Tonada del náufrago

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Tonada del nรกugrago


MERODEO ediciones


Tonada del nĂĄufrago MarĂ­a Paz Valdebenito



Declaración para no morir Muy bien: me incorporaré a este mundo, indiferentes me serán los aromas de la tarde. Ya no me interesarán las montañas, los paseos al río, los amaneceres solitarios. Dejaré de acariciar a los perros sucios de las plazas, caminar junto a ellos sin dirección. Olvidaré el recuerdo de esa primera juventud que de un momento a otro marchó sin despedirse. Ejerceré mi triste profesión. Todo me será indiferente, me dejará de importar la libertad, mi angustia proletaria. Me cansé de tanta poesía, a este mundo me incorporo. Dejo de sufrir, me muero.

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Sólo nos queda mirar la luz de luciérnaga, ese débil chispazo de la hoguera del verano, más débil que la memoria de una ola. Jorge Teillier

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Después de la oscuridad De pronto, todo luce un poco más viejo, más triste, más cansado, la luz desaparece, tus ojos desaparecen también cuando marchas sin decirme adónde vas, marejada insolente, te apagas como el canto de la golondrina que al tocar el sol se durmió para siempre, te apagas y la cueva es profunda, no enciende el fuego, mil chispas a la vez no lograrían encender siquiera una mínima llama. Enredado el tallo de la fe, enredado el náufrago en la orilla, las hojas del sauce bajo el cual el peregrino llora. Así es la vida, larga pestaña que nos impide abrir los ojos cuando todo en este mundo llora. 9


Y tú, ¿a dónde estabas? Y yo que como un rayo por los campos te busqué… Adónde Dime Adónde Llevo años gritándote, luciérnaga más sorda de todas, huidiza como el sueño en las noches de insomnio, a un paso de convertirte en la cueva y dejarme a mí como al indio traicionado por su tropa, solo, desnudo frente al enemigo, sola, a pasos agigantados de la luz. Ven, en plena noche ven, siéntate en mis ojos e ilumina las cosas de mi entorno para verlas como son.

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Luego te dejaré partir sin esperarte, porque sé que nada en esta vida vuelve. Todos marchan creyendo que algún día volverán, pero es imposible volver, porque los pies sólo sirven para caminar hacia adelante. El día muere, el silencio no encuentra en mi vista a nadie. Y yo un poco más vieja, más triste, más cansada, preguntándome: ¿Adónde?

¿Adónde?

¿Adónde?

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Tonada del nรกufrago:

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El Morus Bassanus, también conocido como el alcatraz atlántico o el pájaro bobo del norte, es un ave marina, migratoria, de poderoso vuelo. No va a tierra firme más que en primavera, escogiendo las islas más desiertas o más inaccesibles. A orillas del acantilado, junto a otros alcatraces, incuba un solo huevo. Siempre antes de picar cierra las alas, luego desaparece en un transparente chorro de espuma inmortal.

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El alcatraz que aún no logra volar Espero que el dolor se lo lleve un caballo que galope a tierras lejanas para que así la tristeza desaparezca y esa íntima melancolía, arrastrada de vidas anteriores, se disuelva junto a los minerales de las piedras situadas en mi camino. Largo es el camino por el que he decidido avanzar, largo como los días de un enfermo, larga la vigilia, la búsqueda incesante del sosiego. ¡Ay, la paciencia!, árbol más frondoso de este campo, nos enseña a transitar la noche con los ojos abiertos, hacer de la imaginación una barca que nos acerca al otro lado del río cuando todo parece tan lejano.

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En brazos de una templanza que a ratos me abandona he ido sobreponiéndome a la traición de cercanos amigos, a la ausencia definitiva de amados familiares, al temor que a la muerte le tuve cuando me dio la bienvenida y yo desesperadamente huí. Una tras otra vez toqué las puertas de este mundo para que abrieran y me hicieran pasar a un terreno conocido donde pudiese reorganizar mis sueños tal como las hormigas deben organizar sus reservas al llegar el invierno. Ahora que el invierno se ha ido espero desprenderme del frío y volar, tenderme bajo la sombra de los árboles como si nada más que el viento y el aroma de la tierra existieran. Volar como una polilla que al cantar se vuelve un pájaro de inmensas alas.

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Tras el vuelo toda distancia se convierte en proximidad, sin embargo, es hora de dejar de buscar en las lejanías lo que anhelamos. Cuando llegue al final del camino confirmaré que aquello que buscaba residía en mi propio corazón, río pedregoso en el que tantas veces la angustia y la alegría se han bañado con la misma insistencia de un borracho frente al vino. No esperaré más a que la felicidad venga a visitarme. Aquí, sin verla tantas veces, ha estado ella, en la sencillez de los días, en el silencio de mi pieza, en el aroma de las hierbas del jardín, en las más simples ofrendas. Y como todo lo que se puede ofrecer es simple, te abro, mendigo, las puertas de mi casa, abro también las alas de este alcatraz que a pesar de sus reiterados intentos aún no logra volar. 17


El ojo tiene razรณn y no obstante me separo de mi propia imagen. Enrique Gรณmez-Correa


Sonata de un álgebra herido Cuando dejemos de confiar en las imágenes que el espejo nos ofrece comenzaremos a ahogarnos en el agua y ya no en la angustia del pensamiento. Nada hay dentro de mí fuera de la muerte, pero ¡alto! no quiero consuelos, ese ha sido mi propósito, aprender a morir en lo que amo frente a los gestos del rostro de un tiempo sin rostro. Recuerdo haber trepado un triángulo herido cuyas aristas se me venían encima al cambiar la mirada de dirección. Distintas cosas me han aplastado, no sólo las paredes de dormitorios pasajeros ni la belleza contradictoria que es sólo visible para quienes aman.

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No me interesa ir en busca de lo que no me pertenece, tampoco negarme a ser lo que soy. No hay máquinas textiles que puedan confeccionar vestimenta que nos permita esconder el ineludible zarpazo de las sombras. No quiero volver a huir. Confórmate, me digo, no te engañes, escapar es una ilusión asediada por silenciosos límites. Límite contra límite. Otros mundos existen en los que me tiendo como un perro, recupero mi vigor y le grito a todo lo mundano: ¡Vete! Aquí, en cambio, a orillas de esta era desgraciada me vuelvo la sonata de un álgebra herido.

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Nada en esta época de codicias me hará feliz. Mi felicidad es apenas percibida como el aroma de las plazas al comenzar la mañana. A las plazas sólo vamos los inútiles: niños, ancianos, cesantes, los pobres que se aman. Tardes enteras en las plazas me quedo, escuchando con la mirada cómo muchos me juzgan por no empeñarme en obtener un trabajo bien remunerado. Al observarme se deben preguntar: ¿De qué le han servido sus largas jornadas de matemáticas? ¿Sus intensas lecturas metafísicas? ¿Sus búsquedas interminables? Basta de preguntas.

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Mi trabajo es descubrir lo que hay detrás del viento, sufrir lo que debo sufrir, mirar lo que no debo mirar, cantar las canciones que este mundo ya no canta. El sol nunca ha sido sol, la muerte nunca ha sido muerte, es por ello que no confío en los espejos, hago de mí la imagen que justamente de mí no quiero.

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María Paz Valdebenito. Santiago de Chile. Ha sido incluida en varias antologías poéticas (Chile, Ecuador, España, EE.UU) y ha obtenido algunos reconocimientos de carácter nacional e internacional. El año 2011 publicó su primer libro “La fábrica del Sibilino” y el 2015 publicaron “Cabalgando lejanías” (coedición peruanaecuatoriana), antología de su producción hasta esa fecha. Actualmente trabaja en su quinto libro inédito “Atávica”.


Diagramado en la Ciudad Autónoma de

Buenos Aires

bajo la curaduría de

Merodeo Ediciones impreso en los talleres de

Derrames Editoras

—primera edición— primavera del año 2017

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