T B CE HERMANO X CHICO XAVIER

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T. B. C. Hermano X/Chico Xavier Libro: Cuentos de esta y de la otra vida En la condición de Espíritu, estamos encantados con cierto grupo de compañeros encarnados que a menudo se reunían para discutir temas importantes del Espiritismo. Leandro, Jonás y Samuel nos parecían tres apóstoles de la Gran Causa. A lo largo de cincuenta meses, los conocí, semanalmente, en un agradable “tête-à-tête”, anotando los problemas de la Humanidad. Eran valiosos apuntes al margen del Evangelio, sublimes recuerdos sobre Cristo, sensatas observaciones sobre los sensitivos que lo visitaban, altas cuestiones sociales, noticias de mediumnidad que les llegaban del ambiente hogareño, e impresiones propias del contacto con los Espíritus, a través de los sueños que narraban, felices ... Los tres me inspiraron tanta simpatía que no dudé en señalarlos a mi amigo Cantídio de los Santos, atrevido mensajero de luz entre


nuestra pobre morada, de compañeros de los hombres encarnados y la Esfera Superior. ¿No sería justo aprovecharse de quienes demostraron poseer tanto conocimiento? ¿Quién podría haber previsto la extensión de la preciosa cosecha que podría surgir de tal conjunto? Cantídio me oyó, atento, y prometió providencias. Fue así que consiguió situar a los tres amigos, cierta noche, en un templo espírita, y, en momento apreciado, ahí compareció con Lismundo, respetable orientador que venía aprobar la decisión. Señoreando el engranaje mediúmnico, el emisario, con grave fisionomía temperada por larga dosis de entendimiento, comenzó el mensaje que encomendáramos, exponiendo sobre la magnitud del servicio espírita, que claramente clasificó como siendo un privilegio que el Señor concede a las criaturas maduradas en la idea del bien. Luego después, entró directamente en el objetivo, convidando a los circunstantes a la actividad. ¿Porque no abrazar compromisos edificantes en el Cristianismo renaciente? ¿Acaso, no se sentían prestigiados por la verdad? Jonás, Samuel y Leandro discurrieron, brillantemente, en cuanto a las propias convicciones. Porque el instructor les estimulase la exposición de los puntos de vista, hablaron largamente de las lecturas que habían efectuado. Exaltaron los principios de Allan Kardec, alabaron las páginas de Denis, desafiaran las pesquisas de Crookes y Aksakof y analizaran las conclusiones de Bozzano y Geley con notable maestría. Al cabo de dos horas enteras, en que se explayaron, contentos, en el verbo luminoso y actuante, Lismundo recordó, paciente, el impositivo del trabajo que les acarrease los tesoros en la dirección del prójimo. Era preciso re articular corazones enfermos y levantar almas caídas... El benefactor atacó la nueva argumentación, resaltando la oportunidad de un agrupamiento destinado a la siembra de la luz. Una casa de instrucción y consuelo, en que los necesitados de orientación y esperanza encontrasen apoyo moral. Un instituto en


que la idea espírita, a través del libro noble, distribuido con ligereza de sentimiento, pudiese esparcir renovación y confort. Los oyentes, con todo, cual si fuesen sorprendidos por ducha inesperada, se miraron, asustadizos. Leandro se acusó pesado de pruebas, Samuel se declaró aplastado por luchas de la parentela, y Jonás se afirmó incapaz de responsabilidades mayores. Y mientras se tornaban monosilábicos y distante, el servicial embajador señaló varios sectores del movimiento apostólico. Santuarios espíritas de evangelización, devoción mediúmnica de tal o cual contenido, diferentes escuelas, hospitales, albergues, guarderías, y campañas benéficas fueron alineadas por el instructor, durante más de sesenta minutos dedicados a la advertencia y la ternura fraterna. O trio, no en tanto, se mostró irreductible. Se alegó la falta de tiempo, la incomprensión del mundo, la imperfección del alma, la persecución de los Espíritus oscuros, los impedimentos físicos y el martirio familiar. Cuando las invitaciones minuciosas y repetidas se pudieron tomar por imprudencia, Lismundo se despidió. Y, de nuevo con nosotros, calmó mi decepción, explicando amablemente: - No te preocupes. Estamos por delante de los compañeros miembros de T.B.C. ; la experiencia, sin embargo, es la dueña de todo ... Volveremos, así, más tarde. Dicho esto, regresó a su residencia en Vida Mayor. Intrigado, pregunté al amigo que me esperaba: –

¿T.R.C.? ¿Qué viene a ser eso?

Cantídio respondió, al sonreír: – ¿T.B.C. representa la sigla de la Turma de la Buena Conversación, comprende? Aunque agonizante, no pude ocultar mi franca risa.


Luego nos volvimos instintivamente hacia los transeúntes, y los tres amigos se enredaron una vez más en una acalorada charla, comentando el mensaje del consejero de una manera jocosa, como si la palabra “responsabilidad” no existiera.


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