EL MONSTRUO CALABAZA Y EL CARNERO DIVINO

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LEYENDA TRADICIONAL DEL テ:RICA NEGRA. Texto sacado de: GOUGAUD, H.: El テ。rbol de los soles: mitos y leyendas del mundo entero. Crテュtica, Barcelona, 1990 Ilustraciones realizadas por los alumnos del Grupo de Lectura del CEIP LA CHARCA, de Miranda de Ebro.


A la entrada del primer poblado humano, delante de una choza semiderruida, se encontraba una calabaza monstruosa. Cada vez que alguien se le aproximaba, la calabaza lo devoraba; se abría en dos y se volvía a cerrar, como una puerta que se cierra de golpe, sobre los desgraciados que cometían la imprudencia de acercarse demasiado para examinarla mejor. De esta forma la calabaza había ido engullendo, uno tras otro, a todos los habitantes del poblado. Sólo una mujer llamada Kalba, que vivía con su hijo en la selva, se había librado, así como también una bruja, tan vieja, que ya no podía salir de su choza. Pero un día el hijo de Kalba escapó de su madre, anduvo merodeando alrededor del monstruo calabaza, que no dormía más que con un solo ojo, y el niño fue devorado. Kalba, arrancándose los cabellos y clamando al cielo su dolor, se dirigió a la choza de la vieja bruja. -¡Tienes que ayudarme a romper esa maldita calabaza! –le dijo-. ¡Quiero liberar a mi hijo!


La bruja, moviendo su dedo ganchudo ante su rostro respondió: -¡Pobre hija mía! Te diré lo que tienes que hacer. Escúchame bien: ve hasta donde se encuentra el sol poniente; allí encontrarás una roca. Frota su superficie con este pimiento rojo que aquí te doy y se abrirá en ella una puerta. Deberás descender al vientre de la tierra y caminarás por él hasta que llegues junto al carnero divino. Entonces le dirás que soy yo quien te envío y le pedirás que regrese contigo a nuestro pueblo, al sol de los vivos. Kalba dio las gracias a la bruja, tomó el pimiento mágico y se fue hacia el sol poniente.


Caminó hasta el crepúsculo. Entre las crecidas hierbas descubrió una roca gris, alta como un gigante del caos. Frotó el pimiento contra su superficie y al instante se oyó algo semejante al fragor de un trueno: la roca se abrió lentamente en dos.

*****

Kalba descendió al vientre de la tierra y anduvo por un camino de piedra que discurría a través de una llanura color de hierro. En el cielo de piedra brillaba un pequeño “guijarro sol”. No hubiera podido decir durante cuánto tiempo caminó, pues el guijarro sol del vientre de la tierra no se pone jamás, pero sus pies estaban ya destrozados de tanto andar. Apareció entonces al final del camino una cabaña de oro.


Estaba tan agotada que para llegar hasta ella Kalba tuvo que arrastrarse a cuatro patas por el suelo. Empujó la puerta y en el centro de una habitación circular pudo ver un gran carnero sentado sobre sus cuartos traseros, un carnero de rojo vellón, con cuernos color de fuego enrollados sobre las sienes. Miró a Kalba postrada a sus pies y le dijo: -¿Qué vienes a hacer aquí, mujer del país de arriba? - La anciana de mi poblado me envía a buscarte –respondió Kalba. El carnero divino movió la cabeza y le dijo: -Súbete a mi lomo.

***** Juntos salieron a la superficie. Salieron por la roca y allí estaban de nuevo la hierba verde, los árboles, el cielo azul.


El carnero galopó hasta el poblado, depositó a Kalba ante la choza de la vieja bruja y entró majestuoso en la cabaña. La bruja le saludó y empezó a cantar. Con las manos abiertas ante su rostro arrugado, cantó las fechorías del monstruo calabaza. El carnero divino, delante de ella, resoplaba como si olfateara el sonido de su voz. El canto de la vieja encendía fuego en su nariz y hacía enrojecer sus cuernos como si fueran brasas. Furioso, rascó el suelo con su pezuña y se fue, inflamado, por las callejuelas del poblado, acompañado por el canto de la bruja.


Allá, ante su choza en ruinas, la calabaza emitió un sonido agudo, se despertó y se puso a rodar al encuentro del carnero; éste se abalanzó contra ella con la cabeza baja. El choque fue tan terrible que el estruendo se pudo oír hasta en las estrellas.


El carnero divino, como una piedra lanzada al aire, desapareció en lo profundo del cielo, pero la calabaza se rompió como un huevo maduro y todos aquellos que habían sido devorados salieron de nuevo al mundo. Pero escuchad ahora lo más extraño y maravilloso de esta historia: en el vientre de la calabaza los hombres estaban tumbados unos sobre los otros, en cuatro filas superpuestas. Los de arriba son ahora blancos, los de la segunda capa son amarillos, los de la tercera rojos y los últimos, aquellos sobre los que reposaba todo el mundo, son negros. Esta es la verdad. Quienes no me crean no son más que niños ciegos: nada comprenden de los misterios del mundo.


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