ORGULLO Y HUMILDAD JOSÉ BATISTA DE CARVALHO

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ORGULLO Y HUMILDAD José Batista de Carvalho El orgullo es vencido por la humildad. Abrí “El Evangelio Según el Espiritismo” en la página donde están las instrucciones de los espíritus sobre el orgullo y la humildad. Ellas se refieren a una de las bienaventuranzas, cuando Jesús proclamó: “Bienaventurados los pobres de espíritu pues es de ellos el reino de los cielos.” (Mateos 5:3) los pobres de espíritu son aquellos de espíritu simples, humilde, que vencen el orgullo. Considerando que esas instrucciones fueron escritas hace 157 años, vemos que ellas continúan muy actuales. La humanidad avanzo mucho en la tecnología. Más cuando hablamos en términos de fraternidad y solidaridad, percibimos que casi no hemos salido de cómo era cuando el Evangelio fue escrito. Vemos el orgullo arraigado en la mayoría de las personas que creen ser muy superiores a los otros. Y hacen cuestión de ostentar sus conquistas materiales divulgándolas presuntuosamente, como si fuesen una prueba de supremacía y la constatación de ser mejor.


Además de la posesión de los bienes materiales, creen que todo lo que hacen es lo mejor. Ellos piensan que todos sus familiares, así como el, también son especiales y superiores. Es el falso brillo de los bienes materiales. Las conquistas materiales traen un ilusorio sentimiento de realización cuando, en verdad, apenas satisfacen deseos que esconden carencias interiores. Esas carencias, enmascaradas por el falso brillo de los bienes materiales, proyectan en los semejantes la sensación de inferioridad. Y este es el gran gatillo para deflagrar la audacia con la que actúan esas personas. Ese insistente atrevimiento impele al orgulloso a estar siempre interviniendo en los diálogos, presentando sus casos como siendo mejores y más espectaculares que el de los otros. Mismo aunque sean acontecimientos de sufrimiento y dolor, todo lo que se refiere a él es mucho más importante y necesariamente debe cerrar toda la discusión. Además de eso, los orgullosos no tienen pudor en lanzar indirectas que humillen. Y también usan la hipocresía cuando aquello que piensan o sienten puede manchar la autoimagen de perfección y supremacía. El éxito mayor es el vencerse así mismo, no a los otros. Un otro aspecto del orgulloso es la habilidad en adular a los que son superiores para obtener más beneficios y también mostrar su importancia al tener intimidad con los poderosos. Se creen especiales, privilegiados por Dios, que les dio los bienes materiales y la perfección que los hacen mejores. Y no se dan cuenta de que, de hecho, son tan inferiores y que están lejos del camino por donde caminaron los pies de Jesús. Están los orgullosos ostensibles, los disfrazados y los que desconocen su condición. Pero ninguno de ellos se da cuenta de que la verdadera victoria es la conquista espiritual, que no se logra mediante manipulaciones, trucos, juegos o confabulaciones.


Los éxitos espirituales solo ocurren cuando somos capaces de superarnos a nosotros mismos, no a los demás. Esos son los momentos en los que logramos dejarnos y conectarnos fraternalmente con los demás, sin falsedades, pretensiones y mentiras, pero con una presencia sincera y amorosa. Es cuando superamos el orgullo y vivimos la vida con humildad. Todos tenemos amigos, pero pocos son aquellos cuya amistad es un vínculo tan fuerte que, incluso a distancia, permanecen conectados y se ayudan a través de la memoria amorosa, sin perderse nunca en el olvido de las conveniencias. La humildad de Jesús, espíritu de la más pura perfección. Cuando pensamos en lo opuesto al orgullo, tenemos humildad, un maravilloso estado de ser quienes realmente somos, ni más ni menos. Lo que somos, con nuestras virtudes innatas, las cualidades que hemos desarrollado a lo largo de las encarnaciones y los verdaderos logros en el campo de la espiritualidad. Es el despojo de todos y cada uno de los sentimientos de orgullo, egoísmo y vanidad. La grandeza de Jesús fue que, a pesar de ser portador de todas las virtudes, cualidades, conocimientos y sabiduría, a pesar de su Espíritu elevado y radiante de luz amorosa y a pesar de su inmenso y Divino Poder, traía en sus pies el polvo de la humildad. Y así, fue comprendido por todos y aceptado por los pobres de espíritu que necesitaban sanación, apoyo, atención y caridad. Ser humilde independe de poseer o no bienes materiales. Ser humilde es saber que aquí llegamos apenas con el espíritu y de la misma forma partiremos, apenas con el espíritu. La materia nos sirve de instrumento de aprendizaje de prueba. A través de la forma como nos relacionamos con el mundo material y sus atracciones es que conseguiremos o no obtener la única conquista que vale la pena: la conquista de nosotros mismos sobrepujando el egoísmo, el orgullo, la vanidad y, por consiguiente, todos los vicios, pues ellos son frutos de esos sentimientos primitivos.

El camino que San Francisco encontró para la humildad.


San Francisco hecho mano de toda la fortuna de su padre. Se despejó hasta mismo de sus valiosas vestidos para abrazar la rustica túnica que el mismo cosió. Y el único adorno que usaba era la cruz del Tao, tallado en madera y sostenido por un hilo de tela, que protegía su pecho. Vestido así y descalzo, a través de su fe pudo entrar en las suntuosas y riquísimas dependencias del Vaticano y llamar la atención del Papa Inocencio III. Este, viendo la grandeza espiritual de Francisco, le otorgó la autorización para la fundación de su orden. El pobre de Dios no dio su testimonio. Vivió en las calles, sobreviviendo de la bondad. Y por la pureza de su corazón y la fuerza de su fe, comenzó la obra para la reconstrucción de la Iglesia de Cristo. Se derrumbó bajo el peso del oro y las riquezas que desplegaban los religiosos en la mitra tachonada de ricas piedras, en las gruesas cadenas de metales preciosos que portaban grandes crucifijos y en las relucientes prendas forradas de oro. Dios no nos pide que lo adoremos en grandes altares. El verdadero altar, donde ciertamente encontraremos a Dios, es el altar de nuestro corazón, siempre que tengamos la resignación para soportar las pruebas y la aceptación de las expiaciones que necesitaremos pasar. Siguiendo las palabras y los ejemplos de Jesús y Francisco, encontraremos, entonces, la fuerza, la disposición y la paz que abrirán las puertas a las verdaderas conquistas, que son y siempre serán las conquistas del Espíritu. Referencia – “El Evangelio Según el Espiritismo”, por Allan Kardec – Capítulo VII – Bienaventurados los pobres de espíritu – Instrucciones de los Espíritus


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