RESPONDIENDO A UNA CARTA HUMBERTO DE CAMPO CHICO XAVIER (NUEVO)

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RESPONDIENDO A UNA CARTA Libro: CRÔNICAS DEL MÁS ALLÁ DEL TUMULO Por el Espíritu Humberto de Campos/Chico Xavier 20 de abril de 1937. Mi señora. Yo siempre juzgue que, terminadas, las luchas de la Vida, jamás podría volver mi espíritu de las tenebrosas corrientes de la Estigia, que los hombres han colocado en el oscuro Peloponeso de la Muerte. Más, es que regreso de los palacetes aéreos donde mi alma olvidada se consuela desde la tumba subterránea en la que descansan mis huesos rotos, y recibo la llamada angustiada de su corazón. La Señora me envía una breve carta, escrita con sus propias lágrimas de dolor, haciéndome confidente de su inmensa amargura, como si todavía estuviera allí en el mundo, esclavizado a todos sus grilletes y a todas sus conveniencias, por la maldad de mis pecados. Ahora sin embargo, gracias a Dios, estoy exento de todas las pesadas contribuciones terrestres, incluido el impuesto del sello, para enviarle mis pensamientos. Le hablo del mundo de nueva vida y maravillosa resurrección, donde la esperan ese devoto esposo y amigo y ese hijo valiente y


leal que viste partir hacia las tristes y nubladas fronteras de la Muerte, como Niobe petrificado en Su inconsolable desesperación. . Los movimientos revolucionarios de Brasil le destrozaron el corazón amoroso y sensibilísimo. En 30, cuando los políticos nuevos se prejubilaban sobre los destrozos de la República Velha, mientras ondeaban banderas y revoloteaban jóvenes, su alma de mujer, sola y triste, lloraba sobre la tumba del compañero que Dios le había dado y con quien había construido, a través de la lucha y de los años, el cálido y dulce nido en cuyos delicados contornos su espíritu se había expandido, extendiéndose a sus hijos, benditos satélites de su amor y su corazón. Ese golpe fue la gran espada del dolor, rompiendo para siempre la tranquilidad de su vida. En 35, es que pierde su hijo, digno sucesor de la patente del padre, en un otro movimiento de fuerzas homicidas. Su alma de viuda y de mare se cubrió entonces de luto y de lágrimas, para siempre. Un anhelo oceánico absorbe cada actividad y cada momento, y en el silencio de la noche, cuando todos se rinden al ablandamiento y al descanso, su Espíritu está tan vigilante como los soldados de Pompeya, a pesar de los irrevocables decretos del Destino, esperando que emerjan los reconfortantes visiones del amado compañero y del niño inolvidable hasta que llegan las primeras luces del día para deshacer el suave magnetismo de sus esperanzas. En el mundo de sus recordaciones fulguran relámpagos y, asombrada, su alma ve pasar todos los días, en los inmensos caminos de su amargura, los fantasmas de todos los sueños muertos, sumergidos en el ataúd de sus desilusiones. Para un alma de madre que llora, nunca hay consolación bastante en el mundo. Un corazón materno, de luto por las luchas fratricidas, es siempre un símbolo de los sufrimientos de la Humanidad crucificada en el árbol de las hostilidades patrióticas, que separó a los pueblos del amor fraterno, destilando en sus corazones el veneno del odio. Ya se dice que la guerra es el factor de todos los progresos del orbe, mas hemos de convenir en que toda la civilización es un producto detestable del martirologio de las madres desveladas y sufridoras. Es por eso, talvez, que la civilización de los hombres cae siempre, en la estera infinita del tiempo, como fruto amargo y empodrecido.


Todos los calendarios, surgidos en los milenios, señalan épocas de opulencia y de grandeza, para deshacerse en los abismos de la miseria y la muerte. En el declive de cada período evolutivo del Planeta, políticos y guerreros se reúnen en vano para salvarlo, como ocurre ahora en el mundo occidental, en el desfiladero de la destrucción. Se crean pactos de paz imposible, porque, a través de todos los suntuosos edificios y todas las doctrinas políticas, se escucha la misma voz compasiva y triste: - "Caín, ¿Qué has hecho con tu hermano?" Es que los hombres nunca se juntaron para salvar la civilización, con la ternura de las madres, con su devoción y con sus sacrificios; nunca han recordado una estadística de corazones maternos antes de prepararse para la batalla, aunque a las mujeres se les deben todos los monumentos de la fe plena que los hombres han construido sobre la faz del mundo. Y, en su caso, el dolor que la martiriza hiere profundamente su corazón, porque su esposo e hijo no perecieron en el campo enemigo, donde se batieron con el título de "valiente", título que aún se justifica por desconocimiento de las leyes divinas, más asesinados por sus propios hermanos, con estúpida crueldad. Los hechos, de hecho, no pertenecen a la Historia Nacional, pero sí, a la legislación del Código Penal. Sin embargo, mi señora, no busque la protección de las leyes judiciales, estructuradas por hombres. Subordine los juicios de los actos perversos, de los que fue objeto, al Tribunal Divino, que legisla sobre todas las fuerzas políticas de la Tierra. Sufra su martirio con amarga resignación. El sufrimiento es como una absenta maravillosa. Si su taza ahora está llena de hiel inevitable, ese líquido amargo nunca se agota. Quienes se lo dieron siguen sus pasos. La misma hiel los espera en los caminos tortuosos de la Vida. No tengo argumentos para consolarla, salvo mi propia supervivencia, brindándote la certeza de que algún día encontrarás, en una vida mejor, a los amados de tu corazón. Su dolor es uno que la esponja insaciable del Tiempo no borra en la Tierra; pero, vive tu existencia con las esperanzas puestas en el Cielo, acuérdate de la Madre de Jesús: sintetiza la angustia de todos


los corazones maternos, perdidos como flores divinas entre los brezos y espinas del mundo, y siéntete tocada de una luz suave y misericordiosa. Una esperanza sagrada y tierna será un bálsamo, como una perenne luz de luna, la noche de sus desventuras, adquiriendo la fuerza necesaria para vencer en los caminos accidentados y espinosos. Amparada en la fe, espere en el altar de la oración el día de su libertad espiritual. En esa hora de claridades dulces y alegres para su corazón, la señora verá que, en el torbellino de las luchas de la Tierra, todos los que contemplan el Cielo son también por el contemplado.


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