UNA LECCIÓN Joaquim Hace meses, abrigaste mi Espíritu en vuestra estación de prontosocorro espiritual. Y vuelvo para traeros noticias. Simple es mi caso. Entretanto, es una lección y todas las lecciones que hablan de a los que viven despiertos después de la muerte sin duda interesará a los que, por el momento, duermen en la carne. Mi última máscara física fue la de un pobre, que cayó a la calle en un insulto cataléptico. Tan pobre que nadie reclamó el supuesto cadáver. Conducido a la losa húmeda, no podía hablar ni ver, sin embargo, a pesar de la inercia, mis sentidos del oído y del olfato, así como mi sentido de mí mismo, estaba vigilantes. Es imposible para mí describiros lo que significa el miedo de un muerto vivo. Después de muchas horas de expectación y agonía moral, me llevaron semidesnudo al cuarto frío. Soporté el aire gélido, gritando por dentro sin que mi boca apretada obedeciera. No puedo enumerar las horas de aflicción que me parecieron interminables. Después de un tiempo, fui transportado a cierta
habitación, donde un grupo numeroso de jóvenes me rodeó, en una conversación animada que se distinguió por su indiferencia hacia mi dolor. Inútilmente intenté reaccionar. Pensé que estaba ciego, mudo y paralizado... señalé, sin embargo, las frases irreverentes que me rodeaban y pude juzgar la posición de los grupos que se dispersaban a mí alrededor... Unos minutos más de espera ansiosa y sentí que esa hoja afilada rasgaba mi abdomen. Protesté, con todas mis fuerzas, en lo más profundo de mi alma, pero mi lengua yacía inmóvil. Tolerando sufrimientos indecibles, observé que abrían mi pecho y me arrebataban el corazón para estudio. Entonces un golpe en el cráneo por trepanación me hizo perder la noción de mí mismo y finalmente me desprendí de esa carga de carne viva e inerte, huyendo horrorizado como si fuera un perro hidrófobo, sin rumbo ... No tengo palabras para expresar la perturbación a la que me había visto reducido. Y, hasta ahora, no puedo imaginar exactamente las horas que pasé en la insoportable carrera. Traído, sin embargo, a vuestra casa, un suave calor regeneró mi frío cuerpo. Escuche vuestras advertencias y oraciones... Y los brazos piadosos de enfermeras desinteresadas me llevaron en camilla a un hospital que funciona como una santa retaguardia, más allá del campo donde sostienes una bendita lucha. Bañado en aguas balsámicas, mis dolores se aliviaron. Pasados unos días, les supliqué que vinieran a su centro de oración, solicitando su colaboración para que todos los cadáveres, constreñidos por los tormentos de la autopsia, recibieran, por misericordia, la ayuda de inyecciones anestésicas, antes de las intervenciones quirúrgicas, para que las almas, aún no desconectadas, lograron vencer el "miedo al cadáver" que, después de la muerte, es mucho más angustioso que la muerte misma. Sin embargo, en respuesta a mi alegación, uno de sus amigos --a quien ahora considero también por mis amigos y benefactores--, en una simple operación magnética, me sumergió en el conocimiento de
la realidad y me encontré, en el tiempo en la distancia, con el sombrero de un mandarín principal... El rubí simbólico me investía en posesión de una amplia autoridad. Me vi a mí mismo, una noche en una fiesta, determinando que uno de mis compañeros, por el mero capricho de mi orgullo, fuera arrojado desnudo en un patio helado... Al amanecer, recomendé que le robasen los ojos. Lo hice esposar como si fuera un potrillo salvaje, aunque clamase compasión... Impasible, ordené que lo despellejaran vivo... Más tarde, cuando el infortunado luchaba en medio de la muerte, decidí que le abrieran el cráneo, antes de entregárselo a los buitres, en medio del campo... También exigí que le abrieran el abdomen y el pecho... Reclamé su corazón en bandeja de plata... El toque magnético me había impuesto el conocimiento de mi deuda. Las reminiscencias de éxitos tan tristes me consolaron y humillaron al mismo tiempo. Con lágrimas en los ojos, en mis fibras más íntimas, les pregunté a los mentores que me rodeaban: "¿Es la justicia entonces tan implacable?" ¿Dónde está el amor en la base de la vida? Alguien que por vos se interesa, como una madre generosa de todos (1), amablemente me explicó: - Amigo, has vivido en la indiferencia y la ociosidad atrae sobre nosotros, con más prisa, las consecuencias de nuestras faltas. Es por eso que la justicia trabaja matemáticamente para ti, ya que no has llamado la luz del amor al campo de tu destino. Comprendí, entonces, que si hubiese amado, cultivando el árbol de la fraternidad, ciertamente que otras semillas, otras energías y otros recursos habrían interferido en mi gran tragedia, aliviando mi indescriptible sufrimiento. Por eso, como recuerdo, les traigo la lección de mi pasado-presente con la afirmación de que haré todo lo posible para aprovechar los favores que estoy recolectando, recordándoles, y tal vez este sea el único punto valioso de mi humilde visitación - la palabra del
Evangelio, cuando nos deja ver que solo el amor puede cubrir la multitud de nuestros pecados. Que la humildad y el servicio, la buena voluntad y las buenas obras nos orienten el camino, porque, con semejante material, edificaremos el elevado destino que nos aguarda en el gran porvenir, para exaltar la justicia consoladora - la justicia que es también misericordia de Nuestro Padre (1) El comunicante se refiere a Meimei. (Nota do organizador.) Mensaje psicofoníca transmitida por Francisco Cândido Xavier la noche del 2 de septiembre de 1954, en Pedro Leopoldo-MG, constante del cap. 26 del libro instrucciones Psicofônicas, obra dictada por Diversos Espíritus.