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Directora Ejecutiva Plan Internacional Gabriela Bucher Gerente Nacional de Programas Eliana Restrepo Chebair Gerente Programa de Niños y Niñas en Condición de Desplazamiento Fanny Uribe Idárraga Coordinadora Nacional Programa de Atención a la Niñez Desplazada Dora Hilda Aya B. Asesor Nacional de Investigación y Evaluación José Luis Casas Gerente Plan Oficina Tumaco Martha Espinosa Gerente Plan Oficina Cartagena Shirley Navarro Gerente Plan Oficina Quibdó Jesús Elías Córdoba Coordinadora Local Proyecto Desplazados, Plan Oficina Quibdó Celina Nagles Moreno Directora Corporación Puerta Abierta Dinorá Cristina Cortés C.
Equipo investigador de los diagnósticos de caso Dinorá Cristina Cortés C. Neider Yaneth Munévar G. Nicolás Serrano Cardona Susana Ardila Corporación Puerta Abierta
Diseño y diagramación Camilo Peña Vargas Impresión Nuevas Ediciones Ltda. ISBN: Obra Independiente: 978-958-98219-0-9
Autor Nicolás Serrano Cardona Con la colaboración de Neider Yaneth Munévar G. Edición Marta Diva Villegas Trujillo Claudia Patricia Fonseca Socha
Primera Edición 2007 Las opiniones, conceptos y juicios del autor no reflejan necesariamente la posición institucional de Plan Internacional y la Corporación Puerta Abierta. Se autoriza la reproducción parcial de la obra citando la fuente.
Corrección de estilo Jesús Delgado
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© Plan Internacional © Corporación Puerta Abierta
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A todas aquellas personas y organizaciones que participaron en la elaboración de los diagnósticos de caso en los barrios La Victoria, Monte Bello y Brisas del Poblado en Quibdó, Esfuerzo I y II (o Candamo I y II) en Tumaco, y en los sectores de Gossen, La Conquista, Playas Blancas, Nueva Cartagena, 14 de Febrero y Los Ángeles del barrio El Pozón en Cartagena, un enorme y sincero agradecimiento por compartir sus experiencias, aprendizajes y sueños, así como por el entusiasmo e interés que demostraron en las actividades propuestas. Sin su apoyo no hubiera sido posible realizar este documento del cual también son autores. A ellos, gracias nuevamente por ofrecernos su afecto, su paciencia y su alegría en el desarrollo de este compromiso de vida y propósito conjunto.
Al habitar llegamos, así parece, solamente por medio del construir. Martín Heidegger
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Presentación
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n 1937, en plena guerra civil española, un niño vagaba solo en la estación de trenes de la ciudad de Santander. En uno de sus bolsillos había una nota que decía: «Éste es José. Yo soy su padre. Cuando Santander caiga, estaré muerto. Quienquiera que encuentre a mi hijo, cuide de él por mí».
El corresponsal de guerra John Langdon Davies encontró a José y entendió que su misión era ayudarlo a él y a otros miles de niños que vivían la orfandad dejada por la guerra. Esta decisión cambiaría la vida de millones de niños y niñas en el mundo. Langdon Davies fundó Plan, y junto con la colaboración de su amigo Eric Muggeridge, atendería durante sus primeros años a niños refugiados a través de la creación de hogares o colonias, que con los años se extenderían a lo largo de toda Europa para ayudar a la niñez víctima de la guerra. Hoy Plan, luego de 70 años de labor en el mundo apoya a más de un millón de niños, niñas y adolescentes de 62 países, incluyendo Colombia. Al igual que José, muchos de éstos niños y niñas son víctimas de la guerra, y en Colombia su situación es particularmente dramática. 5
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El deseo de Langdon Davies hoy sigue inspirando la labor de Plan, por lo que seguimos comprometidos con los niños y niñas víctimas de la guerra o afectados por el desplazamiento para que otro proyecto de vida les sea posible y para que sus derechos no sean vulnerados y sus potenciales, habilidades y capacidades sean tenidas en cuenta. En Colombia, desde hace 4 años, Plan desarrolla el Proyecto de Atención Integral a la Niñez en situación de desplazamiento en las zonas donde tiene presencia. En el marco de este proyecto se realizó el «Estudio comparativo de los impactos psicosociales y culturales del desplazamiento forzado en mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas», que es la base de esta publicación, en diferentes asentamientos. Este estudio insiste en que el desplazamiento es una grave violación a los derechos humanos, mostrando los impactos que genera en los distintos ámbitos de los niños y niñas, sus familias y comunidades, y como resulta ser un fenómeno social y político, que lesiona y controvierte los principios básicos de nuestra cultura. El estudio es también una contribución en la definición y direccionamiento de estrategias de intervención y se convierte en un llamando a la necesidad de construir una nación distinta en la que la transformación de la vida en lo individual y colectivo, sea consecuencia de decisiones de los sujetos involucrados y no del autoritarismo e imposición por la fuerza de otro.
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Plan
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omos Plan, una organización colombiana con apoyo internacional que desde 1962 trabaja en el país y su objetivo es el desarrollo comunitario centrado en la niñez. No tenemos afiliación política, gubernamental o religiosa.
Estamos presentes en lugares donde hay niños y jóvenes en condiciones de extrema pobreza y trabajamos de manera integral con las comunidades para que se organicen y participen activamente en la solución de sus problemas. Como promotores de los derechos de la niñez, creemos firmemente en las capacidades que tienen los niños, las niñas y los jóvenes para optar cambios a su calidad de vida y por esa razón buscamos que sus voces sean escuchadas en los escenarios donde se deciden los temas que los afectan. Fortalecemos a las comunidades para la gestión de planes de desarrollo Comunitario de largo plazo, que garanticen de manera real una transformación en su calidad de vida. Estamos en 33 municipios ubicados en los departamentos de Nariño, Cauca, Valle, Chocó, Sucre, Atlántico y Bolívar donde hemos acompañado a más de 40 mil familias en la construcción de oportunidades para la niñez. 7
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VISIÓN Un mundo donde todos los niños y las niñas desarrollen su pleno potencial en sociedades que respeten los derechos y la dignidad de las personas.
MISIÓN Plan se esfuerza por lograr mejoramientos duraderos en la calidad de vida de los niños y las niñas que viven en condiciones de vulnerabilidad en países en vía de desarrollo a través de un proceso que une a personas de distintas culturas y agrega valor y significado a sus vidas, a través de: Facilitar los medios a los niños, sus familias y sus comunidades para que satisfagan sus necesidades básicas y para mejorar su capacidad de participar y beneficiarse de sus sociedades. Construir relaciones para fomentar el entendimiento y unidad entre los pueblos de diferentes culturas y países. Promover los derechos e intereses de todos los niños y las niñas del mundo.
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Corporación Puerta Abierta Acción Para El Desarrollo Humano
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a Corporación Puerta Abierta es una organización no gubernamental creada en el año 2003, cuya misión es contribuir al desarrollo humano sostenible de las poblaciones más vulnerables de Colombia y a la reconstrucción de la vida en condiciones de dignidad de las personas afectadas por la violencia sociopolítica del país. Asume el desarrollo humano como la valoración por la vida, el fortalecimiento de las capacidades personales y colectivas, la ampliación de oportunidades y la expresión de las libertades civiles y políticas.
La Corporación en cumplimiento de su misión, desarrolla acciones en el campo de la investigación, intervención y acompañamiento social orientados al fortalecimiento de las capacidades organizativas de las poblaciones marginales y victimas de violencia sociopolítica para que articulados con respuestas institucionales puedan recuperar integralmente sus proyectos de vida y restablecerse socialmente en un ambiente de respeto a la vida, la libertad y la diferencia. 9
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La Corporación en el campo investigativo ha desarrollado procesos de diagnóstico, planeación participativa y evaluación de programas y proyectos de restablecimiento social y económico de poblaciones en situación de desplazamiento forzado en las ciudades de Quibdó, Tumaco, Cartagena, Sincelejo y Facatativá. En el campo de la intervención y acompañamiento social, ha realizado proyectos para la participación y organización de comunidades en situación de desplazamiento forzado en fase de restablecimiento. La Corporación está comprometida con la construcción de un país que respete la vida, la diversidad y las libertades como bases fundamentales para la realización humana.
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Tabla de contenido Introducción .......................................................................................................................................................................................................................................... 13 Impactos generales: Atados al territorio ........................................................................................................................................... 19 De lo rural a lo urbano y de lo tradicional a lo moderno: negociaciones de lógicas culturales en el proceso de restablecimiento .......................................................... 19 La ambigüedad del desplazamiento forzado ...................................................................................................................................................... 24 Aprendiendo a ser desplazados ................................................................................................................................................................................................... 31 Impactos en las condiciones de vida: cuando cambia el paisaje .................................................................................... 42 Impactos en la familia: cambios y adaptaciones del sistema patriarcal ............................................................. 55 Impactos en lo público: nuevas y viejas territorialidades ............................................................................................................ 60 Impactos en las mujeres .................................................................................................................................................................................................. 85 El desplazamiento forzado en el cuerpo ..................................................................................................................................................................... 87 El ámbito de la familia: aumento de roles y violencia intrafamiliar .......................................................................... 90 Descubriendo el espacio público: la conquista de la ciudad y la proliferación de la violencia ............................................................................................................................................................................................ 105 Cambios en las relaciones económicas ....................................................................................................................................................................... 114 Participación y organización de las mujeres: luchando por la equidad en el ámbito público ............................................................................................................................................. 118 11
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Impactos en los hombres ........................................................................................................................................................................................... 126 Redefinición de la masculinidad: cuerpo e identidad de género ............................................................................... 128 Roles familiares masculinos en recomposición ............................................................................................................................................ 135 Impactos en el espacio público ................................................................................................................................................................................................. 141 Impactos en las relaciones económicas .................................................................................................................................................................... 145 Impactos en la participación y organización masculina ............................................................................................................. 148 Impactos en los y las jóvenes ............................................................................................................................................................................. 150 Reconociendo los sentidos de la juventud .......................................................................................................................................................... 153 Procesos de socialización en el ámbito familiar ....................................................................................................................................... 162 Procesos de socialización en el entorno social ............................................................................................................................................ 167 Impactos en la participación y organización de los y las jóvenes ............................................................................ 177 Impactos en los niños y las niñas ................................................................................................................................................................ 180 Asumir el desplazamiento: experiencia y socialización ............................................................................................................... 183 Procesos de socialización en el ámbito familiar ....................................................................................................................................... 188 Procesos de socialización en el entorno social ............................................................................................................................................ 195 Participación y organización ........................................................................................................................................................................................................ 206 Conclusiones .................................................................................................................................................................................................................................... 208 Bibliografía ......................................................................................................................................................................................................................................... 225
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Introducción
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a violación sistemática de los derechos de la población civil en Colombia es una muestra del continuo menosprecio hacia una ética fundada en el respeto a la vida, a la libertad y a la diferencia, valores socialmente instituidos en los que se apoyan nuestros anhelos como sociedad y nación. El desplazamiento forzado es manifestación del desacato a estos ideales. Su difusión como estrategia bélica, evidencia la manera en que la lucha armada del país ha utilizado históricamente la violencia como herramienta predilecta para la consecución de objetivos políticos, y la forma en que se han dinamizado muchos de los procesos de modernización social, política y económica en nuestra nación.
La atención y prevención del desplazamiento forzado son, por ello, responsabilidad de todos aquellos actores que compartimos una misma ética social y que vemos en el respeto a los derechos la efectiva posibilidad de la realización del ser, la posibilidad de construir una nación en el marco de un proyecto moderno, alternativo, respetuoso de las diferencias de sus habitantes, y la reafirmación de los ideales que guían nuestros proyectos colectivos. El Estado, institución que aglomera y asume responsabilidades para con todos los ciudadanos, es el actor que por excelencia debe velar por la defensa, promoción, resarcimiento y real ejercicio de los derechos vulnerados de la población desplazada como agente ejecutante y promotor de las condiciones necesarias para la intervención de los grupos e instituciones de la sociedad civil empeñados en la atención integral del desplazamiento forzado. 13
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En atención al llamado que el Estado colombiano ha hecho a la totalidad de la sociedad civil colombiana en busca de su compromiso en la lucha contra el flagelo del desplazamiento forzado, Plan Internacional y la Corporación Puerta Abierta presentan el texto “Estudio comparativo de los impactos psicosociales y culturales del desplazamiento forzado en asentamientos de Quibdó, Tumaco y Cartagena”, que compara y analiza los resultados de los diagnósticos de impacto psicosocial y cultural de caso, elaborados en desarrollo del convenio de cooperación suscrito entre las dos organizaciones. Los estudios individuales recolectan y procesan información que permite caracterizar las condiciones de vida de la población en situación de desplazamiento de los asentamientos seleccionados. Esta es la línea de base cualitativa que constituye la plataforma de intervención de Plan Internacional en ellos. Los diagnósticos se concentran en la caracterización de población en situación de desplazamiento en etapa de estabilización socioeconómica, ámbito de intervención en el que luego de haberse brindado una atención humanitaria de emergencia, se deben generar las condiciones de sostenibilidad económica y social en el marco del retorno voluntario, el reasentamiento en las regiones de llegada, o la reubicación en otro lugar. En el restablecimiento se debe verificar un efectivo y durade-
ro resarcimiento de los derechos vulnerados y, con ellos, la posibilidad real de una reconstrucción de los proyectos de vida, deber ser que sin embargo, contrasta con la realidad, donde es aún un deseo intangible la real reparación integral de las víctimas del desplazamiento forzado. El análisis comparativo de los diagnósticos de caso nace de las similitudes y contrastes que surgieron en cada uno de los trabajos de campo y su sistematización. Se muestra, así, la posibilidad de reinterpretar los resultados desde una perspectiva comparativa que involucra los diversos contextos regionales y extiende los alcances de la labor realizada en las comunidades hacia otros actores sociales y académicos interesados o comprometidos con el trabajo y la atención de la población en situación de desplazamiento. La elaboración de este documento busca de manera prioritaria apoyar los procesos de divulgación de la problemática del desplazamiento forzado, sostener la producción intelectual asociada al tema por medio de su continua problematización, y nutrir los campos teóricos y prácticos que convergen en él. Se reconoce, con ello, la necesidad de no disminuir los esfuerzos por sensibilizar a la opinión pública y continuar produciendo y propagando las reflexiones y lecciones aprendidas de todos los actores sociales que trabajan en la atención de este grupo víctima de la violencia que ha visto vulnerados sus derechos fundamentales, sociales, económicos y culturales como consecuencia de la ineficaz protección del Estado. En particular, se quiere insistir en que el desplazamiento forzado es una problemática vigente que aún no encuentra respuestas completamente satisfactorias. Si bien se 14
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reconocen acciones positivas en mayor o menor grado, como la creación durante la última década de marcos normativos para su atención, el aumento de acciones, la creación y aplicación de instrumentos de diagnóstico y mecanismos de seguimiento estatales, el fortalecimiento del compromiso de los organismos del Estado (aun si fuera por la presión de entes internacionales o acciones jurídicas), el incremento del número de organizaciones de la sociedad civil comprometidas con la atención y acompañamiento a este grupo vulnerable, la influencia en la percepción y visibilización del desplazamiento forzado en la opinión pública, el fortalecimiento de los procesos sociales (organización y participación) de las comunidades en situación de desplazamiento, la generación de procesos de desmovilización más o menos efectivos de actores armados, y la disminución de la percepción o realmente de la inseguridad (según buena parte de la población nacional), no es posible asumir aún que la reparación y resarcimiento de los derechos vulnerados de la población, nodo que da sentido a la problemática social y política de la condición de desplazamiento, sea hoy por hoy un resultado siquiera medianamente alcanzado. A pesar de la “saturación” que algunos actores sociales y académicos han señalado, alrededor del tema del desplazamiento forzado, el profundo conocimiento de sus consecuencias, la real dimensión de la situación de las víctimas, y los problemas asociados a la situación de desplazamiento propiciados por las tradicionales relaciones sociales, políticas y económicas o por la actual coyuntura del país, son aún temas del dominio de una minoría de profesionales o constituyen problemas sólo enunciados que no han sufrido mayores desarrollos; así mismo, el efectivo goce de los derechos vulnerados y la cesación de la condición del desplazamiento, siguen siendo problemáticas complejas sin soluciones evidentes y de las cuales se procura no hablar demasiado. La producción sobre el desplazamiento forzado es por ello aún relevante y necesaria para mantener en vigencia el tema, más aún, si la opinión pública en general y un amplio sector de la sociedad civil organizada, percibe debido a la forma mediática como se trata el problema en la actualidad, que son nimias las repercusiones del desplazamiento forzado en nuestra sociedad. En el presente texto no se tratan todas las problemáticas antes enunciadas, pues el marco institucional y los objetivos prioritarios que delinearon la elaboración de los diagnósticos de caso no permiten tales pretensiones. Sin embargo, se analizan las implicaciones que el desplazamiento forzado tiene en diferentes grupos de edad y género de acuerdo con contextos regionales particulares, enfatizando el hecho de que el desplazamiento forzado es resultado y reproductor del proceso de
modernización del país y, por ello, es operador de cambios culturales en condiciones de vulnerabilidad en individuos y colectividades. De esta manera el texto contextualiza el proceso del desplazamiento en un marco social, político y económico más amplio en el que se develan las relaciones entre los impactos del desplazamiento 15
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forzado en los diferentes grupos de edad y género, y otros fenómenos que normalmente se asocian a cambios producidos por otros procesos de modernización, el desarrollo del conflicto armado, la concentración de tierras, el control del territorio, la alteración de las relaciones de género, los cambios en las formas de producción, la construcción de nuevos referentes de identidad, la consolidación de movimientos sociales emergentes, el surgimiento de nuevas formas de apropiación y construcción del territorio, y el nacimiento de formas antes no vistas de participación de la sociedad civil. Se propone así, un nuevo horizonte en los estudios acerca del desplazamiento forzado al desarrollar el análisis de sus impactos en términos de un proceso político, económico y social de largo alcance. Con este objetivo en mente, se sostiene como marco del análisis que el desplazamiento forzado es un proceso multidimensional y complejo, es decir, que involucra de manera causal, simultánea y complementaria otra serie de procesos y fenómenos que originan una red de prácticas y significados que dan forma a los efectos psicosociales y culturales. La cultura, como concepto que hace referencia a las lógicas de pensamiento y sentimiento caracterizadas por su dinamicidad, continua recreación y reproducción en prácticas y discursos cotidianos que dan sentido a los seres individuales y grupos humanos, es el lente que permite identificar las relaciones complejas que se tejen alrededor del conflicto armado y la situación de desplazamiento. Normalmente se ha asumido que los choques culturales son uno más de los efectos propios del desplazamiento forzado, percepción que disecciona el sentido de lo cultural y delimita su significado a unas cuantas cualidades propias sólo de ciertos grupos humanos. A lo largo del texto por el contrario, se argumenta que la cultura es un marco amplio que permite encuadrar todos los impactos del desplazamiento, y no constituye sólo una parte de ellos. Para efectos editoriales el texto se ha dividido en dos partes: una donde se presentan el enfoque y la metodología de la investigación, así como los contextos y la caracterización de las familias, y otra donde se presentan los impactos generales y particulares en cada grupo poblacional. En esta segunda parte se describen los impactos psicosociales y culturales, generales y diferenciales del desplazamiento en mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas. El capítulo dedicado a los impactos generales, señala aquellos aspectos que de manera general afectan a todas las personas y grupos de población en situación de desplazamiento, identificando particularidades de los contextos regionales. Son, por ello, el marco de análisis de los impactos poblacionales que a su vez muestran efectos de acuerdo con el género y la edad. 16
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Como aspectos generales se tratan las percepciones del desplazamiento forzado, marcadas por la ambigüedad de la vida en los lugares de llegada -situación que ha hecho difícil la renovación de los proyectos de vida individuales y colectivos-, y los procesos identitarios asociados a la situación de desplazamiento donde aumentan los referentes individuales y colectivos, se lidian con nuevas o reconstruidas representaciones sociales (de género, clase y etnia), y se promueven complejos procesos de negociación política y social en virtud de la nueva gama de actores del nuevo medio. También se estudia la disminución de las condiciones materiales de vida marcadas por la pérdida prácticamente total del acceso a los medios de producción (lo que incide ampliamente en la situación de desigualdad y vulnerabilidad de las familias), y las transformaciones en el ámbito familiar que muestran cómo el desplazamiento obliga al paso de una estructura con preponderancia de la autoridad masculina, a una de mayor equilibrio en la dotación cualitativa de los géneros, situación que resulta altamente conflictiva en la gran mayoría de los casos. Por último, se tratan los impactos en lo público desde la conceptualización de esta esfera como espacio de interlocución entre la sociedad civil y el Estado, como lugar de expresión del Estado social de derecho, y de la lucha por una identidad fundada en una moral cívica, donde cambian actores, instituciones y territorios. Es posible, con ello, identificar las posibilidades y dificultades en la reconstrucción territorial de los grupos humanos en los lugares de llegada, donde se han gestado nuevos territorios plurales marcados por la adaptación de las formas tradicionales de territorialización y la instauración de formas de habitar nacidas en el seno de los procesos de reivindicación de los derechos vulnerados, donde se conjugan no siempre efectiva y pacíficamente, maneras distintas de ejercer y legitimar el dominio territorial (no en términos jurídicos) en distintos grupos sociales y actores institucionales. En los capítulos dedicados a hombres y mujeres el análisis se realiza desde un enfoque de género que permite entender los cambios y adaptaciones en el sistema patriarcal. Desde este marco se observa cómo en el proceso de restablecimiento, opera una selección estratégica de pautas de comportamientos y responsabilidades sociales del sistema patriarcal que lleva a beneficios y perjuicios que son asumidos por uno u otro género en función de atenuar las vulnerabilidades de la situación de desplazamiento. Se muestra un paso intermedio entre la revaloración de estructuras sociales basadas en la superioridad del género masculino, a otras que tienden a un trato más equitativo entre hombres y mujeres. En jóvenes y niños, por el contrario, se supedita el enfoque de género a las consideraciones de edad, y se enfatiza el estudio de las formas en que el proceso de desplazamiento ha afectado los 17
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procesos de socialización primarios y secundarios al propiciar relaciones distintas con viejos y nuevos agentes socializadores, al incluir en los referentes identitarios la categoría de personas en situación de desplazamiento (con sus representaciones sociales), y al promover la interiorización de valores sociales nacidos de la experiencia del conflicto armado. Se estudia en este marco la disminución del papel de la familia como agente socializador primordial, en contraposición a otros actores y escenarios que hacen presencia en las comunidades locales, donde son determinantes el uso de la agresión y el consumo cultural en los procesos de socialización.
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Impactos Generales Atados al territorio
De lo rural a lo urbano y de lo tradicional a lo moderno: negociaciones de lógicas culturales en el proceso de restablecimiento
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l desplazamiento forzado, además de ser un fenómeno social y político que lesiona y controvierte los principios éticos básicos de nuestra cultura (desacato que se pone en términos de vulneración de los derechos de individuos y colectividades) es un proceso obligado y acelerado de cambio cultural en condiciones de extrema vulnerabilidad, que se puede interpretar como un proceso de modernización precipitado e inequitativo.
Recordemos que la vulnerabilidad implica una situación en la cual no es posible por medios propios y a causa de impedimentos sociales, políticos, económicos o culturales, la realización de la plena capacidad de las personas; en esa medida, no permite el ejercicio pleno de los derechos fundamentales, sociales, políticos, económicos y culturales. Sin embargo, “el análisis de la vulnerabilidad comprende la identificación no sólo de las amenazas sino también de la capacidad de adaptación en lo 19
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que respecta a aprovechar oportunidades y resistir a los efectos negativos del cambio en el ambiente o recuperarse de ellos”1. Como se intentará demostrar a lo largo de todo el texto, el desplazamiento
forzado ocasiona un cambio cultural que simultáneamente atenta contra la realización de los individuos y estimula el desarrollo de estrategias de adaptación donde se ponen a prueba, transforman o desechan dispositivos de la cultura “tradicional” en el proceso de restablecimiento, operaciones que tienen grados diferenciales de eficacia y que muestran en una perspectiva socio-cultural los impactos del desplazamiento forzado. Al referirnos a la modernidad se diferencian dos conceptos que residen en su noción general y que se prestan para confusiones: la modernidad entendida como un período histórico, y la modernización, es decir, los procesos tecnológicos que modifican procesos productivos y relaciones sociales en el marco de la modernidad, que de esta manera se define en sentido amplio, como aquel período en que “las instituciones y modos de comportamiento impuestos primeramente en la Europa posterior al feudalismo, pero que en el siglo XX han ido adquiriendo por sus efectos un carácter histórico mundial. El término modernidad se puede considerar equivalente aproximadamente a la expresión “mundo industrializado”, mientras se acepte que la industrialización no se refiere únicamente a su aspecto institucional2". La modernidad surgió como un proyecto político, social y económico, pues postulaba un recorrido con un principio y fin establecidos de acuerdo con aquellos valores que le resultaban relevantes. Este proyecto se ejecutó en todos los campos del saber y de manera abreviada se puede señalar que postulaba una confianza en el sujeto que se expresa en la certeza en las herramientas de la razón y la ciencia para transformar el futuro, en la predilección de un pensamiento analítico en detrimento de uno analógico, en la autoafirmación de la capacidad humana de labrar su propio destino, y en una perspectiva crítica manifestada en la autoreflexividad. En el ámbito político se expresó en la constitución del Estado Nación como institución que centralizaba el poder sobre un territorio, que se edificó como actor geopolítico por excelencia en el escenario global, y que generó nuevas relaciones con sus habitantes (ahora ciudadanos) por medio de la definición de derechos y deberes (de donde renacen conceptos como el de sociedad civil y se revitalizan otros como el de lo público y lo privado). Se presentaba como un proyecto emancipatorio que pretendía la construcción de individuos y sociedades nuevas por medio de la aceptación de códigos comunes basados en la defensa, respeto y promoción de la democracia, la libertad, y la igualdad civil. En su desarrollo sin embargo, se privilegiaron las relaciones económicas, se promulgó a la riqueza y al crecimiento económico como condición necesaria para el fortalecimiento de la democracia, y 20
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Moser, Carolina. “Situaciones críticas: reacción de los hogares de cuatro comunidades urbanas pobres ante la vulnerabilidad y la pobreza”. Washington, DSC. Banco Mundial. p. 25. Tomado de: Pérez Murcia, Luis Eduardo. 2004. Op. cit. p. 23. Giddens, Anthony. “Modernidad e identidad del yo: el yo y la sociedad en la época contemporánea”. Barcelona. Editorial Península. 2004. Tomado de Álvarez, Manuela. “Prácticas espaciales y regímenes de construcción de ciudad en Tumaco”. En: Camacho, Juana; Restrepo, Eduardo. (Ed). “De montes, ríos, ciudades: territorios e identidades de la gente negra en Colombia”. Fundación Natura-Ecofondo-Instituto Colombiano de Antropología. 1999. p. 193.
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prevaleció la homogeneización de comportamientos y la especialización de saberes en función de la diferenciación social, razones por las cuales a los ojos de muchos, realmente se constituyó en proyecto de dominación y homogeneización. Allí se encuadra el progresivo debilitamiento de los Estados Nación, las nuevas formas en que política y económicamente se responde a esta porosidad de límites geopolíticos, los cambios respectivos en sus instituciones, la ruptura de una tradicional asociación de las sociedades a un determinado Estado y territorio, y la conformación de grupos políticos por encima y debajo del poder estatal. También se encuentra allí, el espacio para el renovado valor de la diferencia en un marco de homogeneidad, y se revitaliza lo local en términos de lo global (lo que algunos han llamado glocalización), proceso en el que se asientan la democracia y la tolerancia cosmopolita. La modernidad en la actualidad se expresa, por ello, en un Estado que busca descentralizarse y transformarse en cuanto a eficiencia burocrática y administrativa para una mejor utilización de los recursos públicos, aunque al mismo tiempo busque mantener su unidad y ceda responsabilidades a terceros; que negocia con poderes económicos y políticos transnacionales en función del bien común aunque con ello se privilegien intereses privados; que se reconoce como el garante de los derechos, aunque abiertamente también se declare incapaz de hacerlos respetar y enfatice los deberes de sus ciudadanos en ello; que promueve la defensa de la diversidad cultural y biológica, aunque no esté dispuesto a pagar los costos que implica su real protección y revitalización, todas tensiones que promueven la redefinición del papel de la sociedad civil y el Estado, así como de lo que se entiende por lo público y lo privado. La modernidad también se manifiesta en la proliferación de referentes identitarios y de actores sociales que obligan a una constante y simultánea negociación en múltiples territorios y breves fracciones de tiempo; en relaciones de poder signadas por la capacidad económica (de producir riqueza) fundada no sólo en la propiedad de los medios de producción tradicionales sino también en la capacidad de producir, manipular, incorporar y reincorporar muy rápidamente información (de allí la importancia de la educación, experiencia y capacidad de actualización y adaptación a cualquier contexto, tipo de conocimiento o tecnología). También en las constantes tensiones entre lo local y lo global, donde es necesario conocer el mundo para poder actuar en cualquiera de sus ámbitos particulares, y donde se intenta que los beneficios de lo local se reviertan en él y no en ámbitos globales, aunque la importancia y utilización de los recursos del uno sean sólo tangibles y usufructuables en relación con el segundo. Por último, en los nacientes movimientos sociales que intentan oponerse a este escenario, pero en los mismos términos y con las mismas herramientas que le dan forma al contexto a subvertir. De 21
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hecho, uno de los fenómenos más significativos de este proceso es el de la debilitación de las formas intermedias de participación política. Los partidos políticos, sindicatos y la mayoría de las formas de organización han visto sacudidas sus estructuras en pro de otras formas de organización, como movimientos populares y organizaciones no gubernamentales, que guían actualmente las acciones políticas. El concepto gramsciano de sociedad civil resurge en este contexto, aunque las condiciones de su origen aparezcan como contradictorias: “Por una parte, surge de la necesidad de estabilidad y legitimidad política del neoliberalismo, y por otra parte, se origina en los movimientos populares, para buscar la supervivencia frente al reajuste estructural haciendo que se mueva hacia la estabilidad o hacia la ingobernabilidad”3. El concepto de sociedad civil parece, así, estar enmarcado siem-
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pre en la relación entre la modernidad, la globalización y el sistema capitalista, pues “la sociedad civil debe estar ligada al mercado, con el fin de guiarlo para sostener el sistema capitalista, considerado como único terreno fértil para la democracia. En consecuencia, incluso una sociedad civil que trabaja contra el neoliberalismo es, en última instancia, beneficiosa para la sociedad del mercado, y de esa manera, corrige los excesos del mercado, estabiliza y legitima el sistema” 4. En este marco general se intenta reconocer con ello que la problemática del desplazamiento forzado es tanto resultado como producto de un proceso histórico amplio, donde “la renegociación del contrato territorial, la negociación del conflicto armado y la democratización del Estado son en la sociedad colombiana, los tres pilares de una gran agenda imposible de abordar por separado y aún de resolver en secuencia temporal5”. A este escenario inconcluso y de redireccionamiento del proyecto de nuestra cultura, llega la población en situación de desplazamiento. Debido a que se reconoce que “el proyecto de modernidad no se materializa de manera uniforme, sino más bien es un conjunto disperso de discursos, prácticas y representaciones que a la luz de procesos y experiencias concretas, se puede desagregar para vislumbrar los matices y particularidades propias de su operacionalización”6, el estudio de los impactos del desplazamiento forzado intenta dar cuenta de aquellos procesos que emergieron como relevantes en el proceso de transformación, adaptación y resistencia de lógicas culturales en el restablecimiento. De manera general, este paso de un ambiente rural a otro urbano corresponde en los tres diagnósticos de caso realizados. Del total de la población en situación de desplazamiento, 97,8% de Quibdó, 70% en Tumaco y 70,8% en Cartagena, provenían de zonas rurales; aquellos que provenían de zonas urbanas habitaban en pequeños municipios o pueblos, donde no se daba una vida semejante a la de la ciudad. 22
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Yudice, George. “La globalización de la cultura y la nueva sociedad civil”. En: Escobar, Arturo; Álvarez, Sonia; Dangnino, Evelina (Ed). “Política cultural y cultura política. Una nueva mirada sobre los movimientos sociales latinoamericanos”. Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Editorial Taurus. 2001. p. 395. En particular Manuel Castells sostiene una argumentación parecida de la injerencia de la sociedad civil. Para él, esta es una forma de organización que se desarrolla desde una construcción identitaria legitimadora de las instituciones que detentan el poder. Ibid. p. 396. “...en la concepción de Gramsci, la sociedad civil está formada por una serie de aparatos, como la Iglesia, los sindicatos, los partidos, las cooperativas...que prolongan la dinámica del estado pero están profundamente arraigados entre la gente. Precisamente ese doble carácter de la sociedad civil es el que la hace un terreno privilegiado para el cambio político al posibilitar la toma del estado sin lanzar un asalto directo y violento (…) Donde Gramsci y Tocqueville ven democracia y civilidad, Foucault o Sennett ...ven dominación interiorizada y legitimación de una identidad normalizadora sobreimpuesta o indiferenciada”. Ibid. p. 31. Galindo, Campo Elías. “Sociedad, cultura y cambio territorial en Colombia en la última década del siglo XX”. En: Brand, Peter Charles. (Ed.) “Trayectorias urbanas en la modernización del Estado en Colombia”. Universidad Nacional de Colombia. Tercer Mundo Editores. 2001. p. 88. Álvarez, Manuela. Op. cit 1999. p. 193.
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El desplazamiento forzado, aunque no es análogo al paso de lo rural a lo urbano y no se agota en la dicotomía de estas dimensiones, pone en evidencia procesos de migración acelerados donde se pasa “de una marginalidad rural a una marginalidad urbana”7. Por ello no es posible separar las consecuencias del cambio de la vida en un mundo rural a uno urbano para los casos objeto de comparación. La diferencia en cuanto a impacto con otras formas de migración radica en las críticas condiciones materiales y anímicas de la huida, en el uso explícito de la violencia y la amedrentación, y en la inequidad y exclusión de las que es objeto la población en situación de desplazamiento en las ciudades.
El eje analítico del presente texto es, por ello, el choque cultural y el enfrentamiento en condiciones desiguales con actores sociales y culturales distintos de la población en situación de desplazamiento, en el marco de un proceso acelerado de transformación de los modos de habitar, actos en los que se expresa la realización del “ser”. De esta manera, el desplazamiento forzado se puede entender también como una negociación y transformación paulatina, lenta y dolorosa de las formas en que se expresa la realización de las personas. Por ello, el restablecimiento debe tender a la negociación y consolidación de nuevas formas de habitar satisfactorias, que es donde se inscriben los sentidos y contenidos de los derechos a ser resarcidos. En esta perspectiva, no se sobreentiende que los asentamientos rurales son “premodernos”, pues no se considera que haya una linealidad en sentido evolucionista entre formas no modernas y modernas, como tampoco que la vida rural no se encuentre enmarcada en el mismo proyecto. En todos los lugares de origen se produjeron procesos de modernización que dieron forma a construcciones culturales y sociales, eso sí, con particularidades territoriales. De igual manera, se considera que los asentamientos humanos no agotan los sentidos de la modernidad, aunque sí son una expresión típica de ella8. Con esto se busca Osorio Pérez, Flor Edilma. “La violencia del silencio. Desplazados del campo a la ciudad”. Universidad Javeriana – Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes). Bogotá. 1993. p. 191. Restrepo, Eduardo. “Territorios e identidades híbridas”. En: Camacho, Juana; Restrepo, Eduardo. (Ed.). “De montes, ríos, ciudades: territorios e identidades de la gente negra en Colombia”. Fundación Natura-Ecofondo- Instituto Colombiano de Antropología. 1999. p. 229.
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evidenciar que el desplazamiento forzado obliga a enfrentar discursos, prácticas, representaciones y procesos de modernización distintos de los que se habían impuesto en los lugares de origen, porque se llega a territorios distintos y porque como fenómeno en sí mismo, propicia dinámicas sociales, económicas y políticas particulares en las que se hace patente el proceso de cambio cultural. Por último, es conveniente reafirmar el carácter dinámico y creativo de la cultura, entendida esta como la lógica de pensamiento y sentimiento que da sentido al mundo y a la existencia misma de individuos y colectividades. No hay culturas puras sino siempre híbridas, sincréticas, paradójicas y en constante cambio y reinvención. Por ello, aunque por momentos se refiera a ellas con el término de “tradicional”, nunca será para señalarlas como atrasadas o inmóviles. Más bien, con tal término se pretende, dar cuenta de los procesos de cambio social y cultural para reconocer desde ellos tanto dificultades como posibilidades de reconstrucción de los proyectos de vida de la población víctima del desplazamiento forzado. 23
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A continuación se describirán los impactos generales sobre todos los grupos poblacionales (mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas) que son los marcos en los cuales se inscriben las particularidades de los grupos de edad y género, considerando en todo caso las manifestaciones distintas en cada uno de los contextos territoriales cuando resulte pertinente.
La ambigüedad del desplazamiento forzado
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no de los impactos más evidentes en la población en situación de desplazamiento es su afectación anímica, producto de las acciones de violencia e intimidación que propiciaron el abandono del territorio. La manera como se reconstruyen estos eventos y se incorporan a la experiencia de vida, hace parte esencial en los procesos de restablecimiento: “Las temporalidades del desplazamiento tienen que ver, por un lado, con la inmediatez de la huida, la duración del éxodo o la espera de un empleo, y por otro, más espiritual que material, con la permanencia del pasado en la memoria y con la pérdida de la proyección personal y colectiva9”.
El abandono del territorio se expresa en un sentimiento, el desarraigo, fundado en la imposibilidad de retornar, la asunción de que se ha perdido todo lo abandonado, y lo penoso del restablecimiento, propiciando tanto sentimientos de impotencia y pérdida de control del destino de sus propias vidas, como de esperanza por empezar un nuevo proyecto de vida en los lugares de llegada. En todos los asentamientos, un porcentaje menor de 5% manifiesta abiertamente su deseo de retornar, dato que responde a la clara conciencia de las familias de la imposibilidad de retornar, aunque se mantenga la idea del regreso como un anhelo con muy pocas posibilidades de realizarse. Al hablar del desplazamiento es muy común encontrar que el miedo a los actores armados es el eje articulador del abandono del territorio. Este miedo, por lo general, es un sentimiento que nace mucho antes de dejar tierras y bienes, pero sólo por algún evento particular de violencia, hace insostenible la vida en aquellos lugares. Convivir con temor tanto tiempo, marca el comienzo de los cambios en las rutinas de vida de las familias y transforma la percepción de su entorno. 9
“… no se podía vivir, no dormía uno tranquilo porque tanta zozobra que había allá porque ya andaban… cantidad de gente, había mucha matazón, había mucho desastre”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) 24
Meertens, Donny. “El futuro nostálgico: desplazamiento, terror y género”. Revista Colombiana de Antropología. volumen 36. enero-diciembre. 2000. p. 117.
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Se altera la dinámica propia de los territorios, pues se introduce una nueva autoridad legitimada exclusivamente por la violencia, con poder en los espacios públicos y privados, cambian las actividades productivas (no se trabaja en ciertas regiones o se ingresa al mercado de los cultivos ilícitos), se restringe el acceso a espacios de diversión por temor a ser señalado como aliado de algún actor armado o no ser una víctima casual de los actos violentos (como tiendas, billares, o el mismo río, siendo los grupos más afectados las mujeres y los jóvenes), se señalan peyorativamente expresiones de la individualidad como formas de vestir, gustos musicales o cortes de pelo, y se limita la participación en organizaciones o grupos sociales con actividad en la zona. La incapacidad para hacer frente a esta vivencia permanente del riesgo, se percibió en el caso de los hombres como un factor de debilidad personal, razón por la cual muchos se sienten responsables del desplazamiento de su familia, pues sobre ellos recaía la responsabilidad de su protección y bienestar, y porque la gran mayoría de los actos de violencia o amenaza se dirigieron hacia ellos. De acuerdo con los datos recolectados, en Tumaco y Cartagena, 91% y 92% de los familiares muertos y 100% y 80% de los desaparecidos, respectivamente, fueron hombres. Aunque no se obtuvieron datos conclusivos al respecto en Quibdó, de acuerdo con lo expresado por las familias, la tendencia es la misma observada en Tumaco y Cartagena. La exposición permanente a los actos de intimidación de los actores armados o la vivencia abrupta de estos, son recordados como situaciones de gran angustia, temor y frustración: “… eso fue en el 98 que entró la matazón, pasamos así un año y en el 99 yo dije no, no aguanto más, yo ya me ponía que no comía, la mujer me servía y a mí no me daba. Yo me iba acostar y no me daba sueño, yo me desvelaba y sintiendo tropas de gente por la calle. Eso sí que lo pone a uno mal, yo le dije, nosotros nos vamos porque los nervios me están matando (…) es que uno no puede ir al campo, uno metido en el monte y no sabe quién está por ahí escondido, a veces había hombres que salían al trabajo, al monte y no volvían más”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) Huir de sus lugares de origen significó para muchas familias la única alternativa para garantizar su vida y la posibilidad de recuperar una tranquilidad perdida al vivir en zonas de permanente presencia y enfrentamientos de los actores armados. “...aquí uno vive más tranquilo … la tranquilidad porque sea como sea de todas maneras la situación que uno vive allá en el monte yo no se la deseo a ninguno… porque eso uno vive con zozobra... o sea que uno no desea ni que venga la noche…” (Entrevista hombre adulto Cartagena) 25
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Sin embargo, aunque consideran que en la ciudad se encuentran más tranquilos, no dejan de manifestar sentimientos de impotencia o culpabilidad por haber abandonado el territorio en tanto sienten que no pudieron resistir al desplazamiento o creen que fueron causantes de la salida. Las manifestaciones del desarraigo son el manejo conflictivo de emociones relacionadas con los momentos dolorosos del desplazamiento. La repercusión más común es revivir constantemente la sensación de miedo personal, y el temor por la inestabilidad económica de las familias, que no permite garantizar el acceso a los servicios básicos. Las formas en que se lleva a cabo la salida determinan en buena medida el grado de afectación de las familias. En Quibdó, el mayor número de personas sufrió desplazamientos masivos (34,7%), seguido por desplazamientos individuales (23,6%), desplazamientos familiares (22,2%) y por grupos (19,4%)10. La mayoría de las familias (25%) fue expulsada en el año 2002, aquel que produjo mayores desplazamientos en la región según los sistemas de información oficiales y privados en Chocó. De hecho, 51% de las familias con las que se trabajó provienen de Bojayá y sus inmediaciones. En esta región, la salida del territorio respondió a asesinatos o masacres (27,8%), enfrentamientos armados (25%) y amenazas (20,8%). Del total de familias, 32% sufrió pérdidas humanas. En Tumaco, el desplazamiento es primordialmente familiar (82,3%), seguido de lejos por grupales (8,1%), individuales (6,5%) y masivos (3,2%). En este caso, en el año 2003 se registraron más desplazamientos (58,1%) seguido por 2004 (29%) y 2002 (12,9%). En estos barrios no se obtuvo información de desplazamientos anteriores, en parte porque los barrios apenas tienen cuatro y dos años de fundados. Esta es una de las razones por las que Tumaco se presenta como el escenario más crítico, pues los barrios se encuentran en un estado inicial de consolidación y el fantasma del desplazamiento se mantiene con todo su poder y terror en la vida cotidiana de las familias. Estas familias fueron desplazadas en su mayoría (79%) del departamento de Nariño; de ellas, fue la zona rural de Tumaco -donde se encuentran los epicentros cocaleros del departamento- el lugar de procedencia más común (67,3%), seguido por Barbacoas (28,6%). Del total de familias, 10% proviene así mismo del Putumayo y fueron desplazadas por los conflictos entre la fuerza pública y los grupos insurgentes en el marco de la fumigación de cultivos ilícitos. En estos asentamientos, el desplazamiento fue ocasionado por amenazas directas (66,1%), asesinato de parientes (30,6%), masacres (19,4%), enfrentamientos armados (12,9%) y miedo por la citación de orden público (12.9%). De las familias, 53,2% sufrió la pérdida de alguno de sus miembros. En estos barrios se hizo más evidente la crudeza de las estrategias de terror aplicadas por los actores armados (tortura, mutilaciones, humillaciones públicas, ajusticiamientos públicos, entre otros) con nefastas repercusiones anímicas en las familias. 26
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El desplazamiento individual es aquel en donde se desplaza algún miembro de la familia solo; familiar cuando lo hace el grupo familiar, aun si ha perdido algún miembro; el desplazamiento en grupos seda cuando se realiza con menos de 10 grupos familiares y masivos cuando de manera simultánea más de 10 grupos familiares abandonan el territorio. Esta clasificación permite observar distintos grados de vulnerabilidad de acuerdo con variables como lazos de familiaridad y reconocimiento y atención por parte del Estado.
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Aunque en este caso la mayoría de familias se desplazó unida, es muy común la pérdida de los hombres o la rememoración de los asesinatos o búsqueda de cadáveres, lo que es en particular para las mujeres una constante fuente de dolor. Así mismo, debido a la cercanía del evento de desplazamiento, se observa un proceso de adaptación a la ciudad menos consolidado. En la misma tendencia, en Cartagena el desplazamiento fue primariamente familiar (80%) seguido por grupal (10%), individual (6%) y masivo (4%). El cuatrienio 2001-2005 fue el que dejó más expulsiones (53,1%) seguido por el de 1996-2000 (36,3%). Es significativo que 10,6% haya sido desplazado antes de 1995, lo que habla de procesos de estabilización de diez años o más en una porción importante de población. En su gran mayoría las familias provienen del mismo departamento de Bolívar (39,8%) seguido por Sucre (22,1) y Antioquia (14,2%), siendo los municipios más expulsores María la Baja, El Carmen de Bolívar, San Onofre y Ovejas. El desplazamiento en las familias de los sectores de El Pozón, fue originado por miedo (29,5%), amenazas directas (26,5%) asesinatos de parientes (14,5%), y enfrentamientos armados y señalamientos (10%). Sin embargo, 45,1% de las familias aseguró haber perdido a algún familiar por cuenta del conflicto armado. En este escenario fue muy común desplazarse por la sola presencia de algún actor armado a causa de los largos combates que se han dado en la región (en particular los Montes de María) desde hace varios años, y que han sembrado miedo y el horror en los habitantes de la zona fluvial y de montaña de la costa atlántica. Aunque no fue la tendencia, se encontraron casos de más de un desplazamiento. En Quibdó corresponden a 15,3%, en Tumaco a 11,3% y en Cartagena a 12,4%. En la mayoría de los casos, el segundo desplazamiento se produjo al huir de las cabeceras municipales de las zonas rurales donde vivían y a donde habían llegado después del primer desplazamiento. Las principales razones de la segunda expulsión son el miedo por la presencia de los actores armados en las cabeceras municipales o amenazas de ellos. Fue una clara tendencia el asesinato o desaparición de los hombres de la familia; por esta razón las mujeres sienten la carga adicional de tener que buscar los cuerpos, darles entierro, desplazarse y hacerse cargo de los hijos. La pérdida por muerte o desaparición de las figuras paternas es particularmente sentida por los y las jóvenes, que mantenían un estrecho vínculo mediado por las actividades laborales familiares. En estos casos el lugar de antes está referenciado por la ausencia o la mortificante incertidumbre de desconocer la suerte de los padres. Ya en los lugares de llegada, la preocupación de las mujeres se concentra en la protección física de sus hijos y en cómo conseguir lo necesario para su bienestar. El miedo alimenta una sensación de
inestabilidad que se reproduce en una profunda inseguridad de cara al futuro. 27
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“A uno que tiene hijos le da miedo que le vayan a hacer a uno eso. Porque usted sabe que hay gente que se mete con las personas y a veces se meten con niños también. A uno le da miedo que se metan con los de 15 que es menor de edad y a uno le da miedo”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) Si bien en ninguno de los barrios donde se realizaron los diagnósticos se tuvo noticia de nuevos desplazamientos, no existe una percepción de completa seguridad frente a los actores armados que provocaron el abandono del territorio o frente a otros que hacen presencia en los barrios. Esto fue evidenciado por las familias de los barrios de Tumaco y Cartagena, donde se han presentado “limpiezas sociales”. Son comunes expresiones como el llanto, el no comer, el no dormir, el dolor corporal, la pérdida de fuerza para caminar o el esconderse. Se presentan también expresiones del miedo en la percepción de ruidos, pues se reviven las experiencias violentas del desplazamiento, o se cree ver a los agresores (lo que algunas veces al parecer ha sido cierto). Al igual que con la muerte, el miedo, que es percibido en algunas regiones del Pacífico como una enfermedad producto de seres espirituales que tiene posible cura por medio de tratamientos tradicionales, adquieren nuevos sentidos, producto de las particulares formas en que se motiva en el contexto del conflicto armado, frente a cuales no existe una clara forma de ser tratado. El hecho de no haber podido enterrar a sus seres queridos debidamente, ha resultado tan significativo como el hecho mismo de las masacres, pues golpea no sólo una parte esencial de la cultura de las comunidades negras (el ritual mortuorio tradicional que consta del velorio y el entierro como tal), sino otro de los principios básicos de toda cultura: el rendirles un adecuado rito de paso a aquellas personas que han muerto. La preocupación por no poder enterrar a los familiares muertos o desaparecidos, ya sea por desconocimiento de dónde se encuentra el cuerpo o la incapacidad de realizar los ritos tradicionales de manera completa, es constante. Esto resulta importante no sólo porque los ritos de enterramiento son fundamentales en toda cultura, permitiendo a las familias en duelo aceptar la muerte, sino porque se relaciona con otros aspectos propios de la salud. De acuerdo con los conoci-
mientos tradicionales de algunas zonas de Chocó, aquellas almas que no son despedidas permanecen en el mundo produciendo enfermedades, en la medida en que la salud se entiende como un equilibrio entre el mundo material y espiritual, tanto en lo individual como en lo colectivo11. 11
De manera general se observa una gran dificultad y esfuerzo para sobreponerse a los hechos violentos de los que fueron objeto y asimilar las condiciones actuales. La aceptación, mal entendida como resignación, se muestra como la estrategia de asimilación de la propia realidad. 28
Este impacto ha sido identificado también en otros estudios sobre el desplazamiento, en particular en Bello, Martha Nubia (et. al.). Op. cit. 2005.
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“Con todo esto a mí no me dan ganas de entrar a la casa, me quedo al frente mirándola y pensando en la vida que me está tocando vivir”. (Taller con mujeres Tumaco) “...yo me siento y pienso, pero ¿por qué mi vida cambió así, por qué yo me encuentro en esta situación? A veces me pregunto, a veces salgo es llorando, otras veces digo que no, que esto no me puede estar pasando a mí...” (Entrevista mujer adulta Tumaco) “Tratar de resignarnos, porque de qué vale que uno tenga la cosa y cada rato esté hablando de eso, llorando, por eso uno se resigna con la ayuda psicológica y uno empieza a asimilar … aceptar la situación como tal, porque ya no podemos hacer nada … yo busco empleo y no consigo, no tengo quién me mantenga, no tengo marido, entonces qué debo hacer, resignarme. Confiar en un dios que algún día se me acaben los problemas”. (Taller organizaciones Tumaco) A pesar del papel crucial que algunas iglesias juegan en el proceso de atención a las víctimas de la violencia (son quienes acompañan a un buen número de las familias en los primeros momentos de la llegada) en ciertos casos, debido a la rápida interpretación personal y la confusa mezcla de versiones reproducidas por los varios grupos religiosos, la población en situación de desplazamiento tiende a identificar el desplazamiento forzado como una prueba divina o como un sacrificio en función de un futuro mejor (en esta vida o la otra), reconstrucciones que si bien permiten reorganizar, comprender y darle sentido de alguna manera a los hechos ocurridos, no siempre evidencian las capacidades resilentes de la población, promueven la exigibilidad de los derechos vulnerados, o generan tranquilidad a las familias que se sienten eternamente castigadas o culpables. El resultado es una inconformidad en relación con la propia vida y la sensación de incapacidad de transformarla. Es muy común que al referir la situación actual se hable de desesperación. El caso de los hijos es preocupante tanto para hombres como mujeres: “…eso le da a uno una desesperación, más que por uno, por los pequeños; cuando ellos le lloran a uno por comida y uno no tenga qué darles, que le digan mamá tengo frío y uno teniendo todo en su casa, tiene todo y dejarlo, eso a uno le entra desesperación y lo que quiere es morirse “. (Taller con organizaciones Tumaco) Esta situación genera sentimientos de angustia, pues se pierde la capacidad de ser autosuficiente. “Uno piensa: si no estuviera mantenida tendría esto y esto. Pero qué va a hacer uno pobre, tiene que recapacitar”. (Entrevista mujer adulta Cartagena). 29
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En adultos se perciben sentimientos de frustración por ser incapaces de asumir las responsabilidades para con los demás miembros de la familia. La rememoración e idealización de la vida en el campo es una constante en la mayoría de las familias, en particular en aquellas que sufrieron el desplazamiento más recientemente, pues no encuentran en la ciudad manera alguna de mantener a sus familias y valoran positivamente aquello que tenían en los lugares de origen. “Allá teníamos todas nuestras cosas, no nos hacía falta nada y llegamos acá y hemos echao malo; a mí me falta mi casa, ¡todo! allá teníamos caballos, todo eso me falta, a mí me gusta demasiado el monte, la finca, a mí no me gusta estar tanto acá en la ciudad, me gusta estar en el campo”. (Entrevista joven Cartagena) “Primero es desboronar un castillo que ya uno no tiene, porque la estabilidad de una casa, tenía la estabilidad de un trabajo, no tenía que luchar para dar el alimento a los niños, no tenía que luchar para darle el estudio, no tenía que luchar para darle la ropa, calzado, o sea de un momento a otro en un día todo eso se desborona, es difícil y lo peor es que al lugar donde yo llego, con la expectativa de que de pronto al lugar donde yo llego voy a poder encontrar lo que yo necesito, y al contrario donde yo llego se recrudecen mucho las cosas, se ponen difíciles, no solamente el hecho de salir y dejar todo, sino que donde llego no encuentro lo que necesito, o que estoy buscando, eso es complicado”. (Entrevista hombre Cartagena) En general, todos los relatos combinan sentimientos de añoranza con sensaciones de miedo, angustia, y sin sentido, de evocación nostálgica de los espacios naturales y las actividades realizadas en ellos con el poco sosiego que se percibe en la ciudad; conjugan el deseo de regresar y la conciencia de que no es posible, el dolor y tregua temporal de la huida, con la desesperanza y la ilusión de la llegada; la voluntad de reconstruir sus proyectos de vida en el presente y seguir viviendo el pasado; la evidencia cotidiana de una condición económica y social que no se quiere (ser desplazado) pero que se muestra paradójicamente necesaria para salir de ella. Es esta ambigüedad constante, la sensación constituyente y el efecto más concreto del desplazamiento; aun cuando parezca contradictoria, es esta realidad abiertamente paradójica, la que viven cotidianamente las familias en situación de desplazamiento y donde residen las dificultades para sobreponerse a su situación. Es una lógica de múltiples formas de verdades y falsedades, no por ello ilógica sino compleja, que muestra el desajuste (no insalvable en todo caso) de las lógicas vitales, de las formas de habitar. Es una proyección hacia el futuro centrada en una reminiscencia que se sabe, sin embargo, inalcanzable. El proceso de adaptación al nuevo medio se da en este contexto incierto, donde las tensio30
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nes entre el ideal de lo que fue y las posibilidades concretas y limitadas del ahora, entorpecen y frustran la reconstrucción de los nuevos proyectos de vida.
Aprendiendo a ser desplazados
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a categoría de desplazado es construida desde el universo institucional con el que las personas víctimas del desplazamiento se ven obligadas a relacionarse en el marco de la restitución de sus derechos. El cambio en la identidad individual y social centrada en la adscripción a un territorio local, grupo étnico o familia, a la nominación de “desplazado”, es una de las maneras en que se da de facto la inserción al proyecto moderno, con el costo de la estigmatización originada de las diversas representaciones sociales que sobre esta condición se han construido.
Lo que significa ser una persona en situación de desplazamiento ha sido uno de los procesos de aprendizaje más dolorosos de la estabilización socioeconómica de las familias; es toda una novedad del nuevo entorno, donde es imprescindible adquirirla para
En estas dos categorías se encuentran contenidas otras representaciones señaladas ya con anterioridad en otros estudios como son asumir la responsabilidad del victimario, ser transmisores de violencia, ser demandantes de recursos del Estado compitiendo con los pobres históricos, ser falsos beneficiarios, y ser delincuentes potenciales. Osorio Pérez, Flor Edilma. “Recomenzar vidas, redefinir identidades. Algunas reflexiones en torno de la recomposición identitaria en medio de la guerra, y el desplazamiento forzado”. En: Bello, Martha Nubia (Ed). “Desplazamiento forzado. Dinámicas de guerra, exclusión y desarraigo”. UNHCR-AcnurUniversidad Nacional del Colombia. 2004. p. 179.
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acceder a las ayudas y hacer valer sus derechos. Ser o no ser desplazado es un proceso mediado por la relación con ese otro (el Estado, las organizaciones no gubernamentales, la Iglesia, la comunidad y la sociedad en general) que construye el significado social del desplazamiento. Esta apropiación implica la identificación de sus pares (otras personas en situación de desplazamiento) y la simultánea diferenciación con otros sectores, por medio de la relación con las instituciones que exhortan la construcción del ser desplazado desde las políticas de atención, y las relaciones cotidianas con los otros actores sociales que por lo general reproducen significaciones sociales peyorativas de los desplazados asociadas con la mendicidad y la vinculación a algún grupo armado. Se determinaron como significados asociados a la situación de desplazamiento, reproducidos tanto en las instituciones como en la población receptora, la mendicidad y la peligrosidad12. El ser desplazado no se entiende desde el conocimiento de los derechos vulnerados y su eventual resarcimiento, sino como aquella persona que debido a un evento particular es sujeto de ayuda de los otros, sin que esta sea necesariamente entendida como una responsabilidad del Estado. Esta inconsciencia generalizada ha hecho que aquel que es desplazado se caracterice por ser quien recibe más ayuda y quien más la pide, no como un derecho adquirido, sino como un signo de mendicidad, impidiendo reconocerlos como víctimas de la violencia y sujetos de especial protección del Estado. 31
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La falta de garantías en la restitución de los derechos y de un tratamiento en condiciones de respeto y dignidad, ha originado que las personas en situación de desplazamiento se describan como “dependientes”, “mendicantes”, y o, “sobrevivientes”. Esta forma de estigmatización se relaciona generalmente con la intervención diferencial de instituciones y organizaciones privadas, discriminación que si bien pretende ser positiva, genera resistencia en algunas personas que procuran proteger su autonomía y la imagen de sí mismas como sujetos dueños de su destino, capaces de superar los eventos que han transformado su realidad. “Porque aquí en Tumaco hay muchos que creen que el desplazado tiene que andar mendigando. Se supone que el desplazado tiene unos derechos, pero aquí ante los ojos de la mayoría de la comunidad el desplazado tiene que andar pidiendo, tiene que andar en las instituciones todos los días y diciendo que es desplazado y llevando a los niños todos sucios... hay muchos a los que les entra el temor de hablar, por miedo al rechazo”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) “Yo llegué aquí y empecé a ver cómo trataban a los desplazados, entonces por eso no me motivé a declarar, tenía cierto recelo por declarar, aunque estaba pasando dificultades, me decían que aquí le dan mercado mensual a los desplazados, y yo pensaba que era verdad, sí, porque allá de verdad les daban. Pero yo no quiero eso, yo quiero lograrlo por mis propios medios”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) El desconocimiento generalizado del fenómeno del desplazamiento forzado ha contribuido a que sus víctimas sean objeto de sospecha y considerados como personas no gratas entre la población receptora: “El problema aquí es que uno llega y todo el mundo lo mira como animal raro por desplazado. Porque el concepto que tiene la gente en este medio es que el desplazado es el malo, no el que lo desplazó”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) La presencia del Estado e instituciones no gubernamentales ha sido decisiva en este sentido. Intervenciones bien intencionadas que, sin embargo, no fueron concertadas con los diferentes sectores de los barrios, promovieron conflictos entre la población receptora y la desplazada. Esto se hizo evidente en procesos de reubicación familias en situación de desplazamiento en Cartagena, que no pudieron en un primer momento ubicarse en uno de los sectores objeto de estudio, debido a un fuerte movimiento local que veía en ellos a una población peligrosa y que recibía más atención de la necesitada en relación con la situación del resto de habitantes del barrio. Esto se reprodujo inclusive después de su 32
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exitosa reubicación algunas calles más allá, en otro sector donde también se realizó el diagnóstico de caso, pues los vecinos consideran a la población desplazada conflictiva y avara. También en los barrios de Tumaco, donde la entrega de ayudas directas u obras de infraestructura por medio de las organizaciones de población desplazada sin participación o siquiera conocimiento de otras formas de organzaición de la población receptora, ha ocasionado conflictos explícitos entre las dos poblaciones. Como consecuencia, se fortalecen las diferencias entre ellas y no la identificación de sus problemas comunes. “Cuando llegamos aquí al barrio y dijimos desplazados, la gente nos decia: desplazados somos todos, todos necesitamos y uno que viene de esos problemas diferentes a los de la pobreza de aquí de Tumaco y aquí hay otro tipo de problemas, uno es desplazado y pobre... y ellos dicen que son pobres, pero es que uno puede ser pobre pero sin tener una carga encima; una carga encima como el desplazamiento, es muy diferente”. (Taller con organizaciones Tumaco) En la lucha por la disputa de los recursos institucionales se consolida la noción de desplazado en contraste con la del resto de la población, aun a pesar de los significados negativos que lleva. Se reproducen así comportamientos donde se vende la miseria y la pobreza, única forma de acceder a las pocas ayudas disponibles, y donde se buscan apoyos que brinden lo necesario para que las familias afectadas sientan que pueden solucionar por sí mismas algunos de sus problemas. El significado de ser
desplazado se construye, por lo tanto, desde la contradicción de ser conscientes de la necesidad de recibir ayuda y la inconformidad de sentir que deben pedirla a costa de su propia dignidad: “La tensión entre la condición de víctima y agente de reconstrucción es permanente”13. La situación de desplazamiento es una condición diferenciadora con un carácter eminentemente práctico, que se conjuga con una identidad integradora donde se busca ser asimilado de manera simultánea con los otros14. Esta tensión y negociación cambia cualitativamente de acuerdo con los diferentes actores sociales con los que se negocia y los contextos e intereses de uno y otro. Toda identidad de hecho es práctica y una herramienta política y social basada en la asimilación o diferenciación con los demás. No es sin embargo, en el caso del desplazamiento, una tensión que parezca resolverse fácilmente, pues de ella dependen tanto los beneficios de su atención, como parte de su integración al nuevo medio. Meertens, Donny. Op. cit. 2000. p. 117. Osorio Pérez, Flor Edilma. Op. cit. 2004. p. 180.
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Se observaron diferentes tipos de respuesta de la población desplazada frente a su situación: una de carácter colectivo que toma la vía del autorreconocimiento social de la situación de desplaza33
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miento e infiere un ejercicio de reivindicación de derechos frente al Estado, una individual donde priman las capacidades personales para enfrentar la situación, y la negación de la condición. En Quibdó y Tumaco, de manera generalizada, se enfrenta el desplazamiento forzado desde los grupos y organizaciones sociales, por nacientes que puedan ser. De esta manera ,acceder con mayor facilidad a las instancias estatales y privadas que les brinda algún tipo de ayuda. En algunos casos, se asumen estas actividades de manera individual, debido a la imposibilidad o negativa de entrar a colectivos sociales. Sin embargo, sólo en algunos pocos contextos muy particulares (como frente a personas desconocidas que generan incertidumbre, o en algunas zonas o locales comerciales donde no se conoce a todos los que están) se niega la situación de desplazamiento. En Cartagena, por el contrario, la gran mayoría de las familias en situación de desplazamiento asumen la condición desde la negación de ella ante instituciones y otros actores sociales. “La mayoría.... son desplazados, pero no se reconocen, pero ya uno que está aquí sabe quiénes son (…) aunque no de manera abierta, el barrio está conformado por familias desplazadas, aunque yo estuve comentando que existe el temor y la vergüenza de sentirse desplazado y casi nadie manifiesta eso”. (Entrevista población receptora Cartagena)
Tres factores resultan determinantes en el rechazo a identificarse como “desplazado” en esta ciudad: el miedo, el estigma y la inconsecuencia entre la ley y la práctica de los derechos de la población desplazada. Cuando la vida ha sido puesta en riesgo por señalamiento e intimidación, mimetizarse constituye una estrategia de salvaguarda de la vida y de protección frente a la continuación de la persecución, situación que a diferencia de los barrios de las otras ciudades, se evidenció debido, en buena medida, al miedo y desconfianza que producen grupos de seguridad privada (conformados por vecinos y extraños)que patrullan los sectores. Aunque en Tumaco se observaron grupos similares, estos no tienen presencia constante. La asociación del “desplazado” con el peligro y amenaza constituye otra razón de peso para ocultar su situación, pues ahora debe soportar el estigma de otros vecinos. “Eso sí es algo tremendo, un problema social, eso cuando vienen esos desplazamientos viene gente que uno realmente no sabe qué problemas o qué conflictos trae, y aquí se han presentado los casos que vienen desplazados y a los pocos tiempos vienen y se forma la violencia aquí mismo dentro del barrio (…) se dice que los desplazados son guerrilleros, que son paracos, que los van a matar”. (Entrevista población receptora Cartagena) 34
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Por otro lado, el ser habitante de El Pozón, barrio popular por excelencia de Cartagena, estigmatizado como un sector “urbano marginal” donde se vive en medio de la violencia y la delincuencia, profundiza los problemas de adaptación a esta ciudad. “Como de la bomba del Amparo para allá lo miran a uno por encima del hombro y con cierto temor. Porque acá se formaban muchos comentarios de que en El Pozón hay paramilitares, guerrilleros, que no puedes caminar a ninguna hora porque te están atracando y a mí no me ha sucedido nada de eso (...) pero los otros barrios sí ven al Pozón demasiado mal”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) En esta misma ciudad, también se observaron casos en que el desplazamiento es asumido como un proceso individual y en el que se niega la presencia del Estado como de otras organizaciones en el proceso. Estos casos son en particular de familias que han sufrido el desplazamiento hace muchos años y que consideran que ya lo han superado por su propio esfuerzo, señalando las acciones positivas en su beneficio como un signo de desigualdad que ya no desean, pues sienten que se han incorporado de manera efectiva y equitativa en las dinámicas sociales y económicas locales. Para estas familias, su situación se superó en la medida en que se reconstruyó la familia, se estabilizó la prestación de servicios para sus hijos (salud y educación son fundamentales), se accedió a una vivienda propia, se cuenta con una actividad económica estable (aunque no necesariamente lucrativa), y sobre todo, cuando se dejó de percibir la sanción social asociada al desplazamiento, es decir, cuando el desplazamiento dejó de ser el referente de identidad primordial. De manera general, la relación entre el campo y la ciudad ha generado otro sentido de lo que significa estar en situación de desplazamiento. En todos los estudios de casos, la población desplazada se percibe a sí misma y es percibida por los otros como gente de campo, no de ciudad. Se ahondan los problemas con el nuevo entorno, pues la vida campesina de manera general ha adquirido valoraciones sociales peyorativas asentadas en una supuesta falta de educación y desconocimiento de las normas de vida de la ciudad, sinónimo de desarrollo. La aceptación de tales representaciones lleva a sentimientos de incapacidad en las familias desplazadas en el nuevo entorno, impidiendo ver las potencialidades y derechos de la población víctima del desplazamiento. Estas categorías fueron tomadas de Flor Edilma Osorio. Op. cit. 2004. p. 183. Su contenido corresponde a los relatos de las comunidades con las cuales se realizaron los diagnósticos.
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Se observaron también construcciones colectivas de la identidad desde la pérdida (lo que se perdió con el desplazamiento) y desde la continuidad (lo que se conserva de antes del desplazamiento15. La relación entre ellas da sentido a la negociación de las lógicas urbanas y rurales luego del desplazamiento, pues se reconstruye la identidad desde su condición de víctimas (donde se señalan las pérdi35
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das materiales y no materiales), desde mitos fundacionales nacidos de las historias particulares (casos emblemáticos de desplazamiento, por ejemplo) o lugares con alta carga significativa (por adscripción a algún río, cuenca o familia). Simultáneamente se edifican referentes centrados en la reivindicación de los rasgos culturales y prácticas cotidianas (como la afrodescendencia, o las formas tradicionales de organización familiar o comunitaria) que buscan brindar continuidad a los grupos humanos afectados. Las construcciones desde la pérdida se desarrollan fundamentalmente en los espacios públicoestatales e institucionales, mientras la segunda en lo público-comunitario. Sin embargo, su aplicación depende de los actores frente a los que se interactúa y los objetivos que se plantea la población frente a ellos. En Tumaco y Cartagena, por ejemplo, el referente de víctima se sobrepone por la presencia y lucha de recursos económicos con la población receptora. No ocurre así en Quibdó, donde los referentes son en igual medida de continuidad (en busca de la atención por la vía de la protección de su cultura) y de pérdida (en busca de atención como población en situación de desplazamiento). Adicionalmente, en todos los grupos poblacionales en situación de desplazamiento se observa el uso constante de “desidentificadores”, entendidos estos como “signos que tienden -real o ilusoriamentea quebrar una imagen, de otro modo coherente, pero en este caso en una dirección positiva deseada por el actor, y que no busca tanto formular un nuevo reclamo como suscitar profundas dudas sobre la validez de la imagen virtual16”. Allí se inscriben prácticas observadas de la población en situación de desplazamiento como el blanqueamiento, vestirse de determinada manera, mantener una determinada presentación personal, no preguntar en la calle o no pedir ayuda a extraños. Fue evidente en las representaciones del cuerpo de los jóvenes, la influencia de los modelos estéticos de blanqueamiento que intentan ocultar los rasgos característicos de la raza negra. Es notorio el desencanto de su cabello, su boca y sus facciones, razón por la cual alisan su cabello, utilizan extensiones de pelo artificial y delinean sus labios tratando de ocultar su grosor. Se observa con ello un proceso de adaptación al medio urbano catalizado por la influencia de la moda, que en la ciudad determina el estatus de los grupos sociales, y que se asienta en poner en duda el usual imaginario que signa el cuerpo negro como malo y feo en contraposición al “ideal de blanco”17. Con ello se observa que se desea no aparecer frente a ciertos actores como “negros”, “campesinos” y “desplazados”, categorías raciales y sociales que se superponen en los lugares de llegada. Como resultado de este proceso, algunos investigadores han señalado una paulatina valoración de las características negras y disminución de procesos de blanqueamiento18. De acuerdo con los diag36
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Goffman, Erving. Citado en: Cunin, Elisabeth. “Identidades a flor de piel. Lo ’negro‘ entre apariencias y pertinencias: categorías raciales y mestizaje en Cartagena (Colombia)”. Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH)-Universidad de los Andes-Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA)Observatorio del Caribe Colombiano. Bogotá. 2003. p. 160. Restrepo Yusti, Manuel. “Escuela y desplazamiento: una propuesta pedagógica”. Ministerio de Educación Nacional. 1999. p. 104. Whitten Jr., Norman. Op. cit. 1992. p. 31.
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nósticos, esto es cierto sólo parcialmente. Lo negro como categoría étnica es reivindicado en lo público-estatal, donde se tienen relaciones con el Estado y se exige su papel como garante de los derechos. No es así en aquellos espacios públicos-privados (entendidos como aquellos donde se generan reglas, normas y representaciones sociales con otros sectores de la sociedad civil) en donde el blanqueamiento y el camuflaje siguen siendo estrategias cotidianas de inserción a la ciudad. Estos desidentifcadores, que se negocian y ponen en práctica fundamentalmente en los espacios público-privados donde se interactúa con otros actores sociales, pues les permiten no ser señalados como desplazados, mendicantes, campesinos o incultos. Tienen, por el contrario, un uso selectivo en lo público-estatal, pues al relacionarse con las instituciones debe primar ser desplazado o ser afrodescendiente para acceder a determinados beneficios de las específicas políticas sociales del Estado. En contraposición, no se observó el uso de convenciones de evitamiento o situaciones donde de manera voluntaria el orden de las cosas es definido en acuerdo entre las partes, llegando a un reglamento por convención19. De hecho, la población en situación de desplazamiento ni siquiera cuenta con un término de convención para designar su situación, como sí existe para otros sectores como las personas de “raza negra” a quienes se les llama morenos, expresión que señala un punto medio entre los “negros” y “blancos”, permitiendo disimular los conflictos sociales existentes por razones de raza y etnia. Este fenómeno es particularmente significativo en Cartagena, donde “los habitantes se encuentran más que todo en una lógica de la etiqueta de la calle, con una intención precisa: impedir toda posibilidad de una lectura racial de las situaciones. Las apariencias desempeñan el papel de marcador normativo que hace seguras y predecibles las expectativas recíprocas. Desde el momento en que el comportamiento esté normalizado y que las reglas se vuelvan familiares, las expectativas no conciben ningún factor de sorpresa20”.
Goffman, Erving. Citado en: Cunin, Elisbateth. Op. cit. 2003. p. 162. Cunin, Elisabeth. Op.cit. 2003. p. 164. Ibíd. p. 156. Ibíd.
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Cartagena se caracteriza por ser una ciudad eminentemente mestiza, aunque tienda a establecer relaciones diádicas entre población de raza blanca y negra. Estas relaciones se mantienen en “equilibrio” en virtud de los lugares asignados socialmente a cada uno de ellos, y mantenidas por relaciones paternalistas o donde no se hace explícita una identificación racial21. El proceso de modernización en Cartagena se expresa en la actualidad en “actuar como si las relaciones raciales no fueran problemáticas ni conflictivas, sobre todo porque la ciudad, transformada en metrópoli, no tiene nada que ver con la Cartagena de 1881. Una estructura racial jerarquizada, el paternalismo ejercido por la élite y una organización socio-racial son características heredadas del pasado, y persisten pese a las considerables transformaciones económicas, sociales, políticas y urbanas que han renovado a la ciudad22”. Allí, la costa pacífica en relación con la costa atlántica aparece como una región con presencia de personas de 37
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“raza negra”, pero menos “negras” que las del Pacífico, estableciendo al interior del escenario sincrético del país, jerarquías étnicas y raciales donde el fenotipo blanco de las regiones centrales aún detenta el rango más elevado, las personas “mestizas” de la costa atlántica un rango medio, y las personas “negras” de la costa pacífica un rango bajo23. La población en situación de desplazamiento no conoce siempre las normas de comportamiento que mantienen opacados los conflictos raciales y sociales, y su aprendizaje es, de hecho, uno de los aspectos que marca parte de su adaptación al nuevo medio. Sin embargo, la presencia de las organizaciones sociales de base e instituciones que buscan hacer visible la problemática del desplazamiento, así como la necesidad de trabajo y recursos de la población, originan sucesivos y constantes quiebres del orden social que generan inevitablemente conflicto en las relaciones sociales. Este fenómeno también fue visible en Quibdó, donde la categoría de afrodescendiente asume características parecidas a las de moreno en Cartagena, y en Tumaco donde se habla también de morenos y se tiene o no acceso a ciertas zonas, donde por conveniencia, se han identificado como de “negros” y “blancos”. En el marco del proceso de restablecimiento, a las formas de identidad basadas en las representaciones de raza y etnia, se sobrepone la imagen del desplazado. Recordemos que al hablar de raza se asume que “el investigador no puede aprehender la raza como un atributo de los individuos o de los grupos que podría ser descubierto, descrito y definido: la raza es una categoría popular a través de la cual se descifra e interpreta el entorno social, pasado y presente, que da sentido a las prácticas cotidianas y permite evaluar y clasificar al otro”24.
La intrusión de la categoría social de desplazado, pasa por un proceso de naturalización que hace parecer a la persona en situación de desplazamiento como un individuo con una condición innata e imperecedera. De esta manera, el “ser desplazado” se muestra como la categoría identitaria prevaleciente a la que se acoplan las de “negro”, “afrodescendiente”, o “campesino”, que se habían ya instaurado en el sistema sociocultural de los centros urbanos en cuestión desde la época de la Colonia. 23
Con ello no se afirma que se asimile que todo desplazado es “negro”, aunque sí, que se dan arreglos sociales donde se es “desplazado negro”, o “mujer u hombre desplazada negra”, categorías sociales que se podrían llamar nuevas y que complejizan las estructuras jerárquicas raciales, étnicas y sociales. Se consolida por el contrario, la asociación directa entre desplazado y “pobre” y “campesino”, de la cual se engendran los sentimientos de miedo o subvaloración hacia las personas en situación de 38
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Wade, Peter. “Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades raciales en Colombia”. Editorial Universidad de AntioquiaInstituto Colombiano de Antropología e Historia. Ediciones Uniandes. Bogotá. 1997. p. 96. Cunin, Elisabeth. Op. cit. 2003. p. 21.
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desplazamiento pues se mantienen las representaciones sociales que señalan a todo “pobre” como un delincuente en potencia, y a todo campesino como ignorante. Sin embargo, a las nociones de campesino y pobre se asocian también idealizaciones como la inocencia, la solidaridad, el desinterés por lo material, y la honestidad que se contraponen a la avaricia, hipocresía e indolencia de los “ricos”25, que también hacen parte del abanico de posibles imágenes sociales usadas por la población en situación de desplazamiento, sobre todo para con algunas clases sociales e instituciones que mantienen y promueven relaciones paternalistas. No así con otras poblaciones vulnerables, que ven a quienes han sido víctimas del desplazamiento como “pobres renegados”26 que se caracterizan precisamente por la ausencia de tales características. Streicker, Joel. “Sentiment and self-interest: Constructing class and gender identities in Cartagena”, Colombia. V. I-II. Stanford University. UMI Dissertation Services. Michigan. 1992. Ibid. p. 104. Recordemos que en la costa atlántica, a diferencia del Pacífico, “los negros desarrollaron una tradición de resistencia que creció al lado de los indígenas y de la resistencia de los pobres de sangre mezclada y que luego se fusionaron con ellos. Hicieron esto en parte a través de los palenques, en parte a través de los cabildos, y en parte a través de los intentos por vivir independientes de la influencia blanca en áreas donde se mezclaba con blancos pobres, indígenas y otros libres. (…) En este proceso general, la cultura negra era un flujo mayor, desembocado en la sociedad costeña popular”. Tomado de Wade, Peter. Op. cit. p. 128. 1997. Esta situación marcó diferencias claras en los procesos de constitución de comunidades étnicas en las regiones que se han concentrado en los palenques y han hecho más difícil la identificación de otras comunidades negras que se consideran más bien grupos populares, es decir, donde priman categorías sociales de diferenciación.
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De esta manera se amplían las posibilidades de adscripción a grupos sociales y las negociaciones identitarias en función de objetivos e intereses específicos de individuos o colectividades. Así mismo, se multiplican los posibles desidentificadores y se evidencia como un problema de las relaciones sociales la formulación de nuevas convenciones de evitamiento. Se opera un proceso donde se enuncia en los segmentos populares la “crisis de sentido” propia de la modernidad y se sectoriza aún más la sociedad civil, generando conflictos al interior de unidades territoriales como el barrio o la ciudad y en las relaciones con el Estado, que no cumple a cabalidad las responsabilidades para con cada uno de ellos, ni tiene la capacidad para dirimir sus tensiones. El proceso de construcción de comunidades negras propio del Pacífico -también presente aunque con menor intensidad en la costa atlántica-27 encuentra un nuevo escenario para desarrollarse, donde se concerta el sentido de su etnicidad con actores sociales distintos de los presentes en el contexto rural y en virtud a categorías sociales nuevas como la de desplazado (y sus representaciones asociadas) que responden a marcos institucionales y territoriales ajenos a las luchas culturales que las comunidades negras habían dado con anterioridad. En Quibdó, el escenario después del desplazamiento es aquel donde convergen las preocupaciones por mantener la construcción de un grupo étnico y la constitución como sector social particular, grupos los dos, que conjugan la exclusión histórica de las personas de raza y cultura negras (categorías étnicas) con la exclusión y desamparo de las víctimas de la violencia (categorías sociales), justificado en la continua debilidad e ineficacia del Estado. Se subordinan así más fácilmente en estos procesos diferenciaciones de género y edad, y se propician ulteriores segmentaciones tanto desde el punto de vista étnico como social, encaminadas a una atención y respuesta específica. En este caso, el desplazamiento forzado es una excusa para mantener y recontextualizar la defensa del territorio, así como en los lugares de origen se había consolidado en el marco de la aplicación de la ley 70 de 1993 un discurso ambiental que tenía como último fin garantizar la tenencia de la tierra. 39
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En Tumaco y Cartagena, donde la población con la cual se trabajó ve debilidad o no ha participado en procesos de organización y empoderamiento de las comunidades negras como sujetos étnicos, la construcción de etnicidad queda en suspenso ante la preponderancia de la atención a la población desplazada. Se asumen con ello a cabalidad las imágenes socialmente construidas sobre la dimensión racial, se juegan las cartas en función del reconocimiento de su carácter como sujetos sociales con igualdad de derechos a otros grupos sociales, y se abre la posibilidad de exigir en virtud de las especificidades de género y edad un trato preferencial. Es previsible, sin embargo, en este contexto, la introducción de procesos de etnización futuros anclados a los mecanismos de reivindicación de la población en situación de desplazamiento, tendencia que es perceptible tanto en quienes intervienen en el diseño y aplicación de la política pública como en el naciente tejido social y redes políticas de organizaciones de base promovidas por la entidades que trabajan en este campo. En este caso es previsible observar un proceso de etnización en sentido contrario a lo observado en Quibdó, es decir, un proceso con origen en el marco institucional del desplazamiento forzado, que tiende hacia la reivindicación territorial y cultural.
En todos los casos, al invocar diferenciaciones ulteriores se fragmentan las posibilidades de atención integral, se aíslan grupos sociales locales y se desdibujan escenarios colectivos de reivindicación social a causa de la imposibilidad de la comunidad por conjugar eficazmente todos los lugares de lucha, tanto al interior de la población en situación de desplazamiento como la población receptora (otra nueva categoría que simplifica la multiplicidad de sujetos sociales que no han sido víctimas del desplazamiento), y la imposibilidad del Estado de articular sus iniciativas de atención y las privadas al extenso abanico de beneficiarios. Al introducirse un nuevo referente de identidad, cambian tanto la percepción de sí mismo como de los otros actores y las relaciones que se establecen con ellos; se induce un proceso de modernización basado en el cambio de las relaciones sociales en el marco de la presencia del Estado como garante de los derechos, y con ello, se observa cómo la población en situación de desplazamiento hace parte del proyecto moderno fundamentalmente por medio de su señalamiento como población más vulnerable, lo que a su vez se concreta en exclusión y marginalización. Parte de entrar a la modernidad implica por ello asumir las representaciones que el Estado y sus instituciones promueven, asumiendo los costos que en la vida cotidiana este proceso implica; se consolidan identidades de “víctima”, “minorías”, o de “más vulnerables”. El desplazamiento forzado, con ello, ha ocasionado un revés en el sentido mismo de la modernización del Estado que se nutre de la Constitución de 1991 y el proceso de etnización de las comu40
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nidades negras. Si se acepta que los objetivos de este recorrido eran aliviar los problemas de violencia que sufre el país, fortalecer el proceso de democratización y participación de la sociedad civil en el Estado, respetar los derechos de los grupos étnicos del país, y defender el medio ambiente y la biodiversidad28, se observará cómo sus resultados no han sido satisfactorios. El desplazamiento forzado es una clara manifestación de la reproducción de los actos violentos contra las comunidades negras, en particular contra quienes han ejercido sus derechos en relación con su cultura y territorio29. Además, el desplazamiento forzado ha obligado a la población utilizar marcos nuevos de reivindicación de sus derechos, sin aún existir claras conexiones con los marcos fundados anteriormente en función de su identidad étnica, ocasionando cambios en el sentido y capacidad de injerencia de los movimientos sociales que, por momentos, tienden a distanciarse de los contenidos étnicos y más aún de los ambientalistas, por reconfigurar una defensa y protección de sus derechos en el marco institucional creado para el desplazamiento forzado. Cuando no es así, inevitablemente se entra a un escenario desgastador a dos bandas, donde se mantienen vínculos con el territorio abandonado y al mismo tiempo con el nuevo. Se da un proceso de restablecimiento atado a otro territorio y en ese sentido insatisfactorio. Este es el caso de algunas de las familias en situación de desplazamiento de Quibdó pertenecientes a organizaciones de base de la región, que se niegan a participar en cualquier proceso de restablecimiento que no sea de retorno. En ellas el desplazamiento es meramente un medio de las reivindicaciones territoriales. Los colectivos que luchan por sus derechos en diferentes frentes de la política pública se ven enfrentados así al reto de no perder su misión y visión en virtud de los cambios o énfasis de las políticas de gobierno. El aprendizaje de la situación de desplazamiento, si bien muestra similitudes en todos los grupos poblacionales, promueve respuestas distintas en cada uno de ellos, casos que se tratarán en detalle en los capítulos dedicados a cada grupo poblacional. Rivas, Nelly Yulissa. Citada en: Pardo, Mauricio (Ed). “Acción Colectiva, estado y Etnicidad en el Pacífico Colombiano”. Instituto Colombiano de Antropología e HistoriaColciencias, Bogotá. 2001. p. 151. Wouters, Mieke. “Derechos étnicos bajo fuego: el movimiento campesino negro frente a la presión de grupos armados en el Chocó. El caso de la Acia”. En: Pardo, Mauricio (Ed.). “Acción colectiva, Estado y etnicidad en el Pacífico colombiano”. Instituto Colombiano de Antropología e HistoriaColciencias. Bogotá. 2001.
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Para las mujeres, la condición de desplazamiento ha influido en la percepción de sí mismas, pues las negociaciones con otros actores sociales que las ven como mendigas o ladronas, afecta diariamente su dignidad como mujeres y les propicia constantes golpes anímicos que desembocan en la resignación, mecanismo de protección que en muchos casos les imposibilita ver sus potencialidades. Este fenómeno afecta claramente a las mujeres en cuanto son ellas las representantes de la familia y de la comunidad desplazada en los lugares de llegada ante las instituciones del Estado, organizaciones privadas y población receptora. Concebirse como madre y mujer en situación de desplazamiento se conjuga para edificar los discursos de defensa de sus derechos, no sólo porque es necesario reivindicarse como mujer para reivindicarse como desplazada (inclusive frente a los mismos hombres de su comunidad), sino por la reiterada atención que los organismos internacionales y nacionales, a través de programas y recursos, han puesto sobre la población femenina. 41
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En los hombres por su parte, se busca negar o invisibilizar constantemente su situación, pasando inadvertidos en la arena pública y en la misma comunidad. Para este grupo de manera perceptible, es más difícil aceptar la situación de después del desplazamiento, y se caracteriza por su inmovilidad y total desesperanza ante el futuro. Los y las jóvenes, por el contrario, aprenden más rápidamente los códigos de la vida urbana y buscan a través de la adopción de una estética particular (formas de vestir, cortes de pelo y gustos en música) desvanecer su situación de desplazamiento y origen campesino. Así mismo, no asumen interlocución alguna frente a las instituciones ni otro tipo de organizaciones. Los niños y niñas, por su parte como resultado del contacto con las representaciones sociales del desplazamiento, las tensiones ocasionadas en sus padres y hermanos mayores, y el contexto general del conflicto armado, muestran la adopción de los significados del desplazamiento de los otros miembros de la familia o actores sociales con quienes conviven, le incorporan las formas de relacionarse entre adultos que con el desplazamiento se han propiciado, y los códigos sociales de autoridad y poder que se han reproducido en el marco de la lucha armada del país.
Impactos en las condiciones de vida
Uno de los impactos más evidentes del desplazamiento forzado es la pérdida de los bienes materiales de individuos y familias. En este aparte se intentarán describir las manifestaciones del empobrecimiento repentino y fulminante de las familias en situación de desplazamiento. Se acepta de manera general que la pobreza es la ausencia de capacidades o la existencia de barreras para desempeñar estas en ejercicio pleno de los derechos y las libertades individuales y colectivas30. Esta definición guía el contendido completo del texto y muestra cómo el desplazamiento forzado imposibilita un auténtico desarrollo de las capacidades de las personas y colectivos. Por este motivo, se privilegia en este aparte una concepción más conservadora de la pobreza, que enfatiza la pérdida de recursos para subsistir. Este abordaje sustenta que el empobrecimiento de la población se debe tanto a factores generadores externos (la migración), como a fallas estructurales del orden capitalista que desequilibra la concentración y distribución de la riqueza31. Recordemos que como marco general del análisis, se acepta que el desplazamiento forzado es la fase culminante de un ciclo cuyas etapas previas tienen que ver con los procesos de modernización32 puestos en práctica en las regiones donde se realizaron los estudios de caso. Parte fundamental de tal proceso tiene que ver con la pérdida total de las polifonías sistémicas33 fundadas en la alternación de la pesca, la agricultura y la minería en los sistemas económicos locales, a causa del desplazamiento. Ya 42
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Pérez Murcia, Luis Eduardo. Op. cit p. 18. 2004. Ocampo Jiménez, Sandro. “Desarrollo local y calidad de vida en Cartagena. Caracterización de los barrios La Central, El Milagro y San José de los Campanos-Zona Sur Occidental”. Publicaciones Universidad San Buenaventura de Cartagena, Serie documentos No. 1. Cartagena. 2003. p. 34. Arocha, Jaime. “Redes polifónicas desechas y desplazamiento humano en el afropacífico colombiano”. En: Cubides, Fernando; Domínguez, Camilo. (Ed). “Desplazados, migraciones internas y reestructuraciones territoriales”. Observatorio Socio-Político y Cultural. Centro de Estudios Sociales (CES). Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia. 1999. p. 127. Ibid. p. 132.
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antes esta constelación de actividades se había visto afectada por los grandes proyectos de producción agrícola y pesquera tecnificada, las plantaciones de palma africana, la introducción de nuevas técnicas mineras en el Pacífico, y el auge de monocultivos de algodón, sorgo o arroz, y la ganadería intensiva en la costa atlántica, donde también se mezclaban actividades como la caza, la pesca y la agricultura con el trabajo asalariado en haciendas o fincas de la región. Esta multiplicidad de actividades dependía en los lugares de origen de las condiciones geográficas locales: en las cuencas altas y medias se realizan actividades como agricultura, minería y corte de madera, actividad esta última que también se realiza en las bajas, y que se mezclan con la pesca y recolección de moluscos de las zonas de manglar y bocanas34. Se observaban en este sentido distintas formas de producción, que dependían del sistema de organización del territorio, pudiendo ser unidades productivas aisladas y núcleos veredales, o aldeas o cabeceras municipales35.
Ver: Motta, Nancy. “Por el monte y los esteros. Relaciones de género y familia en el territorio afropacífico”. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Especialización en familia. Pontificia Universidad Javeriana de Cali. 2002. p. 129 Categorías tomadas de: Mosquera, Gilma, “Hábitat y espacio productivo y residencial en las aldeas parentales del Pacífico”. Citado en: Camacho, Juana; Restrepo, Eduardo. (Ed). “De montes, ríos, ciudades: territorios e identidades de la gente negra en Colombia”. Fundación Natura-EcofondoInstituto Colombiano de Antropología. 1999. p. 49. Franco, Fernando. “Universalización del fenómeno de las drogas”. En: Cubides, Fernando; Domínguez, Camilo. (Ed). “Desplazados, migraciones internas y reestructuraciones territoriales”. Observatorio Socio-Político y Cultural. Centro de Estudios Sociales (CES). Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia.1999. p. 288.
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En Tumaco, donde una parte de la población proviene de regiones de producción de hoja de coca, como el departamento del Putumayo, o de municipios de Nariño como Llorente y Barbacoas, donde los cultivos ilícitos hacen parte de la vida cotidiana, se observa la producción familiar alternada con la venta de la fuerza de trabajo de sus miembros como raspadores. De esta manera se promueve una ocupación del territorio provisional en función de los períodos de cosecha y se mantienen relaciones más impersonales, rasgos característicos de las relaciones sociales generadas alrededor de la producción de coca36.
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Este arraigo con la tierra mediado más por las relaciones económicas regionales, se observa también en las familias en situación de desplazamiento de Cartagena, acostumbradas a un régimen de trabajo agrícola en tierras de otros o en arriendo. En ambos casos se observa cómo la unidad familiar campesina se adaptaba al sistema capitalista de producción y coexistía con formas modernas, pues mantenía la producción familiar dentro de sus predios mientras de manera simultánea vendía su fuerza de trabajo fuera de ella. 36
El fenómeno más apremiante ocasionado por el desplazamiento forzado es la introducción total de todos los grupos poblacionales en el mercado laboral, donde se cambia la fuerza de trabajo por capital para comprar bienes y servicios que antes se producían o se obtenían del entorno natural. La descapitalización total de las familias en situación de desplazamiento y la pérdida de los medios de producción, las deja sólo con su fuerza de trabajo en un contexto en el que esta es explotada y subvalorada, poniéndolas en una evidente posición de vulnerabilidad. En casi la totalidad de las familias, el tipo de relaciones económicas que se establecían en los lugares de origen estaban basados en la tierra; propietarios, arrendatarios o poseedores, tenían en la 43
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producción agrícola o en el comercio de productos del campo su actividad económica principal. El dinero se obtenía por la venta de algún producto y era utilizado casi exclusivamente para la compra de ropa, elementos de aseo, alimentos no perecederos y para acceder a la salud y la educación.
Con el desplazamiento, lo primero que se rompe es el vínculo con la tierra y la posibilidad de producir algún tipo de bien y de capital. La llegada a la ciudad, momento clave en la percepción del desplazamiento, es particularmente cruel en los primeros días y meses porque aunque algunas familias llegan donde familiares o amigos, la preocupación por la vivienda, por un nuevo trabajo y el recuerdo de los bienes y lugares abandonados ejercen una muy fuerte presión: “Los primeros días nos dio duro. Ya después se nos quitó la ilusión a todos”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) También se pierde la posibilidad de recolectar frutas o cazar pequeños animales que hacían parte significativa de la dieta semanal, de acceder a materiales para construir herramientas, la vivienda, o contar con recursos indispensables como agua limpia. De hecho, toda la población en situación de desplazamiento señala que si bien en sus lugares de origen no generaba mayor dinero, no sentía la carencia de ninguna necesidad básica. “… allá comíamos yuca, aquí es difícil ver la yuca, allá también cultivábamos caña, chirimoya, guanábana, todas esas cosas. Pescábamos, pero para comer no para vender. Allá la gallina que cría, la matábamos y comíamos, sólo se compraba el arroz, los ingredientes para cocinar, porque la presa todo eso venía de la caza de uno”. (Entrevista joven Tumaco) Conseguir trabajo es la principal dificultad a la que se ve enfrentada la población desplazada; el no tener los conocimientos para ejercer algún oficio distinto, ni el capital para poder iniciar alguna inversión o acceder a los medios de producción, impide satisfacer sus necesidades básicas en la ciudad, afectando de manera grave su calidad de vida. “Acá una hora es una eternidad porque uno tiene que pensar. Uno piensa qué se come el día de mañana. Porque allá uno no pensaba. Cuando mucho pensaba que aquí no hay esto pero voy donde fulano y lo consigo prestado. Pero por aquí si uno no tiene la plata no cuenta con nada. Tiene que trabajar porque si uno no trabaja no consigue nada porque todos estamos en la misma condición (…) me sentía amarrada porque no encontraba trabajo, no encontraba qué hacer y no tenía plata para encontrar un trabajo”. (Entrevista Mujer adulta Cartagena) 44
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Aprender que todo tiene un valor económico, que es el dinero un bien absolutamente necesario, y que la capacidad de producirlo es el valor más apreciado en la ciudad, constituye uno de los grandes impactos del desplazamiento forzado, pues el conocimiento tradicional o propio de la vida rural ahora no tiene mayor función o es despreciado. Los trabajos en los que se emplea la población en situación de desplazamiento en los lugares de llegada no son calificados y, por ello, no brindan una buena remuneración ni seguridad social alguna. Los oficios remunerados de antes estaban concentrados en la extracción de recursos naturales o la agricultura. En el Chocó eran comunes trabajos como la minería, mientras que en Cartagena era muy común que, en particular las mujeres, trabajaran en algún tipo de venta ambulante. En Tumaco hay una presencia importante de personas que trabajaban como raspadores de coca, actividad que alternaban con los trabajos agrícolas y mineros. Después del desplazamiento son recurrentes los oficios varios como albañilería, construcción, roza de potreros, junto con algunos esporádicos trabajos agrícolas que se desarrollan, en el caso de Tumaco en las plantaciones de palma africana y en Cartagena en las haciendas de la región. En el caso de las mujeres, los trabajos domésticos en casas de familia de la ciudad son la ocupación más frecuente en todas las regiones. En Cartagena también se evidenció un alto número de mujeres que trabajan en ventas ambulantes, lo que no incluye la venta de productos o servicios para los turistas sino al interior del mismo barrio de El Pozón. Es muy común en esta ciudad que las familias pidan dinero a prestamistas locales que cobran cuotas diarias, llamados comúnmente prestadiarios, que si bien ayudan a la obtención de ingresos para suplir la necesidad de alimento, se convierten en una estrategia de empobrecimiento a largo plazo. “Hicimos un préstamo de treinta mil pesos para pagar diario y nos pusimos a vender fritos; entonces, dijimos, con esta venta de fritos nosotros sacamos los tres mil pesos que tenemos que pagar diario y dos mil pesos de la casa, porque esta casa la pagamos diario dos mil pesos; entonces nosotros empezamos a vender fritos pero no solamente era la cuota y los dos mil pesos de esta casa, sino que también teníamos que sacar la comida, el capital fue menguando, menguando, hasta que totalmente desapareció”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) En todos los casos se labora largas horas al día por menos de un salario mínimo y se reciben ingresos inconstantes que golpean la capacidad de planeación y previsión en la economía doméstica que ahora es del día a día, y fruto de constante tensión. 45
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De acuerdo con los datos del Sistema de Identificación y Monitoreo de la Vulnerabilidad Alimentaria (SIMVA), en Quibdó, 40% de las familias recibe un ingreso diario entre 3.000 y 6.000 pesos (40%), seguido por ingresos de más de 10.000 pesos (28.5%), menores de 3.000 pesos (26%) y entre 6.000 y 10.000 pesos (14%). En Tumaco, 44% gana entre 3.000 y 6.000 pesos diarios, 23% entre 6.000 y 10.000, 17% menos de 3.000 y 16% más de 10.000. En Cartagena, la mayoría de las familias percibe un ingreso diario promedio entre los 6.000 y 10.000 pesos (37,2%), seguido de cerca por ingresos que van entre los 3.000 y los 6.000 (35,4%). Sólo 10,6% percibe más de 10.000 diarios y el restante (6,2%) no perciben ningún ingreso, es decir, vive de la mendicidad. Si se tiene en cuenta que el promedio de personas por familia es de 6,4 en los barrios de Quibdó, 6,0 en los de Tumaco y 5,3 en los de Cartagena, se obtiene un dato cercano a medio dólar diario por persona, lo que significa, de acuerdo con parámetros del DNP, que la mayoría de estas familias se encuentra por debajo de la línea de pobreza. Esto se hace evidente al observar que en los barrios de Quibdó, 52,2% de las familias en situación de desplazamiento gasta menos de 3.000 pesos en comida diaria, y 36,1% de 3.000 a 6.000. En Tumaco 42,1% gasta entre 3.000 y 6.000 pesos en alimento, y 34,3% menos de 3.000. En Cartagena, los gastos de alimentos por día de 66,37% de las familias de los sectores encuestados es de 6.000 pesos. La gran mayoría de las familias de todos los barrios en las tres ciudades considera que los precios de los alimentos aumentaron en relación con la situación de antes del desplazamiento (90,2% de Quibdó, 69,2% de Tumaco y 76% en Cartagena). En todos los estudios de caso se observó que algunas de las formas de inserción de la cultura afrohispánica en los sistemas económicos modernos, como son la unificación de los espacios domésticos con los productivos, y el escalamiento social a través de relaciones jerárquicas tradicionales donde prevalecen los vínculos familiares37, se ponen en práctica sólo parcialmente. Se mantiene, por ejemplo, la unidad entre residencia y zona de productividad, en particular en aquellos casos donde se vive de la venta de algún servicio o producto procedente del hogar, que de manera general es la venta de sopas o almuerzos para vecinos, cocadas o pan. Esto fue claramente visible en Cartagena, donde hay un buen número de familias que viven de la venta de comida a vecinos. No fue así en Tumaco y Quibdó, donde se tiende a buscar trabajo en otros sectores de la ciudad, porque no se cuenta con recursos para dar inicio a una producción doméstica de algún producto destinado a la venta, ni con un contexto socioeconómico con suficientes recursos como para que el negocio resulte rentable. Debido a la marginalidad de los barrios, los altos costos de transportar las mercancías a otros lugares, la exclusión en el espacio público de la ciudad, y la poca capacidad adquisitiva de los habitantes de los barrios, se han frustrado casi todas las iniciativas de producción y comercialización. 46
37
Corsetti, Giancarlo; Motta González, Nancy; Tassara, Carlo. “Cambios tecnológicos, organización social y actividades productivas en la costa pacífica colombiana”. Comitato Internazionale por lo Sviluppo dei Popoli. Bogotá. 1990. p. 77.
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También se observa lo que vendría a ser la reunión alrededor de algún jefe de un grupo de trabajo tradicional para apoyar su liderazgo y alcanzar con ello un estatus social alto y aumentar las rentas, pero adecuado al escenario de después del desplazamiento donde las nuevas jerarquías sociales han hecho de los representantes o presidentes de organizaciones sociales, los nuevos jefes comunitarios. Seguirlos y apoyarlos, inclusive en tareas por fuera de los barrios, es una estrategia efectiva para conseguir recursos económicos o beneficios en especie. De esta manera las relaciones políticas regionales, marcadas por el clientelismo y los favores personales encuentran un espacio para su perpetuación. Así mismo, se producen alrededor de las nuevas formas de poder de lo público después del desplazamiento (tema que se tratará en detalle más adelante) un movimiento vertical de individuos y grupos dentro de la comunidad utilizando contactos con actores externos privados o del Estado para aprovechar las oportunidades políticas y económicas, en vez de relaciones de parentesco o filiación territorial. Con el advenimiento del desplazamiento forzado se pierde, además, la retribución material y simbólica que caracteriza la vida rural, donde se mantenían relaciones de obligación implícitas entre los miembros de una misma vereda o caserío, que impedían de manera efectiva la falta de alimento a través de relaciones solidarias. En concreto, con la desarticulación de las familias de su territorio y la dificultad de crear nuevos vínculos sociales, se pierde la posibilidad de recibir ayuda (alimentos en particular) de vecinos o conocidos en situaciones apremiantes, por lo menos durante los primeros años después del desplazamiento. Dependiendo de los lugares de salida y de llegada se evidencian mayores o menores problemas de adaptación a los modos de producción locales. Para aquellas familias que provenían de zonas de río y montaña, la inserción en sistemas económicos costeros resultó ser bastante difícil; este es el caso de una parte significativa de la población desplazada de los asentamientos de Tumaco, que no conoce las posibilidades del medio como la pesca o la recolección de conchas, y por ello no puede emplearse en actividades como la limpieza del pescado o de camarones. El mar, que en principio constituye una fuente de alimentos, no es aprovechado por las familias en situación en desplazamiento de los barrios de Tumaco porque muchas no saben cómo pescar en agua salada, no conocen las especies ni las técnicas propias de esta tarea, ni cuentan con la infraestructura mínima necesaria. La pesca no es una actividad cotidiana, pues necesita contar con botes y redes o pertenecer a alguna empresa o asociación. Es además un oficio sumamente peligroso, pues son constantes los robos a las embarcaciones pesqueras en alta mar, que llegan a cobrar inclusive vidas humanas. Se observa así un conocimiento articulado en una relación con la tierra que no ha sido efectivamente trasladado a una nueva relación con el mar. 47
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En el caso de familias procedentes de regiones con economías vinculadas de forma directa o indirecta con el cultivo de hoja de coca, se tenía una relación distinta con el territorio, basada en una explotación de la tierra no mediada necesariamente por sentimientos de arraigo. Muchos de ellos no producían más que unos cuantos productos de pan coger como plátano, frutas o algunas gallinas. Se vivía, además, en condiciones económicas más cómodas, en las que algunas familias se autorreconocían como “ricas”, más por el capital que ganaban que por la capacidad de adquisición que realmente les brindaba, pues es bien sabido que las zonas de cultivo de coca mantienen un altísimo costo de vida. Por último, se observa una adaptación a las diversas actividades y oficios de antes del desplazamiento, pero no en función de los ciclos climáticos o la geografía, sino por mera necesidad de producir dinero con el cual comprar los bienes de primera necesidad. Se vive en “el rebusque”, situación que nada tiene que ver con la multiplicidad de trabajos que se organizaban en la vida rural. Si aceptamos que “en el sector rural, la manera como las familias se relacionan con la producción permite establecer tres categorías: desprovistas (que viven del salario agrícola, esto es, venden su fuerza de trabajo), productoras independientes (si hay tenencia de la tierra, la cultivan y viven de lo producido) y con capital (aquellas que utilizan el trabajo asalariado”38, se observa que la mayoría de las familias que eran independientes ahora son desprovistas y han visto truncado el paso a tener suficientes recursos como para contratar a otros. El trabajo agrícola, en su mayoría, era realizado en tierras de la familia. Claramente, la mayoría de las familias provenía de territorios de los que se reconocía como dueño. En Quibdó, 65,2% era propietario, 17,4% era poseedor, 10,1% pertenecía a un territorio colectivo y 7,2% era tenedor. En Tumaco, 32,3% era propietario 35,5% poseedor, 11,3% tenedor, 4,8% era ocupante. En Cartagena, a su vez, 64,6% era propietario, 8,0% poseedor, y 12,4% tenedor. En todos los casos, la mayoría de las familias tuvo durante más de 10 años la tenencia de la tierra (60% en Quibdó, 26% en Tumaco y 44% en Cartagena). Abandonaron la vivienda, una zona productiva en la mayoría de los casos, y otros bienes como semovientes, cultivos, muebles y enseres, maquinaria básica y herramientas. Es significativo que el porcentaje mayor de arrendatarios sea el de las familias de Cartagena y Tumaco, en coherencia con los procesos de modernización rural que promueven la concentración de la tierra en pocos dueños, que contratan la mano de obra de los pequeños productores. También es interesante que en Tumaco, 4,8% y en Cartagena 14,2%, respondió que no había abandonado, pues algún familiar o conocido se encuentra ocupando las propiedades. Por lo general, son adultos mayores, que se encuentran allí a riesgo propio de su seguridad o porque no fueron amenazados por los grupos armados. 48
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Correa, Lilian Motta de. “La familia rural. Contexto patriarcal y relaciones con la producción social en una zona de avanzado desarrollo capitalista”. Asociación Colombiana para el Estudio de la población –CedeUniversidad de los Andes. Bogotá, 1983. En: Calvo, Gloria. “La familia en Colombia. Un estado del arte de la investigación de 19801994”. Colección: “Las familias de hoy en Colombia”. Vol 1. Colección de Investigaciones del ICBF. Presidencia de la República-Instituto Colombiano de Bienestar Familiar-Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). 1995. p. 84.
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Las dificultades económicas encuentran en la carencia de alimentos su expresión más dolorosa, y afectan a todos los grupos poblacionales, pero son los niños los de de mayor vulnerabilidad. La falta de alimento y, en consecuencia, el hambre, es el fenómeno más cruel y la necesidad más apremiante para las familias, siendo crítico el caso de los barrios de Tumaco: “Aquí han pasado cosas más difíciles que otras, como tener que coger un plato de esos torteros y la niña más grande echar tres cucharadas de tierra y darle a sus hermanitos para que pasen un momento de hambre”. (Taller con organizaciones Tumaco) El cambio del autoconsumo a la compra ha incidido negativamente en la disponibilidad, cantidad y calidad del alimento, afectando la salud física de todos los miembros de la familia (en particular los niños) y su bienestar anímico. Se perturba con ello la realidad del sujeto y se afecta la estabilidad de individuos y familias que intempestivamente pierden su autonomía alimentaria y encuentran que la producción de capital es la condición necesaria para sobrevivir en la ciudad. “Uno en la finca, en el campo o donde vivía básicamente lo tenía todo, porque aunque uno en el momento no tenía para comprar, tenía los árboles. Si uno tenía hambre pero no tenía plata, podía sancochar unos plátanos, tomarse una pipa de coco, chuparse una naranja, comerse una papaya, cualquier tronco que eso era vitamina para el cuerpo y eso le ayudaba a uno (…) acá se pasa mucho trabajo con la comida y allá no, allá uno mantenía su comida al día... aquí si no hay plata, no se puede comer”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) Las huertas y animales domésticos en los barrios (que son 14,4% en Quibdó, 25% en Tumaco, y 6% en Cartagena) ayudan a las familias en momentos críticos de escasez de alimentos, pero no garantizan el acceso continuo a ellos debido a la pésima calidad de la tierra, las constantes inundaciones, la falta de capital para comprar semillas, pie de cría, tierra negra o abono, al escaso espacio en muchas de las casas y al rechazo en algunas de las familias de toda reminiscencia de lo que fue la vida en el campo. El hambre recuerda constantemente a las familias en situación de desplazamiento su condición de forasteros, pues no se cuenta ahora con vecinos o parientes a quien acudir en busca de ayuda. Las redes de apoyo en el nuevo lugar son escasas y se aviva el sentimiento de extrañeza con el nuevo medio: “Nadie le da la mano a uno... hasta ahora yo no he podido encontrar una mano amiga que por lo menos salga un poquito del problema... y a quien le importa lo que pase o lo que uno sufra, muy poquita gente siente el dolor ajeno”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) 49
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En Cartagena, particularmente, fue claro en un segmento de población en situación de desplazamiento la asociación de las actividades agrícolas con un período doloroso que no quiere ser repetido y, por ello, hay una negación explícita a trabajar en actividades agrícolas. Así mismo, por ser aquel lugar donde se trabajó con personas que se encuentran en situación de desplazamiento por mucho tiempo (inclusive más de 10 años) fue también recurrente considerar la vida campesina como denigrante en relación con la vida que se lleva en la ciudad. En ellos la idea del retorno no existe por una
profunda incorporación a la vida en Cartagena, y un voluntario deseo de no rememorar los actos violentos de los que alguna vez fueron víctimas. Esta tendencia no se percibió en los barrios de Quibdó y Tumaco, donde persiste, en la forma de un anhelo muy improbable, la posibilidad de regresar a los lugares de origen. En la alimentación se evidencia de manera más clara el empeoramiento de las condiciones de vida. Según datos del SIMVA, en Quibdó, 47,3% consume dos comidas al día, 33,1% tres, y 16,8% sólo una. En Tumaco, 40,9% lo hace tres veces, 35,5% lo hace dos y 17,5%, una sola vez. En Cartagena, el 69,44% de las familias en situación de desplazamiento consume alimentos dos o menos veces al día y 27,5% tres veces. Los alimentos más consumidos, debido a su bajo costo y alto rendimiento son cereales como el arroz o las lentejas, almidones como la yuca o el plátano, y el azúcar o la panela. En consecuencia, los problemas de salud se ven aumentados después del desplazamiento y su atención disminuida debido a la incapacidad para pagar los servicios de salud, por la desarticulación de las redes tradicionales de curación, las enfermedades producto del nuevo entorno urbano, y la incapacidad administrativa de los organismos del Estado para garantizar la atención, las medicinas y el tratamiento. De acuerdo con la información recolectada, ha habido una mejora leve en la vinculación a algún servicio de salud, lo que no necesariamente se traduce en una mejor calidad. De acuerdo con los datos recogidos en campo, disminuyó el porcentaje de personas totalmente desvinculadas de cualquier servicio de salud; de 66,4% a 43,8% en Quibdó, de 69% a 49,1% en Tumaco, y de 71,6% a 24,2% en Cartagena. Así mismo, aumentó o se mantuvo el porcentaje de personas en régimen subsidiado; de 28,8% a 28% en Quibdó, de 26.6% a 31,7% en Tumaco, y de 26,5% a 63,5% en Cartagena. También aumentó considerablemente el régimen vinculado; de 2,2% a 22,8% en Quibdó, de 1% a 19% en Tumaco y de 2% a 12% en Cartagena. El régimen contributivo, por su parte, subió de 2,6% a 5,3% en Quibdó, bajó de 3,3% a 0% en Tumaco, y se mantuvo en 0% en Cartagena. Los datos muestran un importante incremento formal en la cobertura del régimen subsidiado y vinculado, producto sin duda de la presencia de las instituciones del Estado que prestan atención básica 50
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a las familias en situación de desplazamiento. Sin embargo, de acuerdo con la totalidad de las apreciaciones de las comunidades, el servicio es altamente insatisfactorio. No es de extrañar, pues buena parte de la población en situación de desplazamiento accede al servicio a través del régimen vinculado, es decir, sólo ante situaciones de urgencia y emergencia. Por este motivo, no constituye una atención preventiva sino de tratamiento o atención específica a la enfermedad. Otros factores que inciden en estas apreciaciones son las excesivas distancias de los centros de salud u hospitales de los barrios en cuestión, el mal estado de las vías y el mal servicio de transporte hacia los barrios. Es crítico el caso de Cartagena, donde existe un solo centro de salud para atender a los más de 70.000 habitantes del barrio El Pozón. Allí, es necesario esperar en las afueras del centro durante más de 12 horas para acceder a una cita médica, que se concreta varias semanas después. Así mismo, fueron constantes las quejas en todos los diagnósticos por las dificultades o deficiencias en la entrega de las medicinas, y la imposibilidad en algunas circunstancias de costear gastos relacionados como fotocopias o servicio de transporte. Esta situación, sumada al trato indigno que prácticamente todas las familias perciben al recibir el servicio de salud por ser población en situación de desplazamiento o por pertenecer a un determinado barrio, hacen que no se verifique un ejercicio digno de este derecho. Las familias, según su propia apreciación, presentan en el nuevo medio mayor recurrencia de enfermedades respiratorias, desnutrición, diarrea e infecciones en la piel para el caso de niños y niñas, y dolores de cabeza, gastritis y úlceras en los adultos. Otras enfermedades comunes son paludismo, dolores de cabeza, anemia, inflamación de rodillas, dolor de huesos, fiebre, gripas y dolores de columna que encuentran su origen o agravamiento en una inadecuada alimentación, precarias condiciones de salubridad, y fuertes jornadas de trabajo físico cuando se consigue realizar alguna actividad remunerada. La vulnerabilidad alimentaria se evidenció en mujeres y jóvenes a causa de la prioridad que se les da en la alimentación a los niños (por su vulnerabilidad) y en algunos casos a los hombres (que salen a recorrer la ciudad en busca de trabajo). Antes del desplazamiento, en las zonas rurales la alimentación es más abundante para los hombres porque se esfuerzan más físicamente. Sin embargo, no hay escasez de alimentos y por ello no se afecta la salud de los demás miembros de la familia al distribuirse de manera desigual. En relación con los métodos de control de la fertilidad, se constató una generalizada falta de uso, debido al desconocimiento de la salud sexual y reproductiva, categoría médica y de derechos que no tiene un claro referente en la vida rural. A pesar de que se realizaban antes del desplazamiento 51
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métodos tradicionales para impedir la procreación, la salud sexual y reproductiva, entendida esta como el conocimiento no sólo de procedimientos médicos sino de los derechos relativos a la vida sexual, era una categoría inexistente en la vida rural. Su aprendizaje es aún lento y no se observa interiorización de sus implicaciones en la vida cotidiana de mujeres y hombres. Otros elementos que contribuyen a la no utilización de métodos de control, es la desconfianza hacia ellos y la incomodidad de los hombres para usarlos. Resulta claro que no sólo influye la organización familiar donde el hombre aún posee la autoridad sobre los asuntos sexuales, sino el prestigio social masculino basado en el número de hijos y de mujeres que se tiene. Además, no es una prioridad dentro de las necesidades de las familias la compra de estos instrumentos de control de la natalidad. Existen muchas otras necesidades para invertir los pocos recursos que se logran obtener. Por último, una multiplicidad de comportamientos permite entrever afectaciones emocionales en todos los grupos poblacionales, manifestadas en momentos de depresión aguda, duelos sin elaborar, sentimientos de amilanamiento, impotencia y miedo constante, en particular en los asentamientos de Tumaco. Los individuos que no encuentran momentos de liberación donde puedan exteriorizar y compartir sus emociones, no tienen la posibilidad de adquirir elementos para avanzar en la recuperación emocional y en la elaboración de sus pérdidas. Es evidente que hay una contención de dolor, miedo y rabia, que incide en las tensiones en la familia y con los vecinos. El nuevo entorno a través de los modos de producción también exige la adquisición de nuevas destrezas que no eran necesitadas en los lugares de origen: las más importantes la lectura y la escritura. Existe un alto índice de analfabetismo que ha hecho difícil la adaptación de la población en situación de desplazamiento, al impedir el acceso a trabajos de mejor calidad, a actividades de capacitación y a los circuitos de atención del Estado. Inclusive en aquellas personas que asistieron a la escuela, leer y escribir era una actividad accesoria que nunca fue fundamental en sus lugares de origen, propicionando su analfabetismo funcional. Los datos de escolaridad de los jefes de hogar ilustran la situación desigual de las familias en situación de desplazamiento para acceder a un mercado laboral donde la acreditación del conocimiento es tan o más importante que la experiencia. En Quibdó, 11,4% no tiene grado de escolaridad alguno. Tiene algún grado de primaria, 44,7%; 24,25% alguno de secundaria y 1,5%, grado profesional. En Tumaco, la mayoría de los jefes de hogar no tiene grado escolar alguno (29%), seguido por la primaria incompleta, (27.5%) y la media superior incompleta (25,8%). Sólo 6,5% tiene el bachillerato completo, y el 1.6% es profesional. En Cartagena, 23% no tiene ninguno, 41,6% tiene la primaria incompleta y 30,1 la media superior incompleta. Sólo 4,4% completó su bachillerato y 1% es profesional. 52
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En los menores entre 5 y 18 años, sin embargo, se observa en relación con la situación de antes del desplazamiento, un aumento de cobertura (de 73,2% a 86,9% en Tumaco y de 55,7% a 74,5% en Cartagena). Aunque ha aumentado la cobertura en educación, se presentan problemas de calidad en relación con la situación antes del desplazamiento. De acuerdo con la información recolectada con los profesores de las escuelas de los barrios en donde se realizaron los diagnósticos, los y las jóvenes, así como los niños y las niñas en situación de desplazamiento, presentan problemas de lecto-escritura y el retraso de aproximadamente un año escolar debido a lo difícil que resulta siquiera asegurar un lugar dónde vivir, ganar lo mínimo necesario para sobrevivir después del desplazamiento, y conseguir un cupo escolar. Así mismo, los profesores son conscientes de la poca preparación que tienen para formar y apoyar el proceso educativo de los menores que han sido víctimas del desplazamiento. También reconocieron algunos la persistencia de problemas de estigmatización de menores en las escuelas por parte de compañeros y maestros debido a que no tienen cómo llevar los útiles escolares, uniformes o dinero para los almuerzos, fenómeno confirmado con los padres de familia y menores, quienes se han sentido violentados psicológicamente en sus relaciones con la escuela. Con el alimento, el acceso a una vivienda digna (derecho fundamental determinante en el proceso de estabilización socioeconómica) es la necesidad más sentida por las familias de los barrios, y móvil de los procesos de invasión. “ No es que me guste el barrio, porque invadir no es tan fácil... aquí tengo un cuchitril y me meto ahí y así este no sea mi pueblo y así no me entiendan, así esto no me de dé comer, pero aquí tengo donde meterme”. ( Entrevista mujer adulta Tumaco) El mejoramiento de la vivienda, sin embargo, se dilata indefinidamente debido a los altos costos de los materiales. El hacinamiento se constituye así, en un fenómeno cotidiano. De acuerdo con el SIMVA, los índices de hacinamiento son de 3,1 en Quibdó, 5,9 en Tumaco y 4,5 en Cartagena, lo que los clasifica como casos de hacinamiento crítico39. “Estamos construyendo la casa, ya la tenemos medio arreglada y allí estamos viviendo, pensamos arreglar la otra mitad para cuando haya alguna masacre en el municipio o la familia quiera llegar a donde uno, o algún amigo quiera llegar a donde uno esté”. (Entrevista hombre adulto Quibdó) Artículo 11º del decreto 973 del 31 marzo de 2005 del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural.
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“También hay muchas incomodidades, porque ya a uno le toca dormir en el piso sin cobijas, aguantar frío y les tocó a muchos dormir en la calle y algunos todavía están 53
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afuera. Tener que dormir en tierra, la tierra que uno pisa; la tierra que solamente era para caminar tener que servir de colchón…” (Entrevista mujer adulta Tumaco) De acuerdo con el SIMVA, 23,6% de las viviendas de las familias en situación de desplazamiento de los barrios de Quibdó se encuentra en riesgo de inundación, 35% en riesgo de ser afectada por vientos fuertes y 17,4% en peligro de derrumbarse o deslizarse. En Tumaco el 34.4% está en riesgo de inundarse, 50,9% de ser golpeada por vientos fuertes. En Cartagena, del total de las viviendas, 32,3% se encuentra en riesgo de inundación y 29% en riesgo de ser golpeadas por vientos fuertes. En Cartagena, el principal problema de las viviendas de los sectores seleccionados es su vulnerabilidad frente a las constantes inundaciones. Si bien existen numerosos tipos de vivienda en los sectores, para todos es apremiante legalizar su situación y mejorar sus condiciones materiales con el fin de evitar los riesgos que se corren con la llegada de la época de lluvias. De manera general, las viviendas de las familias en situación de desplazamiento de todos los barrios de las diferentes regiones son de paredes de madera y techo de zinc, con excepción de Cartagena, donde es común encontrar paredes de bloque. En Tumaco los pisos son predominantemente de madera en las viviendas que se encuentran sobre manglares y esteros o están muy cerca a ellos, y en tierra en aquellas que se encuentran en tierra firme. En Quibdó predominan los pisos de tierra y en Cartagena generalmente los de cemento. Con la vivienda, la prestación de servicios públicos es una carencia que afecta el desarrollo de una vida digna en los nuevos asentamientos. El agua es la principal necesidad. Si bien en el sector rural no se contaba con redes de acueducto y alcantarillado, el acceso al agua era abundante a través de pozos o de la cercanía con el río. En los barrios de Quibdó y Tumaco no se cuenta con acueducto ni alcantarillado y el agua se debe transportar y almacenar diariamente para el consumo humano. En Tumaco, el agua es captada en pozos en el piso arenoso, donde se filtra el agua salobre del estero. Se usa para el lavado de ropa y utensilios de cocina, aunque cuando escasea el agua dulce, se utiliza también para preparar los alimentos. De esta manera se pone en constante riesgo la salud física y se originan situaciones de conflicto por su acceso. La situación de “ilegalidad” en los servicios públicos es, así, un factor más de estigmatización social y marginalización. En estos asentamientos, la gran mayoría de las viviendas no cuenta con servicio de sanitario ni servicio de recolección de basuras. En Cartagena, el porcentaje de las familias en situación de desplazamiento con servicio de acueducto es variable, dependiendo del sector: En Playas Blancas en 84%, en Nueva Cartagena en 33% de las viviendas, en Gossen en 39%, en Los Ángeles en 54
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6,67% y en 14 de Febrero en 5%. En todos los barrios de las tres ciudades hay acceso al servicio de energía, por conexiones piratas en Quibdó y Tumaco, y legalizado por medio de una cooperativa local de energía social en Cartagena. Como resultado del inadecuado uso de las basuras, en todos los asentamientos, la contaminación ambiental es uno de los aspectos en los que la comunidad hace mayor énfasis pues, en relación con sus lugares de origen, esta es una situación totalmente nueva. Contrasta el ambiente natural no contaminado, la abundancia del agua, las prácticas de quema de basura y la reutilización de desechos orgánicos, con la aglomeración de desechos en quebradas y esteros.
Impactos en la familia: cambios y adaptaciones del sistema patriarcal
E
n el proceso de modernización obligado que propicia el desplazamiento forzado es una constante que la población no cuente con todos los instrumentos culturales y materiales necesarios para su adecuada y rápida adaptación en los lugares de llegada. Sin embargo, las lógicas culturales de los lugares de origen en algunos casos, se han reacomodado a las condiciones propias del nuevo medio y tienden a acelerar el proceso de estabilización socioeconómica, al mismo tiempo que propician un proceso de cambio cultural que puede ser lento y penoso para algunas familias.
En el ámbito familiar se observa más claramente esta transformación, pues allí se hace patente la manera en que el sistema patriarcal, con las estructuras y dinámicas familiares que de él se desprenden, se alteran y reajustan en virtud de servir a las necesidades de los miembros de la familia y a las nuevas exigencias sociales y económicas del medio. La familia tradicional de la costa pacífica y la costa atlántica se caracteriza por ser matrilocal, es decir, donde la mujer se encuentra anclada en el territorio mientras el hombre lleva una vida itinerante en función de sus actividades laborales, que corresponden a los diferentes ciclos productivos de los territorios. En este contexto se mantienen relaciones poligínicas (el hombre tiene varios núcleos familiares simultáneamente) donde a las mujeres se les asigna como obligaciones el cuidado del hogar, de los hijos, y alguna actividad económica para mantener a la familia en ausencia del hombre, que debe responder económicamente por todos los hijos de sus diferentes hogares. Es el hombre el jefe del hogar (es un sistema patriarcal) y quien ejerce la autoridad en las relaciones con otros actores sociales o 55
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familiares, aun cuando las mujeres gozan de una cierta autonomía en las actividades domésticas y ejercen la autoridad al interior de la familia en ausencia del hombre40. A lo largo de la vida de hombres y mujeres es común encontrar más de una relación de pareja. Sin embargo, mientras que la mujer sólo mantiene un esposo o compañero a la vez, el hombre construye varios hogares, de los cuales por lo general escoge uno que se convierte en el principal, donde se asienta y transmite de manera formal el apellido a una parte de su descendencia. Es común, así mismo, que un hombre que sostiene una relación con una mujer con hijos de su primer esposo o compañero, se haga cargo de ellos, y que las diferentes mujeres del hombre lleven una relación cordial (o inclusive de apoyo en la crianza de los hijos), siempre y cuando el hombre mantenga en una relativa igualdad de condiciones a todos sus hogares. En este esquema, los hombres definen su virilidad en función de la capacidad del número de hogares e hijos que son capaces de mantener y concebir, y la mujer define su feminidad en la capacidad de cuidar de su hogar e hijos, y hacerse a un hombre que defienda y garantice el mantenimiento de toda la familia41. De esta manera, la familia tradicional permite el mantenimiento de una determinada estructura social y un uso particular de los recursos económicos; mientras las mujeres protegen el espacio doméstico, los hombres logran establecer una red relacional dispersa que garantiza la estabilidad al interior de la familia y sus relaciones sociales y económicas con la comunidad42. De hecho, “las distintas modalidades de localización y radicación de la población rural están atravesadas por un sistema tradicional de relaciones parentales, extensivas espacialmente en un determinado tramo fluvial o costero, generando numerosos vínculos interfamiliares y por ende interterritoriales. La familia, es, entonces la institución y el eje ordenador de la articulación de los espacios residenciales, de reparto del suelo de los solares, y en general del ordenamiento físico espacial de la aldea de parentesco y su sociedad”43. De allí que los impactos en la familia sean tan importantes y se hagan extensivos a los espacios públicos, pues al reestructurarse la familia lo hace también el territorio. Se han identificado dos aspectos comunes en la mayoría de las familias en situación de desplazamiento: la reconfiguración de la familia y el desmejoramiento de las relaciones en su interior. Aunque estos impactos se vivencian de manera diferencial para mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas (asuntos que se tratarán en detalle en los capítulos respectivos), se exponen a continuación algunas generalidades que permiten contextualizar los aspectos particulares del género y la edad. Como efecto inmediato se advierte la separación de la familia extensa. De manera regular la familia en el hogar de origen estaba conformada por tíos, primos, padres y abuelos que convivían en una misma vivienda o caserío, donde todos los miembros asumían un papel en las actividades produc56
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Gutiérrez de Pineda, Virginia. “Familia y cultura en Colombia”. Editorial Universidad de Antioquia. Quinta edición. 2005. Ibíd. Corsetti, Giancarlo; Motta González, Nancy; Tassara, Carlo. Op. cit. 1990. p. 74. Mosquera, Gilma. Op. cit. 1999. p. 54.
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tivas y en el cuidado y crianza de los hijos. Con el desplazamiento forzado, buena parte de las familias dejaron parientes o se separaron, afectando el papel de la familia como red de apoyo de sus miembros. “…Yo tuve que venirme para acá porque mi papá es anciano y ellos dicen que si les van a hacer algo que se arriesgan, pero que ellos no vienen para acá… a mí me da cosa, me da miedo que estén allá porque ya en el campo no era como antes…” (Entrevista mujer adulta Tumaco) La manera abrupta o los diferentes tiempos de la huida afectaron buena parte de las relaciones familiares desconectando por completo a alguno de sus miembros. Otros, (hombres en particular) murieron o se encuentran desaparecidos, causando fuertes impactos emocionales en mujeres e hijos, cambiando las dinámicas al interior de la familia o promoviendo la conformación de nuevas relaciones de pareja. Ya no se percibe como una estrategia eficiente tener familias extensas. Antes, debido a que se contaba con los recursos necesarios, era bien visto tener un gran número de hijos e hijas, que garantizaban más ingresos familiares. Con el desplazamiento, si bien la solidaridad familiar es determinante a la hora de solucionar problemas económicos, se hace más difícil mantener varios núcleos familiares. Aunque aun persiste la idea de que los hijos deben sostener a sus padres, las nuevas parejas no planeadon constituir grandes familias. Por violencia intrafamiliar se entiende “una forma de establecer relaciones y de afrontar los conflictos recurriendo a la fuerza, la amenaza, la agresión, o al abandono. La violencia intrafamiliar está definida en el artículo 3º de la ley 294 de 1996 de la siguiente manera: constituye violencia intrafamiliar todo daño físico o psíquico, amenaza o agravio, ofensa o cualquier otra forma de agresión por parte de otro miembro de la familia”. Tomado de Defensoría del Pueblo. “Mecanismos de protección contra la violencia intrafamiliar”. Red de Promotores de los Derechos Humanos. Bogotá. 2001. p. 19. Ibíd. p. 24.
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Con relación a sus lugares de origen, las familias perciben un aumento en las situaciones de violencia intrafamiliar44 en todas sus formas (física, psicológica, verbal, sexual y económica), situaciones que si bien no corresponden sólo a la vivencia actual, se potencian en el nuevo medio debido a la tensión que genera la insatisfacción de las necesidades fundamentales y el choque cultural con la vida en la ciudad. La violencia es una práctica que vulnera varios derechos consagrados en la Constitución: el de la familia como institución (derecho a la moral familiar, la unidad y armonía familiar, donde lo moral se entiende como las reglas que al interior de la familia se aceptan y constituyen el deber ser de ella y la unidad como unidad afectiva y no física). Vulnera también derechos de los cónyuges o compañeros (derecho a ser tratado en igualdad de condiciones de respeto y consideración); de la mujer (derecho a la integridad personal y a los derechos sexuales y reproductivos); de los niños y niñas (a su integridad personal, a tener afecto, a tener una familia, a crecer como un ser humano autónomo libre y conocedor de sus derechos)45. Además, atenta contra derechos fundamentales como la libre personalidad, la intimidad, la seguridad y el adecuado desarrollo de los niños y las niñas. 57
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Se observó, en todos los estudios de caso, el uso extensivo de todos los tipos de violencia intrafamiliar entre las parejas, siendo muy común la violencia de hombres hacia mujeres e hijos, y poca aunque también creciente, la violencia de las mujeres hacia los hombres y sus hijos. Como se observa desde ahora, los niños y niñas reciben de manera indiscriminada las actitudes violentas de los padres, madres y, o, adultos que no hacen parte del núcleo familiar.
La carencia de alimento, el deterioro de la vivienda y la imposibilidad de encontrar alternativas de generación de ingresos, provoca especialmente en padres y madres de familia, sentimientos de angustia que desembocan directamente en el escenario familiar y los lleva a convertirse en agresores y agredidos. Sin embargo, son los cambios de jerarquía familiar en el lugar de llegada el fenómeno más explosivo en la transformación de las relaciones familiares. El empoderamiento de las mujeres tanto en el ámbito doméstico como en el espacio público (de la mano de actividades económicas y de representación, donde actúan de forma independiente a sus maridos), la disminución de los espacios masculinos de expresión de la virilidad, las dificultades de los hombres para conseguir trabajos suficientemente lucrativos para mantener sus varios hogares, y la inmovilización que acusan después del desplazamiento, son factores determinantes en la mutación de poderes entre hombres y mujeres. De la incapacidad de lidiar con esta tensión se origina la gran mayoría de las formas de violencia intrafamiliar observadas. En el intersticio de la reasignación de responsabilidades, los y las jóvenes como los niños y niñas también ven alterados sus papeles familiares. De manera general, asumen responsabilidades económicas desde muy temprana edad, pero sin la compañía de los padres, no en trabajos familiares sino en función de la generación de ingresos y no del trabajo familiar como sucedía antes del desplazamiento. Se propicia con ello el quiebre con las autoridades paternas y maternas en particular en los jóvenes, quienes además son el grupo poblacional que más rápidamente se adapta al nuevo medio (también el que está expuesto a mayores riesgos) y en esa medida, ejercen un poder en la familia centrado en el mejor conocimiento de los códigos urbanos que simultáneamente genera tensiones con los adultos. Sin embargo, no todo se explica en la desarticulación del sistema patriarcal. De hecho, en la mayoría de los casos, las relaciones de género en el contexto familiar se articulan en formas tradicionales de organización y jerarquía que se reproducen en el nuevo contexto, mostrándose efectivas en algunas situaciones aunque también ineficientes en otras. Se observa una utilización estratégica de dispositivos que accionan patrones de comportamiento y asignación de responsabilidades de la familia tradicional por parte de ambos géneros en función de 58
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la satisfacción de necesidades específicas que han sido propiciadas por el desplazamiento forzado. Así, las mujeres alientan bajo ciertas circunstancias, aquellos comportamientos y papeles del hombre jefe de familia del sistema patriarcal en función de obtener mayor seguridad anímica, física (en espacios públicos, por ejemplo), y económica, aún si con ello deben mantener relaciones insatisfactorias donde no hay atracción alguna o son objeto de violencia por parte de sus compañeros o esposos. Los hombres, así mismo, aunque denigran de la mayor libertad de sus mujeres en el espacio público, en ciertas circunstancias las alientan a trabajar y a representar a la comunidad con el fin de captar más recursos o beneficios asistenciales para la familia en general. En los capítulos de mujeres y hombres se tratarán con detalle estas negociaciones estratégicas que llevan siempre algún beneficio y un costo, pues de tal dinámica se desprende gran parte de los impactos específicos tanto en hombres y mujeres, delineando un cambio de la estructura familiar a causa del desplazamiento. Por el momento es importante apuntar que se observa un paso intermedio entre lo que algunos investigadores han identificado como el cambio de una estructura familiar basada en roles opuestos complementarios, a una de roles semejantes y más equitativos, cambio propio de procesos de institucionalización de la vida privada que caracteriza a parte del proyecto moderno. Se inicia un cambio cultural de un modelo donde el hombre y la mujer ofrecen perfiles opuestos y complementarios que sustenta un régimen de mayor dominación masculina, a uno donde los géneros alcanzan cierta semejanza y tienden a su equiparación jerárquica46. La dotación cualitativa de los géneros (o sea las cualidades propias de cada uno de ellos) es lo que determina el estatus y función de los géneros en el sistema familiar y se compone de cualidades adscritas (cualidades asignadas en función de caracteres inamovibles como el género y la edad) y cualidades adquiridas (que se ganan por aprendizaje, en las relaciones sociales como la educación o la experiencia por libre esfuerzo y competencia)47.
Gutiérrez de Pineda, Virginia. “La dotación cualitativa de los géneros para su estatusfunción”. Revista nómadas. No. 11. octubre. 1999ª. p. 149. Ibíd. p. 152.
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Después del desplazamiento, paulatinamente tanto en mujeres y hombres, se tiende a asumir roles por adquisición y no tanto por adscripción, que eran propios del modelo de pares opuestos. El modelo de semejanza se inclina por ello a una igualdad en la capacidad de adquisición de las cualidades propias de cada género, que para nuestro caso tiene que ver con las exigencias en competencias sociales, económicas, culturales y políticas que la ciudad, como escenario privilegiado que la modernidad, exige tanto a hombres como a mujeres. El acceso y real ejercicio de derechos, como el de la educación, es determinante en este nuevo escenario.
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Debido a la histórica exclusión de ciertos espacios sociales, económicos y políticos, las mujeres no han contado con la misma capacidad de competir y desarrollar las aptitudes que les exige el nuevo 59
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medio, situación que mantiene las relaciones de poder del sistema patriarcal tradicional. Sin embargo, con el desplazamiento forzado cambia la dotación cualitativa de los géneros debido a la transformación de las condiciones personales y materiales que obligan a hombres y mujeres a realizar funciones que no le son asignadas normalmente, como es el aumento del madresolterismo, el aprovechamiento de la capacidad de producir ingresos de las mujeres o la realización de actividades de cuidado de los hijos en los hombres. También ha influido la presencia de intereses sectoriales que generalizan la transformación de los géneros, como es el caso de instituciones del Estado y privadas que promueven un enfoque diferencial de género en función de un trato más equitativo hacia las mujeres, lo que ha repercutido claramente en una mayor presencia, apropiación e incidencia de las mujeres en los espacios de debate y definición de acciones de atención al desplazamiento forzado. En este orden de ideas, el cambio en la dotación cualitativa también se expresa en relación con las instituciones, entendidas como formas de organización social de todo tipo (estructuras con reglas y orden) donde debido a la situación particular de la vida rural y de los acontecimientos propios del desplazamiento forzado (descapitalización de las familias, ruptura de redes sociales y exclusión en los lugares de llegada), la población no tiene las mismas posibilidades de acceso para pertenecer a ellas. Allí se origina parte de los impactos en lo público, que se tratarán en detalle a continuación.
Impactos en lo público: nuevas y viejas territorialidades
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l aprendizaje y negociación de lo público antes y después del desplazamiento es un eje central de sus impactos y parte vital de las negociaciones culturales y sociales que éste implica. Para el caso que nos compete en este texto, la consideración de lo público es definitiva en la identificación de los impactos psicosociales, pues allí se conjugan las relaciones con otros actores sociales, en particular con el Estado. De las negociaciones entre las concepciones que se tenían de lo público antes del desplazamiento y aquellas instauradas y reproducidas, tanto por las instituciones como en la práctica social de los habitantes de los lugares de llegada, se desencadena buena parte de los conflictos en el restablecimiento de lo población en situación de desplazamiento.
Como marco del análisis de los grupos poblacionales en sus contextos territoriales se recurre a una descripción básica de lo público desde tres perspectivas complementarias identificadas por Nora Rabotnikof en Latinoamérica48, que permiten comprender los cambios y tensiones culturales asociadas al desplazamiento forzado. 60
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Rabotnikof, Nora. “Lo público y sus problemas: notas para una reconsideración”. Revista Internacional de Filosofía Política. No. 2. Madrid. 1993.
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Como primera medida se reconoce que la definición de lo público no es unívoca sino una superposición de varios sentidos históricamente construidos. Entre ellos se encuentran: a) la esfera pública ligada a la libre ciudadanía, donde se tratan los asuntos comunales y contrapuesta la esfera doméstica, ligada a las necesidades básicas; b) lo que es de interés común a todos, contrapuesto a lo que es de interés individual; c) lo que es abierto y a la luz de todos versus lo que es oculto; d) lo que es de uso común (colectivo) en contra de lo que se sustrae a los otros; e) lo que tiene el predominio de la palabra como persuasión a través de la argumentación; f) donde hay igualdad ciudadana (igualación ante la ley y en la participación del poder); g) el ámbito de la ley escrita como regla común consagrada públicamente (ley común abierta para ser leída por todos)49. Con la constitución del Estado moderno se propicia la diferenciación de la sociedad civil, y como consecuencia se equipara lo público, ya sea con el Estado (público-estatal) o con lo privado definido como los individuos y sus comunidades (lo público-privado), relación que puede ser de enfrentamiento o complementación50. En este marco se instauran los derechos consagrados constitucionalmente y se asume que el Estado debe atender a las necesidades de la sociedad civil así como sustraerse al control de esta en el procesamiento de las mismas. Lo público, es entonces, la garantía de la esfera privada (respeto por los derechos individuales frente al abuso del poder público), y garantía de la participación en la formulación y defensa de las leyes (por medio de la jerarquización de la participación)51. En virtud de estas obligaciones se construyen en la actualidad tres versiones simultáneas, que guían las reflexiones sobre lo público:
Ibíd. p. 76. Ibíd. P. 78. Ibíd. p. 80.
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1.
Lo público como instancia mediadora y autónoma entre la sociedad civil y el Estado, que tiende a fortalecer la participación en la decisión y gestión de asuntos colectivos. Lo público es, por ello, el lugar de expresión de una sociedad civil plural, donde se deben respetar las tradiciones, pertenencia y valores; donde se da sentido a la existencia del ser en el mundo, y se da tratamiento adecuado a los problemas de la comunidad. El ciudadano es, por consiguiente, un personaje constituido en busca de un espacio de expresión. En esta perspectiva, se evidencian fundamentalmente las tensiones entre el proceso de modernización que va de la mano con la constitución del Estado Nación y la reivindicación de lo local en la diversidad de la sociedad civil; se tiende por ello desde este marco a fortalecer la participación.
2.
Lo público como vigencia del Estado de derecho. Hace referencia a lo público-estatal, donde la ciudadanía se ejerce a través de la aplicación de la ley que busca la protección de los derechos de individuos y comunidades. Desde esta óptica, se ha puesto de manifiesto la debilidad de lo público, al erosionarse el poder del Estado sobre el territorio, y con ello, la garantía y ejercicio de los derechos. 61
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El ciudadano es en esta circunstancia un actor que pierde su mapa de orientación, y se pone en evidencia cómo ciertos sectores sociales ejercen su ciudadanía con distintos niveles de intensidad. En esta perspectiva el fortalecimiento institucional lleva al fortalecimiento de lo público. 3.
Lo público como cultura ciudadana. Tiende a ver lo público como modos de ver el mundo que no tienen en cuenta las tensiones entre el Estado y la sociedad civil. Lo público-privado como “el lugar -no geográfico- donde se elaboran las reglas de convivencia entre miembros de una sociedad, donde se da la discusión y se exponen los conflictos y contradicciones, donde se busca la regulación social más allá de las unidades de base, donde se negocian las relaciones entre actores de un mismo territorio y con los vecinos”52. De esta manera, lo público es la manifestación cotidiana de formas de expresar su propia idea de una moral cívica. En esta perspectiva se destacan aquellos segmentos de población que están por fuera de la formalidad de la ley y la política (los excluidos) o aquellos grupos humanos en donde lo público (y por ende lo privado) no existe como categoría social.
Como un elemento adicional al referirse a lo público, se debe tener en cuenta que la idea de un “interés común” es una mera presunción que no se verifica en la realidad empírica. En realidad, el sentido del bien común es confrontado continuamente por sectores de la sociedad civil que mantienen relaciones de jerarquía y conflicto. No hay un espacio público sino espacios públicos donde se construyen las reglas de convivencia social; esta diversidad obliga a considerar el estudio de las formas en que se construyen las reglas de convivencia ya sea para espacios físicos, políticos o de otra índole. De esta manera se acepta como definición tentativa de lo público aquella que lo concibe como una construcción permanente, constituida por procesos que reconocen las diferencias, visibilizan las decisiones, definen lo que es de interés común, construyen identidades, sentidos de pertenencia, espacios colectivos, y donde se ejerce la ciudadanía por medio de la igualdad social sustantiva en términos de condiciones materiales y medios de realización53. Por ello, “lo público es más que lo estatal, pero de ninguna manera es otra cosa que lo estatal. Se diría que el espacio de lo público incluye a lo estatal como una parte importante de sí mismo, pero que lo público no se agota allí”54. Para efectos de la presentación, este tema se trabaja en los capítulos dedicados a los grupos poblacionales por medio del análisis de los impactos en el espacio público, en los escenarios económicos y en los escenarios políticos. Los ámbitos personal y familiar, si bien están relacionados, gozaron de un énfasis distinto, pues en ellos se evidencia con mayor fuerza la construcción de los espacios privados asociados a lo doméstico, marco de análisis que permite resaltar otros impactos importantes como aquellos que se dan en la familia. Sin embargo, las conexiones con las diversas formas de lo público son evidentes. 62
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Hoffmann, Odile. “Acerca de la fragilidad de los espacios públicos: reflexiones a partir del Pacífico colombiano”. En: Valencia Gutiérrez, Alberto (Ed). “Exclusión social y construcción de lo público en Colombia”. Centro de Estudios de la Realidad Colombiana (CEREC)-Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Cidse). Universidad del Valle. Bogotá. 2001. p. 77. Ibid. p. 35. Follari, Roberto. (200?) “Pensar lo público: la difuminación de los horizontes”. Centro de Investigaciones Científicas. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina. p. 25.
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Se debe aclarar que el espacio público es concebido como uno de los escenarios donde se hace manifiesto lo público y que se caracteriza por hacer territorialmente visible las relaciones con otros actores sociales en la ciudad. Se define como un espacio físico sometido a una regulación específica por parte de la administración pública, tendiente a garantizar su libre acceso, donde se separa la propiedad privada de la propiedad pública, que es responsabilidad de las colectividades, y que es constituido por las relaciones sociales en toda su heterogeneidad, y por ello, es el escenario de la acción social55. No
hay un espacio público homogéneo sino multiplicidad de procesos de construcción de él. Esta conceptualización se extiende más allá de la norma jurídica que reconoce al espacio público como “el conjunto de inmuebles públicos y los elementos arquitectónicos y naturales de los inmuebles privados, destinados por su naturaleza, por su uso o afectación, a la satisfacción de necesidades urbanas colectivas, que trascienden, por tanto, los límites de los intereses individuales de los habitantes”56. Esta definición privilegia el carácter de bien del espacio (los bienes públicos hacen parte del espacio público pero no todo el espacio público son bienes de uso público), y desconoce que la naturaleza del espacio público reside en su uso y no en los estatutos jurídicos. Para desagregar la simultaneidad de formas de concebir y negociar lo público, se retomará la propuesta de Odile Hoffmann57, quien distingue actores, instituciones y territorios como los elementos constitutivos de lo público. Los actores se definen como sujetos sociales no pasivos, manipulados o sumisos a las estructuras sociales, sino activos en ellas; que tienen acceso desigual a los diferentes escenarios públicos en virtud de su diversa disposición de capital social, simbólico y económico. La relación entre los actores pone en evidencia las luchas internas de la sociedad civil, así como el sentido de sus intereses, estrategias y limitaciones. Las instituciones se entienden como formas de organización formales y no formales (estatales y de la comunidad) con reglas que ordenan comportamientos, procedimientos y sanciones a las desviaciones de estas. El territorio es el ámbito de referencia de los actores y las instituciones, que existe en virtud de las relaciones de ellos en un tiempo y un espacio. Es la emergencia de las formas de territorialidad (o formas de habitar) en un espacio, que se vuelve territorio por la asignación de significado social. Abogabir, Ximena; Rodríguez, Alfredo. “Introducción”. En: Segovia, Olga; Dascal, Guillermo. (Ed). “Espacio público, participación y ciudadanía”. Ediciones Sur. Santiago de Chile. p. 19. Inciso 1º. Artículo 5º. Ley 9ª de 1989. Hoffmann, Odile. Op. cit. 2001. p. 90.
55
Desde este enfoque, lo público se define por las tensiones entre estas tres dimensiones. Cuando se sobrepone la dimensión institucional se pierde la comunicación con los actores y se burocratiza lo público, impidiendo el debate de los asuntos colectivos al imponer las reglas de las instituciones, y deslegitimando estas en relación con los actores que les dieron origen. En definitiva, se despolitiza el escenario público.
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Cuando se impone la dimensión territorial, lo público se limita a asuntos exclusivamente locales, se fetichiza el territorio y se tiende a explicar todo en función de aspectos parciales que excluyen 63
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dimensiones más amplias y se desconocen otros actores e instituciones que participan en la construcción de lo público. Cuando se sobreponen los actores, se rompen las relaciones con las instituciones, privatizando los escenarios de lo público en función de la prioridad de los problemas de actores dominantes, excluyendo a otros y eliminando el debate con sus instituciones. Desde este marco es posible identificar las relaciones de la población en situación de desplazamiento con sus instituciones formales y no formales, con otros actores sociales (otros grupos de población en situación de desplazamiento, población receptora, y el Estado en sus diferentes manifestaciones) y sus instituciones, en medio de los territorios propios después del desplazamiento. Así mismo, permite encontrar en dónde la exclusión, la violencia y el miedo, se presentan como fenómenos recurrentes en los escenarios de lo público de los lugares de llegada y en el proceso de restablecimiento en general, argumentos que se desarrollarán a continuación.
Cambios de territorios, instituciones y actores
T
anto en la costa atlántica como en la pacífica, la ejecución del proyecto moderno se ha llevado a cabo en el marco del desarrollo de grandes iniciativas agroindustriales o de extracción de recursos naturales en las que el Estado ha respaldado a sectores sociales pudientes o internacionales, en busca de promover el desarrollo de las comunidades locales. Este objetivo, que no se ha hecho del todo realidad, obligó, sin embargo, a cambios en la disposición del territorio, en las formas de habitar de las comunidades, y en las relaciones políticas regionales.
La costa atlántica y la pacífica han sufrido un proceso de incorporación al sistema nacional y sus dinámicas económicas, caracterizado por el paso de una producción agrícola tradicional a una producción comercial y empresarial, que puede ser visto como la emergencia de un complejo industrial-cultural-urbano que ha mecanizado el proceso productivo, ha desarrollado actividades de apoyo o complementarias a la agricultura, ha expulsado un buen número de mano de obra, ha empobrecido a los pequeños productores, ha desaparecido de manera progresiva la producción familiar y ha consolidado el trabajo asalariado58. Con ello se minó el sentido popular del Estado como garante de los derechos de todos sus ciudadanos, y se fortaleció la imagen de lo estatal como ajeno, corrupto e indolente. 64
58
Casas Castañeda, Fernando; Uribe Echeverría, Francisco. “El proceso de urbanización en la costa atlántica”. Universidad de los Andes. Centro Interdisciplinario de Estudios Regionales (Cider). Bogotá. 1985. p. 210.
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El proceso de modernización de la costa atlántica particularmente, ha estado marcado desde la primera mitad del siglo veinte por una progresiva concentración de la tierra alrededor de los centros urbanos y un esparcimiento de población en áreas apartadas de estos, proceso en el que aumentaron las tierras de los grandes hacendados, quienes tenían de su parte el conocimiento de los procedimientos legales, la lealtad de los funcionarios públicos locales y de la fuerza armada del Estado o de grupos privados59. La modernidad llegó a esta región de la mano de un Estado que privilegiaba a ciertas clases sociales y dejó como resultado una población campesina sin derechos otorgados sobre el territorio: “Quienes trabajaron se quedaron sin tierra y sin dinero, porque existía una separación entre trabajo y derecho a la tierra y entre trabajo y derecho a la remuneración. El trabajo no otorgaba al pobre más que la posibilidad de usufructuar temporalmente el suelo”60. Este proceso también se verificó en el Pacífico colombiano, pero en el marco de proyectos de extracción de minerales, recursos madereros y más recientemente megaproyectos productivos agrícolas y pesqueros, aunque con un ritmo de concentración de la población más lento y con mayor dispersión de los grupos humanos.
Gracia, Jorge. “Conflictos territoriales y desplazamiento en el litoral Caribe colombiano y en el Sinú”. En: Cubides, Fernando; Domínguez, Camilo. (Ed). “Desplazados, migraciones internas y reestructuraciones territoriales”. Observatorio Socio-Político y Cultural. Centro de Estudios Sociales (CES). Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Colombia. p. 155. 1999. Ibíd. p. 157. Ibíd. Fals-Borda, Orlando. “Historia doble de la Costa 3. Resistencia en el San Jorge”. Universidad Nacional de Colombia-Banco de la República-Áncora Editores. 2002.
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En este contexto se conformaron, desde la segunda mitad de siglo pasado, movimientos sociales locales que luchan por el derecho al territorio, desde su condición de campesinos o de grupos étnicos. Como resultado, el proceso de modernización enfrentó tanto a campesinos y hacendados como a la autoridad estatal y a comunidades locales, extendiéndose el uso de la violencia como mecanismo usual para dirimir los conflictos territoriales. Desde la década de 1980 a esta tendencia se suma la presencia de actores armados que enfilaron sus armas contra campesinos invasores de tierras de hacendados, poseedores de tierras adyacentes, y pequeños propietarios, promoviendo una alta y creciente concentración de los pobladores rurales en los centros urbanos. La introducción inequitativa de tecnología, la mercantilización de la fuerza de trabajo, el establecimiento de relaciones distintas con el entorno físico y social, la promoción de valores sociales y culturales nuevos, y la introducción de una nueva jerarquización social, afectaron los modos de producción regional y su supraestructura ideológica, transformando el territorio y generando formas de habitar campesinas que mezclan patrones “tradicionales” y “modernos”; “la emergencia de un espacio público formal no ha significado que la otra modalidad pierda vigencia o tenga menos eficacia: ambas coexisten sin excluirse, una tomando más importancia que la otra según las circunstancias. Se mezclan en una tensión permanente que redefine cada día la lógica de que-hacer político”61. Como resultado se muestra un desarrollo territorial desigual de fuerzas productivas que manifiesta las contradicciones entre clases sociales, y expone modos de producción campesinos que han encontrado nichos para su reproducción a la par de los del sistema capitalista, y se oponen o resisten a la descomposición del campesinado62. 65
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Lo que algunos investigadores han llamado la “construcción de la etnicidad”63 de las comunidades negras, ha sido un proceso inherente a la modernización del Pacífico y en menor medida de la costa atlántica. Ocasionado por la presencia de académicos, agencias de desarrollo nacionales e internacionales, e instituciones estatales que trabajan por la institucionalización de políticas multiculturales y la promoción de una “conciencia” ambiental, se suscitó un proceso de cambio cultural y social que va de la mano con la consolidación de un modelo neoliberal de modernización caracterizado por el desmonte del Estado de bienestar y la descentralización administrativa, cambios que responden a las transformaciones globales, nacionales y regionales, y brindan al nuevo modelo de Estado legitimidad y operatividad para desarrollar sus programas y proyectos64. En este contexto se promovió la constitución de territorios colectivos en toda la costa pacífica, proceso que como algunos investigadores han señalado, ha respondido tanto al empoderamiento local de comunidades negras como a los intereses de grupos económicos locales, de facciones políticas regionales, e instituciones gubernamentales65. En este marco híbrido se construyeron diferentes formas de lo público, que en virtud del conflicto armado y del desplazamiento forzado se han visto obligadas a transmutar nuevamente, asunto que nos compete en este estudio. En los espacios públicos de antes del desplazamiento no había siempre una clara distinción entre lo público y lo privado; el acceso a estos espacios no dependía de una autoridad unívoca sino de múltiples mecanismos de arbitrio que se adaptaban a cada caso. Era un espacio público íntimo, marcado por las identidades locales y no únicamente por las relaciones con la institucionalidad estatal que tenía una presencia limitada66. De hecho como lo afirman algunos autores, “los esfuerzos de construir un orden y reglas de actuación de los colectivos fallaron sistemáticamente en el Pacífico colombiano a causa de la debilidad institucional, la excesiva burocratización administrativa y la no aceptación de tales mecanismos por los habitantes de la región”67, fenómenos que no son del todo distintos de los de la costa atlántica. Los principales espacios públicos de la vida rural eran la playa, el río, la cancha de fútbol o la iglesia, donde primaba una moral cívica que se fundaba en la calidad de las relaciones personales y familiares. Según estudios sobre la construcción de lo público rural en el Pacífico, se identifican tres espacios sociales significativos y que constituyen el territorio: el río, la vereda y la tierra productiva, que definen diferentes niveles espaciales y diferentes autoridades en ellos68. El río, que no se limita sólo al medio acuático sino también a las zonas terrestres que rodean al agua, era un referente geográfico, un lugar antropológico (que permite identidad, relaciones e historia), y zona de transporte y abastecimiento de comida. La pertenencia a un río se determinaba por la posesión de tierras en él, por filiación (ser nativo o nativa de un río o vereda), por alianza (ser esposo o 66
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La construcción de la etnicidad se puede definir como el proceso mediante el cual “la cultura de comunidad negra comienza a ser definida con base en una selección de prácticas que la localizan como un Otro, como portadora de particularidad cultural, de unas características específicas que reclamaría como diferente. Y ello, dentro de un movimiento de valoración y de búsqueda de lo verdaderamente propio de la comunidad negra”. Restrepo, Eduardo. (2001) “Imaginando comunidad negra: etnografía de la etnización de las poblaciones negras en el Pacífico Sur colombiano”. En: Pardo, Mauricio (Ed). “Acción colectiva, Estado y etnicidad en el pacífico colombiano”. Instituto Colombiano de Antropología e HistoriaColciencias, Bogotá. p. 63. 64 Ibíd. p. 69. 65 Oslender, Ulrich. “La lógica del río. Estructuras espaciales del proceso organizativo de los movimientos sociales de comunidades negras en el Pacífico colombiano”. En: Pardo, Mauricio (Ed). “Acción colectiva, Estado y etnicidad en el Pacífico colombiano”. Instituto Colombiano de Antropología e HistoriaColciencias. Bogotá. 2001. 66 Hoffmann, Odile. Op. cit. 2001. p. 81. 67 Ibíd. p. 83. 68 Rivas, Nelly Yulissa. “Territorialidad, autoridad y ley 70 en el río Mejicano (municipio de Nariño)”. En: “Hacer política en el Pacífico Sur: algunas aproximaciones”. Facultad de Ciencias Sociales y Económicas Universidad del Valle – Cidse, Documento de trabajo No. 39. 1999. p.72.
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esposa de alguien de un río o vereda) o por presencia (vivir en un río o vereda sin haber nacido en él)69. Las personas de los ríos estaban relacionadas por lazos familiares, de vecindad o compadrazgo, donde a su decir, todos eran familia. Esta construcción territorial no responde sólo a la región pacífica: la región fluvial de la costa atlántica presenta características similares con asentamientos lineales de caseríos o pueblos ribereños, donde lo privado corresponde a las viviendas y parcelas, mientras que playones y zonas inundables son espacios comunitarios en los que pequeños agricultores cultivan en época de verano70. El río era un lugar comunal como también lo eran la montaña o la playa, y por eso en ellos no se ejercía la autoridad en cabeza de nadie en específico. La vereda, por el contrario, era un espacio más doméstico que diferenciaba a quienes vivían en un mismo río. Era la unidad administrativa donde se ejercía el poder legal estatal, aunque fuera el poder “tradicional” el más utilizado para resolver los conflictos. Este era desplegado por personas ilustres de la comunidad (como asamblea de fundadores), personas significativas en cada familia (personas de mayor edad o jefes de troncos familiares), o miembros que intercedían en los conflictos por tener relaciones de compadrazgo, parentesco o vecindad con los involucrados. También se resolvían problemas interveredales o grupales a través de ceremonias o eventos deportivos. En la parcela, por último, se encontraba el espacio productivo, y proveía la identidad a los individuos a través de la propiedad, aunque esta fuera un espacio abierto al paso de los otros. Allí se ejercía la mayor presencia de la autoridad legal en función de la defensa de la propiedad y los problemas. En este espacio se llevaban los problemas a la arena pública o ante la autoridad legal, representada por el alcalde y la policía en la gran mayoría de los casos. Las viviendas eran el eje de lo privado que se asimilaba a lo doméstico, y sólo en ciertas circunstancias como pugnas internas o el conflicto armado, perdía su calidad de zona de libre acceso.
Hoffmann, Odile. “Territorialidades y alianzas: construcción y activación de espacios locales en el Pacífico”. En: Camacho, Juana; Restrepo, Eduardo. (Ed). “De montes, ríos, ciudades: territorios e identidades de la gente negra en Colombia” Fundación Natura-EcofondoInstituto Colombiano de Antropología. 1999. p. 90. Fals-Borda, Orlando. Op. cit. 2002. Motta, Nancy. Op. cit. 2002. p. 125.
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En relación con los que vivían a orillas del mar, se tenían deltas de ríos, playas o firmes (como veredas), y unidades productivas y viviendas privadas (parcelas). En todo caso, era manifiesta la superposición de diferentes espacios públicos donde confluían formas de autoridad basadas en relaciones familiares o en el prestigio social local, con las instituciones del Estado. El territorio también estaba dividido simbólicamente por pares binarios donde el huerto, la vivienda, el río, los cultivos, la recolección, la pesca, lo manso y lo seguro eran preferentemente femeninos, en contraposición al monte, la minería, la caza, lo arisco y lo peligroso, que tendían a asociarse con lo masculino71.
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En otros sectores, en particular los mineros del litoral pacífico, el territorio se construía a partir de ramajes, conjuntos de individuos y familias que se remitían a un ancestro común, donde cada grupo 67
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familiar tenía un territorio con vivienda, cultivos y una mina o terreno que se explotaba de forma familiar72. Al total los conjuntos familiares se le llama cotidianamente mina, e identifica a todos los miembros del ramaje. Así, se cuenta con una mina mayor (el territorio formado por los diferentes ramajes y su descendencia), y una mina menor (aquella que pertenece a las familias individuales). Debido a la intrincada red local, se tienen derechos explícitos sobre las minas (al ser familiares cercanos al tronco) y derechos latentes (por ser familiares lejanos del tronco). La propiedad de la tierra, lo privado, se definía al interior de la estructura familiar extensa y pasaba por línea paterna de generación en generación73. La separación de lo público y lo privado, se legitimaba por medio del reconocimiento de la comunidad de los límites físicos de la propiedad, referentes que se reproducían y socializaban por medio de la tradición oral a lo largo de generaciones en todos los miembros de la colectividad74. De manera general se acepta que la construcción de la territorialidad tradicional está basada en la estructura familiar y sus dinámicas, que establecen nexos entre comunidades y familias, regulan los intercambios de bienes simbólicos y materiales, y establecen un criterio de identidad territorial75. Aunque no son unívocas las formas de la estructura de la familia ni sus relaciones con el acceso a los recursos del medio (que dependen de condiciones históricas y locales para definir sus especificidades), los patrones familiares están dados por la matrilocalidad, la itinerancia de las figuras masculinas, las relaciones con la familia extensa a través de vínculos de vecindad y compadrazgo, la importancia de los troncos familiares en la transmisión de la posesión o propiedad de la tierra, y la construcción de espacios colectivos e individuales donde hay una precaria presencia del Estado en la regulación y ejercicio de la autoridad en el espacio público. Como un caso particular de los diagnósticos realizados, se encontró población proveniente de territorios colectivos del Chocó en los barrios de Quibdó (10% de la población). Aunque procesos parecidos se llevaron a cabo en el sur del Pacífico, las personas en situación de desplazamiento con quienes se trabajó en Tumaco no pertenecían a ninguno de estos territorios ni a sus organizaciones. Para el caso de Quibdó, la situación es por ello del todo distinta, pues fueron objeto de una intervención estatal que propició la institucionalización de lo público por medio de la ley 70 de 1993. Se propició con este marco legal la conformación de organizaciones étnico territoriales en el nivel local con el objetivo de ejercer los beneficios de la ley nacional, que desembocaron en consejos comunitarios (que organizaban ríos, veredas o conjuntos de veredas) y eran los encargados de propiciar la titulación colectiva. En este esquema, las organizaciones de base apoyan el trabajo de los concejos comunitarios (que se encuentran en una escala microlocal) mientras ellas se encargan de actuar como agentes que interlocutan con otros actores regionales y nacionales en la esfera pública76. En el proceso de restablecimiento, los escenarios de lo público cambian drásticamente, pues se alteran los actores, las instituciones y el territorio. 68
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Corsetti, Giancarlo; Motta González, Nancy; Tassara, Carlo. Op. cit. 1990. p. 66. Oslender, Ulrich. Op. cit. 1999. p. 42. Ibíd. p. 43. Hoffmann, Odile. Op. cit. 1999. p. 75. Hoffmann, Odile. Op. cit. 2001. p. 87.
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En la ciudad cambia la organización del espacio; se pierde la noción de río, vereda y parcela, unidades que son reemplazadas, por lo menos físicamente, por barrios, manzanas o calles, y viviendas. Los significados del río también se alteraron: de ser el lugar de juego, reunión y trabajo, se pasó a un lugar de muerte donde se realizaban acciones violentas, donde bajaban muertos y por donde se huyó al abandonar el territorio. Una resignificación similar se observa en relación con la mayoría de los elementos del paisaje natural que antes eran lugar de encuentro e interés colectivo en la medida en que satisfacían las necesidades de la comunidad. Así, por ejemplo, los esteros o cuerpos de agua presentes en todos los barrios de las tres ciudades, son lugares de miedo, en particular para mujeres y niños, por su alto grado de inseguridad y el constante peligro de robos o asaltos sexuales. Además, al desarticularse la familia extensa y las amistades, se pierde la capacidad de negociar y resolver los conflictos de las formas tradicionales. Así mismo, al no poder realizar ceremonias religiosas o competencias deportivas, que mantenían la unidad o dirimían conflictos veredales, se pierden instrumentos de interrelación entre unidades espaciales, que ahora recaen casi exclusivamente en las juntas de Acción Comunal. De hecho, en todos los asentamientos se observó la poca o nula vinculación entre familias de diferentes barrios, que más bien han establecido relaciones de competitividad por derechos sobre el territorio y recursos económicos para su desarrollo. Es decisiva la drástica disminución de los espacios de socialización. Antes, se asistía a fiestas religiosas, fiestas navideñas, carnavales, velorios, eventos deportivos, cumpleaños, arrullos y bailes. En la actualidad no se asiste a ningún tipo de celebración o evento comunal o familiar, con excepción de la misa y muy pocas fiestas religiosas. Estos datos son importantes pues muestran la ruptura de las dinámicas sociales y culturales de la familia y su dificultad para construir un tejido social firme en los nuevos asentamientos, en particular en Quibdó y Tumaco, donde los ritos religiosos eran parte esencial de la construcción del territorio. En este sentido es importante que se hayan comenzado a reproducir ceremonias religiosas, convites o reuniones colectivas para preparar alimento entre barrios o manzanas en Quibdó (actividades realizadas por mujeres), que se muestran como una forma efectiva para que los dispositivos de antes del desplazamiento se adecuen eficazmente al nuevo escenario. En Tumaco esta dinámica no ha podido consolidarse de acuerdo con lo expresado por la misma comunidad, porque no se han construido relaciones personales o de vecindad fuertes, y no se cuenta con los recursos económicos mínimos para realizar actividades comunitarias con regularidad. También se observaron cambios profundos en las relaciones que se establecen en el espacio habitado. Antes, las aldeas se construían con base en delimitaciones territoriales de líneas parentales distintas. En contraste, ahora se dispone el territorio en barrios constituidos por procesos de invasión, donde un grupo de personas se pone de acuerdo para invadir y proteger las viviendas, pero por razones eminentemente económicas o de necesidad. 69
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En los barrios de Quibdó se observó la reproducción en el proceso de constitución de los asentamientos de trabajos en minga para la construcción de vías y la consecución de servicios públicos. En esos asentamientos la vivienda es el lugar donde se intenta volver a desarrollar el tronco familiar, haciéndose extensivo a la unidad barrial a partir de la consolidación de las familias fundadoras de los asentamientos que se hacen a microterritorios como calles o manzanas, de manera similar a como se disponían los pueblos o caseríos77. En este sentido, también se alteran los vínculos con los lugares de origen, pues no se puede ejercer la presencia en ellos y se tienden a reforzar los vínculos por filiación o alianzas. En Quibdó se observó una clara reivindicación de la filiación y refuerzo de la identidad territorial por medio las formas de organización política que rememoran tanto la residencia como el lugar de nacimiento. El barrio se intenta organizar con base en las cuencas de los ríos, y se promueve el trabajo en consejos comunitarios en un intento interesante de reconstrucción de las formas de organización política de antes del desplazamiento a la ciudad. La apropiación del territorio a través de organizaciones existentes en los lugares de origen, aunque ha demostrado ser medianamente efectiva en la ciudad, se enfrenta a los problemas propios de intentar reconstruir y adaptar una forma política coherente con un contexto rural e institucional particular al ámbito urbano, donde no se tiene la posesión material, simbólica e histórica del territorio, no existen los referentes naturales que organizaban a la comunidad, y hay otras formas de organización legítimas de otros sectores sociales de la ciudad con quienes se debe entrar a negociar. En este proceso sigue siendo vital el río como elemento del entorno que en el antes (por cotidianidad) y en el después (por un ejercicio de memoria), define las identidades y la pertenencia a un grupo humano específico. Es pertinente recordar que la dinámica promovida por el artículo transitorio 55 y la ley 70 que dio como resultado concreto la titulación colectiva de predios rurales en el Pacífico colombiano, es un proceso innovador que de antemano había transformado las formas de lo público rural con el objetivo de sintetizar y simplificar las formas de propiedad bajo la figura de propiedad colectiva, invención que en realidad nunca correspondió a las formas territoriales o de autoridad de las comunidades negras. Para muchos estudiosos, los consejos comunitarios nacen equivocadamente de formas de organización de los pueblos indígenas que se asumen como propias de las comunidades negras, que homogeinizan las necesidades de sus diferentes actores sociales, y que tienden más a proteger los bienes ambientales de la nación que a empoderar a los grupos étnicos78. De hecho, se han registrado varios casos en los que las comunidades del Pacífico no aceptaron fácilmente el nuevo ordenamiento territorial79, pues con él se perdía capacidad de decisión sobre asun70
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Plan Internacional-TrasopazOpabo. Resumen ejecutivo “Proyecto formación integral y fortalecimiento organizacional con perspectiva étnica a la población desplazada del barrio Brisas del Poblado”. Documento inédito. 2004. Rivas, Nelly Yulissa. Op. cit. 1999. Ibíd.
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tos que antes eran personales, restringía la venta de tierras a personas que no fueran del río, e impedía la utilización de la tierra como garantía para acceder a créditos. En contraposición, se presentaba como una solución cierta para proteger el territorio y captar recursos internacionales por medio de los consejos comunitarios. El desplazamiento forzado obliga por ello, en este caso, a la negociación con un Estado que antes había hecho presencia a través de una política particular y que ahora aparece más distante y con una política nueva en un marco institucional distinto. Otros investigadores han descrito procesos de reconstrucción territorial similares en contextos de migración distintos del desplazamiento en Quibdó, donde los recién llegados a la ciudad, encuentran y organizan redes parentales o de filiación territorial con facilidad y en función de brindar información, alojamiento temporal o trabajo a sus coterráneos80.
Wade, Peter. Op. cit. 1997, Corsetti, Giancarlo; Motta González, Nancy; Tassara, Carlo. Op. cit. 1990. Aunque no se hayan presentado otras formas de reconstrucción territorial en Cartagena, se sabe de otros escenarios urbanos de la costa pacífica donde, después del desplazamiento, lo público se construye desde otros referentes como el haber participado en determinados movimientos sociales. Este fenómeno se ha observado en la ciudad de Sincelejo con familias pertenecientes a la Anuc en los años setenta y ochenta, donde se reviven los procesos de reivindicación de la propiedad de la tierra en la ciudad e intentan desde allí, reconstruir en los espacios de participación institucional con entidades públicas y privadas, la moral cívica que regía a estos movimientos, no siempre con resultados efectivos. Plan Internacional-Corporación Puerta Abierta. Op. cit. 2006.
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De acuerdo con lo observado en campo, esta tendencia en el marco de procesos de restablecimiento es posible sólo por la cohesión y constancia de los movimientos sociales, la fuerza con que se está atado al territorio, y por el mantenimiento de vínculos con la familia extensa aún después del desplazamiento. La construcción de comunidades en función de los ríos o veredas, depende también de la disponibilidad de vivienda. Si bien en algunos casos no es una limitante, pues se estrechan varios hogares de un mismo tronco familiar bajo un mismo techo, en aquellos en donde no se cuenta con familia cercana, cuando esta ya vive alojada en la vivienda de otro familiar, o ya ha recibido a algún pariente, la recepción e instalación de redes familiares o territoriales se hace imposible. En virtud de tales condicionamientos, este es un fenómeno que se presenta más en Quibdó, poco en Tumaco, y es casi inexistente en Cartagena, último asentamiento donde no se observaron unidades espaciales diferenciadas de acuerdo con la filiación o presencia de los lugares de antes del desplazamiento. En Tumaco o Cartagena, donde se trabajó con población que no había estado vinculada a similares procesos de organización y defensa del territorio, donde había una relación con la tierra menos cercana (especialmente en Cartagena), y donde hubo una muy fuerte descomposición familiar debido a los actos violentos (caso de Tumaco), se presentan con mayor intensidad otras formas de habitar. Sin duda tiene que ver, en el caso de Cartagena, el hecho de que la vida rural de la costa atlántica se haya desarrollado, a diferencia de la costa pacífica, con mayor mestizaje, menor afianzamiento territorial, y una notable desvinculación de la tierra por el crecimiento y la estructura de una economía agrícola masificada e industrializada81. En los sectores de El Pozón, en Cartagena, se observó, de manera coherente con el mayor tiempo que llevan las familias en situación de desplazamiento, la constitución de nuevas redes familiares en los procesos de restablecimiento, marcadas por matrimonios, vecindades y compadrazgos 71
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que han permitido reconstruir redes sociales en los lugares de llegada con el paso de los años, que rompen, sin embargo, con una disposición de lo público centrado en la familia. Sólo después de mucho tiempo, y cuando los individuos han logrado deshacerse del estigma asociado al desplazamiento, surgen estas estrategias de inserción que han sido reconocidas como comunes en población migrante de otros barrios populares82. Fue común, por ello, encontrar familias que no consideran estar aún en situación de desplazamiento, fundamentalmente porque tienen vivienda, trabajo y no se reconocen públicamente como tales. Ser víctima de un evento de expulsión en particular de una vereda o cuenca, también engendra apropiación en el nuevo lugar a través de la rememoración del territorio abandonado. La identidad que guía la apropiación de los territorios no está dada ya en los troncos familiares sino en los mitos fundacionales de las invasiones o los eventos violentos de los que se fue víctima; en el proceso de invasión y resistencia contra los dueños legales y el Estado, y en los eventos de abandono del territorio o muerte. Se reproducen comunidades alrededor de eventos como masacres y desplazamientos masivos que se convierten en los mitos fundacionales de nuevas comunidades y organizaciones políticas. De esta manera, los eventos traumáticos se transforman en los elementos que dan sentido a una nueva identidad colectiva, que busca la reivindicación de sus derechos. Así se observó en las personas que huyeron de la región de Bojayá en Quibdó (aproximadamente 50% del total de familias con las cuales se trabajó), tragedia que se transformó en un referente de identificación, tanto con los actores externos a la comunidad como al interior de ella. En Cartagena, familias que fueron objeto de reubicación del Estado, en virtud de su proceso de llegada a la zona, la posterior inundación que los afectó y la consolidación de sus formas de asociación en función de la atención de esa tragedia y del desplazamiento forzado del que habían sido víctimas previamente, crearon organizaciones que se trasladaron al sector del Pozón en el marco de procesos de reubicación. Los miebros de estas organizaciones reivindican su autonomía territorial en relación con los otros sectores, creando límites físicos y simbólicos que los distinguen de los demás habitantes. En estas comunidades está permitido el ingreso sólo a quien tenga vínculos familiares con alguno de los miembros de las organizaciones, y por ello se mantiene una estricta endogamia que los ha hecho en la actualidad prácticamente familiares a todos. En coherencia, los trabajos colectivos (vigilancia o cocinar en comedores comunitarios) se realizan sólo para y por personas de las organizaciones; los conflictos internos se dirimen por medio de reglas propias (sólo se acude a las autoridades locales cuando el caso es muy grave o incluye a personas externas a la comundiad), y se tiene establecida una jerarquía social que se asimila a la de la organización legalmente constituida. 72
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Álvarez, Manuela. Op. cit. 1999. p. 214.
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Esta estructura que responde a formas de organización que recuerdan la vida rural, da pie a formas de economía familiar bastante parecidas a las de antes del desplazamiento, sólo que adecuadas a las condiciones del proceso de restablecimiento del que han sido objeto; así, se cambió el trabajo familiar agrícola por el trabajo en microempresas de sandalias y encurtidos, iniciativas apoyadas por entidades públicas y privadas, que en todo caso no han resultado exitosas debido a los problemas de comercialización de los productos, manejos inadecuados de los recursos, y escasas ganancias obtenidas. Mantienen también estrechos lazos de solidaridad entre las familias, lo que las convierte en una fuerza importante con capacidad de organización e incidencia. Sin embargo, este mismo esquema
les ha traído innumerables problemas con los sectores circundantes, que los ven como envidiosos y poco colaboradores para con los demás habitantes (inclusive con otras personas en situación de desplazamiento), pues a su juicio acaparan las ayudas, no resultan solidarios con otras personas en situación de desplazamiento o vulnerables, y son fuente de conflictos en el sector. En Tumaco se observa una situación análoga pero en una etapa de menor desarrollo organizacional, donde las asociaciones de mujeres en situación de desplazamiento se constituyen en un nuevo eje identitario que tiene implicaciones en la constitución del territorio en lo que concierne a su delimitación, identificación de las reglas sociales que les dan forma, y la legitimación de sus autoridades. En Tumaco, la dinámica de construcción del territorio está basada, en algunos casos, en relaciones de solidaridad con familiares lejanos o personas de la misma vereda con quienes se mantienen vínculos más estrechos que con el resto de la población. En estos barrios, sin embargo, es un factor importante el que su fundación sea relativamente nueva y aún resulta posible invadir tierras en ellos o lotes cercanos. También la incapacidad material de brindar apoyo por la escasez de recursos económicos, las relaciones fundadas casi exclusivamente en el miedo y desconfianza hacia los otros, los problemas con la población receptora, y la lucha por recursos de actores externos en las comunidades. Aunque es posible identificar lazos entre familias en ciertas manzanas o calles, no se han reconstruido las formas de autoridad tradicional de lo público, pues no se mantuvieron las estructuras de valores que hacían de los más ancianos o las personas de mayor antigüedad una posición privilegiada. Son determinantes en Tumaco, además, las pésimas relaciones existentes entre la población receptora y la que se encuentra en situación de desplazamiento, que han obstaculizado una construcción más o menos coordinada del territorio. Como un último argumento pertinente en la reflexión sobre los lazos con los territorios rurales, se observó especialmente en Cartagena, el regreso temporal a los lugares de origen por parte de 73
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algunas familias. Allí, 42% de las familias aseguró haber regresado en algún momento a visitar esporádicamente a algún familiar, para asistir a alguna fiesta familiar o religiosa, o a mirar las condiciones de seguridad y tantear la posibilidad de un retorno. Sin embargo, en ellos se hizo evidente que aun cuando la situación de seguridad hubiera mejorado, lo que es una excepción, ya no se mantienen las relaciones que estructuraban el territorio de antes del desplazamiento. Como se ha demostrado con otras investigaciones83, el conflicto armado y el evento del desplazamiento cambian inevitablemente el territorio, es decir, las acciones y prácticas sociales en el espacio. Así, los eventos de retorno son técnicamente reubicaciones, pues el territorio al que se regresa no es nunca el mismo y obliga a un esfuerzo análogo, aunque no por ello igual, al de una reubicación en otro lugar. El Estado es, en el escenario de después del desplazamiento, un actor clave y responsable (al menos en teoría) de la resolución de los problemas en el espacio público. Sin embargo, en vista de su escasa presencia y limitaciones, las diferentes formas de construcción de territorio, nacidas de las adaptaciones de una moral cívica rural, son las que más se aplican al ámbito de lo público. Las diferencias culturales de la población de los asentamientos y sus diferentes adscripciones sociales (población receptora, pobres urbanos, o campesinos migrantes) hacen de este espacio un lugar de continuas disputas al interior de los barrios. Las formas de identidad colectiva de las personas en situación de desplazamiento entran en conflicto con aquellas de otros sectores de la población. Así, en Quibdó las reglas y normas engendradas en los procesos de modernización rural del Pacífico entran en juego con las de las juntas de Acción Comunal de los barrios de llegada, no siendo siempre compartidas ni aceptadas. La figura de los consejos comunitarios encuentra allí uno de sus principales problemas, pues aún no ha podido articularse a las dinámicas clientelistas “tradicionales”. Es así como uno de los problemas enunciados desde el nacimiento mismo de estas organizaciones, se traslada al contexto de después del desplazamiento. 83
El proceso de etnización y construcción de movimientos sociales ya desde un principio mantenía luchas distintas y a veces encontradas con los sectores políticos tradicionales de la región, que habían incorporado discursos étnicos para captar parte del capital electoral que pudiera generar la ley 70. El mantenimiento de las formas de política tradicional se debía a que los grupos y organizaciones territoriales reivindicaban el derecho al territorio, a la cultura propia, o a la protección del medio ambiente, pero no eran una alternativa inmediata para la satisfacción de necesidades básicas y apremiantes como salud, educación o trabajo, necesidades que se suplen con el trato de políticos tradicionales84. El desplazamiento forzado hace imperiosas estas necesidades y no siempre la defensa del territorio resulta una estrategia tan efectiva como las prácticas electorales tradicionales. Este caso fue evi74
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Bello, Martha Nubia (et. al.). Op. cit. 2005. Whitten Jr., Norman. “Pioneros negros. La cultura afro-latinoamericana del Ecuador y de Colombia”. Centro Cultural Afroecuatoriano. Quito. 1992. Tomado de: Agudelo, Carlos Efrén. “Política y organización de poblaciones negras en Colombia”. En: “Hacer política en el Pacífico Sur: algunas aproximaciones”. Facultad de Ciencias Sociales y Económicas Universidad del Valle-Cidse. Documento de trabajo No. 39. 1999. p. 27.
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dente en Quibdó, donde existió dualidad en los procesos políticos de antes del desplazamiento a causa de la injerencia de políticos locales que, con promesas en obras de infraestructura y servicios básicos, resquebrajaron el tejido político de organizaciones de base que buscan la protección de los derechos sobre los territorios abandonados. En Tumaco también se observó entre la población en general una división por apoyar a las organizaciones de mujeres en situación de desplazamiento o a las Juntas de Acción Comunal, de acuerdo con su capacidad para atraer actores externos al barrio que contribuyan a satisfacer sus necesidades. De hecho, mientras las unas se concentran exclusivamente en agencias de cooperación internacional, organizaciones no gubernamentales y algunas instituciones del Estado, las otras mantienen vínculos estrechos con los sectores políticos tradicionales del municipio, y las instancias públicas donde laboran sus copartidarios. En todos los asentamientos se mantiene la tendencia a desarticular el territorio en función de la captación de ayudas económicas. En algunas cuencas de río y veredas se habían dado graves conflictos por la separación de zonas enteras que aún perteneciendo a una misma cuenca, buscaban constituirse como consejos comunitarios distintos, con el fin de acceder de manera autónoma a los recursos, situación que se reproduce en el escenario de después del desplazamiento en las relaciones con las juntas de Acción Comunal u otras formas de organización barrial. La organización se percibía como una de las formas de adaptación más efectivas en el marco del proceso de modernización con el fin de sacar beneficios de este85. En este sentido es crítica la relación entre organizaciones de población desplazada y las juntas de Acción Comunal en Tumaco. Mientras las primeras se legitiman socialmente desde el evento mismo del desplazamiento, las segundas lo hacen desde la fundación y consolidación de los barrios. No ha sido posible identificar acciones comunes, debido en particular a la contienda por la consecución de recursos o ayudas para ciertos segmentos de población con los cuales se ha asumido una responsabilidad en términos de atención, y de las que depende que se mantengan como sectores con un alto y efectivo valor electoral.
Ibíd. p. 15.
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En estos barrios son cruciales las disputas de las organizaciones por el control sobre la regulación de la compra y venta de tierras. Debido al breve tiempo de conformación de los barrios (2 y 4 años) existen intereses por especular con el valor de las tierras en actores externos y de la comunidad, que por lo general chocan con la necesidad de nuevos migrantes o familiares de los habitantes actuales, que buscan acceder a un terreno para construir una vivienda. Las tierras que aún no tienen dueño se supone están en manos de la Junta de Acción Comunal, que tiene la potestad para decidir quién puede o no acceder a ellas, a qué precio, permitir o no la construcción de viviendas, y decidir si realmente los lotes están en proceso de construcción o es sólo un mecanismo para impedir a otros el acceso a la tierra. 75
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Este último punto constituye, de hecho, una grave problemática, pues es bien sabido que la construcción de las viviendas populares es progresiva, por lo que resulta común observar lotes con apenas algunas vigas estructurales, lo que a los ojos de la comunidad puede ser tanto el intento de alguna familia por hacerse a una vivienda o el deseo de alguna otra que ya tiene vivienda (en el barrio o la ciudad) para apoderarse de la tierra mientras se incrementa el precio de la misma. Debido a la informalidad de las formas de tenencia, son constantes las acusaciones entre una y otra familia, y juntas de Acción Comunal y organizaciones de mujeres desplazadas, por el uso, adjudicaciones, y quiénes son los reales dueños de los lotes. El poder de las juntas de Acción Comunal se ha visto amenazado por el creciente auge de los grupos de mujeres en situación de desplazamiento, que abiertamente han denunciado ante la comunidad su descontento por la manera como las JAC han asumido tal responsabilidad. Además, presionan para obtener beneficios en tierras para sus miembros, familiares, para realizar obras en el marco de sus acciones institucionales, o para ser las delegadas de administrar tal poder ante la comunidad. No es posible desconocer el papel que han desempeñado las organizaciones de población en situación de desplazamiento como referente de colectividad en Tumaco. La noción de lo común en estas asociaciones se desarrolla privilegiando la construcción de vínculos entre las mismas familias desplazadas. Esto, sumado a la reticencia y celos de la población vulnerable, ha entorpecido el trabajo mancomunado con las juntas de Acción Comunal, que a su vez sienten haber perdido poder en el barrio y con las instituciones. Como resultado, la búsqueda de soluciones de problemas comunes como la legalización del barrio y el acceso a servicios públicos, no son asumidos de manera conjunta ni coordinada. Las relaciones con la población receptora son altamente conflictivas y agresivas, y se construye lo público como un lugar de constante lucha por el poder local, donde la captación de proyectos de atención de la población, y el ejercicio de las normas locales son decisivas. En Cartagena se presentan situaciones análogas. Uno de los sectores donde se realizó el diagnóstico, llamado Gossen, se encuentra en un proceso de partición territorial en virtud de los distintos procesos de invasión que allí se han dado, donde una facción busca independizarse de la otra aludiendo momentos y sentidos distintos de la apropiación del territorio, que a su vez chocan con la llegada de las personas en situación de desplazamiento organizadas. Sus primeros habitantes, que fundaron el sector con el nombre de Gossen en virtud de sus creencias religiosas, buscan mantener tanto la unidad espacial como el nombre, en defensa de haber sido los primeros en llegar a los lotes para consolidar una comunidad atada a una Iglesia local, que había comprado los terrenos para sus fieles. 76
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Sin embargo, ulteriores invasiones de terrenos destinados en un futuro a la construcción de un templo, consolidaron un sector nuevo que se denominó La Conquista, a causa de la intensa lucha que se dio con la comunidad religiosa por la ocupación de las tierras. Las juntas de Acción Comunal de Gossen y La Conquista viven en un constante conflicto por la delimitación de los nuevos barrios y su legitimidad ante los habitantes y actores externos, estatales y privados. Las organizaciones de población desplazada por su parte, buscan también la separación de las otras dos, basada en su pasado marcado por el desplazamiento e inundaciones en otro sector de la ciudad, y desconoce que en el marco del proceso de reubicación institucional que los llevó a El Pozón, la comunidad religiosa se vio obligada por la presión de las instituciones y autoridades locales, a vender parte de las tierras que estaban proyectadas para hacer realidad el proyecto de constitución de un barrio sólo para sus creyentes y en coherencia con su mandato ético-religioso. El resultado de tales tensiones es la separación física, administrativa y simbólica de los terrenos, proceso que lleva ya varios años y que ha tenido como costo la segregación y estigmatización de toda la población en situación de desplazamiento, que ha llegado y aún llega a los sectores, con amenazas de parte y parte por la posesión de la tierra, e inclusive, según las afirmaciones de la comunidad, con la pérdida de vidas humanas en los diferentes grupos de población. En todos los estudios de caso, la ausencia de la presencia estatal en la resolución de los conflictos locales es una de las manifestaciones más concretas de la debilidad institucional, promovida por la ilegalidad de los asentamientos, lo que de fondo señala el choque entre un ideal de barrio y de ciudad propio de la modernidad y los procesos de invasión que representan la manera como concretamente se desarrolla tal utopía. Además, se consolida una particular forma de construcción de lo público donde choca su concepción en el marco del Estado social de derecho, que se manifiesta en la lucha por la atención de este para los grupos más vulnerables, con lo público entendido como las construcciones cívicas locales donde no aparece el Estado sino los mecanismos de negociación de conflictos que están a la mano de la población, y que infortunadamente terminan, en la gran mayoría de los casos, utilizando métodos violentos.
Álvarez, Manuela. Op. cit. 1999. p. 202.
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Otro de los aspectos de la modernidad que se hace manifiesta con el desplazamiento forzado es lo que algunos textos han llamado “la acción restauradora de las agencias de desarrollo, en donde de manera colectiva y simultánea surgen proyectos e instituciones estatales, privadas y de cooperación técnica internacional que paralelamente introducen prácticas y discursos de planificación, desarrollo y modernidad influyendo categóricamente en la construcción de andamiajes de acción y representación alrededor de las experiencias urbanas”86. 77
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Si bien el objetivo general de estas actuaciones es promover el desarrollo local y la realización de los derechos de la población vulnerable, brindando acceso a servicios básicos de salud, educación e higiene, acelerando y organizando la llegada de recursos de otras regiones o países, transformando las estructuras administrativas, la suposición del Estado y sus instituciones, y mejorando las relaciones de estas con los habitantes, su papel va mucho más allá de un simple intermediario tanto para bien como para mal. Ya antes del desplazamiento estos actores promovían procesos sociales centrados en problemáticas ambientales o étnicas, y con ello instauraban valores particulares en la comunidad rural, afectaban la dinámica institucional en las regiones y, de hecho, engendraban dudas sobre el papel del Estado y las organizaciones privadas en los asuntos colectivos, pues por momentos las últimas ejercían el papel del primero. Con el desplazamiento forzado la situación es aún más dramática, pues en los asentamientos donde se realizaron los diagnósticos los actores privados gozan de mayor reconocimiento que las entidades públicas y se asume en muchos casos que son ellos los verdaderos responsables del restablecimiento. Así mismo, aunque con buenas intenciones, algunas intervenciones de estas organizaciones e instituciones del Estado, tienen como resultado concreto la desarticulación del tejido social y la fragmentación de los territorios. Ya sea porque no se tiene en cuenta a todos los sectores sociales en las intervenciones (en particular a la población receptora) o porque la limitación de los recursos obliga a subdividir sectores o barrios para su intervención, se ven afectadas las relaciones sociales que mantienen la unidad territorial. A modo de conclusión, las tres formas de entender lo público señaladas (como espacios de negociación de procesos de modernización con el Estado, como lugar de la reiteración del Estado social de derecho, y como mantenimiento de una moral cívica) muestran de manera general el camino seguido por la mayoría de las familias en situación de desplazamiento en el proceso de restablecimiento. Así, en un principio las reglas de convivencia de la moral cívica que ordenaban la vida cotidiana antes del desplazamiento en la ciudad se adaptan o son sustituidas por nuevas normas, donde se intentan mantener aquellos dispositivos efectivos en los lugares de origen. Se da paso a un proceso de negociación cultural, un proceso de modernización en condiciones de alta vulnerabilidad, donde esta se asume con altos grados de exclusión y desigualdad. De esta manera, la esfera de lo público es el espacio privilegiado donde se media entre una sociedad civil y un Estado que negocian la manera en que se da el proceso de estabilización socioeconómica en la ciudad. 78
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En este escenario se propicia, en gran parte, la presencia de organizaciones que promueven un enfoque de derechos, y se acentúa lo público como el lugar de fortalecimiento del Estado social de derecho, ruta para contrarrestar la inexistencia de control de este, el incumplimiento de las leyes, y la falta de responsabilidad pública frente a la situación de desplazamiento. Se da por ello una redefinición de lo público-estatal. En este mismo contexto, sin embargo, se esbozan aquellos argumentos que impulsan un trato preferencial desde las instituciones del Estado con aquellos grupos con características diferenciales, ya sean grupos étnicos, sectores sociales o grupos poblacionales particularmente vulnerables, y se conjuga la reivindicación y revaloración de los acuerdos de convivencia y saberes “tradicionales”, con la obligación del Estado de protegerlos. Así mismo, debido a la debilidad de la institucionalidad en los asentamientos, se recrean formas de convivencia por fuera del orden estatal donde se promueven morales cívicas reguladas por las autoridades locales y se redefine lo público-privado. En cada uno de estos escenarios se observa un cambio de territorio, instituciones y actores, y con ello un cambio en el sentido mismo de lo público. Si antes del desplazamiento la pobla-
ción tenía información o autoridad suficiente para intervenir en el espacio público, ahora se observa una disminución del capital social, económico y simbólico, que los pone en una situación desigual para enfrentar los debates de la esfera pública de después del desplazamiento. Por ello, al establecerse relaciones con actores sociales nuevos en la ciudad, se constituyen relaciones desiguales y de inferioridad. Las instituciones sociales (del sistema social y cultural) dejan de estar centradas en la familia y en las formas de adscripción al territorio, para basarse en formas de organización institucionalizadas, de autoridad ejercida con violencia, o sustituidas por instituciones estatales y privadas nuevas. Sólo en el caso de Quibdó se realiza el esfuerzo por mantener una institución política en el nuevo escenario. El desplazamiento forzado acentúa las diferencias entre lo público-estatal y lo público-privado. En el primer caso, se observa su creciente institucionalización, debido a que se privilegian las relaciones del Estado con las organizaciones y no con los actores individuales. En el segundo, debido a la debilidad de los marcos participativos y al fortalecimiento de los representantes de las organizaciones de población receptora o desplazada, lo público tiende inmediatamente a privatizarse. Los colectivos sociales al depender en gran medida de individuos que han asumido el liderazgo y sostienen los procesos de reivindicación de los derechos, se constituyen en grupos donde la mayoría de las personas vinculadas no conocen realmente la función de estas, no realizan acciones de fiscalización, seguimiento o rotación de sus representantes, y no guardan vínculos estrechos con las instancias de decisión. Allí se crea el nicho para la reproducción de prácticas políticas tradicionales basadas en la corrupción y el intercambio 79
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de “favores”; por ello, lo público no se despolitiza. Por el contrario, se refuerza como el campo propio y único de la política, aunque entendida esta como la negociación a puerta cerrada y a espaldas de la mayoría de la ciudadanía.
El espacio público-privado, por el contrario, se ha despolitizado casi por completo, pues ya no es el lugar de debate, de reconocimiento de la alteridad ni de la construcción de reglas socialmente instituidas de convivencia. Es un espacio de lucha por el poder y recursos (de supervivencia), donde se debilitan los lazos personales y familiares. En este sentido resulta decisiva la pérdida de la titularidad en el caso de los territorios colectivos, y de las formas de autoridad tradicionales en los otros casos. Antes lo público era un espacio privado ampliado; con la llegada a la ciudad el espacio privado se reduce prácticamente a la vivienda, y los líderes locales pasan a ser ciudadanos anónimos, fenómeno ya señalado en otros estudios sobre migraciones a la ciudad87. Aquellas personas que tenían algún poder social, por perte-
necer a una familia particular, por tener cierta edad, o desempeñarse efectivamente en alguna actividad, también deben enfrentarse a una invisibilización en la ciudad. Se es un actor más del espacio público, que se vive no como un espacio abierto al debate y de respeto por la diferencia, sino como un campo de batalla donde se lucha por obtener la atención del Estado y esquivar la discriminación. Por último, se tiende a territorializar el espacio público-estatal y el público-privado, en particular por las limitaciones de instituciones privadas y públicas en la atención al desplazamiento. Las preocupaciones se sectorizan y parcializan a micro-territorios, donde no hay espacio para la consideración de otros actores o escenarios globales, en función de la atención de problemas inmediatos. Este es el caso de Tumaco y Cartagena, donde las luchas entre población desplazada y receptora obedecen a tal proceso. Allí mismo se tienden a separar los barrios, manzanas o calles, que se enfrentan por poder político y económico. Se promueve así la organización comunitaria restringida a unidades territoriales cada vez más pequeñas, que no guardan relación con otras más grandes ni con fenómenos globales. Ni el sentido de lo público rural, ni su correlato en el ejercicio de los derechos, se traduce eficazmente en el sentido y praxis de lo público urbano, pues por definición lo público allí no es propio de ningún grupo particular sino de la ciudadanía, categoría a la que la población en situación de desplazamiento accede en desigualdad de condiciones. Se pasa a ser un desconocido en el espacio
público, que es más bien un espacio de nadie, generador de miedo y añoranza del territorio de antes, donde priman la desconfianza y la violencia. Es nuevamente modernización sin modernidad: procesos técnicos, económicos, sociales y políticos que no van de la mano con su correlato en la instauración del orden moderno ideal. 80
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Osorio Pérez, Flor Edilma. Op. cit. 1993. p. 192.
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Violencia en el espacio público
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l analizar los efectos del desplazamiento en el sentido de lo público de los barrios, se observó una clara dificultad en la construcción de comunidad, y el uso cotidiano de la agresión como la pauta de las relaciones interpersonales, familiares y comunitarias.
Antes del desplazamiento en el sector rural, “el otro” era por lo general una persona cercana o de la familia, con quien se convivía, se tenía una historia común, se construían lazos de identidad y se establecían relaciones económicas o de solidaridad. Esto permitía que las personas se asumieran como parte de una comunidad y que se propiciara un fuerte sentido de pertenencia. Con la llegada a la ciudad, esta forma de convivencia se ha visto trastocada. El otro es, por lo
general, un extraño que proviene de una región distinta, al que no se conoce, con el cual no se tienen vínculos de ningún tipo, y con quien se establece una convivencia obligada. De esta manera, la percepción de los demás está mediada por sentimientos de prevención, desconfianza o indiferencia, debido a los numerosos altercados personales por infidelidades y problemas de tierras o contrariedades que han distanciado también a las organizaciones de población desplazada y vulnerable. Estos problemas se ven acrecentados por la inexistencia de poderes locales legítimos a los ojos de la comunidad, por la incapacidad de comunicarse de manera eficiente, y por la presencia de un miedo inherente hacia los demás. Se genera una creciente desconfianza y se propicia un ambiente de conflicto entre los habitantes, que para prevenir “chismes” y malentendidos optan por aislarse y disminuir al mínimo las interacciones sociales. Sólo en Quibdó se evidenció el mantenimiento de una red más o menos fuerte de relaciones solidarias entre vecinos debido a que existe una distribución del espacio similar a la de los lugares de origen. En el intersticio dejado por la salida de reglas de lo público asentadas en la comunidad y la ineficaz entrada del Estado, se permite la presencia de actores armados ilegales o de vigilancia privada en el escenario urbano, casos observados en Tumaco y Cartagena. La injerencia de actores externos que utilizan estrategias de amedrentación y violencia para mantener el orden, hacen del espacio público en particular, un lugar de ejercicio de la autoridad con violencia, que tiene como resultado concreto la estigmatización de la población en situación de desplazamiento, y en particular la exclusión de mujeres y jóvenes que no respeten las reglas y normas impuestas por estos grupos armados locales. Se producen castigos físicos y psicológicos, como humillación ante la comunidad o inclusive la muerte a mujeres y jóvenes que se visten de determinada manera, transitan por las calles a ciertas 81
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horas, o hablan de forma singular. En Tumaco, además, fue evidente el temor de un buen número de mujeres y hombres de recorrer la ciudad por la posible presencia de los actores armados causantes del desplazamiento. El miedo como categoría social se articula en “una relación de dominación entre un dominador y un dominado, donde el miedo es sentido por este último, y donde se intenta controlar a este”88. De hecho, si se observa con detenimiento, la relación entre la población en situación de des-
plazamiento y la receptora es un juego de poder, donde se ejerce un control mediado por la capacidad de infundir miedo. Si aceptamos la teoría del Ulrich Beck, quien entiende nuestra época como aquella que construye una sociedad del riesgo donde se promueven tanto consciente como inconscientemente mayores riesgos que representan mayor producción de bienes y servicios que generan riqueza89, la población en situación de desplazamiento logra insertarse como un actor generador de miedo, tanto en la población receptora (como se ve en las representaciones que sobre ella se tejen), como en la institucionalidad (al hacer evidente la incapacidad y debilidad del Estado), y de esa manera, presionar procesos de modernización a través de su atención diferencial. El caso de Cartagena es paradigmático en este sentido, pues el barrio El Pozón se ha convertido paulatinamente en un territorio apto y apetecido para la intervención social, puesto que su “normalización” a través de inversión social genera confianza en inversionistas extranjeros y turistas que no ven con buenos ojos la presencia de actores armados ni condiciones de extrema pobreza que afecten la seguridad en la ciudad. La población receptora, a su vez, provoca miedo como mecanismo de control sobre la población migrante, que altera las dinámicas sociales y se supone trae consigo todo aquello asociado a las representaciones de la persona en situación de desplazamiento. Por otro lado, esta se ve obligada a subrayar su imagen de víctima y persona desvalida para intentar, debido al miedo que se sabe les produce a los otros y a las autoridades, buscar su atención o prevenir la agresión. El costo de estas negociaciones es una profunda desconfianza y la ruptura del tejido social, reparable sólo con años de trato cotidiano. No es extraño, por ello, que la mayoría de la población acuse un continuo y profundo sentimiento de inseguridad. Desde un enfoque de derechos, se entiende la inseguridad como toda amenaza a la integridad y a la realización humana. La seguridad humana significa proteger las libertades vitales, protegiendo a las personas expuestas a amenazas y a ciertas situaciones, robusteciendo sus fortalezas y aspiraciones90. No hay seguridad sin pleno ejercicio de los derechos.
La seguridad es, por ello, una categoría esencial desde la perspectiva de lo psicosocial, en cuanto su deficiencia impide la realización del ser y el pleno ejerci82
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Niño Murcia, Soledad. “Eco del miedo en Santafé de Bogotá e imaginarios de sus ciudadanos, “En: “El miedo, reflexiones sobre su dimensión social y cultural”. Corporación Región. 2002. p. 198. “En la modernidad avanzada, la producción social de riqueza es sistemáticamente acompañada de la producción social de riesgos”. Beck, Ulrich. 1992 “Risk Society. Towards a New Modernity.”. London. p. 19. Tomado de: Echavarría Carvajal, Jorge. “La vivienda. Los miedos de la ciudad”. En: “El miedo, reflexiones sobre su dimensión social y cultural”. Corporación Región. 2002. Gorgi, Víctor. “La seguridad como necesidad humana: una perspectiva desde la psicología comunitaria”. Ponencia presentada en el Congreso Interamericano de Psicología (ISP). Chile. 2001. Citada en: Rainero, Liliana; Rodigou, Maite; Pérez, Soledad. “Herramientas para la Promoción de Ciudades Seguras desde la Perspectiva de Género”. Oficina para la Región Brasil y Cono Sur del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem)-Agencia Española de Cooperación Internacional (Aeci)-Centro de Intercambio y Servicios Cono Sur, Argentina (CISCSA). Córdoba, Argentina. 2006.
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cio de sus derechos. La utilización de la violencia es el principal detonador del miedo y generador de la sensación de inseguridad. La violencia define, de manera general, como “un acto intencional para herir o eliminar a un individuo o grupo, empleando la fuerza, con el fin de obtener algo no consentido”91. Es, además, un “acto humano que implica una relación de poder y que, por lo tanto, pertenece al reino político de los asuntos humanos y no al de los fenómenos naturales inherentes al proceso vital”92. Si bien no se tienen datos concretos que permitan observar las relaciones entre la percepción de la inseguridad y las manifestaciones concretas de ella, fue evidente la agresión entre niños, jóvenes, vecinos y adultos, tanto en la familia como en los barrios y en la escuela. En todos los escenarios de socialización se observó de manera recurrente el uso de amenazas, intimidaciones, gritos, insultos, golpes y agresiones físicas de todo tipo, como mecanismo cotidiano de relación y de solución de conflictos. El proceso de aceptar la situación de desplazamiento es doloroso, largo
y muchas veces desgasta por completo las herramientas de la población para hacerle frente. Las actuales condiciones de vida, que como ya se planteó, se han deteriorado profusamente, dan forma a un escenario donde priman las carencias físicas más agobiantes y se corroen los principios de solidaridad que en otros momentos edificaron las relaciones sociales comunitarias. La idea de “sálvese quien pueda” en conjunción con la ley del más fuerte, se erigen en los momentos de más necesidad como los valores sociales más efectivos. Es común que el sentimiento general frente a la situación actual sea la desesperación, que de la mano del sentimiento de impotencia reproduce acciones violentas.
Michaud, Yves. “La violence”. París, Presses Universitaires. Tomado de Meertens, Donny. “Mujer y Violencia en los conflictos rurales”. Análisis político. No. 24 (enero-abril). 1995. p. 37. Meertens, Donny. “Ensayos sobre tierra, violencia y género. Hombres y mujeres en la historia rural de Colombia”. Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia-Centro de Estudios Sociales (CES). 2000ª. p. 41.
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La nueva situación demanda de las familias una actitud de defensa como estrategia de subsistencia. Dado que no se ha garantizado la defensa ni la restitución de sus derechos, de manera consciente o inconsciente se asume una actitud de prevención y a la defensiva, donde la agresividad ha demostrado ser la única manera de lograr el respeto, el reconocimiento y la protección propia o de los próximos. Sin embargo, las condiciones de pobreza y los efectos anímicos de los eventos violentos del desplazamiento no son las únicas causas ni condiciones obligantes de los comportamientos agresivos de los habitantes de estos barrios. Si bien el evento del desplazamiento genera un quiebre en la vida de las familias por la manera abrupta y violenta como sucede, la influencia del conflicto armado, de las iniciativas económicas de la región y los trasfondos culturales arraigados en la población, son también generadores de los impactos que se observan después del desplazamiento. Las lógicas culturales de las regiones pacífica y atlántica, muestran cómo antes del desplazamiento la agresión era el valor social mediador de la mayoría de las relaciones. De manera tradicional el 83
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trato entre pares, tanto al interior de la pareja como hacia los hijos, ha estado mediado siempre por la autoridad ejercida con violencia, que hace notoria la influencia del machismo, usual en los contextos rurales de Colombia.
La falta de comunicación entre los mismos habitantes de los barrios es un factor decisivo en la incapacidad de generar nuevos dispositivos para relacionarse. Desde los niños hasta las organizaciones acusan problemas de comunicación que hacen difícil todo tipo de interacción. Para el caso de las organizaciones se producen problemas particularmente serios, pues la falta de competencias comunicativas incide en las dificultades para crear vínculos duraderos entre sus miembros y con otras organizaciones.
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“El género es el conjunto de características, roles, actitudes, valores y símbolos que conforman el deber ser de cada hombre y de cada mujer, impuestos dicotómicamente a cada sexo mediante el proceso de socialización. Ser mujer u hombre es una condición social y cultural construida históricamente”. Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer, Unifem, región andina. “Convención para la eliminación de todas las formas de violencia de discriminación contra las mujeres. El género no hace referencia al sexo (masculino o femenino) que identifica las diferencias biológicas entre las mujeres y los hombres, ni se aplica exclusivamente a las mujeres.
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Impactos en las mujeres “Ya no sólo somos desplazadas, sino desplazadas reconocidas” Es más bien una de las formas en que se ordena la práctica social”. Tomado de Conell, R.W. “Masculinidades”. Universidad Autónoma de México. 2003. p. 109. Es una herramienta analítica, que al evidenciar las vulnerabilidades de cada uno de los géneros y sus desigualdades en el ejercicio de los derechos, adquiere un carácter político. Meertens, Donny. “Género y violencia. Representaciones y prácticas de investigación”. En: Robledo, Ángela Inés; Puyana Villamizar, Yolanda (Comp). “Ética: masculinidades y feminidades”. Centro de Estudios Sociales (CES). Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. 2000b. p. 41.
Mujer desplazada
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l análisis de los impactos psicosociales y culturales del desplazamiento en las mujeres se realiza con un enfoque diferencial de género93. El objetivo es identificar las vulnerabilidades específicas, las necesidades en la atención, y las potencialidades de las mujeres en la reconstrucción de sus proyectos de vida individuales, familiares y comunitarios. Esta perspectiva permite evaluar también los impactos del desplazamiento forzado en los hombres, y establecer las características de las relaciones entre los géneros antes y después del desplazamiento. De esta manera se logra “relacionar los procesos sociales y políticos con las experiencias de la cotidianidad de hombres y mujeres, explicitando las relaciones de poder inherentes a ellas”94. Las reflexiones giran alrededor del género, aunque su exposición se realice por separado en mujeres y hombres. Así mismo, sólo como herramienta de organización de la presentación, se separa el ámbito privado (concentrado en la familia) del público (que enfatiza las relaciones con la ciudad), pues en su interacción y complementariedad se manifiestan los procesos de cambio cultural inmanentes al desplazamiento forzado. 85
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En todos los asentamientos existe un número similar de hombres y mujeres en situación de desplazamiento; 50,16% de mujeres en Quibdó, 49,62% en Tumaco y 48,24% en Cartagena. De ellas, el mayor porcentaje son mujeres menores de edad (54,25% del total de mujeres en situación de desplazamiento en Quibdó, 55,64% en Tumaco, y 50,02% en Cartagena).
Las mujeres son reconocidas de manera general como el grupo más vulnerable frente al desplazamiento95, debido al alto número de mujeres cabeza de familia, a la proliferación de la violencia intrafamiliar y en espacios públicos, a la explotación laboral y sexual de la que son objeto, y al mantenimiento de prácticas y discursos discriminatorios hacia ellas96.
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Las mujeres también, después del desplazamiento, han tomado el papel protagónico en la búsqueda del resarcimiento de los derechos vulnerados de toda la población desplazada, han buscado con insistencia la reformulación de su papel en sus familias, y se han proyectado hacia escenarios públicos que antes les eran desconocidos. Su condición de madres, jefes de hogar y representantes de la comunidad, les ha dado un lugar nuevo en el sistema social y cultural, propiciando cambios en las dinámicas locales de las que se desprenden sus vulnerabilidades y necesidades específicas. El marco del análisis de los impactos del desplazamiento en las mujeres y hombres, es el estudio de los cambios en la estructura patriarcal, sistema social propio de las zonas rurales de nuestro país, regiones de donde proviene la gran mayoría de las familias víctimas del desplazamiento con las cuales se realizaron los diagnósticos. De esta manera, como se sustenta a lo largo de todo el texto, el desplazamiento forzado origina, en esencia, un proceso de cam-
bio cultural y social en condiciones de desigualdad y alta vulnerabilidad, que pone en juego patrones sociales tradicionales en nuevos escenarios donde no siempre resultan efectivos; de su revaloración se originan impactos en ambos géneros en todos los escenarios de interacción social. De esta manera, aceptamos como premisa que las tradicionales formas de relación entre los géneros están interiorizadas por igual en hombres y mujeres, y que aunque de manera general el sistema se muestra construido sólo por los hombres en función del mantenimiento de su poder, es en realidad una construcción social elaborada y reproducida tanto por hombres como por mujeres, donde estas últimas no son siempre actores alienados y subyugados al sistema social, sino agentes clave de él, que construyen e implementan tácticas (acciones subversivas que operan al interior del mismo sistema al que se oponen) en función de sus propios intereses97. 86
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Ver: Informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos sobre la situación de los derechos humanos en Colombia 2005; Informe de la Relatora Especial sobre la violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias, Radhika Coomaraswamy, presentado de conformidad con la resolución 2001/49 de la Comisión de Derechos Humanos; Corte Constitucional Sentencia T-602 de 2003; Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur. Oficina para Colombia “Balance de la política pública de prevención, protección y atención al desplazamiento interno forzado en Colombia. Agosto 2002-agosto 2004. Bogotá 2004”; Defensoría del Pueblo. “Los derechos humanos de las mujeres, en situación de desplazamiento”. 2004. “La expresión ’discriminación contra la mujer‘ denotará toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo, que tenga por objeto o por resultado, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la igualdad de hombre y mujer, de los derechos humanos y de las libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en cualquier otra esfera”. Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer, Unifem, región andina.
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“Convención para la eliminación de todas las formas de violencia de discriminación contra las mujeres”. Artículo primero. La discriminación en general, como ya se dijo, será desglosada de acuerdo con su expresión en prácticas y discursos de distinción, exclusión o restricción. El complejo de relaciones entre lo masculino y lo femenino no se agota en relaciones de poder y dominación. Otros criterios que fueron tenidos en cuenta son la diferencia, la simultaneidad, la complementariedad, la oposición, los reacomodos y las marginalidades, trabajados. Tomado de: Londoño Vélez, Argelia. “Aproximaciones a la masculinidad” En: “Foro Memorias: masculinidades en Colombia. Reflexiones y perspectivas”. AVSC Internacional-Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP)-Programa Género Mujer y Desarrollo, Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia-Consejería Presidencial para la Política Social, Política Haz Paz. Bogotá. 2000. p. 77.
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Con esto no se pretende sustentar que las mujeres no son víctimas del sistema patriarcal, pero sí que su papel en él, dependiendo de sus particularidades históricas y sociales, ha llegado a ser también de estrategas y negociadoras. De hecho, en ciertas circunstancias y en determinadas condiciones sociales y económicas, el sistema patriarcal se muestra y acciona en las mismas mujeres como respuesta (hasta cierto punto efectiva) para satisfacer algunas de sus necesidades y sobrellevar sus vulnerabilidades, aun a pesar de que les implique otros evidentes perjuicios. La aceptación del sistema patriarcal y su adaptación a las nuevas condiciones producto del desplazamiento, responde por ello más a criterios de selección y ponderación de posibilidades de respuesta en función de la aceptación de beneficios y desventajas, que a la reproducción inconsciente de patrones de comportamiento.
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El desplazamiento forzado ha inducido un cambio obligado en estas relaciones estratégicas (del sistema) y tácticas (subversiones del sistema), y de allí las tensiones, conflictos y paradojas de las nuevas relaciones entre los géneros después del desplazamiento en la construcción de los proyectos de realización del ser. Con estos argumentos en mente, examinaremos a continuación los impactos del desplazamiento forzado en el cuerpo, el ámbito familiar, los espacios públicos, los flujos de producción y las dinámicas políticas barriales y urbanas.
El desplazamiento forzado en el cuerpo
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l proceso de territorialización que entraña el desplazamiento forzado tiene uno de sus efectos más claros e inmediatos en la transformación de la corporeidad de las mujeres. Fue reiterado el cambio en la percepción que tienen de su cuerpo y de las maneras de cuidar de él. En su deterioro se hace tangible el detrimento de sus condiciones de vida, el quebranto de su estado anímico, y parte de los cambios en la construcción de su identidad y las relaciones con el género masculino.
El desplazamiento forzado ha propiciado cambios como el enflaquecimiento, la caída del cabello y los dientes, o la flacidez en senos y caderas. La clara conciencia de estas transformaciones, producto de la vejez, la mala alimentación y las duras condiciones atmosféricas, pesan sobre la visión de sí mismas, y en esa medida, en las relaciones con otros actores de su vida cotidiana, principalmente con los hombres. El cuidado del cuerpo representa para la mujer una actividad propia de su género, que en la actualidad hace muy poco o no puede realizar. A estas prácticas sociales se encuentra asociada una 87
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noción particular de belleza, arraigada fundamentalmente en el aspecto físico, en el hecho de ser joven y en la capacidad de atraer a los hombres. “Antes me miraba en el espejo, porque antes me pintaba, me organizaba. Ahora me sorprende verme, hasta mueca estoy. Me da pereza mirarme en el espejo. A veces me da miedo asustarme por lo fea que estoy”. (Taller de Mujeres Tumaco) De manera general, el cambio y el detrimento de las condiciones de vida de las mujeres han incidido en sentimientos profundos de depresión y de inmovilidad frente a su condición actual: “No nos damos como un valor. ¿Por qué? Porque hay mujeres viudas y dicen yo para qué me arreglo si no tengo un compañero, no tengo un buen trabajo o no tengo un trabajo para yo comprarme una buena ropa. Entonces se acomplejan y se dejan llevar”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) Sentirse atractivas y bien presentadas es una de las tácticas, que cuando pueden, aplican las mujeres para reconfortarse anímicamente y afrontar algunas de las afectaciones de su vida cotidiana. “Yo siempre me arreglo porque necesito sentirme bien como mujer, estar bien, porque cuando uno cría hijos y tiene tanta familia le toca a uno estar animosa, estar alegre para dar ánimo a la familia. El espejo y el cepillo dental también deben estar siempre en el bolso de uno para que pueda uno estar bien, activa y bien presentada. Esas son las cosas con las que uno se puede animar, porque uno no puede dejarse vencer por las dificultades y por la pobreza en que estamos”. (Taller de Mujeres Tumaco) La transformación del cuerpo es un elemento clave en los impactos del desplazamiento en las mujeres. Con su cambio se desdibuja uno de los referentes más importantes de la feminidad, que es el de la mujer como objeto de adulación y deseo de los hombres, representación social enraizada en la imagen tradicional de la raza “negra” como potente física y sexualmente, donde se observa, además, una fuerte colonización del machismo en el imaginario femenino rural. Allí se conjuga la identidad étnica con la identidad de género, de manera similar a los hombres, como se verá más adelante. Gran parte del sentido de ser mujer se forja en función de características físicas que las hacen atractivas para los hombres, estrategia de negociación en las relaciones de género que debido a los escasos recursos económicos y a las pobres condiciones materiales, no tiene la misma efectividad después del desplazamiento. No es sólo un fenómeno que afecta al mundo interior de las mujeres, sino la 88
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manifestación de la desarticulación de los patrones de comportamiento y relaciones de género que existían antes del desplazamiento en los lugares de llegada. Con la disminución de su capacidad de atraer sexualmente a los hombres, las mujeres pierden uno de los campos de batalla tradicionales en los que lograban ejercer poder en el marco de un sistema social patriarcal. Un fenómeno similar se ha observado en los procesos de interiorización del discurso de género en un sinnúmero de colectivos de mujeres, donde existe una clara resistencia a neutralizar algunas de las herramientas de influencia del género femenino como la apelación a su capacidad de atracción en función de discursos y prácticas de género distintas98. En este sentido no se observa una clara capacidad de afrontar los cambios físicos y sus correlatos sociales, fundamentalmente porque no se cuenta con estrategias que sustituyan las formas tradicionales de relación, centradas en una determinada representación del cuerpo nacidas en el seno del sistema patriarcal. Otro fenómeno que se hizo evidente en las mujeres participantes de los diagnósticos, fue la búsqueda de transformación de la corporalidad hacia representaciones de cuerpos blancos o no negros. Por lo general, las zonas del cuerpo que no les gustan a las mujeres, son aquellas donde se observan los caracteres físicos característicos de la raza negra: las caderas, las piernas y el pelo. Se percibe un proceso de adaptación a las formas femeninas urbanas, sus consiguientes formas estéticas y la carga social relacionada con dichos rasgos, como parte del proceso de inserción en el nuevo contexto.
Serrano, Adriana María. “Alguien que cuide de mí. Para una lectura crítica sobre los discursos de igualdad de género”. Documentos de Investigación. Facultad de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales. (Cepi). No. 11. Universidad del Rosario. Bogotá. 2005. p. 37.
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El cambio en la corporalidad lleva a una reconfiguración de referentes de identidad por la presencia de actores nuevos, los blancos o mestizos, a quienes se les asocian cualidades sociales como mayores capacidades mentales, elegancia y prestigio social. De esta manera se aprecia el cambio de lo que significa ser mujer; a ser buena madre, esposa fiel y responsable de los hijos, se suman formas nuevas de aparecer atractivas para los hombres: sentidos de belleza enraizados en las representaciones sociales de otros grupos raciales “educados”, y por ello, prestigiosos en la ciudad. El cambio en los patrones físicos pone de manifiesto nuevos valores que se consideran ausentes en las mujeres, como la educación y la capacidad para producir dinero, que ahora son absolutamente importantes a la luz de la experiencia en la ciudad. Aunque este es un fenómeno propio de la mayoría de los escenarios urbanos, es preciso reconocer que la desigualdad en las condiciones económicas, anímicas y sociales de la población en situación de desplazamiento son campo fértil para la promoción de los procesos de blanqueamiento, en particular en mujeres y jóvenes que buscan a través de la transformación de la imagen insertarse en las dinámicas sociales y económicas de la ciudad y disminuir los efectos de la exclusión a la que la población 89
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migrante debe someterse en los centros urbanos. El cambio en la corporalidad es uno de los signos más fuertes de negociación de la identidad en la ciudad, donde se intenta, por medio de la imagen, camuflar identidades raciales (“ser negro”) y sociales (“ser campesino” y “desplazado”). El cuerpo, así, es lugar de adoctrinamiento por medio del cual se expresan las disposiciones del individuo en medio de su sociedad. En el cuerpo femenino se reproducen las representaciones sociales que históricamente han excluido a las personas de raza negra de espacios y actividades urbanas. A esto se suman las representaciones sociales que se han construido de la persona en situación de desplazamiento, superposición que, como resultado, obliga a cambios físicos tendientes a mimetizar las diferencias sociales y culturales de las mujeres.
El ámbito de la familia: aumento de roles y violencia intrafamiliar
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os impactos del desplazamiento en el ámbito familiar se originan en la revaloración o reformulación de los patrones sociales de comportamiento asignados por el sistema patriarcal que afectan no sólo a las mujeres sino a hombres, jóvenes, niños y niñas. Como se sustenta a lo largo del texto, el proceso de cambio no implica necesariamente la ruptura total del sistema. Por el contrario, se observa la negociación, identificación y puesta en práctica de algunos elementos propios del sistema social tradicional que resultan en algunas circunstancias efectivas para satisfacer unas necesidades concretas, aunque resulten nocivas para otras. Los impactos del desplazamiento se originan por ello al asumir aquellos patrones tradicionales que resultan medianamente efectivos en el nuevo medio, o al mantener otros que han perdido su eficacia social, pero frente a los cuales la población no ha encontrado opciones efectivas de sustitución.
En este ámbito, el proceso de cambio cultural del sistema patriarcal originado por el evento del desplazamiento forzado ocasiona tres fenómenos particulares en las mujeres: a) el aumento de roles al interior de la familia, producto de la asunción de sus roles tradicionales y algunos de aquellos que antes del desplazamiento eran propios de los hombres; b) el incremento de la violencia intrafamiliar como estrategia generalizada de resolución de conflictos debido al abuso tradicional del poder asignado al hombre (y en algunos casos ejercido también por la mujer) generado por la imposibilidad de lidiar con los nuevos roles asumidos en la mujer, y la aceptación de la violencia como un patrón de comportamiento aceptado (por hombres y mujeres) en gran parte de las relaciones sociales; c) el distanciamiento de los vínculos afectivos tradicionales de la mujer con otros miembros de la familia, a causa del nuevo escenario de relaciones de poder en la institución familiar. 90
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Para entender cabalmente el origen y expresión de tales impactos se realizará primero una breve descripción de la estructura y dinámica familiar tradicional en las costa pacífica y caribe, para luego observar la manera como el desplazamiento forzado ha alterado tal orden y se mantienen o adaptan algunos de sus dispositivos, origen de los impactos enunciados99. La estructura familiar de las regiones con población de raza negra se caracteriza por formas de facto en sus diferentes tipos, ya sea la poliginia dispersa en unión libre o el matrimonio legalmente constituido, siendo mucho más común la primera en los grupos sociales rurales y populares, tal y como se observó en las familias con las cuales se realizaron los diagnósticos100. Este tipo de relación es normalmente manifiesta y aceptada por todos los miembros de la comunidad, siempre y cuando, en aras del sistema patriarcal, sea el hombre quien mantenga varios núcleos familiares simultáneamente y no la mujer. De manera general, se define la familia negra como matrifocal, donde la mujer es “cabeza de una familia numerosa, constituida a través del ejercicio serial de la monogamia”101, debido al constante transmutar de los hombres en busca de actividades económicas. De allí que se hable de ausentismo paterno en donde el hombre, aunque puede ser una figura lejana físicamente, es altamente significativo en el ámbito familiar.
El análisis se lleva a cabo 99 desde los estudios del complejo negroide o fluvial que se ubican en el litoral pacífico y la costa atlántica, identificado por Virginia Gutiérrez de Pineda en su texto “Familia y cultura en Colombia”. La poliginia dispersa es 100 aquella en donde el hombre mantiene varias uniones de hecho con mujeres que viven en unidades habitacionales distintas. Zuluaga, Francisco. 101 Citado en: Mara, Viveros. “De quebradores y cumplidores”. Centro de Estudios Sociales, Universidad Nacional de Colombia-Fundación Ford-Profamilia. Bogotá. 2002. p. 143. Gutiérrez de Pineda. Op. 102 cit. 2005. p. 315.
Según este esquema, el ciclo de relaciones afectivas de la mujer está relacionado con el del hombre102. Empieza de manera general con uniones de jóvenes en relaciones informales (uniones libres) que viven en el seno de la familia de la mujer. Esta unión se caracteriza por la exigencia de la mujer, de devoción y atención completa y absoluta del hombre en función de la procreación y la independencia de la familia extensa. En esta etapa, tanto el hombre como la mujer asumen las responsabilidades propias de su género (las mujeres en los espacios domésticos y los hombres en los espacios públicos) para con toda la familia de la esposa y reciben en correspondencia el apoyo y sustento de ella. El hombre, por su parte, inicia simultáneamente la conformación de otros núcleos familiares. Normalmente esta primera unión se deshace por la incapacidad de generar una independencia y la presión en el hombre de los otros hogares constituidos. Con ello se da paso a una segunda etapa transitoria de autonomía femenina, en donde la mujer regresa al seno de su familia extensa mientras encuentra un nuevo compañero, y el hombre se instala en otro hogar e inicia un período de varias y sucesivas uniones libres menos estables, período que coincide con el de su mayor productividad económica. Este fenómeno se explica en parte por el circuito económico laboral que alterna diversas actividades productivas y el constante transmutar del hombre en el ámbito rural. En esta etapa se observa un alto madresolterismo, que es siempre entendido como un estado transitorio. Eventualmente, el hombre tiende a afianzarse en un lugar pero mantiene sus relaciones poligínicas. La mujer, por su parte establece una nueva relación mediada por la exigencia del mantenimiento eco91
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nómico y un mínimo de compañía, donde por lo general es consciente de la existencia de otros núcleos familiares de su esposo, con los cuales no compite, siempre y cuando la relación sea relativamente equitativa entre ellos (se presentan casos de coesposas principales y coesposas complementarias, pero el hombre tiene que velar por ambas). En este período, cuando por lo general se tienen hijos de diferentes esposos, la mujer posee buena parte de las responsabilidades de la familia. Se forma así una constelación de mujeres alrededor del hombre, que eventualmente decide legitimar a una de ellas y honrar con ello a parte de su descendencia, sin que esto implique desconocer a las otras. Como respuesta, las otras mujeres buscan nuevos compañeros o buscan mantener a su actual compañero en su hogar, inclusive asegurándole a este su mantenimiento. En esta estructura y dinámica familiar, “el área y objeto de dominio del hombre ideal se forjó en el control femenino, en la conquista física de la mujer (…) por esto es divergente, la imagen evolucionada del hombre monógamo integral, porque envuelve un principio de limitación sexual, de recorte físico en el dominio femenino. (…) El macho auténtico de esta cultura es aquel que da muestra de su virilidad procreando una descendencia ilimitada, rica en varones, que multipliquen su sangre y su apellido se convierta en prueba viviente de su capacidad genitora”103. La tarea del padre inicia y termina con la procreación y mantenimiento económico de su familia, lo que representa su estatus social. No implica ningún vínculo afectivo, por lo que él es padre biológico pero no necesariamente padre social o esposo. El papel de la mujer, por su parte, es el de procreadora de la descendencia masculina, protectora del hogar y los hijos, y en algunos casos proveedora económica de su esposo. De allí que su espacio habitable se concentre en la vivienda y se haga extensivo sólo en algunos casos a lugares por fuera del hogar. Así mismo, explica el porqué la mujer busca mantener al mayor número posible de hijos, pues así se mantiene cerca del esposo y estos la ayudan económicamente con el cuidado del hogar y los hijos menores. Si bien es cierto que se han desarrollado modelos distintos de la familia en el Pacífico y parte del Atlántico, donde se revalidan algunas de estas afirmaciones, fue este marco el que se delineó con precisión del trabajo con las comunidades en los tres asentamientos donde se realizó el diagnóstico104. No se desconoce que existen dinámicas y estructuras familiares distintas de estas, pero no son significativas, ni la tendencia predominante en ninguno de los estudios realizados. Este esquema se ve alterado por el desplazamiento forzado; en tanto cambia el contexto ambiental en el que se desarrolla, se alteran las condiciones económicas de las familias, se generan necesidades afectivas distintas, producto de los eventos dolorosos del desplazamiento y las relaciones sociales en los lugares de llegada, y se entra en negociación con nuevos aparatos sociales que privilegian estructuras familiares distintas. 92
103 Ibíd. p. 294. 104 Esta estructura y dinámica también ha sido identificada en campo en otras investigaciones. Ver: Motta, Nancy. (2002) “Por el monte y los esteros. Relaciones de género y familia en el territorio afropacífico”. Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. Especialización en familia. Pontificia Universidad Javeriana de Cali. Para el caso de la familia de la costa atlántica se tuvo como marco de referencia el trabajo de Mosquera Rosero, Claudia. (1994). “Familias de sectores populares cartageneros”. En: “Las familias de hoy en Colombia”. Tomo 3. Colección de Investigaciones del ICBF. Presidencia de la RepúblicaInstituto Colombiano de Bienestar Familiar-Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). De allí se confirma que son familias matrilocales, con un tipo de organización nuclear que en muchos casos es en realidad extensa, donde predominan las uniones de hecho, que tienen como función primordial la protección de niños, niñas y mujeres, con roles masculinos de control sobre la feminidad centrados en la sexualidad y los espacios sociales, y roles femeninos concentrados en el espacio doméstico, y donde es una práctica regular la violencia intrafamiliar contra las mujeres y los menores. Este documento plantea en concordancia con el presente texto que existe un proceso de “modernización” en las familias populares de Cartagena, que se evidencia en los cambios entre las condiciones de las diferentes generaciones.
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Con el advenimiento del desplazamiento forzado se extiende la etapa de autonomía femenina (donde ella se encuentra sola y decide regresar al seno de su familia mientras encuentra algún otro compañero) debido a la pérdida o desaparición de los hombres de la familia (que son el grupo más afectado por las acciones violentas del conflicto armado), por abandono del hogar después del desplazamiento, porque el hombre se ausenta del hogar por tiempos prolongados en busca de trabajo (igual condición se presenta en la estructura tradicional, pero en una etapa distinta), o porque el desplazamiento no se realiza de forma simultánea con todos los miembros de la familia y la mujer queda encargada de los hijos105.
En algunos casos, de 105 acuerdo con las condiciones de la salida, esta se da en diferentes oleadas migratorias en las que la familia se separa temporalmente, estrategia usada para no llamar la atención de actores armados que tildan de cómplices de tal o cual bando a aquellas familias que en vista de su presencia huyen (y se convierten así en objetivo militar). Este caso fue recurrente en Tumaco en el marco de la lucha territorial por el control de las zonas de cultivo de coca. En otros casos como en Cartagena, donde un gran número de familias huyó en condiciones de menor urgencia, esta misma estrategia fue utilizada en función de intentar planear en algo la llegada de los demás miembros de la familia.
En las familias que inician su proceso de restablecimiento en conjunto, no se observa una evidente tendencia a la separación de las uniones de hecho o maritales, sino por el contrario, al mantenimiento de las estrategias de consolidación familiar tradicionales basadas en la poliginia. En Cartagena, 75% de las uniones no se ha separado y sólo el 25% ha reiniciado nuevas relaciones estables, en donde se incluyen hombres y mujeres que se desplazaron solteros y solteras y conformaron hogar después del desplazamiento (característico en personas jóvenes); parejas separadas y con hijos desde antes del desplazamiento que conforman una nueva pareja en los lugares de llegada y asumen los hijos de la nueva pareja, y parejas que se desplazan juntas y se separan a causa del desplazamiento. Igual tendencia ocurre para Tumaco y Quibdó, donde 85,5% y 76%, respectivamente, corresponde a parejas que han permanecido unidas luego del desplazamiento. En correspondencia con el ciclo de relaciones familiares tradicionales, se observa la pérdida de la independencia ganada frente a la familia extensa en las uniones libres o maritales, producto fundamentalmente del abandono de la vivienda y los otros bienes materiales. De esta manera, la fractura que normalmente ocurre en las uniones iniciales en los lugares de origen a causa de la imposibilidad de independizarse de la familia extensa, se repite en una suerte de retroceso en ciclo cultural agravado por las condiciones de extrema vulnerabilidad económica y anímica. La respuesta tradicional (el regreso de la mujer o del núcleo total a la familia de la mujer o inclusive del hombre) es una estrategia no siempre factible después del desplazamiento, pues uno de los efectos más claros de este es la desarticulación de la estructura de la familia extensa a causa de migraciones en tiempos distintos y lugares de llegada divergentes, muerte o desaparición de familiares, o resistencia pacífica de algunos de sus miembros en los lugares de origen. De acuerdo con la Ficha de Caracterización Familiar, el mayor porcentaje de gente que no se desplazó de la familia extensa, corresponde a los padres y madres de los jefes del hogar (26% de las personas que no se desplazaron en Quibdó, 40,5% en Tumaco, y 28% en Cartagena). En este intersticio, el madresolterismo se convierte en una condición más común y duradera, y se intenta continuar con el ciclo tradicional, ya sea viviendo solidariamente con familiares mientras se 93
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logra la independencia nuevamente, o propiciando la poliginia en donde la mujer tiene una unión libre con un esposo que busca otros hogares para atender por igual. Para el caso de la mujer, el que nos compete por el momento, es determinante el hecho de que en este período se tengan más independencia y mayores responsabilidades familiares. De allí, una de las manifestaciones más claras del desplazamiento forzado en las mujeres: el aumento de roles en el ámbito familiar. De acuerdo con las observaciones de los tres diagnósticos, en ninguno de los asentamientos existe un intercambio entre las actividades de los géneros, pues si bien las mujeres después del desplazamiento realizan actividades que antes eran eminentemente masculinas, los hombres no asumen prácticamente en ningún caso los roles tradicionalmente femeninos. Sólo cuando es estrictamente necesario lo hacen, como una forma de apoyar la que continúan considerando una responsabilidad de las mujeres. Por ello no se habla de intercambio, sino de aumento de responsabilidades. Tres roles han incidido fuertemente en el cambio de la mujer después del desplazamiento, mutación que tiende hacia su empoderamiento como actor familiar y social: el de proveedora económica, el de administradora del dinero en la familia y el de representante ante las instituciones privadas y estatales. En este punto es necesario distinguir los marcos culturales de los asentamientos de la costa atlántica de los de la costa pacífica. La costa atlántica, en general, ha sido una región con una mayor presencia del componente hispánico en detrimento de los patrones culturales de grupos étnicos, negros o indios. Por ello se observa una clara identificación no productiva de la mujer que se traslada por completo al hombre. En la costa pacífica, por el contrario, la mujer de raza negra e india, ha sido desde siempre entendida como un factor de producción que se pone en función de las figuras masculinas. La mujer en estas regiones trabaja para los hombres y es considerada una fuente de riqueza, usada para satisfacer las necesidades de todas las mujeres con quienes mantiene relaciones106. De esta manera, la mujer no era antes del desplazamiento autónoma económicamente, pues dependía tanto de los aportes que su compañero realizaba esporádicamente en función de su papel como padre, como de las redes de apoyo brindadas por la familia extensa. La matrilocalidad no implicaba por ello matriarcado, pues el hombre, aunque ausente por temporadas importantes de tiempo, continuaba siendo el jefe del hogar y en esa medida dueño del poder familiar, representado en parte por su rol como proveedor económico107. Con el desplazamiento, la mujer adquiere paulatinamente mayor poder a causa de su rol como representante familiar y comunitaria, por su obligación como generadora de ingresos, y como una más eficiente administradora de los recursos. De acuerdo con los datos recolectados, antes del desplazamiento había un número alto de mujeres trabajadoras en Chocó (54,1% de las mujeres), seguido por un número menor de mujeres trabajadoras en 94
106 Gutiérrez de Pineda. Op. cit. 2005. p. 300. 107 “Nuestra mujer (…) ha participado de alguna manera, sin la dotación cultural cualitativa, en el trabajo productivo como providente de sí misma o de su unidad. Dentro de la complejidad de los principios culturales se le ha negado la adecuación necesaria pero se la ha forzado a que sin ella, ocupe el estatus y desempeñe la función de proveedora. Para no cortar la cara cultural masculina cuya posición se sienta en esta función, ni la sociedad ni sus valores asociados le han dado validez a este acontecer encubierto a medias”. Gutiérrez de Pineda, Virginia. Op. cit p. 160. 1999a. El desplazamiento forzado rompe con el velo que encubre a la mujer como un miembro productivo y le asigna con ello poder y reconocimiento social y familiar.
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Nariño (11%) y un reducido número de mujeres trabajadoras en Bolívar (8.8% del total de mujeres), datos que coinciden con el modelo hispánico de asignación de responsabilidades en la familia. En virtud de las difíciles condiciones después del desplazamiento, en Quibdó se observa una disminución de las actividades laborales femeninas (de 54,17% a 40,28%), pero un aumento en su rol como administradoras del dinero (de 65,28% a 80%). En Tumaco no se observó cambio en la administración del dinero (16%) y sí un pequeño aumento en el porcentaje de mujeres que realizan actividades laborales (de 11% a 11,4%). En Cartagena se aprecia un aumento pequeño en relación con mayor número de mujeres que realizan actividades económicas (8,8% a 11%) y de la administración del dinero (14,5% a 16%). En Quibdó donde un alto número de mujeres trabajaba antes del desplazamiento, sus actividades económicas no eran en muchos casos remuneradas (actividades agrícolas en tierra de la familia o territorios colectivos donde ella no manejaba la distribución de los ingresos), ni era su colaboración monetaria esencial como sí lo es ahora para el mantenimiento mínimo del hogar. En Tumaco se observa un leve aumento del porcentaje de mujeres que trabajan debido a que muchas de las actividades de generación de ingresos o consecución de bienes y servicios no son considerados trabajos por las mujeres mismas, pues no son constantes ni con pagos regulares (como recolectar conchas o lavar ropa). “Aquí me toca a mí hacer todo… Uno antes en su casa hacía una mínima parte de lo que le toca hacer aquí, porque muchas de nosotras hacíamos cuando queríamos, cuando no, pagábamos para que nos hicieran y a nosotras nos tocaba la responsabilidad del hogar, nada más”. (Taller de Mujeres Tumaco) “…yo nunca trabajé, nunca, o sea, no salía a la calle a trabajar, pero de que ajá, como madre uno siempre tiene sus quehaceres”. (Entrevista a mujer adulta Cartagena) “…no quieren que uno mande porque el que tiene que mandar es él, pero ahora mismo mandamos nosotras, porque nosotras somos las que trabajamos y salimos”. (Entrevista a mujer adulta Cartagena) En los lugares de origen la mujer trabajaba para ayudar en situaciones de extrema vulnerabilidad económica y en función del mantenimiento del sistema social tradicional. No obligaba a un cambio cultural sino la adecuación del orden establecido a situaciones anormales y por ello no se adjudicaba el 95
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poder de generar ingresos108. La mujer, que siempre había trabajado en función del enriquecimiento del varón, comienza a ejercer mayor poder de decisión sobre cómo utilizar los recursos ganados que se dirigen hacia ella o los miembros de la familia que ella decida, debido al ciclo de mayor autonomía en el que se encuentra, a que no trabaja mancomunadamente con el hombre, a las mayores distancias de las figuras masculinas después del desplazamiento, a las distintas formas laborales del nuevo medio donde se le contrata a ella antes que a su compañero, al nuevo contexto económico apremiante en su familia (particularmente de los hijos), y al nuevo escenario social donde otras mujeres trabajan y administran sus propios recursos. En este mismo sentido, aumentó su rol como representante de la familia (de 24% a 56% en Quibdó, de 66% a 88% en Tumaco y de 38% a 63% en Cartagena) papel que le ha permitido a la mujer acceder a formas de poder distintas en relación con la comunidad, conocer lógicas y dinámicas urbanas y desenvolverse con actores sociales nuevos. En prácticamente todas las familias, es la
mujer la encargada de procurar las ayudas, de asistir a las reuniones con las instituciones estatales o privadas, y quien conoce los procedimientos para recibir los beneficios y el acceso a los servicios médicos y educativos. Este tema será tratado con mayor profundidad en los impactos en los espacios públicos y políticos donde es absolutamente determinante. Las mujeres continúan siendo, además, quienes se hacen cargo del cuidado de los hijos, del aseo de las viviendas y de la preparación de los alimentos. Los datos arrojados por la Ficha de Caracterización confirman esta observación, pues hay un mantenimiento en el porcentaje de mujeres encargadas de actividades tradicionales (de 22,6% a 21,8% en labores domésticas, 21,5% a 19,6% en el cuidado de los hijos, y 15,8% a 15,1% en asistencia a reuniones de la escuela en Cartagena, y de 19,2% a 19,3%, de 17,8% a 17,4%, y 16,7% en Tumaco, respectivamente); igual sucede en la ciudad de Quibdó (de 19,44% a 18,51% en labores domésticas, de 17,71% a 18,23% en el cuidado de los hijos, y de 14,28% a 15,19% en la asistencia a reuniones en la escuela). Así mismo, se observa que las mujeres realizan de 4 a 5 actividades en la familia contra 2 a 3 que realizan los hombres. La mujer, además, ha asumido el papel de pilar anímico de hijos y esposos o compañeros, quienes se han inmovilizado a causa de los cambios en su vida cotidiana. “A uno como mujer le toca tener fuerza, porque en mi caso que soy padre y madre, me toca estar bien, con ánimo y dispuesta a salir adelante; porque si no les muestro eso a mis hijos, entonces ellos no van a tener esperanza, se van a desanimar, van a querer tomar la vida fácil, sobre todo yo que tengo dos hijos hombres.” (Taller de mujeres Tumaco) 96
108 Gutiérrez de Pineda, Virginia. “Estructura, función y cambio de la familia en Colombia”, Editorial Universidad de Antioquia. Segunda edición. 1999. p. 128.
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También es significativo el hecho de que sean ellas las que más participan en los talleres de capacitación: 81% del total de las personas capacitadas en Quibdó, 66% en Cartagena y 62,5% en Tumaco. Estas actividades requieren un esfuerzo que se manifiesta en tiempo fuera del hogar y, por consiguiente, menor dedicación para el cuidado de la casa y los hijos, situación que parece incomodar a muchos hombres a quienes “no les importa que estudien o no estudien… antes no estudiaban en el campo. Yo les digo que eso era antes” (Mujer adulta Tumaco). “Ellos dicen que cuando uno se está capacitando es una perdedera de tiempo porque las mujeres somos burras y un poco de dichos que tienen los hombres”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) Observaciones parecidas que demuestran el mayor número de responsabilidades de la mujer en el hogar después del desplazamiento forzado, tienden a identificar a este grupo poblacional como el agente asistencial más efectivo luego del desplazamiento. De hecho, plantean como problema del proceso de restablecimiento la imposibilidad de sustituir efectivamente su papel por el Estado y los movimientos sociales, e identifican una relación inversamente proporcional entre su papel asistencial en la familia y la participación en espacios públicos109. En esta perspectiva se reconoce explícitamente la manera como las mujeres hacen extensivo el cuidado propio hacia sus hijos, justificando la mayor vulnerabilidad de las mujeres y la importancia de su atención diferencial.
Londoño Toro, Beatriz; 109 Pizarro Nevado, Rafael. (Comp.). “Derechos humanos de la población desplazada en Colombia. “Evaluación de sus mecanismos de protección”. Universidad del Rosario (Colombia)Universidad de Córdoba (España). Bogotá. 2005. p. 109. Puyana Villamizar, 110 Yolanda. “¿Es lo mismo ser mujer que ser madre? Análisis de la maternidad con una perspectiva de género”. En: Robledo, Ángela Inés; Puyana Villamizar, Yolanda (Comp). Op. cit. 2000. p. 95.
Si bien se acepta que la mujer asume un papel determinante después del desplazamiento forzado producto de la reproducción forzada de un sistema patriarcal que funcionaba más adecuadamente antes del desplazamiento, también se debe reconocer que esta situación es la manifestación concreta de un trato desigual en función de género, que no es deseada por ellas y que evidencia una de sus vulnerabilidades más explícitas. Reconocer la capacidad de las mujeres para asumir la responsabilidad de la familia en situaciones críticas por medio de su papel como agentes protectores (nacido de las lógicas sociales y culturales y de la situación de desplazamiento) no puede ocultar las implicaciones nocivas de esta recarga de actividades que tiende, en el seno de los sistemas sociales y culturales, a mantener a las mujeres en los espacios privados (que las excluye de los espacios públicos y las subvalora como agentes activos en el proceso de restablecimiento) y pone a este grupo en una relación de desigualdad frente a otros miembros de la familia, en particular a los hombres. Esta es una manifestación de lo que algunos autores han llamado patriarcado por consentimiento, que no es otra cosa que la ejecución de patrones sociales de comportamiento y asignación de roles que fortalecen el sistema patriarcal de forma indirecta y que están basados, fundamentalmente, en la asociación de la mujer con su papel de madre en detrimento de otros roles sociales110, fenómeno claramente percibido en todas las mujeres con quienes se realizaron los diagnósticos: 97
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“Los hombres no son la familia de nosotros. La familia de nosotros son los hijos. Sí, yo lo digo siempre”; “porque primero están mis hijos, la comida, la escuela…” (Taller de Mujeres). El embarazo es de hecho un rito de paso que confirma la feminidad de la mujer111. Es evidente que el papel del Estado y de las organizaciones sociales en función de suplir todos los espacios que están a cargo de la mujer es insuficiente, y que los hombres no muestran disposición, en la gran mayoría de los casos, para asumir compromisos familiares y sociales que permitan a las mujeres realizar tareas nuevas y, al mismo tiempo, compartir su responsabilidad con otros miembros de la familia o de la comunidad. El resultado social concreto de la recarga de responsabilidades frente a la familia es un empoderamiento práctico y algunas veces ni siquiera intencional de las mujeres en relación con los hombres, lo que genera descontento en muchos de ellos. Como consecuencia, se observa una fuerte presión por parte de ellas mismas, su compañero o esposo, familiares u actores sociales de las ciudades, que dan como resultado afectaciones físicas, por ejemplo debilidad o cansancio extremo, y anímicas como sentimientos de incapacidad, desesperación, abandono e impotencia, en particular cuando no se puede responder cabalmente a la carga asumida. Después del desplazamiento asoman sentimientos de soledad y desprotección ante el resto de la familia y los actores institucionales. En última instancia, la incapacidad de los hombres para aceptar el proceso de cambio o el encuentro de sistemas de relaciones alternas, ocasiona el aumento de la violencia intrafamiliar de la cual son las principales víctimas la mujer, los niños y las niñas112. Para entender el fenómeno de la violencia intrafamiliar en todas sus manifestaciones113, segundo gran impacto del desplazamiento forzado en las mujeres, se retomarán los argumentos esbozados antes sobre la estructura y las dinámicas familiares tradicionales. Como se sustentó anteriormente, en los lugares de llegada se intenta, tanto en hombres como mujeres, mantener el ciclo familiar propio de los lugares de origen basado en una estructura matrilocal y poligínica. Este sistema, que era sostenible en los lugares de origen gracias a un entorno que permitía mantener económicamente a todos los hogares en condiciones similares, con el desplazamiento forzado se resquebraja, pues se desarticulan los modos tradicionales de producción y, con ello, es imposible mantener todos los hogares en condiciones adecuadas. De esta manera se producen varios efectos. Por un lado, el hombre, que tiene menos posibilidades de ocuparse laboralmente y ve disminuidos sus 98
111 Motta Gonzáles, Nancy. Op. cit. 2002. p. 55. 112 El incremento de la violencia intrafamiliar a causa del desplazamiento forzado es otro impacto recurrente y generalmente identificado. Según datos de Profamilia en su estudio “Salud sexual y reproductiva en zonas marginadas. Situación de las mujeres desplazadas”, del año 2000, la violencia intrafamiliar aumenta en 8,8 puntos y en 8,3 puntos en las relaciones externas de la pareja. Según datos del Ministerio de Protección Social, 36% de las mujeres en situación de desplazamiento ha sido objeto de violencia sexual. En: Op. cit. Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur. Oficina para Colombia. (2004). En el presente estudio se enlaza este fenómeno ampliamente aceptado con las estructuras en transformación del sistema patriarcal y los nuevos contextos sociales de las ciudades. 113 Las diferentes formas son: la violencia física, aquella que ejerce con golpes o causa heridas; la violencia psicológica, aquella que vulnera la integridad psíquica de la persona. Se manifiesta por medio de amenazas, mentiras, chantajes, burlas en público o insultos; la violencia sexual, que se obliga a una persona a tocar partes del cuerpo suyo o de otra persona, a tener sexo, incluye hostigamiento sexual, la prostitución o pornografía forzada; la violencia económica se manifiesta a través de omisiones o actos violentos relacionados con la disposición efectiva y el manejo de recursos materiales propios o ajenos, de modo que los derechos de otra persona sean transgredidos. Tomado de Massolo,
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rasgos sociales varoniles, tiene que reducir el número de hogares y, en muchos casos, elegir uno (aquel en donde más se convive) sobre los otros, inclusive cuando se debe ausentar por mucho tiempo a causa de actividades laborales en zonas lejanas de los lugares de llegada. La mujer, por su parte exige el mantenimiento económico del hogar de manera coherente con el sistema tradicional y el trato equitativo que ella y su hogar se merecen en relación con los otros hogares. Cuando no es así, tiende a presionar al hombre, tanto en el ámbito familiar como social, por no cumplir sus obligaciones, ya sea con amenazas de separación o búsqueda de otros hombres, o con el no cumplimiento de sus tareas en el hogar o con la búsqueda de trabajos para ella, lo que es interpretado por los otros hombres como un señalamiento de franca incapacidad frente a la comunidad y a los otros miembros de la familia.
Alejandra; Barrera Bassols, Dalia; Aguirre Pérez, Irma. “Manual hacia un diagnóstico sobre la situación de las mujeres en el municipio con enfoque de género”. Instituto de Desarrollo Social-Grupo Interdisciplinario sobre Mujer, Trabajo y Pobreza (GIMTRAP)-Instituto Nacional de Desarrollo Social (Indesol). México. p. 41. 2005. En este mismo sentido, 114 otros estudios muestran cómo las mujeres en la relación con sus hijos promueven este tipo de comportamientos masculinos, centrados en sentidos de lo varonil asociados a la fuerza física, al comportamiento agresivo, en oposición a los sentidos de lo masculino. Viveros, Mara. Op. cit. p. 161. 2002.
Es importante que no se haya expresado como una posibilidad viable ni deseable en las mujeres mantenerse indefinidamente como cabeza de familia del todo independientes de los hombres, no sólo a causa de la debilidad económica, sino por mantener el prestigio social femenino en la comunidad (asociado al tipo de hombre con quien se convive y se tienen hijos) y por un natural deseo de tener un compañero con quien compartir la vida. Así, no sólo se alivia la situación económica, sino se responde a valores socialmente establecidos donde no es bien visto que haya mujeres u hombres solos; vivir en pareja es un símbolo de prestigio social que habla de la calidad de la mujer y también del hombre. Se tiende con ello a mantener el status quo tradicional donde “se sabe que la mujer hace lo que el hombre diga. Entonces uno lo hace, qué más se le va a hacer”. (Entrevista a mujer adulta Cartagena) La crudeza con la que se vive el desplazamiento propicia que las mujeres se consideren a sí mismas más vulnerables y temerosas de reconstruir su vida solas. Un factor determinante en este sentido es la precaria seguridad en los espacios públicos de los lugares de llegada, donde son objeto de múltiples formas de violencia y discriminación. Como estrategia apelan nuevamente a la figura tradicional del hombre que tiene la obligación de ejercer el papel de protector de sus mujeres frente a otros hombres, aún si asentado en esta misma autoridad, reproduce los mismos actos violentos en los espacios privados. En función de que los hombres mantengan la autoridad, y con ello les brinden seguridad, buena parte de las mujeres aceptan como un efecto colateral, el ejercicio de la violencia intrafamiliar hacia ellas114. Si bien hay un elevado número de mujeres cabeza de familia dispuestas a hacerse cargo del hogar, muy pocas toman esta decisión de no ser porque su pareja las abandona, se encuentra desaparecida o ha muerto. En todos los asentamientos prevalece la jefatura de la familia masculina sobre la 99
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femenina, que llega a 60,87% en los barrios de Quibdó (32,61% es femenina y 6,52% compartida), 48% en los barrios de Tumaco (32% es femenina y el 20% compartida), y 43,62% en Cartagena (24,39% es femenina y 31,82% compartida) 115. Las mujeres solteras consideran importante tener el apoyo de un hombre para poder sobrellevar a sus propias familias, a pesar de que a la vez lo consideren algunas veces como una carga por tener otras mujeres, tomar licor y no brindarles siempre un trato digno. La figura del hombre
aparece, por lo tanto, como un soporte económico y emocional tan necesario como perverso, debido a que un buen número de mujeres no se consideran totalmente capaces de llevar las riendas de la familia (a pesar de que en realidad sea así). Si bien esta circunstancia se presentaba también en los lugares de origen, ahora ha aumentado la vulnerabilidad de las mujeres (tienen más responsabilidades, son más susceptibles de ser explotadas laboralmente, o ser víctimas de violencia y señalamientos), y se ha incrementado en los hombres el desempleo y su inestabilidad anímica. Aunque sí hay cambio de compañeros en las mujeres en función de la atención de las vulnerabilidades antes descritas, es mucho menor que en hombres, pues no es bien vista la poliandria (una mujer con varios hombres), ni el cambio reiterado de hombres en ellas. Además, cada vez resulta más difícil conseguir pareja, debido a que con la edad aumenta el número de hijos y no se poseen los mismos atributos físicos para atraer a los hombres, como se explicó en la relación del desplazamiento y el cuerpo. En la perspectiva masculina, que la mujer de por sí ostente un mayor poder familiar y social y que los hombres no tengan mecanismos para enfrentar los cambios en el ejercicio de su masculinidad, son fenómenos percibidos como una afrenta que pone en alto riesgo su posición en el sistema patriarcal. Debido a sus nuevas actividades, las mujeres son objeto de reclamos y celos por parte de sus esposos que no ven con buenos ojos que ellas trabajen, porque tienen menos tiempo para el hogar, se afecta fuertemente su posición de poder en la familia y temen que se prostituyan. En la gran mayoría de los casos, la mujer no percibe el apoyo del hombre en su actividad laboral ni en su labor de representante de la población desplazada. Inclusive con la crianza de los hijos obtiene más ayuda de sus parientes mujeres como madres, abuelas o hijas mayores. Como resultado se observa la utilización de todas las formas de violencia del hombre hacia la mujer, y en algunos casos de la mujer hacia el hombre. “…como mujeres hay algunas que no saben por qué el marido las golpea, que porque es el marido entonces tiene que mantenerle el ojo hinchado o porque es mi vecino me va a venir a pegar una patada y yo voy a quedarme de pronto no quieta, pero no voy a poder reaccionar al mismo nivel de él porque no tenemos la fuerza, en ese momento 100
115 Datos arrojados por el Sistema de Identificación y Medición de la Vulnerabilidad Alimentaria (SIMVA).
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tenemos que saber dónde ir a poner una queja y defender nuestros derechos y hacernos valer como mujeres...” (Taller con organizaciones Tumaco) “Yo al principio lo insultaba y lo regañaba. No insultaba con palabras malas sino que decía, ve y busca la comida o a veces él decía que no la conseguía…” (Entrevista mujer adulta Cartagena) “A veces nos comunicamos y tenemos la misma idea, pero a veces yo digo quisiera tener esto y no me da para eso. Y entonces él me dice: pero bueno, si yo no tengo ¿de dónde voy a sacar? A veces me quedo quieta y digo tiene razón, pero otras veces discutimos porque me da como ira que no tengo nada.” (Entrevista mujer adulta Cartagena) De esta manera se explica un fenómeno ampliamente observado en todos los asentamientos donde se realizaron los diagnósticos: el mantenimiento de uniones de hecho o maritales insatisfactorias desde el punto de vista de las mujeres. La relación con las parejas es sin duda uno de los puntos más explosivos y contradictorios en la nueva dinámica familiar. A pesar de las tensas relaciones de pareja y de las nefastas consecuencias que tienen en hijos e hijas, mantener estas uniones insatisfactorias aparece como una necesidad apremiante. “...hay algunas que convivimos con la persona más no es por amor, ni porque lo estimamos, sino porque nos toca, porque decimos que los hijos detienen a los hombres y a veces por los hijos toca soportar una vida con ellos.” (Taller con organizaciones Tumaco) El papel del hombre es el de procrear y proveer dinero o bienes para los hijos durante la crianza, a costa de los otros problemas: “Los hombres sirven para hacerle hijos a uno”; me importa que me traiga y me mantenga a mis hijos.” (Entrevista mujer adulta Tumaco) Muchos de los problemas de pareja se presentan debido a que hombres y mujeres tienen hijos de distintos matrimonios que reciben un trato desigual, a pesar de que el padrastro debe asumir las responsabilidades de todos los hijos. Como resultado, se evidencian conflictos entre grupos familiares y mujeres (en Tumaco particularmente), lo que ha incidido en las disputas entre organizaciones de mujeres de población desplazada y problemas en la constitución del tejido social. Es apremiante para ellos además tener nuevos hijos en cada unión aunque no tengan las posibilidades materiales para sostenerlos ni brindarles igual atención. 101
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“Si el marido no tiene hijos con uno... siempre le va a sacar en cara eso. Porque él me dice, ¿yo no he visto bien por tus hijos?, yo no me compro ropa buena por tus hijos... ¿qué está haciendo ahí? Me está sacando en cara lo que me da. Entonces yo trato de seguir adelante por mis hijos. Ese es el conflicto que hay aquí”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) “Yo defiendo los derechos de mi hija, porque yo soy la mamá y papá de ellos, porque el compañero que yo tengo no los va a defender”. (Taller de Mujeres Tumaco) La presión sobre las mujeres se agrava por la responsabilidad que asumen sobre sus hijos e hijas. Ellas, a pesar del miedo y el desconocimiento de los mecanismos de protección, enfrentan los casos que se registran de abuso sexual por parte de padres, familiares y hombres de la comunidad hacia niñas y niños de los barrios. “Que porque el padrastro la crió y tiene 15 o 20 años ya quiere ser el marido de ella. Eso aquí se da mucho. Esa enfermedad existe aquí en Tumaco. O a veces el vecino quiere abusar de la hija de uno y uno va a hacerle el reclamo o a preguntarle, y no, dice yo no digo nada porque ella no es hija mía. Entonces lo dejan a uno así... solo”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) Después del desplazamiento se toleran menos los comportamientos violentos de los hombres, y son percibidos por un buen número de mujeres como un problema que debe ser atendido. Sin embargo, en la mayoría de los casos no se sabe a quién acudir frente a casos de violencia intrafamiliar o no se toman las medidas legales por temor a las represalias de los hombres, las cuales llegan incluso a amenazas de muerte contra ellas y sus hijos. Es evidente la insuficiente intervención estatal en los problemas de violencia intrafamiliar debido a la debilidad de las instituciones, al poco conocimiento que tienen las mujeres de sus derechos y de las maneras de hacerlos exigir, y a las presiones tanto de hombres (que llegan a amenazas directas contra mujeres e hijos) como de los círculos sociales locales. No debemos olvidar que el Estado tiene la obligación de intervenir en el ámbito familiar con el fin de impedir una violación de los derechos fundamentales, y tender a garantizar los derechos de los sujetos más vulnerables restableciendo el equilibrio quebrantado por la posición dominante de uno de sus miembros116. De esta manera, aunque se restringe el derecho a la privacidad, se asume que los problemas al interior de la familia son también de carácter público, lo que de hecho es impedido constantemente por los hombres que tienen un fuerte poder en este espacio. Se hace palpable entonces otro de los impactos culturales del despla102
116 Corte Constitucional, Sentencia T-182 de 1999. En: Defensoría del Pueblo. “Mecanismos de protección contra la violencia intrafamiliar”, Red de Promotores de los Derechos Humanos. Bogotá. 2001. p. 31.
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zamiento forzado, que es la entrada del Estado como garante de los derechos de los ciudadanos en el espacio público (e inclusive privado) en reemplazo del poder del padre de familia. Frente a esta situación, las organizaciones de población desplazada han optado por acentuar su carácter de grupo de mujeres cuya razón de ser es la protección de los hijos. Sin embargo, las organizaciones no realizan siempre las denuncias formales; se concentran en el trabajo de reflexión y capacitación de las mujeres. Esto ha incidido en que las organizaciones, se hayan convertido para algunos hombres en un escenario con baja aceptación a pesar de que trabajen por los intereses de la familia. Que las mujeres encuentren un espacio para reflexionar sobre su situación, donde observen que algunos aspectos dolorosos de sus vidas son comunes a otras mujeres, donde puedan aprender a defender sus propios derechos y los mecanismos legales para ejercerlos, y busquen con insistencia la presencia de actores externos al barrio para apoyar estas iniciativas, no ha sido bien recibido por algunos hombres.
Se debe enfatizar que el maltrato físico, sexual y psicológico hacia las mujeres no es una práctica de todos los hombres, aunque sí de la mayoría. Se observó también otro tipo de relaciones de pareja donde prima la comprensión entre hombres y mujeres, la delegación intencionada de responsabilidades en ellas, la resolución pacífica de conflictos, y búsqueda de nuevos referentes de identidad de género sin ejercer violencia alguna. Lastimosamente no fueron la regla. Entre un padre incapaz de sostener a la familia y una madre agobiada por responsabilidades, los hijos y jóvenes comienzan a asumir responsabilidades económicas que, por lo general, dan pie a enfrentamientos de autoridad con los padrastros y madres, tercer gran impacto del desplazamiento forzado en las mujeres en el ámbito familiar. Se presentan así inconvenientes con los hijos, en particular con los adolescentes, que desde la perspectiva de las madres se explican por la rebeldía que se supone caracteriza a los jóvenes y porque no sienten la presencia de sus padres con la misma intensidad que antes. Es preocupante para las madres no poder orientar a los hijos e hijas, debido a la pérdida de autoridad que les ocasiona la independencia económica de ellos y el desconocimiento de las pautas y dinámicas de la vida urbana, que son interiorizadas mucho más rápidamente por los jóvenes, que buscan llevar una vida cada vez más independiente en la ciudad. Esto rompe las dinámicas que se vivían antes del desplazamiento, cuando eran estrechas las relaciones entre madres e hijos y se reafirmaba continuamente la autoridad de los padres. 103
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El nuevo medio y los peligros inminentes que se perciben hacia los hijos también ha hecho que el trato sea más violento por parte de las madres, generándoles en el largo plazo sentimientos de remordimiento y culpa, pues ven cómo sus actos confrontan su papel de mujeres madres protectoras de la familia, en particular de los menores. “Al principio con el desplazamiento se tensiona uno, en mi propia experiencia al principio yo maltraté mucho a mis hijos, o sea, por la rabia que tenía y hoy me siento culpable por eso… yo le pegaba mucho a mis hijos, al verme en un espacio reducido después que teníamos una casa grande con patio, ellos corrían y allá yo no le pegaba a mis hijos, aquí ya sufrían de violencia intrafamiliar porque en un espacio de dos metros donde está la cocina… La madre se desespera al ver que sus hijos le piden y ella no tiene, se desespera, le da rabia, les pega.” (Taller de mujeres Cartagena) “Yo tengo hijos y yo los advierto a ellos, a veces les digo palabras groseras, porque no lo voy a decir que no, a veces le pido a Dios que me ayude a tener paciencia para con los hijos porque ninguna mamá quiere que los hijos se le dañen, sino que vayan por el camino recto y no le hagan daño a nadie”. (Taller de mujeres Cartagena) “Soy fuerte en el trato con ellos, porque es que no sé si sea que vivo con ese temor de que se van a perder o que me los van a perder, que me van a coger algún vicio o juego… de pronto, yo pienso Dios mío no permitas que mi hijo vaya a cometer una locura… y eso lo hace a uno pensar y cambiar a uno…” (Taller de mujeres Cartagena) Es evidente que mantener el mayor número posible de hijos para que la ayuden luego económicamente y con el cuidado del hogar y los otros hijos, se preserva como una estrategia contradictoria, pues los núcleos familiares grandes presentan mayor vulnerabilidad. Incide en esta tendencia el hecho de que con familias pequeñas se pierde el respeto social, mientras que con las grandes se asegura el respaldo y la fortaleza117. Esta es otra de las razones por la que se dificulta el aprendizaje e incorporación de prácticas de control de la natalidad. Sin embargo, se ha observado un gran avance en este sentido, manifestado fundamentalmente en la tendencia a reducir el número de hijos en las parejas jóvenes y al creciente número de mujeres que se han realizado la ligadura de trompas (en Cartagena particularmente). Como resultado, se observó que el ciclo tradicional se completa en aquellos casos de restablecimiento de mayor tiempo (en Cartagena, por ejemplo, donde se encontraron personas víctimas del desplazamiento de hace más de diez años) donde ya, a fuerza de voluntad y tiempo, se han dado 104
117 Motta Gonzáles, Nancy. Op. cit. 2002. p. 72.
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procesos de restablecimiento más o menos efectivos, marcados por la consecución de vivienda, de un trabajo estable, y de la aceptación e interiorización de las lógicas culturales de la ciudad. En ellos, sin embargo, no se observan más de tres hogares, siendo más comunes dos. La situación es crítica en aquellos casos de desplazamiento reciente (por ejemplo, Tumaco, donde el promedio de tiempo de llegada es de uno a dos años). En otros hogares se observa el paso a estructuras familiares monogámicas debido a que son más fáciles de mantener, generan una buena estabilidad anímica, y es el modelo que se promueve tanto en las diferentes iglesias que hacen presencia en los asentamientos, como en las clases altas de las ciudades (por lo menos en apariencia).
Descubriendo el espacio público: la conquista de la ciudad y la proliferación de la violencia
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ecordemos que el espacio público se entiende, de manera general, como aquel escenario de construcción de lo público caracterizado por un espacio físico no homogéneo de acceso libre para todos los miembros de una sociedad, que tiende a satisfacer las necesidades básicas colectivas, que está sujeto a la regulación del Estado y de las colectividades, y que es escenario y producto de la praxis social y cultural (por ello su naturaleza reside en su uso y no en su estatuto jurídico). De esta manera, las normas y reglas de la vida cotidiana que dan forma a la vida doméstica también influyen en el espacio público y adquieren un carácter complementario.
Los impactos en el espacio público contienen gran parte (aunque no todas) de lo que podríamos llamar las relaciones con la ciudad. El espacio público se define desde la práctica cotidiana de las mujeres como el territorio afuera de sus viviendas; son fundamentalmente las calles por las que se transita para llegar a otros barrios o sectores de la ciudad, un lugar no propio de las mujeres por razones de seguridad, porque en él se reproduce el tradicional sentido del espacio público como lugar masculino. Por ello, a pesar de que la ciudad es intimidante para toda la población en situación de desplazamiento, las mujeres acusan mayor sentimiento de extrañeza en él. Sin embargo, en virtud de los cambios en la dinámica familiar y social, las mujeres en general han comenzado a descubrir el espacio público de la ciudad, al que aún no acceden con facilidad, pero que paulatinamente comienzan a hacer suyo, de la mano de la participación en las organizaciones 105
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sociales, de su rol como representantes de la comunidad y de las actividades laborales que realizan. En este proceso de descubrimiento, sin embargo, de manera evidente, son objeto de prácticas violentas. La violencia hacia las mujeres se define como “cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”118. Esta definición reconoce el sustrato cultural y social de la violencia por razones de género en un sistema tradicional (que mantiene un orden de desigualdad entre hombres y mujeres), que con el desplazamiento forzado es objeto de un proceso de negociación cultural obligado, donde las mujeres se encuentran atrapadas entre su revisión y adaptación. De esta manera, no obtienen los beneficios (por escasos que pudieran parecer) del sistema patriarcal porque este se vuelve en parte inoperante, no logran consolidarse aún como agentes de poder en el nuevo escenario social porque todavía se mantienen restos de los principios tradicionales articulados en la autoridad masculina, y no reciben los beneficios que otras mujeres han ganado en el proceso de modernización porque el Estado (que ha entrado como actor clave en las relaciones sociales después del desplazamiento) no ha ejercido un mejor papel que el que pudiera haber desempeñado cualquier padre despótico. Hay en el espacio público un miedo latente a la ciudad (sentimiento asociado a la sensación continua de inseguridad), cuyas manifestaciones más concretas son el encierro de la mujer en su vivienda o barrio, y el mantenimiento de prácticas sociales de violencia psicológica, verbal o física en el espacio público, formas en las que se hacen visibles procesos de discriminación por género y clase social. Como ya se mencionó en los impactos generales, la discriminación enfatizada en el uso de la violencia de todo tipo, es un impacto recurrente en todos los grupos poblacionales. Sin embargo, las percepciones y mecanismos para hacerle frente varían en uno u otro caso. La negociación con el sistema patriarcal es nuevamente el escenario de conflicto, que evidencia una fuerte tensión entre el recogimiento de las mujeres en el ambiente doméstico, y la necesidad o deseo de intervenir en un espacio público que aún no las acoge en igualdad de condiciones que los hombres. El miedo a la ciudad responde a una sensación de inseguridad generalizada, dato que se ha confirmado como usual del escenario urbano. El cambio de entorno entraña el paso de lo urbano a lo rural, y con él, un reconocimiento y construcción de nuevos lugares de referencia y recorridos. Este miedo se manifiesta en temor a recorrer la ciudad, a acciones sexuales y a violencia física o verbal, percepciones que se hacen explícitas frente a los actores sociales con quienes se interactúa en ella: la población receptora (en su heterogeneidad social) y las instituciones.
El espacio público es el lugar donde la situación de desplazamiento y sus representaciones sociales se hacen palpables. De hecho, allí se estructuran, re106
118 Art. Primero. Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, Belem do Pará, 1994. Tomado de: Raineiro. Op. cit. 2006. p. 13.
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producen y las sensaciones propias del desplazamiento se evidencian en toda su magnitud. Esta situación en el caso de las mujeres se hace visible, porque ellas asumen en buena medida la representación de sus familias y la comunidad, y cuando es necesario, acuden a la caridad pública para mantener a sus familias, generando una relación angustiosa con otros actores y creando una predisposición al rechazo y al maltrato. “¿Eres desplazada? … a metros. Hay que sacarla porque el que es desplazado viene de zonas de conflicto y quién sabe a qué grupo pertenece.” (Taller de mujeres Tumaco) El maltrato verbal y psicológico es común hacia las mujeres en los espacios públicos por recorrer solas las calles en busca de trabajo, por no estar bien vestidas, por no estar en casa cuidando de sus hijos o por no saber cómo llegar a los diferentes sitios en la ciudad. En Cartagena es clara la violencia física y verbal por parte de los grupos de vigilancia privada, que han decretado una lucha abierta contra la prostitución y el expendio de drogas, contra aquellas mujeres que se visten de manera “insinuante” y caminan por ciertas zonas de la ciudad o del barrio. También es latente el peligro a ser violadas, especialmente en zonas aún no urbanizadas como manglares, esteros o potreros, por donde deben transitar. Así mismo, es crítica para su seguridad la ausencia de iluminación en sus barrios, y la imposibilidad de tomar los servicios de transporte público por falta de dinero. En este mismo sentido, muchas de las instituciones -aseguran las mujeres- brindan un trato indigno e inclusive humillante, propician sentimientos de mendicidad y humillación en ellas y dan pie a la idea de que la persona en situación de desplazamiento tiene que pedir ayuda más allá de promover una sensibilización hacia el fenómeno. “…uno va por lo menos a esa Red y es a mendigar, a ponerse a pelear por dos libras de arroz que le dan a uno, yo por lo menos no estaba acostumbrada a esa situación ¿y qué he tenido que hacer? Pasar por esas humillaciones y rogar.” (Taller de mujeres Tumaco)
A partir de esta relación y del reconocimiento en público como mujeres en situación de desplazamiento, la violencia se desarrolla, al ser vistas por actores sociales de diferentes clases (inclusive la propia) como mendigas, potenciales delincuentes, y pobres, escenario que alienta su inserción en la ciudad por la puerta de atrás. Ellas mismas, de hecho, tienden a recluirse en su hogar al no encontrar siempre mecanismos de protección (las organizaciones sociales son prácticamente el único, y en algunos casos excepcionales los esposos o las instituciones privadas). 107
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Al aumentar o vivenciarse la separación de lo público y lo privado (que en las zonas rurales eran más bien una amalgama) disminuyen los espacios “privados” y aumenta la exclusión de los “públicos”, propiciando el encerramiento de las mujeres en sus barrios o viviendas. Como resultado, las mujeres perciben alarmante la disminución de su movilidad en relación con la vida antes del desplazamiento. “Uno en el campo salía a la hora que quería, de bailar a la una de la mañana y no se sentían ni perros, porque las personas que son del campo son consideradas con las otras personas. Se han criado juntos, en familia.” (Entrevista mujer adulta Cartagena) Si bien la vivienda continúa siendo un espacio eminentemente femenino, adquiere un sentido de protección en contraposición a uno de regocijo y expresión de la cotidianidad de antes. Dados los sentimientos de miedo y reticencia a la ciudad, la vivienda se constituye en el lugar de resguardo de la mayoría de las mujeres en una ciudad que se desconoce y se percibe como amenazante y no dispuesta a recibir a la población en situación de desplazamiento. De esta manera, a pesar de que con claridad las mujeres desean mayoritariamente permanecer en la ciudad, esta es percibida como un lugar de miedo y agresión, de manera coherente con el sentimiento de ambigüedad y paradoja que provoca el desplazamiento forzado. Se promueven formas clásicas de ocultar la violencia en el espacio público, pues se culpa a las víctimas y no a los victimarios por comportamientos que parecen estar fuera de lugar (tendencia normal en el proceso de adaptación a las nuevas reglas sociales) y se desconocen las diferentes formas de violencia aparte de la física. En particular, no se considera que el trato que reciben en la calle y sus trabajos sea otra forma de violencia, aunque claramente las indisponga.
La relación con la ciudad es por ello dual, pues las mujeres simultáneamente buscan romper con las delimitaciones de un espacio de dominación tradicional restringido a la casa (ya sea por voluntad u obligación) y asumen el costo (en función de expresiones de violencia y discriminación) de enfrentarse a una ciudad agresiva y peligrosa. El barrio es, en consecuencia, un espacio significado desde la relación que se establece con la ciudad a la que se le teme; genera las fronteras espaciales de la discriminación que esta provoca y crea microterritorios “seguros” en los que, sin embargo, en su interior, se constituye la vivienda como el verdadero refugio de la ciudad. En él se presenta toda una serie de manifestaciones de problemas de convivencia pero también de solidaridad. Esto es debido a que es difícil interactuar con personas de diferentes lugares de origen, que no se conocen y que traen costumbres diferentes. Además, porque se 108
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trata con personas que por vivir mayor tiempo en el barrio y conocer la ciudad, consideran que tienen derecho a mandar. En síntesis, porque la construcción de las reglas y adjudicación de poderes en el espacio público no reproducen el de sus antiguas comunidades. “Hay veces que llega uno a un barrio y uno no consigue una persona de su ambiente, entonces se la pasa uno con sus hijas y con una amiga por mucho” (Taller de Mujeres Tumaco). El círculo social de las mujeres es muy reducido y las organizaciones y las actividades realizadas en ellas parecen ser el único espacio de relajación y esparcimiento que tienen. “Uno quiere ir a un taller más que para capacitarse a ocupar el tiempo y borrarse de todo lo que a uno le tocó vivir con el desplazamiento”. (Taller de mujeres Tumaco) Dentro de los mismos barrios, las nuevas relaciones que se han construido no pasan de ser con algunos vecinos o familiares, principalmente por el rechazo y miedo al “bochinche” (discusiones en las que intervienen personas vecinas o ajenas a la familia), que reproduce la construcción de la mujer asociada a la habladuría, situaciones que han encontrado en los nuevos asentamientos y que no tenían que vivir en sus lugares de origen. En particular, el “bochinche” es una situación claramente problemática que se asocia a las relaciones entre mujeres y que está articulada a las lógicas culturales tradicionales del Pacífico colombiano, donde el uso de la palabra y de lo que otros dicen, se pone en función de maleficios o “trabajos” de brujería, actividades rituales que eran propias de la mujer. El poder de la palabra
daba a las mujeres otra forma de subversión del sistema patriarcal en los lugares de origen. En la actualidad se ve desarticulada, debido a la negación de ciertas mujeres para ejercer sus conocimientos tradicionales y por una censura social hacia ellos. Con ello se pierde uno de los sentidos de lo público propio de la mujer y se tiende a impedir el trato y la reproducción de la palabra (sentido original de lo público) entre ellas. Por este mismo motivo, las organizaciones sociales de mujeres son altamente censuradas por los hombres, pues abren la puerta al diálogo y reconocimiento entre ellas de los asuntos públicos y también privados. Los hombres promueven el confinamiento de la mujer en su vivienda, en virtud de su papel de protectores y de los impactos antes descritos en el ámbito familiar. El hombre defiende su posesión sobre las mujeres, pues éste siente miedo de que la mujer tenga contacto social con otros actores 109
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sociales (en particular otros hombres), y con ello se pierda el control sobre su conducta, acentuándose la desconfianza y los controles sociales119. “…porque a mí no me gusta salir de mi casa.… A veces uno sale a la calle y lo que busca es bochinche… yo no salgo de mi casa. Me levanto y cocino, a veces cuando tengo que lavar el uniforme de los niños los lavo y ahí me siento. Veo televisión.” (Entrevista a mujer Tumaco) “Yo permanezco como siempre en mi casa, en mi lugar. A mí me gusta vivir en mi casa, yo cuando salgo a la calle es porque tengo diligencias que hacer. Pero yo no voy a vivir metiéndome donde las amigas... no me gusta. Si no tengo qué hacer me pongo a remendar la ropa de mis hijos o me pongo a barrer mi casa o a arreglar el patio.” (Entrevista a mujer Tumaco) En algunos casos, se encontraron mujeres que luego de varios años en Quibdó, Tumaco y Cartagena, no habían salido nunca del barrio y habían restringido sus actividades económicas a lo que se puede hacer en él. Esto les ha generado desde su propia óptica problemas de socialización y apropiación del espacio urbano, y como consecuencia un ejercicio truncado de los derechos de las mujeres en relación con el disfrute y uso de la ciudad. Este sentimiento de marginalidad se ve reforzado por las actitudes hacia aquellos que viven en barrios populares que, por lo general, están alejados de los centros de las ciudades. El caso más crítico en este sentido fue el de Cartagena, donde pertenecer al barrio El Pozón o a determinados sectores de él, es motivo de estigmatización por parte de otros habitantes de la ciudad o inclusive del mismo barrio, pues se ha extendido el imaginario de que en El Pozón hay una amplia presencia de los grupos armados ilegales, grupos de delincuencia organizada, y de redes de distribución de drogas y prostitución, características que independientemente de ser verídicas o no, han marcado a quienes habitan en él. Esta situación es crítica para mujeres y hombres que trabajan en ventas ambulantes, pues los espacios dedicados al turismo en Cartagena, se encuentran bajo la dirección y control de grupos organizados de vendedores que no permiten el trabajo a quienes no se encuentren en sus organizaciones. Por ello, las actividades económicas de quienes no hacen parte de estas elites populares se limitan a los sectores en los que se habita o adyacentes, donde, por supuesto, habitan familias con baja capacidad adquisitiva. Las relaciones con la población receptora han sido uno de los grandes impactos en relación con el espacio público, en particular en Tumaco y Cartagena. La construcción del rol de mujer en situación de desplazamiento como representante y por ello con poder en el espacio público, ha dejado heridas 110
119 Gutiérrez de Pineda, Virginia. “Familia y cultura en Colombia”. Editorial Universidad de Antioquia. Quinta edición. 2005. p. 127.
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abiertas entre las dos poblaciones, y una percepción injusta de las mujeres líderes como egoístas, oportunistas o manipuladoras. El motivo principal de estas relaciones conflictivas es la presencia y actividad de instituciones dedicadas a la atención de población en situación de desplazamiento, que no han tenido en cuenta ni han tratado de una manera adecuada a la población receptora de los barrios, generando insatisfacción y celos mutuos, de los cuales las mujeres, por su nueva posición política, están más proclives a sufrir los impactos de estos enfrentamientos. El síntoma más concreto es el aumento de mujeres víctimas de violencia política en el proceso de restablecimiento. Aunque no se tuvo evidencia de estos actos con las mujeres líderes que participaron en los diagnósticos, fueron recurrentes las historias de otras organizaciones que han desaparecido o mujeres que se han tenido que volver a desplazar. Este tipo de violencia es distinta de la violencia sexual que se presenta antes del desplazamiento y que tiene como objetivo herir y amedrentar a los hombres o grupos sociales al atacar a aquellos miembros que deben ser protegidos y que son de alguna manera intocables en el escenario público del sistema social. Esta violencia utiliza a la mujer (y también a los niños) como medio para herir al hombre, cabeza del sistema patriarcal, pero no es ella el fin último. Las mujeres eran víctimas de la violencia por su condición de hijas o esposas del enemigo, y por ser las procreadoras de futuros combatientes del bando contrario120. En virtud de su papel de líderes, prolifera aquella violencia dirigida explícitamente contra ellas, también presente antes del desplazamiento, sobre todo por manejar ellas temas relacionados con la alimentación y la salud (dos temas estratégicos para los grupos armados), debido a que ahora exigen, además abiertamente, sus derechos y evidencian las consecuencias de las injusticias de los actores armados. Es evidente que al convertirse en actores políticos después del desplazamiento, se fortalece su proceso de empoderamiento y reconocimiento social (que no encuentra siempre un correlato en los espacios privados), pero también las pone en un nuevo lugar de vulnerabilidad en el ámbito público. “Para las mujeres el convertirse en sujeto político tiene un costo alto: la incursión en los espacios públicos de la política e incluso de la guerra, no se ha visto acompañada de procesos de emancipación en lo cotidiano. Esas polaridades tradicionales entre lo privado y lo público, encubiertas durante la guerra, afloran, paradójicamente, en el momento en que ceden las presiones y se da paso hacia la vida política y la reinserción”121. La transformación o descubrimiento del espacio público también desarticula algunas de las funciones simbólicas femeninas en el territorio. Es decisivo para el caso de las mujeres del Pacífico la transformación de sus lugares y prácticas tradicionales centradas en la salud, como actividad ordenadora de lo colectivo. Meertens, Donny. Op. 120 cit. 2000a. p. 372. Meertens, Donny. Op. 121 cit. 1995. p. 49.
Al estudiar los significados asociados al abandono del territorio en las mujeres, es crucial entender el papel que la cultura del Pacífico le asigna a este grupo en la construcción del territorio, donde 111
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asume la responsabilidad de proteger y utilizar los conocimientos relacionados con las plantas, es la encargada de algunos trabajos agrícolas y responde por el cuidado del hogar en general (alimentación, aseo y cuidado de los hijos). La ruptura de las relaciones con el territorio no sólo tiene repercusiones asociadas a los eventos traumáticos de la salida o de la huida, sino a la recomposición de construcciones sociales más profundas, que se expresan por medio de sentimientos ambiguos y difíciles de comunicar. El territorio era un lugar claramente significado y apropiado, con espacios físicos y simbólicos propios de la mujer, que le brindaban una importante independencia de los demás miembros de la familia. En el caso de la mujer, la construcción de identidad , tanto antes como después del desplazamiento, está centrada en la relación con su familia. Sus referentes eran las actividades del hogar donde cocinaba, lavaba la ropa, era responsable de la salud de la familia y practicaba algunas actividades agropecuarias. Era común también que trabajara en alguna mina o “mazamorreando” en búsqueda de oro en el río. De hecho, el agua es un elemento que en la cultura tradicional del Pacífico está cargado de connotaciones femeninas y se relaciona con los sentidos del frío, lo que se encuentra abajo, y lo que se encuentra potencialmente cargado de vida. De esta manera, el reconocimiento de lo que es ser mujer está estrechamente relacionado con los lugares simbólicamente establecidos en el espacio habitado. La mujer es “la partera, quien maneja la herbología de la región, quien en las fiestas patronales o rituales de muerte arregla los altares, promueve las luminarias, las correrías y entona alabados y chigualos (…), es la portadora ideológica y la mensajera cultural”122. La incapacidad de recrear ese lugar en el cual las mujeres como seres sociales estaban encuadradas en un territorio, genera la sensación de estar fuera del lugar que les corresponde en la ciudad. En el caso particular de las mujeres se advierten impactos tanto en su salud, como en el ejercicio de ella al interior de la familia (actividad que tradicionalmente era responsabilidad de las mujeres). De acuerdo con la información recolectada, son comunes en las mujeres sentimientos de aburrimiento, tristeza, miedo y malestar físico, expresiones que tienen que ver con una percepción de carencia de salud, categoría emergente que se construye del conjunto de condiciones materiales y simbólicas particulares. Recordemos que la salud, desde la perspectiva de la población desplazada, se entiende como bienestar colectivo, asociada al territorio, espacio vital donde se llevan a cabo las acciones de habitabilidad, donde se conjugan y equilibran las relaciones entre los polos de lo masculino y lo femenino, lo bueno y lo malo, lo caliente y lo frío, y no limitado a lo corporal sino al conjunto de lo espiritual y físico. Es un equilibrio dinámico entre los polos opuestos que constituye la cosmovisión tradicional del mundo donde se conjugan la realidad sensible y mental como eje del bienestar123. El papel de la mujer como miembro experto en las plantas, preparaciones, ritos y todo tipo de conocimientos asociados a la curación, también se trastocó en el contexto de la ciudad, donde la afluen112
122 Motta Gonzáles, Nancy. Op. Cit. 2002. p. 70. 123 Un elemento central en esta concepción de salud es la pérdida de las actividades económicas realizadas en los lugares de origen. La gran mayoría de las entrevistadas tenía acceso a la tierra y poseía semovientes, ya fuera en territorios colectivos o como poseedoras o propietarias, espacio en el que se llevaban a cabo las actividades económicas que ordenaban su territorio.
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cia de la medicina occidental y la presencia de cultos que no ven con buenos ojos el uso de plantas, rezos y ritos en la curación de enfermedades, han diezmado el papel de los métodos tradicionales de curación y con ellos el ordenamiento simbólico del entorno. Las mujeres aseguran que no consiguen los recursos económicos necesarios para comprar las plantas adecuadas que antes recogían o sembraban. La presencia de nuevos cultos religiosos en el medio urbano (en particular cristianos) también ha incidido para que no realicen estas actividades. En efecto, el cambio de territorio no es sólo físico sino de creencias y lógicas culturales que soportan la realización del ser, la vida misma y su proyección a futuro. Después del desplazamiento, las mujeres ya no tienen la misma capacidad de ejercer el control sobre la salud de su familia y aunque realizan labores como lavar ropa y cocinar, el sentido de estas actividades no es el mismo. Ahora, la venta de la fuerza de trabajo para acceder a los bienes y servicios, es el valor social más importante y fuente del sentido de la identidad de la mujer. En la ciudad las mujeres aprenden que más importante que saber de plantas, del hogar y de las tradiciones, es producir ingresos. Se vuelve por ello parte integral de las negociaciones de su identidad: ser trabajadoras y no sólo madres. Antes del desplazamiento las cargas de sentido no estaban distribuidas de esa manera. Primaba más ser mamá y buena esposa, aunque también colaboraba económicamente. Las relaciones del barrio y la ciudad muestran de hecho que uno de los impactos más fuertes del desplazamiento es tener que construir nuevas relaciones de poder. Así, el conocimiento de la ciudad y los poderes subyacentes a ella (el dinero fundamentalmente) más que el conocimiento del medio natural o de los seres espirituales del territorio como era en el pasado, son los valores que regulan las relaciones de poder en la ciudad. La educación desarrolla allí un papel fundamental y renovado, pues la formación se erige como un valor al que antes no se tenía acceso o no era percibido como importante pero que ahora es decisivo para cumplir con las metas y sueños propuestos. El espacio público como lugar de lucha y disputa entre diferentes sectores sociales, no se perfila como un espacio abierto a las mujeres porque, de hecho, estas no han gozado aún de aquellas capacidades adquiridas en la práctica social para actuar en igualdad de condiciones. No haber estudiado ha generado en algunas de las mujeres sentimientos de decepción y arrepentimiento que, en algunos casos, las han movilizado a estudiar y a ampliar sus metas: “Me vine a dar cuenta cuando tenía 22 años por las circunstancias del trabajo, porque uno no puede seguir porque no sabe nada. Yo me imaginaba que uno tenía que ser como un esclavo porque no sabía nada. Pero ahora si sé yo que el colegio es importante y me siento arrepentida, la verdad es que yo me siento arrepentida… como yo veía la situación que yo no estudié, que yo no podía ser nadie en la vida porque no había estudiado, no me podía sentir igual a una persona que estudia”. (Entrevista a mujer adulta) 113
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La crudeza de la nueva situación ha obligado a algunas mujeres a iniciar sus estudios o a formarse en algún tema en particular gracias, en parte, a que la coyuntura del sector educativo ha promovido la alfabetización de personas adultas, se cuenta con instalaciones y programas educativos que se adecuan a sus limitaciones de tiempo y recursos económicos, y las organizaciones de mujeres lo han promovido ampliamente. Los sectores de El Pozón en Cartagena, en donde hay una buena cobertura educativa y hay presencia de organizaciones de mujeres en situación de desplazamiento, son el más claro ejemplo de ello. Como iniciativas propias de las mujeres que tienden a reconstruir un espacio colectivo, además de su organización en movimientos sociales, se observan, en particular en Quibdó, la realización de actividades culturales propias de los lugares de origen, como visitar amigas o vecinas, amasar pan o realizar convites, que buscan construir un espacio público menos agresivo. Son actividades en las que participan más las mujeres y que resultan importantes para las comunidades negras, pues fortalecen el sentido de comunidad por medio del rescate de la identidad cultural. Así mismo, de la mano de las mujeres, se construyen redes locales de apoyo para satisfacer necesidades básicas de las familias que apenas llegan a la ciudad, en función de la organización territorial rural (por sectores de ríos) lo que tiende a restituir una red de amistades centrada en la localización espacial, que ahora es también localización en la memoria.
Cambios en las relaciones económicas
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a población desplazada es una población descapitalizada que ha perdido sus activos y pasivos a escala individual y familiar. En este sentido el impacto más grande para las mujeres ha sido la pérdida de las actividades laborales independientes asociadas a la agricultura, a la minería, a pequeñas actividades comerciales, o a la inclusión definitiva en las dinámicas económicas locales.
En los lugares de origen las mujeres realizaban actividades que variaban de acuerdo con las regiones de los asentamientos donde se realizaron los diagnósticos. En Quibdó, las mujeres se dedicaban principalmente al trabajo agrícola (36,9%), a la minería (18%), al cuidado de la casa (16,7%), al lavado de ropa, al comercio, a las ventas ambulantes y al trabajo público (3% respectivamente). El trabajo agrícola era realizado por lo general en territorios de la familia124. Después del desplazamiento, las actividades más realizadas en Quibdó son el cuidado de la casa (40,9%), trabajo doméstico (11,83%), oficios varios (10%), lavado de ropa (6,5%), y trabajo agrícola y minero (3%, respectivamente). 114
124 De acuerdo con los datos del Sistema de Identificación y Monitoreo de la Vulnerabilidad Alimentaria (SIMVA), en Quibdó, 81% de las personas que trabajaban antes del desplazamiento eran empleados por cuenta propia.
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En Tumaco, las ocupaciones más comunes de las mujeres eran trabajo agrícola (42,7%), ama de casa (26%), minería (5,2%), comerciante por cuenta propia, preparación de alimentos y ninguno (2,3%, respectivamente). Luego del desplazamiento, las actividades más realizadas por las mujeres son cuidado de la casa (32,4%), lavado de ropa (18,6%), ninguna (6,9%), preparación de alimentos, empleada doméstica y conchar (7,8% respectivamente). Este último oficio es realizado especialmente por mujeres y niños. Consiste en extraer conchas de las zonas de manglar que luego son vendidas a intermediarios o utilizadas para el consumo de la familia. En Cartagena, las profesiones u oficios más comunes antes del desplazamiento eran ama de casa (36%), trabajadora agrícola (25%), ninguno (16,65%), vendedora ambulante (13,19%), empleada doméstica (4,17%). Después del desplazamiento, las profesiones u oficios más realizados por las mujeres son ama de casa (43,59%), empleadas domésticas (19,66%), vendedoras ambulantes (18,80%), preparadoras de alimentos (5,13%). El trabajo agrícola tuvo una respuesta mínima (0,85%). Como se observa, las actividades iban desde labores agrícolas hasta dueñas o administradoras de sus propios negocios. Las condiciones resultaban distintas: eran propietarias de los medios de producción, eran parte de las relaciones económicas locales que permitían volver un factor de producción aquello que se cazaba, pescaba, recolectaba o cultivaba y tenían por ello un pequeño pero suficiente capital de respaldo y se accedía a mercados que no eran tan competidos. “Allá uno no se muere de hambre porque allá uno tiene la presa, se va a unos pozos que hacen y allá consiguió el pescado. Se va al monte y consigue animal de monte.” (Entrevista a mujeres Tumaco) Con los cambios de actividad se hace evidente la poca remuneración en dinero y los escasos bienes y servicios que se pueden adquirir. En Quibdó, los ingresos de los trabajos realizados por las mujeres no superan los 6.000 pesos diarios en promedio. Debido a la constante migración hacia la ciudad, ha sido dramática la disminución de la retribución por el pago de trabajos no calificados en esta ciudad a causa de la gran oferta de mano de obra barata. Hace unos años el sueldo por trabajos domésticos podía ascender a 220 mil pesos mensuales; en la actualidad este pago no supera los 80.000 pesos al mes. En Tumaco la situación es igual, sólo que se presentan actividades distintas de acuerdo con las condiciones ambientales de la región. Muchas de ellas no tienen acceso a empleo alguno, de no ser lavar ropa o recolectar conchas en los manglares cercanos. Estos trabajos, muy mal pagos, no son constantes y evidentemente no brindan ningún tipo de seguridad laboral. 115
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“Uno va a lavar una ropa y le pagan cuando quieren. No le dan el desayuno. No le pagan el sueldo que una persona se debe de ganar. Si está enferma le dicen váyase para su casa y no lave hoy, pero no le dicen tómese esta pastilla.” (Entrevista mujer adulta Tumaco) Es muy común que las mujeres dejen sus hogares por la mañana y recorran diferentes barrios de Tumaco en busca de alguna casa de familia, restaurante o cualquier local donde se necesite lavar o hacer aseo. El sueldo promedio de una mujer que lava todos los días es de 50.000 pesos mensuales. Las mujeres que recolectan conchas no viven en una situación mejor. Cien conchas, que es el trabajo de una recolectora experta en un día, se venden a 6.000 pesos en los muelles. La mayoría de las mujeres, por no decir todas, practican esta actividad en momentos de extrema necesidad de alimento. Las conchas son la fuente principal de proteínas de las familias y muchas veces el único alimento al final del día. Si bien los niños y algunos hombres también conchan, es una labor eminentemente femenina. Esta actividad que era propia de las mujeres antes del desplazamiento, pone en evidencia que la mayoría de los conocimientos de la población en situación de desplazamiento no tiene valor en la ciudad. Existen asociaciones que reúnen a varias familias de diferentes barrios, les suministran una lancha con motor para ir hasta los manglares y recolectar moluscos. Aquellas mujeres que no pueden ausentarse todo el día o que no pertenecen a la asociación porque no cuentan con contactos o recursos para ello (que son la mayoría), conchan solas o con sus hijos y lo hacen a pie o tienen que buscar y pagar alguna embarcación que las lleve a las zonas de recolección. Lo que antes era un espacio de uso colectivo se transforma en un espacio al cual ya no se accede de manera equitativa y, por ende, no se goza de la misma manera de sus beneficios, pues se debe negociar con la empresa privada u organizaciones sociales de entrada restringida. Este mismo fenómeno se observa en Cartagena con grupos de vendedores ambulantes organizados, que acaparan zonas turísticas enteras y excluyen a otros grupos y sectores de población de la ciudad, lo que sin duda también es conveniente para otros sectores económicos y sociales que encontraron en las luchas internas de las clases populares una forma eficaz y limpia de ejercer control social. El espacio público se convierte en un espacio al que se accede sólo si se cuenta con algunos requerimientos como son ingresos (para pagar membresías), redes sociales de apoyo (para recomendar el ingreso a estos grupos organizados) y tiempo libre de responsabilidades con la familia (para trabajar jornadas de diez o más horas), todos requerimientos que las mujeres en situación de desplazamiento no pueden cumplir. Aquellas actividades de las mujeres que no cuentan con horario ni paga constante (conchar, lavar ropa, preparar almuerzos caseros para la venta, por ejemplo), no son reconocidas por los hombres 116
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ni por las mismas mujeres como un trabajo real. Para la comunidad en general, a pesar de ser la actividad de la cual muchas familias obtienen algún ingreso o alimento, es una labor provisional, riesgosa, que se realiza porque toca, pero que no es deseada ni mucho menos respetada. Esto resulta grave, pues ni las mismas mujeres valoran los aportes que ellas realizan a la familia. Si bien es cierto que estos oficios se hacen por obligación y necesidad, no se debería desconocer el gran esfuerzo que realizan las mujeres para colaborar, ni los riesgos a los que se exponen al llevarlos a cabo. Aquellas mujeres que consiguen acceder a un trabajo más o menos estable lo hacen como trabajadoras domésticas internas en casas de familia, en las camaroneras o en las plantaciones de palma africana para el caso de Tumaco. Estas actividades sin embargo son nuevas para muchas de ellas y no cuentan con las destrezas y conocimientos necesarios para ser contratadas. Además, de acuerdo con las mujeres, es común que se deban pagar favores sexuales a los empleadores, tanto para acceder como para mantener un puesto de trabajo (en algunos casos para pagar deudas): “Lo primero que le dicen es venga tal día y primero nos tomamos unos traguitos, camine la invito al Morro, ahí sí funciona la cosa. Si uno no se sienta ahí no es nada porque es que esa vieja no sirve, esa vieja es desagradable, orgullosa, picada... porque no se acostó con el tipo”. (Entrevista mujer adultaTumaco) En la contratación laboral y en el trato en sus actividades laborales se desarrollan acciones violentas y discriminatorias. Las mujeres son agredidas sexual y psicológicamente de manera continua. En Tumaco y Cartagena las mujeres enfatizaron estas situaciones, debido en esta última a la discriminación abierta hacia todos los habitantes del barrio El Pozón. Las condiciones de trabajo son la principal queja de las mujeres con quienes se realizó el estudio. “El trabajo no es lo que cansa a las personas sino el modo en que los patrones tratan al trabajador” (Entrevista mujer adulta Cartagena). Para muchas de ellas, ciertos trabajos como lavar ropa o ser empleada doméstica son sinónimo de humillación y se prefiere trabajar vendiendo algún producto en la casa o el barrio, aunque sea menos rentable. Es común encontrar mujeres que se dedican a cuidar de la casa mientras venden sopa, cigarrillos o alguna fruta en la puerta de sus viviendas. “Le dije a la señora que no trabajaba más porque ella me ofendió, porque me dijo que la gente del Pozón eran muertos de hambre; esa palabra me dolió”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) 117
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“Yo me pongo a analizar que le pagan muy barato y le ponen mucho oficio. Entonces yo digo no, me pongo a trabajar sola y me mando yo misma... yo soy pobre pero no me gusta que me tengan más humillada que los demás.” (Entrevista mujer adulta Cartagena) Después del desplazamiento se verifica una mayor contratación laboral de las mujeres debido a que estas son consideradas mano de obra barata. Así, sin embargo, se manifiesta indirectamente la discriminación de la que son objeto y se abre la puerta para su ingreso a los sistemas económicos locales sin respetar, en muchos casos, las condiciones mínimas de seguridad social. El problema de los bajos niveles educativos encuentra una de las expresiones más drásticas en la búsqueda de empleo. Si bien algunas mujeres han recibido capacitación para acceder a nuevas posibilidades laborales en el ámbito urbano, no siempre se han realizado estos proyectos considerando los intereses de las mujeres en conjugación con las posibilidades de los mercados locales. “Porque como no hay trabajo para los hombres, la mujer tiene que trabajar. ¿Y cómo tiene que trabajar? Tiene que lavar y cocinar para otra persona. Aquí también por falta de estudio, también es otra parte que el estudio aquí también está como bien verraco y para los desplazados se les dificulta un poco más. Y como uno no es preparado y para trabajar botando la basura, uno tiene que ser bachiller como mínimo...” (Entrevista mujer adulta Tumaco).
Participación y organización de las mujeres: luchando por la equidad en el ámbito público
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on el evento del desplazamiento se ha verificado un aumento en la participación de las mujeres en organizaciones sociales en todos los asentamientos.
En Quibdó, 47% de toda la población participaba en alguna organización antes del desplazamiento. De ellos, la mujer adulta representaba 64%. La mayor participación de las familias era en consejos comunitarios (21%), seguido por los grupos de jóvenes (18%) y las juntas de Acción Comunal (14%). Luego del desplazamiento, 40% participa en alguna organización, y de ellos, el 63% son mujeres. Los consejos comunitarios representan sólo 10%, las juntas de Acción Comunal 17%, y los comités de mujeres 33%, los cuales hacen referencia a los grupos u organizaciones que desarrollan una actividad específica alrededor de la salud, los alimentos, lo cultural. 118
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En Cartagena, por el contrario, antes del desplazamiento la gran mayoría de las familias (85%) no participaba en organización social alguna. De 15% que sí lo hacía, 38% eran mujeres. Las principales formas de organización eran las asociaciones de padres de familia (24%), las juntas de Acción Comunal (19%) y los comités de mujeres, jóvenes y adultos mayores (9,5%). Después del desplazamiento 58.5% no participa de alguna organización, y del 41,5% que sí lo hace, 63% son mujeres. Las organizaciones de población en situación de desplazamiento con presencia en los sectores donde se realizó el estudio, representan 25,5% y 59%, respectivamente, de las organizaciones en las que participan las familias. Estas organizaciones tiene una participación femenina que asciende a más de 90%; de sus integrantes, 84% llevan vinculadas más de dos años. Al comparar la participación y organización de las mujeres se observan tres grados distintos en los procesos organizativos. Quibdó muestra ausencia de ellos en función de otras formas de organización que no privilegian el enfoque de género; Tumaco, procesos recientes y en proceso aún de consolidación, y Cartagena, procesos de mayor tiempo, de impacto regional y bastante sólidos. En el caso de Quibdó, es notable la ausencia de un discurso de enfoque diferencial de género en las mujeres, proceso que se ha manifestado como uno de los impactos del desplazamiento en otras zonas urbanas del país. Allí se desconocen sus derechos como mujeres, no se reconocen las vulnerabilidades propias de su género, ni las formas institucionales para ejercer ni exigir sus derechos. En Quibdó no había a la fecha de la elaboración de los diagnósticos organizaciones sociales de mujeres que reivindicaran los derechos como mujeres en situación de desplazamiento. En este escenario, la lucha por mantener la cohesión cultural y territorial es más fuerte, y no ha permitido que se construya un discurso y se promuevan acciones específicas para las mujeres como grupo poblacional particular. Inclusive en otros escenarios participativos de Quibdó son muy recientes las organizaciones de mujeres que se han conformado para reclamar sus derechos como grupo, y aunque lo han hecho con el acompañamiento de actores privados, aun así son muy débiles o insignificantes frente a las dinámicas de las organizaciones que reivindican derechos territoriales y étnicos. La participación social que pudieron haber tenido las mujeres antes del desplazamiento y la que tienen ahora en grupo de mujeres del comedor comunitario, juntas de Acción Comunal, o grupos de agentes comunitarios en salud, responde más al interés de atender una necesidad de la comunidad por medio de las capacidades asistenciales de las mujeres, que por una conciencia de que son sujetos de derechos y por el conocimiento de la especificidad de sus vulnerabilidades. Fue evidente, en buena parte de las mujeres, la incredulidad hacia formas de organización existentes como la acción comunal u organizaciones comunitarias. Esto explica en parte que no se respon119
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da a las convocatorias que se hacen para trabajos comunitarios, pues en algunos casos estos espacios han sido utilizados por líderes y políticos para su lucro individual y no han incidido en las comunidades. La privatización de los espacios públicos para intereses de líderes ha sido un efecto nocivo, producto de la redefinición de los actores que intervienen en el espacio público que ha obligado a delegar responsabilidades en representantes que tengan mayor capacidad de interlocución con el Estado o actores privados, a riesgo de que se pierdan los controles y mecanismos de información que dan sustento a la estructura democrática. Otras razones son las limitaciones de tiempo y la falta de interés por los procesos organizativos y participativos. Influye también la dificultad para identificar objetivos comunes en el nuevo entorno y tener que compartir los espacios políticos con otros grupos de la ciudad, y la prioridad que se le da a la satisfacción de necesidades básicas de las familias. En Tumaco, por el contrario, surgen y se consolidan grupos de organizaciones sociales. Los procesos de organización y participación de la población en situación de desplazamiento en los barrios han estado a cargo de las mujeres. Varios móviles suscitaron este proceso. Por una parte, la presencia de la Defensoría del Pueblo que promovió la conformación de grupos de mujeres en los barrios; por otra, la conciencia de que las ayudas de las instituciones del Estado y otras organizaciones se brindan con mayor facilidad a iniciativas organizativas y no a personas aisladas, y por último, debido a la necesidad de las mujeres desde su condición de madres de luchar por el bienestar de sus hijos y de ellas mismas: “La organización nace en la medida que uno aquí llegó sin que nadie lo atendiera como desplazado. Llegaron muchas mujeres cabeza de hogares solas, viudas y como nosotros no teníamos ningún apoyo de la Red, ni de la junta directiva del barrio, ni de ningún vecino, pues decidimos”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) Debido a la grave situación de las mujeres en el barrio, las organizaciones han enfatizado desde un enfoque diferencial de género aún precario, la lucha por la reivindicación de los derechos de la mujer junto con los de la población en situación de desplazamiento. Esto ha creado una cierta independencia de los hombres, que se han visto relegados de las formas organizativas de población desplazada existentes. “Porque a los hombres no les gusta nada de reuniones, no asisten a talleres, ellos nada. Entonces la asociación la conformamos por las mujeres. Usted llega a una reunión y lo primero que encuentra son puras mujeres”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) El papel de los hombres se encuentra en las juntas de Acción Comunal, donde la presencia masculina es mayoritaria. En estos espacios, sin embargo, también han comenzado a participar mujeres 120
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de las organizaciones de población desplazada, aunque no de manera masiva. Debido a las riñas que existen entre organizaciones y JAC, no se percibe por parte de las mujeres en situación de desplazamiento una voluntad de acceder decisivamente a las juntas de Acción Comunal, “porque los hombres en el barrio mío siempre a las mujeres nos han tenido relegadas, sea los de la junta directiva, los compañeros, y si yo venía y les decía mire pasa esto, ellos no se daban cuenta que teníamos que unirnos”. (Entrevista mujer adulta Tumaco). Un dato importante es que los grupos de mujeres, al momento de la realización de los diagnósticos, no contaban ni con un año de haber sido constituidos, razón por la cual el proceso organizativo era aún muy incipiente. Los grupos habían subsistido por la tenacidad de un par de dirigentes que asumieron la responsabilidad de las demás asociadas y habían cargado con el peso de todo el proceso, mientras no se observaba aún un verdadero ejercicio participativo en las demás mujeres. Para la mayoría de los miembros de estos grupos, la organización se entendía como el mecanismo necesario para acceder a las ayudas, pero no como una herramienta de reivindicación y realización de sus derechos. Esto se debe, en parte, a que el liderazgo en las organizaciones aún es muy representativo y poco participativo, razón por la cual la incidencia de los procesos de capacitación y de aprendizaje propios de un ejercicio democrático no llegan a las bases de la organización: “porque hay veces como que creen que la organización es mía. Porque yo me llamo, yo me mando y mi apellido es gobierno”. (Entrevista mujer adulta Tumaco). Los grupos de mujeres realizan actividades por la persistencia de sus representantes y no por un sentido colectivo. El grueso de las mujeres que está en las organizaciones no participaba activamente, no conocía la historia de las organizaciones ni los alcances de su participación en ellas. A esta situación, que se explica en parte en el reciente inicio y relativo desamparo de estos ejercicios, se suman los roces entre las mismas organizaciones. Las asociaciones no comparten actividades, de no ser por la presencia de actores externos que las agrupen y los lazos de comunicación parecen estar rotos. El papel predominante de las mujeres líderes parece ser nuevamente un factor clave en estos conflictos, que se deterioran por dificultades de comunicación que producen desinformación y rivalidad entre las organizaciones: “Ya la gente comienza a meter cizaña, a meter chismes, a meter cuentos” (Entrevista mujer adulta Tumaco). 121
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Los problemas entre mujeres por relaciones con hombres de varios hogares, e inclusive que ellas mismas en ocasiones no pudieran en su propio ambiente familiar realizar a plenitud aquello por lo que se abogaba en la organización, era también entendido por otras mujeres como un signo de debilidad del proceso organizativo. El acceso a las instituciones y la lucha por las ayudas es otro factor que produce que las organizaciones entre sí no realicen un trabajo mancomunado. El prestigio de tener vínculos con una u otra institución que redunda en beneficios para las afiliadas ha interrumpido acciones conjuntas. “Entonces ellas se pusieron a pelear entre ellas, a discutir, a tirarse al agua la una, a tirarse al agua la otra. Se iban, miren que yo tengo reunión con el fulano, no que usted no, porque yo dije tal cosa”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) La constitución de las organizaciones de población desplazada tiene en Tumaco por lo tanto efectos varios. Si bien promueven capacidades asociativas en las mujeres que inician la reivindicación de los derechos de la mujer y la población en situación de desplazamiento, también constituyen una barrera para la construcción de una verdadera comunidad en los barrios. Al parecer, la constitución de las organizaciones y las juntas de Acción Comunal propiciaron en gran medida la división de los dos sectores donde se realizó el diagnóstico. “La una hablaba para allá y la otra para acá. La de acá queriendo formar una sola organización… mas la de allá que había venido a invadir esos lotes decía que no, que quedaran dos Candamos. Ellas, las del lado de allá, fueron las que dividieron a Candamo I y Candamo II. Porque nosotros teníamos conocimiento que era un solo Candamo.” (Entrevista mujer adulta Tumaco) La incapacidad de las Juntas de Acción Comunal y de las organizaciones para plantearse objetivos conjuntos, identificar sus competencias y lograr coordinar sus acciones en beneficio de toda la comunidad, ha generado una clara división entre la población vulnerable y la población en situación de desplazamiento, que dificulta las iniciativas de desarrollo territorial en los barrios. Sin embargo, la mayor responsabilidad de este proceso de desarticulación y lucha en el ámbito público recae sobre la institucionalidad, que promocionó procesos organizativos desde un enfoque de género sin brindarles apoyo certero ni adecuado, dejando en manos de la misma población el aprendizaje y la negociación propia de los espacios políticos, lo que sin duda se consiguió, pero con un alto costo en el tejido social comunitario. De hecho, las acciones de las instituciones, tanto estatales como privadas, ha ocasionado que lo público sea entendido por las organizaciones de población en situación de desplazamiento y de 122
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población receptora, como el lugar de la lucha por recursos y atención diferencial. La incapacidad institucional para dar una respuesta adecuada e integral a los territorios, ha propiciado su disección espacial (barrios que se dividen en sectores que a su vez se dividen en manzanas o calles) o social (población de un territorio que se divide en población desplazada y vulnerable que a su vez se divide en géneros y edades), en función de realizar algún tipo de intervención en estos microterritorios. En este mismo proceso se favorecen y utilizan los mecanismos propios de la corrupción (favores personales o contraprestaciones electorales) en vez de actuar en el marco de la discusión y negociación de los intereses comunes a los territorios, entre una real sociedad civil y un Estado. En Cartagena, por su parte, se observó un proceso de más larga data, con apoyo estatal y privado, y mayores resultados en función de la exigencia del respeto y resarcimiento de los derechos vulnerados en las mujeres y la población en situación de desplazamiento en general. Sin embargo, existe un alto porcentaje de mujeres que no hace parte de ningún proceso organizativo, alrededor del tema del desplazamiento o de otro. Estas familias se encuentran esparcidas en los diferentes sectores donde se realizaron los diagnósticos y no mantienen vínculos entre ellas. La falta de participación de las mujeres tiene varias explicaciones, algunas de las cuales tienen que ver indirectamente con el fenómeno del desplazamiento. Es común encontrar dificultades para el trabajo asociativo debido a que no se cuenta con las capacidades ni experiencia para ello. La vida cotidiana de la mujer en el campo o lugares de origen no incluía el trabajo comunitario o su participación en empresas asociativas; eran actividades limitadas al ámbito familiar o individual, razón por la cual no se comprende el sentido de lo que es una organización ni mucho menos cómo participar en ella. Otro factor importante tiene que ver con que las mujeres se emplean y cumplen con las tareas de la casa, lo que las deja sin tiempo suficiente para involucrarse en procesos organizativos. Las mismas mujeres no se sienten preparadas para asumir ese tipo de labor. Muchas de ellas son analfabetas funcionales y consideran que no tienen las capacidades para hacer parte activa de una organización. De ahí la razón de algunos ejercicios más de representación que de verdadera participación en ellas: “Cuando nosotros hacemos reuniones aquí, todos decimos eso, que si no fuera por ella, ¿por qué?, porque es que aquí todos somos brutos, gente como nosotros que no entendemos las cosas, cómo nos vamos a entender con el alcalde, nosotros no entendemos de eso”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) Por último, el aislamiento y la poca relación entre las familias de los sectores impiden cualquier ejercicio colectivo, pues no se tiene la confianza ni la información para acercarse a los grupos que ya 123
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existen o cómo promover la formación de un nuevo espacio. Sin embargo, hay una voluntad de organizarse, aunque mediada por la entrega de ayudas. La experiencia les ha enseñando que quienes están asociados son objeto de mayores beneficios y algunas veces desconocen el proceso pedagógico que implica participar y organizarse. En Cartagena el papel de las organizaciones ha sido determinante para sus miembras, al generar cambios en la percepción tanto de la mujer como del desplazamiento mismo. El más claro de ellos es un propósito por el cual luchar, que le da sentido a la nueva vida: “Como personas nos hemos valorado y sabemos que somos una organización y que nosotras mismas somos esa organización y que tenemos algo por qué estar aquí y por eso nos mantenemos firmes y siguiendo adelante, y nos hemos relacionado con personas muy importantes, hemos recibido visitas internacionales y eso nos da como fuerza, de que la vida no se queda ahí, sino que sigue y tenemos un camino que caminar y cada día nos da una oportunidad más.” (Taller de mujeres Cartagena). El papel de las instituciones nacionales e internacionales ha sido importante en este proceso de reconstrucción de un objetivo común. “Ya no sólo somos desplazadas, sino desplazadas reconocidas”. (Taller de mujeres Cartagena) El conocimiento y la lucha por los derechos de la mujer también es uno de los impactos más evidentes de la participación de las mujeres. “Hacer valer los derechos que tiene cada persona no sólo por ser desplazada, yo digo que las mujeres anteriormente no las reconocían como mujeres, decían que las mujeres sólo servían para parir, así decían los abuelos y yo te digo que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos, porque un hombre puede ser médico y una mujer también puede, yo digo que tenemos los mismos derechos y los mismos deberes pero con diferente sexo.” (Taller de mujeres Cartagena) Este proceso va de la mano con una nueva conciencia de lo que significa ser desplazado y de qué se puede o no exigir al Estado desde la noción de ser sujeto de derechos y de la importancia del trabajo colectivo, aunque sea en un grupo reducido de ellas: 124
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“Que se haga justicia, reparación de todo el daño que se ha hecho a las familias desplazadas y por eso es que estamos unidas a las otras, porque una sola voz no la escuchan, a una sola mujer no la escuchan.” (Taller de mujeres Cartagena) Las mujeres como grupo poblacional se han integrado a todas las acciones de la comunidad, ya sea para funciones como cocinar en comedores comunitarios, vender productos en la calle o realizar turnos de vigilancia en el sector. Sin embargo, al igual que en Tumaco, las organizaciones también han creado microterritorios en función de la captación de ayudas de diferentes instituciones públicas y privadas, estrategia que ha resultado muy efectiva. Sin embargo, las relaciones con los demás sectores sociales (inclusive con otras familias en situación de desplazamiento) no eran buenas en virtud de la construcción de una identidad política como movimiento social125 en la que se restringieron las relaciones con los demás actores del territorio.
Algunas organizaciones 125 reivindican sus procesos en el marco de su situación de desplazamiento desde procesos de reubicación y atención difernciales de los que han sido objeto por inundaciones u otros evenos natuarles comunes en Cartagena (nuevo mito fundacional asociado a la destrucción y renacimiento). Por ello no permiten el ingreso en ellas a quien no haya sufrido el desplazamiento forzado, haya vivido en ese sector y haya sido víctima del evento natural que los obligó a iniciar de nuevo. Sólo si se adquiere algún vínculo familiar con alguno de los miembros originales se accede a sus beneficios. Este fenómeno es una muestra de la manera como se reconstruye tejido social y territorio a través de eventos dolorosos que se resignifican en los sentidos de la identidad colectiva.
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Impactos en los hombres “Nosotros más que valientes fuimos resistentes” Hombre adulto Quibdó
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arias premisas guían el estudio de los impactos del desplazamiento forzado en los hombres. Primero, que no hay un sentido único de masculinidad y feminidad, pero sí tendencias empíricamente observables que permiten hablar de modelos: “Lo femenino y lo masculino no constituyen verdades acabadas, los umbrales suelen ser sinuosos y equívocos; en verdad, las identidades de género son construcciones procesales, no pocas veces incoherentes e inconexas tanto como lo humano, o justo, porque son humanas (…) sin embargo, existen unas matrices o regularidades culturales, unos conjuntos de significaciones dominantes o hegemónicas signadas como femenino o masculino en las cuales resulta cómodo habitar”126.
126 Londoño Vélez, Argelia. Op. cit. 2000. p.73.
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Segundo, que los hombres por lo general no aparecen como un grupo poblacional usual en los estudios de impacto de desplazamiento. El hecho de que se haya reconocido en buena parte de la opinión pública y en las organizaciones privadas y estatales la mayor vulnerabilidad de las mujeres, ha subordinado los estudios sobre la masculinidad y ha olvidado por momentos que esta es producto de los sistemas sociales y culturales creados y transformados constantemente por hombres y mujeres. Con ello se tiende a reconocer que “el lente de género permite enfocar las cambiantes relaciones de poder entre hombres y mujeres, y las diferentes, y también cambiantes, representaciones de la identidad en ambos, en un contexto de violencia”127. La masculinidad y la feminidad son categorías relacionales que existen sólo en la relación del uno con el otro128.
Meertens, Donny. Op. 127 cit. 2000b. p. 37. Connell, R.W. 128 “Masculinidades”. Universidad Autónoma de México. 2003. p. 104. Gutmann, Matthew. 129 “Traficando con hombres. La antropología de la masculinidad”, en: Op. cit. Robledo, Ángela Inés; Puyana Villamizar, Yolanda (Comp.). p. 178. 2000. Hace referencia al concepto de masculinidad hegemónica (acuñado por R.W. Connell en su texto de “Masculinidades”. Universidad Autónoma de México 2003) que define a la masculinidad como aquella que ocupa la posición hegemónica en un moldeo dado de relaciones de género.
Tercero, que la masculinidad no es el estudio de todo aquello que hacen los hombres. No es tampoco aquello que no hacen las mujeres. Es, sin embargo, la práctica social y cultural que en virtud de la diferenciación de género, hacen los hombres y las mujeres en función de llegar a ser prototipos de hombres, modelos de lo que el sistema social y las lógicas culturales dictan debe ser un hombre. Por ello, la masculinidad se define por la relación entre hombres y mujeres. Está estrechamente relacionada con la identidad masculina, definida por aquellos elementos significativos en la distinción como hombre (de acuerdo con los otros actores sociales y sus propios modelos de hombre que le permiten identificarse) y la virilidad, que se define como aquello que hace (a los ojos de hombres y mujeres) que un hombre sea el prototipo de hombre; lo que lo hace más hombre que otro129. De hecho, como elemento central de la comprensión de la manera en que se dan los procesos de cambio cultural y las resistencias de los hombres y mujeres a ellos, se deben reconocer las relaciones intragénero, que obligan a la investigación de las formas de representación y manifestación de la identidad masculina y su virilidad. De ello se desprende como cuarta premisa, la aceptación de una diferenciación entre hombres y mujeres que parte de un reconocimiento de las diferencias biológicas que tienen un correlato en las prácticas sociales y culturales que superan las distinciones eminentemente físicas, eso sí, no por razones inherentes a la especie sino debido a marcos históricos y territoriales determinados; por ello, la masculinidad y la feminidad no son categorías absolutas sino fluctuantes y contextualizadas. Con ello no se desconoce que puede haber prácticas propias de hombres y mujeres que poco o nada aportan a la distinción de géneros. Por todo lo anterior, aunque se presente de forma separada el capítulo dedicado a las mujeres, este muestra de manera especular la definición de la masculinidad en los cambios y resistencias del sistema patriarcal. La disociación del análisis de los impactos en hombres y mujeres responde al interés explícito de evidenciar los efectos y testimonios de cada uno de los géneros aunque los procesos sociales y lógicas culturales que les dan vida sean los mismos. Perdonarán los lectores la reiteración de 127
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argumentos en los análisis dedicados a hombres y mujeres, aunque se recomienda la lectura de ambos capítulos para una completa comprensión de las argumentaciones.
Redefinición de la masculinidad: cuerpo e identidad de género
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l cuerpo y la identidad son categorías que están fuertemente atravesadas por los mandatos tradicionales que concentran la masculinidad en la fortaleza o habilidad física y la actividad sexual, aspectos que, a su vez, están asociados a la realización permanente de una actividad laboral, a la competencia con otros hombres por el beneplácito de las mujeres, y a la práctica de algún deporte o actividad eminentemente física. De esta manera, los elementos significativos de la identidad masculina y la expresión de la virilidad son la paternidad, la iniciación laboral y las relaciones sexuales130. Asociados a ellos se encuentran el riesgo y responsabilidad131 como sentidos propios de las actividades de los hombres. Todos estos elementos se trasladan a la vida que se inicia después del desplazamiento, aunque no todos se pueden poner en práctica de la misma forma que en los lugares de origen.
Los hombres con quienes se trabajó en los diagnósticos de caso manifestaron que en el nuevo entorno sienten un cuerpo más débil: “Me siento más débil, ya no puedo hacer deporte, yo siento que mi físico ha cambiado”, (Entrevista hombre adulto Tumaco), sensación relacionada con la falta de alimentación, las tensiones anímicas y el detrimento de las condiciones materiales, que les impide mostrar sus capacidades físicas. Es determinante en este sentimiento que las ocupaciones derivadas del trabajo agrícola se transforman en tiempo inerte en la ciudad donde se pasa mucho tiempo estático. Los hombres consideran que la fuerza, la habilidad física y el espíritu de andariegos, son los principales elementos para demostrar la masculinidad y aquello que hace que una mujer se acerque a ellos, elementos en los que han visto un evidente detrimento después del desplazamiento. El cuerpo manifiesta no sólo el detrimento de su capacidad física y fuerza de trabajo sino el deterioro de su calidad de vida. Con el desplazamiento y la llegada a la ciudad los hombres sienten un cuerpo disminuido, afectado por enfermedades, malas condiciones de nutrición, el trabajo constante y la exposición permanente a los cambios del clima y del ambiente: “Por lo menos cuando yo vivía en el campo, me sentía allá como mejor, allá yo estaba gordo… acá yo me siento como así desvalido… por el sueldo que no me recompensa para comprarme unas vitaminas, a veces yo voy con la carretilla y no me he caído 128
130 Gómez Alcaraz, Fredy Hernán. “Las masculinidades y los varones. Construcciones históricas diversas”. En: “Foro Memorias: Masculinidades en Colombia. Reflexiones y perspectivas”, AVSC Internacional-Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP)-Programa Género Mujer y Desarrollo, Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia-Consejería Presidencial para la Política Social. Política Haz Paz. Bogotá. p. 31. 2000. Ver también: Viveros, Mara, Op. cit. p. 155. 2002. 131 Ibíd. p. 33.
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porque voy agarrado a la carretilla. Yo a veces le digo a la esposa mía –me dio como un mareo. Eso es debilidad”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) A pesar de que ha aumentado en los hombres el acceso a la salud en relación con los lugares de origen, son el grupo que menos acude a este servicio debido a los costos que implica la visita al médico (transporte, medicamentos, trámites), el tiempo que requiere la solicitud de una consulta y la pérdida de credibilidad en los servicios que prestan los centros médicos. Consideran que el tiempo y el dinero invertidos en una atención médica podrían estar requiriéndose en otras necesidades de mayor urgencia, como la alimentación y por tal razón la atención de la enfermedad pasa a otro orden de prioridad. Ellos además permanecen más tiempo por fuera de la ciudad, en un lugar de vulnerabilidad alto en relación con las mujeres, que han conseguido un mínimo trato preferencial en la atención en salud. “Yo tengo más de dos meses de estar con ardor en el estómago, ella me dice que eso es gastritis, que coma esto, que tome esto otro, pero si no tenemos para la comida qué voy a comprar remedios para el estómago, si yo tengo plata qué voy a estar yendo a un médico, yo sé que es por eso, porque a veces nos pasamos un día que no comemos y eso nos afecta”. (Entrevista a hombre adulto Cartagena) El proceso de construcción de identidad está también mediado por la pertenencia a una etnia, el origen de clase y la experiencia generacional. En el caso de los hombres que intervienieron en de los diagnósticos participativos, priman las relaciones que se construyen en el trabajo y lo que este representa: capacidad de sostenimiento de la familia, independencia, autonomía y gobernabilidad del mundo exterior, valores inculcados en ellos desde niños: “Mi niñez fue muy dura, mientras estudiaba tuve que trabajar para ayudar en mi casa. Yo comencé a trabajar desde los 9 años. Mi papá cuando no había clase me llevaba por el monte a rozar con un machete de esos que se parten, yo le hice una cacha de palo”. (Entrevista hombre adulto Quibdó) “Allá desde pequeño lo meten a uno a trabajar, desde los 10 años lo llevan al monte a cortar leñita, a las colinas. Eso lo hacen los hombres, niños y jóvenes, las mujeres se mantienen en la casa arreglándolo y jabonando y cocinando.” (Entrevista hombre adulto Quibdó) Los hombres han asumido culturalmente la responsabilidad de brindar el sustento material del hogar. Con el desplazamiento se ha disminuido notoriamente este papel y con él la jerarquía y reconocimiento social en los espacios familiares y públicos: 129
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“A mí que me hayan aumentado las responsabilidades no es el caso, sino la forma en que se ha hecho eso; por ejemplo, la niña que acaba de nacer es una bendición para mí tenerla, pero es difícil cuando no tengo para darle lo que ella necesita. Tener la responsabilidad no es problema, el problema es cumplir con esa responsabilidad, porque a veces me queda muy difícil.” (Entrevista hombre adulto Cartagena) El desempleo después del desplazamiento produce una grave afectación en la masculinidad. Dedicarse a actividades de rebusque, ver disminuida su capacidad para sostener a la familia o parientes y no ser reconocidos por su pares, es un duro golpe a la dignidad de los hombres. La independencia y autonomía garantizada por el trabajo desempeñado en el campo antes del desplazamiento, se pierde en el nuevo medio y hace que los hombres manifiesten sentimientos de desesperación al no poder satisfacer las expectativas sociales construidas sobre ellos como varones. El desplazamiento impacta
de esta forma en su rol como principales proveedores económicos de la familia, elemento identitario central de la masculinidad132, puesto que la valoración que hacen “los otros” y los hombres de sí mismos, está relacionada con el cumplimiento de su función productiva, que les permite reafirmar su virilidad y obtener reconocimiento y estatus social. En este mismo sentido, les resulta muy difícil aceptar cuando las mujeres consiguen más fácilmente trabajo en la ciudad y se convierten progresivamente en responsables económicas del hogar. “Yo digo que ellos se achantan porque es muy difícil buscar el trabajo. Para la mujer es más fácil que le den un día de batea en cualquier lado… ¿tú sabes lo que es para un hombre que cultivaba miles de hectáreas reducirse a vender un tinto?, eso le avergüenza su ego, ellos se achantan mucho por la situación que viven en Cartagena.” (Taller de mujeres Cartagena) La posesión sobre la tierra era el valor más preciado para el hombre en su territorio, y de la mano de esta, su trabajo como agricultor, minero, pescador, leñador o trabajador de la madera. La
carencia de la tierra genera en los hombres sentimientos de minusvalía, desprotección, desconfianza, angustia e incertidumbre frente a la continuidad de la propia vida, sentimientos desencadenados por la ruptura de su papel tradicional de protectores y jefes del hogar. Las actividades productivas eran antes del desplazamiento el eje de lo que significaba ser hombre y desde donde se establecían las pautas para relacionarse con los demás. Dado que el escenario urbano ofrece muy pocas posibilidades para que los hombres continúen con sus actividades laborales tradicionales, muchos de ellos se ven obligados a regresar a sus 130
132 El análisis se sustenta en los planteamientos desarrollados por Eleonor Faur, quien define la masculinidad a partir de las relaciones de género, como una construcción cultural que se reproduce socialmente a lo largo de toda la vida, en escenarios privados (vida familiar) y públicos (organizaciones y comunidad) en los cuales se moldean modos de habitar el cuerpo, de sentir, de pensar y de actuar el género. Tomado de Faur, Eleonor, “Masculinidades y desarrollo social: las relaciones de género desde la perspectiva de los hombres”. Arango Editores. Bogotá. 2004.
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lugares de origen o a otras zonas rurales por períodos que oscilan entre días y semanas para trabajar en minas o cultivos y conseguir recursos para la familia. La frecuente movilidad de la ciudad hacia las zonas rurales o a sus sitios de origen, regiones en las que el conflicto no ha disminuido, representa un riesgo permanente para la vida e integridad de los hombres. El territorio se re-significa en consecuencia, en el caso de los hombres, en lo rural y en lo urbano, como lugares que corresponden respectivamente a la ubicación de su trabajo y de la familia, división nueva en relación con la unidad territorial de antes del desplazamiento. Sin embargo, se mantienen otros sentidos propios de la masculinidad: el riesgo y la responsabilidad. Se asumió de hecho, en virtud de tal dotación cualitativa (ser capaces de vivir en riesgo y asumir mayores responsabilidades), la violencia en los lugares de origen, y soportan aún hoy la violencia y la discriminación que viven en la ciudad o en los lugares de trabajo fuera de ella después del desplazamiento. Con ello sienten, además, como ya se ha dicho, la responsabilidad de mantener a la familia (obtener bienes materiales y recursos para protegerlos en el nuevo medio).
El desprendimiento del territorio es así un rompimiento violento con aquellos vínculos sociales que generaban en los lugares de origen la sensación de estabilidad y calma, pero también el mantenimiento de su estatus como resistentes frente a las adversidades (por lo menos idealmente): “Nosotros más que valientes fuimos resistentes” (Entrevista hombre adulto Quibdó).
Los hombres son, además, el grupo poblacional para el cual es más difícil reconocer la situación de desplazamiento, especialmente en los espacios públicos. “… es que ser desplazado es como ir atrás y atrás y yo no soy así, yo soy como penoso para eso… a mí me han dicho que vaya a la Red, que a los desplazados les dan cosas buenas. Una vez yo fui y había un poco de gente y a yo no me gustan los entrapos, uno tiene que rogar para que lo dejen entrar, los tratan mal y yo dije no, yo me voy y yo por eso no participo, no me gusta andar atrás. Y estoy necesitando, en realidad sí necesito, pero no me nace andar detrás de la gente para andar pidiendo, porque para eso se necesita tiempo y entonces si yo salgo allá, entonces mis hijos qué comen”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) Inclusive, para muchos recurrir a la institucionalidad o a otro tipo de redes sociales de apoyo, es la última opción ante situaciones extremas de hambre, alojamiento o vestido: 131
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“Esa era una de las cosas que me motivaban a no declarar, porque yo veía que a la gente desplazada la tenían a un lado, la tenían al margen, yo no quiero que a mi familia le digan ofensas, aunque haya sido verdad que nos hayan sacado a la fuerza”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) Esta negación cotidiana de la situación de desplazamiento tiene que ver con una fuerte tendencia a no mostrar debilidad o necesidad frente a otras familias del barrio con las cuales se supone se mantienen relaciones donde es prioritario el prestigio y honor de la familia que se preside. Esta es otra de las características propias del sistema patriarcal que adjudica a los varones de la familia la responsabilidad de ser guardianes del honor y de la moral de su familia y sus miembros, en particular de las mujeres que están a su cargo133. En este mismo esquema se ubican las acciones de los grupos armados para provocar el desplazamiento forzado. Los hombres adultos y jóvenes han sido las principales víctimas de los hechos violentos cometidos por los actores armados en conflicto, pues al atacar las figuras masculinas se mina la columna vertebral de los núcleos familiares. Las agresiones hacia las mujeres, como ya se anotó, tienden en la mayoría de los casos precisamente a golpear el honor de los hombres y a afectarlos anímica y socialmente. Con el fin de protegerse, los hombres se han visto obligados en muchas ocasiones a separarse de sus familias, con la esperanza de reencontrarse con ellas en el nuevo lugar o abandonar el territorio en momentos distintos de los de otros miembros de la familia para no ponerla en riesgo. Es común encontrar familias que aún no saben el paradero de sus esposos, hijos o hermanos. La salida intempestiva ha generado en muchos hombres sentimientos de impotencia y culpabilidad, por no haber podido evitar el desplazamiento o las muertes de sus parientes, incumpliendo así con su responsabilidad culturalmente asignada de proteger a la familia. Se sienten en muchos casos culpables por haber sido los receptores de las amenazas o por no haber podido resistir mayor tiempo en los lugares de origen. El sentimiento de culpa es propio de los hombres en situación de
desplazamiento, sensación que los acompaña constantemente, los mantiene atados al pasado y los inmoviliza para actuar en el presente. Se suman a esta situación el dolor y la tristeza causados por las pérdidas de familiares y amigos, duelos sin elaborar, imágenes de los hechos violentos o preocupación por los familiares. La afectación en la dignidad está fuertemente marcada por la pérdida de su trabajo y la imposibilidad de garantizar la alimentación y la vivienda, dos de los aspectos que más preocupan al hombre en el desmejoramiento de su familia: 132
133 Gutiérrez de Pineda, Virginia; Vila de Pineda, Patricia. “Honor, familia y sociedad en la estructura patriarcal. El caso de Santander”. Universidad Nacional de Colombia. 1992.
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“Yo acá me siento mal, me siento responsable de sostener el hogar, y quiero, pero es difícil y siempre le pido a mi Dios que me dé fuerza hasta que mis hijos puedan trabajar, si después de eso no me necesitan, pues ya.” (Entrevista hombre adulto Cartagena) Así mismo, la dignidad se ve afectada por el sometimiento para muchos de ellos a situaciones hasta ahora desconocidas, como mendigar, pedir o realizar grandes esfuerzos fallidos para llevar el alimento a la familia: “Lo más duro ha sido pedir; yo no sé, a mí me da como pena, yo he trabajado, si yo estuviera inhábil o mocho, pero teniendo las dos piernas y mis dos brazos por qué no he podido trabajar”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) La imposibilidad de cambiar esta nueva situación que vive su familia ha afectado su salud emocional, expresada en una permanente angustia e incertidumbre, en sentimientos de minusvalía, desprotección, desconfianza de sí mismo y momentos de depresión: “Mi ánimo ha cambiado bastante, y sobre todo hay veces que las cosas se complican mucho; por ejemplo, hace dos semanas estábamos comiendo una comida al día, y una comida que se hacía con dos mil o tres mil pesos. Usted se puede imaginar qué clase de comida se puede hacer; prácticamente como decimos nosotros un parapeto, y yo me desespero mucho porque pienso que las cosas no van a cambiar, yo me desesperé bastante y sentía que iba a estallar.” (Entrevista hombre adulto Cartagena) Los mecanismos de expresión y enfrentamiento de esta nueva realidad anímica son escasos o inexistentes en los hombres. La recurrencia al consumo de alcohol parece haber aumentado en este sentido, pues es legítimo demostrar debilidad bajo su efecto y en compañía de otros hombres: “Hay hombres que no tomaban y de pronto cuando vienen acá, de pronto se les da es por tomar por lo que sufrieron y lloran. Entonces de pronto ellos piensan que en el alcohol se desahogan así”. (Taller de mujeres Cartagena)
La evasión y el sufrimiento silencioso del dolor son las estrategias generalizadas por medio de las cuales se busca liberar el malestar, originando comportamientos de aislamiento o agresión. Aunque difícilmente lo expresen en público, la represión e incapacidad para lidiar con las depresiones agudas, sentimientos de angustia, minusvalía, impotencia, desprotección o sensación de vulnerabilidad originados por la situación actual, generan un constante malestar en los hombres. 133
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Para los hombres, las expresiones o manifestaciones de afecto están culturalmente restringidas en virtud de los roles sociales que les han sido asignados y al mantenimiento de su honor como capaces de soportar el dolor más intenso sin inmutarse. Esto se refleja también en la poca o nula expresividad de afecto físico hacia sus hijos. El blindaje emocional y la autonomía mayor en relación con las mujeres, el poder físico y la asunción de responsabilidades, como ya se había dicho, son parte constitutiva de los sentidos de ser hombre134 que el desplazamiento pone a prueba. Estos roles, de hecho, como se ha venido demostrando desde el capítulo anterior dedicado a las mujeres, se mantiene después del desplazamiento en las mujeres, que alientan formas tradicionales de construcción de masculinidad y virilidad en función de la satisfacción de necesidades propias del nuevo medio. Así, es común oír a las mujeres hablar de hombres que son incapaces, débiles o “poco hombres” porque se descomponen anímicamente, no son capaces de mantenerlas a ellas y a sus familias, o ya no mantienen el honor de la familia al ver minada su capacidad de defenderla de agresiones o humillaciones. “Ellos se sienten desilusionados por todo lo que perdieron… claro que ellos tienen más dificultades para hablar que las mujeres, porque siempre han sido muy machistas, entonces eso como que es un complique y eso los va llenando de ese odio y a ellos también les dan ganas de llorar de tristeza, pero ellos sienten ese temor de que a su compañera o a su amigo se le dé por burlarse de él, Entonces ellos se cohíben de hablar y se sienten desilusionados.” (Taller con mujeres Tumaco) El desplazamiento ha generado desmotivación y desilusión ante la construcción de nuevos proyectos de vida individual y familiar. De acuerdo con lo manifestado por las mujeres, han perdido el deseo y el interés de adelantar proyectos de cara al futuro por temor a perder o a tener que abandonar nuevamente sus pertenencias y afectos. El plan inmediato para los hombres es conseguir un trabajo que les permita obtener el alimento del día, pero se muestran en la gran mayoría de los casos incapaces de lograrlo. Constituyen en consecuencia, el grupo más reticente a las nuevas condiciones familiares y sociales a las que se enfrentan. “Ellos se ponen a pensar en todo lo que tenían y en todo lo que perdieron y eso como que es lo que les baja la moral y les dan ganas como de no hacer nada más y de no esforzarse por nada… ellos tienen ese temor que después de haber organizado, luchado y haber construido una vivienda, haber labrado un futuro para sus hijos y que venga otro a quitárselo, ahí es cuando ellos dicen, para qué voy a estar consiguiendo, para qué voy a estar luchando si a mí me lo van a quitar todo”. (Taller con mujeres Cartagena) “… yo me la paso pensando qué debo hacer si no tengo ni un peso y no hay nada de comida y con la responsabilidad que uno tiene con estas personas; eso es duro, yo lo 134
134 Faur, Eleonor. Op. cit. 2004. p.127.
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pienso y lo pienso y eso es lo que me tiene flaquito y enfermo, hasta los pantalones me quedan grandes. Usted nunca me escucha hablando sino pensando eso es lo que me está perjudicando, la pensada mentalmente, en veces me levanto porque la pensadera no me deja dormir, son las cuatro de la mañana y no he pegado el ojo”. (Entrevista hombre adulto Tumaco) Como resultado, el desplazamiento forzado propicia un lento proceso de reconstrucción de lo masculino en los lugares de llegada, que genera la mayoría de los impactos en este grupo poblacional al alterar por completo las formas de habitar de individuos y colectividades en los escenarios públicos y privados. A continuación se observará este proceso explícitamente en el ámbito familiar.
Roles familiares masculinos en recomposición
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omo se ha mencionado, con el desplazamiento se ha propiciado una modificación en los roles de hombres y mujeres; no un intercambio sino una disposición distinta de ellos. El cambio más significativo se verifica en el de proveedor económico, sobre el que descansa parte de la imagen de autoridad y liderazgo al interior de la familia, que es ahora compartido por los hombres con las mujeres y los hijos adolescentes. La pérdida de poder y protagonismo entre su grupo familiar produce sentimientos de tristeza, impotencia, desesperación y agresión en la mayoría de los hombres.
Si bien en los lugares de origen un buen número de mujeres realizaba actividades laborales, estas se ejecutaban con ellos, en empresas familiares, o estaban supeditadas al beneplácito de esposos o compañeros, y por ello, nunca pusieron en riesgo el poder que los hombres tenían en la familia. Con el desplazamiento, el cambio se opera no tanto en la capacidad de generar recursos en las mujeres como en la emancipación de sus actividades laborales de sus esposos o compañeros, que se traduce en capacidad de decidir en quién o en qué gastar los ingresos ganados, y en algunos casos sostener económicamente a la familia (lo que incluye a los hombres). Por esta razón, las mujeres pasan de ejercer un cargo subordinado de administradoras de los dineros propios y de otros bajo la supervisión de una figura masculina, a una clara independencia fundada en la incapacidad de los hombres para generar recursos económicos suficientes, y se asume el papel protagónico ante actores sociales propios del nuevo medio, como organizaciones privadas y estatales que privilegian el trabajo con mujeres. 135
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En los barrios de Quibdó, Tumaco y Cartagena los hombres antes del desplazamiento eran los encargados de proveer económicamente a la familia (en Quibdó 33,1%, en Tumaco 34,7% y 38,6% en Cartagena), administrar el dinero (26,6% en Quibdó, 26,7% en Tumaco y 29,4% en Cartagena), comprar alimentos y vestidos (18,5% en Quibdó, 18,7% en Tumaco y 20.02% en Cartagena) y muy pocos de asistir a las reuniones de la escuela (7,2% en Quibdó, 5,3% en Tumaco y 10,7% en Cartagena) o cuidar los hijos (3,2% en Quibdó, 5,3% en Tumaco y 3,1% en Cartagena). En la actualidad, ha disminuido su rol como proveedores (29,2% en Tumaco y 24,2% en Cartagena), administradores del dinero (21,9% en Tumaco y 23,5% en Cartagena), se mantienen como los encargados de comprar alimentos y ropa (16,8% en Tumaco y 24,2% en Cartagena) y ha aumentado sólo un poco el cuidado de los hijos y la asistencia a reuniones de la escuela (8,8% y 6,6% en Tumaco, respectivamente, y 10,7% en los dos roles en Cartagena). En Quibdó no disminuyó la responsabilidad frente al hogar (32,1%) pero sí la administración del dinero (19,7%); se mantuvo la compra de alimento y vestuario (18,9%), aumentó levemente al cuidado de los hijos (6,5%) y disminuyó aún más la asistencia a reuniones de la escuela (5,8%). Aunque en la práctica el reparto de tareas no se ha modificado radicalmente, la trastocación de los roles sí ha incitado la reflexión frente a las obligaciones del hombre en el hogar, especialmente con relación al cuidado de los hijos. Sin embargo, para la gran mayoría de ellos, las tareas domésticas aún corresponden naturalmente a las mujeres, y cuando participan en ellas lo entienden como un apoyo esporádico y no como una responsabilidad propia de su género: “A mí a veces me toca también ayudarle a atender a los hijos porque a veces a ella le dicen, ven para que planches acá, entonces a mí me toca cuidarlos”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) Se evidencia en la mayoría, sin embargo, una fuerte resistencia a participar de actividades tradicionalmente femeninas. “Ahora ellos le colaboran a uno menos en la casa, por lo menos en mi casa ahora se volvió muy vago, ahora le dicen a uno: usted se va a trabajar, acuérdese de la casa, acuérdese de los hijos, acuérdese que tengo que comer y que tiene que tener el pantalón limpio, yo no lo puedo hacer ahorita porque yo también trabajo, acuérdese que yo soy hombre”. (Taller con mujeres Tumaco) A pesar de que la mujer ha escalado en la jerarquía doméstica y social, los hombres aún son considerados como las figuras de autoridad en la familia debido a una generalizada subvaloración de las 136
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capacidades de la mujer y a la tradicional institucionalización de las figuras masculinas como protectoras y proveedoras, estrategia que como se vio, es operada ciertas circunstancias por las propias mujeres. “El hombre debe dar buen ejemplo, ser responsable, traer la alimentación y los servicios. Un buen hombre tiene que ser el que se porte bien y trabaje para la familia y que ponga la cara cuando la tiene que poner (…) Yo estoy aquí para proteger a mi familia, para darles lo que ellos necesiten y mi esposa es mi ayuda; ella me ayuda en todo, en el hogar, con los niños, inclusive ella me ha salido tan buena, digámoslo de esa manera, que ella hasta en lo que no debe ayudarme me ayuda.” (Entrevista hombre adulto Cartagena) Aunque existe un mayor liderazgo de las mujeres en el ejercicio de la autoridad en relación con la vida de antes del desplazamiento, en la toma de decisiones se sigue imponiendo en muchos casos la voluntad de los hombres, aunque con evidentes conflictos con las mujeres y jóvenes: “¡Aquí soy yo el jefe de la casa, a ellos los mando yo, a la mujer y a los hijos, eso es así!… El papel de la mujer es obedecer al marido, respetarlo y compartir sus ideas.” (Entrevista hombre adulto Tumaco). La presencia de las organizaciones de mujeres ha sido un factor decisivo en los conflictos entre hombres y mujeres al interior de la familia. De acuerdo con los hombres, es un espacio donde se reúnen a hablar las mujeres, poniendo en entredicho la vida privada de las parejas y permitiendo una mayor comunicación y asociación entre ellas. Esto, sin duda, ha roto en parte con el tradicional aislamiento al que eran sometidas las mujeres dentro de sus hogares, estrategia que mantenía el control del hombre sobre la mujer en los espacios públicos y privados. También son críticos los casos en donde las mujeres poseen un trabajo más estable y garantizan un mayor ingreso económico a la familia. La inseguridad de los hombres, nacida de la imposibilidad de expresar su masculinidad, es campo fértil para los celos y la desconfianza hacia aquellas mujeres que pasan demasiado tiempo en la calle, pues se cree que se prostituyen o están en busca de otro hombre “más hombre”. Se generan por ello fuertes tensiones al interior de la pareja por sentimientos de subvaloración, reclamación y acusación mutua. “Nos maltratan por celos porque como uno va a buscar trabajo, porque según ellos no pueden, entonces si uno se cambia para buscar trabajo, entonces nos maltratan porque piensan que uno va es a encontrarse con algún hombre (…) no quieren que uno mande”. (Taller con mujeres Cartagena) 137
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“Nos maltratan, ellos se vuelven malos, son más violentos, más agresivos (…) la agresión es porque cuando llegan no encuentran a dónde ir, no saben qué hacer. Entonces se estresan, se aburren, se ponen de mal genio y cuando uno les quiere decir algo le quieren es pegar y eso lo pone mal a uno y el hogar no marcha bien hasta que él no se cuadra y coge el rodaje de la ciudad y todo eso.” (Taller con mujeres Cartagena) Sin embargo, por ningún motivo se debe entender que el desempleo, el alcoholismo o el desespero son las causas únicas y exclusivas de la violencia intrafamiliar. Es también una manifestación de patrones de comportamiento socioculturales que van más allá de lo puramente personal. Otro aspecto que genera tensión en la pareja es el establecimiento de relaciones simultáneas que ahora se hacen evidentes, donde no se respeta el tradicional equilibrio entre los diferentes hogares, o no se pueden mantener alejados los hogares, debido a que residen en el mismo barrio o sector. En todo caso, se observó una creciente sanción social que denigra la infidelidad de los hombres y asocia la monogamia con el respeto hacia la mujer, desarrollada desde las diferentes iglesias, actores sociales de otros segmentos sociales y organizaciones privadas y estatales, y que comienza a ser interiorizada por mujeres y hombres: “Los hombres se han vuelto como descarados, porque tienen a las mujeres en la casa y las mujeres los vienen a buscar por aquí”. (Hombre adulto Cartagena). Con ello no necesariamente disminuyen las relaciones poligínicas, pero sí aumentan las formas de ocultación y engaño de esposos o compañeros. No se quiere dar a entender que todos los hombres son en potencia o en la práctica agresores. También se trabajó con hombres que no maltratan a sus mujeres y, por el contrario las motivan a continuar con sus actividades laborales y sociales. En ellos se percibió un claro agradecimiento y orgullo hacia las mujeres por el apoyo emocional y en las actividades económicas. En estos casos fue evidente el hecho de que las mujeres también se habían alejado de las estructuras del sistema patriarcal (de opuestos complementarios) en función de una más equitativa relación entre géneros, y por ello las exigencias tanto de hombres como mujeres hacia sus compañeros o esposos también habían transmutado y encontrado un relativo punto de equilibrio. En este nuevo escenario se
perfila a la mujer como un actor social y familiar con responsabilidades económicas y familiares, y al hombre aún responsable de la economía familiar pero asistido por las mujeres y con mayores responsabilidades en la crianza de los hijos en el hogar y en la escuela. Sin embargo, no se puede desconocer que estos casos 138
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son la minoría. De hecho, los hombres pertenecientes a estos hogares comentaron cómo han tenido que sobreponerse a las burlas y sanciones sociales de los amigos o vecinos, que ven en tales comportamientos signos de debilidad y poca hombría. Los hombres aceptan más fácilmente el trabajo femenino también por razones prácticas. Como se ha observado en otros estudios, el hombre ha generado la capacidad para ceder en relación con el hecho de que las mujeres trabajen y en expresar sus sentimientos debido a circunstancias límites que obligan a realizar cambios en las estructuras y dinámicas familiares para sobrevivir en casos como el del desplazamiento forzado. También se han facilitado los cambios familiares debido a que estos han sido propiciados por las mujeres mismas y en este sentido no son cambios sociales donde ellos tengan que intervenir activamente135. En relación con la familia extensa, el hombre ha asumido el encargo de mantener el vínculo entre aquellos que se quedaron en los lugares de origen y los que se encuentran en la ciudad: visita parientes (por lo general son los adultos mayores de la familia extensa, quienes se han resistido al desplazamiento), lleva mensajes o encomiendas y trae el alimento a la familia. Este papel le permite conservar su estatus como miembro encargado de dar apoyo a otros, como proveedor de alimentos y vestido, y en la reconstrucción de los tradicionales recorridos económicos que realizaba en función de la consecución de recursos y la constitución de varios hogares. En la relación de pareja sigue siendo muy común –como lo era antes del desplazamiento-encontrar casos en los que el hombre conforma más de un hogar. Generalmente, un hombre tiene relaciones afectivas con más de una mujer, costumbre aceptada socialmente y que es asumida con naturalidad y orgullo por los hombres como un signo de prestigio varonil136.
Ibíd. p. 119. 135 Consejo Comunitario 136 Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato –Acia- y Red de Solidaridad Social. “Medio Atrato territorio de vida”. p. 68, 2002.
Sin embargo, ha disminuido el número de hogares que puede conformar después del desplazamiento y se presenta una tipología variada de reconfiguración familiar. En algunos casos el hombre que se desplazó con un solo hogar, en la medida en que logra alguna estabilidad en la ciudad, busca trasladar a alguno de los otros que aún residen en la zona rural. En otros casos, cuando se desplaza un solo hogar y el otro permanece en el lugar de origen, el hombre decide mantener los vínculos con aquel con el que se desplazó. Sin embargo, lo más común es reconstruir uno o varios hogares en el lugar de llegada, proceso que les toma a los hombres bastante tiempo. Este es un fenómeno propio de la masculinidad tradicional que se adapta a los escenarios del desplazamiento forzado. Se evidencia que mientras el sostenimiento de los hogares en el lugar de antes era de alguna manera llevadero, con el desplazamiento y ante la dificultad para el hombre de encontrar 139
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un trabajo, los hogares son más vulnerables. En este intersticio se presenta la duplicación de roles para la mujer al tener que asumir la jefatura del hogar que es abandonado y suscita los problemas anímicos antes mencionados en el hombre. En relación con los hijos se observa que las relaciones entre hombres y mujeres no es conflictiva sino integrada (hay consenso entre los dos) o intercalada137 (cuando uno de los dos toma las decisiones y el otro las acepta). En este último caso, recae la autoridad ante los hijos por lo general en el padre, quien conserva el papel de autoridad en la familia, aun si este no tiene una presencia continua en el hogar. Esta es una manifestación del sistema tradicional usada por mujeres y hombres en relación con el trato hacia los hijos, que privilegia la autoridad ejercida con violencia sobre otras formas de autoridad. El castigo físico es la herramienta usualmente usada por los padres para ejercer control y autoridad con el fin de “fortalecerlos” y estimular sus conductas agresivas, tratamiento que se observa también en las mujeres138. Algunos hombres, en particular en los barrios de Cartagena donde en los lugares de origen no había tanta itinerancia masculina en función del trabajo, sienten que se han alejado de sus hijos: “En el pueblo hacíamos la agricultura juntos. Como uno todas las mañanas va para el campo y regresa por la tarde, entonces está uno junto con ellos. Yo me venía para la casa, me ponía a jugar con ellos, cualquier cosa, pero generalmente permanecía en la casa, o sea los niños siempre me veían, tanto que ahora yo cuando salgo así todo el día yo no los veo, pues cuando salgo eso es todo el día.” (Entrevista hombre adulto Cartagena) Sumada a los impedimentos laborales, es recurrente en los padres la sensación de que los hijos mayores ya no respetan la autoridad paterna debido a que los y las jóvenes normalmente se integran muy rápido a las dinámicas urbanas y obtienen mayor autonomía de la familia. Sienten que no pueden realizar parte de las responsabilidades de ser padres como lo es proteger a los hijos de los excesos de su juventud139. En concreto, se asiste a un cambio cultural en donde aún se están negociando los espacios para cada género, y se busca constantemente una redefinición de lo que significa ser hombre. Como resultado en algunos casos, a regañadientes por lo general, se cede parte del poder masculino hacia las mujeres; en la mayoría, se propicia el maltrato físico, verbal, psicológico y económico hacia la mujer. Algunos casos exitosos de transformación de la masculinidad en contextos populares140 muestran cómo son factores importantes de tal cambio positivo, que se realicen trabajos conjuntos con una disposición de responsabilidades que no atente contra ninguno de los dos géneros (por ejemplo, las 140
137 Acevedo Arango, Oscar Fernando; De Suremain, Marie Dominique. “La paternidad en busca de habla. Esquemas y representaciones sobre la paternidad en padres varones de sectores populares de la ciudad de Medellín”. En: “Foro memorias: masculinidades en Colombia. Reflexiones y perspectivas”. AVSC Internacional-Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP)-Programa Género Mujer y Desarrollo. Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia-Consejería Presidencial para la Política Social. Política Haz Paz. Bogotá. 2000. p. 95. 138 Viveros, Mara. Op. cit. 2002. p. 155. 139 Ibid. p. 154. 140 Pineda, Javier. “Masculinidad y desarrollo. El caso de los compañeros de las mujeres cabeza de hogar”. En: Op. cit. Robledo, Ángela Inés; Puyana Villamizar, Yolanda (Comp). 2000. p. 264.
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actividades de fuerza a cargo de los hombres y las más finas por las mujeres), la presencia de instituciones que ayuden a las mujeres en sus responsabilidades, la pertenencia a alguna organización o experiencia de trabajo previo, o educación que permita adaptarse más fácilmente a sistemas sociales nuevos, y (el más importante) el apoyo de la mujer en la reconstrucción del papel del hombre en la sociedad y viceversa. Estas condiciones dependen, sin embargo, no sólo de la voluntad de hombres y mujeres sino de condiciones materiales y sociales que hagan viables tales cambios, como la ausencia de sanciones sociales hacia quienes alteran la tradicional dotación cualitativa de los géneros, y un acceso mínimo suficiente a oportunidades de generación de ingresos. Es necesario, en función de una nueva masculinidad, también promover una nueva feminidad, camino este último ya andado que, sin embargo, muestra también que bajo vulnerabilidad económica, anímica y sanciones sociales vigentes, se refuerzan algunos dispositivos del sistema patriarcal que evidentemente también son aceptados por los hombres, aunque les genere tensión y los afecte anímicamente. Así, los hombres en función del mantenimiento de su honor y virilidad, sostienen estructuras sociales que al mismo tiempo los golpean anímicamente, los desarticulan de las actuales relaciones sociales y políticas, y los convierte en aquello que precisamente no quieren ser.
Impactos en el espacio público
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os espacios de socialización más significativos para los hombres adultos en el nuevo medio corresponden al barrio y a la ciudad.
La vivienda es importante sólo en la medida en que su construcción se conserva como una actividad eminentemente masculina. El aspecto que más preocupa a los hombres con relación a la vivienda es su evidente deficiencia en materiales y servicios. Esta tarea, que les corresponde tradicionalmente a ellos, les demanda buena parte de sus energías y esfuerzos económicos y continúa siendo una actividad significativa donde ponen en funcionamiento sus conocimientos y mantienen su papel de protectores familiares. Por esta razón encuentran en proyectos de autoconstrucción o mejoramientos de vivienda un lugar adecuado para su participación y se muestran dispuestos a recibir capacitación y a trabajar en pro de todos los hogares o de la infraestructura del barrio, lo que es una excepción, pues los hombres de manera general no se muestran interesados en otro tipo de actividades comunitarias. Para los hombres, el barrio es un escenario de movilización y socialización que para muchos no tiene equivalente a los espacios del lugar de antes. Es fundamentalmente una unidad espacial donde resulta posible hacer contactos para conseguir algún tipo de lazo de solidaridad o trabajo. 141
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“Ahora me he hecho conocer de muchas personas y eso aquí es muy duro para el trabajo, pero a través de mis amistades que ya me conocían, algunos de Bagadó y de acá, me iban entrevistando con sus amigos que ya vivían aquí y ya me fui relacionando, por ahora se me ha hecho un poco más fácil, pero recién bajé aquí como dos años, fue muy duro”. (Entrevista hombre adulto Quibdó) En los lugares de origen, el espacio habitado de los hombres era la vereda o corregimiento, donde se establecían relaciones alrededor del trabajo agrícola, el intercambio de alimentos o herramientas, y las celebraciones de las fiestas tradicionales. En el escenario de barrio, se presentan problemas serios de integración debido a su permanente ausencia y a la desconfianza hacia sus vecinos. Muchos sienten temor de ser señalados como desplazados y prefieren no hablar abiertamente de los hechos que causaron su desplazamiento. Los vínculos con otros se desdibujan y es difícil construir amistades mediadas por la solidaridad o los proyectos comunes. Sólo después de varios años de restablecimiento se observa la consolidación de relaciones sólidas con otros hombres a través del compadrazgo o el padrinazgo, que aún es la manera más eficiente y segura en la que se reconstruyen las redes sociales entre hombres. En el caso de Quibdó, los vínculos políticos alrededor de la defensa del territorio con otros hombres son particularmente importantes141. Los juegos de mesa (dominó o cartas), práctica exclusiva de los hombres y poco frecuente en el lugar de antes, son otro aglomerante masculino y mecanismo para atenuar los sentimientos de desesperación que les produce la crítica situación en la que vive la familia; son estos los nuevos escenarios de expresión de la virilidad. Alrededor de los escenarios deportivos y de los lugares de trabajo se construían los escenarios de homosocialidad, donde se hablaba y actuaba en función de competir por representar el ideal de hombre. Con el desplazamiento forzado han disminuido los lugares donde los hombres pueden demostrar su virilidad. Es significativa la importancia de los escenarios deportivos: “Las relaciones aquí son un poco más difíciles, aunque si se pertenece a un equipo de fútbol se tienen más oportunidades, hay más relaciones, lo mismo que allá, mientras que uno tenga el equipo de fútbol, uno se relaciona con los pueblos vecinos. Todos los sábados y los domingos se juega en un pueblo diferente, uno va rotando los pueblos, uno siempre está con sus peladas, luego los que uno visitó van a la casa de uno a visitarlo y en la noche hacen una rumba y al otro día, ya se devuelven a sus casas, todo es muy vacano”. (Entrevista hombre adulto Quibdó) Son importantes para los hombres lugares como las canchas de fútbol en Tumaco y los bares o billares en Cartagena. La calle es un espacio aún masculino pero que tiende a ser un espacio de lucha 142
141 La mayoría de hombres que participaron de las historias de vida, provienen del Medio Atrato, cuyas comunidades tienen una larga tradición organizativa en función de la defensa de los recursos naturales, la búsqueda del reconocimiento colectivo de la propiedad, la resistencia para mantener su cultura y su identidad como grupo étnico. La capacidad organizativa de sus comunidades y el papel central del hombre en ese proceso político es un factor decisivo en la intensidad del impacto sufrido al tener que abandonar sus tierras.
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entre diferentes sectores, clases y géneros; no es un espacio social exclusivo de los hombres. Allí pesa ahora más la identificación con un grupo social que con un determinado género. No basta ser hombre para gozar totalmente del espacio público, se debe pertenecer además a una cierta clase social. El desplazamiento como categoría social trae consigo la disminución de los beneficios que antes se disfrutaban en lo público, lo que afecta directamente el poder tradicional de los hombres. En ellos se percibe una autonomía y acceso mayor que en las mujeres, expresado en la posibilidad de salir a divertirse solos o con los amigos y jugar, tomar licor o realizar otro tipo de actividades. “A ellos los veo tomando trago y jugando dado o trabajando en el monte, claro que la mayor parte de los hombres cuando llegan acá se la pasan jugando, es que aquí los hombres tienen que ser berracos para no dejarse llevar por los vicios.” (Entrevista mujer adulta Tumaco) De hecho, parece retomarse la idea de un espacio público donde está permitida la violación moral asignada a su género, y lo privado como un refugio de los terrores de la ciudad y donde se idealiza a la familia142. Lo público como lo inmoral es propio de las mujeres, pues allí se corre el riesgo de perder la virtud (en este caso el respeto a las formas tradicionales de autoridad, de vestirse, de actuar, o actividades propias de la mujer según los principios morales del sistema patriarcal) mientras para el hombre apropiarse de él es un signo de su capacidad de subvertir la autoridad de la mujer y expresar su libertad frente a la familia. Las relaciones más fuertes son con otros hombres en situación de desplazamiento, ante quienes no sienten temor por ser discriminados. “Ellos sí como que se integran con los otros hombres porque prácticamente en el barrio donde vivimos, es la comunidad de los desplazados porque la mayoría somos desplazados, entonces como que entre ellos sí se entienden, entre ellos sí hay integración porque como que entre todos tienen ese mismo miedo, ese mismo complejo. Entonces ellos se buscan sus amigos, se ponen a jugar de todo y el tiempo lo ocupan jugando porque no consiguen más (…) ellos vuelven a querer estar jugando a toda hora”. (Taller con organizaciones Tumaco)
Sennett, Richard. “El 142 declive del hombre público”. Ediciones Península. Barcelona. 1978. p. 35.
Los hombres también perciben que en el nuevo lugar hay mayor exposición a situaciones conflictivas con los vecinos, debido a la obligada cercanía entre las viviendas, a la agresión verbal, a los rumores y a la desconfianza entre la población que llega y la receptora, por el temor en los primeros de sentirse rechazados y por el imaginario del desplazado como el “invasor” o aquel que “huye por algo”. Algunos hombres que llevan varios años en el nuevo lugar aún sienten temor de ser señalados y prefie143
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ren no evidenciar su condición de desplazamiento. La violencia del espacio privado se traslada al espacio público como el valor efectivo que media la relación entre los diferentes actores en el lugar de llegada. Sin embargo, los hombres son tanto víctimas como promotores de ella. Es determinante para el caso de los hombres, a diferencia de las mujeres, que la ciudad no es un lugar desconocido. Muchos de ellos pasaron alguna época de su juventud en ella, viajaban esporádicamente a vender los alimentos producidos en sus parcelas, y proveían o visitaban a parientes que vivían allí, de manera coherente con el mandato familiar que ve al hombre como el responsable de mantener las redes sociales en un territorio amplio. La ciudad era entonces un lugar deseado, símbolo de progreso y el lugar para enviar a los hijos a buscar una vida mejor. Con el desplazamiento forzado, sin embargo, se establece una nueva relación con ella al reconocerse que se está ahora en una situación de desigualdad y se deben generar nuevas alianzas o solidaridades en condiciones de vulnerabilidad. Los viejos amigos ya no son tales y se deben asumir las representaciones propias de la población en situación de desplazamiento que los excluyen de buena parte de las dinámicas sociales y económicas de las que antes hacían parte: “Antes de que todo esto pasara, mi papá me recomendaba mucho que me viniera para acá. Me dijo: -tú hablas inglés, en Cartagena te puedes desenvolver-. Pero yo no le hacía caso, yo le decía de pronto en un futuro yo lo hago, y yo pensaba sí de pronto yéndome allá los niños míos tienen la oportunidad de estudiar algo mejor, no terminar el bachillerato y quedarse ahí como nada, y entonces cuando me sucedió todo esto yo dije bueno, será irme para Cartagena, confiado que aquí iba a ubicarme rápido (…) yo visitaba Cartagena constantemente, paseaba por todos estos lugares, claro nunca por aquí, siempre por la zona turística, porque yo tenía mi buen trabajo, no me faltaba nada, nada”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) La ciudad es ahora también el lugar que les genera inseguridad y desconfianza, pues son fácilmente tildados de pertenecer a algún grupo armado. Se han presentado muertes selectivas y amenazas directas a hombres en situación de desplazamiento en Tumaco (no de los habitantes de los barrios), sucesos que han hecho que se frecuente el centro de la ciudad sólo cuando es estrictamente necesario, procurando no estar mucho tiempo en un mismo lugar. “…No me gusta andar por ahí caminando en el centro, sin rumbo por las calles, porque lo primero que dice la gente es que uno está pistiando para mandar razones a los otros que están en el monte; la gente aquí lo ve a uno con cara de mendigo y como uno es pecador lo acusan fácilmente de ser razonero de ellos…” (Entrevista hombre adulto Tumaco) 144
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Cartagena, en particular por su economía turística, pasa de ser un lugar cargado de connotaciones positivas, a ser un escenario que los rechaza y discrimina. En ella, más que en cualquier otro lugar, se ha hecho evidente que para acceder a las bondades de la ciudad hay que pagar un alto precio. Las áreas de mayor movilidad de los hombres son ahora el barrio, el Terminal de Transporte y la Plaza de Mercado de Bazurto (ubicada por la vía que sale a Barranquilla y que comunica El Pozón con la ciudad amurallada). El centro histórico y la zona turística rara vez son visitadas, en particular por los controles que la fuerza pública ejerce en ellos. Para los hombres es evidente la discriminación por ser habitantes de El Pozón y sienten cotidianamente el temor de ser objeto de algún acto de violencia, a causa de los grupos de vigilancia privada que rondan el barrio. “Yo aquí no salgo, no sé pero yo desde que andaba matando por ahí yo no salgo, yo me acuesto aquí a las siete de la noche y no salgo a caminar pa´ ninguna parte, para uno estar exponiéndose. Yo pensaba en la venida para acá porque la fama de El Pozón era que había gente mala, pero va a tocar. Entonces yo le dije a la mujer, vámonos que allá no vamos a pagar”. (Entrevista hombre adulto Cartagena) Fue muy importante en esta ciudad la presencia de iglesias cristianas en las que muchos hombres han encontrado ayuda material y emocional. Los hombres han construido un lazo de confianza con los miembros de la iglesia en tanto consideran que en ellos encontraron a las únicas personas que les brindaron un apoyo, “pues todas las iglesias tienen un fondo que ayuda al necesitado, la persona que llega necesitada, ellos ven, ellos miran si la persona necesita y ellos la ayudan, eso en todas las iglesias funciona.” (Entrevista hombre adulto Cartagena)
Impactos en las relaciones económicas
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omo se ha mencionado a lo largo del texto, uno de los aspectos más duramente afectado por el desplazamiento en los hombres es la pérdida del medio de trabajo, y la imposibilidad de encontrar en la ciudad una actividad que les permita seguir ejerciendo su rol de proveedores económicos del hogar.
Desligado de su medio, el hombre no encuentra ninguna posibilidad de ejercer su oficio tradicional ni de poner en práctica sus habilidades y destrezas. Por lo general, se dedica a trabajos esporádicos: 145
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construcción, ventas ambulantes u otro tipo de oficios ocasionales como barrer calles, cargar mercancía en la plaza de mercado, ayudar en los colectivos o trabajar temporalmente en actividades agrícolas. En los barrios de Quibdó, las actividades y oficios más comunes en los hombres eran el trabajo agrícola (53,6%) y la minería (19,5%). Después del desplazamiento son los oficios varios temporales como barrendero, peón, vendedor ambulante, cargador de mercancías (26,9%) o desempleado (21,3%); muy pocos aún se dedican a la agricultura (4,2%) o a la minería (8,51%). En Tumaco, la mayoría de los hombres antes del desplazamiento realizaba trabajos agrícolas (51,3%), seguido por raspar coca (9%), y otras actividades como ventas ambulantes, construcción u oficios varios (5%), respectivamente, y pescador, minero o panadero (2,5%). Después del desplazamiento se siguen ocupando como trabajadores agrícolas pero en mucha menor proporción (23,7%) en trabajo asalariado o en épocas de cosecha en las plantaciones de palma cercanas. También en oficios varios como barrer calles, cargar madera o lavar carros (22,5%), como constructores (10%) o vendedores ambulantes (62%). La ausencia de respuestas de raspado de coca (1,3%) responde a los problemas de seguridad de los barrios y de los lugares de trabajo. Sin embargo, de acuerdo con lo expresado en privado por varias personas de la comunidad y por algunos hombres, esta continúa siendo una de las formas de subsistencia más común. En Cartagena se observa un cambio drástico en los oficios. En sus lugares de origen, 64,6% de los hombres se dedicaban a las labores del campo como cultivo, recolección, venta de sus productos, cría de animales o limpieza de terrenos. Sólo 3,5% pudo continuar con este oficio, en la zona rural de Cartagena y ausentándose periódicamente de la familia. El porcentaje restante se dedica “al rebusque”, lo que significa trabajar como vendedor ambulante (45,3%) o prestando servicios esporádicos en albañilería, mecánica y plomería (7,6%) o cargando bultos en el mercado (5.3%). Que no realiza actividad laboral alguna, asegura un 22,4%. En Tumaco, con el cambio en las actividades se verifica una notable reducción del ingreso económico. Es particularmente sentido el cambio en aquellos hombres que trabajan como raspadores de coca, pues percibían ingresos diarios que oscilaban entre 20.000 y 50.000 pesos. Otros trabajos como limpiar lotes o drenajes, se pagaba a 20.000 pesos el día aproximadamente y la venta de los productos del cultivo podía llegar a significar un ingreso quincenal de hasta un millón de pesos. En la actualidad, el pago en las plantaciones de palma (trabajo temporal) varía entre 7.000 y 10.000 pesos diarios y por cualquiera de los otros oficios varios reciben entre 3.000 y 8.000 pesos día. En Cartagena la venta ambulante se convierte en la principal alternativa de generación de un ingreso económico, pues no están capacitados en los oficios que demanda la ciudad, no cuentan con 146
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todos los documentos de identidad (principalmente la libreta militar) y no conocen personas que los puedan recomendar. Inclusive, el mismo trabajo de venta ambulante no resulta ser siempre una opción viable, pues requiere capital inicial y en ciertos lugares de la ciudad no pueden trabajar, pues buena parte de los vendedores en el centro de Cartagena se han agrupado en asociaciones que no dan cabida a nuevos asociados. Por este motivo se ven obligados a trabajar en el mismo Pozón, donde la capacidad adquisitiva de sus pobladores es mucho menor y hay cientos de vendedores en circunstancias similares. En el nuevo medio, los hombres perciben en promedio entre 5.000 y 6.000 pesos diarios, ingreso que no es permanente y que muchas veces alcanza sólo para una comida al día o para invertir nuevamente en los productos para la venta. Por este motivo, en todos los asentamientos las mujeres y los hijos jóvenes también adquieren el rol de proveedores económicos; de todas maneras en el hombre recae la responsabilidad de brindar el mayor aporte económico a la familia. “El desplazamiento para el hombre es más duro, porque la mujer llega aquí a Quibdó y si es trabajadora en cualquier casa de familia le pagan, yo sé que no le pagan lo que ella se merece, pero consigue trabajo y tiene su comida ahí, mientras que para un hombre es muy duro conseguir trabajo aquí, para un hombre es más difícil. La vida allá en el campo es más fácil para las mujeres, porque uno como hombre les lleva la comida, todo se lo lleva, si quiere va a trabajar con uno, si ella no quiere, se queda en la casa haciendo la comida. En cambio acá le toca a la mujer ir a trabajar y a uno como hombre le toca quedarse en la casa cuidando los pelaos, si tiene hijos, si no, se queda en la calle buscando qué hacer”. (Entrevista hombre adulto Quibdó) Es muy común que los hombres se movilicen hacia las zonas rurales, por lo general zonas de conflicto, en busca de trabajo. En Tumaco lo hacen para trabajar en cultivos de coca o en plantaciones de palma africana a riesgo de su seguridad personal, y en Cartagena en alguna de las haciendas o industrias agrícolas de la región en épocas de cosecha. Frente a las alternativas de capacitación técnica o de promoción de las competencias de los hombres en el nuevo medio, se encuentra que muy pocos con relación a las mujeres han participado en algún proceso de formación: en Quibdó, 21,6% de las personas que han recibido capacitación son hombres, siendo técnicas agropecuarias la más común. En Tumaco, 37,5% de las personas que han recibido capacitación son hombres, siendo la salud sexual y reproductiva y técnicas en construcción, las áreas con mayor impacto. En Cartagena, 34% de las personas que han recibido capacitación son hombres. Allí, miembros de algunas organizaciones recibieron capacitación en derechos humanos y prepa147
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ración de alimentos. Estos datos suponen que son todavía menores las posibilidades que tienen los hombres para vincularse a alternativas de generación de ingresos en el nuevo medio o para llevar a buen término sus propias iniciativas económicas, pues en ellos no se ha promovido el aprendizaje de nuevos oficios, la adquisición de competencias o la promoción de oficios tradicionales.
Impactos en la participación y organización masculina
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on el desplazamiento también se ha visto disminuida la participación de los hombres en procesos organizativos comunitarios.
En Quibdó se verifica también esta tendencia, pese a que buena parte de ellos provienen de la región del Medio Atrato, en la que se gestaron fuertes procesos organizativos en el marco de la ley 70 para la defensa del territorio y de los derechos de las comunidades étnicas. De acuerdo con la información suministrada por la Ficha de Caracterización Familiar, la participación de los hombres antes del desplazamiento se daba principalmente en el nivel directivo de los consejos comunitarios y las juntas de Acción Comunal, en los cuales permanecían por un tiempo superior a un año, cargos que tuvieron que abandonar en algunos casos por amenazas debidas al liderazgo ejercido. Los hombres con los que se realizó el trabajo en los barrios de Quibdó llegaron entre los años 1999 y 2002, procedentes de las zonas rurales de los municipios de Bojayá, Bagadó y Tanandó, de donde se vieron obligados a desplazarse a causa de las masacres ocurridas en estas zonas y por amenazas directas contra su vida e integridad personal. Los provenientes de la zona del Atrato Medio (Bojayá y Bagadó), realizaban algún tipo de trabajo comunitario y estaban vinculados a procesos organizativos a través de los consejos comunitarios o de las Juntas de Acción Comunal. Algunos no se han desligado de estos procesos, aunque no pueden ejercer su participación de manera efectiva. De las familias encuestadas, 16% participaban por medio de algún hombre adulto en alguna organización; ahora, en el nuevo medio sólo 9,7% de los hombres adultos participa de alguna manera. Este hecho se explica, porque los hombres permanecen menos tiempo en el hogar y dedican la mayor parte del tiempo en la búsqueda de un trabajo o realizando alguna actividad para el sustento del hogar, pero también por la incredulidad y el desconsuelo. En consecuencia, gran parte de las responsabilidades con la comunidad se ha delegado a las mujeres. En los barrios de Tumaco, la presencia de hombres en situación de desplazamiento en la esfera pública es casi inexistente. En ellos se verifica una notoria apatía hacia los espacios de representación y 148
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un rechazo a ser identificados como personas en situación de desplazamiento. Sin embargo, no se evidenció un liderazgo de los hombres en procesos sociales en los lugares de origen tampoco. Aunque la mayoría tenía conocimiento de la existencia de Juntas de Acción Comunal o de consejos comunitarios, sólo asistían esporádicamente a las reuniones, pues les daba temor o desconfianza pertenecer a ellos por problemas de seguridad e incredulidad en tales procesos sociales. En el escenario actual, los hombres no participan en organizaciones sociales o comunitarias, pocos conocen a las personas que se encuentran al frente de ellas, y rara vez asisten a las reuniones organizadas por instituciones estatales o privadas. A pesar de que saben de las organizaciones de mujeres en situación de desplazamiento, desconocen el papel y la función de estas, y no las consideran escenarios valiosos de reivindicación de sus derechos. Pocos están informados sobre las instituciones que tienen la responsabilidad de brindarles protección y atención, o sobre sus derechos como población en situación de desplazamiento. En Cartagena, la participación de los hombres en los procesos organizativos comunitarios también se ha visto afectada con el desplazamiento, en tanto en el lugar de procedencia existía cierto grado de vinculación y liderazgo, aunque no se trataba de procesos fuertemente consolidados o fortalecidos. Participaban en organizaciones de orden político y comunitario como la Junta de Acción Comunal, el Consejo Municipal o sindicatos, donde se desempeñaban como parte del grupo directivo, lo que indica ciertos niveles de liderazgo y de conocimiento de los procesos organizativos comunitarios.
En el nuevo lugar los hombres no participan en prácticamente ningún proceso comunitario por desconocimiento, desconfianza hacia los líderes locales o falta de sentido de pertenencia e identificación con el territorio o con alguna colectividad. Son factores decisivos también su poca permanencia en los sectores y su falta de interés. Algunos tienen conocimiento de las organizaciones de mujeres en situación de desplazamiento presente en los sectores, pero al igual que en Tumaco, desconocen sus objetivos y no las consideran escenarios colectivos a los que puedan vincularse.
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Impactos en los y las jóvenes “Todos esos valores que me habían enseñado allá, todo eso se había terminado, ya había aprendido cosas nuevas, dichos nuevos, ellas vestían distinto... ya había madurado y maduré así de buenas a primeras.” (Mujer joven Cartagena)
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a juventud es una categoría social cuya consolidación se encuentra enmarcada en recientes procesos de modernización, que han tendido a identificar a un segmento de población de cierta edad, como un sujeto social autónomo en función del mantenimiento del orden social, económico y político de nuestro tiempo. En este sentido el auge y crecimiento de las preocupaciones académicas e institucionales por los y las jóvenes “ha sido una de las formas en las que la sociedad moderna ha intentado justificar sus ordenamientos sociales, en especial los que tienen que ver con los grupos de edad, las relaciones generacionales, los ingresos y egresos a la vida productiva, la administración de los tiempos sociales y los tiempos subjetivos, entre otros factores” 143.
143 Serrano Amaya, José Fernando. (cord.). “Juventud Estado del Arte, Bogotá 19902000. Saber joven: miradas a la juventud bogotana 19902000”. Colección Estado del Arte. Bogotá 1990-2000, Volumen 2. Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital-Universidad Central. 2003 p. 26.
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La juventud, además de ser una categoría de edad que se establece de acuerdo con límites cronológicos que varían según contextos culturales, se ha constituido también como una manera particular de ser en el mundo, que se ha relacionado, generalmente y de forma simplista, con aquel momento de la vida en donde no se tiene una completa madurez biológica ni social. La juventud, de manera general, se ha entendido desde una moratoria social, que en la práctica, sin embargo, se ha demostrado como un privilegio sólo de ciertas clases sociales que pueden prolongar su paso a la adultez, lapso donde de manera singular se realizan actividades formativas de la futura vida laboral y social144; los y las jóvenes son entendidos de esta manera por la sociedad como “aprendices” de aquellos comportamientos y conocimientos laborales y sociales propios de los adultos. Esta forma particular de entender lo que es ser joven nace y se reproduce con fuerza en los contextos urbanos donde el sistema educativo se encuentra más consolidado, y donde se desarrolla una fuerte industria del ocio (asociada al surgimiento y auge del sector terciario de la economía), que hace de los y las jóvenes actores sociales y económicos determinantes a través del consumo de bienes materiales y simbólicos. Por ello, el uso de una estética particular ha sido ampliamente reconocido como un rasgo clave de los procesos juveniles enmarcados en un contexto histórico, social y económico donde se ha promovido una industria naciente del tiempo libre asociado a la definición de lo juvenil como estilos de vida o looks145. Margulis, Mario; Urresti, Marcelo. “La construcción social de la condición de juventud”. En: Cubides C., Humberto J. et al (Ed). “Viviendo a toda. Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades”. Fundación Universidad Central-Siglo del Hombre Editores. 2000. p. 5. Ibíd. p. 15. Ibíd. p. 16. Rodríguez, Oscar. “La juventud rural y sus posibilidades como actor social en situaciones de conflicto. El caso de los jóvenes de las comunidades de Paz del Bajo Atrato”. En: “Controversia”. Vol. 1. No. 180. Diciembre. Cinep. Bogotá. 2002. p. 54. Arango Cárdenas, Ana María. “Temporalidad social y jóvenes: futuro y no futuro”. En: Nómadas. No. 23. Bogotá. Octubre de 2005.
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En este escenario también se reproducen otros sentidos socialmente instituidos alrededor de la juventud. Se ha destacado en diversos estudios sobre el tema, el de la juventud como garante y hacedor del futuro, donde se le otorga a este grupo poblacional la responsabilidad de continuar o completar las tareas y propósitos de la generación anterior, tanto en los ámbitos familiares como sociales. El joven como heredero del sistema propio de la modernización caracterizado por su dinamismo y renovada fe en el futuro. Un ser que por tales motivos “no experimenta las angustias de la inseguridad, goza la dinámica propia de su edad sin los sufrimientos que conlleva, transita la vida en estado de seducción sin vacilaciones ni incertidumbre alguna”146. También, y de manera coherente con los sentidos anteriores, se ha arraigado la idea de que los y las jóvenes de ciertos sectores populares son seres sociales caracterizados por la rebeldía, cuando desde sus actos contradicen los sentidos de la juventud antes enunciados. En virtud de su estado liminal entre la niñez y la adultez, se conciben como propensos a desviarse de los lineamientos identificados como correctos por la moral social, construyéndose una fuerte representación de la juventud como aquel grupo poblacional que, casi de manera connatural, hace uso de la violencia, las drogas y las actitudes facilistas, resultando inconscientemente peligroso para sí mismo y los demás. Se suscita la imagen de los jóvenes como peligro social, “como agentes de violencia en situación de inseguridad creciente y como sujetos de un proceso de pérdida de valores”147. Es, en contraposición con la juventud heredera del sistema, la juventud del no futuro148. 151
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A esta red de significados de la juventud que ha sido inmensamente funcional para promover y arraigar un particular consumo de bienes materiales y simbólicos en jóvenes y adultos se han superpuesto otros sentidos propios de las prácticas sociales y culturales cotidianas de jóvenes y adultos, que varían de acuerdo con el contexto social, cultural y territorial. Por las anteriores razones, lo juvenil no se entiende en el presente estudio de manera unívoca; “no existe una única juventud: en la ciudad moderna las juventudes son múltiples, variando en relación a características de clase, el lugar donde viven y la generación”149. Así mismo, se considera a los jóvenes como sujetos sociales “completos” que, sin embargo, tienen una manera propia de expresarse y realizarse como seres autónomos y sujetos de derechos, en medio de los marcos y representaciones sociales que se les imponen por su edad, género, condiciones sociales, étnicas o económicas. La juventud es, además, una categoría que responde a una identidad que depende de los discursos, prácticas, contextos históricos y geográficos de actores individuales y sociales que dan vida a las dinámicas sociales y subjetivas que constituyen identidades individuales y colectivas150. A su vez, esta identidad se constituye por medio de procesos de socialización marcados por la familia y el entorno social (ámbitos que algunos llaman procesos de socialización primaria y secundaria respectivamente). Es, en consecuencia, un concepto relacional en “cuanto debe mirarse en el contexto de los procesos generales y en las múltiples interrelaciones con los grupos e instancias que no son jóvenes”151 que responden a un ámbito endógeno (entre los mismos jóvenes) y exógeno (referido a los demás grupos de edad, etnia, clase, género y localización)152. En este sentido el desplazamiento forzado se muestra como un fenómeno que
desencadena el contacto, elaboración, transformación y apropiación de nuevos sentidos de juventud en los lugares de llegada a causa de las presiones anímicas, las nuevas construcciones identitarias, los cambios económicos y los nuevos actores, instituciones y territorialidades que allí se evidencian. Los impactos del desplazamiento forzado en este grupo poblacional se estructuran en las negociaciones entre las formas socialmente aceptadas de ser joven en los contextos de antes del desplazamiento y después de él, donde se observan tanto dificultades como fortalezas en los procesos de restablecimiento. De manera general, y debido a la extracción eminentemente rural de las familias con las cuales se realizaron los diagnósticos de caso, se muestra como eje articulador de este proceso, el paso de una juventud rural a una juventud urbana matizada por los contextos territoriales de origen o llegada, y la situación de desplazamiento en la que se encuentran. Con ello se acepta que la juventud como condición social existe en los grupos humanos rurales o populares, pero se construye en procesos de 152
149 Ibíd. p. 3. 150 Dimaté Cristancho, Viviana. “Desplazamiento forzado y juventud, contextos híbridos e identidades nómadas”. Tesis (psicólogo)-Universidad de los Andes. Bogotá. 2005. 151 Ferro, Juan Guillermo, et. al., “Jóvenes, coca y amapola. Un estudio sobre las transformaciones socioculturales en zonas de cultivos ilícitos”. Facultad de Estudios Ambientales y Rurales. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. 1999. p. 146. 152 Ibíd.
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socialización distintos. Son precisamente los contextos de socialización antes y después del desplazamiento a donde apunta el análisis de este grupo poblacional como de niños y niñas. Como ya se ha sostenido, no se considera que las poblaciones rurales sean premodernas porque no se comulga con una noción lineal de los procesos históricos y de cambio cultural, y porque el sector rural, desde siempre, ha hecho parte de los procesos de modernización del país. Se reconoce, además, que la juventud es un concepto cultural, históricamente encuadrado en la modernidad y por ello relacionado con los procesos de modernización que suscitaron la creación y ampliación de la juventud como segmento diferenciado de población del país. El sector rural en este sentido se caracteriza por haber visto alteradas las relaciones familiares y económicas debido al proceso de urbanización, y con ellas, los procesos de socialización primaria y secundaria (en particular a causa de la entrada de la educación como mecanismo de formación de mano de obra calificada)153. En la identificación y análisis de los impactos del desplazamiento, en consecuencia, se analizaron dos ámbitos fundamentales: el familiar, marcado por las dinámicas, jerarquías y roles de la familia (lo que implica observar la relación de los otros miembros entre ellos y con los jóvenes), y el entorno social, donde son determinantes las relaciones que se establecen entre pares y otros sujetos sociales distintos por edad, género, sector social, económico o afiliación étnica, que para este estudio se delimitaron en la escuela, el barrio y la ciudad, unidades espaciales básicas de interacción social. Todos los capítulos anteriores dedicados a los impactos generales, a mujeres y a hombres, son por ello relevantes para comprender la situación de los y las jóvenes, niños y niñas en situación de desplazamiento. Por último, es importante aclarar que el trabajo de diagnóstico para este grupo poblacional obliga por razones metodológicas a la identificación de un segmento de población de jóvenes hombres y mujeres, entre los 15 y 25 años, criterio eminentemente demográfico. Estos representan 25% del total de la población de Quibdó, 23,3% de Tumaco y 22,4% de Cartagena.
Los sentidos de la juventud
Parra Sandoval, Rodrigo. 153 “Ausencia de futuro: la juventud colombiana”. Plaza & Janés. Tercera edición. Bogotá. 2003. p. 16.
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n los lugares de llegada no hay un significado único de la juventud, pues en su definición chocan, se complementan o se superponen constantemente sentidos “tradicionales” y “modernos” asociados; los primeros, centrados alrededor de la familia, los segundos en las relaciones sociales y los mandatos del mercado. En el proceso de modulación de las formas de antes y después del desplazamiento, que no es otra cosa que la búsqueda del sentido de lo joven, se inscriben los impactos psicosociales y culturales de este grupo poblacional. 153
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Los participantes en los diagnósticos definieron la juventud como el momento de vida en el que se toman decisiones propias, se comparte con personas distintas de las del grupo familiar, se madura físicamente, se toman decisiones con autonomía, se expresa libremente lo que se piensa y lo que se quiere ser, se tiene mayor energía para realizar actividades varias, y se asumen nuevas responsabilidades en el hogar. Esto es coherente con otros estudios que muestran cómo los sentidos de ser adulto están signados por la maternidad y paternidad, las responsabilidades, el aprendizaje del respeto (es decir, aprender los comportamientos propios de su cultura), donde la edad determina los límites cronológicos pero no es necesariamente un factor decisivo de los contenidos sociales154. Esta definición plantea que para los y las jóvenes, la juventud más que una etapa intermedia entre la infancia y la adultez es un momento temprano de esta última. Ser joven es más ser un adulto reciente, caracterizado por asumir los roles y lugares sociales de los mayores, que carecer de algunos de su rasgos sociales y físicos. De esta manera, ser joven es comenzar a asumir los roles de género y las formas en las que se expresan la feminidad y la virilidad155. Esto se debe, en parte, a la manera en que en las zonas rurales se daba el paso hacia la adultez, donde los niños y niñas eran vinculados desde muy pequeños a las actividades productivas e iniciaban sus relaciones maritales y roles paternos y maternos a temprana edad, pasando casi directamente a ser adultos. Allí la juventud estaba relacionada con la utilidad, la responsabilidad y la preparación para el futuro, pero alrededor del aprendizaje de actividades agropecuarias y comunitarias156. Para los adultos, por el contrario, la juventud es la etapa previa a la madurez social y biológica. Son hombres y mujeres en formación que aún no han superado eficazmente los ritos de iniciación generacional marcados en hombres y mujeres por la constitución de un hogar propio, la consecución de descendencia, y la asunción plena de la responsabilidad económica (más en hombres) o del cuidado del hogar (más en las mujeres), lo que también se traduce en ser soporte y auxiliador de la familia extensa. A los jóvenes, desde esta perspectiva propia de los mayores, les corresponde colaborar con el trabajo familiar, aunque ello no implica su autonomía ni capacidad de autorregulación. Con la llegada a la ciudad, sin embargo, se han construido -especialmente en la juventud- maneras nuevas de entender y expresar la realización del ser en esta etapa de la vida, cuyos sentidos se aprenden fundamentalmente de otros jóvenes, de los medios de comunicación y de actores tanto sociales como institucionales, que hacen presencia en los lugares de llegada basados en la legitimidad de divertirse y no asumir ciertas responsabilidades o cargas sociales. Esta transformación implica un rompimiento con la vida rural antes del desplazamiento que se asocia ahora con lo anticuado, mientras la apertura a la vida urbana, marcada por el ocio y el consumo, es asociada con lo moderno. Allí el acceso 154
154 Ferro, Juan Guillermo, et. al. Op. cit. 1999. p. 150. 155 Turbay, Catalina; y Rico de Alonso, Ana. “Construyendo identidades: niñas, jóvenes y mujeres en Colombia. Reflexiones sobre socialización de roles de género”. Fundación para la Libertad Friedrich-Naumann-StiftungConsejería Presidencial para la Juventud. Bogotá. 1994. 156 Osorio Pérez, Flor Edilma. “Jóvenes rurales y acción colectiva en Colombia”. En: Nómadas. No. 23. Bogotá. Octubre 2005.
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a bienes y a la educación, son factores determinantes y novedosos en relación con la vida en los lugares de origen. También importante pero menos decisiva, resultó ser la participación y vinculación a organizaciones privadas o estatales que tienden a ver a la población joven desde la representación de heredera y constructora de futuro. De esta manera se evidencia en los jóvenes un proceso de construcción de sí mismos, marcado por la paradoja de comportarse como nuevos adultos y niños grandes, sentidos que en la práctica se sobreponen y manifiestan de acuerdo con los actores familiares y sociales con quienes se mantienen relaciones, a las posibilidades económicas, y a la riqueza del capital social del que se dispone (del que dependen fundamentalmente sus interacciones en el escenario de lo público). La percepción de la situación de desplazamiento es un catalizador de esta ruptura de la vida antes y después, y de la selección estratégica de uno u otro referente de juventud. Los y las jóvenes en situación de desplazamiento experimentan, en su opinión, dos estigmas simultáneos: Primero, al ser desplazados se hacen acreedores de las imágenes negativas a las que esta población normalmente se ve enfrentada, siendo particularmente fuerte en ellos el sentido social que señala a los desplazados como sujetos sociales peligrosos ya sea por su supuesta vinculación a algún grupo armado o por ser potenciales delincuentes debido a su situación de pobreza. A las representaciones sociales del desplazamiento se suman aquellas que ubican a todo joven de un barrio popular como predispuesto a hacer parte de alguna pandilla, a ser consumidor regular de drogas, a estar vinculado a alguna actividad delictiva o a ser amante de la vida fácil. En el caso de las mujeres, se mezclan los significados que tienden a ver a toda mujer joven habitante de un barrio popular como prostituta, lujuriosa o en busca de hombres para escalar posiciones sociales. En ambos géneros, las representaciones peyorativas tienen que ver fundamentalmente con el libre acceso y expresión de la personalidad en los espacios públicos, que son eminentemente masculinos y donde se supone se ejerce la autoridad y control social de los mayores. En la población joven no se reproducen representaciones asociadas a la mendicidad o a la victimización. Ello responde a que este grupo poblacional, más que ningún otro (inclusive los hombres adultos), no mantiene relaciones con la institucionalidad estatal o privada y no ha consolidado procesos organizativos en los barrios, debido a que ese papel lo cumplen los adultos, porque no se asume aún como una responsabilidad propia frente a la familia, porque los procesos dedicados exclusivamente a reivindicar a la población joven como sujeto de derechos ha sido débil en los asentamientos donde se realizaron los diagnósticos, y porque asumir el rótulo del desplazamiento es peligroso o atenta contra las nuevas relaciones con otros jóvenes. 155
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De esta manera, se observa desde la perspectiva de los adultos la persistencia de una moratoria social como condición de los y las jóvenes, pero en una versión propia de los contextos de atención a la población de desplazamiento, donde el joven es aquel que aún no asume como parte de sus responsabilidades el trato y negociación con las instituciones que atienden a las familias víctimas de este flagelo, ni se debe soportar la tensión y estigma que estas relaciones implican en la vida pública. En este sentido, se observa en las parejas jóvenes (con jefaturas de hogar entre los 17 y 25 años) que comienzan a vivir de manera independiente, una obligación por asumir tales roles reproduciendo las responsabilidades de género que se identifican en los adultos, es decir, donde la mujer asume la interlocución con las instituciones, el cuidado de gran parte de las actividades del hogar, y alguna parte de la provisión de recursos, mientras los hombres se mantienen como los proveedores económicos principales, son los encargados de defender el honor familiar (sobre todo de las mujeres), y mantienen las redes sociales con familiares o amigos. En estos casos (que corresponden a 8,3% de los hogares en Quibdó, a 8,1% en Tumaco y a 11,5% en Cartagena), los impactos observados en hombres y mujeres adultos también se observan en las parejas jóvenes, con sutiles pero significativas diferencias en los procesos sociales que les dan vida, como la reducción consensuada por la pareja del número de hijos, la mayor importancia del estudio en el proyecto de vida de ambos, y una creciente aceptación de la colaboración femenina en la generación de ingresos familiares. Un segundo estigma que fue reiteradamente referenciado por los y las jóvenes es el de ser “corroncho” o “pueblerino”. Para los y las jóvenes es un choque determinante que por el hecho del provenir de zonas rurales se les considere ignorantes, desactualizados o anticuados en las relaciones con otros jóvenes y su entorno. Lo que para muchos padres o instituciones es un signo de inocencia, constituye motivo de vergüenza y desigualdad para los y las jóvenes en las relaciones que se establecen en la ciudad. En este grupo poblacional en particular, haber crecido en un ambiente rural se traduce en desconocimiento de la “moda”, que se manifiesta en formas “extrañas” de hablar y gustos o valores sociales que no parecen propios de la juventud en las ciudades a donde se ha llegado. “Cuando uno sale de una parte, uno tiene que cambiar, porque es que cuando uno sale del pueblo ya las cosas no son lo mismo, ya cambia uno de ideas, es otra ideología”. (Entrevista hombre joven Cartagena) En particular en Cartagena, habitar en el barrio El Pozón se evidenció como una carga social extra: “Dicen que por acá es muy feo, desconfían mucho de la gente de acá y eso que yo me he relacionado con buenas personas y es que acá en El Pozón tenemos muy mala fama, y 156
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por uno pagan todos porque cualquier cosa que pasa acá en El Pozón entonces la gente de otros barrios, de otros sectores, dice: lo que hay en El Pozón son puros guerrilleros, son puros paracos, puros matones, son de todo”. (Entrevista hombre joven Cartagena) Debido a la presencia de actores armados en el barrio y al contexto abiertamente discriminatorio de la ciudad, se mantiene en el nuevo entorno un estigma juvenil asociado a la situación de violencia, convirtiéndolos en portadores de los rasgos de identidad de sus victimarios, situación de doble afectación al negar su condición de víctimas y asignarles una carga social negativa que los convierte en amenaza social. Esto es particularmente cruel si se tiene en cuenta que en los sectores de El Pozón en Cartagena se encontraron más evidencias de reclutamiento forzado de menores en los lugares de origen, lo que motivó en buena medida el desplazamiento del grupo familiar. Antes y después del desplazamiento “los grupos al margen de la ley aparecen como Otro sin tacha, Otro completo, que goza como mirada y que impone a manera de súper yo mortífero, cuyo imperativo ha sido incorporado por los jóvenes generando un efecto de silenciamiento y sometimiento. Cuando esta lógica se traslada a la relación con el semejante, aparece la desconfianza, pues el otro se convierte en una mirada más. La culpa se instaura de manera paradójica en razón de una comisión, el no hacer, el no decir, pues para los jóvenes prevalece su vida frente a la del otro, en este sentido su permanencia depende del cumplimiento de la imposición de silencio y sometimiento”157. En respuesta a ambos señalamientos propios de la situación de desplazamiento, se opera una ruptura tajante en las manifestaciones corporales y estéticas que tiene como fin la ocultación de la vida de los lugares de origen. Los y las jóvenes son el grupo poblacional que más claramente hace uso de signos desidentificadores en sus prácticas sociales cotidianas. Buscan imitar a toda costa los rasgos de sus pares generacionales del nuevo entorno. Allí el acceso y consumo de bienes materiales y simbólicos se hace crucial en los procesos de socialización.
Jaramillo G., Isabel 157 Cristina, Noreña B., María Isabel. Op. cit. 2002. p. 90.
Con lo anterior no se quiere argumentar que los y las jóvenes han logrado un efectivo procesamiento de los eventos violentos que presenciaron o del que fueron víctimas. Si bien en ocasiones aparecen como propensos a una rápida adaptación por medio de la apropiación de formas estéticas y lógicas sociales y culturales (lo que en parte es cierto), hacia adentro según sus propias apreciaciones, en el escenario actual se manifiestan con particular fuerza las experiencias negativas originadas del conflicto armado y el desplazamiento, lo que les impide enfrentar con serenidad sus nuevos proyectos de vida. Algunos de los jóvenes, en particular aquellos que han experimentado la pérdida violenta de algún familiar, han vivido en carne propia el conflicto armado y han convivido con actores armados, son conscientes de haber interiorizado el uso de la violencia como parte de la cotidianidad, son propensos 157
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a las acciones violentas, a vincularse en algún grupo armado en busca de venganza, y a no adaptarse realmente (de no ser a través de la imagen) a un medio en el que deben soportar la sanción social de haber sido desterrados. De esta manera, el consumo de bienes materiales y simbólicos no es prioritariamente una práctica constructora de identidad sino un mecanismo de mimetismo, condición necesaria para luego poder inscribirse en una juventud que se expresa de manera particular. De esta forma, “el consumo, además de satisfacer un deseo, brinda la posibilidad de acceder a espacios de reconocimiento grupal; por lo tanto, no consumir, en ocasiones, significa la exclusión social”158. Así mismo, es importante recalcar que al optar por asumir las formas estéticas de los jóvenes en la ciudad -lo que les permite una mayor adaptación y socialización con sus pares en los lugares de llegada- se asumen en todo caso los señalamientos tradicionales de adultos y otros sectores sociales que los y las ven como un grupo social potencialmente peligroso. También los padres perciben un cambio negativo en sus hijos al observar transformaciones en las formas de actuar, vestir y hablar, mientras que para la juventud es manifestación de un proceso exitoso de adecuación y modernización a su situación generacional actual. En una u otra situación, la juventud es objeto de discriminación de actores distintos; “se trata de un doble prejuicio, pues al ‘antirural’ procedente de las ciudades, se le añade una discriminación estructural que hace la generación anterior con respecto a la nueva generación” 159, a lo que a su vez se suman las aprensiones hacia las personas en situación de desplazamiento. Ya otros estudios han mostrado cómo en Tumaco, por ejemplo, se denomina con el término de “aletosos” a personas entre adolescentes y jóvenes que son considerados drogadictos, delincuentes y vagos, y que se identifican socialmente a través de formas estéticas o corporales singulares (la ropa, el corte de pelo, las formas de caminar y hablar,) como de comportamiento (andar con otros iguales a él, a quien le gusta cierta música, y quien frecuenta determinados sitios públicos y privados de la ciudad)160. Este sentido de la juventud que se construye desde diferenciaciones generacionales, económicas y culturales, al que se añaden diferenciaciones sociales como la situación de desplazamiento, se observó en todos los contextos en donde se realizaron los diagnósticos. Así, los mayores asumen que ciertos jóvenes son “aletosos” porque se enfrentan a valores familiares estéticos y morales de su generación, porque habitan barrios populares, tienen escasos recursos económicos, pertenecen a ciertos grupos étnicos, raciales, o son desplazados. Como resultado de estas clasificaciones sociales se construyen geografías del miedo161 que configuran espacios simbólicos y físicos donde las relaciones entre clases sociales o grupos étnicos se basan en la mutua intimidación como mecanismos de ejercicio de 158
158 Bello, Martha Nubia (et. al). Op. cit. 2002. p. 138. 159 Ferro, Juan Guillermo (et.al). Op. cit. 1999. p. 161. 160 Restrepo, Eduardo. Op.Cit. 1999. 161 Restrepo, Eduardo. “Aletosos: Identidades generacionales en Tumaco”. En: Agier, Michel; Álvarez, Manuela; Hoffmann, Odile; Restrepo, Eduardo. “Tumaco: haciendo ciudad. Historia, identidad y cultura”, Instituto Colombiano de Antropología – Institut de Recherche pour le Developpment (IRD)Universidad del Valle. 1999ª. p. 152.
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dominación y prestigio social, así como pauta de la inserción al proyecto moderno al ser considerados elementos del sistema susceptibles de ser objeto de una intervención especial.
Este sentido, en particular, hace que los jóvenes en todos los asentamientos objeto de estudio, especialmente en Tumaco y Cartagena, sean objeto de acciones violentas indiscriminadas en el espacio público por ser considerados vagos o delincuentes por grupos de vigilancia privada. No se intenta desconocer, en todo caso, que no haya participación de jóvenes hombres y mujeres en actividades ilícitas. A pesar de que no se obtuvieron datos decisivos en este sentido, se hallaron buenos indicios de participación de jóvenes en redes de delincuencia común, tráfico local de drogas, prostitución y consumo de drogas en particular en Tumaco y Cartagena. Sin embargo, se intenta enfatizar con estas argumentaciones que esta realidad primero, no justifica las acciones violentas de los actores armados que llegan a humillaciones públicas, lesiones personales o muertes y desapariciones de jóvenes hombres y mujeres; segundo, que ataca indiscriminadamente y vulnera los derechos fundamentales de todo hombre o mujer joven que contradiga reglas sociales instauradas ilegítimamente por los actores armados locales en el espacio público, y tercero, que tales prácticas de señalamiento desconocen por completo las causas estructurales que obligan a los y las jóvenes a ejercer estos oficios, y no operan respuesta constructiva alguna para la resolución o mitigación de las mismas. En este escenario más bien lúgubre, también hay presencia de sentidos positivos de ser joven, constituidos primordialmente en las relaciones con la escuela y con actores institucionales estatales y privados. En este caso se observa una clara tendencia a representar y asumir la juventud como una etapa dedicada al estudio o a la preparación para realizar actividades económicas de “adultos” pero, eso sí, distintas de las que se realizaban antes del desplazamiento y más bien enmarcadas por las exigencias de los mercados laborales locales. La posibilidad, por lejana que pueda llegar a ser, de completar los estudios de bachillerato y convertirse en profesionales, se ha incorporado en gran parte de la población juvenil. La educación formal se convierte así en un elemento determinante del ideal del joven, que se conjuga no siempre satisfactoriamente, con el objetivo de trabajar y obtener una autonomía económica para conformar un nuevo grupo familiar o ayudar a sus progenitores. Así, a la conformación temprana del hogar y al mantenimiento de la familia, rito tradicional de paso a la adultez, se suman metas como “ser profesionales para mejorar nuestra calidad de vida”, “dar un buen futuro a nuestros hijos”, “conseguir trabajo y terminar de estudiar hasta llegar a la universidad” y “trabajar para apoyar a la familia y cumplir nuestros sueños” (Taller con jóvenes Quibdó). 159
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Se han instituido también en sus discursos otros valores sociales como “evitar vicios, como robar y matar”, “cuidarse de embarazos y enfermedades de transmisión sexual” o “intentar no ser influenciado por otras personas” (Taller con jóvenes Quibdó), afirmaciones que resultan significativas, pues aunque parezcan evidentes en el marco de las éticas religiosa y laica que rigen nuestra cultura, se hacen explícitos precisamente a causa del resultado de las vivencias propias del desplazamiento, la vida en la ciudad donde están constantemente en medio de relaciones violentas, y por la incidencia de actores externos que han planteado como asuntos claves a tratar en la juventud la no agresión, el fortalecimiento de la autoestima y el ejercicio responsable de la salud sexual y reproductiva. Sin embargo, debido a los problemas económicos de acceso y calidad de la educación superior y técnica, a la obligación por trabajar desde temprana edad en labores no calificadas (donde no cuenta la experiencia), y a la escasa oferta laboral en las ciudades de llegada, es constante el sentimiento de desilusión y frustración, pues la educación se desvanece como una opción real para la realización de los proyectos de vida de los y las jóvenes. Allí, en el desencanto, prosperan formas de poder basadas en el ejercicio de la violencia y la consecución fácil y rápida de capital en muchos jóvenes, que luego de algunos años han visto la imposibilidad de estabilizarse económicamente por medio de una práctica profesional. Como parte de las nuevas formas de expresar la juventud, se ha verificado un cambio radical alrededor del tema de la sexualidad, tema tabú en el mundo rural. Por el contrario en el nuevo lugar prima el descubrimiento de las relaciones en pareja, el erotismo y el estímulo sexual, aunque también el abuso y la prostitución de niñas, jóvenes y mujeres, donde la mujer continúa siendo vista como objeto sexual. El nuevo medio trae consigo riesgos pero también posibilidades de informarse y tratar el tema de forma abierta, polos opuestos en los que los jóvenes se mueven sin mayores herramientas que les permitan tomar decisiones a conciencia. En esta medida, los jóvenes son altamente vulnerables a enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados y a las diferentes formas de explotación sexual. Todo lo anterior demuestra que el sentido de ser joven se negocia continuamente entre los significados del antes y después del desplazamiento, y las diversas formas que se muestran en la ciudad; por ello, la definición de la juventud en los jóvenes en situación de desplazamiento parece por momentos confusa y poco coherente entre la práctica y el discurso, aunque en realidad se ajusta a sus propósitos en cada ámbito de socialización. 160
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La juventud, entendida como asumir responsabilidades en la familia y constituir un núcleo familiar nuevo, se mantiene en la ciudad debido a la difícil situación económica, y a la necesidad de dar cumplimiento a patrones sociales que se preservan fundamentalmente en la familia y mantienen el lugar de la juventud en ella. A pesar de que se presentan evidentes conflictos en su interior, en pocas ocasiones (se tuvo evidencia de algunos muy pocos casos) resulta en la ruptura total o abandono de los hijos jóvenes del grupo familiar. De esta manera, además, se afianzan en su papel de adultos propiamente dichos, lo que es un ideal explícito en todos ellos. En otra dirección, en las relaciones con actores sociales institucionales o privados, se opta por el camino de la educación y formación profesional como requisito social del nuevo medio, aunque con ellos también se actúe en función de la expresión de la juventud como momento para gozar de la diversión a la que se accede por medio del consumo para establecer relaciones satisfactorias con otros jóvenes. Se observa, de manera general, una disociación de los procesos de socialización primarios y secundarios que envían señales en principio divergentes. Sin embargo, en el establecimiento de los roles en el marco del sistema patriarcal se observa un discurso coherente entre el ámbito familiar, los patrones de consumo y los medios de comunicación masivos. Se refuerzan así las dotaciones cualitativas de los géneros a través de la dinámica familiar tradicional (hombres trabajadores en función de conseguir varias mujeres como signo de virilidad, agresivos en sus relaciones personales y sociales, y con poder en lo público versus mujeres dóciles, preocupadas por retener a su compañero a través del culto al cuerpo y cuidadoras del hogar), los bienes de consumo asignados por el mercado a cada género (como cigarrillos, licor, armas, u objetos deportivos en hombres versus utensilios de cuidado personal y del hogar en mujeres), y los mensajes de los medios de comunicación (enviados a través de mensajes publicitarios y programas televisivos, novelas principalmente). En este caso sólo la presencia de actores externos como organizaciones privadas, algunas instituciones y en unos muy pocos casos los grupos de población desplazada local, se erigen como actores que intentan consolidar procesos de socialización distintos, basados en representaciones de género en contravía o con cambios importantes al sistema patriarcal. También en las representaciones de la juventud como herederos y constructores de un futuro mejor (centradas en el rol juvenil del estudiante), se conjugan las representaciones de adultos con organizaciones privadas y estatales, aunque con poco recibo por parte de los y las jóvenes, que optan por trabajar en vez de estudiar de manera recurrente, y ven cómo otras actividades resultan más lucrativas. En algunos casos, los adultos se ven obligados a retirar a sus hijos de las instituciones educativas para que colaboren económicamente con la familia. Así mismo, el consumo cultural en particular, se ha constituido en el puente predilecto para establecer relaciones efectivas entre jóvenes y las organizaciones privadas que hacen presencia en los barrios, 161
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centradas en actividades lúdicas y artísticas, lo que en muchos casos no es alentado por padres y madres, que no ven en tales actividades posibilidades económicas ni de mejoramiento de la calidad de vida. A continuación se examinarán de manera más detallada las relaciones que se establecen en la familia y el entorno social, y que dan cuenta de la intrincada red expuesta hasta ahora en la que los y las jóvenes se mueven cotidianamente.
Procesos de socialización en el ámbito familiar
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a con anterioridad se ha identificado como impactos generales del ámbito familiar, la pérdida de prácticamente todos los bienes materiales, la desestructuración de la familia extensa, y el cambio en las relaciones de poder al interior de ella en virtud de las nuevas asignaciones y responsabilidades que se asumen de acuerdo con el género y la edad. Estos cambios han ocasionado en la población joven la aceptación del rol de asistentes del hogar, ya sea como proveedores económicos o colaboradores de los oficios del hogar, y con ello, el aumento de su poder en la jerarquía familiar.
De manera general, en los lugares de origen de los y las jóvenes se mantenía una relación estrecha entre familia y trabajo, sin que hubiera muchas intermediaciones entre esos dos ambientes; por ello, la juventud era temporalmente un período corto, pues se asumían a temprana edad los rasgos cualitativos de los adultos, siendo importantes también las actividades escolares162. El cambio en las prácticas productivas de la familia impacta directamente a la población joven, que en medio de su atomización y debido a las nuevas demandas de cumplimiento de responsabilidades, tiene la obligación de generar ingresos. Si bien en los lugares de origen la mayoría de los jóvenes colaboraba en trabajos familiares, su esfuerzo era considerado un aporte y se hacía por lo general en compañía o en tierras de algún familiar; se les asignaban principalmente responsabilidades en la siembra, la recolección y la preparación de los alimentos, y rara vez se realizaba la actividad laboral por fuera del contexto familiar o bajo la presión de tener que garantizar el alimento diario. Eran trabajos temporales que en muchos casos tendían a fortalecer los vínculos con los padres y propiciaban el aprendizaje no formal. En lo rural, “lo productivo encarna otras esferas de la vida que trascienden lo eminentemente generador de ingresos, bienes o resultados”163, siendo un elemento estructurador de las relaciones sociales y comunitarias. 162
162 Parra Sandoval, Rodrigo. Op. cit. 2003. p. 16. 163 Navarro Fernando, “La juventud rural colombiana: reflexiones exploratorias”. En: “JOVENes, Revista de estudios sobre juventud”. No. 9. juliodiciembre. Instituto Mexicano de la Juventud. México. 1999. p. 121.
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Con ello aún se alternan sus actividades educativas y oficios que, sin embargo, son cualitativamente distintos de los de antes. Así, los varones dedican buena parte de su tiempo al “rebusque” y se emplean como ayudantes de construcción, vendedores ambulantes esporádicos o cargando mercancía en las plazas de mercado. En Tumaco es característico su empleo como trabajadores temporales en las plantaciones de palma africana, o como raspadores cuando es época de cosecha de cultivos ilícitos, caso este último donde se observa una mayor independencia y clara reducción de los sentidos de la juventud asociados a la moratoria social, fenómeno descrito en otros estudios sobre cultivos ilícitos y juventud164. Las mujeres jóvenes por su parte, tienen como tarea principal suplir a la madre en todas las labores de la casa y ocasionalmente trabajar en el lavado de ropas o en el arreglo de casas por día. La constante es emplearse en algún trabajo informal o como mano de obra barata, actividades que no les brindan una adecuada retribución económica y no les garantizan ningún tipo de seguridad social. Las mujeres jóvenes, además, continúan como antes del desplazamiento, siendo el soporte fundamental para la madre en la labores del hogar; la suplen en todos los oficios domésticos (lavan, hacen el aseo de la vivienda, cuidan de los menores y les ayudan en las tareas) y son su apoyo emocional. Deben asumir muchas veces también el rol de proveedoras económicas en actividades similares a las de sus madres como lavanderas, trabajadoras domésticas por días o vendedoras ambulantes. Particularmente en el caso de las jóvenes que trabajan en servicio doméstico como internas, se ha propiciado la separación de la joven de su familia a temprana edad y la sumisión a condiciones de abuso y explotación, que soportan por la urgente necesidad del ingreso. Se observa de esta manera que los impactos en las actividades productivas del desplazamiento en hombres y mujeres adultos, se hacen extensivos a ellos al asumir roles de generadores de ingresos. El desplazamiento, además de generar una ruptura con las formas productivas agrícolas, ocasiona presión sobre los y las jóvenes, que no cuentan por lo general con elementos para asumir responsabilidades económicas. Se observaron afectaciones anímicas en muchos de ellos, pues de ser actores sociales productivos pasaron a representar una carga para la familia. Los y las jóvenes que por decisión de la familia
u otras circunstancias no han asumido un rol productivo, experimentan un sentimiento de impotencia y de angustia por las carencias de la familia y la sobrecarga del jefe de hogar que los lleva a desear aportar a la solución de esta situación a toda costa.
Ferro, Juan Guillermo 164 (et. al). Op. cit. 1999. p. 153.
“Yo antes no tenía que pensar que yo cómo le ayudo a mi mamá a algo, que ella necesita algo, porque hay veces ella se enferma y mi papá también se enferma y a nosotros nos da muy duro mirarlos ahí y nosotros no poderlos ayudar... A mí me duele que yo no puedo ayudarle a mis padres para que ellos no se desmotiven.” (Entrevista mujer joven Tumaco) 163
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De acuerdo con las apreciaciones de los grupos de mujeres de población en situación de desplazamiento de los barrios de Tumaco y Cartagena, es preocupante el incremento de la prostitución como estrategia económica en mujeres adultas, jóvenes y niñas: “Hay muchas niñas desde los 12 años y en embarazo, ya son madres, ¿por qué? porque las violaron o porque les tocó vender su cuerpo para ayudar al sustento, para ayudar económicamente a sus padres u otras para ayudar a sus hermanitos más pequeños, porque son huérfanas”. (Taller con organizaciones Tumaco) Fue muy común encontrar que, específicamente en las jóvenes, la procreación o constitución de parejas es producto de engaños, abusos, embarazos no deseados, o como estrategia para mejorar la calidad de vida. “Ella era una jovencita, una niña y pues, sin experiencia; esas niñas, por ejemplo, uno no tiene la madurez para estar aquí en la ciudad, y muchas personas se valen de esas que se le arman a una persona que viene de pueblo. Y uno dice que viene de pueblo y ahí mismo... uno no conoce las estrategias, todas las cosas que hay acá, de pronto yo digo que ella cayó porque le brindó tantas cosas y le pintó tanta maravilla, que nunca le dio, porque lo que hizo fue perjudicarla y embarazarla y dejarla y ya”. (Entrevista mujer joven Cartagena) “Yo me salí porque mi papá no tenía las fuerzas suficientes y usted sabe que uno cuando está pelao ve a las otras niñitas vistiendo a la moda y uno no puede hacer eso y que los padres de uno no pueden darle lo que uno necesita. Cuando me fui convirtiendo en una señorita yo veía a las otras peladas y a veces les decía: ay présteme esto, a veces iba al colegio sin almorzar así, yo los veía pasando bastante trabajo conmigo, por eso yo creo que busqué marido... y ahora que me metí, digo: hubiera seguido estudiando y me hubiera graduado con las amigas mías.” (Entrevista mujer joven Cartagena) Parte del papel de los padres es el de proteger el honor de las hijas jóvenes, lo que se dificulta en el escenario después del desplazamiento, por la mayor libertad que les ofrece el escenario urbano; “la virginidad aparece como la garantía del honor y la honra femenina, por ende de quien ejerce el control sobre esta como sinónimo de que cumplieron a cabalidad sus funciones. Sigue siendo un campo en el que los hombres miden su poder de control y una forma de valorar la dignidad de la mujer”165. Esta es una de las razones por las que se reproduce la autoridad ejercida con violencia en prácticamente todas las familias con las cuales se trabajó, pues con ella se da cuenta de si es o no buen padre y madre. 164
165 Morad de Martínez, María del Pilar; Bonilla Vélez, Gloria. “La construcción socio-cultural de la maternidad y la paternidad en Cartagena de Indias. En: “Palobra, la palabra que obra”, No. 1. Agosto. Universidad de Cartagena. Cartagena. 2000. p. 22.
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La población joven, en general, acepta su nuevo rol familiar, pues le brinda la posibilidad de adquirir una creciente autonomía económica de sus padres y la capacidad de responder a las exigencias de consumo del nuevo medio de las que dependen sus procesos de socialización e integración: “Ya mi papá no puede prohibir nada, porque ahora lo que pasamos es hambre y trabajo” (Entrevista mujer joven Cartagena) Como consecuencia de las nuevas dinámicas familiares y del papel cada vez más protagónico del joven, que además de conseguir dinero para el sustento diario sabe movilizarse en la ciudad, éste adquiere mayor participación en la toma de decisiones y ostenta una creciente autonomía frente a los padres, lo que eventualmente origina conflictos con ellos. Los espacios y tiempos propios del joven (muy escasos o ausentes antes) se convierten en demandas familiares que generan tensiones al interior de la familia a causa de la exigencia de jóvenes hacia los padres por el acceso a ciertos bienes de consumo y una mayor autonomía. Los requerimientos de jóvenes por cierto tipo de ropa, música o dinero para gastar en lugares públicos (discotecas o fiestas), son constante motivo de altercados entre padres e hijos. “Empiezan a decirnos a nosotros, a los papás que ellos ya no visten igual que no salen así a la calle, que ayer salí con esta pantaloneta y usted cree que hoy también voy a salir así. Y ese es un problema porque la verdad uno acá no tiene esa comodidad”. (Taller con organizaciones Tumaco) También influye en las relaciones conflictivas familiares el pensamiento para algunos mayores, de que se incumplen las responsabilidades familiares al llevar una vida de diversión y ocio. Así como la propagación del temor -en particular de las madres- hacia la ciudad y la calle, lugar por excelencia donde se dan las relaciones sociales de los y las jóvenes, y donde están expuestos a mayores peligros. En este escenario, el cambio de comportamiento en los jóvenes es entendido como rebeldía. Se observa con ello un aumento en medidas restrictivas por parte de los padres y madres, que intentan evitar a toda costa el acceso a espacios públicos de recreación y esparcimiento, pues consideran a sus hijas más vulnerables frente a violaciones y embarazos, y a sus hijos susceptibles de vincularse a grupos de delincuencia común, consumo de drogas, o de ser objeto de actos violentos. En ausencia del padre (en razón a que falleció, trabaja en las zonas rurales o conformó otro hogar), el joven comparte con la madre el rol de proveedor económico y asume a temprana edad parte del liderazgo de la familia. Se accede así rápidamente al rol de adultos y no ya al de niños, mientras 165
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simultáneamente se busca poder ejercer la juventud desde la moratoria social que se supone les brinda la ciudad, originando situaciones conflictivas con las madres y hermanos que no reconocen aún la plena autoridad de los hijos y hermanos mayores. En los varones, en todo caso, perduran vínculos estrechos de afecto con las mujeres (abuelas y madres), a quienes se les profesa un profundo respeto. La abuela en particular, cuando la hay, sigue siendo la persona que enseña las costumbres, transmite los valores, escucha y brinda consejo. Distinto es el vínculo con las figuras masculinas (padres, abuelos y tíos), a quienes se les reconoce un nivel de autoridad, pero en una relación abiertamente distante. Debido a la difícil situación económica, es común que los jóvenes continúen conformando nuevos hogares bajo la protección de la familia extensa y asuman responsabilidades en ella. Esto genera en ciertos casos conflictos al interior de las familias donde hay varias figuras de autoridad. Los jóvenes establecen relaciones nuevas en la ciudad bajo la protección de la familia extensa recuperando la lógica cultural que tiende a la construcción de nuevos núcleos como ampliación de la familia y no por núcleos separados166. Luego de la desarticulación de la familia extensa producto de las condiciones del desplazamiento y los actos violentos, se observa la tendencia a la reconstrucción de ese escenario familiar ampliado en el nuevo medio. Con ello se evidencia cómo las capacidades de reconstrucción de tejido social y familiar persisten aún en diferentes generaciones. El desplazamiento obliga a una re-
construcción o refundación de troncos familiares y redes sociales que la soportan, lo que en la práctica toma varios años, proceso en donde la misma población en situación de desplazamiento identifica éxitos relativos del restablecimiento en la ciudad. De manera general se observa, como en otros estudios, que en el marco de los procesos de modernización, disminuye la importancia de la familia como agente socializador. Si bien es importante el auge de los medios de comunicación masivos, la escuela y los pares generacionales, de donde se construye la imagen del joven como emprendedor, relajado, en función de la diversión y con sólo algunas responsabilidades de los adultos y menos subyugado a las autoridades familiares, al mismo tiempo se interioriza aquella imagen del joven tradicional que asume responsabilidades para con la familia, colabora en las actividades de la casa, debe respetar a los padres (en particular a las madres) y asume la dotación cualitativa de los géneros, que prioriza en las mujeres la maternidad y el hogar como eje femenino, y la generación de ingresos para la familia, la virilidad medida en hijos y mujeres, y el trato agresivo en los hombres. La imposibilidad de realizar a cabalidad el primero y el mantenimiento del segundo, dan como resultado un híbrido donde se sueña con ser lo que no es siempre posible. Así mismo, se ha señalado en otros estudios que como forma de resistencia a los procesos modernizadores en la familia se reconstruyen redes o clanes familiares en las ciudades en las que se reproducen formas de socialización asociadas al trabajo y a los roles familiares167. En los estudios de caso 166
166 Puyana Villamizar, Yolanda. “Cómo se convierten en mujeres las niñas del norte de Bolívar. Procesos de socialización y formación de la identidad”. En: “Palobra. La palabra que obra”, No. 1. Agosto. Universidad de Cartagena. Cartagena. 2000a. p. 28. 167 Parra Sandoval, Rodrigo. Op. cit. 2003. p. 51.
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se observa, como ya se ha mencionado en el capítulo de impactos generales, la reconstrucción de redes y troncos familiares en los lugares de llegada y la reconstitución lenta de redes de solidaridad a través de compadrazgos y padrinazgos. Sin embargo, la constitución de circuitos económicos familiares no es una constante. Las difíciles condiciones económicas y sociales para acceder y reproducir el capital no han permitido la consolidación de empresas familiares a las que se puedan vincular laboralmente y aprender de la mano de padres y familiares oficios particulares. Cuando existe algún tipo de oficio familiar (como hacer y vender pan, cocadas, o alguna otra actividad parecida), los y las jóvenes no encuentran en él más que una labor necesaria pero que no les reporta conocimiento de relevancia en la construcción de su proyecto de vida, que tiende a la realización de alguna actividad profesional o a la consolidación de algún negocio (venta de servicios o actividad ilegal). Los procesos de socialización de niños, niñas y jóvenes se mantienen como un ejercicio eminentemente colectivo donde intervienen todos los miembros de la familia extensa, vecinos y conocidos, haciendo borrosos los límites entre lo privado y lo público168, característica de la socialización de jóvenes, niños y niñas en las costa atlántica y pacífica. Sin embargo, es significativo el cambio sustancial en el número de familiares inmiscuidos en los procesos de socialización de los menores, los agentes socializadores con quienes se interactúa en la esfera pública y la calidad de las relaciones que se establecen con ellos. A continuación se analizarán precisamente las relaciones en este ámbito de socialización.
Procesos de socialización en el entorno social
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l aprendizaje de lo que es ser joven se manifiesta desde la reelaboración de los lugares de origen y la apropiación del lugar de llegada. De esta manera los territorios tradicionales son añorados (aunque no necesariamente se regresaría a ellos) mientras se busca simultáneamente la inclusión en la ciudad.
Las comunidades de las que proviene la mayoría de la población en situación de desplazamiento, son pequeños caseríos, veredas o corregimientos regidas por el parentesco, donde según ellos mismos, “todos éramos familia”, y se mantenían relaciones muy próximas determinadas por la solidaridad, el reconocimiento, el compadrazgo y la vecindad.
Puyana Villamizar, 168 Yolanda. Op. cit. 2000a. p.27.
“Los amigos de acá son bien, pero los amigos de allá son amigos y son familia, no es lo mismo y es distinto. Yo con los de allá me crié, pescando juntos, canastiando, nos bañábamos, íbamos al río” (Entrevista hombre joven Tumaco). 167
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En los contextos rurales, la “ley ejercida al interior del núcleo familiar es vivida por los y las jóvenes como transmisión de normas y valores que posteriormente se refuerzan o debilitan en la interacción con el otro y las instituciones. De la misma manera, se observa que la familia como grupo de referencia transmite los ideales necesarios para la convivencia en su función de ley”169. En los jóvenes, el recuerdo del territorio está marcado por el paisaje natural y las actividades lúdicas y de trabajo familiar que realizaban en él. Les producen particular nostalgia las actividades grupales con la familia y amigos alrededor de los juegos, la comida y las celebraciones: “Lo más importante del sitio de donde venía eran las fincas, el río y los momentos de alegría que pasábamos y que compartíamos juntos en familia y con los vecinos, y la comida que no faltaba (…) La abundancia de alimentos, el agua, los pescados, los plátanos y que no nos hacía falta nada, lo teníamos todo (…) su gente su alegría, la solidaridad de la gente de la comunidad. La humildad de la gente y que uno se la pasaba muy bien... también las buenas costumbres que extraño pero que aún no se me olvidan”. (Taller con jóvenes Quibdó) El lugar de antes era un espacio abierto que daba cabida a todos, donde el joven tenía un espacio para el juego, para compartir con otros y donde nunca faltaba lo necesario para vivir, siendo el río el elemento central que nutre sus recuerdos, fantasías y frustraciones. En contraste, los lugares de llegada se muestran como pequeños, en precarias condiciones físicas, o en el caso de los jóvenes cuyas familias llegaron a albergues, donde se vieron obligados a asumir situaciones de mendicidad y hacinamiento que aún son recordadas con dolor. “Acá nos va como regular en la parte económica, porque un día comemos, un día no. La vida nos ha cambiado en la parte económica, allá teníamos almuerzo y todos los días, el desayuno y la merienda y acá muchas veces ni merendamos y a veces ni comemos”. (Entrevista mujer joven Tumaco) Para los jóvenes de Quibdó y Tumaco, tiene un especial significado la carencia de servicios públicos, en particular agua, que contrasta con la abundancia en sus lugares de procedencia. “Allá teníamos un pozo, eso era cerca de la casa, en canoa es que uno va a lavar al río, aquí el agua es salubre, allá es dulce. Acá con agua de pozo yo tengo que cocinar y allá no cocinábamos con agua de pozo, eso acá sì ha sido como más difícil”. (Entrevista joven mujer Tumaco). 168
169 Jaramillo G., Isabel Cristina, Noreña B., María Isabel. “Intersubjetividad, jóvenes y violencia en zona rural de Urabá”. Monografía. Facultad de Psicología. Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Universidad de Antioquia. Medellín. 2002. p. 48.
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La consecución del agua se hace penosa e incluso humillante para algunos jóvenes, bien sea por las distancias de donde se debe cargar o por la dependencia de la voluntad de los habitantes del barrio vecino para venderles. “Cuando uno no tiene plata para pagar el agua le dicen: no mamita, pa´ regalar agua no hay, y si no hay plata no se llenan, entonces a veces cocinamos con ese agua de pozo de salubre, porque uno le llora: ¡ay, vecina, aunque sea una canequita! y no… yo también pago agua y necesito plata, algunas vecinas sì le regalan una olla, pero si no hay plata no toma agua de llave, así es aquí”. (Entrevista mujer joven Tumaco). Abandonar el territorio ha ocasionado una notable desmejora en sus condiciones de vida, tanto en aquellos jóvenes que tenían una vida más bien acomodada como en aquellos que llevaban una vida modesta: “No conocía el trabajo, yo lo tenía todo ahí, el agua, la luz, el colegio, todo lo tenía al alcance, yo no sabía, por ejemplo, qué era asolearse todo el día trayendo agua pa´ la casa, lavar a mano, mejor dicho, es un martirio para mí.” (Entrevista joven hombre Cartagena) Es evidente la disminución de la dieta alimenticia que en muchos casos se constituye en situación de hambre. “A mí me gustaba más allá que acá. Nos íbamos con mi papá pa’ la Rosa, arrancábamos la patilla, el maíz. Yo cambio mejor allá que aquí, porque allá es mucho lo que uno pasa sabroso en el monte, pero ya como no se puede. Allá era más o menos porque uno cultivaba su yuca y cocinaba el plátano, el ñame, y también una que uno llama candia, eso es como un frijolito y mi mamá lo hacía sudao y se lo comía uno con su yuca... Aquí mi papá no había empezado a trabajar y no teníamos pa´ la comida y dándole yo seno a ella y más me adelgazaba y como ya en los senos no hallaba nada si no había comida y pa’ yo aguantarle la teta a ella, tocó quitársela”. (Entrevista mujer joven Cartagena)
El abandono del territorio también ha significado la ruptura de las relaciones cercanas con parientes o amigos con quienes se creció y que formaban parte de su universo relacional. El conflicto armado no sólo devastó comunidades mediante el desplazamiento forzado, sino que quebró sus estructuras haciendo de los habitantes de una misma vereda o municipio enemigos: 169
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“La misma gente del pueblo allá se está metiendo en la zona de guerra y todo eso, o sea uno allá no sabe ni en quién confiar, ya uno prácticamente no puede confiar en nadie. Entonces yo me siento bien aquí, bastante bien”. (Entrevista mujer joven Cartagena) Para los jóvenes de los barrios de Cartagena, esta situación resultó crítica pues fueron objeto de presiones para vincularse a los grupos armados ilegales, impacto diferencial claro en este grupo poblacional: “La mayoría de los jóvenes allá son puros paracos o guerrilleros, la mayoría porque les ofrecen cantidad de plata y como jóvenes que son se llenan bastante los oídos y se meten, pero después ya no se pueden salir”. (Entrevista mujer joven Cartagena) “Yo me vine porque se estaba formando un grupo al margen de la ley que estaba reclutando, es un grupo ilegal, me reclutaron y a los pocos días me llevaron a la fuerza. Muchas personas fueron víctimas de ellos, inclusive amigos. Y por eso fue que decidí venirme porque la violencia no trae nada bueno. Para mí eso no trae nada bueno, porque yo creo que todas esas cosas las hacen por venganza, ellos se aprovechan de eso y les gusta que la gente les tenga miedo. Prácticamente fue mejor haberme venido porque o si no yo ya estaría bajo tierra.” (Entrevista hombre joven Cartagena) En los lugares de origen, el barrio es un espacio de socialización determinante en su vida actual, pues les permite a los jóvenes descubrir la ciudad. En él se concentran las dinámicas de la población joven (fútbol, juegos de mesa, baile y la televisión) y allí fundamentalmente aprenden los significados sociales y expresiones nuevas de su grupo poblacional. Un elemento de encuentro y de interlocución es,
sin lugar a dudas, la atracción por la música (salsa, champeta y reggetón), que resulta ser el principal medio de integración de los jóvenes de los barrios. “Nos reunimos los fines de semana en la casa de alguno, se saca el equipo a la calle y a escuchar música y a bailar… así van llegando jóvenes del barrio o de otros barrios”. (Taller con jóvenes Tumaco) En el nuevo lugar, ya sea a través del canto o el baile, la música es la principal forma de sentirse incluido, acercarse a los pares del otro sexo o lograr reconocimiento y admiración, reminiscencia clara del papel que la música y la danza tienen en las comunidades negras. Un aspecto común en los relatos de los y las jóvenes con relación a su llegada al nuevo lugar, es la ciudad como símbolo atractivo de progreso. Representa la posibilidad de continuar los estudios y de trabajar: 170
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“En la ciudad podemos hacer muchas cosas buenas y también aprender a conocer más para el futuro que nos espera, que es bastante difícil, porque tenemos oportunidad para estudiar, de prepararnos en la vida, y de trabajar”. (Taller con jóvenes Quibdó) El desplazamiento causa la aceleración, en condiciones no voluntarias y por ello inadecuadas, del proceso de migración e inserción en la ciudad. Aunque no puede generalizarse, los relatos de los y las jóvenes parecieran indicar que la mayoría de ellos logran una identificación espontánea y rápida con la vida urbana, lo que facilita un proceso de adaptación que rápidamente desdibuja la idea de regresar en forma definitiva a sus lugares de origen. Sin embargo, la mayor independencia de sus familias y su capacidad de adaptación, no necesariamente garantizan la capacidad de hacer frente a los riesgos propios de la ciudad, y en esa medida, no disminuye el grado de vulnerabilidad de este grupo poblacional170. Desde su nueva condición de desprotección, los jóvenes deben maniobrar entre la droga, la prostitución y la participación en actos delictivos: “Todos esos valores que me habían enseñado allá, todo eso se había terminado, ya había aprendido cosas nuevas, dichos nuevos, ellas vestían distinto... ya había madurado y maduré así de buenas a primeras”. (Entrevista mujer joven Cartagena) La definición del riesgo 170 se hace en función de dos aspectos: por una parte, la valoración del riesgo según el contexto en el que están, y por otra, la valoración moral que fortalece y determina sus límites en función de sus convicciones religiosas, políticas y sus costumbres. Tomado de Osorio, Flor Edilma, “Recomenzar vidas, redefinir identidades. Algunas reflexiones en torno de la recomposición identitaria en medio de la guerra y del desplazamiento forzado”, en: Bello, Martha Nubia (ed) “Desplazamiento forzado: dinámicas de guerra, exclusión y desarraigo”. AcnurUniversidad Nacional de Colombia, p. 182, 2004.
Son preocupantes los casos de violaciones y consumo de drogas en los barrios: “… al barrio están llegando personas del centro a ofrecer marihuana, a la salida de la escuela. También cogen a los más grandes y les ofrecen o los amenazan para que les compren”. (Taller con jóvenes Quibdó) “Algunos jóvenes se dejan convencer de sus amigos porque les tienen confianza, para que fumen marihuana y luego se metan a robar a las mujeres que se van a trabajar o para que vayan al centro a robar una tienda”. (Taller con jóvenes Quibdó) Aunque fue muy difícil evidenciarlo e inclusive atreverse a hablar del tema, se obtuvo información sobre casos de abuso y explotación sexual por parte de hombres adultos procedentes de otros barrios que esporádicamente llegan a los asentamientos en busca de jóvenes y niñas adolescentes. En todos los barrios de las tres ciudades este fenómeno fue recurrente, asociado en Cartagena y Tumaco a redes locales de prostitución. En algunos casos las madres alientan estos comportamientos: “…por la mala vida que tienen aquí en Quibdó, al no tener qué comer, entonces alguien les ofrece plata por la calle y ellas como tienen hambre, o para comprar 171
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ropa o llevar a su casa cometen el error… Creo que algunas mamás de las niñas no saben lo que pasa, otras sí saben y dicen, a mí no me importa lo que ellas hagan con su vida para ellas subsistir; también porque algunas no tienen ropa o zapatos, como les gusta vestir bonito, o también si el papá no les da todo eso, también es por eso.” (Taller con jóvenes Quibdó) Como se había dicho en el capítulo dedicado a los impactos diferenciales en las mujeres, el espacio público aparece para las jóvenes como un espacio altamente peligroso, donde se exponen a robos o violaciones: “Estos casos se están presentando porque en el barrio hay mucha inseguridad, no hay alumbrado público, sobre todo en la quebrada que es el lugar donde uno se baña” (Taller con jóvenes Quibdó). Si bien los riesgos anteriores afectan por igual a todos los jóvenes, la población en situación de desplazamiento es más vulnerable por los hechos violentos de los que ha sido objeto, por el proceso de adaptación acelerado al que se ha visto obligada, y por las circunstancias económicas, sociales y culturales de sus familias. Como consecuencia no se desarrolla la plena capacidad de reflexión y decisión frente a los peligros de la ciudad171. El barrio también es objeto de marginación debido a su distancia del centro de la ciudad. La falta de servicios de todo tipo constituye una carencia apremiante para los jóvenes que se desplazan a otras zonas de las ciudades en busca de ellos. Los espacios de socialización son escasos, debido a las exigencias económicas del transporte y la sensación de extrañeza que acompaña tanto a los jóvenes recién llegados como a los habitantes tradicionales de la ciudad. “Aquí la gente es diferente y uno no se acostumbra porque uno es como de otro mundo... Para ellos todo es raro, que los carnavales allá uno echa polvo entre hombres, aquí el otro año que llegamos le echamos polvo a un hombre y “marica” nos dijeron”. (Entrevista hombre joven Tumaco) “Aquí hay mucha gente rara, lo ven a uno diferente, hay bastante gente rara, cuando se acerca a uno son bien y cuando le dan la espalda a uno le ven el feo. Cuando uno los mira se ríen y por detrás ya le ríen. En mi campo todos somos familiares y nadie es menos que los demás.” (Entrevista hombre joven Tumaco) 172
171 Arias, Fernando. “Efectos psicosociales y culturales del desplazamiento”. Dos Mundos. 2000. p. 257.
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Una de las principales manifestaciones de la confrontación de los dos mundos está en lo que los jóvenes identifican como timidez o dificultad para socializar, señal distintiva de su condición de forastero, desplazado o no, articulada al miedo y a la desconfianza: “A veces uno por ser tímido y venir de otro lado, ¡cha! se quieren aprovechar de la situación, como que la presa es más fácil, por ser uno tímido, por hablar poco y como uno tiene poca comunicación, poca experiencia, poca enseñanza”. (Entrevista mujer joven Cartagena). Las nuevas pautas de comportamiento están definidas por la prevención, en contraste con la solidaridad de los lugares de origen. “Me sentía muy sola, muy sola, muy ignorada y además todo lo que ya me había pasado y yo decía: todo el mundo quiere hacerle daño a todo el mundo, entonces uno tiene que saber defenderse. (…) yo no confío en nadie porque es que hay personas que las tratan como amistad y después le pegan la puñalada.” (Entrevista mujer joven Cartagena)
Se plantea para los jóvenes un escenario de socialización diferente caracterizado por la agresión. Los jóvenes en situación de desplazamiento se reconocen como más calmados y pacíficos, en franca oposición a las representaciones que sobre esta población se han construido. “Porque por ejemplo, aquí digamos en el curso hay una pelada que me cayó bien, es buena gente y aquí dicen ese pelao es bobo y ya toman por otro lado... Aquí la gente es más lanzada y allá todo es más pacífico... “uno por lo menos no está acostumbrado a pelear, en cambio aquí cada ratico quieren y si uno no quiere ya comienzan a montar gallada, así es que son aquí”. (Entrevista hombre joven Tumaco) Su particular forma de ser y actuar frente al otro se ve abruptamente alterada, ocasionando un malestar que indispone a los jóvenes para relacionarse y los lleva a no socializar y permanecer encerrados en sus casas. “Ellos siguen con el problema de quererse volver para su pueblo o para otra parte porque el medio no es apto para que ellos estén aquí, el medio es bastante fuerte (…) entonces por esa gracia ellos no quieren aceptar y se encierran en un caparacho que no quieren ser ellos y nadie más, el caso de mis hijos, no quieren compartir casi con 173
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ninguno porque le tienen miedo porque las costumbres son diferentes, porque cualquier cosa es problema, y están cansados de tantos problemas y no quieren más problemas aquí y se encierran y de la casa no salen sino de la casa al colegio, y del colegio a la casa”. (Taller con organizaciones Tumaco) Particularmente atemorizante es la práctica de “limpiezas sociales” que forma parte de la cotidianidad en Cartagena y Tumaco, y cuyas principales víctimas han sido jóvenes, clasificados por la población en general como “malandros”. La publicación de listas en las paredes de tiendas o en lugares estratégicos se convierte en una advertencia silenciosa pero implacable de acciones consideradas por la generalidad de los habitantes como aisladas, que no involucran a la comunidad, que no afectan al joven común y corriente, y que afectan o castigan sólo a aquel que se lo merece. Sin embargo, no es una situación excepcional, se constituye en un hecho que reproduce la violencia de la que los jóvenes vienen huyendo, y constata que la eliminación física y la intimidación son formas de establecer un orden social a costa de los derechos de la población. “Esa gente mala que anda ahorita, dicen ese muchacho qué anda en la calle ahorita. Entonces cogen y les preguntan cosas y los muchachos se llenan de temor pensando que los van a matar o hacerles cosas. Entonces dice -ese muchacho que anda por allá anda metiendo vicio porque como es oscuro y sólido- entonces ven salir a un muchacho de por allá y lo equivocan”. (Entrevista hombre joven Tumaco) “Pero a veces también miran a las jóvenes que tienen el cuerpo más desarrolladito y piensan que andan en andanzas malas o empiezan a pensar que es una muchacha dañada, o como la ven en la noche dicen esta muchacha es mal y hay algunas que las apuñalean tarde de la noche porque piensan que es alguna persona dañada.” (Entrevista mujer joven Tumaco) Esta es una de las razones por las que no se evidenció presencia de pandillas de jóvenes en alguno de los barrios. Debido a la presión que se observó sobre la juventud, no hay tampoco expresiones propias de este grupo poblacional observadas en otros estudios sobre juventud donde a través de la tribalización, y abiertas e inclusive controvertidas expresiones artísticas (a través de la música, por ejemplo), se desarrollan formas de resolución de conflictos o formas de socialización alternativas172. Los grupos armados atacan con violencia expresiones de ese tipo, como una forma de control social que se ha mostrado efectiva. Con ello se cierra la puerta a la conformación de colectividades. Recordemos que “el grupo formal remite directamente a la posibilidad de pacto, que para estos jóvenes sólo es posible en función de la confianza como palabra verdadera, palabra que se articula a la dimensión simbólica y 174
172 Serrano, José Fernando. Op. cit. 2004. p. 128.
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que ordena aquello que aparece innombrable e ingnoscible, tanto en los grupos juveniles como en el pacto amoroso y el pacto de amistad. Ello supone la posibilidad de hablar en un ámbito íntimo y privado, así como en espacios que se ubican del lado de lo público (grupos juveniles) permitiendo la localización del goce ante lo real que se impone y amenaza al sujeto con su desestructuración. Es decir, en tanto el pacto implica la equidad, es posible para los jóvenes implicarse en una relación que pacifica y permite tratar lo imaginario que los mortifica”173. En este escenario, la escuela es el lugar donde por excelencia se aprende a convivir con otros y con las nuevas situaciones que de ellos se desprenden, aspectos que los jóvenes reconocen como positivos de su vida en la ciudad. El desplazamiento forzado implicó la ruptura del recorrido escolar, pues generalmente las familias cuando llegan a la ciudad, necesitan un año o más tiempo para estabilizarse definitivamente en un determinado sector e iniciar la búsqueda de un cupo escolar para los hijos. Por ello, la mayoría de los y las jóvenes en situación de desplazamiento se encuentran por encima de la edad promedio frente al grado escolar. Este es un motivo de incomodidad en ellos, que los motiva a continuar sus estudios en jornada nocturna donde generalmente se dictan cursos de aceleración y no se tienen mayores problemas para trabajar. A pesar de que no se tienen datos concretos al respecto, de acuerdo con lo comentado por varios profesores de las escuelas locales, hay aún un alto índice de deserción en los jóvenes en situación de desplazamiento, debido a las actividades laborales y a la falta de recursos, especialmente en aquellos casos en los que se debe pagar el transporte público para llegar al centro educativo. No quiere decir esto que quienes estudian no realizan una actividad que les provea económicamente sino que para algunos es insuficiente trabajar los fines de semana y luego de clase. En lo que se refiere a los sentimientos asociados a la escuela de antes del desplazamiento, los jóvenes recuerdan con nostalgia una enseñanza ligada al contacto con la naturaleza, basada en la tradición oral (cantos, cuentos y dichos), en las celebraciones y en actividades deportivas. La escuela del ahora representa sin embargo, el lugar donde se aprende otro tipo de cosas que antes no conocían y donde se consolida el proceso de adaptación al medio urbano: “Me gusta la nueva escuela porque enseñan artes, inglés, medio ambiente, derechos humanos, educación sexual, periodismo”. (Taller con jóvenes Quibdó), Jaramillo G., Isabel 173 Cristina; Noreña B., María Isabel. Op. cit. 2002. p. 63.
temas novedosos que dejan atrás las formas tradicionales de enseñanza. En particular, para el caso del Pacífico se observa que en ella “ya no hay espacio para la reflexión sobre la cosmogonía y la 175
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cosmovisión de la cultura afrochocoana, ni para la tecnología indígena que ha sido pilar en la producción agrícola, maderera y pesquera en la región”174. Los principales problemas en la escuela se encuentran en las relaciones con maestros y pares: “Ahora es más difícil relacionarse con los compañeros de la escuela, solamente con algunos” (Taller con jóvenes Quibdó). Las relaciones que los y las jóvenes establecían con sus profesores estaban mediadas por un vínculo de cercanía y confianza, pues compartían con los alumnos y sus familias, costumbres, celebraciones y fiestas, en contraposición a la relación más lejana que se tiene con los maestros actuales. Actitudes de discriminación o rechazo en la escuela hacia jóvenes en situación de desplazamiento –comunes en otros contextos de integración de población desplazada a lo urbano- no se evidenciaron en el caso de Quibdó debido a que la mayoría de alumnos ha sufrido el desplazamiento y a que es común la presencia masiva de este grupo poblacional en las escuelas cercanas a los barrios. No fue así en los barrios de Tumaco y Cartagena, donde se observaron limitaciones para el goce efectivo del derecho a la educación debido a señalamientos de otros alumnos y de algunos maestros por la incapacidad para contar con el uniforme completo, los útiles escolares, o pagar por el almuerzo. De manera general, en el nuevo medio se verifica una disminución de los factores protectores para los y las jóvenes. No existe un apoyo efectivo de los padres y madres para enfrentar la situación de desplazamiento o los cambios generacionales, pues ellos mismos aún no han elaborado su situación ni las transformaciones familiares y sociales asociadas, imposibilitando asistir en tal proceso a los hijos e hijas, aunque sea evidente su interés y voluntad. La estrategia generalizada es no hablar de los eventos del desplazamiento o momentos difíciles ni al interior de la familia o con extraños. La utilización de la autoridad violenta es, además, el medio usual de expresión de la protección, alivio de la sensación constante de miedo en los padres en relación con sus hijos y la única manera que encuentran para expresar su voluntad de educarlos, práctica que se supone eficaz aunque genere otros efectos indeseados evidentes. La escuela es el principal factor protector, aunque en ella se tenga que lidiar también con sensaciones y manifestaciones de exclusión y discriminación. Las organizaciones privadas con injerencia en los barrios también cumplen con esa tarea al identificar a los jóvenes como un grupo que debe recibir algún tipo de atención diferencial. En los casos, por cierto muy pocos, donde se conjugan
eficazmente un ámbito familiar tranquilo, un escenario escolar constante, y espacios 176
174 Restrepo Yusti, Manuel, “Escuela y desplazamiento: una propuesta pedagógica”. Ministerio de Educación Nacional. 1999.
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para la vinculación representativa de la juventud, el desplazamiento se convierte en un hecho de la vida personal que no obstaculiza otros procesos sociales o personales e inclusive su aceptación abre las puertas para la superación personal y búsquedas nuevas de proyectos al futuro. Como efecto del desplazamiento se observa la entrada decisiva del Estado a través de la escuela y sus instituciones, la participación de organizaciones no gubernamentales y sus proyectos de intervención, la creciente presencia de medios masivos de comunicación, y de los actores armados que desde antes del abandono del territorio hacen presencia en los procesos de socialización secundaria que desplazan a una comunidad que era entendida más como una familia ampliada. En este contexto, la escuela propicia la adquisición de saberes académicos que generan conocimiento útil para un campo laboral en actividades asignadas al joven en los sistemas sociales urbanos; las organizaciones privadas tienden a generar patrones de socialización en el marco de procesos organizativos donde se reconoce al joven como sujeto de derechos; los medios de comunicación reafirman consumos y cualidades de género y edad propias de un sistema patriarcal funcional al mercado, y los grupos armados, por medio de la violencia contienen las “desviaciones” innatas de la juventud en procura de mantener el control territorial y social. Mientras que en los dos primeros se da la palabra y se rompe el silencio de los jóvenes respecto a su situación y emociones, en la última (al igual que en la familia) se promueve el silencio, dando como resultado el camuflaje de los jóvenes en la ciudad y el barrio a través de la apropiación de estéticas y formas particulares de consumos culturales. Son, en todo caso, formas distintas de la manera como la modernización se pone en práctica en la población en situación de desplazamiento.
Impactos en la participación y organización de los y las jóvenes
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a discusión de la participación política de los y las jóvenes es aquella en donde más claramente se observa un sentido de juventud (en jóvenes y en adultos) asociado a una moratoria social. Como resultado, se continúa percibiendo al joven como un ser incompleto en transición a la vida adulta, inmaduro e inexperto, limitando su participación en escenarios de decisión, espacios de exclusivo control de los adultos. Se observaron, sin embargo, rasgos distintos en este aspecto en los barrios de las tres ciudades. 177
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En Quibdó, la participación de los jóvenes en organizaciones sociales se daba en las zonas rurales alrededor del trabajo en las mingas o acompañando a sus padres a las reuniones de los movimientos sociales de los que hacían parte. También en la preparación de actividades culturales como la danza o representaciones teatrales para las fiestas patronales. La participación era motivada por otros (la familia o la escuela), respondía concretamente al desarrollo de actividades concretas, y no eran formas institucionalizadas de organización. Parece comprobarse así que “lo organizativo juvenil suele configurarse, no de manera pragmática, no alrededor de acciones programáticas, no de acuerdo con planificaciones formales (…) que el mundo juvenil tiene otros criterios y de organización y por ende de participación (...) lo político en el mundo juvenil no está separado del juego, del arte, de la lúdica”175. En la actualidad se ha promovido la conformación de grupos de jóvenes que, en principio, se limitan a realizar actividades lúdicas alrededor del deporte y las expresiones culturales, que cumplen la función de mejorar la integración de los y las jóvenes en el barrio y a ocupar el tiempo libre. En algunos pocos casos, las estructuras organizativas juveniles han empezado a generar iniciativas que apuntan al desarrollo del barrio, como la organización de jornadas de limpieza de las calles, el arreglo de vías y el cuidado de las fuentes de agua. Gran parte de estos procesos son acompañados por un adulto de la comunidad o por una entidad que realiza algún trabajo en los barrios, que por lo general han apoyado los procesos de conformación y de capacitación para la población joven. En los barrios de Tumaco, los jóvenes no cuentan con referentes organizativos en sus lugares de origen. Por ello, en el nuevo lugar, sus espacios de participación son inexistentes, con excepción de aquellos alrededor de actividades deportivas. En las organizaciones de mujeres en situación de desplazamiento y en las juntas de Acción Comunal, los jóvenes tienen una participación pasiva que se limita a ser objeto de algún curso de capacitación. No existen escenarios que potencien sus capacidades de liderazgo, producto de la falta de credibilidad en ellos y la lectura equivocada de los líderes adultos hacia su situación: “Yo siempre he escuchado que dicen si no lo hace uno de adulto qué lo va a hacer usted... Nos dicen no podemos nosotros que somos mayores, ahora ustedes que van a quejarse a alguna oficina a quejarse de algo y ni siquiera les paran bolas. Quién le enseña a los papás a hacer hijos”. (Entrevista hombre joven Tumaco) Esta situación se observa también, aunque en menor gravedad, en los sectores objeto de estudio en Cartagena. Los espacios organizativos tradicionales como las juntas de Acción Comunal no cuentan con la participación de la población juvenil, y las organizaciones de juveniles, aunque se muestran como relevantes, no han logrado autonomía frente al mundo adulto, no convocan un número importan178
175 Navarro, Fernando. Op. cit. 1999. p. 124.
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te de jóvenes y sus acciones parecen responder a los intereses y preocupaciones particulares de las entidades que los han promocionado en su momento, más que a su propia proyección de vida. Sólo 6,8% de las personas que participan actualmente en alguna organización en los sectores en Cartagena corresponde a jóvenes mujeres. En todos los casos, la política pública o la gestión de las ONG convierten al joven en objeto de intervención, especialmente en proyectos de prevención de la drogadicción y embarazos tempranos a partir de estrategias de educación, multiplicación de información y el manejo del tiempo libre. Este tipo de gestiones, si bien son importantes, aún priorizan una mirada del joven como problema social, como objeto de control y poco lo fortalecen como sujeto propositivo y con capacidad para cuestionar y replantear su entorno.
Se impone una mirada del joven como una persona incompleta que será adulto en un futuro, pero se le niega su realización en el presente, noción recurrente en las políticas públicas donde se ve más como objeto de intervención de proyectos preventivos y no como sujeto propositivo capaz de transformar su realidad. Esta situación no se compadece de los esfuerzos de esta población en relación con el mejoramiento de la calidad de vida de sus familias y su comunidad. Una vez más se evidencia al joven como ser social que se desenvuelve entre las contradicciones de ser considerado como un adulto o un niño.
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Impactos en los niños y las niñas “… los desplazados son unas personas que no tienen dónde vivir, vienen de otras partes, tienen muchos hijos, no tienen a sus hijos en las escuelas y yo tengo unos amiguitos que también son desplazados. Mi amiguita vino de Sincelejo y también es desplazada, ella me dijo que a ella no le da pena decir y a mí tampoco. (…) yo sabía que yo era desplazado porque mi papá me dijo, yo también sabía porque como nos vinimos de pueblo y no tenía dónde vivir… para mí eso es como un desplazamiento.” (Entrevista niño Cartagena) “…dejo de ser desplazado cuando yo pueda vivir bien, sea feliz, tenga dónde vivir, tenga una familia, ya tenga dónde vivir en alguna parte, por ahí dejaré de ser desplazado”. (Entrevista niño Cartagena). Cuando se habla de niñez se hace referencia a una etapa que se define como una fase del proceso de construcción del individuo ubicado en los primeros años de la vida de los seres humanos. Esta se caracteriza por ser el momento en el que se inicia la construcción del “ser en el mundo” (la constitución como sujetos psicológicos, biológicos y sociales) por medio de una constante relación con 180
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Bello, Martha Nubia; Mantilla Castellanos, Leonardo; Mosquera Rosero, Claudia; Camelo Fisco, Edna Ingrid. “Relatos de la Violencia. Impacto del desplazamiento forzado en la niñez y la juventud”. Universidad Nacional de Colombia.-Fundación Educativa Amor. Bogotá. 2000. p. 179. Maldonado Guerrero, Luis Fernando. Citado en: Bello, Martha Nubia; Cardinal, Elena; Arias, Fernando Giovanni (Ed). “Efectos psicosociales y culturales del desplazamiento”. Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Convivencia. Universidad Nacional de Colombia-Corporación Avre-Fundación Dos Mundos. 2000. p. 210. Martín Criado, Enrique. “¿Se pueden contar los jóvenes? Clases de edad, generaciones y procesos sociales de objetivación de clases de equivalencia”. Ponencia Seminario internacional “Uno solo varios mundos posibles”. Instituto de Estudios Sociales ContemporáneosUniversidad Central. 7 al 10 de junio 2005 Bogotá. Documento inédito. 2005. p. 6. Ibíd. p. 7. Aguirre, Julián. “Niñez y juventud en el conflicto armado interno en Colombia”. En: Bello, Martha Nubia; Ruiz, Sandra. “Conflicto armado, niñez y juventud. Una perspectiva psicosocial”. Universidad Nacional de Colombia. Fundación Dos Mundos. Bogotá. 2002. p. 106.
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todos los actores del entorno familiar y social. Lo que define a los niños y a las niñas es que “se encuentran en el proceso primario de estructuración de su identidad personal y social, están siendo socializados a través de sus otros significantes dentro de una cultura particular, están internalizando una manera de auto percibirse, de vivir, de habitar el mundo, de interpretar la realidad, de relacionarse con los otros y de desarrollar prácticas sociales coherentes con el marco de referencia simbólico propio de su cultura”176. Ellos están en un “proceso de desarrollo y crecimiento bio-psico-social que debido a la situación de indefensión, dependencia y vulnerabilidad en que se encuentran, reclaman la obligación y responsabilidad del padre y la madre, lo mismo que de las instituciones del Estado y el medio social”177. La niñez es una categoría social que comienza a gestarse desde el Renacimiento, cuando se ponen en práctica teorías y métodos pedagógicos en clases sociales pudientes que veían a los niños y a las niñas como seres incompletos pero moldeables. Se origina así la separación de la infancia y la adultez a través de la distinción de espacios, reglas y comportamientos para cada uno de ellos178. Este proceso culmina en el siglo XX con la constitución del Estado y la instauración de leyes de escolarización obligatoria y la prohibición del trabajo infantil, que de la mano de una burocratización que privilegió las credenciales académicas, promovieron el nacimiento de todo un grupo de profesionales (maestros, psicólogos, pedagogos, pediatras, por ejemplo) cuya labor se concentró en la identificación y puesta en práctica de tratamientos adecuados para la adaptación escolar y social de los niños y niñas, lo que hizo de la infancia una clase de edad homogénea179. De esta manera se transformó también la familia “y su función con respecto a las pautas de crianza hasta ese momento vigente, y se generalizaron las prácticas de escolarización con el objetivo de instruir a la población con las nuevas ideas de la modernidad con la intención de intervenir un sector poblacional”180. A diferencia de lo que sucede con la población joven, los niños y niñas no gozan de una amplia gama de representaciones sociales; casi de manera universal se acepta en la actualidad que los menores son seres sociales claramente divergentes biológica y socialmente de los adultos, caracterizados por su inocencia, su naturaleza frágil, su capacidad de aprender y ser formados; seres que necesitan de supervisión, protección, y de ciertas condiciones materiales y afectivas especiales para su desarrollo. En ellos se asocia claramente un sentido de hacedores de futuro que se conjuga efectivamente con la reciente interpretación de los niños y niñas como sujetos de derechos y en esa medida “completos” en cuanto las obligaciones que la familia, el Estado y la sociedad en general tienen para con ellos. Esto no quiere decir que las prácticas asociadas al trato de los menores sean homogéneas, pero sí que en sentido amplio, los diversos comportamientos o normas sociales que se aplican sobre ellos responden -por caminos diversos- a la creencia por parte de los adultos, que los niños y niñas deben ser educados e instruidos desde su inexperiencia y vulnerabilidad. El análisis de los impactos psicosociales 181
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y culturales del desplazamiento parte de la premisa de que son diferentes los procesos de socialización en el campo y en la ciudad. En el primero son características: la vinculación temprana al trabajo familiar por medio del cual se aprenden valores, técnicas y modelos de comportamiento social; y formas de habitar particulares en lugares privilegiados del entorno natural, donde los procesos de socialización son eminentemente colectivos (donde interviene toda la comunidad y los actores armados). En los procesos de socialización de la vida urbana hay una mayor presencia de la escuela, una sanción social y legal ante el trabajo infantil (en teoría por lo menos), una mayor reclusión de los menores frente a los riesgos de la ciudad, ejercicios de socialización marcados por el consumo, y restricciones en la socialización colectiva. De la imbricación de estos dos escenarios bajo las condiciones propias de la situación de desplazamiento, se constituyen híbridos en los que se encuadran los efectos que en niños y niñas se observan en los procesos de restablecimiento. Como en los otros grupos poblacionales, no es posible identificar impactos absolutos del desplazamiento en niños y niñas, pues estos dependen de una multiplicidad de factores propios de la vida que llevaban antes del desplazamiento, de las condiciones particulares en que se propició el abandono del territorio, y de los contextos de llegada e iniciación del proceso de restablecimiento. Sin embargo, es reconocido y aceptado que los niños y niñas son el segmento de población más vulnerable al conflicto armado, pues “corren mayores riesgos al no poder escapar de los peligros ni de sus consecuencias, al no tener la capacidad para defenderse, y porque los recursos básicos de los cuales dependen para sobrevivir quedan a veces totalmente destruidos”181. La literatura sobre los impactos en los menores víctimas del desplazamiento señala algunos fenómenos recurrentes como son una mayor violencia intrafamiliar, socialización de la violencia como forma de resolver conflictos, ruptura del tejido social, deterioro de las redes familiares y personales, reducción sustancial de su calidad de vida, desesperanza y desconfianza al enfrentar el futuro182. El desarraigo social en la niñez víctima del desplazamiento forzado, según otros autores se puede poner en función de la instauración de intercambios depredadores del entorno social y ambiental, de creencias individualistas o en el marco de una cultura de la dominación, de organizaciones sociales tendientes a ejercer la violencia, y de la reproducción de un sistema social marcado por el uso de la fuerza y la imposición183. Otros han identificado en este sentido que los rasgos característicos de los menores son el miedo como elemento de socialización y deseo social, la bipolaridad ciudad-miedo y ciudad-casa (como lugar seguro), y las representaciones nómadas de los lugares de llegada (representaciones de territorios no apropiados).184 La pérdida como sentimiento asociado a la ruptura e incapacidad de reconstruir los vínculos de afecto y amor hacia objetos, entornos y personas, lleva a la antesala de un camino de lenta muerte anímica y psicológica185, que se asocia desde un lenguaje psiquiátrico a reiterados momentos traumáticos. De esta manera, se identifican cuatro momentos 182
181 Salazar, María Cristina. Citada en: Oakley, Peter; Salazar, María Cristina. “Niños y violencia. El caso de América Latina”. TM Editores-Save the Children Fund (UK). 1993. p. 43. 182 Suárez Morales, Harvey. Citado en: Durán Renta (Comp). “Niñez y conflicto armado en Colombia”. Memorias de los foros “Los niños y las niñas de la guerra” (agosto 24 de 2000) e “Infancia y desplazamiento forzado” (marzo de 2001). Convenio del Buen Trato-Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario-Vicepresidencia de la República-Fondo de Inversiones para la Paz. 183 Maldonado Guerrero, Luis Fernando. Op. cit. 2000. p. 214. 184 Rebolledo, Olga Alexandra. “La influencia de la violencia en las representaciones de los niños del espacio social: un estudio de dos casos trans-culturales entre Montería (Colombia) y Belfast (Irlanda)”. En: Bello, Martha Nubia; Martín Cardinal, Elena; Arias, Fernando Giovanni (Ed). “Impactos psicosociales y culturales del desplazamiento”. Universidad Nacional de Colombia-Fundación AVREFundación Dos Mundos. Bogotá. 2000. 185 Cobos, Francisco. “Efecto psicoafectivo del desplazamiento forzado en la niñez colombiana”. En: Durán Renta (Comp). “Niñez y conflicto armado en Colombia”. Memorias de los foros “Los niños y las niñas de la guerra” (agosto 24 de 2000) e “Infancia y desplazamiento forzado” (marzo de 2001). Convenio del Buen Trato-Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario-Vicepresidencia de la República-Fondo de Inversiones para la Paz.
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clave en niños y niñas186: primero, cuando se entra en contacto con los hechos violentos que ocasionaron el desplazamiento; segundo, por la pérdida de referentes afectivos como familiares, vecinos, amigos, animales o la naturaleza; tercero, al llegar a los lugares de recepción, y cuarto, cuando en el marco del restablecimiento se da un choque cultural donde se encuadran los cambios en la familia, mutaciones que para este grupo son determinantes. Todas estas interpretaciones, de manera general, tienden a demostrar desde marcos distintos, que el desplazamiento forzado opera cambios en las dimensiones individuales y sociales de los menores y los afecta en la medida en que los agentes que dan vida a los procesos socializadores cambian o establecen relaciones distintas de las de antes del desplazamiento. Son precisamente las alteraciones en los procesos de socialización primarios y secundarios y en las relaciones (con la familia y el entorno social), el eje desde donde se analizarán los impactos de los niños y niñas. La población infantil entre 0 y 15 años, representa 48% del total de la población en los barrios de Quibdó, 48,3% en los de Tumaco y 44,1% en Cartagena. Para la realización de los diagnósticos de caso se decidió trabajar con niños y niñas entre los 9 y 13 años, aunque en la práctica, asistieron a talleres y entrevistas colectivas también menores con edades inclusive inferiores a los 7 años, que llegaron con sus hermanos y hermanas mayores.
Arias, Fernando Jiovani; 186 Ceballos Ruiz, Sandra (2001). “Efectos psicosociales del desplazamiento forzado en la niñez”. En: Durán Renta (Comp), “Niñez y conflicto armado en Colombia”. Memorias de los foros “Los niños y las niñas de la guerra” (agosto 24 de 2000) e “Infancia y desplazamiento forzado”. (marzo de 2001). Convenio del Buen TratoObservatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho Internacional HumanitarioVicepresidencia de la República-Fondo de Inversiones para la Paz. p. 91.
Asumir el desplazamiento: experiencia y socialización
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no de los más evidentes impactos que han sufrido los niños y las niñas con el evento del desplazamiento es aprender a convivir con los significados sociales de su situación actual. Este proceso involucra prioritariamente los eventos de violencia y el proceso de reconstrucción territorial en los lugares de llegada. Los detonantes y promotores de la manera en que el desplazamiento es entendido y asumido, son las experiencias directas de los menores y la forma en que la elaboración del desplazamiento se introduce y es enseñada por otros agentes socializadores (familia, vecinos, amigos, actores armados, profesores o profesionales de instituciones públicas y privadas).
Para la mayoría de los niños y las niñas participantes del diagnóstico, la situación de desplazamiento es entendida como tener que salir de donde vivían, lo que incluye la ruptura con el territorio y la familia: 183
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“… los desplazados son unas personas que no tienen dónde vivir, vienen de otras partes, tienen muchos hijos, no tienen a sus hijos en las escuelas y yo tengo unos amiguitos que también son desplazados. Mi amiguita vino de Sincelejo y también es desplazada, ella me dijo que a ella no le da pena decir y a mí tampoco. (…) yo sabía que yo era desplazado porque mi papá me dijo, yo también sabía porque como nos vinimos de pueblo y no tenía dónde vivir… para mí eso es como un desplazamiento”. (Entrevista niño Cartagena) “…dejo de ser desplazado cuando yo pueda vivir bien, sea feliz, tenga dónde vivir, tenga una familia, ya tenga dónde vivir en alguna parte, por ahí dejaré de ser desplazado.” (Entrevista niño Cartagena) Sin embargo, no es claro en todos los menores (en particular en los más pequeños o en los que se desplazaron por razones de miedo o violencia indirecta) qué fue lo que sucedió, si sigue pasando, y qué les impide regresar a su antigua casa. En otros (los mayores o los que directamente fueron víctimas de actos violentos), el conflicto armado, la producción de coca y la mala fe de sujetos individuales, son los nodos de sentido que les permiten explicar las condiciones de la salida intempestiva y su situación actual. En aquellos que tienen recuerdos del conflicto armado, se observaron como repercusiones comunes sentimientos de rabia, venganza, profundo dolor y reproducción de pautas de relación agresivas con los pares y la familia. También, pero en un sentido totalmente opuesto al anterior, fue recurrente encontrar actitudes de aislamiento casi total en sus relaciones sociales y una constante sensación de inseguridad y vulnerabilidad: “Los niños y niñas no escapan al miedo colectivo, las relaciones están ahora atravesadas por la sospecha y la duda recíprocas, paranoia, ansiedad y alerta permanentes”187. En el ámbito escolar se identificó, además, el olvido de la escritura por el temor sufrido y la reproducción constante de narraciones sobre el conflicto armado. Estas manifestaciones fueron particularmente evidentes en niños y niñas de los barrios de Tumaco, a quienes los cultivos de coca, las fumigaciones y las acciones más perversas de la guerra, como mutilaciones, torturas o ajusticiamientos públicos, y los asesinatos selectivos, violaciones, e inseguridad de los barrios en la ciudad (prácticas que resultaron ser recurrentes en los lugares de origen de acuerdo con lo expresado por las familias), los han marcado de manera definitiva. Un caso parecido se verificó en los sectores de Cartagena donde los niños y niñas (provenientes en su gran mayoría de la región de Montes de María) también han presenciado hechos violentos, conocen a las víctimas y a los victimarios de los mismos, han interrumpido sus estudios por la falta de 184
187 Arias, Fernando Jiovani; Ceballos Ruiz, Sandra. Op. cit. 2001. p. 91.
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garantías de seguridad, y de manera singular en relación con los otros estudios, han estado en una dinámica permanente de desplazamiento y retorno. Casos críticos de afectación emocional fueron aquellos en los que los niños estuvieron perdidos de sus familiares pues se extraviaron en el momento de la salida del territorio. Fue recurrente ante el recuerdo de estos hechos, la manifestación de sentimientos de tristeza, miedo y dolor por las pérdidas humanas y por lo abandonado: “…ellos fueron quienes quemaron la casa donde nosotros estábamos, ellos querían que uno saliera del pueblo. Querían que uno se desplazara del pueblo pa´ salir, entonces una gente fue a hablar con ellos y ahí fue donde le metieron bombas a la casa y la explotaron y entonces llegaban unos y le pegaban con las cachas de los revólveres y lo echaban a uno y uno tenía que venirse porque o si no lo mataban, entonces mi mamá se vino y la mandaron a matar (…) a mí me dio mucho dolor… y yo ya no quiero volver a vivir esas cosas, yo me quiero olvidar de todo eso… porque fueron muy dolorosas, ya perdí a mi madre y ya no me quiero acordar más de todo eso que viví”. (Entrevista niño Cartagena) “La niña (8 años) tiene como un retraso por todas esas cosas que ocurrieron, por lo menos pega un grito dice ¡ay! Ella cree que algo está pasando… y empieza a llorar y a temblar, y ella me abraza y llora y es un nervio, ella tiembla”. (Entrevista mujer Cartagena) “Hay niños que llegan acá y tienen traumas, porque lloran de noche, gritan, se mantienen asustados por lo que han visto. Son niños que se vuelven sensibles y que ya tienen el problema diariamente en la mente que no quieren que ni uno los saque a que se diviertan”. (Taller con organizaciones Tumaco) “Viven traumatizados porque al salir de allá uno le dice a los pelaos, me tengo que ir, nos tenemos que ir, o sea monta todos los motetes y uno le dice a los pelaos que nos vamos y eso es un trauma que difícilmente lo superan si no tienen un apoyo psicosocial (…) el niño desplazado tiene un trauma de las bombas, todos los niños hablan de eso”. (Taller con mujeres Cartagena) En los menores de Cartagena, la vivencia de una dinámica permanente de desplazamiento y retorno entre zonas rurales y cabeceras municipales, ha producido significados distintos del abandono del territorio en comparación con aquellos en los que la salida es definitiva, pues mientras por una parte guardan la esperanza de regresar a su tierra, por otra generan vivencias repetidas de pérdida que afectan notoriamente su estabilidad y bienestar. 185
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En aquellos niños y niñas que no presenciaron o sufrieron en carne propia los actos de barbarie del conflicto armado o eran demasiado pequeños, no hubo expresión de recuerdos de los eventos que los obligaron a abandonar sus tierras y hay una ausencia de sentimientos de dolor asociados a actores armados en concreto o prácticas de intimidación específicas. En ellos, sin embargo, no están ausentes efectos similares a los antes descritos, pero cualitativamente distintos (aunque no por ello menos graves), que son originados de las relaciones con los agentes socializadores como los miembros de la familia, la población receptora y profesionales de la escuela e instituciones que intervienen en el territorio. En estos casos, si bien los padres procuran no hablar del tema en presencia de los menores, estrategia intencional que tiene como objetivo no afectar a los menores si no recuerdan lo que sucedió, este no logra ser invisibilizado debido a que la situación de desplazamiento se evidencia en muchas de las relaciones que sostienen los niños y las niñas con los actores sociales del nuevo medio. Se observó con ello cómo “se piensa por parte de los adultos que los niños no se dan cuenta de lo que está ocurriendo, que están metidos en sus juegos infantiles sin tomar parte de los acontecimientos que los rodean o que simplemente todo lo olvidan con el tiempo, por lo cual no se toman el trabajo de hablar con los niños y niñas sobre lo que está pasando en la familia o en su entorno, no se tiene en cuenta su parecer, y en muchos momentos sus temores, sueños, expectativas y esperanzas pasan a un segundo plano frente a la necesidad de sobrevivencia y de solución de problemas inmediatos y urgentes”188. De esta forma, los impactos de todos los demás grupos poblacionales se extienden hacia ellos, son los que nutren el significado del desplazamiento en los menores, y enseñan a vivir la situación de desplazamiento, aun si no se ha realizado un ejercicio de memoria basado en la experiencia; “los niños no sólo sufren cambios familiares, económicos, de seguridad personal, el desarraigo, la pérdida de identidad, pérdidas del medio escolar, sino que además soportan la carga emocional del adulto: el niño se afecta por la forma como el adulto sufre violencia, contrario a lo que este suele creer respecto que su sufrimiento no afecta a los niños, asumiendo que no entienden lo que ocurre”189. El proceso de socialización de estos menores se caracteriza por construir un pasado desde las versiones de todos quienes los rodean para enfrentar desde allí su presente. En este caso literalmente se aprenden sensaciones, expresiones y comportamientos apropiados para quien ha sido víctima del desplazamiento, categoría social que es siempre construida en relación con los demás, en este caso se muestra como estrictamente fundada en representaciones sociales de los lugares de llegada y de la familia. Con ello no se desconoce que en quienes vivenciaron agresiones o actos violentos su experiencia pasada se consolida en los procesos de socialización en los lugares de llegada, sino que en ellos hay una doble vivencia del desplazamiento y la violencia: desde su experiencia y desde sus relaciones familiares y sociales. 186
188 Rodríguez Arenas, María Stella. “Resiliencia: otra manera de ver la adversidad”. Colección Fe y Universidad No. 16. Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Teología. Departamento de Teología. Bogotá. 2004. p.57. 189 Arias, Fernando Jiovani; Ceballos Ruiz, Sandra. Op. cit. 2001. p. 88.
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No olvidemos que “en los procesos de relación consigo mismos, niños y niñas realizan acciones de identidad, tanto personal como de género, acciones que les permiten formar y reconocer su autoestima y acciones de manejo corporal, en un proceso de autorreconocimiento físico. En los procesos de relación con el mundo que la rodea, la niñez aprehende el conocimiento de los objetos, establece las relaciones de causalidad y asume las representaciones sociales”190. Como otros estudios lo han demostrado, las reacciones de los niños ante eventos violentos están ligadas a la reacción de quienes forman parte de su entorno: “La actitud de los adultos, y en especial la de sus padres, modula la de los niños, y es esta actitud la que le da la connotación al evento traumático mismo, lo que será el origen del trastorno en el niño”191. En particular, el comportamiento agresivo es un fenómeno que se observa en todos los espacios de socialización y que se debe tanto a la incapacidad de afrontar los eventos del desplazamiento, como al ambiente cargado de agresividad en el que se educa y vive la población infantil. Los asesinatos de familiares producen un “abrumador sentimiento de impotencia que pronto se encauza a través de marcados sentimientos de venganza; la fantasía del juego, los deseos, están ahora dirigidos a lograr una reparación”192. Así mismo, los niños y las niñas pierden la seguridad que se supone los adultos les brindan193. El niño tiende a responsabilizarse de la familia (defender a la madre, por ejemplo) o a desvanecerse y sentirse apabullado por un entorno frente al cual no tiene cómo defenderse. En aquellos que han tenido contacto con los grupos y han sido testigos de eventos violentos, el impacto es evidente: “Yo no podía discutir con nadie porque él me decía-déjelo mami, déjelo quieto que yo me voy a ir a la guerrilla y voy a venir a matarlos a toditos”. (Entrevista mujer adulta Tumaco)
Bello; Mantilla; Mosquera; Camelo. Op. cit. p. 185. Palacio, Jorge, et. al. “Estrés post-traumático y resistencia psicológica en jóvenes desplazados”. En: “Investigación y desarrollo” No. 10. Diciembre. Ediciones Uninorte. Barranquilla. 1999. p. 21. Arias, Fernando Jiovani; Ceballos Ruiz, Sandra. Op. cit. p. 89. Ibid. p. 90.
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En el contexto de los barrios donde una presencia institucional ha privilegiado las acciones afirmativas, donde las organizaciones sociales han promovido y publicitado la defensa de los derechos de esta población, y donde se han presentado problemas con otros grupos de población que ven con recelo la presencia de familias en situación de desplazamiento, los niños han identificado que su condición se define por la prioridad en cualquier tipo de asistencia, y por ser destinataria de sanciones sociales que los diferencian de manera desigual de otras personas. “Ser desplazado es que le den a uno cosas”. (Entrevista niña Tumaco) y “Me da pena ser desplazada”. (Entrevista niña Tumaco),
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son expresiones comunes que demuestran que en ellos se reproducen los sentidos elaborados por los adultos, marcado por la conciencia de ser de otro lugar y carecer de los satisfactores de las 187
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necesidades básicas. Asumirse como persona en situación de desplazamiento ha reper-
cutido en sentimientos de vergüenza y silenciamiento por temor a ser objeto de burla o rechazo. No se observó tampoco en todos los niños y niñas una conciencia clara de ser desplazados. En principio, no se relacionan con los demás desde esta categoría (a diferencia de los adultos) aunque en ciertos contextos como la escuela, en los proyectos de intervención social y en algunas de las relaciones con los adultos, se está propiciando su aprendizaje, a través de la discriminación negativa y positiva. Así mismo, la pérdida se reafirmó como el sentimiento recurrente y constitutivo de los impactos del desplazamiento en los niños y las niñas, signada además por la imposibilidad de ser elaborada. Esto es particularmente grave al constatar que los padres y madres tampoco no han podido procesar eficazmente y accionar mecanismos proactivos en relación con sus propias pérdidas y que el uso cotidiano de la violencia o el chantaje emocional hacia sus hijos es en sí una pérdida afectiva ulterior para los menores: “El fenómeno de la autoridad no es más que la escuela mental de la desigualdad de fuerzas entre niño y padres, los adultos: desigualdad explotada y perpetuada por medio de un acondicionamiento que se funda, ante todo, en la amenaza del cese del amor en caso de insumisión”194, amor que en el caso de quienes han sido víctimas del desplazamiento es uno de los elementos centrales de un restablecimiento efectivo y promisorio.
Procesos de socialización en el ámbito familiar
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n el ámbito de socialización familiar se observaron como impactos del desplazamiento el aumento de responsabilidades económicas en menores de edad, el aumento de la violencia intrafamiliar, y el aprendizaje y reproducción de los roles de género (proceso normal en la infancia), pero de acuerdo con los cambios que el desplazamiento forzado ha ocasionado en el sistema patriarcal y las relaciones de hombres y mujeres.
Con el desplazamiento forzado se ha generalizado el trabajo de niños y niñas, quienes se convierten en una fuerza de trabajo importante en el nuevo medio, y apoyo esencial para el sostenimiento del hogar. Según los mismos menores, trabajar les permite en algunos casos, además, comprar y satisfacer sus propias necesidades como dulces o juguetes, comprar útiles escolares, uniformes o pagar alimentos en los comedores escolares, y así evitar señalamientos en la escuela por pertenecer a familias en situación de desplazamiento. 188
194 Maldonado Guerrero, Luis Fernando. Op. cit. 2000. p. 198.
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Aunque en los lugares de origen los menores colaboraban cotidianamente en el trabajo familiar, al igual que en el caso de los jóvenes, ahora realizan actividades por fuera del círculo y protección familiar y en función de generar ingresos importantes para el sostenimiento de la economía familiar. Estas labores que si bien en muchos casos eran obligatorias, se realizaban bajo el cuidado de los padres, no existía la premura de la falta de recursos y eran parte importante del aprendizaje no formal: “A nosotros sí nos gustaba ese trabajo, ¡toda una vida! Porque es que ahí se recoge la propia plata”. (Entrevista colectiva niños y niñas Tumaco) “A nosotros nos tocaba ayudar y eso era rico. Mi papá sembraba la mata y nosotros teníamos que echarle agua a la matica, y así era todos los días”. (Entrevista niña Cartagena) La excepción se presenta en los niños que provienen de zonas de producción de coca, donde era común el trabajo infantil: “Yo sé también raspar, la arroba cuesta cinco lucas (…) no era que mi papá nos mandaba sino íbamos cuando él no estaba pero él sabía. Íbamos cuando no teníamos plante, íbamos a hacer algo para la comida…” (Entrevista colectiva niños y niñas Tumaco). Los menores normalmente se emplean como vendedores ambulantes comerciando productos manufacturados o recolectados por los padres (pan, cocadas, pescado, venta de fritos, por ejemplo), pidiendo limosna, o como coteros en el mercado. En pocos casos en Tumaco se tuvo evidencia de que aún trabajan como raspadores de coca, tema que fue muy difícil de abordar en el diagnóstico de caso debido a las explícitas sanciones sociales que recaen sobre el trabajo infantil y los cultivos ilícitos. Es común, además, que niños y niñas deban adicionar a sus actividades escolares otro tipo de obligaciones, como cuidar a los hermanos, cuidar la casa, lavar la ropa, preparar alimentos o apoyar a los padres en el trabajo casero cuando lo hay. “Nosotros vendemos pan, porque nosotros pasamos mucha hambre y nos toca salir a conseguir algo (…) desde que vivimos acá no estamos con mi mamá, sólo con mi papá y él se enferma mucho, casi se muere y no alcanza a conseguir nada, a veces no consigue nada, entonces por eso nosotros lo ayudamos”. (Entrevista niño Cartagena) 189
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La retribución económica es bajísima, pues los niños y niñas deben destinar un recurso para pagar a quienes les suministran los productos, reciben su pago en alimentación, o con los mismos productos de venta: “… si vendo todo el paquete de pan me dan 500 pesos o 700 pesos y con eso le ayudo a mi papá con la comida (…) cuando él trae plata reunimos y compramos algo o me da 300 pesos y yo compro en el comedor y si no, no comemos nada”. (Entrevista niño Cartagena) Estos oficios exponen a niños y niñas riesgo permanente de ser objetos de abuso sexual, maltrato físico y verbal, vinculación a bandas delictivas y deserción escolar. De manera general, todos los niños y las niñas que participaron en la elaboración del diagnóstico, aseguraron que realizan más de dos actividades en el hogar. Las niñas, sin embargo, cumplen más funciones que los niños, a quienes además no necesariamente se les obliga a hacerlas si no quieren. Ellas hacen todos los oficios domésticos, quedándose en la casa mientras los mayores buscan trabajo o hacen mandados. El lavado de ropa, cuando se realiza en la quebrada lo hacen con la mamá o con las hermanas mayores. Las demás actividades se llevan a cabo dentro de la casa y aseguran que a veces no las dejan jugar por hacer oficio, mientras que los hermanos mayores no hacen las cosas porque son responsabilidades de ellas. Es evidente la reproducción de los roles sociales de los mayores, donde hay clara asociación entre el ámbito público que tiene un fuerte carácter masculino y el privado que es eminentemente femenino. “El trabajo de las niñas es lo que se hace encima de casa, pues lavar los platos, usted sabe, lo que es encima de la casa. En cambio, el trabajo del hombre es trabajar duro, nosotros limpiamos cosas duras, cuidamos maíz los domingos”. (Entrevista colectiva niños y niñas Tumaco) “Yo me quiero parecer a mi papá, por el carácter y lo valiente, porque se pone a hacer lo que puede hacer, a veces cuando las cosas están muy difíciles… cuando sea grande quiero tener el carácter de mi papá porque me gusta como él trabaja”. (Entrevista niño Cartagena) Se observa la perpetuación de la organización familiar tradicional con las adaptaciones propias del escenario después del desplazamiento; las niñas continúan aprendiendo los oficios destinados a las mujeres y los niños aprenden algunos oficios que comienzan a realizar en la familia y que tienden a realizarse en el espacio público. El ámbito del hogar permanece como el lugar donde crecen y aprenden las niñas, mientras que el ámbito de la calle pertenece a los niños y es donde aprenden y se relacionan con los amigos. 190
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Esto, si bien no parecería en principio un impacto del desplazamiento, es importante en cuanto los niños desde muy temprana edad reproducen los roles y las formas de relacionarse que observan de los mayores, interiorizando inclusive aquellos aspectos conflictivos producidos o amplificados por el desplazamiento. La percepción de que las mujeres son habladoras, mentirosas y por ello se les debe prohibir hablar, estrategia de poder utilizada por los hombres y descrita anteriormente, se observó en algunos niños: “Yo no me cuadro a esa pelada, porque por ejemplo lo que hacemos, se lo vive contando a las peladas. A todo el mundo le dice que somos novios, a mí me da rabia”. (Entrevista niño Tumaco). También se presenta la agresión en las pautas de las relaciones con familiares y amigos, que se reproducen en juegos y en las nacientes amistades con vecinos del barrio, donde la mujer es receptora usual de la violencia por contradecir, o no “respetar” los mandatos masculinos o de la sociedad en general. “…le dije a mi amigo que donde yo llegue a saber que tiene novio yo la clavo a puños. Ellos me decían -¡clávela a puños, clávela a puños! (…) entonces ella vino, le jalé de la camisa y ella -¡suélteme que me va a dañar la camisa!- Y yo -¿ah... si? ¿Se te daña la camisa?, no me digas que te dañe la camisa, ¿sí ves lo que me hiciste?-. Le metí su puño”. (Entrevista niño Tumaco) En el caso de las niñas que cumplen muchas veces las funciones de madre con los hermanos menores, se observó el mismo tono autoritario y violento practicado por muchas madres y padres: “Mami me dice que le pegue cuando no me hace caso… porque me da rabia entonces lo meto… ¡con la correa!” (Entrevista niña Tumaco) Con el desplazamiento se propicia, como ya se explicó, una reconfiguración familiar donde lo más impactante para los menores es la pérdida o cambios en las figuras paterna y materna, ya sea por muerte o desaparición, por disolución de la pareja, por abandono del hogar, o separación al momento de salir del territorio. “Allá en Turbo está toda mi familia y yo vivo acá con mi abuela, mi mamá está en Riosucio, y a mi papá tengo dos años que no lo veo y ahora no sé en dónde está “(Entrevista niño Cartagena). 191
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Es común que en particular las mujeres tengan más de una relación en su haber, donde por lo general son se hacen cargo de todos sus hijos; allí la relación padre-hijo, distante o inexistente, afecta anímicamente a los menores. “Mis hijos cada vez que él se va, se enferman. Como él no se ha despegado de nosotros, cada vez que el papá se va se enferman”. (Entrevista mujer Tumaco). La figura del papá es aún la figura de autoridad por excelencia, inclusive a pesar de que la convivencia con él sea mínima, se observa una clara necesidad de su afecto y protección, que no es suplida adecuadamente. La falta o cambios en estas figuras genera una serie de situaciones incómodas y perturbadoras en el desarrollo del niño. Se ve obligado a convivir con la madrastra o padrastro, quien en muchas ocasiones lo pone en un lugar distinto del de los hijos de la nueva unión. Son constantes las quejas de las mujeres por la irresponsabilidad de los hombres en el cuidado de los niños, en particular cuando no son hijos de ellos. En otras ocasiones, el cambio de pareja lleva a que niños y niñas deban convivir por períodos de tiempo en uno u otro hogar, dependiendo de la situación económica, generando inestabilidad emocional. “Yo me siento mal porque mi mamá crió a Hamer (hermano de 10 años) desde chiquito, pero él le quiere pegar a mi mamá. Él a veces dice que ella no es su mamá y se comporta mal y entonces mi papá una vez dejó que se fuera con la mamá de él pero la mamá no le daba la comida y él a veces venía a buscar la comida donde mi mamá y a veces era tarde de la noche y ella no quería que se fuera y él se iba, él sólo venía a buscar comida pa´ llevarle también a los hermanitos, entonces mi papá le dijo que se volviera otra vez pa´ca porque estaba pasándola mal allá”. (Entrevista niña Cartagena) La búsqueda de protección de los menores también ha ocasionado en algunos casos su constante traslado de un lugar a otro: “… allá no se podía vivir, uno no dormía tranquilo, por tanta zozobra que había, había mucha matazón y bueno, una hermana de mi esposo llegó y se acercó a la niña (6 años) y yo dejé que se la llevara para que estuviera mejor. (…) yo dije en ese momento cuando me vaya pa´ otro lugar seguro yo me llevo otra vez a mi hija, pero ni fue así, porque aquí llegamos a sufrir, también pensábamos a dónde íbamos a llegar, a mí me dolió mucho porque usted sabe lo que es dejar un hijo así, ahora la niña está conmigo ya tiene 12 años, pero ya no es igual, ella se siente mal”. (Entrevista a mujer adulta Cartagena) 192
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Al igual que en los y las jóvenes, los niños y las niñas expresan parte de su identidad como grupo de edad por medio del consumo de ciertos bienes materiales y simbólicos. Las demandas de los menores son asumidas por padres y madres como un primer signo de cambio que pareciera ser la antesala de su futura rebelión juvenil. “Ellas se visten allá con faldas largas y aquí abren los ojos y ven que las muchachas se visten con falditas corticas y los niños con los pantalones anchos y que no se quieren ni poner correa, porque ya no usa eso sino con las nalgas afuera”. (Taller con mujeres Cartagena)
La separación de su familia extensa, la reconfiguración de hogares y el deterioro general de la calidad de vida, ponen a niños y niñas en una crítica situación de desprotección en relación con la satisfacción de sus necesidades materiales y afectivas, situación agravada por la insuficiente presencia del Estado en los barrios para suplir el rol de agente asistencial de madres y padres. Es frecuente encontrar familias cuyos hijos menores de edad permanecen todo el día solos o al cuidado de un hermano o hermana mayor, porque no se cuenta con un familiar o vecino que pueda hacerse cargo de ellos y son inexistentes los hogares infantiles en los sectores, o cuando los hay tienen cupos insuficientes para albergar a todos. La desprotección a la que se enfrentan, los hace más vulnerables a ser objetos de abuso y explotación sexual, a ser víctimas de accidentalidad o a abandonar definitivamente y sin ningún recurso el hogar. “Él (hermano de 12 años) anda por ahí y se fue, él hace rato que no llega a la casa, lleva un poco de días… como 40, se fue para el Terminal él anda como un gamín, duerme en la calle porque le quedó debiendo una plata a una señora que nos da el pan para vender (…) mi otro hermanito (8 años) no sabemos dónde está, estamos perdidos de él, a él lo acogieron porque mi papá estaba muy enfermo y se iba a morir y nosotros estábamos desamparados y entonces se lo llevaron pa´un hogar y lleva ya dos años y no sabemos qué hogar es”. (Entrevista a niño Cartagena). En este contexto, los cambios en el uso de la autoridad y el establecimiento de reglas al interior de la familia son comunes. Ha aumentado el maltrato físico y verbal a causa de la desesperación por la condición actual y la preocupación por los riesgos del nuevo medio: “Los niños sufren mucha violencia intrafamiliar, incluso a pesar de que estamos dentro de nuestra organización, habemos mujeres que todavía maltratamos a nuestros hijos 193
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(…) al principio con el desplazamiento se tensiona uno, en mi propia experiencia al principio yo maltraté mucho a mis hijos por la rabia que tenía y hoy me siento culpable de eso… yo le pegaba mucho a mis hijos, al verme en un espacio reducido después que teníamos una casa grande con patio, ellos corrían. Allá yo no les pegaba a mis hijos. … la madre se desespera al ver que sus hijos le piden y ella no tiene, se desespera, le da rabia, les pega”. (Taller con mujeres Cartagena) Se presenta un alto índice de violencia intrafamiliar que se traduce específicamente en maltrato físico, maltrato verbal y abuso sexual hacia las mujeres, los niños y las niñas. “Que hay hombres que han tratado de hasta violarle las hijas a uno.… yo he mirado que padrastros abusan de las niñas. Y las mamás dicen, yo no digo nada porque me mata. Porque amenaza a la niña y amenaza a la mamá. Aquí hay hombres muy guaches”. (Entrevista a mujer adulta Tumaco) También se observa además, uso violento de la autoridad por parte de las mujeres y hombres hacia sus hijos e hijas. Son comunes no sólo los gritos y referirse a ellos con términos ofensivos y crudos, sino castigar físicamente a los niños con correa, látigos o palos. Existe un mayor número de prohibiciones para con los hijos debido al nuevo contexto urbano y a las percepciones que se tienen de él. En particular, a los menores se les prohíbe salir o jugar solos en la calle, situación contraria a la libertad disfrutaban en muchas de sus actividades, en los lugares de origen. “ Yo, por ejemplo, soy de Córdoba y la vivencia es diferente aquí, realmente yo creo que se vive entre familia y se vive en un pueblo donde todos nos conocemos, nos respetamos mutuamente como si fuéramos familia y al venir acá los niños le pierden la confianza a los padres, porque ya viene el amiguito y si el niño me obedecía ya deja de obedecerme porque les muestran algo muy diferente, entonces ellos empiezan a torcerse y ya buscan otro rumbo, ya se pierde el respeto, ya ellos quieren ser libres y de ahí es donde se pierde toda la cultura, el vestuario, todo, todo”. (Taller con mujeres Cartagena). En el castigo físico se hacen visibles las formas de autoridad que se dan al interior de la familia. Por lo general, las jerarquías se establecen de acuerdo con la edad y el género, siendo los niños y las niñas los receptores de estas relaciones desiguales. Esto reproduce relaciones familiares basadas en muchos casos en el temor al abandono (por el chantaje emocional del que son objeto como castigo manifestado en expresiones como “ya no lo quiero”) y en la sensación de culpabilidad (al identificar en 194
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los comportamientos de niños y niñas la causa de malestar en los padres, evidenciado en expresiones como “¿sí ve lo que me hace hacer?” o “¿sí ve cómo me pone?”) lo que eventualmente, además, de afectaciones anímicas puede proyectarse en comportamientos agresivos hacia los demás. Recordemos que la depresión es uno de los destinos de la rabia frente a la pérdida de lo que se ama195. También muestra la falta de comunicación y cariño, no sólo con los niños y las niñas sino con las mujeres, producto de la sobrevaloración de la masculinidad en el sistema patriarcal tradicional. Como ya se anotó, una de las razones por la que se ejerce la autoridad con violencia es que la agresión, en particular en los hombres, es una cualidad que se percibe como necesaria y propia del género masculino, y hace parte de lo que se supone deben hacer los buenos progenitores, razón por la cual es propiciada tanto por padres como por madres en su hijos. Estas prácticas agresivas hacia los menores no son producto sólo del desplazamiento. En los lugares de origen se presentaba un trato análogo al que la población se ha acostumbrado de alguna manera. Sin embargo, se verifica un aumento del fenómeno, producto de la desesperación y condición social de las familias. Si bien la población en general (hombres y mujeres) es consciente y proclama un trato no agresivo hacia los niños, en la práctica no se verifica tal discurso. Esta incongruencia revela que en apariencia se es consciente de los efectos del maltrato infantil, pero no se tiene la capacidad para generar una reflexión consciente de las propias acciones, que promueva un cambio en el comportamiento hacia este grupo. Al igual que con el maltrato hacia las mujeres, no se realizan las denuncias pertinentes por desconocimiento de su tipificación como falta social, miedo a las represalias de los maltratadores (especialmente cuando son hombres, aunque también cuando el denunciante es una mujer ajena a la familia o familiar lejano), desconocimiento de los mecanismos legales que existen para ello y por la desconfianza e incredulidad que existe sobre las instituciones encargadas de tratar estos asuntos.
Procesos de socialización en el entorno social
Cobos, Fernando. Op. 195 cit.. p. 104. 2001.
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arte esencial del proceso de socialización secundaria es la rememoración y resignificación de los territorios abandonados. La manera en que son percibidos los lugares de origen por niños y niñas determina en parte cómo se establecen las nuevas relaciones con el entorno físico y social. 195
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En prácticamente todos los casos, el significado del abandono del territorio trae consigo sentimientos de desilusión de lo abandonado y el recuerdo nostálgico de su espacio vital. Los espacios naturales y en concreto el río, son especialmente valorados por los menores. Es el recuerdo más vívido de los niños y las niñas que participaron, pues allí realizaban actividades como bañarse, pescar, jugar con los amigos, caminar por el campo. Así mismo, la casa se definía en términos de la presencia de animales domésticos para el autoconsumo y las mascotas. También hubo referencias a zonas destinadas al cultivo de productos para la alimentación de la familia como frutas (guanábana, banano, guayaba, chirimoya, chontaduro, primitivo, zapote, piña, marañón, cítricos), plátano, ñame, yuca, maíz, arroz, caña, cacao, flores y achín. Todos estos productos se incluían en la dieta alimenticia diaria y los niños tenían libre acceso a ellos. Estos recuerdos son determinantes en la manera como es percibido el nuevo ambiente. Uno de los grandes cambios señalados por los menores es el paso de un ambiente rural donde no hay relaciones de vecindad, como las que hay en los barrios: “Allá jugábamos yermis, más que todo al pie de la casa. Nosotros vivíamos alejados de otras casas. Acá vivimos cerca de las otras casas y es mejor alejado porque uno no tiene tantos problemas, uno puede jugar.” (Entrevista colectiva niños y niñas Tumaco) Fueron significativos para los menores los constantes problemas que tienen con sus padres u otros adultos por jugar en la calle, por hacer daños en casas o patios de vecinos, y por establecer vínculos con otros niños que no son del agrado de sus papás. Así mismo, se mostraron conscientes de que en el barrio han aumentado las disputas entre los adultos por la propiedad de la tierra, problemas de pagos de arriendo o préstamos, infidelidades, y rumores que como resultado propician enfrentamientos verbales y físicos. En los lugares de origen, además, realizaban actividades de trabajo y recreativas solos o en compañía de otros menores. El único riesgo parecía ser, en los casos en donde no había mayor presencia armada, las culebras y otros animales, aunque también argumentaron cómo paulatinamente fueron cambiando sus rutinas diarias por la presencia de actores armados. En aquellos que vivían en constante presencia de actos de violencia se observó un miedo latente, aunque no inmovilizador, hacia los actores armados, hecho que hacía de la vivienda y de su entorno próximo (la parcela, por ejemplo) un lugar seguro. En el recuerdo de sus lugares de origen, la vivienda es un lugar altamente significativo, no sólo porque en ella vivieron parte de su proceso básico de socialización, al lado de sus parientes y su familia extensa, sino porque tenía lugares exclusivos para los menores y estaba construida en mejores condi196
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ciones. El cambio en las condiciones de vivienda ha producido un fuerte impacto en
los niños y las niñas, haciendo evidente su tristeza e inconformidad por la desprotección en la que viven actualmente: “En la casa no me siento tan seguro porque como es de plástico… qué tal que venga alguien y parta eso, tiren algo caliente. Pueden partir el plástico, lo derriten y ese plástico y techo no va a aguantar un invierno porque se puede partir”. (Entrevista niño Cartagena) “Yo quisiera que mi casa fuera de tabla, que tuviera un techo, un baño que tan siquiera fuera de tabla. Mi esperanza es que eso sí pase, que algún día se pueda hacer (…) a veces mis amigos se quedan sorprendidos porque van a mi casa y se quedan sorprendidos, yo por eso a veces no llevo amiguitos a mi casa.” (Entrevista niño Cartagena) “Los niños, más que todo... mi hija tiene siempre un trauma porque ella es muy sentimental. No le puedo decir nada. A veces la regaño y se pone a llorar. Pero ella a veces dice, mami yo a veces me he acomplejado porque ahora que tengo yo ese trabajo de octavo he ido a casas más ordenadas y me acuerdo de mi tierra, de mis frutas, de mi comida que estaba a la hora, que estaba el plátano, la caña, estaba todo y llego acá a la casa destruida, en el piso... son traumas... son cosas que ella cambia en el rato y le da un afán de irse o de pelear que se mantiene gritando y peleando con los hermanos”. (Entrevista mujer adulta Tumaco) Extrañan de manera particular electrodomésticos, juguetes y mascotas. La comida, los animales y los cultivos también son añorados, pues reconocen que en ellos se basaba la seguridad alimentaria de la familia. El limitado acceso a la alimentación es el cambio que más afecta a los niños y de la que son más conscientes, pues el acceso a muchos de ellos ha disminuido drásticamente: “Todo el tiempo comemos lo mismo, mi mamá hace libra y media de arroz.” (Entrevista niño Tumaco) “A veces nos hacen una comida que es desayuno y almuerzo, porque cuando mi mamá no tiene no se puede más. A veces compramos una sopa de esas de 500 pesos y ya”. (Entrevista niña Cartagena). Para algunos niños y niñas, el alimento que les brindan en los comedores escolares (cuando se tiene acceso a ellos) es la única comida en el día, o por lo menos la más completa. Fue común ante esta situación encontrar que niños y niñas se han visto obligados a mendigar y a pedir alimento en el barrio: 197
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“A veces me han dolido unas cosas, por ejemplo a veces he encontrado a mi hijo que sale a hacer un mandado y se demora, cuando yo salgo me entero que es que le ha pedido comida a alguna persona por allá, o algo, entonces eso es algo que ellos allá no hacían porque tenían su comida y acá tienen ahora que llorar por comida.” (Entrevista hombre adulto Cartagena) La alimentación ha influido en el aumento de enfermedades en el nuevo medio aunque también son factores decisivos los cambios en las condiciones del clima, las inundaciones, la presencia en el ambiente de polvo y arena, y el sometimiento a condiciones adversas en el desarrollo de las actividades laborales. De acuerdo con padres y madres de familia, entre las enfermedades más comunes en niños y niñas están las de tipo respiratorio, desnutrición, diarrea, infecciones en la piel y dolores de cabeza, enfermedades que, por lo general, no son atendidas de manera adecuada debido a las dificultades para acceder a la atención médica. Si bien en el nuevo medio el acceso a la salud para los menores se ha incrementado en 44%, en comparación con el acceso que tenían en sus lugares de origen, la atención médica no se da en la calidad y oportunidad que se requiere. Debido al limitado acceso de las familias a los servicios de salud por motivos económicos fundamentalmente, muchas de las enfermedades no tienen el tratamiento adecuado y se utilizan algunas técnicas tradicionales cuando se tiene acceso a las hierbas necesarias. Es muy común la automedicación de pastillas para el dolor en muchos casos. En los lugares de origen, la figura del doctor no era tampoco accesible: “No nos llevaban tampoco al médico, allá nos curaban con yerbas, aquí no, porque allá como hay monte y aquí no hay” (Entrevista niño Tumaco). La forma como los niños percibían a sus vecinos y personas de la comunidad también ha cambiado, ahora los ven con desconfianza y temor a causa de la discriminación y rechazo hacia la población en situación de desplazamiento. Algunas madres manifiestan que es muy común que las personas del barrio, como adultos y jóvenes, amedrenten, se burlen u ofendan a los niños y niñas: “Hay personas que maltratan a los niños, nada más que por quererlos maltratar y porque son desplazados los cogen y les pegan y los maltratan de muchas formas.” (Taller con mujeres Cartagena) Recordemos que como características de las costa atlántica y pacífica, los procesos de socialización de niños, niñas y jóvenes son eminentemente colectivos, donde intervienen todos los miembros de la 198
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familia extensa, vecinos y conocidos, en concordancia con la eliminación de los límites entre lo público y lo privado196. Sin embargo, el sentido de comunidad en los lugares de origen estaba signado por lazos familiares o relaciones de compadrazgo que hacían de la mayoría de los pobladores una sola gran familia. Esta situación no es la misma en todos los lugares de llegada, pues aunque se intentan reconstruir territorialidades con base en relaciones parentales, sólo en algunos casos este proceso ha resultado exitoso. De manera general, como se señaló en el capítulo de impactos generales, se observan luchas territoriales entre diferentes segmentos de población que deshacen los sentidos de comunidad y los lazos con otras familias aún son muy precarios. Esta es una de las razones por las que se reproduce la autoridad ejercida con violencia en el espacio público hacia niños y niñas pues en la actualidad no es claro cuáles personas de los barrios son considerados por padres y madres con el derecho u obligación social de educar a sus hijos. De allí surgen muchos de los problemas entre madres y padres que no aceptan que ciertas personas ejerzan castigos sobre sus hijos, aunque ellos sí lo hagan, mientras simultáneamente otros vecinos se consideren con la facultad para hacerlo. Uno de los temas recurrentes en algunos de los niños, en particular en aquellos que vienen de zonas de cultivos ilícitos, son las fumigaciones que se perciben como causantes de la intensificación del conflicto y del daño de los cultivos. “Allá fumigan la coca… ese helicóptero tiene para disparar, pero un señor les iba a disparar y sacaron esa… y le echaron veneno. La gente lo bañó con agua de azúcar. No ve que ellos andaban fumigando ¡y le cayó encima pues! ¡Y le dio una comezón!” (Entrevista colectiva a niños y niñas Tumaco). Los mismos niños reportan haber visto afectada su salud por las fumigaciones: “Yo volví pero no antes de la fumiga, entonces me dio un frío, un dolor de cabeza. Yo no sé qué sería, pero yo digo que fue a lo que yo me bañé en esa agua fumigada.” (Entrevista colectiva niños y niñas Tumaco) Es claro también para ellos que los actores armados luchan entre sí por el control de la coca, lo que no es de extrañar en contextos como los de Tumaco, pues se empleaban con mucha frecuencia en la recolección de la hoja: Puyana Villamizar, 196 Yolanda. Op. cit. 2000ª. p. 27.
“Nosotros nos vinimos porque eso ya se estaba poniendo bravo, porque ya los paras estaban llegando ahí por la coca; allá se estaban matando era por la coca, los paras 199
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salieron corriendo por el pueblo, porque los otros los correteaban por la coca.” (Entrevista colectiva niños y niñas Tumaco) De los actuales espacios, aún son los naturales (manglares, quebradas o esteros) los que más les gustan porque allí van a jugar o a recolectar conchas con sus amigos. La cancha de fútbol es otro espacio significativo para ellos, porque ven jugar a otras personas. Ellos no siempre juegan ahí, pues en los espacios públicos la autoridad es ejercida por los adultos y es el lugar privilegiado de jóvenes y adultos para expresar su virilidad. Los mayores excluyen cotidianamente a los niños de los espacios públicos, donde representan el menor grado de jerarquía social. El barrio es, además, un límite de protección frente a la imagen de una ciudad que aparece como amenazadora y peligrosa para los menores. Por ello, la ciudad es más bien ajena a la vida de los niños y las niñas; la ciudad queda “abajo” y algunos no la han visto o han ido pocas
veces, pues tienen prohibido por sus padres salir solos más allá del barrio. El barrio, sin embargo, es también un lugar de miedo, donde no se pueden hacer ciertas actividades. Los niños son conscientes de los problemas de seguridad, en particular de las violaciones y “limpiezas sociales”: “En el barrio hay violadores y asesinos que vienen de otros barrios; a mí no me gusta eso para allá adentro. Eso amanece cada día un muerto”. (Taller con niños y niñas Tumaco) “En la noche hay mucha gente mala. Ahora mismo en la calle mataron a una persona, ahí tiene un muro que la sangre quedó ahí y le echaron barro, lo mataron, por eso no nos dejan salir mucho para este lado. Cuando vengo para el colegio, para que me quede cerca yo cojo siempre por este callejón porque me queda cerca, a veces me da miedo coger solo”. (Entrevista niño Cartagena) “Yo salía a jugar con los niños de allá y ahora me dejan salir menos porque no conozco casi aquí, entonces a mi abuela le da miedo, sólo salgo a las reuniones”. (Entrevista niño Cartagena) Las peleas e intimidaciones parecen ser una constante en el trato hacia los pares, siendo más comunes los altercados de niños grandes a pequeños y de hombres a mujeres. Estas riñas entre menores culminan muchas veces en peleas entre adultos y vecinos donde se reproducen las mismas amenazas. Las madres también tienen conocimiento de estos problemas: 200
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“Ellos corren el riesgo de ser maltratados por otros porque los más grandes les pegan o porque alguien se les vaya a meter a violarlos o algo”. (Entrevista mujer adulta Tumaco). “Porque hay niños que aquí gritan mucho, tiran piedra, sacan palos, se rompen la cabeza”. (Entrevista colectiva niños Tumaco) Es muy común que se asuma por parte de los adultos que este comportamiento es causado por el desplazamiento, por la estrechez económica y las malas compañías. En muy pocos casos la violencia intrafamiliar que se vive diariamente y la agresión en el trato cotidiano entre vecinos, es identificada como una causa de la utilización de agresión en todas las relaciones sociales o de las pautas de crianza empleadas por adultos. Uno de los grandes riesgos que preocupa a padres, madres y docentes es la vinculación de niños y niñas a grupos de delincuencia común: “…muchos niños cuando vienen aquí a Cartagena se vuelven bandoleros porque andan con personas que andan con pandillas, en cambio allá no se veía eso, porque ahora se está viendo, entonces cuando vienen acá consiguen gente con mente más abierta y los invitan y se vuelven bandoleros”. (Taller con mujeres Cartagena) “¡Qué no le llegan a uno a vender ahí los peladitos… de todo!, ahorita hay una cadena de niños que se ponen a hacer esas estatuas, estatuas humanas, esas que se ponen y les dan plata… bueno, y alrededor de él tiene todo un combo donde van saqueando bolsos y carteras”. (Entrevista mujer adulta Cartagena) Es preocupante cómo la proyección de los niños hacia el futuro muestra que las figuras a emular son aquellas que desde su óptica, representan algún tipo de poder y prestigio ganado por medio de la violencia y el poder económico. La influencia del contexto no sólo del desplazamiento sino del conflicto armado y el narcotráfico se hacen evidentes: “Yo, por ejemplo, quiero ser un patrón… un duro… un duro significa, por ejemplo, que uno recibe la plata así!” (Entrevista niño Tumaco) La costumbre a los sucesos del conflicto armado también es evidente. En los diagnósticos no fue una constante la percepción de miedo en los lugares de origen y no aparecieron siempre actores armados como agentes recreadores de pavor, específicamente en aquellos lugares donde alguno de los grupos armados tenía amplio control del territorio y se había inmiscuido ya prácticamente en todas las actividades diarias como otro actor sociales más. 201
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“Nosotros no les teníamos miedo porque ellos no le hacen nada a uno, por qué va a tener miedo uno. ¿Que por el arma? ¡Cuántas veces yo he visto el arma, hay Dios mío!” (Entrevista niño Tumaco) Los grupos armados también han sido un factor decisivo en la elección de lo que quieren ser los niños de grandes. Sus acciones violentas han creado heridas profundas en algunos niños y marcado sus anhelos en el futuro: “Yo lo que quiero ser es guerrillero... esos otros son malos. Esos otros matan a la familia”. (Entrevista niño Tumaco). Se propicia así como en otros estudios se ha señalado, una visión polarizada de buenos y malos, que puede ser hábilmente utilizada por los actores armados para atraerlos hacia sus filas197. Las percepciones que los niños tienen sobre el narcotráfico y las drogas hablan de un alto grado de conciencia de la situación actual y, al mismo tiempo, de la versatilidad de valores asociados debido a que es una práctica realizada o que han visto con recurrencia: “Por una parte es malo, por otra parte es bueno. Por una punta es malo porque esos que la elaboran le echan cemento, gasolina, ácido, y todo eso se le va a los pulmones al que la consume. Y por una punta es bueno porque se gana uno su plata, pero por otra punta es malo porque llega la matancia de la guerrilla, los paras, mejor dicho, ellos se matan entre ellos mismos”. (Entrevista colectiva niños y niñas Tumaco)
De manera general, en los jóvenes y niños en situación de desplazamiento hay una mayor cercanía al fenómeno de la muerte198 que se entiende e interioriza a través del desplazamiento y de la violencia. En este proceso no se observa en muchos de los adultos la capacidad para explicar los fenómenos violentos. Esto se expresa, por ejemplo, en una explícita incomprensión de las razones por las que fueron expulsados de sus lugares de origen o en la creencia de que es por motivos personales y no por mantener el control sobre un territorio; en consecuencia, los menores tampoco son capaces en algunos casos de entender las razones y motivaciones que llevan a alguien a quitarle la vida a otra persona. En otros casos, las relaciones económicas median el proceso de aceptación de la muerte y el asesinato. La muerte es un fenómeno que se aprende a aceptar por medio de las creencias religiosas o pautas sociales que la legitiman mediante ritos que permiten la ruptura de la regla que protege la vida sobre todas las cosas, tabú presente en todas las culturas. 202
197 Bello, Martha Nubia (et. al.). Op. cit 2002. p. 125. 198 Cala Avendaño, Tulia Rosa; Mariño Estepa, Lida Constanza. “Estudio comparativo de las representaciones sociales de la muerte que poseen los adolescentes en situación de desplazamiento y no desplazamiento”. Monografía. Facultad de Ciencias de la Salud. Universidad Tecnológica y Pedagógica de Colombia. Tunja. 2002.
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La religión, los textos escolares y los medios masivos de comunicación, han interiorizado que la muerte es un acto socialmente aceptado sólo cuando es ocasionada a través del sacrificio, o en virtud de la protección de ciertos valores morales que se han exaltado en nuestra cultura, como la libertad, o por razones naturales o divinas. En el marco del desplazamiento forzado, tales situacio-
nes o ritos sociales que permiten la excepción de la norma de protección y salvaguarda de la vida, se desdibujan, y se aprende que la muerte y el asesinato son realidades que en medio del conflicto armado escapan a cualquier forma de regulación moral. Con ello se interioriza la violencia y se convierte en un hecho connatural a la vida cotidiana. De esta manera, los menores por un lado aprenden todos los procedimientos sociales que institucionalizan y previenen la mala muerte, y simultáneamente interiorizan las formas en que se escapa a tales márgenes, dualidad que se observa también en jóvenes y que se expresa en el deseo de venganza y la participación en actos ilícitos mientras, al mismo tiempo, se es víctima de violencia intrafamiliar o en los espacios públicos y se declara el respeto a la vida como un principio inviolable. Como otros estudios ya han señalado, se asume una “cultura bélica, donde prolifera la conciencia de que las armas dan respeto, poder y seguridad y se ve en ellas la posibilidad de obtener la identidad, el estatus y la protección que la familia, la comunidad y el Estado no les han brindado199. Es claro, también, que en el nuevo contexto, la educación y la formación profesional no siempre son vistas como caminos viables ni deseados en el proyecto de vida. Aunque el nuevo medio presiona fuertemente para que se adquieran estas destrezas, se observa que los niños se encuentran por momentos frente a tener que decidir entre una u otra opción. Así como algunos son conscientes de la necesidad de formarse en la escuela y obtener algún título profesional, otros no piensan igual: “Yo no veo por qué es importante estudiar… no más con que sepa leer y escribir uno vive bien ahí”. (Entrevista niño Tumaco)
Ardila, Édgar (1995) 199 “Niños y jóvenes en la Colombia de hoy” En: Durán, Ernesto (Edit. Comp.) Memorias del Encuentro “Niñez y Juventud. Una mirada desde la universidad”. Grupo Niñez y Juventud. PRYCA. Universidad Nacional de Colombia. Tomado de: Bello, Martha Nubia (et. al.). Op. cit. 2002. p. 54.
De acuerdo con los profesores, se presentan problemas de aprendizaje y socialización que se manifiestan en la lentitud del aprendizaje, poca concentración, distracción, mala vocalización y dificultad en la escritura. Otro tipo de problemas identificados fueron la agresión verbal y física. Es sumamente importante dejar en claro que las formas de agresión a las que se hace referencia son una característica propia de los menores en situación de desplazamiento, pero no se intenta reproducir el imaginario que define a esta población como inherentemente agresiva, debido a las fuertes experiencias que han vivido o a su empobrecimiento, aunque sean factores asociados. Es común, en particular en las escuelas, asumir y reproducir la idea de que quien es víctima de un desplazamiento y vive en la pobreza, lleva consigo el germen de la violencia de manera natural, sin dar cuenta de los factores que determinan estos comportamientos. 203
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Así mismo, los profesores aseguraron que persiste, aunque es limitada, la discriminación en la escuela por parte de otros alumnos y gente adulta de otros barrios que los tildan a diario de “desplazados” de manera despectiva. Son objeto de burla por su forma de vestir y por el trato violento con los demás compañeros. En el caso de los niños en situación de desplazamiento, los profesores señalaron que también se presentan problemas emocionales que se manifiestan en depresión, tristeza, aislamiento o agresividad. Según algunos profesores, ellos mismos logran superar este inconveniente integrándose a los demás con el tiempo. Aquellos que son más tímidos al parecer responden bien e inclusive mejor que los demás a las responsabilidades académicas. También aseguran que cuentan con una menor preparación académica en relación con los otros alumnos, lo que ha implicado un esfuerzo por parte de los docentes para nivelarlos. La nueva escuela es uno de los escenarios más importantes en el proceso de socialización de los niños y las niñas, y donde encuentran uno de los pocos aspectos positivos de su llegada a la ciudad. El derecho a la educación, históricamente vulnerado por los actores armados en las zonas rurales, no fue nunca plenamente disfrutado por los niños y niñas en situación de desplazamiento. La nueva escue-
la se convierte en un espacio de gran aprecio para los menores, pues les agrada su estructura física, se sienten a gusto con la mayoría de los maestros, y les gustan las actividades pedagógicas que realizan. En general, los padres y madres manifiestan que sus hijos se encuentran más motivados por asistir a la escuela, no obstante los niños y niñas en situación de desplazamiento expresen dificultades para acceder a la educación y recibir un trato digno. El problema más grave es la insuficiencia de recursos económicos que les impide pagar uniformes y útiles escolares, lo que ha ocasionado en los niños sentimientos de inferioridad y desigualdad frente a los otros: “ahí empezaban que la desplazada, que la desplazada, que la desplazada no tiene para la comida”. (Entrevista niña Tumaco). “Por ejemplo, en el salón somos dos los que no tenemos el uniforme, yo y mi amiguito (…) la seño nos dijo que nos van a recibir ahora, pero que después a los que no tienen no nos van a dejar entrar, porque dicen que debemos tener el uniforme y los útiles escolares” (Entrevista niño de 10 años) (…) a veces me siento triste porque nos faltan cosas, los útiles y el uniforme, a mí como el mayor sí me preocupa eso”. (Entrevista niño Cartagena) 204
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Los niños que no están en situación de desplazamiento, a su vez, reproducen los significados sociales que observan en sus padres que se manifiestan con particular fuerza en la escuela debido a las estrategias de discriminación positiva que allí operan. “Cuando uno va a comprar comida, sale a ese restaurante y no le dan rápido sino le dan a los que no pagan. Y a los que están pagando no les dan rápido…” (Entrevista niño población receptora Tumaco) “Lo más duro que sufrieron mis nietos fue cuando fueron al colegio y les decían: ¿eres desplazado, verdad?, hubo uno que le dijo eres un montañero y los hacen sentir mal porque vienen de un monte”. (Taller con mujeres Cartagena) También expresan su descontento frente a ciertos profesores, de quienes no reciben un trato igual que los niños no desplazados. Estos problemas hacen que algunos pequeños pierdan el gusto por asistir a clases o busquen algún trabajo para costearse sus propios gastos escolares. Fue evidente en algunos profesores el desconocimiento de lo que implica la situación de desplazamiento en niños y niñas en sus aspectos más profundos: “Después de llegados y pasados los tres meses dejan de ser desplazados”. (Entrevista maestro Cartagena) Son comunes las dificultades en el proceso de integración social, pues se muestran tímidos o agresivos en exceso. También se sienten discriminados por encontrarse en edad extraescolar: “Eso me pasó a mí con mi niña que tiene 8 años, me decían yo no le conozco la voz a su hija, un año entero, ¿qué le pasa? y entonces empezaron a preguntarme qué me había pasado a mí (…) ella todavía tiene ese problema y ha sido bastante duro para ella aprender porque ha repetido, y eso que la profesora dice que la ha visto un poquito mejor, pero ella no se siente segura y a otra persona extraña que no conozca ella le tiene miedo y hasta tiembla”. (Taller con mujeres Cartagena) Una preocupación de los docentes es la deserción escolar de niños en situación de desplazamiento a causa de los constantes retornos a sus lugares de origen, la movilidad por el cambio de vivienda, la separación de los padres y su vinculación a actividades económicas. En este escenario aparecen como agentes socializadores que promueven valores distintos como un trato pacífico, mediado por la amistad y la cooperación, la escuela (sólo en algunos casos), las 205
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organizaciones privadas o institucionales y las organizaciones sociales de población desplazada u otras con presencia en los barrios, que por medio de actividades fundamentalmente lúdicas, de recreación o expresión artística, han llamado la atención de un buen número de niños en los barrios.
Participación y organización
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l tema de la participación y la organización de los niños y las niñas, se debe ver a través de la capacidad organizativa de la comunidad y su gestión en busca de soluciones para la población infantil en particular. No parece haber conocimiento de los derechos de la niñez ni formas de organización que velen por ellos, como pueden ser los consejos tutelares u otro tipo de formas de organización en ninguno de los barrios donde se realizaron los diagnósticos de caso. En general, se observa que el bienestar de los niños y las niñas pasa por el bienestar de los padres y de la familia, pues son ellos los encargados de satisfacer las necesidades de sus hijos.
En esta medida, los niños y las niñas son considerados ciudadanos en pleno ejercicio de derechos sólo en la medida en que sus padres lo sean primero. Tampoco se reconoce en este grupo poblacional la capacidad de ser actores propositivos, reproductores de nuevos valores, ni agentes en la protección de sus derechos. En el caso de Tumaco, donde hay presencia de dos organizaciones de población en situación de desplazamiento, la defensa de los derechos de los niños y las niñas ha ganado un pequeño espacio dentro del discurso de defensa y protección de los derechos de las mujeres, fundado en la identidad de la mujer asociada a la de madre. A pesar de la buena voluntad, es notorio el desconocimiento de los derechos de los niños y niñas en las organizaciones y las maneras en que estos se protegen o realizan efectivamente, lo que se demuestra en la ausencia de planeación o ejecución de estrategias dirigidas específicamente a la población infantil. Los niños son una preocupación en la medida en que ayudan a la defensa de los derechos de sus madres y por su condición de desplazados. Esto demuestra que a pesar de que la comunidad en
general, de manera decidida señala a los niños como la población más vulnerable y la que requiere mayor atención, no promueve instancias dedicadas a la intervención de este grupo poblacional. 206
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De igual forma sucede con las instituciones que desarrollan acciones o proyectos en los barrios, pues la mayor parte se dirigen a vivienda, saneamiento básico y fortalecimiento organizativo, pero no se aprecia un interés particular por la protección y garantía de los derechos de los niños y niñas, a pesar de ser evidente su desprotección. En Cartagena hay una mayor presencia y preocupación por los derechos de los niños en las organizaciones sociales de base que hacen presencia en los sectores. En concreto, realizan actividades relacionadas con la nutrición y aspectos pedagógicos. Aún así, no es suficiente su intervención, no sólo por la magnitud del problema y el grado de vulneración de los derechos de niños y niñas, sino porque son organizaciones que a pesar de contar con buena experiencia y mayor madurez organizacional, dependen de entidades donantes para ejecutar proyectos, por lo que están sujetas a los tiempos y prioridades de ellas en la asignación de recursos, siendo el tema de los niños y niñas un asunto marginal.
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Conclusiones “Persistente y parroquial, circula pródigamente el embuste muy colombiano de que somos un pueblo violento por naturaleza. Representación anodina, puesta de espaldas a la historia mundial de los tres últimos siglos. Si algo enseñan, es cómo la destrucción de vidas y bienes corre en paralelo a dos fenómenos centrales de la modernidad: la curva ascendente del desarrollo científico, tecnológico y económico, y la gestación y consolidación del Estado nacional”200.
Las palabras de Marco Palacios recogen el punto de vista de la mayoría de los investigadores que se han enfrentado al reto de revelar el conflicto armado del país desde la revisión de nuestra historia: en una perspectiva de largo alcance, el conflicto colombiano se encuadra en un vigente proceso de modernización, entendido este como el cambio de estructuras económicas, sociales y políticas que responden a la afirmación del proyecto moderno. El surgimiento y consolidación de grupos armados legales e ilegales, de actividades ilícitas, de prácticas políticas tradicionales, del Estado social de derecho, la corrupción, el caudillismo, el desplazamiento forzado, el multiculturalismo, el ambientalismo y la equidad de género, entre muchos otros fenómenos, son manifestaciones nacidas de la manera en que, para bien o para mal, el proceso de modernización se ha mostrado en el país. El fenómeno del desplazamiento forzado en particular, se ha develado como una de las expresiones más infames de tal proceso y, aunque resulte doloroso, se debe reconocer que ha sido “un eje de 208
200 Palacios, Marco. “De populistas, mandarines y violencias. Luchas por el poder”. Colección Grandes Temas, Editorial Planeta. Bogotá. 2001. p. 15. 201 María Teresa Uribe (sin datos) Tomado de: Daniels Puello, Amaranto. “El conflicto armado y el desplazamiento forzado en Bolívar. De la formalidad legal a la justicia real”. En: Bello, Martha Nubia; Villa, Marta Inés. (Comp.). “El desplazamiento en Colombia. Regiones, ciudades y políticas públicas”. Red Nacional de Investigación sobre el Desplazamiento Forzado (Redif). Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) – Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Convivencia. Universidad Nacional de Colombia-Corporación Región. Medellín. p. 204. 202 Daniels Puello, Amaranto. “El conflicto armado y el desplazamiento forzado en Bolívar. De la formalidad legal a la justicia real”. En: Bello, Martha Nubia; Villa, Marta Inés. (Comp.). “El desplazamiento en Colombia. Regiones, ciudades y políticas públicas”. Red Nacional de Investigación sobre el Desplazamiento Forzado (Redif). Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur)-Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Convivencia. Universidad Nacional de Colombia-Corporación Región. Medellín. p. 205. 203 Ibíd.
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En: “Desplazamiento forzado Interno en Colombia: Conflicto, Paz y Desarrollo”, Memorias Seminario Internacional Junio 2000. Alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur)Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes). Bogotá. 2002. p. 108. Rojas Rodríguez, Jorge. (2001). “Desplazados: lógicas de guerra, incertidumbres de paz”. En: “Desplazamiento forzado interno en Colombia: conflicto, paz y desarrollo”. Memorias Seminario Internacional Junio 2000. Alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)Consultoría para los Derechos Humanos y el desplazamiento (Codhes) Bogotá. p. 34. Flórez López, Jesús Alfonso. “Conflicto armado y desplazamiento forzado. Caso Medio Atrato de Chocó y Antioquia”. En: Bello, Martha Nubia; Villa, Marta Inés. (Comp.). “El desplazamiento en Colombia. Regiones, ciudades y políticas públicas”. Red Nacional de Investigación sobre el Desplazamiento Forzado (REedif). Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur)Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Convivencia. Universidad Nacional de Colombia-Corporación Región. Medellín. 2005. Daniels Puello, Amaranto. Op. cit. 2005.
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pervivencia histórica que atraviesa la vida nacional, desde los inicios de la república hasta la fecha, el cual no se concibe como proceso intensivo circunscrito a períodos de tiempo corto y de carácter masivo; es un fenómeno extensivo, diluido en el tiempo, recurrente y continuo que combina éxodos aluviales (goteo), silenciosos (no visibles), con desplazamientos en masas y que constituyen el abandono definitivo de los lugares de origen y residencia”201. El desplazamiento forzado ha sido uno de los ejes estructuradores del territorio colombiano202 y manifestación constante de los procesos de modernización que han acompañado la constitución de nuestro Estado-Nación, proceso marcado por la precaria gobernabilidad, el uso inmanente de la violencia como forma de expresión política, y mecanismo de control social y económico de los diversos actores sociales del país203. El desplazamiento se muestra, a su vez, como un proceso orgánico del abandono y debilidad del Estado, del uso generalizado de la violencia en las relaciones políticas, y de la implementación de un modelo económico y de desarrollo que comprometen el derecho al territorio de los diferentes pueblos de nuestra nación204: “La sentencia según la cual no hay desplazados porque hay guerra sino que hay guerra para que haya desplazados, puede resumir esta relación cuya principal referencia ha sido el traumático proceso de ubicación geoespacial de una población mayoritariamente rural, que se convirtió en el objetivo a eliminar o expulsar en desarrollo de planes estratégicos de control territorial que pueden ser militares pero que están motivados por grandes intereses económicos”205. Así, las comunidades indígenas y negras del Pacífico colombiano se han visto obligadas a vivir en zonas no controladas física ni simbólicamente de acuerdo con sus preceptos sociales tradicionales, a aceptar leyes y autoridades sin ser legitimadas por el cuerpo social, a desestabilizar su economía local y a adherirse, o por lo menos a no contradecir, a uno u otro actor armado (y con ello interiorizar sus intereses y ambiciones), so pena de ser eliminados o desterrados, en el marco del crecimiento acelerado de proyectos económicos de gran escala206. La situación no es muy diferente en la costa atlántica, donde el déficit de soberanía y una limitada o parcializada gobernabilidad, el crecimiento de los actores armados ilegales y sus actividades financieras, un firme caciquismo, clientelismo y exclusión política, y una expansión y cambio de modelo económico donde se reduce el Estado y se fortalecen actores privados del mercado, favorecen un escenario propicio para los intereses de los grupos armados y la instauración de sus estrategias de control territorial207.
El desplazamiento forzado no es sólo expresión, sino también reproductor y movilizador de procesos de modernización en Colombia. Su uso como estrategia bélica
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comporta cambios sociales y culturales en la población víctima de este flagelo, que exigen un proceso de acomodación y,o, transformación en función de marcos institucionales, relaciones económicas, políticas y sociales, proceso en medio del cual, y debido a la desigualdad en la que se encuentra la pobla209
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ción víctima de la violencia, por lo general no se logran ejercer a plenitud los derechos fundamentales, económicos, sociales y culturales en los que se verifica la realización del ser y se expresa el respeto a la condición humana misma en nuestro contexto histórico y cultural. Si se aceptan tales premisas, el
desplazamiento forzado puede ser entendido como un proceso de modernización en condiciones de desigualdad y vulnerabilidad extremas, y por ello la comprensión de sus impactos psicosociales y culturales obligan la revisión no sólo de la dinámica del conflicto armado como tal, sino de los cambios que en otros ámbitos la persecución de la utopía del proyecto moderno ha desencadenado. Con base en estos argumentos se desarrolló el presente estudio comparativo desde un enfoque territorial (que identifica unidades territoriales particulares y sus formas de territorialización), poblacional (que identifica segmentos de población según género y edad), y de derechos (que reconoce al problema del desplazamiento forzado como una vulneración de derechos y que su atención se debe dirigir al resarcimiento de los mismos). El estudio comparativo se organizó en impactos generales (efectos estructurales comunes a todos los grupos poblacionales) e impactos poblacionales (manifestaciones particulares de los impactos generales), categorías que para efectos de presentación se disociaron, pero que en conjunto buscan dar una lectura compleja y sinérgica del proceso de desplazamiento en los individuos, familias y colectivos con quienes se trabajó. Como primer efecto general identificado, se resalta la particular situación anímica de la población víctima del desplazamiento, caracterizada por una amalgama de sentimientos que, si bien por momentos puede aparecer como paradójica, es en realidad la expresión cotidiana de la lógica propia del proceso de reterritorialización que exige el desplazamiento, y que está signada por una constante y profunda ambigüedad que marca buena parte del proceso de restablecimiento en las ciudades de llegada. La constante sensación de encontrarse en el lugar que no corresponde, la rememoración de los lugares de llegada y el deseo de reencauzar las vidas individuales y familiares en la ciudad, se sobrepone cotidianamente a un pasado que aún no es satisfactoriamente elaborado, a un deseo implícito de regresar a los lugares de origen, y a los problemas inherentes al proceso de restablecimiento marcados por la estigmatización social, el miedo y la prevención a la ciudad, y la imposibilidad de generar recursos suficientes para el mantenimiento de la familia. Como resultado, se elabora un crisol de emociones y deseos encontrados que no logran encauzarse efectivamente en medio de la tensión entre la proyección de la vida en el futuro que está atada a un pasado que se sabe irrecuperable pero que aún se ansía. Debido a ello son recurrentes las sensaciones de angustia, desesperación y sin sentido en relación con los proyectos de vida individuales y familiares, emociones que encuentran distintos canales de 210
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expresión de acuerdo con el género y la edad. Las mujeres asumen cargas familiares que comprometen su estabilidad anímica y física, que las obligan a sobrepasar los límites socialmente establecidos de su género, y las erigen como la cara visible de sus familias y colectivos, lo que les exige asumir buena parte de las consecuencias negativas que por el hecho de haber sido desterradas y empobrecidas se les confiere en los lugares de llegada. Los hombres sufren un lento y penoso proceso de reacomodación social en medio del cual comúnmente niegan su situación actual, no encuentran formas socialmente aceptadas de exteriorización de sus emociones y frustraciones, ni mecanismos rápidos y efectivos de aceptación de sus nuevos roles y responsabilidades. Como resultado, tienden a inmovilizarse y a asumir silenciosamente la culpa de no haber podido proteger a su grupo familiar. Los y las jóvenes, por su parte, buscan constantemente reafirmarse como habitantes legítimos de la ciudad a través de formas de camuflaje y desidentificación basadas en la apropiación de pautas de consumo cultural y en la aceptación de reglas y normas sociales urbanas que los enfrentan muchas veces a la autoridad de su entorno familiar en función de la optimización de procesos de socialización secundaria. Los niños y las niñas, a su vez, rápidamente aprenden en el seno de su familia o en las relaciones con actores distintos de ella, que en el nuevo medio se muestran efectivas las estrategias sociales marcadas por la agresión, la intimidación y el individualismo. Los cambios en los referentes de identidad constituyen un nodo fundamental en el proceso de elaboración de la situación de desplazamiento. La categoría social de “desplazado”, es uno de los aprendizajes más elementales y enérgicos en los lugares de llegada. La identidad, al ser una categoría relacional (que se establece sólo en relación con otros que se asumen como “iguales” o “diferentes”) se ve alterada, al ser considerada la población en situación de desplazamiento como un sector social divergente sobre la que recaen representaciones eminentemente peyorativas, signadas por la mendicidad y la peligrosidad, afectando la manera de percibirse a sí mismo y ser percibido por los demás. La entrada de actores relativamente nuevos en el proceso de restablecimiento marca las nuevas construcciones identitarias, siendo determinantes la presencia de ciertas instituciones del Estado y organizaciones no gubernamentales que trabajan en función de la atención del desplazamiento forzado (antes prácticamente desconocidas o no relevantes), la identificación de una “población receptora” con sus distinciones internas (población de la que antes se hacía parte), y la persistencia de actores armados en los barrios, que intervienen en las percepciones sociales que recaen en las personas en situación de desplazamiento y en las maneras como se exterioriza tal situación. En el contexto de los lugares de llegada, las familias en situación de desplazamiento deben aprender pautas nuevas de negociación de la identidad donde se sobreponen, complementan o excluyen “ser desplazado” con “ser negro”, “ser pobre”, “ser campesino” o ser habitante de tal o cual barrio o sector popular, de acuerdo con los diferentes actores con quienes se interactúa y a los intereses que 211
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subyacen en tales relaciones. Se entra de lleno así en la “crisis de sentido” que algunos autores señalan como propia de la modernidad y que pone de manifiesto la dificultad para hacerse y distinguir en otros una única o prioritaria carga identitaria, debido a la multiplicidad de posibilidades que en este sentido interactúan en nuestra sociedad actual en donde se requiere, además, el desarrollo de nuevas competencias sociales marcadas por la rapidez, relatividad e itinerancia en las relaciones sociales208. Estas consideraciones son importantes a la hora de observar los cambios que el desplazamiento forzado opera en los procesos de etnización, circunstancia particular de una fracción de población de los asentamientos de Quibdó, que habían participado en procesos de lucha social por los derechos sobre el territorio y la cultura en los lugares de origen. En este sentido, ya otros estudios habían señalado la desarticulación de las luchas por el reconocimiento de la identidad (que son luchas por el reconocimiento y ejercicio de los derechos fundamentales, económicos, sociales y culturales) en contextos de migración por razones económicas, donde “sin justificación territorial, la comunidad negra urbana debe inventar sus propias pautas, fuera de los esquemas elaborados por las organizaciones étnico-territoriales”209. La situación de desplazamiento, por el contrario, procede como catalizador de este nuevo proceso de construcción de la identidad territorial gracias a su marco legislativo e institucional, al reconocimiento social como segmento de población particular objeto de atención prioritaria, y a la presencia de organizaciones privadas e instituciones estatales que intervienen los territorios con el objetivo de dinamizar la política nacional de atención. De esta manera no se desvirtúa el territorio como objeto de reivindicación de los derechos; por el contrario, se mantiene como medio predilecto de defensa de los mismos pero desde un marco centrado más en la atención a la situación de desplazamiento que en el respeto a las diferencias culturales. En aquellas familias que mucho antes ya habían participado de los procesos de defensa de su territorio y cultura, se observa un traslado parcial en el eje de su reivindicación de los derechos, con lo que se desacelera el proceso de etnización, por lo menos hasta que sea cierta y efectiva la ya reconocida necesidad de hacer realidad un enfoque diferencial étnico en la política de atención a la población desplazada. Como resultado, estas familias y organizaciones se encuentran aún en un juego a dos bandas, que si bien resulta agotador, por el momento también parece medianamente efectivo en la búsqueda del respeto y ejercicio de sus derechos. Tal esfuerzo, sin embargo, no ha permitido desarrollar otros escenarios de reivindicación asociados a criterios de género o edad; como consecuencia, están ausentes o son muy débiles los procesos específicos para mujeres, hombres, jóvenes o niños y niñas. En los barrios de Tumaco y Cartagena, por el contrario, la adopción cabal de la reivindicación de los derechos vulnerados por la situación de desplazamiento, ha permitido la incorporación de procesos específicos para grupos de edad y género, siendo las mujeres quienes han mostrado mayo212
208 Augé, Marc. “Los no lugares. Espacios del anonimato”. Gedisa Editorial. Barcelona. 1993. 209 Hoffmann, Odile. “Del territorio étnico a la ciudad: las expresiones de identidad negra en Colombia a principios del siglo XXI” En: Beatriz Nates (Comp) Territorio y cultura. Territorios de conflicto y cambio sociocultural”. Memorias II Seminario Internacional sobre Territorio y Cultura (Manizales, octubre 23 al 27 de 2001). Grupo de Investigación Territorialidades. Universidad de CaldasDepartamento de Antropología y Sociología. Manizales. 2001ª. p. 299.
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res avances. En estos asentamientos, sin embargo, en virtud de las demandas de atención diferencial por motivos étnicos, hechas por organizaciones no gubernamentales fundamentalmente, comienza a nacer un proceso ulterior de etnización que sólo se hace evidente a partir de la situación de desplazamiento. De manera muy lenta aunque cierta, se ha ido interiorizando un discurso que busca consolidar demandas centradas en la diferencias étnicas y culturales, escenario que de consolidarse pondrá a prueba la capacidad de negociación e interlocución de organizaciones y familias con el Estado, con los diferentes segmentos de la sociedad civil, e inclusive con otros sectores de la misma población en situación de desplazamiento. Las transformaciones de las negociaciones de los referentes de identidad tienen como correlato directo cambios en la dinámica y la estructura familiar. De manera general, se observó en este ámbito un paso intermedio entre una organización basada en dotaciones cualitativas de género opuestas y complementarias, a una de mayor similitud y equidad entre ellos, proceso que pone de manifiesto cambios y adaptaciones del sistema patriarcal que resultan altamente conflictivos. El deterioro de las condiciones materiales de vida debido a la pérdida de los medios de producción y a la dificultad en la inserción a las dinámicas productivas de los lugares de llegada, la presencia de actores institucionales que promueven el respeto de los derechos de la mujer y la interacción con formas distintas de estructuras familiares, han sido elementos significativos en la movilización de este proceso. De manera general, las mujeres han asumido más responsabilidades en el hogar, que les otorgan más poder de decisión y acción. Factores particularmente importantes han sido la mayor responsabilidad económica por fuera del control o supervisión de los hombres de la familia, la administración autónoma del dinero ganado y la asunción del rol de representantes de la familia o comunidad ante instituciones del Estado y privadas en función de la atención del desplazamiento. En contraposición, el hombre siente minado su papel de proveedor económico, protector de la familia y guardián del honor de la misma (en particular de las mujeres). Sumado a esto, el debilitamiento físico y las dificultades para reconstruir la red de mujeres que se mantenía antes del desplazamiento (factores esenciales de la masculinidad “tradicional”) desencadenan en los hombres sentimientos de rabia, angustia y frustración al no poder expresar cabalmente su virilidad y verse obligados a reformular los espacios familiares y sociales propios de su género. Se observa, sin embargo, que tanto en hombres como en mujeres, hay un uso estratégico del sistema patriarcal que resulta efectivo para uno u otro género en ciertas circunstancias o para menguar algunas vulnerabilidades, aún si con ello se agravan otras. Así, se explican fenómenos propios de las mujeres como el mantenimiento de relaciones insatisfactorias, la aceptación de un cierto grado de violencia hacia ellas, la subvaloración de algunas de sus capacidades, o el uso de la agresión como forma de castigo 213
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hacia hijos e hijas. De esta manera, las mujeres en virtud de su vulnerabilidad económica y de sus familias, de la necesidad de ser protegidas en los espacios públicos donde son más vulnerables o agredidas, o para no ser objeto de sanciones sociales por desacatar reglas “tradicionales” de comportamiento, aceptan y promueven dispositivos propios del sistema patriarcal que exaltan la figura del hombre como progenitor y protector de las mujeres y los menores, donde se les legitima el uso de la violencia y la agresión, y donde ellas son consideradas como responsables sólo del hogar y la crianza de los hijos, aun si todo ello les resulta de una u otra manera perjudicial en otros aspectos de su vida. De hecho, parte del sistema patriarcal se mantiene debido a discursos y prácticas de mujeres que se amparan en él, en función de garantizar o mejorar su situación económica, de buscar o mantener algo de seguridad anímica y física (en especial en los espacios públicos), y sostener su prestigio social. Así mismo, educan a sus hijos con los preceptos “tradicionales”, donde las niñas deben cuidar de sus hermanos mayores, ayudar en las labores domésticas y prepararse para cuidar a sus padres cuando envejezcan, mientras que los niños deben aprender a defender a su familia y a ellos mismos a través del uso de la agresión, se les impide una abierta expresión de sus emociones, son castigados continuamente para “fortalecer su carácter” y deben aprender a trabajar desde corta edad. El uso de la agresión física y psicológica es la herramienta usual para educar mediante estos parámetros a niños y niñas. Los hombres, por su parte, también ceden en algunos de los principios del sistema patriarcal en función de otras necesidades. Aunque no siempre se exprese abiertamente, es un alivio para los hombres que las mujeres generen ingresos o capten ayudas en especie o económicas de las instituciones que hacen presencia en los barrios y trabajan en la atención a la población en desplazamiento. Disminuyen con ello sus responsabilidades, sin desmejorar las condiciones de vida de sus familias. Al mismo tiempo, sin embargo, logran conservar su estatus social debido a que se les permite mantener casi siempre la autoridad al interior de su núcleo familiar o inclusive tener varias mujeres siempre y cuando respondan a sus dos hogares. Así mismo, las mujeres trabajadoras le brindan al hombre la posibilidad de mantener su autonomía social, que se expresa en el control de los espacios públicos. En muy pocos casos los hombres asumen roles familiares asignados tradicionalmente a las mujeres, y cuando lo hacen, se considera aún como una circunstancia ocasional. La adaptación del sistema patriarcal y su uso parcial y acomodado, tiene como consecuencia directa el aumento de los conflictos familiares, pues aun las mujeres en ciertas circunstancias coaccionan a los hombres para que cumplan con sus roles tradicionales (proveer ingresos y proteger física y moralmente a la familia), como los hombres lo hacen, para que sus esposas cumplan con los suyos (que se dediquen exclusivamente al hogar, trabajen bajo el ojo supervisor de los hombres, respeten la autoridad masculina y provean una descendencia numerosa), mientras que en otras ocasiones abogan por un ejercicio de la 214
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masculinidad y la feminidad opuestas. En el intersticio entre los posibles escenarios, se reproduce la violencia de todo tipo en las relaciones de género, siendo las mujeres el grupo más afectado. Esta situación pone en evidencia las dificultades para operar cambios culturales que tiendan a un trato más equitativo entre los géneros si no se resuelven problemas objetivos como las deficiencias económicas, la desprotección de las mujeres en los espacios públicos y privados, el mantenimiento del imaginario de que ser mujer es sinónimo de ser madre, la representación y aprovechamiento de las mujeres como agentes asistenciales por excelencia de las familias y comunidades, la debilidad del Estado y la escasa voluntad de los hombres para asumir las responsabilidades que se han recargado en ellas, y el mantenimiento de los valores sociales que sancionan a hombres y mujeres que deciden romper con la pautas de comportamiento, roles y dotaciones cualitativas “tradicionales” de los géneros. En este escenario familiar, los y las jóvenes por lo general tienden a asumir también responsabilidades económicas que les brindan mayor autonomía frente a padres y madres, quienes perciben con recelo la “rebeldía” de sus hijos, expresada en cambios de lenguaje, en la estética personal y en sus prácticas familiares y sociales, expresiones que en realidad responden a las exigencias de los procesos de socialización en el nuevo medio. Así mismo, la percepción en los adultos de la ciudad como un lugar eminentemente peligroso, se enfrenta a la rapidez con la que los y las jóvenes se hacen a las lógicas urbanas y al gusto que muchos de ellos demuestran por acceder a las posibilidades de diversión y ocio que la ciudad les ofrece. De hecho, como aspecto central de los impactos de este grupo poblacional, se destaca la aprensión de las diferentes formas de ser joven en la ciudad donde, simultáneamente, opera la imagen del joven como garantía de un futuro mejor (expresada en las mayores posibilidades de estudio y trabajo), como adulto incompleto caracterizado por su moratoria social (expresada en la oferta de bienes de consumo y servicios dirigidos a la diversión juvenil) y el joven como sujeto peligroso y sin futuro (expresado en su supuesta tendencia a la vinculación a pandillas, al consumo de drogas y a la participación en actos delictivos). La respuesta cotidiana al miedo que les suscita la situación de los hijos a padres y madres, es la autoridad ejercida con violencia, pues se considera el mecanismo adecuado de educación y signo social del ejercicio de una paternidad y maternidad responsables. En concreto, sin embargo, su uso ahonda las diferencias generacionales y desarticula elementos protectores de los jóvenes, grupo poblacional que más rápido se adapta al nuevo medio, pero que también está más expuesto a situaciones de riesgo. Criterios tomados de 210 Hoffmann, Odile. Op. cit. 2001.
Otro escenario significativo en donde se estudiaron los impactos psicosociales y culturales fue el de lo público, ámbito que se trabajó desde las relaciones entre actores, instituciones y territorios210 en 215
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sus diferentes y simultáneas formas de percibir el ámbito público211: como lugar de interlocución entre el Estado y la sociedad civil (que pone de manifiesto el problema de la organización y participación en el proceso modernizador), como expresión del Estado social de derecho (lo público-estatal, donde se plantea necesario el fortalecimiento institucional), y como ámbito en donde se expresa una moral cívica que explicita y ordena las reglas socialmente instituidas (lo público-privado, donde se manifiestan los problemas asociados a los procesos de identidad territorial). Desde este marco es evidente el cambio en actores, instituciones y territorios (con sus formas de territorialización) a causa del desplazamiento forzado. No sólo se incorporaron nuevos actores sociales a la dinámica de la vida cotidiana (en particular, algunas instituciones del Estado y privadas o sectores divergentes de la sociedad civil) sino que la población en situación de desplazamiento misma, fue objeto de una relocalización jerárquica como segmento de población que la pone en franca desventaja para participar e interactuar en la esfera pública. Si antes contaban con algún tipo de prestancia social o autoridad que les permitía ejercer algún tipo de poder en virtud de sus lazos parentales o conocimientos tradicionales, ahora se encuentran en desigualdad de capital social, simbólico y económico, al no contar con herramientas materiales y culturales para establecer una comunicación equitativa con la mayoría de instituciones u otros grupos sociales de las ciudades, y al no reconocérseles su saber tradicional y potencial. Así mismo, se ven en la obligación de constituir organizaciones distintas, fundadas para encontrar respuestas efectivas con el fin de superar su situación actual, y deben alterar las normas sociales que eran propias de lo público en sus lugares de origen (basadas en lazos familiares, de amistad, compadrazgo, lugar de residencia o nacimiento). Con ello cambia, sin duda, el territorio, no sólo en su dimensión física sino también las formas de habitar que le dan sentido. Como otros autores han señalado, en el proceso de constitución del Estado moderno se mantiene una no separación de los ámbitos públicos y privados, que dificulta la instauración del control y la autoridad estatal en los ciudadanos, pues más bien aumentan las formas privadas de resolución de los conflictos locales: “El resultado de este proceso se expresa en la imposibilidad de separar claramente los ámbitos público y privado, y en la dificultad para estructurar instituciones estatales de carácter moderno (…) El problema de este tipo de presencia del Estado en la sociedad es que se basa en la no distinción entre los ámbitos privado y público, reflejado en la proclividad de la sociedad colombiana a la búsqueda de soluciones privadas a los conflictos”212. Estas afirmaciones, aunque enfatizan la asociación de las relaciones público-privado con la presencia o ausencia del Estado (desconociendo que lo público no sólo es el lugar de expresión del Estado social de Derecho sino un espacio propio de negociación de los procesos de modernización y escenario de expresión de la moral cívica de las colectividades), son relevantes para apreciar el impacto del desplazamiento en este ámbito. 216
211 Reflexiones de Rabotnikof, Nora. Op. cit. 1993. 212 González, Fernán E. (1998). “La violencia política y las dificultades de la construcción de lo público en Colombia: una mirada de larga duración”. En: Arocha, Jaime; Cubides, Fernando; Jimeno, Myriam. “Las violencias: inclusión creciente”. Centro de Estudios Sociales (CES). Facultad de Ciencias Humanas-Universidad Nacional de Colombia. p. 176.
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En todos los diagnósticos fue consistente la desarticulación de formas de control social “privadas” (entendidas como ausencia de Estado) pero para reconstruir otras redes y morales cívicas también “privadas”, accionadas por actores y con normas distintas de los de los lugares de origen. Se mantiene con ello una separación de lo público-privado donde la ausencia del Estado (aunque haga algún tipo de presencia) es diciente. Aún este no se instaura como el agente de lo público por excelencia, aunque aumenta su presencia (más virtualmente o en el discurso de políticos y funcionarios que realmente) y ejerce la autoridad en lo público en conjunto con agentes privados. Si lo público antes del desplazamiento estaba definido, en buena parte, por un sentido de comunidad y por aquello que era de dominio de las redes sociales y familiares, después del desplaza-
miento se define como aquel territorio de nadie, donde hay un evidente conflicto por las formas de legitimación de la autoridad y no una más o menos ordenada superposición de ellas, como era en los lugares de origen. Desaparece o mengua con ello la autoridad asociada a redes parentales o por adscripción territorial, y se impone la asociación a grupos sociales promovidos por la política pública, por la impersonalidad y la subjetividad como marcos de actuación en este escenario. Si antes eran determinantes las jerarquías familiares y de
filiación al territorio, ahora lo son más las relaciones con actores armados, organizaciones de base o instituciones estatales y privadas.
Zambrano, Carlos 213 Vladimir. “Territorios plurales, cambio sociopolítico y gobernabilidad cultural”. En: Beatriz Nates (Comp). “Territorio y cultura. Territorios de conflicto y cambio sociocultural”. Memorias II Seminario Internacional sobre Territorio y Cultura (Manizales, octubre 23 al 27 de 2001). Grupo de Investigación Territorialidades. Universidad de CaldasDepartamento de Antropología y Sociología. Manizales. 2001. p. 29. Ibíd. 214 Ibíd. p. 30. 215
Se observa con ello cómo “la pertenencia genera sentido de dominio sobre un lugar, sentido que estimula la aparición de formas de autoridad y tributación sobre el espacio, configurando la real perspectiva territorial: percepciones de actores diversos, generalmente ajenos a los contornos territoriales locales que insertan sus visiones, confrontando las de los lugareños que deben luchar por la hegemonía de un modo particular de ejercer legítimamente el dominio o concertar el propio, con las pautas de dominación intervinientes que les son ajenas”213. La presencia de instituciones del Estado, organizaciones no gubernamentales, grupos políticos tradicionales, organizaciones sociales de población en situación de desplazamiento u otros segmentos de población, y grupos armados ilegales, constituyen “territorios plurales”214. Los territorios plurales son una “multiplicidad de espacios diversos culturales, sociales y políticos, con contenidos jurisdiccionales en tensión que producen unas particulares formas de identidad territorial. Productos fluidos según la constancia e intensidad de las interacciones y cambios sociopolíticos que les impactan históricamente, potenciando los niveles de conflictividad y redefiniendo permanentemente las identidades colectivas y las territorialidades”215. Al plantear los conflictos locales en esta perspectiva se debe avanzar “en el esclarecimiento de lo territorial, que comienza cuando se discute la pertenencia a un espacio y con base en ella se plantea 217
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el derecho al dominio”216. Se trata, por ello, de interpretar la lucha por el dominio sustentado en la pertenencia territorial y no por la propiedad de la tierra como ha sido tratado jurídicamente217. El concepto de territorio plural es en el contexto que nos convoca, un concepto útil en cuanto los barrios en los que se realizaron los diagnósticos, son espacios con diversidad social, cultural y política. Sin embargo en ellos no se verifican tensiones por el dominio, sino por el derecho al uso de ellos, derecho relativo al de propiedad. En los barrios se presenta una lucha constante por la legitimación del dominio (no en términos jurídicos sino cotidianos) que se funda en el control del uso que se da a tal territorio: en otras palabras se generan conflictos por la constitución de identidades territoriales que se expresan en formas distintas de habitar(actividades cotidianas que construyen al territorio); “dado que la dinámica identitaria se produce en medio de disputas que tratan de imponer una identidad territorial sobre las demás, genera conflictos susceptibles de ser orientados y regulados por cada uno de los bandos en confrontación , actividad que se denominará gobernabilidad cultural”218. En este proceso se reconstruyen espacios habitados y sentidos de comunidad por parte de la población en situación de desplazamiento, en función de mitos fundacionales nuevos (desastres, masacres, procesos de reubicación, por ejemplo) y la rememoración de los lugares de salida a través de vínculos de filiación o residencia. Estas formas son medianamente efectivas, pues intentan reorganizar el territorio desde hitos espaciales que ya no se tienen, y reproducen jerarquías tradicionales que se enfrentan continuamente a las de los nuevos actores sociales de los lugares de llegada. Allí se instauran los choques entre personas e instituciones de la población receptora con las de la población desplazada por la atención del Estado o instituciones privadas con presencia en los barrios. La pugna cotidiana entre las diferentes formas de dominación engendra los conflictos locales que responden a la manera en que se establecen las relaciones funcionales Estado-sociedad (por la asignación de responsabilidades en uno y otro), por el acceso a bienes materiales (como servicios básicos y atención diferencial), y por la dominación (formas en que se acepta o no el poder de un actor sobre otro)219. Como resultado concreto se ve afectada así la legitimidad del Estado, entendida como el acatamiento voluntario de su autoridad220, pero también la legitimidad de la moral cívica de los habitantes (sus procesos identitarios), al ceder y sobreponerse la intimidación, la administración de justicia privada, la inoperancia del Estado y las limitaciones inherentes a los mandatos de acción de instituciones privadas y organizaciones sociales. Es significativo cómo la lucha armada o la presencia de actores armados que institucionalizan el uso de la violencia, “ejercen su influencia en una clara asociación entre práctica de guerra, superioridad 218
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Ibíd. p. 48. Ibíd. p. 49. Ibíd. p. 30. Criterios tomados de: Jaramillo Ayerbe, Lucía (directora investigación). “Conflictividad territorial en Colombia”. Convenio de Cooperación Científica para la Investigación entre la Escuela Superior de Administración Superior (Esap) y la Fundación Buen Gobierno. Bogotá. 2004. 220 Ibid. p. 164.
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moral y adquisición de derechos. El actor armado sabe más y tiene más virtudes que el poblador, a quien instruye y enseña”221: “La organización armada se reivindica como educador cívico en condiciones particularmente difíciles”222. La asociación entre moral y seguridad, el autocontrol (es víctima de la violencia quien no se supo controlar o “aprender” aquellos principios morales sociales), y la inoperancia y ausencia del Estado (que obliga a otros a asumir sus responsabilidades)223, se muestran como razones que justifican el uso de la violencia en lo público por algunos actores privados (no sólo actores armados), rasgo común a todos los asentamientos donde se realizaron los diagnósticos. Este proceso “pedagógico” es también operado con violencia por miembros de la comunidad, que en virtud de su mayor grado de formación, experiencia o vinculación a alguna organización los hace aparecer como agentes legítimos del orden público, aún si no toda la comunidad los acepta como tales. Sin embargo, se observa también cómo tal proceso educador es llevado a cabo por las organizaciones sociales de base, las instituciones privadas y algunas muy pocas instituciones del Estado por medios no violentos, que explícitamente buscan mostrar formas distintas de ejercer y negociar el dominio en lo público, aún manteniendo como ejes las asociaciones entre moral, seguridad y pedagogía en el marco de un Estado que ha perdido su legitimidad.
Gutiérrez, Francisco. (1998). “¿Ciudadanos en armas?” En: Arocha, Jaime; Cubides, Fernando; Jimeno, Myriam. “Las violencias: inclusión creciente”. Centro de Estudios Sociales (CES), Facultad de Ciencias HumanasUniversidad Nacional de Colombia. p. 191. Ibíd. p. 192. Ibíd. Término acuñado por Francisco Gutiérrez en: Gutiérrez, Francisco. Op. cit. 1998. p. 199. Gutiérrez, Francisco. Op. cit. 1998. p. 199. Zambrano, Carlos Vladimir. Op. cit. 2001. p. 59.
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La interiorización del uso de la violencia y la coacción en la juventud, niños y niñas, es emblemático en este sentido, pues al interiorizar ideales y pautas morales cívicas que parecen contradictorias (que van y vienen entre el acatamiento de la ley y su desobediencia), muestran cómo el proceso de socialización secundaria es consecuente con las relaciones que se establecen en lo público. La representación adulta de los y las jóvenes sin futuro debido a su “pérdida de la moral” se sobrepone a la de la juventud como esperanza de un futuro mejor, y opera en virtud de la verificación de la “gran metonimia”224, es decir, donde se asume que si el Estado o quienes detentan la moral y la autoridad realizan actos arbitrarios, los otros también lo pueden hacer en legítimo derecho: “Crea un efecto de dote y una economía moral, un sistema de expectativas sobre cosas a las que naturalmente tengo derecho (comenzando por lo principal y más paradójico, el derecho de transitar entre la legalidad y la ilegalidad) y que no me pueden ser arrebatadas”225. Los conflictos en lo territorial se desarrollarían de manera menos problemática si se buscara con insistencia una gobernabilidad cultural, donde gobernar se entiende como “conciliar posiciones políticas e intereses que se enfrentan de modo permanente; es más un arte que una técnica administrativa orientada a saber en dónde reducir tensiones para propiciar propósitos comunes, sin desmedro de las identidades en pugna (…) la gobernabilidad cultural redefine la capacidad de gestión administrativa, para comprender los asuntos humanos que proceden de la secular intención de dominio sobre otros y de las formas de resistencia que se derivan de ello”226. “La gobernabilidad cultural no administra las 219
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políticas de la diversidad, sino que concibe la pluralidad de los sujetos y desarrolla una cultura política con ellos”227. Reaparecen así la participación y organización como condiciones necesarias en este proceso de mayor gobernabilidad cultural. Así mismo, obliga respeto hacia la moral cívica de la población local, que debe ser considerada tan legítima como el orden del Estado en vista del proceso de construcción de identidad territorial que desencadena. No es posible desconocer que la modernización en Colombia se manifiesta también en la institucionalización de la participación, con lo que se tiende a promover un proceso de estabilización y fortalecimiento de la autoridad estatal: “El trasfondo de todo proceso de modernización y desarrollo político es cómo recuperar la gobernabilidad del sistema político, que el proceso de modernización llegó a perder. Hay que recuperar la gobernabilidad del Estado sobre la sociedad: que de nuevo la sociedad sea enmarcada, disciplinada bajo la conducción del Estado. Hay que tratar que la movilización y la participación popular no se vuelvan un factor de desestabilización sino que se encuadre dentro de lo institucional, para que se vuelva un factor de legitimación del orden”228. Organización y participación son, en todo caso, herramientas importantes y útiles para los movimientos sociales que logran subvertir el sistema social y redirigir el mismo, insertándose en los espacios liminales dejados por el proceso de burocratización y especialización del Estado que lo ha hecho tan intrincado por decirlo de alguna manera, que mantiene inconexas algunas de sus partes; simplemente no están al tanto de lo que hacen las otras o inclusive caminan en sentidos opuestos. El aumento de la capacidad de interlocución vertical y horizontal es condición necesaria para reubicar a la población en situación de desplazamiento en lo público y con ello, posibilitar la búsqueda y utilización de las rendijas dejadas por el sistema o sus contradicciones para accionar mecanismos (tácticas) que muevan la maquinaria del sistema en función de intereses propios. Retomando estas ideas desde las diferentes versiones de lo público asumidas en este estudio, aparecen la organización y la participación (ejercida desde el sistema para cambiarlo), el fortalecimiento institucional (en busca de una gobernabilidad cultural) y la consolidación y respeto de identidades territoriales (fortalecimiento de las morales cívicas locales), como ejes de la revitalización de este ámbito que aparece como problemático. Los argumentos anteriores no pretenden mostrar que las puertas están cerradas para un proceso de restablecimiento satisfactorio y efectivo. Si se retoma el concepto de resiliencia, entendida como la capacidad de desarrollarse psicológicamente sanos y alcanzar éxito en la sociedad a pesar de nacer y vivir en condiciones de alto riesgo229, se debe reconocer que no hace alusión sólo a características psicológicas sino también y en gran parte a sociales. Toda persona en situación de desplaza220
227 Ibid. p. 62. 228 Vargas Velásquez, Alejo. “Evolución de la guerra y la paz en Colombia al inicio del siglo”. En: “Desplazamiento forzado interno en Colombia: conflicto, paz y desarrollo”. Memorias Seminario Internacional Junio 2000. Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR)-Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes) Bogotá. 2002. p. 215. 229 Bello, Martha Nubia (et. al.). Op. cit. 2002. p. 151.
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miento goza de la capacidad de reestructurar sus proyectos de vida, adaptándose positivamente a los contextos modernizadores de los lugares de llegada. La capacidad de la cultura y la sociedad para adaptarse y reinventarse continuamente es una cualidad que permite asegurar que en el mediano y largo plazos es factible regenerar los proyectos de vida individuales y colectivos.
Osorio, Flor Edilma. 230 “Territorios, identidades y acción colectiva. Pistas en la comprensión del desplazamiento”. En: “Desplazamiento forzado interno en Colombia: conflicto, paz y desarrollo”. Memorias Seminario Internacional Junio 2000. Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur)Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes). Bogotá p. 187. 2001. Feinberg, J. (1986) “The 231 Moral Limints of the Criminal Law. Harm to self”. Oxford University Press. Oxford. Tomado de: Pérez Gonzales, David Enrique. “El libre desarrollo de la personalidad en los flujos migratorios” http:// www.fulp.ulpgc.es/ articulos/ vector22_07.pdf. , p. 72. Sebastiani, Mario. “El 232 principio de autonomía: una necesidad, una dificultad”. En: http:// latina.obgyn.net/ espanol/articles/Julio01/ Sebastiani_1.htm, p. 2.
El desplazamiento forzado es un delito que hace víctimas a las personas a las que golpea, y sujetos de atención especial y prioritaria del Estado. La efectiva reparación de los derechos conculcados y su real goce dependen de una acertada y eficaz actuación del Estado tendiente a garantizar las condiciones necesarias para el ejercicio de los derechos y propiciar que el esfuerzo personal que la superación de la condición de desplazamiento obliga a la población, fructifiquen en proyectos de vida satisfactorios. Sin embargo, este proceso se vuelve lento y penoso cuando, como se verifica en la situación de desplazamiento, se está en condiciones de vulnerabilidad extremas, inequidad rampante, o no se cuenta con atención y apoyo orientado a fortalecer las capacidades intrínsecas en personas y grupos humanos. De hecho, se reconoce que “es posible apreciar cómo junto con las rupturas y discontinuidades que se producen en las trayectorias de vida individuales, familiares y colectivas, se tejen procesos de recomposición y de reconstrucción casi inmediatos, los cuales se van gestando desde esos bloqueos y sobre las continuidades de tales trayectorias”230. La capacidad de transformación de las lógicas culturales es un factor a favor en los procesos de restablecimiento, siempre y cuando existan condiciones básicas para el adecuado desarrollo de los cambios sociales y culturales. No se trata por ello de mantener los contenidos culturales “tradicionales” intactos como condición necesaria para que los cambios a los que se ve enfrentada la población en situación de desplazamiento den como resultado formas de habitar (expresiones de la realización del ser) satisfactorias. Más bien, es necesario promover
procesos de modernización donde se respete el principio de autodeterminación individual y colectiva, es decir, donde haya margen de decisión y de expresión del ser en relación con su propia vida; esto es aún más apremiante si se reconoce que este proceso de cambio se detona no por una decisión autónoma sino en el marco de la violación de los derechos fundamentales, económicos sociales y culturales. La autonomía se puede entender como la “capacidad que tiene el hombre para regular o gobernar por sí mismo las cuestiones que le conciernen”231. El principio de autonomía se define como la libertad para realizar cualquier conducta que no perjudique a terceros. Permite que cada persona encuentre las formas concretas de desarrollar su vida según sus circunstancias y virtudes, ejerciendo su propia autonomía; por ello, es indisociable del respeto a la dignidad humana232. Cuando se habla de 221
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dignidad de una persona, “se quiere decir que esta tiene valor en sí misma, independientemente de cualquier circunstancia o cualidad interna o externa. Por tanto, independientemente de su raza, credo, ideología, sexo, clase social, nacionalidad, etc. Y también independientemente de su conducta, buena o mala, heroica o delictiva”233. El principio de autonomía reconoce el valor de la libre elección individual y colectiva de los planes de vida y al Estado y a los demás individuos como actores que deben ayudar a diseñar instituciones que faciliten la libre elección y satisfacción de los ideales sin que haya interferencia mutua234. Se acepta, con ello, que en nuestro tiempo “no hay solidaridad sin acción colectiva y sin intervención del Estado, pero tampoco hay política social eficaz que no esté cada vez más individualizada y, sobre todo, que no tienda a reforzar la capacidad de acción autónoma de cada individuo, y especialmente de los más débiles”235. En este sentido, la autonomía individual y colectiva está relacionada con el libre desarrollo de la personalidad que es, de hecho, el aspecto dinámico de los derechos fundamentales y de la dignidad, pues éstos sólo se realizan en la medida en que se ponga en marcha libremente tal cualidad intrínseca y se concrete en la vida misma236. El derecho al libre desarrollo de la personalidad impone varios problemas pertinentes en un marco multicultural como el de nuestro país: primero, el identificar quién tiene la potestad de definir lo que “es bueno” o “es malo” para un individuo o un colectivo de individuos, y cuándo deben promoverse o prohibirse tales acciones237. Por el momento y de manera simplista, se aceptará que “es bueno” que el individuo y sus colectividades formen libremente su propio plan de vida, siempre y cuando no haya daños a terceros. Cuando se habla de daño a terceros, se hace alusión explícita a los daños ilegítimos. Con esto se intenta reconocer que toda acción humana tiene repercusiones en otros seres o grupos humanos; sin embargo, sólo aquellos ilegítimos, es decir, que no son reconocidos como aceptables por una autoridad reconocida y aceptada por colectivos sociales (aún si son nocivos), son inadmisibles en el ejercicio del libre desarrollo personal y del principio de autonomía, porque atentan contra el derecho de otro u otros238. Con ello se impone la libertad real pero nunca absoluta, como condición y límite del ejercicio del libre desarrollo de la personalidad: “El desarrollo de la persona en libertad debe ir, por tanto, en paralelo con los elementos que actúan de parapeto de la dignidad humana, de tal forma que el ejercicio de la libertad no puede romper con los criterios básicos que nos aporta el valor que representa la dignidad” 239: el respeto a la vida y la dignidad, son los límites del ejercicio de la libertad. Aunque tales asuntos no encontrarán respuestas concretas en el presente texto (estas preguntas obligan discusiones morales bastante profundas), su enunciación señala un aspecto altamente pro222
233 Robles Morchón, Gregorio. “El libre desarrollo de la personalidad. Artículo 10 de la Constitución Española”. En: García San Miguel, Luis (Cord). “El libre desarrollo de la personalidad. Artículo 10 de la Constitución”. Universidad de Alcalá de Henares. Madrid. p. 45. 1995. 234 Sebastiani, Mario. Op. cit p. 2. 235 Touraine, Alain. “La izquierda agotada”. El País, 28 de abril de 1993. Tomado de: Almunia Amann, Joaquín. “Problemas del Estado del bienestar y perspectivas de futuro”,.En: García San Miguel, Luis (Cord). “El libre desarrollo de la personalidad. Artículo 10 de la Constitución”. Universidad de Alcalá de Henares. Madrid. p. 215. 236 Ibíd. p. 47. 237 García San Miguel, Luis. “Sobre el paternalismo”. En: García San Miguel, Luis (Cord). “El libre desarrollo de la personalidad. Artículo 10 de la Constitución”. Universidad de Alcalá de Henares. Madrid. 2005. p. 11. 238 García, San Miguel, Luis. Op. cit. 1995. p. 13. 239 Pérez Gonzales, David Enrique. “El libre desarrollo de la personalidad en los flujos migratorios”. http:// www.fulp.ulpgc.es/articulos/ vector22_07.pdf, p. 76.
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blemático, que para efectos de las argumentaciones de este texto resulta relevante, pues permite reflexionar sobre la incidencia de las relaciones de poder entre actores sociales que intentan imponer su voluntad sobre otros en el territorio y, por ende, en el proceso mismo de restablecimiento. En el marco de relaciones multiculturales es fundamental preguntarse quien y cómo obtiene la legitimidad para actuar sobre individuos o grupos humanos. Como se anotó a lo largo del texto, en los barrios objeto de estudio se observa una superposición y lucha entre diversos actores (grupos sociales, actores armados, instituciones del Estado y organizaciones privadas) que buscan imponer su domación sobre el territorio y legitimar su autoridad por diversos medios (algunos pacíficos, otros no, algunos explícitamente legitimados por el cuerpo social, y otros no), lo que ha llevado, en la gran mayoría de los casos, a la imposición de la violencia, a la intimidación o al chantaje económico, que conduce a una evidente imposibilidad de ejercer el principio de autodeterminación de sus habitantes. En esta medida, aquellas formas de expresión de la dominación que hacen parte de la vida cotidiana pero no son aceptadas como legítimas por el colectivo, procuran daños a un posible proceso de restablecimiento exitoso. Con este objetivo en mente, es fundamental fortalecer aquellas expresiones que gozan de legitimidad en la comunidad, a saber, el respeto de la justicia formal, pero también y en este caso tal vez más importante, el fortalecimiento y conjugación satisfactoria de una moral cívica local que, como antes del desplazamiento, se sobrepone y complementa las ausencias y falencias de un Estado que no logra todavía mostrarse como agente rector y garante de los derechos de sus ciudadanos a cabalidad. La intervención sobre este ámbito se hace absolutamente necesaria cuando se presenten organizaciones sociales donde alguno de los actores recibe un trato injusto debido a intereses de terceros, imposibilidad de defenderse, o sólo a costo de sacrificios intolerables (como a la dignidad, a la libertad y a la vida) haciendo que se manifieste como impotente de actuar libremente. También cuando es patente la carencia de instrumentos eficaces y asequibles a disposición de los particulares con cuyo auxilio pudieran por sí mismos corregir o remediar tal organización240, circunstancias ambas verificadas para el caso de la población en situación de desplazamiento. Bustos Pueche, José 240 Enrique. “Sobre los límites de la autonomía individual en derecho civil”. En: García San Miguel, Luis (Cord). “El libre desarrollo de la personalidad. Artículo 10 de la Constitución”. Universidad de Alcalá de Henares. Madrid. p. 163. 1995. García San Miguel, Luis. 241 Op. cit. 1995. p. 15.
Algunos criterios útiles son la redistribución (donde se favorece a los más vulnerables), el consenso, el criterio del mayor bien para el mayor número, y la protección del interés mayor241. Estos criterios, que parecen en principio inoperables en la práctica, han resultado efectivos en intervenciones ulteriores en los asentamientos donde se desarrollaron los diagnósticos, operando una intervención territorial (que interviene el territorio como tal y no sólo segmentos poblacionales) en asuntos como construcción de infraestructura o acceso a servicios sociales, en un ejercicio de priorización de población en situación de desplazamiento, pero siempre con atención a familias no desplazadas (en proporción de 3 a 1, por ejemplo) en ayudas directas, con participación y búsqueda de consenso (a veces 223
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infructuosa pero otras bastante efectiva) de los diferentes actores sociales con presencia en el barrio para la resolución de problemas internos o delegación de responsabilidades, la identificación de procesos o proyectos comunes a todos que representan un bien mayor (como la legalización de los barrios, la construcción de infraestructura comunitaria, la participación y gestión de proyectos para mejorar el acceso a servicios sociales o recreativos o para resolver problemas de seguridad). El papel de los actores externos como las organizaciones privadas es allí determinante, pues se constituyen en agentes con fuerte poder local que tienen la responsabilidad de delegarlo en las instituciones comunitarias o del Estado para garantizar así la sostenibilidad de las intervenciones. Para que la autonomía individual sea efectivamente respetada, también debe contarse con apoyo del Estado y de los particulares. Hace parte de sus responsabilidades al definirse en sus acciones en relación con sus ciudadanos desde un liberalismo moderado, es decir, desde “una postura que pretende dejar que el hombre haga lo que quiera con su vida, asumiendo el riesgo de equivocarse y que, al mismo tiempo, no tiene inconveniente en intervenir para evitar que la libertad se encadene a sí misma. Se trata, en definitiva, de intentar que la libertad se ponga al servicio de sí misma y de que, para decirlo un tanto enfáticamente, el hombre no sea libre para dejar de serlo. El intervencionismo se justifica en casos extremos, pues de otro modo, corremos el peligro de que, con el pretexto de preservar la libertad, la destruyamos”242.
242 García San Miguel, Luis. Op. cit. 1995. p. 25.
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