VENGANZA ESPANTOSA Amalia Domingo Soler Libro: La Luz que nos Guía Continuamente estoy recibiendo cartas pidiéndome que pregunte a los espíritus el porqué de muchos sucesos verdaderamente interesantes y muchos de ellos terribles. No siempre puedo complacer a mis amigos o hermanos. Unas veces porque no quiero abusar de las comunicaciones para conservar lo que yo necesito, que es la comunicación para mis trabajos literarios. Quiero que los espíritus no vean en mí un correveidile que les moleste, con preguntas impertinentes para satisfacer la curiosidad de la ignorancia. No, yo, cuando interrogo a los espíritus es para aprovechar sus narraciones y trasladarlas al papel publicándolas en los periódicos espiritistas, y de este modo mi trabajo es
verdaderamente productivo, porque son muchos los que leen mis escritos y aprenden en ellos a saber sufrir y saber esperar. Otras veces tengo que dar la callada por respuesta, porque el guía de mis trabajos literarios me dice sencillamente, que no siempre se puede uno acercar al fuego (metafóricamente hablando), pues hay espíritus cuya historia es tan terrible, y tanta su inferioridad y degradación, que van envueltos en espesas brumas, y su fluido, no diremos que ocasione la muerte, pero sí produce un malestar indefinible, una angustia sin nombre, y en realidad tendrá que ser así, porque en la Tierra yo he experimentado sensaciones dolorosísimas cuando, por circunstancias fortuitas, he tenido que ir a ciertos lugares donde se reunían inferiores, o he cruzado calles cuyo vecindario se componía de mujeres perdidas y hombres degradados. ¡Qué fatiga! ¡Qué ansiedad! ¡Qué repugnancia! Yo creo que el Espíritu también debe sentir náuseas cuando encuentra en su camino a un ser o seres malvados. Podrá, pasada la primera impresión, dominarse y sentir compasión por los culpables, pero en el primer momento rechaza con horror a tales seres inferiores. Yo recuerdo perfectamente que hace muchos años visité la cárcel de Barcelona. Me acompañaba el alcaide y un escribano. Cuando llegamos al patio de la prisión y me detuve delante de una reja, me horroricé de ver aquel enjambre de hombres abyectos, medio desnudos muchos de ellos, que se acercaron a la reja, y me pedían cigarros sonriendo estúpidamente. ¡Qué cabezas tan deprimidas! ¡Qué miradas! ¡Qué ademanes! Yo volví la cabeza y murmuré con amargura dirigiéndome al alcaide: -¿Y éstos son hombres? -Pues fíjese en un preso que le voy a presentar, a ver qué sensación experimenta. Seguimos andando y entramos en una cocina muy limpia. Todos sus utensilios estaban muy bien colocados y brillaban las cacerolas de cobre como si tuvieran un baño de oro. Un hombre pequeño y rechoncho estaba afilando un cuchillo, al ver al alcaide se cuadró, sonriendo humildemente. Yo miré, y experimenté una sensación dolorosísima, parecía que por todo mi cuerpo me clavaban agudas espinas y que martillos candentes golpeaban mis sienes. El alcaide (de intento sin duda), le dirigió la palabra, le hizo varias preguntas para que yo tuviera tiempo de contemplarle, pero me sentí tan mal que salí de la cocina con presteza pidiendo agua
porque me ahogaba, y con vivísima curiosidad le dije al alcaide: ¿Qué ha hecho ese hombre? ¿Por qué está aquí? -Porque ha violado a sus tres hijas y las tres han tenido un hijo, que el padre y abuelo quería estrangular, pero las tres criaturas se han salvado y él marchará al presidio de Ceuta dentro de algunos días. -¡Qué horror! Ahora me explico por qué yo no podía estar cerca de ese hombre. Pues lo mismo que pasa con los criminales de la Tierra, lo mismo deberá pasar con los criminales del espacio. Yo lo que sé es que me hacen preguntas a las cuales no puedo contestar porque, como dice mi guía: “Sufrirás demasiado, deja que los muertos entierren a sus muertos”. Pero últimamente me ha escrito un espiritista de México, muy interesado por saber el principio de una tragedia ocurrida en el manicomio de San Hipólito en México. En dicha casa de curación entró en Septiembre del año 1894 un enfermo llamado Ambrosio Sámano. Los médicos dijeron que tenía intoxicación por la marihuana y manía impulsiva y homicida. De fuerte constitución, muy musculoso, tiene ya fuerza hercúlea y domina, sin exageración ninguna, a tres hombres. Pertenece a una familia de neurópatas. Su madre es una histérica, el padre un neurasténico, y el hijo mayor de dicho matrimonio es también un enfermo. Ambrosio se ha puesto él mismo el apodo de “el dios de la Tierra”. En el hospital se hizo célebre por su ferocidad. Se golpeaba brutalmente, se desgarraba la ropa y gritaba: “¿Quién como yo?” Hace poco tiempo que ingresó en el hospital don Antonio Marrón, joven enfermo, pero no de locura. Por un descuido que no se explica, entró Marrón en el patio donde se paseaba Ambrosio, llevando puesta la camisa de fuerza, acompañado de dos celadores; pero éstos fueron llamados por alguien y se quedó solo el loco con Marrón, al que debió decirle: “dadme la libertad”, y Marrón le desató los lazos que sujetaban la camisa de fuerzas y el loco quedó libre y dueño del campo, y sin pérdida de tiempo, le puso la camisa a Marrón, lo cogió en brazos y se lo llevó a su celda, cerró la puerta y se quedó solo con su víctima. Nadie puede saber cómo ocurrió el terrible drama entre las tinieblas de la celda, pero los gritos de los demás locos atrajeron a los celadores, los que vieron horrorizados que Marrón estaba en el
suelo con la camisa de fuerza y los pies atados, y el loco, de rodillas ante el cadáver forcejaba por extraer una enorme alcayata, que él mismo había incrustado por cuarta vez en el cráneo de Marrón, y con tal fuerza debió clavarla el loco, que perforó el cráneo del infeliz Marrón y penetró en el pavimento. Sometieron al loco a un interrogatorio, diciéndole: -¿Mataste a un hombre? -Sí, señor. -¿Por qué? -Porque me tienen amarrado y me canso de esta vida. Quiero que me pasen a Belén. -Pero es que estás aquí por encontrarte enfermo. -No estoy enfermo. -Sí, estás loco. -No, señor; no señor. ¿Por qué eres tan malo? -Porque me tienen amarrado. -¿Si te soltaran serías bueno? -Sí, señor; sí, señor. Mucho más largo y más explícito es el relato que publica El Imparcial, de México, del 8 de Junio, pero con el extracto basta para hacerse cargo del terrible suceso ocurrido en el manicomio de San Hipólito. Epílogo de una historia de crímenes, tiene que ser la muerte del infeliz Marrón, que por una serie de circunstancias inexplicables, tuvo que quedar a merced de un loco temible que nunca paseaba solo, al que siempre le acompañaban dos celadores, y acudir a aquel patio, destinado exclusivamente para esparcimiento de los locos, un joven que estaba muy bien recomendado por un hermano suyo al director del hospital, que pagaba espléndidamente su pensión, porque era muy rico, habiendo heredado últimamente los dos hermanos cien mil duros, y entrar precisamente en el patio en el momento en que los dos celadores dejaban solo al loco, confiados en que éste no podía hacer uso de sus brazos, mandar el loco, obedecer el cuerdo, y con una rapidez extraordinaria, desarrollarse la terrible tragedia. Esto… no es producto de la casualidad, aquí hay una causalidad espantosa, pues no se muere atormentado tan cruelmente sin haber cometido un delito semejante. ¿Cuándo lo cometió Marrón? ¿En qué época? La sombra de los siglos ha borrado las páginas escritas en un libro cuyas hojas ya no existen. ¡Vana pregunta! Los hechos de los hombres no se borran jamás. En la pizarra del infinito están escritas todas las cantidades de nuestros vicios, de nuestros atropellos, de nuestros crímenes. Aquellas cifras imborrables están esperando que Dios haga la suma de todas ellas, pero Dios no la sumará nunca, porque una sola
suma significaría la perfección absoluta de un Espíritu y la perfección sólo Dios la posee. “Dices bien, me dice un Espíritu, siempre tendrán los hombres en los mundos y las almas en los espacios un cielo más que escalar y un abismo más donde caer. El progreso no tiene límites, el tiempo no tiene fin, los espíritus son los exploradores eternos, los trabajadores incansables, los mineros del Universo, los aeronautas de la Creación. El día de la vida universal no tiene ocaso; la noche del reposo no existe”. “Ahora bien, en esa historia de las humanidades, cuya primera hoja no se sabe con certeza en qué época se escribió, abundan episodios terroríficos, al par que encantadores idilios. Dueño cada Espíritu de emplear su tiempo según sus aspiraciones y sus deseos, se entrega a toda clase de excesos, mortificando unas veces su carne y otras degradando su inteligencia”. “Ese epílogo de una historia, como tú llamas al suceso ocurrido en un manicomio, tienes razón al decir que es el desenlace de un drama. ¡Cuántos han tomado parte en él, hace tiempo que vienen luchando juntos! Cuatro son los actores que han desempeñado su papel en esa escena final, tres que estaban en la Tierra y uno en el espacio. A grandes rasgos te trazaré un capítulo de la historia de esos desventurados; no estás tú en condiciones de penetrar muy a fondo en la vida íntima de cuatro seres que han adquirido grandes responsabilidades, dejándose dominar por sus indómitas pasiones”. “En una existencia no muy lejana, el que hoy se apellida “el dios de la Tierra” era un hombre feroz, indomable, que por satisfacer sus lúbricos deseos, mancilló el honor de muchas mujeres y mató a traición y frente a frente (según se le presentaba la ocasión) a más de un marido burlado, a más de un padre desesperado por el deshonor de su hija. Entre los hombres que murieron por sus manos, había un conde que había lavado su honra con la muerte de su esposa y de su única hija. Éste juró al morir perseguir eternamente al hombre que le había arrebatado su felicidad, y al encarnar Ambrosio Sámano en la Tierra, su enemigo se apoderó de él y aún no lo ha dejado”. “Tú dices que para morir atormentado tan cruelmente se debe haber cometido un delito semejante, y estás en lo cierto al afirmarlo. El joven que ha muerto por haberle perforado el cráneo, no cometió por su mano tal delito, pero presenció gozoso tal martirio, que solo sufrió un caudillo
vencido por su deslealtad y su traición, y el ejecutor de tal crimen fue el Espíritu que juró no abandonar nunca al que hoy se llama “el dios de la Tierra”. “Une a estos tres espíritus una cadena de crímenes, cuyos eslabones los han forjado en diferentes existencias”. “El que hoy ha muerto (al parecer inocente) tiene muchas páginas escritas con sangre en el libro de su historia, y el Espíritu que tiene obsesado a “el dios de la Tierra” se ha vengado del matador y de la víctima, pues los dos le han arrebatado, en otro tiempo, el honor, la fortuna y la felicidad. Y hasta el hermano de la víctima de hoy ha contribuido a la realización de tal venganza, llevando al pobre enfermo al hospital donde debía morir, y ha sido él quien le abrió la puerta de tan triste lugar, porque en otro tiempo, siendo el gobernador de una fortaleza donde gemían prisioneros y prisioneras por mandato religioso, mujeres desdichadas que no querían abjurar de su religión y querían, al miso tiempo, conservar su virginidad, estas infelices tenían que sucumbir ante las amenazas de hombres opulentos que penetraban en sus calabozos, embriagados y enloquecidos. El gobernador era cómplice de tan infames atropellos, dejando entrar a varios magnates, siendo uno de ellos el que hoy ha muerto a manos del “dios de la Tierra”. Ayer le abrió las puertas de una prisión para que saciara sus brutales apetitos deshonrando a mujeres indefensas, y después le abrió las puertas de un hospital para que él muriera como había hecho morir a otro, con el cráneo perforado. Él se rió ayer de los momentos que pasó su víctima al morir, gozó con su agonía, y el ejecutor de aquella horrible muerte hoy levantó el brazo del que creéis loco, vengándose de los dos. Todos ellos habían escrito la sentencia realizada hoy”. “¿Entonces estaba escrito? Preguntas tú. Sí, estaba escrito, no por la fatalidad, estaba escrito por la serie de crímenes cometidos por todos ellos. El que pasa por loco no lo está, es víctima de su enemigo invisible. Podrá la ciencia asegurar que pertenece a una familia de desequilibrados, que él mismo lo está, pero tiene horas, tiene días, tiene noches que ve claro, muy claro y dice: “¡No estoy loco! ¡No! No lo estoy. Siento que por mis venas corre plomo derretido, siento que mi cerebro estalla, que unas manos de hierro oprimen mi garganta, que tengo sed de sangre, y al mismo tiempo, quisiera huir lejos, muy lejos de aquí
para vivir tranquilo en los brazos de una mujer amada”. “Compadeced a las víctimas de sus enemigos invisibles. Sufren el más horrible de todos los tormentos, luchan con verdaderos titanes, cuya fuerza es tan poderosa que el hombre más fuerte de la Tierra cae vencido”. “Comprendo que sufres relatando tantos horrores, pero todo es útil. Así como los anatomistas hacen la autopsia de los cuerpos inertes, para estudiar las enfermedades y los defectos orgánicos que tanto atormentan a la mayoría de los hombres, también es conveniente hablar de lo invisible, de lo desconocido. ¿No se mira con el telescopio el mar del espacio donde navegan innumerables soles? Pues los misterios de ultratumba también merecen ser estudiados, porque sin conocer lo desconocido se vive a ciegas, se llega al crimen sin remordimiento, y hora es ya que sepan los hombres que el infierno y la gloria existen, que no están ni arriba ni abajo, que los llevamos nosotros mismos, que cada Espíritu construye su paraíso y su averno”. “Adiós”. Dice muy bien el Espíritu: es de gran utilidad levantar el velo que cubre la vida de ayer. Es verdad que se sufre delatando crímenes, más si las heridas del cuerpo se curan cauterizándolas, apliquemos el cauterio de la revelación ultraterrena sobre los vicios incorregibles, sobre las pasiones, sobre los odios, sobre la venganza. Pongamos de manifiesto lo malo que es ser malo y lo bueno que es ser bueno, y si con nuestros escritos un hombre se detiene en la pendiente de sus vicios, ¡Bendito sea el trabajo empleado! ¡Un alma que se despierta y ve la luz, es un nuevo sol irradiante en el Universo!