡Qué diría Jesús del terrible éxito! ... En ese momento, levanta los ojos llorosos y observa que Cristo aparece dulcemente frente a él.
Es el mismo compañero de semblante divino. Pedro se arrodilla y le grita: – ¡Señor! somos todos contados entre los gusanos del mundo!... ¿Por qué tanta miseria desmoronándose en el barro? Nuestro nombre es pisoteado y nuestra sangre se derrama en un asesinato impune... La feroz calumnia nos espía el paso... Y talvez porque el misionero sollozase de angustia, el Maestro se le aproximo y le dijo con cariño, al acariciarle los cabellos: – ¿Olvidaste, Simón? Quien quisiera venir en pos de mi cargue la propia cruz... – ¡Señor! – respondió, en lágrimas, el apóstol abatido – no reniego del madero, más si clamo contra los malos... ¿Qué hacer de Joreb, el farsante infeliz, que mintió sobre nosotros, solo por enriquecerse? ¿Qué castigo tendrá ese enemigo atroz de la verdad divina? Y Jesús respondió, sereno, como otrora: - Nunca maldigas... Joreb vivirá ... - ¿Y Amenab, Señor? ¿Qué castigo será el suyo, si hizo una trampa oscura, tramando nuestra pérdida? - - Olvidémonos de ella en la oración, porque el pobre Amenab vivirá igualmente...
¿Y Joachib Ben Mad? ¿No fue acaso el inspirador del crimen? ¿Verdugo infiel que traiciona a todos? ¿Con qué horrenda aflicción pagará por sus delitos? Huye de condenar, Joachim vivirá... - ¿Y Amos, el falso Amos, que ganó vendiéndonos? - Olvidemos a Amos, porque Amos vivirá... - ¿Y Herodes, el rey vil, que nos condena a muerte, pretendiendo ignorar que servimos a Dios? Más Jesús, sin turbar los ojos generosos, explico simplemente: –Te repito, otra vez, que quien hiere, ante la ley será también herido... A quien practica el mal, llega el horror del remordimiento... Y el remordimiento voraz posee bastante hiel para amargar la vida... Nunca te vengues, Pedro, porque los malos vivirán y les basta vivir para alcanzar el dolor de la cruel sentencia que labran contra ellos mismos... Simón bajo la cara bañada de llanto, más la irguió en seguida, para nueva indagación... El Señor, entretanto, ya no estaba allí. En la losa del piso solo quedaba el silencio que la luz de la luna renacida adornaba con su luz...
EL ÁNGEL, EL SANTO Y EL PECADOR El Pecador escuchaba la orientación de un Santo, que vivía, arrodillado, a la puerta del templo antiguo, cuando, junto a los dos, un Ángel surgió en la forma de hombre, trabándose breve conversación entre ellos. EL ÁNGEL – ¡Amigos, Dios sea alabado! EL SANTO – ¡Loado sea Dios! EL PECADOR – ¡Loado sea! EL ÁNGEL (Dirigiéndose al Santo) – Veo que permanecéis en oración y me animo a solicitaros apoyo fraternal. EL SANTO – Espero al Altísimo en adoración, día y noche. El ÁNGEL– En nombre de Él, ruego el socorro de alguien para una criatura que agoniza en un lupanar. EL SANTO – No puedo acercarme a lugares impuros... EL PECADOR – Soy un pobre penitente y puedo ayudaros, señor. EL ÁNGEL– Igualmente, ahora, desencarno infortunado homicida, entre las paredes de la cárcel... ¿Quién me prestará manos amigas para darle sepultura?
EL SANTO – Tengo horror a los criminales... El PECADOR – Señor, dispón de mí. EL ÁNGEL– Infeliz mujer se embriago en un bar próximo. Precisamos moverla, antes que la muerte prematura le arrebate el tesoro de la existencia. EL SANTO – Altos principios no me permiten respirar en el clima de las prostitutas... EL PECADOR – ¡Dadme vuestras ordenes, señor! EL ÁNGEL– No lejos de aquí, triste niña, abandonada por el compañero a quien se confió, pretende ahogarse... Es imperioso le extienda alguien brazos fuertes para que se recupere, salvándosele también al pequeñito en vías de nacer. EL SANTO – No me compete buscar a los delincuentes sino para corregirlos. El PECADOR – Determina, señor, como debo hacerlo. EL ÁNGEL– Un hermano nuestro, viciado en el robo, planea asaltar, en la presente semana, el hogar de una viuda indefensa… Necesitamos del concurso de quien lo disuada de semejante, propósito aconsejándolo con amor. EL SANTO – ¿Como descender al nivel de un ladrón? El PECADOR – Enséñame como debo hablar con él.
Sin vacilar, el Ángel tomo el brazo del Pecador útil y ambos se alejaron, dejando al Santo en meditación, tumbado en el suelo. Años y años estaban enredados en la roca del tiempo, que lo había cambiado todo. El atrio se veía diferente. El santuario había perdido su aspecto primitivo y la muerte había despojado al Santo de su cuerpo macerado por el cilicio y ayuno, pero el creyente inmaculado permanecía allí en Espíritu, en la postura de reverencia. Cierto día, sensibilizando más intensamente las antenas de la oración, vio que alguien descendía de las Alturas, para extenderle su corazón en una dulce sonrisa. El Santo lo reconoció. Era el Pecador, inundado de luz. -¿Qué hiciste para adquirir tanta gloria? –le pregunto, asombrado. El resurgido, acariciándole la cabeza, afirmó simplemente: - Camine.