PEDRO, EL APÓSTOL Humberto de Campos/ Chico Xavier Libro: Crónicas Más Allá del Túmulo 25 de agosto de 1936 Mientras que la Capital de los Mineros, dirigida por sus elementos eclesiásticos, se prepara, esperando las grandes manifestaciones de fe del II Congreso Eucarístico Nacional, llegan los turistas elegantes y los peregrinos invisibles. También yo quise conocer de cerca las actividades religiosas de los compatriotas de Augusto de Lima. En la Plaza Raul Soares, espaciosa y ornamentada, vi el monumento a los congresistas, elevándose en forma de altar, donde se celebrarán los altos religiosos. En la parte superior, la custodia, rodeada de arcángeles petrificados, guardando el suave símbolo blanco de la Eucaristía, y, abajo, en las líneas irregulares de la tierra, los amplios y acomodados alojamientos, desde donde el pueblo asistirá, conmovida, a las manifestaciones de Minas católica.
Fue en ese entorno que la figura de un hombre vestido al estilo israelita, recordando algunos tipos que en Jerusalén van con frecuencia al lugar santo de las lamentaciones, agudizo mi incorregible curiosidad periodística. - ¡Un judío! - exclamé, esperando las noticias de una entrevista. - Sí, era judío, hace unos cientos de años - respondió lacónicamente el interrogado. Su respuesta exaltó mi cotilleo y traté de llamar la atención del singular personaje. - ¿Tu nombre? - continué. - Simón Pedro. - ¿El Apóstol? Y la veneranda figura respondió afirmativamente, colando al pecho los cábelos respetables de la barba encanecida. Sorprendido y sediento de su palabra, contemple aquella figura hebraica, llena de sencillez y simpatía. A mi cerebro afluían centenas de preguntas, sin que pudiese coordinarlas debidamente. - Maestro – Le dije, por fin -, Vuestra palabra tiene para el mundo un valor inestimable. La cristiandad nunca os juzgó accesible en la faz de la Tierra, acreditando que os conservabais en el Cielo, de cuyas puertas resplandecientes guardáis la llave maravillosa. ¿No tendréis algún mensaje del Señor para transmitir a la Humanidad, en este momento angustioso que las criaturas están viviendo? Y el Apóstol venerable, dentro de su expresión resignada y humilde, comenzó a hablar: - Ignoro la razón por la que revistieron mi figura, en la Tierra, de semejantes honores. Como hombre, no fui más que un obscuro pescador de Galilea y, como discípulo del Divino Maestro, no tuve l fe necesaria en los momentos oportunos. El Señor no podría, por tanto, conferirme privilegios, cuando amaba a todos sus apóstolos con igual amor. - Es conocida, en la historia de los orígenes del Cristianismo, tu malentendido con Pablo de Tarso. ¿Todo eso es verdadero?
- De alguna forma, todo eso es verdad – declaró bondadosamente el Apóstol. – Mas, Pablo tenía razón. Su palabra enérgica evitó que se crease una aristocracia injustificable, que, sin él, se desenvolvería fatalmente entre los amigos de Jesús, que se habían retirado de Jerusalén para las regiones de Betania. - ¿Nada deseáis decir al mundo sobre la autenticidad de los Evangelios? - Expresión auténtica de la biografía y los actos del Divino Maestro, no sería posible añadir cualquier cosa a ese libro sagrado. Mucha iniquidad se ha verificado en el mundo en nombre del estatuto divino, cuando todas las hipocresías e injusticias están en él sumariamente condenadas. - No es propiamente milagro lo que caracterizó las acciones prácticas del Señor. Todos sus actos fueron resultantes de su inmenso poder espiritual. Todas las obras a que se refieren los evangelistas son profundamente verdaderas. Y, como quien retrocede en el tiempo, el Apóstol monologó: - En Cafarnaúm, cerca de Genesaré, y en Betsaida, muchas veces acompañé al Señor en sus bendecidas peregrinaciones. En Samaria, al lado de Cesarea de Felipe, vi sus manos cariñosas dar vista a los ciegos y consuelo a los desesperados. Aquel sol claro y ardiente de Galilea aun hoy ilumina toda mi alma y, tantos siglos después de mis luchas en el mundo, al lado de algunos compañeros procuro reivindicar para los hombres la vida perfecta del Cristianismo, con el advenimiento del Reino de Dios, que Jesús deseo fundar, con su ejemplo, en cada corazón... - Los filósofos terrenos son casi unánimes en afirmar que Cristo no conocía la evolución de la ciencia griega, en aquella época, y que sus parábolas hacen suponer su ignorancia acerca de la organización política del Imperio Romano: sus apóstoles hablan de reyes y príncipes que no podrían haber existido. - La acción de Cristo - respondió el Apóstol - va más allá de todas las actividades e investigaciones de filosofías humanas. Cada siglo que pasa le imprime brillo nuevo a su figura y un nuevo fulgor a su enseñanza. Él no fue ajeno a las obras del pensamiento de sus
contemporáneos. En ese momento, las teorías de Lucrecio se expandieron unos años antes de la obra del Señor, y las lecciones de Filón en Alejandría, eran muy inferiores a las verdades celestiales que Él vino a traer a la Humanidad atormentada y sufriente... Y cuando la venerada figura de Simón parecía a punto de continuar su viaje, le pregunté abruptamente: - ¿Cuál es vuestro objetivo actualmente en Brasil? - Vengo a visitar la obra del Evangelio instituida aquí por Ismael, hijo de Abraham y Agar, y dirigida desde los espacios por apóstoles desinteresados de la fraternidad cristiana. - ¿Y también estás asociado a las celebraciones del II Congreso Eucarístico Nacional? Yo pregunté. Pero el amable Apóstol expresó una actitud de profundo malentendido al escuchar mis últimas palabras. Fue entonces cuando le mostré el rico monumento festivo, las iglesias decoradas con oro, los movimientos de recepción a los prelados, exclamando al fin: - ¡No, hijo mío!... Me esperan lejos de estas ostentaciones mentirosas los humildes y los desconsolados. El Reino de Dios aun es la promesa para todos los pobres y para todos los afligidos de la Tierra. La Iglesia romana, cuyo jefe se dice poseedor de un trono que me pertenece, está condenada en el propio Evangelio, con todas sus grandezas bien tristes y bien miserables. La cátedra de San Pedro es para mí una ironía muy amarga... En estos templos fastuosos no hay lugares para Jesús, ni para sus seguidores... - ¿Y qué sugiere, Maestro, para esclarecer la verdad? Pero en ese momento, el venerable Apóstol me envió un gesto compasivo y piadoso, continuando su camino, después de atar resignadamente el cordón de sus sandalias.