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Charles

Charles. Texto de Unai González Ilustraciones de María Dudamel

La calle estaba solitaria, a la espera de un don nadie buscando su suerte. En algún primer piso, un pie en el marco, una silla inclinada soportando un cuerpo de casi noventa kilos (es chistoso que con tanta grasa no pueda parir un poema). Charles es un triste joven golpeado por la vida, cada golpe le recuerda que no nació para la poesía. Tal vez como lector le fuera un poco mejor, pero le acompaña un demonio llamado terquedad que no puede con las reglas académicas, embolsillándose la métrica, escupiendo las líneas de sus estrofas percudidas y mal ejecutadas. Cada palabra que escribe no expresa nada y en el fondo él lo sabe.

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La tarde era su horario de trabajo, acompañado de algún licor barato, una luchadora silla con talento acostumbrada a su peso y una ventana cerrada que lo cuida del suicidio. El disponía de una botella de brandi, pluma, papel y un cuchillo; son las herramientas necesarias para un poeta. Leer sirve de algo, pero la realidad viola los sueños débiles y de vez en cuando a algún sueño titánico. A la realidad le gusta tener sexo duro y al parecer se enamoró de los delirios oníricos de Charles y en el fondo él lo sabe.

Imagus

Hundido en las notas de Brahms se perdía en sueños donde la física le valía una mierda, donde la verdadera poesía era visible pero era abstracta para él, solo tenía los sentidos para tenerla en sus manos como siempre, lejana e indiferente, la asesina más cruel y fría siempre ha sido la indiferencia. A veces el lector es un asesino, en otras ocasiones la poesía lo es y él era el testigo al mismo tiempo que una víctima y en el fondo él lo sabe.

Su cuchillo surcaba en las maderas del marco de su única defensora, una ventana firme que siempre lo veía llorar, porque si, Charles lloraba por cada poema caído, por cada palabra inútil, por cada verso sin sentido. De nuevo toma los últimos sorbos de alcohol de la agonizante botella contenta de morir en el interior de un fracasado, hacerse inmortal en el sentimiento de un hombre. Silencio.

Charles llega con el soñar de la cerradura quieta y fría. El desdichado poeta asciende con otra botella de brandi, la abre como desesperado sediento de vida y se golpea el alma con un trago sin lamentos. Mira el reloj atrasado más de una hora, enciende un cigarrillo, toma los papeles escritos, su pluma y el cuchillo, se inclina hacia atrás. Se dispone a escrudiñar en cada

Charles

escrito, a mejorar lo inmejorable y me mira como siempre. Divisa a través del cristal buscando a la poesía. Yo en silencio, con mi pose firme, cuidándolo de él mismo, cuidándolo de la poesía y dejándole ver más allá de los cristales sólidos, los amaneceres, los crepúsculos y las noches. De vez en cuando le dejo caer los cálidos rayos para su buen despertar. Mirando cada verso inútil, viéndolo escribir solo lo que puede escribir, acariciándolo después de cada resaca al recostar su rostro. Yo lo quiero, le soy fiel y en el fondo él lo sabe.

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