Revista Innombrable NO.7

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Revista Innombrable -Muros Poéticos Ciudades del Silencio7ta Edición 2015 -Poesía, cuento y fotografía-


Dirección Daniel José Acevedo Co-dirección Ana María Bustamante -Equipo editorialMauricio Arcila Arango Daniel José Acevedo Ana María Bustamante Dante Vásquez Felipe López Diagramación Camilo Álvarez Restrepo Visita: Blog: http://revista-innombrable.blogspot.mx/ Facebook: https://www.facebook.com/RevistaInnombrable Escríbenos a: lo-innombrable@hotmail.com


Índice Prólogo Daniel José Acevedo (Colombia) • De la relación del artista con la ciudad

Poemática innombrable Diego Aristizábal (Colombia) • Los habitantes de ningún lugar Mary Carmen Castillo (México) • Primera Estiba Jalalpa o la reproducción de la desesperanza (fragmentos) Ramón Díaz (México) • Arrebol Carlos Noyola (México) • Cantar libelulas July Zapata (Colombia) • La polis Pedro Arturo Estrada (Colombia) • Fronteras invisibles María Camila Cano (Colombia) • Luna de los pobres Andrea Idarraga (Colombia) • Sin GPS Ana María Bustamante (Colombia) • Calle memoria

Manifiestos Víctor Raúl Jaramillo • Despierto desde tu grito (Carta abierta a Medellín) Antonio Acevedo Linares (Colombia) 1


• La ciudad como imaginación Oscar Barrera (México) • Viaje por la modernidad rara Michael Benítez (Colombia) • El ángel que protege los balones es el mismo que esconde las medias José Daniel Carabajal (Argentina) • Los jóvenes del ruido en las ciudades del silencio Raúl Adrián Huerta Rodríguez (México) • El puente del bosque

Poemática innombrable II Lohengrin Jaramillo (Colombia) • Armonías Felipe López • Sísifo Cristian “Cadáver” (Colombia) • Un bello recuerdo de tristeza • 500 pesos de amor Juan Manuel Islas Vargas (México) • La ciudad Juan Pablo Gómez (Colombia) • Donde habito Aleqs Garrigóz (México) • Recuerdo y deliberación Jorge Jaramillo Villarruel (México) • [A]Poema o En la ciudad hecha de basura July Gutiérrez (Colombia) • Ciudad fantasma Alexis Santiago (México) • Paseo nocturno Esther Eben-ezer Gil Hernández (México) • Linea frontera 2


Devenires prosaicos Esther Eben-ezer Gil Hernández (México) • Un hombre solitario Daniel José Acevedo (Colombia) • Asfalto Diana Carolina Gutiérrez (Colombia) • Dos monedas calientes • Imágenes Jael Bolla (Chile) • Un no-viaje Pablo Echavarría (Ecuador) • En el reino del correato Juan Akbal “Juan Diego Gutierréz Rojas” (Colombia) • El puente

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Prólogo Daniel José Acevedo (Comité Editorial Revista Innombrable) “De la relación del artista con la ciudad” “La ciudad la más importante obra del hombre lo reúne todo, y nada que se refiera al hombre le es ajeno”. (Walt Whitman) Hace poco me preguntaban cómo percibe la juventud, a través de su poética, un espacio urbano que en muchas ocasiones les es hostil o desconocido. Esa misma juventud que hoy está dividida y que en muchas veces se convierte en muertos vivientes, que caminan por las calles sin saber qué camino tomar, perdidos, ante la incertidumbre de lo real. Es esa misma juventud de la que hago parte y, tal vez, muchos poetas de los que participan en esta edición. Pienso que, irremediablemente, el arte se ha convertido en un mecanismo pasivo y activo de resistencia contra la difícil realidad (e irrealidad) de la urbe. Una realidad que habla, en el caso de la ciudad colombiana, de mendigos durmiendo en las esquinas bajo periódicos y de muertos abandonados a la intemperie devorados por gallinazos, verdaderos símbolos y representantes de nuestro escudo patrio. Una realidad que habla de una generación perdida tentada por las galas del narcotráfico y el sicariato y que le rezan a la virgen del Carmen para disparar a matar. Una realidad que habla de niñas con minifaldas que venden su cuerpo como si fuera un chicle que se mastica y luego se tira a la basura. Una realidad que habla de una sociedad marcada por la violencia, la venganza y el odio desde hace ya 200 años, desde que se creó esta pseudo república unida por endebles hilos de cristal. Y supongo que puedo encontrar, allá en el fondo de la niebla y la multitud, un mimo que persigue a un transeúnte y le muestra, a través de un espejo-efigie, parte de su propio abismo, de su propia miseria, que se delata en cada paso que da. No dudo que muchas de las situaciones descritas son parte también de muchas metrópolis latinoamericanas. Por eso, la pregunta que subyace en el fondo es: ¿Quién no se ha perdido alguna vez, en medio de tanto artificio, tanto cemento, tanto ruido? Y más importante aún: ¿Qué es este espacio en el que habitamos y nos desplazamos nuestros cuerpos todos los días? Solo hay alguien que, pienso, está muy cerca de responder la pregunta. Y por ello es pertinente decir que, hoy más que nunca, se necesita la labor del artista, quien es capaz de construir nuevas formas de percepción del espacio y de la ciudad, formas de percepción que unen, por algunos momentos, ética y estética para denunciar los abismos inherentes del teatro urbano. Por ello el artista se convierte hoy en un arlequín, un navegante de las calles, un visionario que puede ver las superficies de la infamia. El artista percibe aquella extraña danza que se da en las calles, sus giros siniestros, sus máscaras y sus ríos de sangre. Como una suerte de optómetras, los artistas tienen en sus manos poderosas herramientas para crear lentes, desafiar las formas de percepción. El arte crea nuevas y diferentes formas de percibir un mismo acontecimiento, sea cotidiano o ajeno, dibujarlo con un nuevo color. La metáfora y la metonimia hacen ligeros desplazamientos, transforman un fusil en una guitarra, un machete en un poema o una pistola en un pincel. En este sentido, el artista es capaz de hacer visualizar en su obra lo que los demás no quieren escuchar, no quieren oír, no quieren ver. Lo que en nuestro proyecto de revista hemos llamado lo innombrable, aquello que se queda en la garganta y muchas veces, en un discurso no podemos articular. Nietzsche pensaba en el arte como una 4


gran mentira. Una gran mentira que sin embargo contiene verdades que sólo pocos son capaces de dilucidar. Verdades que hablan de nuestra historia, de nuestro instinto y de nuestra cultura. Estas verdades están allí en cualquier manifestación artística, desde el más asombroso grafiti hasta la más ligera canción de rap. A través del arte los jóvenes devienen, se convierten en otra cosa, dejan de ser simples actores y peones de la urbe y se convierten en demiurgos, videntes y arlequines que buscan impulsar una nueva visión de los acontecimientos, una nueva forma de sentir tristeza, alegría o dolor. De alguna forma entran en el espacio de lo sagrado (y lo profano), donde se cruzan besos y balas, donde germinan orquídeas y sueños, donde enormes columnas sostienen un cielo de un rojo intenso y desolador. Los jóvenes se vuelven creadores y es en su creación donde logran manifestar sus sueños, sus miedos, sus emociones, todo lo que la sociedad les obliga a callar. Los edificios y las calles se expanden por los cuerpos y las letras, y algo empieza a crecer. Ciudades que germinan, ciudades que se sacuden, ciudades astrales, ciudades que deliran, ciudades que matan, ciudades que fornican, ciudades de abismos, ciudades de corazones rotos. El olvido vuela libre con el viento y la lluvia limpia la inmundicia. El resto se va por el alcantarillado y por las grietas del asfalto. Pero aquí quedan algunos que recogen esas sobras y las lanzan al aire, para que forjen un canto de resistencia, para que le caigan como un escupitajo en la cara de aquel transeúnte que pretende ignorar la realidad de su entorno, la selva que habita. Así, lo que se crea es un nuevo tipo de sensibilidad frente a la vida, frente al espacio, frente al diario acontecer. Las creaciones del artista irremediablemente inciden en su percepción de lo cotidiano y de las irrupciones que rompen con esa normalidad; quiebres marcados por la violencia y la falta de oportunidades. El arte crea una nueva conciencia e invita a la reflexión, a la crítica, a valorar las pequeñas cosas como el abrazo de un amigo, un avión de papel en la oficina, un niño que se balancea en un columpio, un beso inesperado o una copa de guaro un viernes al anochecer. Pero al mismo tiempo que nos invita a valorar, nos invita a maldecir. A putear contra el sentido común y la estupidez, aquella pandemia que hoy se expande de manera alarmante. También luchar contra la insensatez de nuestra clase dirigente, contra aquellas máscaras y superficies de las cuales el artista es consciente y que se ven todos los días bajo la bruma de la ciudad. Las opiniones triviales, los lugares comunes, el tautológico discurso del colombiano (y, tal vez, el latinoamericano) promedio son motivos de burla. El artista percibe este discurso como lo que es, sólo palabras vacías que caen en un abismo: el abismo de la ambigüedad, la duda, el miedo, el auto-engaño y la frustración. El arte se convierte en Resistencia, una que se escribe con finas letras y que algunos tararean en la oscuridad. Los nuevos artistas que salen de los barrios marginales han decidido rebelarse contra su cotidianidad, han decidido crear espacios de diálogo, de tolerancia, de amistad. Los une la música, el teatro y la poesía. Los une un sentimiento, una visión, una creación. La ciudad y el espacio se resignifican, adquieren un nuevo sentido en sus obras. Se reescribe la experiencia y las anécdotas barriales. Se reescriben los sueños y los deseos de un cambio o la frustración de un “no”. Y de eso se trata, ángeles caídos de la semántica, navegantes de las calles nocturnas, los artistas sufren en mayor medida. Su dolor, sus lágrimas se impregnan en textos, instrumentos y pinturas. Es necesario que escape. Es necesario sacarlo de ese cuerpo, sudarlo, extraerlo, que se vaya por las alcantarillas. Dejar que los sentidos se desarticulen, no reprimirlo, llevarlo a un cuerpo sin órganos: a la escritura, a la música, a un lugar donde viva independiente, donde tenga su propia entidad. El arte crea comunidad, crea espacios de conversación, de debate y los jóvenes se integran, porque quieren construir, porque quieren crear.

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Por ello, hoy es más que pertinente reflexionar sobre cómo el arte incide en la ciudad, transforma el espacio y crea una relación con él. Relaciones que implican procesos de territorialización y desterritorialización, como pensaba Deleuze. El poeta se apropia del espacio, le da forma, lo deja y lo transforma, le asigna un nuevo sentido. Nos hace ser conscientes de él: de sus avenidas, de sus parques, de sus enormes edificaciones y, sobre todo, del caudal humano que fluye todos los días a través de sus calles. Por ello propusimos una nueva edición con esta temática, donde los poetas puedan construir, en vez de muros de cemento o de balas que nos separen y nos distancien cada vez más, muros poéticos que nos junten y nos permitan converger en la diferencia, percibir al entorno y al otro como un acto necesario para construir una nueva realidad. Muros que se derritan con un gesto y que estén formados del delirio y la explosión del lenguaje. El artista hoy crea mitos, crea sueños, crea nuevas lecturas de la realidad. Es una hoja que cae de un árbol y que quiere seguir siendo empujada por el viento para nunca terminar de bailar y zarandearse. Es alguien que se eleva sobre la multitud, no porque sea más alto, de hecho puede ser pequeño o diminuto, sino porque ha aprendido a volar. Disfruta cada momento, cada minuto, cada segundo embriagándose de poesía y música, juega cartas con la muerte y su estirpe, se burla de sus muecas y su deficiente seguro dental. El artista explota y organiza el caos, le da forma, lo somete. Hace desplazamientos, crea nuevas realidades, surfea con metonimias en el cielo y naufraga en una metáfora o en el cuerpo de una mujer. Se baña en ríos de vodka o guaro, siente el doble, siente sed. Tiene sed de palabras, sed de silencios, líquido que transforma en arcilla para construir su universo, su castillo de colores, que puede devenir poema o canción. Un castillo enorme que se vislumbra encima de la montaña verde, rodeado de palma areca, casitas de ladrillo y calles que se pierden subiendo hacia el cielo en la inmensidad. La ciudad es el escenario, no queda más que se abra el telón.

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PoĂŠmatica Innombrable

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Diego Aristizábal (Colombia) Los habitantes de ningún lugar I Su rostro destila un brillo que se opaca cuando las cabezas se mueven diciendo “¡no!” Sienta sus pensamientos en la esquina y apila sus deseos contando sus monedas. No oculta su llaga. El dolor es lo único que le queda; lo único que lo hace sentir vivo. Dolor y deseos quebrados. Y se siguen moviendo negativamente las cabezas entumecidas. Sigue sin una comida o una bebida para que su llaga se elimine y camine con un brillo diferente: con la frente en alto. II Tiene una choza en su cabello y se calienta con los escapes de los automóviles. Anda con un costal rojo lleno de cristales que debe mantener intactos. (a diferencia de su vida hecha pedazos) Tiene una sonrisa de perlas corruptas por el mar de despojos de narcotráfico. Sus recuerdos son tremulosos y golpean con olas de carros y pipas de aluminio. Sus pies, descalzos y heridos dejan una huella invisible en el concreto hirviendo. Huellas que sólo ven ciertos poetas…

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III Lleva consigo un gladio miniatura, pociones de magia negra y un profundo vacío metafísico. Desnuda mujeres con su imprudente voz, Estridente y licenciosa hasta el cansancio de Apolo. Escondido en las rotondas urbanas, Hace colapsar su logos. Sale en búsqueda de augurios En los bolsillos de los demás. Sale esperando calmar su tedio. Un día, uno de ellos salió. Encontró al poeta a quien hirió profundamente al robarse su alma hecha versos. Al robarse los versos que retrataban ese, su mismo tedio. IV Movimientos difíciles de poetizar: sus miradas se diluyen en todo; sus músculos se mueven como tentáculos de pulpos esquizofrénicos. Sus gestos acentúan el desespero. Todo y nada le sucede: hurga las canecas buscando bocados trasnochados, y golpea el inocente recipiente al no encontrar nada. Tuerce sus dedos, acerca la pipa a su boca. Coge sus cajas y camina generando en la gentuza insensible Recelo y zozobra. El poeta se pregunta: ¿Qué soñaran, qué sentirán, esos pasajeros errantes? ¿Cómo serán las noches suyas, cuando sólo las esquinas hablan un idioma frío? 9


V La carita de la pequeña indígena no deja asomar ni un solo indicio de felicidad. Bajo el sol infernal y el calor que se acumula, su mística frunce el entrecejo extrañada. Habla con su familia en un dialecto tan bello como las más bellas piezas musicales. Seguramente se quejará del hambre; de que la luz de noche no viene de la hoguera familiar; de la ausencia de colores en el hirviente hormigón seco; del olor a orquídeas y bromelias en la selva húmeda. Seguramente sigue pidiendo la razón por la cual el abuelo fue muerto por un hombre blanco con un bastón de fuego, o siga añorando las fábulas de su tribu que felizmente contaba el cacique: Ese hombre alto y con cara color cacao Que contaba cómo el jaguar terminó siendo amigo del oso, O recordaba tantos juegos con sus amiguitos tanta coladera de imaginación… Y el río, y la ceiba y las guacamayas color sol. El poeta inmortaliza sus miradas de desdén En un país sin memoria y con sangre…

Mary Carmen Castillo (México) Primera Estiba Jalalpa o La reproducción de la desesperanza (Fragmentos) ••• Me convertí en un incendio forestal de esos que –dicen-fueron provocados… Tal vez sí arrojé algunos //miles// de cigarros encendidos 10


quizá dejé algunas //todas// mis fogatas de mi niñez en Meztitla ardiendo y es posible, sí, que ande siempre enamorada. ••••• ••••• Tiene que estar roto es así no puede ser de otro modo su lenguaje sonido sibilante rampante vocalizado pequeños cantores de barrio dicen sus palabras rotas o huecas o quebradas o pulidas o tuneadas o lascivas o atascadas o ensangrentadas o con risas pero rotas // eso se sabe. ••••• ••••• • El Amor conoce estas calles no es delicado ni bello sino duro seco descalzo y sin casa vive en la indigencia y tiene el cuerpo cubierto de costras que se arranca y se mete distraído en la boca para masticarlas mientras elige a sus presas de entre los cuerpos excitados que bailan en las fiestas.

Ramón Díaz (México) Arrebol Hemorragia etérea

a las seis de la mañana, parto entre montañas, astro naciente. Cuerpos a contraluz, sombras durmientes, cantos somnolientos que emprenden vuelo. 11


Carlos Noyola (México) Cantar libélulas Subo los jarrones para escapar de mi memoria. Desde allá veo a mis hermanas brincan encimándose para alcanzar libélulas que se congelaron cuando pensaban en ser aquenios. La tía llamó e intenté correr pero mis hermanas decidieron construir pirámides sobre mi cuerpo. No siento los dedos, dijo una de ellas y volteé a mirar por la ventana el vals de dieciséis que pronto se convirtió en canto de risas y libélulas. Mis hermanas repetían que no las encontraban y entonces entendí lo que vi cuando dijeron: las libélulas no están se han ido o se las llevaron.

Judy Zapata (Colombia) La polis ¡A mil, a mil! Canje de sueños por supervivencia Piiiii piiiii Miradas afanadas Humo, volantes, humo Esperanza y antifaces que danzan Personas que atraviesan las calles Personas que dejan fantasmas tras de sí 12


Lucecitas de colores ahogándose dentro de las personas Compren, compren sus imágenes Santos, santos ¿Y los milagros? Publicidad carroñera ¡Estamos en la jaula! ¿Quién nos devolverá los sueños? Rostros, rostros que esperan Algo se revela en ellos Algo que se aloja adentro, en los intestinos Algo que queremos sacar pero se disuelve En el tiempo y en los ideales abandonados en él ¡Nos vendimos, nos vendimos! Tenemos que correr para que no nos manoseen las bendiciones mal dadas Muy rápido y atravesar la madrugada, las botellas medio vacías Trance, fiesta, trance Fijarse de no dejar por ahí el alma Porque se la pueden empeñar por un humito azul O por una vela para prenderle a la virgencita Fijarse de no caerse en estos huecos Oscuros y con espejos Porque escavan y miran con recelo nuestros rostros internos Mientras la ciudad abre sus ojos Sus millones de ojos que titilan y nos hablan En las madrugadas, cuando la desesperación se mete En el sueño de la gente y en el insomnio de los locos Y los ojos son esas luces que nos hacen creer que estamos muriendo Ah, la polis Máquina perforadora de sueños Vendedora de falsas ilusiones Tu manto de cemento está rezado Quítanos este amarre de excesiva cotidianidad Y abandónanos en tu embaucadora belleza

Pedro Arturo Estrada (Colombia) Fronteras invisibles Aunque tememos el regreso del fuego no cerramos las puertas a la música. 13


Para que no crezca el hedor de la muerte entre muros, no olvidamos la lluvia. Comprar la leche y los huevos en la tienda, no mirar a los ojos cuando pasamos por la esquina. Sacar al perro en las mañanas bajo un sol desconfiado cuando todo está en calma aparente. No podemos dejar que se esconda el cielo de los sábados sin ver las muchachas sentadas en la acera. Descorrer las cortinas, soltar las manos y caminar un poco regresando despacio. —Qué importan los ojos en los ojos.

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María Camila Cano (Colombia) Luna de los pobres La luna de los pobres no quiere dormir, no quiere vacaciones siempre está feliz. Ella siempre va sonriendo mientras observa sus techitos porque todo lo terrenal de los pobres se ve muy chiquito. Son chiquitas sus casitas, sus ventanitas y puertitas, chiquiticas sus camitas, sus cobijitas y almohaditas. Pero para la luna todo esto se ve igual, porque desde allá arriba minúsculo todo está. Todo lo material. La luna de los pobres no quiere dormir, no quiere vacaciones, siempre está feliz. Porque observa sus rostros inclinados hacia arriba, dedos y deditos señalándola, 15


y diciendo ¡sí que está bonita! Ella danza al ritmo de la noche muy brillante, muy elegante en medio de numerosos luceros, en medio del firmamento. Brindándoles dicha a los niños cuando asomados por la ventana del auto preguntándose están, ¿ella me logrará alcanzar? Para otros, como a mí me ocurrió la pregunta era inversa y personalmente más satisfactoria: ¿algún día podré alcanzarla yo? La luna de los pobres no quiere dormir, no quiere vacaciones, siempre está feliz. Aunque no pueda bajar de allí físicamente a darnos respuestas, en nuestros pensamientos, en mis letras está muy, muy cerca. Y es eso, las sonrisas, el gozo lo que ella procura para él que le mira, dejar una apropiada herencia antes de que se “desaparezca”. Antes de que acabemos con ella, 16


con su luz en las noches de soledad, por no cuidar a todo el planeta y porque unos no la desean recordar. Ya la han olvidado aquellos, esos de los billetes de muchos ceros que se la pasan con la cabeza a gachas mirando carteras de cuero forradas. La luna de los pobres no quiere dormir, no quiere vacaciones, siempre está feliz.

Andrea Idarraga (Colombia) Sin GPS Un kiosko abierto con letrerito titilante en rojo para comprar cigarrillos que ya no me fumo una ambulancia ya apagó su sirena y ahora funciona como carro mortuorio transporta el silencio de la muerte recorrer mi Callao y Corrientes en Buenos Aires me trae la Séptima con Jiménez en Bogotá y la Ochenta con San Juan en Medellín se atraviesan árboles sin hojas desnudos por mudar de piel en otoños viejos que no estacionan en el trópico al lado un árbol flacuchento con flores chiquiticas cuando la vida renace con la primavera y yo sintiéndome cada vez más invernal esquinas redondeadas a las que no les puedo encontrar el lado 17


barrios que reconozco y ya no sé dónde quedan un sol tibio me seca las lágrimas mientras el caballo triunfante de Plaza Italia muestra su mejor detrás calles de abrazos de adiós amores que ya no están en sevillas medellines buenos aires bogotás un hombre anciano camina con bastón sombrero y saco azul y yo no quiero llegar a vieja ni usar bastón ni sombrero ni pañal ringtone de Juanes suena dos sillas atrás y yo no sé si sigo en Colombia o estoy acá o dónde es allá un camión de mudanzas mudanzas que intento aplazar maletas que quiero empacar despedidas que no quiero dar viajes de regreso que no sé a dónde van

Ana María Bustamante (Colombia) Calle memoria Yo crecí entre las lomas y el bullicio. Conozco esas calles como el camino de las venas que atraviesan mis hemisferios. No elegí crecer en ese barrio encendido pero he amado cada esquina desde que tengo memoria. No era de nadie cuando llegaron ellos, los que venían del campo con los sueños y los pies descalzos a querer vivir la ciudad sin que la ciudad quisiera. 18


De niña pensaba que las calles empinadas conducían al cielo. Me enamoré de las cometas enredadas en los alambrados, de los niños jugando sin camisa en la calle, del mango con sal afuera de la escuela. Me enamoré de las tardes con los rayos de sol acariciando las terrazas cuando vivir la ciudad era ese viento de la tarde atiborrado de sueños. Yo no elegí esas calles empinadas llenas de voces y de perros ladrando a su sombra, pero he amado cada uno de sus dolores.

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Manifiestos

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Víctor Raúl Jaramillo (Colombia) Despierto desde tu grito (carta abierta a Medellín) Para mi familia y mis amigos Siempre te he tenido miedo a pesar de mi fuerza, de mi atrevimiento, mi soñada Medellín: he ido donde tus maestros y robado su sabiduría y dado un paso adelante, pero con el convencimiento de que tus ojos me siguen y tus oídos perciben hasta mi último y más simado temblor; sólo escuchan atentos cuando se trata de fechorías, cuando se ve productivo el negocio, el momento en que se hace trastabillar la solidaridad. Es lo enseñado por ti, mi ciudad oblicua. Al temerte me temo e identifico mi enfermedad viva y terrible, dadora de una mirada perpleja sobre tu realidad que me impide la profunda lucidez, la tranquilidad de mi pensar: un solo zumbido, un mínimo susurro y entro en el desvarío; desatino entre esto y aquello por lo que se ha confundido mi sensibilidad: tu desprecio del diferente, tu gana de discordia, tu desdeñoso asiento desde donde petrificas los ánimos y exiges obediencia a tu ley, a tu desmesura; tu balacera que oprime, anula y borra por dos o tres pesos los cantos de las generaciones; tu rezo canoso y enardecido que, después de todo, sólo cumplirá los designios de una conquista merdosa y apocalíptica. No sé, quizá me estoy dañando a mí mismo y sea yo el que hace de tu respiración una oleada de sangre y desesperación, en el ir y venir de lo limpio a lo puerco, de la sagrado a lo demoníaco, de la luz a la sombra y al contrario que es lo mismo; porque esto que te realzo es por lo que estoy enfermo. Pero te quiero amar como eres y, tal vez, eso sea lo justo para una locura que no se comprende y se encuentra en el vaivén de un fruto que también comerán los hombres cuando, quizá, queden días por vivir vívidamente. Si es que los dejas. Sabes que no puedo estar solo aunque lo quisiera, aunque fuese una obligación, como si evidenciara la única necesidad. Nunca lo he podido hacer. Requiero tu compañía, tu aceptación, un afecto que, en los momentos difíciles, creo perdidos y convierto en ataque. Ah, la culpa, el hacernos sentir pecadores aún, tu cristianismo carroñero que igual mató y sigue matando a su dios; que lo devoró para poder hacerlo suyo: tu doctrina nefasta y hambrienta, negadora de lo natural, de lo palpitante y del clamor que dejas de lado a costa de una felicidad que es ser libre y auténtica: cuando te ciegas y destruyes, cuando vendes tu más íntimo delirio con una violencia fratricida bañando de sangre tu piel llena de cal, de infancia adolorida vuelta andrajo y turbación, te grito: ¡te hiciste necia! ¡Quítate el antifaz! No obstante, siento que te he defraudado. Al despertar siento cierto temor por lo sucedido, no sólo con el evento en que quise morir un poco; también por el pasado donde me hube comportado a la manera de un predicador que se agita visionando un sol insolente con su pulso luminoso y, al mismo tiempo, como asesino de tus más ocultas disposiciones para la grandeza. 21


Es que lo mostrado por tu deseo de subir la montaña, esconde lo más monstruoso, lo más reptílico, la mayor podredumbre: querer la trampa, llorar el dinero, anunciar el poder; ofuscar la quietud de tus hijos sedientos e inanes para dirigirte ponzoñosa, nociva, insana con y sobre ellos, y dañarles el corazón con el falso camino del éxito, de la fama, de la riqueza. Has obviado el fracaso y la derrota, y nos privas de aprender a enfrentarlos. Nos enseñas como escalar sobre los demás y, una vez arriba, tirar pestes sobre sus viviendas; nos conduces al límite de tu absurda carrera y nos enrostras nuestras debilidades, nuestras falencias, nuestras equivocaciones y nos juzgas por ellas como si no fuésemos libres sino para ganar, para coronarnos en el triunfo. Sí, Medellín: eres una contradictoria, una farsante, una loca de atar: piensas lo más profundo y por eso amas la vida más viva, pero elevas la contienda, la competición, la muerte del próximo y eso te hace una madre que sólo cosecha tumbas; una madre que, con brusquedad, obliga a la obstinación, a la manía, a la intransigente mentalidad de que tus hijos deben ser los mejores, los más pujantes, los más engreídos, acumulando al fin y al cabo. Los amas por lo que tienen y no por lo que son, mi desvergonzada Medellín: tú que no das puntada sin dedal, tú que eres una diosa en pañales, mi pequeña putica. Yo te quiero, pero te acuso de odiar a tus pobres, de no tener en cuenta a los ciegos, a los sordos, a los mendigos; enalteces la limosna porque no has aprendido a regalar; dejas para tus excluidos las sobras cuando algo dejas; olvidas tus muertos y niegas tu mano asesina; untas de droga el olfato y los jóvenes se vuelven ratas; en fin, eres un niña del espectáculo, quieres que te mime el tío dólar. Admiro tu perseverancia, tu voluntad de permanencia, tu movimiento creador, pero deploro tu guerra y tu doctrina, su círculo y su bullicio: ¡quítate el antifaz! Deja ver tu rostro profano y lleno de lepra. No me vengas con palmaditas a la espalda, no me mires con pesar para conciliar tu traición. Estoy inquieto, tus hijos están inquietos, toda la familia está inquieta: no permitas que se hunda. Al menos enséñale cómo hundirse con altura, tú, mi querida madre, mi Medellín hipócrita: tú, animalito doméstico, bestiecita que sabe a quién morder: ¡quítate el antifaz! San Javier, 2 de abril de 2015

Antonio Acevedo Linares (Colombia) La ciudad como imaginación “La ciudad” La ciudad estremecida 22


bajo la lluvia como tu cuerpo bajo mi mano la dulce y violenta capital de la poesía y el crimen donde se dan los poetas como las orquídeas y te habita con sus dolorosas o enternecidas calles bajo los árboles la que miras desde tu ventana bajo un cielo eléctricamente azul y que llevas de la mano del amor en donde reposan los huesos del tiempo en los cementerios bajo las hojas podridas del otoño. La ciudad es lo que llevamos por dentro en cada uno de nosotros. La ciudad es el escenario y el imaginario por excelencia de la literatura moderna. Como es sabido, Walter Benjamín en su libro Poesía y Capitalismo, señala de como París se hace por primera vez tema de la poesía. Desde las Flores del mal de Charles Baudelaire, la ciudad se convierte en imaginario y escenario de la poesía, porque la ciudad es la representación de la civilización. Unamuno señalaba que es “la civilización en su estricto sentido, en el sentido de hacer a un pueblo civil, ciudadano, dotado de espíritu de ciudad”. Un poeta canta así la ciudad:

Antes que piedra y que madera y hierro

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la ciudad era espíritu. La poesía lírica urbana es de raíz baudeleriana:

Sueño con una ciudad de tejas rojas donde una mujer sola como yo sueña. cantaba otro poeta. La primera ciudad que cantan los poetas en la poesía moderna, es la ciudad marginal, subterránea donde el poeta se identifica con los alcohólicos, los ladrones, los anarquistas o las prostitutas, para luego cantar la ciudad deshumanizada, la de las multitudes, el miedo y el ruido. Es célebre el libro Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, donde la ciudad es el hábitat natural del hombre moderno, que canta en medio de la bohemia, que no es otra cosa que una forma de vida intelectual de la ciudad moderna. Roland Barthes señalaba que son los poetas los que en la tradición literaria han dejado más datos necesarios para sus investigaciones que los geógrafos 1.La ciudad cantada por la poesía o narrada por la novela, es la ciudad que registra la vida cotidiana del hombre, sus sueños, sus muertes y sus desarraigos: “Al aire libre” Al aire libre esta ciudad del mundo amanece con sus árboles llovidos y sus despiadados suicidas en la página roja con sus tristes golondrinas del verano que revolotean al sol y sus niños que duermen a papel periódico a las puertas de los bancos con su cielo abierto como mar y sus crímenes pasionales en sombrías habitaciones. Al aire libre esta ciudad del mundo amanece con sus ascos, sus amores y sus vientos. La poesía de la ciudad antigua donde se canta su fundación, sus héroes, sus murallas y sus maravillas 1 - Citado por José Ángel Silleruelo. El poeta en la ciudad. Pág. web, 2003.

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no es la heredera de la poesía baudeleriana. Al poeta moderno le interesa más la ciudad íntima, clandestina, la ciudad de la vivencia urbana, narrar los episodios urbanos donde las imágenes son los amantes, los niños o los vagabundos2. La ciudad que a veces se reconoce en los poetas; Alejandría y Cavafis. Lisboa y Pessoa, Borges y Buenos Aires, fue imaginada por la novela y la poesía como una construcción del lenguaje que la crea. La ciudad es una construcción de la imaginación en la tradición literaria. Una ficción del poeta o el novelista, pero no por eso es menos real, en comparación con la ciudad que existe, que a veces puede ser mucho más real que la ciudad que está en la calle, porque la ciudad que existe en los libros, es menos dura o violenta. La ciudad es la infancia del poeta, porque en el lenguaje permanece la imagen o el imaginario de la ciudad. La ciudad de las cigarras para el poeta de comienzos del siglo XX es la ciudad del smog, para el poeta de comienzos del siglo XXI. La sensibilidad es histórica, las ciudades cambian, se transforman pero permanecen en el lenguaje, como el poeta o el novelista las vivieron, las soñaron, las recrearon o las imaginaron. La ciudad como imaginación y escenario que se construye palabra a palabra como ladrillo sobre ladrillo.

“El poeta y la ciudad”

El poeta como los buitres escarba en la carroña de las palabras. Con bufanda al cuello blue jeans y zapatos de gamuza sale a aspirar la ciudad por los poros y a retratarla con la memoria y llevarla en el corazón como la herida de un viejo amor 2 - Ibíd 25


o una cicatriz de arma blanca y mira los árboles y las palomas al vuelo de la tarde que le recuerdan escribir un poema bajo la lluvia porque es un solitario enamorado hasta de la caída de las hojas de los árboles y un eterno sentimental cuando ve los caballos pastando en la hierba y lleva como una flor en el ojal la ternura que trabaja a diario como una caja de herramientas de electricista fuma a deshora y entre la multitud se adentra en el corazón de la ciudad. La poesía urbana es como la imagen cinematográfica, donde la vida urbana se parece más a la vida real. Estanislao Zuleta señalaba en una entrevista sobre ciudad y literatura, como la ciudad es una forma de vida inevitable y cuenta que cuando Hegel estuvo en París, le escribía cartas a su esposa en la que se mostraba aterrado por el sentido de impersonalidad que se genera en la ciudad por las multitudes, se sentía mal estar en medio de la gente que camina para todos lados y que él no sabe quién es y, cuenta 26


además, de cómo Engels, en un estudio sobre la clase obrera en Inglaterra, describe a Londres donde se siente aterrado de cómo puede estar junta tanta gente que no se conoce. En el mundo griego, señala Zuleta, la ciudad era una entidad ética. La ciudad era algo que pertenecía al individuo y el individuo pertenecía a la ciudad. Para el hombre moderno la ciudad no es una entidad ética, es un refugio, una situación, un hecho porque en la ciudad moderna nadie sabe quién es. Para los griegos la ciudad era una referencia de identidad. Vivimos en las ciudades pero no nos reconocemos en ellas, ni tenemos sentido de pertenencia. La ciudad significa una pérdida de la identidad, una disolución en la masa, en la circulación, en el anonimato de los apartamentos. En la ciudad uno pierde la identidad, se olvida de quien es, en síntesis, no es de allí3. La novela y la poesía moderna narran el dolor de existir, pero también la maravilla de estar vivos en la ciudad.

Oscar Barrera (México) Viaje por la modernidad rara Estoy hasta la madre de lo mismo, de ir al mismo lugar todos los días: casa, trabajo, casa. Formula dialéctica de mi encierro libertario. Modernidad absoluta. Ruptura ante lo antiguo, tradicional y obsoleto que necesito. Libertad citadina del deseo. Límite, barrera, para conseguirlo, lograrlo, si quiera pensar en merecerlo. Trabajo, trabajo, trabajo… infinito. Ella, con quien vivo, está aún más jodida. Su fórmula: casa, casa, casa. Súmale los niños. Su encierro moderno es todavía más cabrón, porque su citadina frustración es exponencial y su producto: un naufragio elevado a la “n” potencia. Ellos, los pequeños, condenados a la libertad… del mercado. Mercancías. Cosas. Solo fuerza de trabajo, de esa que leía del viejo Marx. No hay nada para nosotros; no hay nada, ni habrá nada para ellos. Futuros obreros, espero que calificados… perdón: competentes; con algún grado universitario, el cual les sirva un poco más que el solo hecho de colgarlo en una sala. Espero que sean jóvenes que defiendan sus cadenas, digo… sus derechos, como aquel que defiende una educación enajenante, técnica, inhumana… perdón de nuevo: (ando muy falto de sentido) humana, muy humana, demasiado humana. Quizá obliguen a ser libres a los demás. Quizá ellos sean los obligados. La ciudad, lugar en que la vida progresa, ha hecho que me progrese la diabetes, la hipertensión, la sordera, el alcoholismo, mi consumo de drogas, la ansiedad y la depresión. Me he salvado del VIHSida, del Sidral, como le llamamos, porque no soporto los callos de mi mano, justiciera ante la negativa erótica de quien lava, plancha, cocina… y siempre se corre el riesgo de asumir que “en época de guerra, cualquier hoyo es trinchera”. De otro progreso no conozco. Sigo igual de madreado, jodido, bruja. La mitad de mi salario se me va en puros pinches pasajes, como la mitad de mi vida en el microbús y el metro. Creer. Ya no hay en que creer. Dios es para los ricos, quizá por eso lo tienen acaparado a los que sí les hace favores. San Juditas, pues, le pido y le pido, pero no me ha cumplido. Mi Flaca, mi Niña blanca, me ha abandonado. Chance esta celosa, no le he puesto su cigarro, ni su manzana: es que están bien 3 - Conversaciones con Estanislao Zuleta. Fundación Estanislao Zuleta .Cali, 1997. La ciudad del encuentro y la aventura. Entrevista, Medellín, 1982.

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pinches caras. La ciudad, mía para trabajar en ella. La ciudad, de unos cuantos para gozarla. Seguiré con mi libertad para comer tacos de suadero (ahora de $8 pesos, antes de $5); comprando mi ropa en el tianguis; y juntando para celebrar los 15 años de mi hija con un buen sonido, no La Changa, ni el Cóndor, pero uno que toque rolas chidas; apiñando una lana para el mole, los pomos, porque de lo demás buscaré padrinazgo. Pero ni modo de pedir padrinos para que paguen a los policías por permitirme cerrar la calle donde será el vals. Los de lana, compran sus ropas… no sé ni dónde. Tampoco me imagino dónde comen, dónde celebran, cuánto les cobran sus putas. No me imagino ni madres de ellos, pero me caen gordos los culeros. La ciudad, el único lugar de encierro donde me siento libre. El único lugar donde puedo soñar, gratis, no sólo en mi catre, sino en las dos horas y media de trayecto a mi esclavitud moderna.

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Michael Benítez (Colombia) El ángel que protege los balones es el mismo que esconde las medias El balón pasa ileso por debajo del carro, protegido por algún ángel mueco. El día está caliente, metido en una licuadora negra. La gente se reúne los días como hoy en el parque y mira desde las tribunas partidos de micro fútbol, mientras enfría sus cuerpos con bonices de guanábana o de mango. Yo no sé de dónde sacarán esos nombres con que bautizan sus equipos: Los troncos del balón, La uchuva mecánica… Queda demostrado que los colombianos tienen la imaginación muy amplia, aunque sólo se haga evidente a la hora de ponerle nombres a sus equipos de micro fútbol o ingeniarse nuevo métodos de tortura en las festivas y cotidianas masacres. Yo, por mi parte, deseo olvidar de todo un poco y comulgar con el aire con bonice de mandarina. Entonces uno se sienta, escucha gritos, háganle, duro con esos hijueputas, y se asfixia con esos cuerpos aburridos de domingo por la tarde. No hay nada interesante, excepto que no llueve, ni agua ni goles, ni mierda. El domingo agoniza con resaca la semana, padece y se queja por no poder morirse para siempre. Somos poca cosa en la cárcel de los almanaques. El aburrimiento, no miento, no mata sino mutila. Abro los ojos y veo como la cancha suda por sus abiertos poros de cemento. Nada interesante, ni un pájaro que hable, ni un suicidio en los periódicos… el suicidio –—pienso— es como hacerle un autogol a la vida. Las caras son muy repetidas, parecen imágenes de billetes falsos (¿pero, acaso, hay billetes que no lo sean?)… El gol no es ningún orgasmo, o sí pero masturbándose en canchas con las uñas sucias… El partido termina, el ángel mueco se masturba con su aureola. Suena el disparo de una bala que no quiero que me encuentre o el balón debajo de algún carro.

José Daniel Carabajal (Argentina) Los jóvenes del ruido en las ciudades del silencio “Un paseo por la ciudad” Paseando por las calles podemos encontrarnos con jóvenes, y algunos no tan jóvenes, escuchando música en MP3, hablando por teléfonos celulares, y todo lo que la moderna tecnología permita. Nuestros jóvenes de hoy han dado muestra de no saber contralar sus impulsos, esto probablemente se debe a que no son capaces de mediar entre el estímulo y la respuesta (característica de la sociedad posmoderna, el consumismo), por tanto, todo impulso debe ser inmediatamente atendido, no puede haber ningún espacio vacío en la vida del joven. Preguntémonos ¿es demasiado pedir una mediación temporo-espacial entre el acto de salir de nuestras casas, volver y seguir escuchando música o divirtiéndose? Este último punto nos remite a la cuestión del ruido, indefectiblemente nuestros jóvenes se caracterizan por ser ruidosos, y lo exteriorizan en automóviles equipados con estéreos que compiten cabeza a cabeza en potencia con los minicomponentes del hogar, también podemos comprobar esto en el afán de modificar motores de motos y autos para “sentir el ronroneo del motor”. Mención aparte merecen los llamados “boliches bailables” donde el sonido es elevado a decibeles que hacen prácticamente 29


imposibles la comunicación verbal dejando lugar solo al lenguaje corporal o gestual. Esta situación genera un vacío interno que se ve complementado con bebidas alcohólicas o sustancias alucinógenas, donde difícilmente tengan alguna cabida las ideas, el pensamiento, las preocupaciones por el otro, etcétera. La palabra diversión proviene etimológicamente del latín di-vertere, que significa volcado a otra cosa. A nuestra juventud le cuesta estar en unidad de pensamiento-acción. Siempre parecen estar con una dualidad ontológica que les impide disfrutar la plenitud de lo que realizan, quizá por eso no disfrutan ni viven sus obligaciones como algo dignificante, sino como algo que les impide llegar a su unidad deseada, la cual la encuentran únicamente en su propio deseo de estar a su libre albedrio. Probablemente sean estos los síntomas de una sociedad evasiva, donde la juventud trata de no tener vinculación con una realidad que le es adversa en muchos ámbitos, empezando por el hogar, siguiendo con el desempleo, el empleo precarizado o en condiciones poco dignas; quizá también trata de evadirse de una sociedad que le propone modelos exitosos que dejan afuera a los menos favorecidos e incluye solo a los que nacen con “ventajas comparativas”. Frente a esta dicotomía de los incluidos versus los excluidos del sistema, no queda otra que remitirnos a la teoría sistémica de Von Bertalanffy, acompañada desde lo político por Robert Dall, y David Easton, vemos como el sistema social recibe a nuestros jóvenes como inputs, los procesa en sus instituciones educativas, les da instrucciones que se supone les servirá cuando egresen como outputs, pero finalmente los lanza como desechos y no como productos terminados para cumplir una función, sino como restos de un proceso que los jóvenes no perciben como propio, porque no avizoran con claridad una sociedad estabilizada que les asigne una función y se sienten no funcionales cuando no disfuncionales. Esto nos lleva necesariamente a considerar el campo laboral en el que se desenvuelven nuestros jóvenes. Podríamos decir que es un campo complejo, donde podemos contemplar una gran variedad de actores según sea su experiencia y calificación. Es curioso ver cómo parece ser que al empleador no le interesa saber que puede hacer el empleado por él, sino que más bien le interesa saber que hizo por otro, (es el caso de un requisito excluyente, “la experiencia laboral”). En este sentido cobra más relevancia el hacer que el conocer, el arte por sobre el conocimiento. Quizá se pretenda los dos, pero quizás se prioriza el primero por sobre el segundo, nos preguntamos ¿no será esta una característica de nuestra cultura tradicionalista y añejada? Muy poco interesa el pensamiento sino la acción, pues si lo que importa es lo que se conozca, poco importaría lo hiciste para otro en otro lugar, como si fuera una garantía de tipo empírica. Se cuenta que un ciudadano estadounidense fue echado tres veces de diferentes trabajos por llegar tarde, claro esto era permitido por unas borracheras de la noche anterior. Sin embargo este ciudadano llego a ser presidente de los Estados Unidos de América. Su nombre era Franklin D. Roosevelt. Seguramente de haberse conocido ese pequeño detalle antes de las elecciones nadie hubiera dado ni un comino por él. Una vez más el empirismo tiene ciertas excepciones. Que un joven no tenga experiencia laboral no significa que no pueda hacer bien las cosas. De todas maneras nuestro incipiente mercado laboral no requiere demasiada especialización, ni una fuerte preparación. Salvo los que estudiaron algún tipo de carrera de las llamadas liberales o tradicionales, nos referimos a abogacía, medicina, contador público nacional y alguna de las ingenierías. Una muestra de la vigencia de esta idiosincrasia lo podemos constatar en las generaciones de familias que ejercen la misma profesión perpetuando una especie de marca registrada en esas 30


actividades. Lo cual les da un prestigio generacional y tradicional en cierta rama. Así podemos ver padres, hijos y hasta abuelos en una misma familia que son médicos, abogados, etcétera. Por el carácter tradicional de nuestra sociedad (relativa indiferenciación de tareas) a estos profesionales los podemos encontrar desempeñando todo tipo de funciones, incluso en los puestos donde uno menos podría imaginárselos, así podemos ver abogados ejerciendo como gerentes de todo tipo de empresas (¿y los licenciados en administración de empresas para cuándo?), ingenieros a cargo de todo tipo de direcciones y departamentos de la administración pública (¿y los licenciados en ciencia política, los sociólogos para cuándo?) ¿Será ese perverso miedo a lo desconocido lo que mueve a nuestros gobernantes a desconfiar de las carreras nuevas? Quizá porque están acostumbrados a que solo se ejecute sus directivas y no los gusta los asesores y técnicos especializados. La modernidad manda que se empleen cada vez más especialistas en las diversas ramas del saber. A estos descendientes de los legendarios brujos de aldea les llamaremos todologos, son especialistas en hacer todo como los viejos chamanes, solucionan todo ellos sin recurrir ni derivar a nadie con una ciencia especifica. Esta situación es una de las fases que nos ilustran la brecha abismal existente entre los postulados de la teoría del capital humano y el desempleo crónico de los jóvenes profesionales. Esta teoría tuvo su auge en las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado, embanderaba como principal hipótesis que a mayor capacitación, mayor probabilidad de inserción en el mercado laboral. La juventud tiene un futuro que se les promete para ellos, quizá lleguen a ver esa tierra prometida pero no entraran en ella por haber cometido el pecado de enseñar a los mayores a ser jóvenes. Lugar que los mayores nunca dejaran a los que realmente son herederos, porque ellos nunca querrán dejar de ser jóvenes o no quieran aceptar que su estrella ha brillado en otros tiempos. Me pregunto ¿Què fuego sagrado han robado nuestros jóvenes, a vaya uno a saber que dios, para merecer estar atados a la roca de la falta de esperanzas, mientras de día sus entrañas son devoradas por los buitres de las adicciones, la falta de oportunidades, y la delincuencia, que solo tendrá descanso durante la noche en sus sueños de ser hombres realizados en una sociedad para todos?

Raúl Adrián Huerta Rodríguez (México) El puente del bosque Hay un puente peatonal, apodado “el puente del bosque”, que atraviesa el Circuito Interior —antes Melchor Ocampo y, ahora, Circuito Bicentenario— y conecta Río Balsas, del lado de la colonia Cuauhtémoc, con Copérnico, en la Anzures, justo en la entrada del Hotel del Bosque. De ahí su imaginativo nombre. Una capa amarilla plastificada, que gradualmente se fue marchitando, lo recubría y lo protegía de la dura intemperie urbana. Pero con el peso de los años, los pasamanos fueron devorados por la oxidación y algunos escalones fueron mordisqueados por el tránsito de las pisadas, a tal extremo que había agujeros en las escaleras por donde un niño fácilmente podría caer. Por las noches, el puente era incluso más tétrico. De las dos farolas que aún funcionaban, una titilaba con una luz muy tenue, mientras que la otra crujía y chisporroteaba a borbotones. Era un verdadero riesgo atravesarlo de noche. La probabilidad de sufrir un accidente o salir quemado por las chispas de la 31


lámpara era muy alta, al igual que ser asaltado o, cuando menos, llevarse un susto por aquellos que se lo apropiaban como vivienda. Inclusive había los que recurrían a él y sus sombras para alterar sus conciencias fuera del ojo vigilante. A veces era preferible caminar medio kilómetro hasta el siguiente puente que arriesgarse a una situación azarosa, surreal y con tendencia a la fatalidad. Después de una década de abandono y de tránsito constante, el puente comenzó a desmoronarse. Por fortuna, en aquellos momentos se estaba llevando a cabo el proyecto en conmemoración del centenario y bicentenario de la revolución y la independencia, respectivamente. Uno de sus objetivos era el saneamiento de la avenida Circuito, gracias a lo cual en el puente se renovó el sistema de iluminación, se sanearon las escaleras y las estructuras carcomidas, se pintaron los pasamanos —esta vez de color negro— y se colocó a un policía, quien a los pocos meses, desapareció tan misteriosamente como había llegado, tras lo cual, los grafitis no se hicieron esperar. Al cabo de unos pocos días de ausencia de la autoridad el puente lucía una nueva piel tatuada. A inicios del último verano de mandato del presidente de la Guerra contra el Narco, y en tiempos de campañas electorales presidenciales, en una de las tantas movilizaciones ciudadanas acaecidas a raíz de los #131, masivamente condensado en el movimiento #132 y cuya esencia era ser anti-peñista, un segmento de la ruta se estableció a través del Circuito (¿Interior? ¿Bicentenario?). Aquella marcha se caracterizó por ser excesivamente vandálica. Anónimos encapuchados con mochilas atiborradas de pintura en aerosol —los anarquistas, como les llaman en los medios— tapizaron las paredes de la restaurada avenida con consignas antipeñistas, antitelevisa y con sátira política reflejo de la frustración, la impotencia y la rabia de los indignados, aunque también de su creatividad. Sin embargo, estos actos fueron condenados por parte de los organizadores de la movilización y, al día siguiente, un comité se encargó de resarcir los daños ocasionados al patrimonio nacional a lo largo de la ruta. Uno de los pocos residuos de aquel vandalismo que sobrevivió a la limpia masiva se encuentra en el puente del bosque. En él se leía “Haz patria y ___ a un político” justo antes de bajar las escaleras que llevaban al Hotel del Bosque. Por más de dos años y en un contexto en el que el papel del político institucionalizado está más que puesto en duda, así como el de la democracia, ningún transeúnte se atrevió a romper el silencio de la sentencia, hasta un día de octubre, en el que el vacío de aquella frase fue saturado por grafías cuadriculadas de una mano anónima que la complementaba con un simple “educa”.

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Poemรกtica Innombrable II

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Lohengrin Jaramillo (Colombia) Armonías I La Radio gime úteros caleidoscópicos, miedos animales en el alba, la radio escupe eléctricos torsos de ritmos feroces y solitarios… Es el artefacto saludando la vigilia, anuncia el sofoco de las casas, con ojos autómatas hiere sus orificios sordos a la luz, clama por los furores humanos, nocturnos. En el ruido de un nuevo día… es el artefacto que grita la música del verano, te anuncia en la mística de su boca mecánica, te acerca ligera y melancólica entre laberintos de asfalto y metal rodante. Entre el acoso de resonancias saturnales, tus làgrimas lubrican cuencos abismales, làgrimas que hacen ríos por la transfiguración del amor y los tiempos, làgrimas que esculpen las pasiones glaciales; Tus mejillas se alzan sobre la desesperación de la ciudad y sus horas. II Ignora esos títeres que remojan sus lenguas en los lagos de la “ciencia”, ellos solo saben discurrir inadvertidos ante nuestra angustia moderna. Pero ya no le preguntes al viento lo que quiere, él inocente, todo lo toma, todo lo deja, Porque cuando todo se siente y todo te expulsa, los pensamientos gravitan torpes como enanos obstinados que chocan con el hielo de los astros. Mira como el aguilucho muere libre fundiéndose en la luz, mientras el chirrido agudo de las ciudades arrastra sus deformes caravanas. III Inquieta y ruidosa saludas de nuevo el verano, vuelve a tu reposo, desliza tu piel sobre esa alcoba nocturna y solitaria Serena ya tus máquinas, que los fuegos oníricos son manantiales de perfumes que embriagan, naciones fantasmas florecen en tu cuerpo, donde las estrellas, metales preciosos, zafiros azures ebullen como mareas silenciosas fundiendo las almas Dulces sueños lejanía, ¡la oscuridad de mi cuarto susurra imágenes, voces de enigmas, destellos, sombras! Las pestañas son afilados guardianes que navegan fatigados custodiando el ocaso de las formas. Dulces sueños armonía, de inmensidades ensoñadas tus pàrpados se tumban ebrios sobre le cristal de nuestras pupilas. ¿Qué es lo que guarda para nosotros la nostalgia? ¿Qué eres lejanía? ¡Qué en la distancia das vida libando los amores y engendras nueva luz en las formas! IV Asisto a la fuga del verano y sus armonías, transformas los acróis en espías con ojos noctámbulos, vigilantes entre los vidrios de las casas. 34


Somos testigos disonantes de tu misterio; y rodamos, impulsando la tierra en el espacio, con nuestras rodillas sonrientes que se hunden en las ferias de trajes ahuecados, vivientes. Con ropas de festín en los circos del deporte celebramos la ignorancia, ancianos de ropas viejas en colores difusos, mujeres atrapadas en pieles de muñeca, niños en ingrávidos juegos con sus extrañas historias y prematuros retratos… ¿Dónde se esconden las armonías? Tras el caos nebuloso de cielos encendidos e ignorados Entre las miradas que se difuminan en el tiempo, tras los tantos versos que evocan “al pequeño vidente vagabundo” sus ecos son casuales profetisas gravitando sobre el reflejo de los rayos lunares, orillas escarlata de pasiones indecisas. Serena esos mundos lejanía, estremece a los amores con los hechizos de las caracolas de arrullos circulares, el caluroso lecho.

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Felipe López (Colombia) Sísifo Por un pedernal de furia Sube las llagas Con el comezón del esfuerzo Gira la penuria Por el escarpado precipicio Los músculos siembran eternidad Ya marchita las uñas negras La fuerza mortuoria Es vigía de la frondosa piedra El paisaje gesticula devenir El paisaje cuando mira con desdén Que hay hombres En otras montañas Que agitan sus propias piedras.

Cristian Cadáver (Colombia) Un bello recuerdo de tristeza La melancolía es el sexo más sublime con una despedida rápida Es la carta de pasión escrita tiempo atrás antes de que nos olvidáramos Observar la foto congelada del pasar del tiempo Detenerse porque alguien pasó con tu olor Sentir que la cama es demasiado amplia para estar solo Es caminar las calles buscando miradas Es sentir que todo se va, que se va y no vuelve Es la carcajada más sincera con lágrimas La botella en la mano y la mirada a lo alto o a lo bajo o a lo ancho, da igual El caminar en el bosque, tu cuerpo y la fogata Es el barrio con mis amigos, los excesos, lo vivido Es quedarse dormido en la cama, no hay motivo alguno para levantarse 36


Correr a toda velocidad intentando distraernos Pasar por muchos cuerpos La canción que te recuerda cuanto se olvida Son las sabanas bien tendidas, es la casa vacía La familia reunida Los paisajes montañosos, las curvas con desechos Los salones de clases con nuevos estudiantes El sexo en el bus, en las montañas y en el parque El desayuno en la cama, tu cara en mi pecho Los amigos del trabajo que se van yendo y los que van llegando Es ver las estrellas caminando entre silenciosos bosques Mirar su cuerpo en la cama, sentir las profundas diferencias Verla caminar a la distancia y sentir que me lleva, que todo se nos asemeja Es tu cabeza durmiente entre mis piernas mientras viajamos Son los lugares de fiestas, gentes y bocas parlantes Es sumergirse en una piscina creyendo ser nosotros Caminar en medio de casas mientras no sabes a dónde seguir huyendo Son los besos largos y extensos de cuadras amplias e infinitas de pasión y excesos Es la ciudad con su caótico silencio desde una ventana abierta El amanecer escribiendo… 500 pesos de Amor Yo también quise besarla y hacer mías las noches de ella Quise darle caricias por todo su cuerpo Recorrer toda su espalda hasta llegar a sus pies Detenerme a momentos para dejarme llevar por su olor y volver de nuevo a la carne También quise acompañarla en noches tristes y días melancólicos Y ofrecerme como guerrero en aquellas batallas Quise viajar con ella Y que en cada viaje Cambiará su peinado y sus ropas Para hacerle el amor como si fuera la última y la primera vez También soñé en ir con ella de compras Y regalarle provocativos vestidos, lindas sandalias Con las que a momentos jugara a seducirme Yo también divagué en entresueños y fantasías Con su cuerpo difuso en el mío Con las mañanas furtivas de roses casuales y actos que nos dejaran sin alientos Quise ponerles nombre a nuestros hijos y tener una mascota que cuidara nuestro hogar Me antojé de leerle poemas en un parque o de dedicarle una canción mientras en un restaurante cenábamos Que compraríamos con los ahorros de nuestro esfuerzo algún lugar nuestro y lejano Me imaginé viajes alrededor del mundo aprendiendo nuevos idiomas y saboreando platos exóticos en su cuerpo desnudo Suspiré por leer sus cartas, enviadas con perfume 37


Y probar exquisitos chocolates desde su boca Realmente deseé acompañarla hasta que nuestras vidas se extinguieran Pero… solo me queda extender la mano Y que ella me ofrende misericordia y ternura Con unas simples monedas Así como todos los días lo hace sin falta Sin dirigirme una simple mirada, solo una leve sonrisa Y se va, mientras yo vuelvo y sueño Los sueños del hambre entre la tristeza y el amor

Juan Manuel Islas Vargas (México) La ciudad El frente veintidós entró con fuerza, Su humedad inunda la ciudad con frases agresivas, De Vallejo hasta los reclusorios, los chinga tu madre crean música que acompaña El cantar de carros y camiones… Ritos de ciudad que se repiten con cada gota de lluvia, Cada vez con más fuerza. Más devotos aumentan en cantidad y calidad A la profesión de los… hijos de la chingada. Hacen canto las ofensas, Algunos son primera voz, Otros hacen segunda. Muchos Lanzan insultos al estilo Lagunilla mi barrio, Otros se ven más diplomáticos. Algunos utilizan la mímica, Y son superados con voz, manos y con claxon, Pero nadie se queda fuera de este gran drama cómico musical En el teatro... la ciudad.

Juan Pablo Gómez (Colombia) Donde habito Aquí, en la ciudad, se desangran las calles y se desgarran las gargantas a gritos de melancolía, se atraviesan miradas y cuerpos por balas. Caen gotas de lluvia 38


y gotas de lágrimas, una madre reza un padre nuestro y un hijo mata al padre de alguien. Caen gotas, caen vidas, y así continua lloviendo miedo en la ciudad. Medellín, tus pájaros ahora aletean al estruendo de los tiros, hiedes a plomo, a odio, a guerra. Silencias a tiros a aquel que hable de utopías; prohíbes por sentencia alzar la voz, amar al prójimo y caminar en tranquilidad. Tus balas perdidas encuentran sonrisas inocentes, tu no tan nueva ola de violencia ahoga nuestros días. Medellín, todos tus sueños aún continúan muertos.

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Aleqs Garrigóz (México) Recuerdo y deliberación

Los desesperanzados niños -compañeros y amigos, con encogidas piernas esperábamo -¿esperábamos qué? no importa: sólo esperábamos en la habitación sombría. La noche había extendido ya su sábana de melancólico negro azulado cuando la jeringa punzante brilló a la luz de las débiles cerillas. El vagón vencido de la estación sin uso crujió lastimosamente cuando nos tiramos al piso y abrazamos nuestros cuerpos. La fiebre se aposentaría en nosotros por días. Pero todos estibábamos acostumbrados. Durante las siguientes nueve horas el vagón ascendió por el aire ligero, las estrellas se diluyeron en un cielo acuoso y algunos susurros salían de entre la neblina que nos rodeaba. Los árboles eran caracoles luminosos, y toda la visión un fosforescente sueño compartido. Podíamos ver las ternuras de la pasmosa noche a través de las ventanas radiantes, pasajeros de viajes perdurables, avecinados a nuestros cuerpos calientes, extasiados. Pobremente puedo tan sólo insinuar la armonía inexplicable que ante nosotros se desenvolvía, esos ritmos que eran de algún modo extracorpóreo aprehendidos, el sentido en expansión, el viento de formas envolviéndonos, sus mándalas descifrando la madeja absurda del presente. Lentamente cayeron fascinantes pétalos, copos de luz, pelusa, botones de fuego; y las líneas de todo se confundían, y los objetos esféricos se contraían. La risa traviesa de otros niños me hizo entender que nunca estuvimos solos. Había quienes entendían nuestros juegos en otro lado del mundo, y nos saludaban. Éramos inocentes y sinceros. Siempre lo hemos sido. 40


II Con el boleto en mano, subo al tren de la ciudad parecido a un pesado gusano de hierro. Mi gastada gabardina abriga el vespertino diario en el que busco empleo. Algunos viajes siempre van a llevarte por monótonas venturas, de elegancia carentes, en cuya repetición reside la ordenación preciada de los hombres cuadrados y graves. Pero otros poseen el encanto de la gloria, de la magia expresándose: el ancestral encuentro de los que buscan con el noble el mundo de las visiones.

Jorge Jaramillo Villarruel (México) [A]Poema o En la ciudad hecha de basura En la ciudad hecha de basura En los corazones robados y empolvados En las avenidas donde rondan criminales Como en un imperio de putas y asesinos Te conocí Era de madrugada Y las apuestas rodaban Humo de tabaco labial en las copas Neumáticos quemados Las canciones rugían en el estéreo Motörhead y Joy Division ¿A dónde iremos a parar cuando esto acabe? Abrigos de piel y chaquetas de cuero Botas con aceros y plomo en las venas En esta ciudad ya no llueve Llevamos la ciudad en la sangre En esta ciudad ya no llueve Y la juventud nace aciaga y cansada Los viejos jóvenes matando a los jóvenes viejos Los vivos muertos jugando a los muertos vivos ¿A dónde iremos a parar cuando esto acabe? Somos una generación maldita Precedida por una generación maldita 41


Sucedida por un generación maldita Tenemos las llaves del imperio Pero no tenemos ánimos de tomarlo El amor corre en la sangre Mezclado con alcohol plomo y apatía Y unas cuantas pastillas Las iglesias están vacías Sólo van los necrófilos Las escuelas están vacías Allí sólo hay traficantes de amor y felicidad artificiales Se venden en comprimidos masticables Los motores ya se encienden y rugen furiosos El sol ya se asoma por allá Y los hombres máquina van saliendo de sus casas Con sus trajes y sus corbatas Arrastrando sus espíritus detrás de ellos Obligados a votar por partidos falsificados Obligados a sonreír vacíos todo el día A imaginar que creen que son felices Y que viven una vida feliz Con una esposa feliz Con hijos felices En una casa feliz Pero míralos todos ya están muertos Llevan a rastras sus cadáveres En la ciudad hecha de basura

July Gutiérrez (Colombia) Ciudad fantasma Una figura hecha de sombra y de paciencias desvanecidas viene por toda la desierta avenida, en contravía. Un hombre que cruza la calle y que no reconoce a nadie saluda a los autos del parqueadero con su sombrero. Tres chicos se asoman por una ventana rota de una casa del centro, esperando a no ser olvidados por los taciturnos transeúntes. Un caballo anda solo, en busca del jinete, no hay luz, sólo la de los ojos mismos de la calle. Una mujer besa el suelo, 42


es probable que haya reconocido los pasos que buscaba. Las fuentes de agua se secaron de tanto sol y ahora nos inunda la tierra. Las cortinas salieron de sus ventanas y ahora tapan las calles como quien cubre a un muerto, las madreselvas se elevaron para alcanzar las terrazas de los edificios. Yo sigo vagando, pegando una foto tuya, a color, tus ojos vivos, en todos los postes.

Alexis Santiago (México) Paseo nocturno Me adentro en el abismo de la noche. Los autos, inmóviles ante la mirada pensativa de algún semáforo, aguardan, no sin aprensión, la transmutación momentánea de sus lúcidos colores: el puente ilusorio que culminará su ensueño, la metamorfosis secreta que regirá su inefable destino. Camino a través de calles taciturnas, entre bares pendencieros, al borde del colapso existencial; una prostituta, no menos atractiva que un sueño platónico, se me acerca, deposita su mano encima de mi hombro, me indica su tarifa. No tengo nada que perder. El motel queda a unos pasos. Subo -detrás de ella, a través de ella- la escalera infinita que conduce a nuestro cuarto: 411. Se desviste en un acto fortuito, cotidiano. Me desabrocha la bragueta. La sangre invade inocuamente mi sexo. Pienso en William Blake. En los Proverbios del Infierno. El exceso ha sido, desde tiempos primordiales, la causa de nuestro gradual fusilamiento. Sin embargo, es lo único que podría justificar este naufragio. Le hago el amor. Me corro con un espasmo que me desanuda el vientre. Dejo el dinero acordado en la repisa. Vuelvo a adentrarme en el abismo. Las calles, moribundas, permeadas por las luces embriagadas de los fanales silenciosos, me señalan el camino vagamente. Niños famélicos, insomnes por el hambre, se acomodan ateridos debajo de las marquesinas. Los observo con la misma indiferencia de los astros. Una ambulancia perentoria cruza rauda un bulevar: la muerte, digo para mis adentros, suele regodearse de los lerdos discípulos de Asclepio. A elevadas horas de la noche, la ciudad figura un dédalo sombrío. Hombres que fuman marihuana, ilegibles en las sombras, deambulan cual fantasmas sobre callejones desolados. Muchachos ebrios de poesía, jovencitas nocturnales, delincuentes sediciosos, indigentes trasnochados: una procesión pánica de almas siguiendo la barca deletérea de Caronte. Han cerrado los comercios, ha dejado de menguar la luna. Una insondable oscuridad inficiona el ámbito de Anáhuac. Casi es tangible el silencio. Melancólico, vacío, irisado de nostalgia, me dirijo 43


a mi solitario apartamento. Introduzco la llave en los goznes de la cerradura. Abro. Me tiendo, agotado, en el desvencijado sillón de la estancia. Mañana –reflexiono- Cartago renacerá de sus cenizas. El infierno estará ahí cuando despierte.

Esther Eben-ezer Gil Hernández (México) Linea frontera Y uno camina solo, solo, solo mientras los veneros se agotan, antes de llegar a la última línea del muro frontera; antes de llegar al punto límite, donde convergen los sueños hombres y los sueños niños. Las manos se curten a fuerza de tierra y arena y hay quien se vuelve loco y hay quien se vuelve sabio. Renuevos de agua marina desnudan los huesos y uno queda a merced de su verdadero destino. Ruedan moribundas las horas, mientras por debajo del suelo esperan ansiosas semillas. Todo o nada vivir o morir o soportar vivir muriendo… ¡Si tan solo una vez pudiera ganar! y saciar esta inmensa necesidad… ¡he perdido tanto! ¡y aún en la ironía, se me permite soñar!... La tierra que nunca fue mansa no tiene la costumbre de secar, lágrimas ajenas…

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Devenires Prosaicos

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Esther Eben-ezer Gil Hernández (México) El hombre solitario Octubre se inunda –literalmente- desatando el caos, en la ciudad que rara vez duerme. Su latido es incesante, perturbador. La vida es una renovación constante. Altas y bajas por doquier. Las raíces de los arboles luchan bajo el asfalto, sus ramas compiten por los rayos del sol, con las arquitecturas colosales. Hay lugares donde se reduce el espacio corporal, hasta la proximidad de los alientos. No se admiten los descuidos, la urbanidad a veces nos hace insensibles, ciegos ¿deshumanos? Es el mecanismo de supervivencia dentro de las grandes masas. Así, entre las calles y los edificios se abre paso el hombre metrópoli. A veces el mismo se pregunta cómo fue que llego hasta aquí. Sus pasos se han adaptado a los sorpresivos sobresaltos trepidatorios y oscilatorios de una ciudad que nunca para (ni parará). El mismo es una máquina perfecta que combina tiempos, quehaceres y esfuerzos. Siempre un paso adelante, un paso más adelante que todos. Sólo hay momentos en los que no va de prisa. Cuando una voz invisible, lo lleva a los parques y alguna ardilla lo ve a los ojos, entonces un paraíso particular lo hace cómplice y aliado. El gris cemento alberga, a pesar de su miseria, alguna planta brillante y empieza el milagro. Su corazón blindado se desbloquea y una sonrisa se pinta, en la cara de ese hombre solitario.

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Daniel José Acevedo (Colombia) Asfalto Juan se desplomó en la calle. Su cuerpo no aguantó y cayó en el asfalto. Pequeños ríos de sangre desembocaron en las alcantarillas. Abajo, en las cloacas, el olvido se alimentaba con voracidad. Sólo lo recordaran su familia y amigos. Pero, nadie recordará a Juan, estudiante de tercer semestre de arquitectura. Nadie recordará que le gustaba ir a cine a ver películas de Almodóvar y Roberto Benigni. Nadie recordará a Juan y su baile de celebración cuando el Atlético le metía cinco a Millonarios, ni sus besos azucarados y su fetiche por las orejas. Nadie recordará su pasión por coleccionar tapas de refresco, ni sus pegajosos riffs cuando tocaba el bajo. Nadie recordará a Juan y sus estadías en el parque Malibú. Allí, prendía un cigarro, se recostaba en el banco y miraba absorto las estrellas. Nadie recordará a Juan. Pero si lo recordaran los gallinazos que sueñan con una cena memorable. Sí lo recordará la gente ensimismada que rodea su cadáver y disfruta del teatro de la muerte. Sí lo recordará el periodista del boletín informativo que toma fotos para el morbo. Sí lo recordará la lluvia que cae a cantaros y llora lo no-llorable. Sí lo recordará el espejo en el que se vio antes de salir ese día para su trabajo. Sí lo recordará la bala perdida que desvió su camino y atravesó su cabeza de lado a lado. Y Juan lo sabe. Lo sabe todo. Lo sabe mientras cierra los ojos y se entrega al abismo y al silencio. Lo sabe, pero pronto lo olvidará.

Diana Carolina Gutiérrez (Colombia) Dos monedas calientes Esa tarde hacía un sol para morirse. Como siempre tomé el bus 190 para dirigirme al instituto. Llevaba un short azulado y una blusa vaquera, sudaba mi rostro desesperadamente. Saliendo de casa caminé con el letargo propio de los días calurosos donde un vaho que brota del asfalto se roba el aliento y entorpece cada paso; vigilantes del barrio me silbaban quedito como evitando ser oídos por las ancianas que divisaban en la ventana, jóvenes entre el humo de un porro soltaban frases obscenas respecto a mi sabor. ¿A qué rayos sabe una mujer? obreros de la construcción cerca de la avenida con sus ojos desorbitados por la luz y el trabajo duro hicieron de mí una diosa envilecida; en la esquina, doblando, un conductor miraba ostentoso, seductor y serio pretendiendo que una máquina lo hace ser más. Tomé el bus y hombres como jaurías enseñaban sus colmillos con sarro amarillento, miraban mis piernas y yo ahogada me senté apresuradamente en la silla de atrás. El camino sigue y por la ventana, escenas en este día caliente como el mismísimo infierno, no distan mucho de lo que vivo yo: féminas cualesquiera ante las miradas de lo público, ante los perros que se relamen olfateando rabos, olfateando la mierda perfumada de las señoritas; mujeres que se pavonean en las aceras, mujeres que desean ser vistas, mujeres que huyen, mujeres de iglesia, mujeres-objeto bañando los días de erotismo. También hay homos, homo- sapiens, homo-erectus, homo-sapiens-no-sapiens que devoran con sus ojos el instinto. Luego de la desazón que deja el morbo, disfruto del viaje. Siempre he amado los cortos paseos cuando 47


saco alguno de mis libros y las sombras de los árboles o los edificios se proyectan sobre cada página como una obra hecha de dos universos paralelos. Mientras observo la doble cuidad sobre las letras que van pasando a la velocidad del bus, la voz del conductor se dirige a mí: -Niña, su pasaje… Ya casi debía bajarme y había olvidado pagar al sentarme rápido evitando a los perversos observar mi culo por largo rato. Un culo gordo, un culo rosado, un culo redondito como un postre, un pobre culo en una hambrienta ciudad. Entonces deseando no haberme puesto aquella ropa, me dirijo a la cabina de conducción y pago. Ya que allí me encuentro, ante todas las miradas, incluso las de mujeres que atacan visualmente, para criticar, envidiar, para querer ser y decido esperar la devuelta. El hombre con rostro de sharpei viejo, sudando la gota gorda, me vuelve dos monedas que arden; están calientes, como el día, como las lenguas de los hombres, como mi culo y los ojos venosos del conductor. Las empuño y vuelvo al asiento - Menudo día caliente - Me pregunto si no debo vestirme así, si estoy mal de la cabeza, si no cumplo mi función. Me pregunto si debo salir cubierta hasta los huesos, si es mi culpa por las piernas, por la carne, o quizás son otros los locos, los perdidos, los del irrespeto, esos que silban en la noche como llamando a las aves más fecundas. -No hay remedio, ciudad puta. Siento mi cuerpo arder en llamas, como si las dos monedas quemaran mis brazos y enviaran corrientes flamantes a mi ser. Casi colérica las lanzo por la ventana y las veo rodar calle abajo… ¿A qué sabe una mujer de mi ciudad? – A sal, debe saber a sal, a ese sabor extraño que deja el dinero y el sudor en la palma de la mano.

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Imágenes Un hombre resalta un libro nuevo con un lápiz rojo en la avenida Junín. Su ademán, aunque cansado, es de inexpugnable introspección. Un anciano en su carretilla saca una bolsa ziploc con fritanga, la abre gustoso aunque ya fría y con su mano cual cuchara la embute en su boca enseñando sus encías que son cueva vacía y oscura. Una niña pequeña le pregunta a su padre por qué la estatua de Prometeo lleva fuego en sus manos, “El conocimiento” - le dice - y la niña mira al cielo como escuchando el silencio inabarcable. Un enfermo del alma con camiseta del verde casi se descuella por la ventana del Coonatra para mirar el culo de las jovencitas, le grito enfermo, le hago fuck you y me bajo. Una loca me sonríe a lo lejos desde su asilo y me invita pasar, pero no entro. Existe el riesgo incontenible de quedarme. Poetas más calientes que el sol del caribe leen a de Greiff en la villa de aburrá. Y se fugan los crepúsculos, se fuman las tardes naranjas, se fugan todos, se van. Recorrer el centro y entre la gente, sentirse solo, tan lleno de imágenes, de presencias que huelen a olvidos rotos, a risas ensordecidas por el eco musical. Adiós callejones, adiós. Un ciego que pide limosna, no tan ciego mira la carne, los cuerpos voraces, juguetones, palpitantes de placer. Sus ojos parecen desorbitarse como Jesucristo en la cruz. Escuchar a Silvio en la avenida La playa rompiéndote el corazón y entre las notas de su serenata diurna se oye a los hombres con voces roncas decir: “En ese ombligo se toma puro whisky.” Pasan los amores y se esfuman entre el hollín. No es posible ser sin mirar los cuadros de la ciudad, que sin permiso alguno son demiurgos narrando incansables sus secretos en versos octonarios. Algún día mis ojos también escribirán poemas. Mi ciudad no es miseria ni gloria, es belleza inenarrable.

Jael Bolla (Chile) Un no-viaje El dibujo: una estrella con una estela. El lugar: naturaleza v/s máquina. La compañía: una oyente triste. El tiempo retrocede. Bajo la lengua se disuelve y se siente el sabor ácido, de ahí viene el nombre pensé, luego cambiaría de parecer. Miro la hora, 16:14. Caminar es bueno, caminemos. El entorno parece normal demasiado normal. La caminata culmina porque aparece un río, un río de Plata, que invita a observarlo. Bancos, sillas…el pasto es la mejor elección. El río se mueve como queriendo ser mar, pero sabe que no lo es. Sabe que lo llaman río y no mar. Pero insiste en agitar sus olas lo más fuerte posible, para que los que lo observan piensen al menos que parece mar. Y sí, pienso: parece mar. 49


La primera sensación es adormecimiento, conozco la sensación porque más de alguna vez se me han dormido las piernas por estar sentada en sitios donde quiero estar. Porque si no quiero estar me paro, me voy y mis piernas despiertan de un sueño que no les interesa. Luego, la sensación es un poco más fuerte, es como anestesia local. Porque no conozco otra. Una vez mi ojo izquierdo estuvo anestesiado, por eso la relaciono con lo local. Mis hombros son los aletargados, mi instinto es moverlos, para despertarlos. Pero no funciona, siguen así y me agrada. Ya no lucho. Los dejo dormir. Siento que me sangran las encías, como una manzana, el sabor es muy intenso…una manzana ordinaria convertida en el mayor placer. La conversación fluye como el río frente a nosotras. Trato de mantener una charla coherente, al parecer es una especie de lucha en mi cerebro con los químicos. Una forma de decir, aún no me hace efecto, no entrarás en mi cabeza, te controlaré y yo decidiré si te dejo avanzar. Comienzo a sentir un dolor en el estómago, como un ácido que se entremezcla con otros líquidos. Pienso: no era por el sabor, era por este efecto. Hay muchas aves, entre ellas unas que parecen palomas estilizadas, con cuello largo y movimientos de gallina. Otras más bellas, pequeñas, de un negro azulado, que pegan saltitos para caminar. Les tomo fotos, pero se dan cuenta y vuelan sin consideración. Miro la hora, 17:23. Pienso en que no debo volver a mirarla, pero siento curiosidad por el efecto en relación al tiempo. Risa, me da risa, comienza la risa. Es una risa más profunda, con más ganas y eso me gusta. Empieza a formarse un cuadro, el entorno es un cuadro pintado al óleo. Los trazos son perfectos y los colores son los más fuertes. Miro el cuadro y está lleno de personajes. Cada uno con su historia. Lo mejor es que entran y salen, se mueven, es un cuadro en movimiento. Y en los cambios de escena, cada vez se vuelven más interesantes. Dos hombres idénticos, casi gemelos, que de lejos se alcanza a percibir la tensión sexual entre ellos. Un grupo de mujeres en edad madura (qué graciosa esa expresión) que disfrutan de la tarde como si no se hubieran visto en décadas. Se fotografían coquetamente y el viento las ayuda en esa misión. Sigo hablando, pero ya no lucho. Solo siento. Miro el cielo, las nubes, ¡qué nubes! Siempre me ha gustado el cielo de Buenos Aires, mucho más que otros cielos. Me gustan sus nubes bien formadas y que se muevan tan rápido. Ahora son mucho más esponjosas, las quiero tocar, tienen formas. Veo corredores en el cielo, no solo pasan por el camino que está detrás de mí, sino que corren en el cielo también. Peces, ahora veo peces, me siento como en un acuario o mejor aún, bajo el mar. Colores en el cielo, como si tuviera un caleidoscopio en mis ojos. Flores de muchos colores. Las nubes hacen lo suyo, se deslizan por el cielo, se disuelven y vuelven a unir. Medito sobre eso, en la perfección de la vida. Como muchas veces me he sentido desarmada, con el cuerpo en pedazos, pero pronto todo se vuelve a unir y tomar forma. Veo un ave planear, un vuelo relajado, solo se deja llevar. No agita las alas, deja que el viento haga todo.

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Existe un bienestar, un placer, una felicidad encapsulada. La conversación sigue, el sol comienza a bajar, el cuadro está casi vacío. Los personajes se han ido solo queda el paisaje, tranquilo, que no espera nada. Veo frente a mí, un árbol caído, probablemente por la última tormenta. Y es perfecto que esté caído en esa posición con las raíces expuestas. Es perfecto. Modificar eso arruinaría el paisaje. Cae la realidad que viaja en una camioneta y nos pide que nos retiremos, el parque ha cerrado. Nos arreglamos y comenzamos la caminata de regreso. El camino es de tierra con pequeñas piedras. Es agradable el sonido de las piedras bajo mis pies. El sol cae cada vez más y la vista es hermosa. Entre los edificios cristalinos y la vegetación, la vista es inolvidable. Y no tengo ganas de quejarme, me siento complacida. Nos detenemos un momento frente al atardecer, miramos fijamente al sol. Bajo él hay una nube con forma de pez. Tomemos una decisión digo en voz alta. Ambas la tomamos. No sé si la cumplamos, espero que sí. Ver fijamente al sol, altera aún más los colores. Las hojas de los árboles dejan una estela verde en su movimiento con el viento. Es bello, muy bello. Llegamos a la salida y quiero ir al baño. El rostro en el espejo revela la verdad. Las pupilas dilatas al máximo. La luz artificial del baño, enciende algo en mi cerebro, siento que vuelvo a viajar más rápido. Me siento en el inodoro y veo la puerta de madera que comienza a tener relieves. Es inevitable no acariciar la puerta. Salgo, me mojo el rostro, aún queda camino que recorrer. De regreso el camino es el mismo por el que venimos. Pero lo que vemos es totalmente distinto. Hay dinero en este sector, vemos una especie de club, una casa blanca gigantesca que recibe a “gente” para una fiesta. En su mayoría hombres blancos vestidos de manera casual para una probable fiesta de negocios. Se escucha la música desde la calle, es Chill out. Me gusta el Chill out, lo escucho seguido para relajarme y no pensar. Y me da rabia que lo escuchen en sus fiestas distendidas en que discuten cómo abaratar los costos de sus empresas, en base a la disminución de sueldos y de despidos masivos. Pienso en no escuchar más Chill out, pero es improbable que lo haga. Aunque cada vez que lo escuche, pensaré en empresarios y sus poderosas sonrisas. Pero por más que quieran no es perfecto, afuera del Club hay un vagabundo instalando en un parque, que está ahí porque le gustó la sombra del árbol o porque le gusta el Chill out igual que a mí. Nunca lo sabré. En este sector de la ciudad los parques son perfectamente cuadrados y muy bien cuidados en su diseño. Mucha gente en ellos haciendo deporte. Solos o en grupos. Corren, corren por todos lados. Por las veredas, las calles, el pasto, corren solo corren. Me pregunto de qué… ya no quiero verlos correr. Avanzamos más al centro de la ciudad. La realidad emerge de la basura. Y lo único que hago es pensar en los contrastes. Veo ricos más ricos y pobres más pobres. Veo personas arruinadas por el trabajo, con el cuerpo encorvado junto con su dignidad, haciendo filas enormes para volver a sus casas. Pienso en si somos tantos y ellos tan pocos, porque no solo avanzamos hacia dónde están y los invadimos. Nuestra sola presencia los perturbará. Pienso en Egon Wolff y Los Invasores. Pienso en por qué permitimos que sea así, por qué claudicamos tan fácilmente. Por qué somos tan egoístas, y solo vemos por nosotros. Por qué les servimos sus banquetes. Por qué lavamos sus platos sucios y comemos de su basura. No 51


encuentro respuestas y eso me entristece. El viaje ya casi acaba lo veo venir. Miro la hora, 20:15. Tengo hambre. El lugar está muy iluminado, siento que algo se vuelve a activar, pero con menos intensidad. El jugo de naranja arregla un poco la situación. Conversamos, ya no queda mucho. Es momento de despedirse. De regreso a casa, sé que el viaje ha finalizado. Pero no puedo parar de pensar en cómo se exacerbaron mis antiguos disgustos en relación al funcionamiento de la sociedad actual. Pienso en la lógica de mis cuestionamientos. Sí, todos sabemos que es así. Hacemos lo que podemos desde distintas trincheras que varían en propuestas ideológicas, pero que si lo vemos burdamente apuntan hacia un mismo lado. El problema es que ellos siguen avanzando, nos siguen consumiendo, chupando nuestra sangre desde sus country clubs y el cansancio es cada vez mayor. En el colectivo frente a mí, hay una pareja de unos 60 años de edad. Se tratan con cariño, se hablan, se miran, imagino que deben estar juntos desde hace décadas. Acarrean años de trabajo y de esfuerzo. Pienso en mis padres y en que probablemente solo queda tratar de construir una casa que no se desmorone tan fácilmente. Bajo del colectivo y en la calle los postes de la luz están adornados sobriamente con una estrella que tiene una estela, que anuncian las fiestas de fin de año. Es el final perfecto, dejo de quejarme, aunque aún me queda una sensación ácida. 5.12.13. Buenos Aires. Argentina. Av. Nazca con Dr. Luis Belaustegui. Villa Santa Rita. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.0

Pablo Echeverría (Ecuador) En el reino del Correato Vertió dos cucharadas de azúcar en el café y lo montó junto al periódico del domingo. La radio a medio tono captaba la estática intermitente del estadio y la palpitante soledad de la casa encerraba su cuerpo, la desesperación le condenaba a un espacio carente de puertas y ventanas. Mario, con el periódico entre sus manos, releyó el obituario, la fecha y un espasmódico movimiento del brazo arrojó su taza al suelo. El presidente de la república había sido encontrado cerca de Guápulo con tres puñaladas en la espalda; los agresores lo habían violado y su cuerpo mostraba serias lesiones en la cabeza, espalda y ano; un pestilente charco de sangre, y semen, cubría la escena del crimen. Las imágenes, desde la página 10 hasta la 22, selectas por supuesto, figuraban un nuevo álbum fotográfico 52


de la realeza presidencial. Mario asqueado por la noticia arrojó el periódico muy lejos, recogió los restos de taza que se asomaban en su camino y regresó a la cocina en busca del resultado del partido. Aún consternado por las imágenes volvió a la cama y miró el reloj, que afortunadamente marcaba el mediodía, y se recostó nuevamente sobre su espalda. El cálido eco del arcoíris llegó a su sueño y el recuerdo de la caída lo trajo de vuelta. Extendió los brazos desesperadamente, como avizorando el suelo en un sueño múltiple, y se detuvo del filo de la cama. Miró el reloj, aún medio día, y en pretexto de salir de casa recordó el cumpleaños de su madre. Se levantó, tomó el teléfono y al percatarse de que la línea había muerto, se recostó nuevamente sobre su espalda. El gimoteo en las noticias por la violación del presidente lo despertó. Un toque de queda inevitable se instauraba hasta encontrar a los responsables. La vida se privatizaba en el país de los recuerdos. El decreto consignaba, sobre toda la democracia, la vigilancia estricta de cuerpo militarizado a cada casa cercana al palacio, el abastecimiento de insumos para tres meses en cada hogar y la ejecución inmediata de todo aquel que decidiese salir de sus propias instalaciones. El miedo invadió las calles y, consecutivamente, la ciudad. Los días transcurrían con el inevitable eco del sollozo solitario. Cada cual puertas adentro. Mario se asomó por la ventana y un hombre, padre de familia aseguraban los militares con arma en mano, yacía en el suelo; el pobre y desesperado padre quiso buscar algo de comida para sus hijos enfermos. Caminó a la cocina y entre fruta podrida su dotación trimestral de insumos habían desapareciendo. Buen tiempo había pasado ya desde el asesinato del presidente y tres familias habían muerto. Dos habían escondido a sus hijos bajo los escombros que se asentaban en el patio trasero. Poco, o nada, percibían los ángeles custodios de las puertas, pero día a día el olor a podredumbre se fermentaba con los primeros rayos de la mañana. El hombre y algunas ratas provenientes de las paredes agonizaban, deliraban ante el deseo irrefrenable del canibalismo. La comida escaseaba en toda la ciudad y Mario parecía haber vuelto al desmembramiento del ser ante el espejo; cada brazo y sección de su cuerpo ahora le parecía apetitosa. Ya nadie llevaba la cuenta de los días. El rastro de las horas, minutos y segundos comenzaba a ser solo un mito del pasado. Pocas eran las voces de esperanza que se escuchaban dentro de las casas. La inocente perversión escalaba las puertas del delirio, la impactante escena de los niños comiendo a sus hermanos muertos se encerraba tras las paredes delgadas. Los habitantes reclamaban por comida, la humanidad estaba harta de todas las mentiras. La corrupción tomó un espacio firme ante la caída de un imperio. El titular del Caroní explicaba: 53


“La escasez genera un negocio paralelo en la ciudad” Miércoles 26/06/19 - 11:11. Las largas colas, la escasez de víveres e insumos y el terror de la ciudadanía en las periferias de la ciudad incrementan en torno a los robos de víveres y canastas. La creatividad de algunos los llevan a alquilar sillas, personas, ojos inmóviles que les permitan a las madres, y padres, de familia movilizarse de las filas a ver a sus hijos enfermos; la venta de bolsas robadas y la oferta de vigilancia crean micromafias que abusan de la situación, afirma nuestro corresponsal Pablo Anhazel. Nota: Jorge V. El Caroní. República de Vl.” Muchos de los soldados tenían hijos enfermos, mujeres desnutridas y llanto entre las venas. Los custodios se consagraba en un baño de sangre, dispuestos a aniquilar a todos para ponerle de una vez fin a aquella tortura. Los hogares eran allanados y los gritos agonizantes de madres indefensas se ahogaban ante las armas reacomodándose en sus cabezas. Las noticias marcaban el comienzo de una dictadura: “Con el sufrimiento no se negocia, queremos a nuestros hijos vivos” Los padres de los desaparecidos, tras cinco horas de reunión exigen resultados en las investigaciones. Jan Martínez Ahrens/ Vl /30 OCT 2014 - 21:21 Epifanio Álvarez, lleva vaqueros baratos y jamás había empuñado un micrófono ni hablado ante un público mayor que su familia. Pero el miércoles, al filo de la medianoche, tras haber pasado cinco horas con los secretarios del estado en la residencia oficial de Los Pinos, epicentro del poder federal, este campesino decidió dar el paso y, con la sinceridad de quien tiene un puñal clavado en el corazón, explicó lo que le ocurre a él y al resto de padres de los desaparecidos en el centro de la ciudad. “Se han burlado de nosotros, solo hemos perdido el tiempo. Desde aquella noche en que se los llevaron estamos a la espera. Y el dolor nos hunde. Cuando como, pienso en qué estará comiendo mi hijo, cuando bebo, pienso qué estará bebiendo él; esto es una pesadilla de la que no podemos despertar.” Tenues sonidos provenientes de los vecinos tapando la boca de las niñas, para evitar que los encuentren tras el armario, llegaban a los oídos sucios de Mario. El hombre imitaba en acto involuntario los juegos infantiles, cubría sus ojos detrás del armario y contaba hasta cien para no escuchar el tiroteo salvaje en las calles; lo hacía incansables veces hasta quedarse dormido. El pálido tono de la brisa lo había despertado, murmullos impares llegaban desde fuera y un frío silencio le anunciaba, que al parecer, él era el último vivo. Los golpes gentiles en la puerta comenzaron a enloquecerlo; Mario miró tras sus pisadas y se acurrucó junto a las ratas. Las armas se abalanzaron a su cabeza pero, una habitación totalmente vacía, y el cansancio de dos oficiales simbólicamente muertos, trajo consigo el alivio de que todo estaba terminando. Escuchó los pasos huir de su casa y posó la mirada ante su catre, un hombre joven, abierto de par en par en el estómago descansaba gozoso 54


sobre su almohada. La peste inundaba la escena del crimen. Los militares estaban ocultando los cuerpos de los asesinatos en diferentes casas. Gusanos blancos emanaban de la boca, un olor a muerte se le escurría por los ojos mientras un charco de sangre negra le rodeaba la cabeza, Mario tomó valor y se acercó hasta el muerto, sintió algo extraño recorriendo su espalda y el vómito no se hizo esperar. Gusanos blancos le emanaban de la boca, charcos de sangre se escurrían de entre sus dedos, Mario admiraba su propia muerte con la tonada del silencio. La imagen espeluznante del tiempo lo había paralizado. Salió en busca de ayuda a la calle, la desesperación invadía sus manos, ahora pálidas y diferentes, y apenas cruzó la puerta de calle comprendió que la vida había desaparecido.

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Juan Diego Gutiérrez Rojas “Juan Akbal” (Colombia) El Puente Al borde de un gigantesco puente de la ciudad, construido para transversalizar progresivamente como culto al espíritu del Domino, con la mirada distraída hacia abajo, logro divisar la gente que alguna parte se dirige. Pulsos electromagnéticos que se mueven en todas las direcciones, formando conexiones en grandes redes. Aquella visión del movimiento en la que cae la contemplación, se convierte en sinónimo estructurado de un sistema nervioso. Todos forman parte de un megaproyecto que, organizado en secuencias, estadísticas y etiquetas; funciona como verdugo de las almas. Las experiencias agonizan, la programación masiva se contagia y se aproxima. Los pocos sentidos de los sueños y el deseo, son ejecutados en los sistemas de almacenamiento e información. Una sinapsis perversa, mueve las mareas de la sociedad, mientras las eras del hombre, evaporizan. Sin embargo, un poco más hacia la Izquierda. El caminar disfuncional y discordante, la lentitud de su marcha ante tanta prisa y afán, y, la condena del dolor físico de este sujeto malformado y grotesco; cautivaron mi extrañeza sin perderle el rastro. Con un desespero injustificado, me arrojé del puente para sumergirme en las corrientes citadinas. Acercándome al ritmo del pulso vértigo de mis latidos, me interpongo ante sus pasos, agitado y confundido. Un espanto fulmínate se apoderó de su mirada clavada en la mía. Un filo cortante en sus ojos estremecía y relataba los hechos atroces que lo han perseguido como fantasmas. Una desconfianza viva y vigorosa lo paraliza, congelado de pies a cabeza. Por algunos instantes perdidos en el tiempo, quedamos frente a frente, imitando al guerrero que se encuentra con su muerte compañera. Las llamas coléricas que ardían entre miradas, sin ningún contacto, nos arrastraron entre corrientes del viento fuerte, invitándonos a sentarnos en una banca anclada al riel del atardecer, intrigado por su existencia, empecé: — ¿Cómo es posible que entre tanta agua muerta, entre tanto engrane, correas y cadenas, conserve usted tan displicente su camino? ¿Por qué no lo persigue la meta impuesta de ser alguien en la vida? ¿Cuál es el secreto pasado que le permite no andar cerca a los demás? — Quiero conocer el enigma que lo mantiene vivo. Quiero encontrar esa persistencia que lo orienta sin una brújula que le indique el camino. Quiero escudriñar en lo profundo de su historia del misterio. Impactado al sentir el carácter de mis preguntas, con su voz grave carrasposa, decidió hablar. La fineza brevedad que fluía en sus palabras como el aire de una mañana soleada en una montaña de frío, me enseñó a comprender; cuál era la vieja existencia de este ser, el nivel de soledad segura sin amargura, su camino perdido convertido en gruta, su visión oscura que va más allá de la luz infinita, la carga de no arrastrar más cargas. Con una expresión pausada, mecida entre las cicatrices del pasado, observó el rascacielos que se imponía ante el paisaje plasmado en el lienzo del horizonte y Confesó: — Atorado entre las enredaderas ramas del sentimiento dependiente, enceguecido en el deleite castigo del yugo cariño, sofocado por el calor de la sangre evaporada en los termales del placer; desgarré mi piel, abandonada en las cadenas del cuerpo y de la carne instintiva lacerante. Mientras destrozaba las instancias del tiempo, influyendo el corazón fraterno, creando laberintos entre palabras y frases audaces; escribí en el relieve de las nubes, las partituras de una composición bella etérea que apagó el infante fuego que ardía en mi interior.

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— El frenesí imparable del ritmo caótico de la ciudad, el constante calor eléctrico que produce la luz nocturna artificial, el miedo imparable que se transporta masivamente entre avenidas y calles, y, el odio ancestral que se manifiesta en contaminación audio visual. Producen en mí, el desquicio histérico de querer correr o matar. — Jamás renuncié; todo fue perdido, arrancado y desmembrado. Una a una fui ganando las batallas, pero cada vez estaba más perdida la guerra. Era inevitable, la fatalidad se impuso en su magnífico trono de Acero. — Vencido pero aún vivo, levanté mis impulsos y retomé el camino. Forme mi ejército reclutando las hojas que caen de los árboles y las lágrimas de los agonizantes. Deslizándome entre las calles, edificios y parques, convertido en un suspiro imperceptible ante el oído sordo del progreso, llevé mi voz al refugio de mis brazos, dentro del silencio. — Ahora vivo despojado de los galardones otorgados por los canoles del comportamiento correcto. Reprobado en la evaluación del bien vivir. Excluido del vagón del tren que se dirige al éxito colectivo. Ahora vivo displicente y tranquilo. Ahora vivo sin perseguir y ser perseguido. En ese instante enmudeció. A lo lejos, en un antiguó descanso de tragos y copas, se balaceaba la tenue melodía del tango Naufragio. Como autómata sin alma, se puso en pie y continuó con el divagar de sus pasos, las llagas en su cuerpo y la brevedad en su silueta. Marchándose ermitaño del laberinto, esparcido entre las sombras.

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Lista De Referencias Fotográficas Portada: “de lluvia y otras raíces II” - Lady Gómez pg 6: “de lluvia y otras raíces III” - Lady Gómez pg 7: “muros poéticos, presencias urbanas I” - Nana C. pg 14: “fantasmas de cemento I” - Andrés Felipe Hernández pg 19: “a colgar los guayos” - Nana C. pg 20: “muros poéticos, presencias urbanas II” - Nana C. pg 28: “Belicoso panorama” - Nana C. pg 33: “Fantasmas de la calle” - Andrés Felipe Hernández pg 35: “Fantasmas de cemento II” - Andrés Felipe Hernández pg 39: “cañones al cielo” - Nana C. pg 45: “Indian old woman” - Andres Felipe Hernandez pg 46: “cosita” - Nana C. pg 48: “de lluvia y otras raíces IV” - Lady Gómez pg 55: “fantasmas de cemento III” - Andrés Felipe Hernández pg 57: “urbana centro Medellín” - Andrés Felipe Hernández Fotografías de fondo por: Leidy Gómez & Andrés Felipe Hernández

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