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INTERNACIONAL Centroamérica: pensando el futuro al borde del precipicio Andrés Mora
from Contralínea 689
Todos están de acuerdo en que la “integración” centroamericana es necesaria para mejorar las codiciones sociales, económicas y políticas de los países de la región. Pero las hegemonías la entienden sólo como la libertad de los capitales para “invertir” en megaproyectos y comercializar productos. Lo cierto es que la integración que traerá a mejoras a la población es de índole social, cultura y de respeto a los derechos humanos
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ANDRÉS MORA RAMÍREZ/PRENSA LATINA
DAVID MANRIQUE
El horizonte del bicentenario de la independencia, que nos aguarda a la vuelta de la esquina en el año 2021 con su rico simbolismo como parteaguas histórico, ha nutrido en las últimas 2 décadas la producción de variopintos imaginarios sobre la Centroamérica posible. Organismos internacionales, académicos y varios think tanks europeos y estadunidenses han proyectado sus visiones en torno al bicentenario y sus desafíos, mediante investigaciones e informes de prospectiva elaborados con el propósito de formular alternativas para revertir el injusto, desigual y depredador estado de cosas imperante en el istmo en su conjunto.
Así, por ejemplo, en el año 2000, con el auspicio del Instituto de Estudios Iberoamericanos de Hamburgo, el investigador costarricense Luis Guillermo Solís –quien llegaría a ocupar la presidencia de Costa Rica entre 2014 y 2018– publicó un informe titulado Centroamérica 2020: La integración regional y los desafíos de sus relaciones externas. En el documento, que Solís reconocía como “moderadamente optimista”, en un esfuerzo “deliberado por evitar los escenarios catastróficos que propone la inminencia de grandes descalabros sociales o políticos, que serían la antesala de niveles de violencia e ingobernabilidad inmanejables para las frágiles democracias del área”, se dibuja una visión del futuro de la región entrelazada al éxito o fracaso de la integración.
La concreción políticamente profunda y administrativamente eficiente de este proceso, que arrancó en 1960 con la creación del Mercado Común Centroamericano, era considerada “una necesidad imprescindible para Centroamérica”, que “sólo podrá alcanzarse mediante una asociación estratégica y complementaria entre los gobiernos del área y las organizaciones de la sociedad civil”. Para Solís, “así como paz, democracia y desarrollo fue la trilogía virtuosa que puso fin a los ciclos históricos de violencia en la década de 1980, así integración, gobernabilidad y crecimiento podrían ser el resorte que haga viable a la región en el mundo del año 2020”. El futuro dependía de una Centroamérica integrada, unida.
Sin embargo, el expresidente advertía que, para avanzar en esa dirección, se requería enfrentar un obstáculo particularmente delicado: “el predominio, en las estructuras de poder de toda la región, de elites económicas y políticas históricamente opuestas a la integración, cuyos intereses no se ven beneficiados de manera directa por el Mercado Común y más bien propugnan por el desarrollo de vínculos bilaterales de sus países con contrapartes externas”.
En esta misma línea, en 2001, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso Costa Rica) publicó Centroamérica 2020: hacia un nuevo modelo de desarrollo regional, un estudio preparado por Víctor Bulmer-Thomas y Douglas Kincaid con financiamiento de la Comisión Europea, la Agenca de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por su sigla en inglés), la Universidad Internacional de La Florida, Diálogo Interamericano y el Instituto de Estudios Iberoamericanos de Hamburgo. Este trabajo se presentaba como “resultado de la reactivación del interés en América Central”, tras el final del conflicto armado y la firma de los acuerdos de paz, y proponía elementos para “un modelo de desarrollo regional para los próximos dos decenios”.
En la perspectiva de los autores, la Centroamérica del 2020 una vez más no podía visualizarse lejos del camino de la integración regional, que entendían como “la respuesta más idónea ante la globalización (el desafío externo) y las limitaciones de las estrategias nacionales de desarrollo (el desafío interno)”.
La integración debería estar basada en la educación, la salud, el mercado laboral y la creación de oportunidades para todos los sectores
Asimismo abogaban por “defi nir nuevos métodos de manejo de los recursos ambientales”, uno de los principales bienes de la región, expuesto ya a importantes procesos de explotación y degradación; y, fi nalmente, recomendaban elevar “de manera sustancial la inversión en capital social y humano, privilegiando la educación, la salud, el mercado laboral y las comunidades radicadas en el extranjero”, como parte de una estrategia más amplia de “creación de oportunidades para la participación efectiva de todos los sectores sociales” en la vida democrática de las sociedades centroamericanas.
Como se puede apreciar, la creación de condiciones que garantizaran la viabilidad de la región en un contexto global de transformaciones geopolíticas, económicas y ambientales complejas, con bloques regionales que podrían devorar a los pequeños países como “los gigantes que llevan siete leguas en las botas” de los que nos habló José Martí en 1891 [1], se perfi - laba como una importante preocupación intelectual y política, en sentido amplio.
Sin embargo, ese jirón de optimismo al que se aferraban Solís, Bulmer-Thomas y Kincaid, vinculado al imaginario de la paz que todavía tenía fuerza por aquellos años, cedió poco a poco a la construcción de posturas más escépticas y críticas de los escenarios de corto y mediano plazo a los que se podría enfrentar Centroamérica, en caso de que no se tomaran decisiones para cambiar el curso del desarrollo político, económico y social de nuestros países.
Una prueba de este giro lo encontramos en un texto de 2012, Brújula Centroamérica 2021. Escenarios y nuevos enfoques de desarrollo, preparado por los investigadores Álvaro Cálix, Lilian González y Marco Zamora, para la Fundación Frie
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DAVID MANRIQUE
drich Ebert. Este informe planteaba tres escenarios para el futuro inmediato: uno, que delineaba la posibilidad de que alcanzáramos un nuevo pacto social que permitiera, al celebrar el bicentenario, que Centroamérica pudiera ser vista “en el mundo multipolar de la tercera década del siglo XXI como una región comprometida con los derechos humanos, la diversidad cultural y la sostenibilidad de sus recursos naturales”.
Otro escenario, menos utópico y mucho más cercano a la realidad, daba por sentado que la región mantendría su inercia tendencial, resintiendo “la poca profundidad de las bases de su desarrollo humano”, aferrada a “medidas paliativas” para salvarla del desmembramiento.
El último era el escenario del “derrumbe”, ese en el que Centroamérica
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“se cae a pedazos”; en que “las oportunidades futuras para el desarrollo sostenible de la región” se encuentran seriamente comprometidas para las siguientes 3 décadas; en que “se ha profundizado la intervención externa en los países del norte y centro de la región, en medio de una creciente balcanización de estos territorios”; en el que ya no es posible “contener los flujos migratorios de los países del norte [Guatemala, Honduras, El Salvador]” y en el que, en definitiva, “más de una década después de la crisis económica global”, prevalece “la desolación, frente al agotamiento del sistema político, la degradación ambiental y el empeoramiento de la exclusión y la inequidad”.
Las visiones asociadas a los últimos dos escenarios del informe de la Fundación Friedrich Ebert son las que mejor
DAVID MANRIQUE
DAVID MANRIQUE
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describen el panorama centroamericano actual. Una coyuntura nada halagüeña que moviliza a algunos actores -especialmente de la derecha- a impulsar acciones ante la inminencia del colapso. Tal es el caso del empresario guatemalteco Dionisio Gutiérrez, presidente de la Fundación Libertad y Desarrollo, quien en una reciente entrevista aseguró:
“Centroamérica vive un momento complejo. Han pasado demasiados años y no estamos logrando la tracción suficiente ni la velocidad necesaria ni los resultados esperados. La economía del mundo demanda cada día más competitividad y eficiencia; algo inalcanzable para economías pequeñas y con frecuencia mal gobernadas frente a amenazas cada vez más inminentes. El avance del narcotráfico y su capacidad corruptora, la poca atracción de inversión, la insuficiencia de nuestras economías para ofrecer las oportunidades de trabajo que los pueblos demandan y la realidad de Estados sin recursos e instituciones débiles nos hace ser naciones al borde del fracaso permanente”.
Anclada en el imaginario neoliberal y mercadocéntrico, la visión de Gutiérrez, quien convocó a un encuentro ciudadano en marzo pasado en la Ciudad de Guatemala (con pocos ciudadanos, pero sí con muchos políticos, banqueros y chairmans), da cuenta de los intereses y necesidades de los grupos de poder económico, difundidos por sus intelectuales y opinadores como verdad última en los medios de comunicación.
Frente a los innegables problemas de la región, nuestro futuro pasa –según el guatemalteco– por la creación de una
Comunidad Económica Centroamericana (lo que supondría la renuncia al proceso de integración histórico), liderada por los empresarios (quienes ya actúan como bloque regional), y por una mayor “presión política” de Washington (“somos una región que está en los primeros lugares en la lista de geografías que representan una amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos”) y de Bruselas (“para Europa, una mejor Centroamérica resuelve problemas y abre muchas posibilidades”). Se trata, pues, de una visión que comulga con el programa de prácticamente cualquiera de los dirigentes, partidos políticos o líderes de opinión “bien pensantes” del istmo, para quienes el destino de Centroamérica está irremediablemente atado a la libertad de los capitales y a la sumisión a la dictados geopolíticos hegemónicos, sin posibilidad de imaginar alternativas distintas, desde otros lugares de enunciación, desde otras racionalidades y atendiendo a las expectativas y anhelos de otros sujetos sociales, hasta ahora excluidos por quienes han detentado el poder.
La visión del empresario Gutiérrez, entonces, sintetiza el pensamiento dominante de una época, de una manera de comprender el mundo y el lugar de nuestros pueblos en su lógica de opresión y explotación. Pero acaso lo más relevante para nosotros, en el ejercicio de refl exión al que intentan incitar estas líneas, es el hecho de que ilustra la tragedia de un viaje intelectual –que, a su vez, es el correlato de fenómenos sociales y culturales más profundos–, que partió del optimismo y la esperanza de los albores del siglo XXI, y parece haber encallado en el pesimismo, la resignación y el egoísmo de quienes hoy, cuando el futuro nos alcanzó, se descubren pensando, al borde del precipicio, ¿qué vamos a hacer ahora? En contraste, hay quienes piensan que el destino de Centroamérica está atado de manera irremediable a la libertad de los capitales y a sumisión
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