La coleccionista de besos

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Milagros Hernández Chiliberti

La Coleccionista de Besos

Milagros Hernández Chiliberti

Ingeniera de Sueños

Aún encontró motivos para mostrar el rostro sonriente del éxito

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PRÓLOGO La trama de esta novela, podría tener toda la veracidad que radica en mi corazón, que posteriormente, hube de postergar cuando al analizarla como un todo fui capaz de evaluar su técnica psicologista, reveladora de los diversos trances en la vida de una niña de grandiosa inteligencia, que se hizo profesional y madre, opacando sus verdaderos sueños y deseo de mujer apasionada. Sin embargo el desenlace, a mi juicio queda abierto en la espera de una mejor respuesta del futuro. A la par de la vida de Camila, se aprecia el trasfondo de hermosos cuadros del ambiente familiar, estudiantil y geográfico. Igualmente, hay un despliegue de críticas a ciertos antivalores como el machismo, el mal uso de la droga y el ultraje sexual. Siendo un poco audaz, me atrevería a afirmar que el personaje Camila –a pesar de lo que pudieran verse como fracasos- es optimista ante las dificultades y un gran ejemplo de valores humanos. Yo conocí a la verdadera Camila (cuyo nombre en la obra es ficticio) en Bogotá y desde ese día no he podido olvidarme de ella. Fue una excelente compañera de trabajo, juntos compartimos experiencias y aprendimos mucho en el campo de la Dialectología. Tenía, para entonces, 40 años de edad, es Profesora de Castellano, Especialista en Dialectos, Magíster en Gerencia Educativa y Doctora en Psicolingüística; pero podría asegurar que su verdadera maestría radica en su sonrisa. Me impactó desde que vi su foto y me siguió impactando al verla bajar por las escaleras del avión; también al sentarse a mi lado, al explicarme sus hipótesis, al fruncir el seño y al darme aquella mitad de beso unida a la mitad del mío. Porque llegamos a besarnos, pero, luego se marchó a su país, dejándome sumido en un gran desconsuelo que me ocasionó una depresión tan grande como cuando murió mi esposa. 3


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A los veinte días de su regreso a Venezuela, mi depresión dio un vuelco porque ella me escribió un email, ya que había tenido la previsión de copiar mi dirección electrónica. De esa manera, pude dar con ella y desde entonces somos los mejores amigos virtuales del mundo. A veces pierdo las esperanzas de que ella me acepte como su pareja, pero otras, la idea de que pueda llegar a ser mi esposa renace entre mis sueños. Camila es culta, profesional, amable, hermosa, divorciada desde hace dos décadas y nunca volvió a casarse. En su alma no hay maldad ni rencor, a pesar de que a los veintiún años recién graduada de profesora, fue engañada por un ―amigo‖ que de alguna manera le hizo ingerir cierto estupefaciente, con la finalidad de ultrajarla sexualmente mientras estaba inconsciente. Así de esa manera vil, ella perdió su virginidad. No sé qué clase de droga pudo darle ese canalla, algún tipo de burundanga que la llevó a asumir su vergüenza y su dolor de una manera callada. Prosiguió una especie de autocastigo al caminar mansamente al patíbulo, casándose en el registro civil con su propio violador. Vivió infernales días y noches, en las cuales jamás pudo disfrutar el coito sexual y mucho menos de algún orgasmo. Involuntariamente ella lo culpaba de no poder albergar un suave recuerdo de ―su primera vez‖, ni de una hermosa boda vestida de blanco en una Iglesia llena de flores y de gente. A los dos años, luego de soportar la humillación lujuriosa y una serie de maltratos físico-emocionales, ella reaccionó: huyó de su casa; lo demandó por injuria corporal y psicológica; ganó el pleito y quedó divorciada. Desde entonces sólo se dedicó a trabajar, cada vez con más ahínco, su profesión docente, mientras seguía estudiando y preparándose, tal como si quisiera calmar una inmensa sed intelectual e investigativa. Por eso llegó a mi Colombia, por eso yo trabajé con ella por quince días, por eso yo la conozco, por eso yo la amo.

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Un día, a manera de desahogo, mientras coincidimos en un campamento vacacional, en la ciudad de Los Teques – Venezuela, comencé a relatar esta historia a mi colega Milagros Hernández; durante los seis días que estuvimos recreándonos, se convirtió en mi confidente. Luego ella me pidió autorización para plasmar la trama en una novela; también obtuvo el consentimiento y otras informaciones de la misma Camila. El resto de la historia fue completada, en base a investigaciones de la escritora y a su habilidad para construir la trama. Cuando el borrador llegó a mis manos, por el honor de haber sido escogido para hacer el prólogo, mi corazón saltó de emoción. Y cuando las líneas pasaban por mis ojos, éstos se atiborraban de lágrimas, ante la aceptación de que actualmente continúo viviendo con Camila, un amor idílico reciclado en amistad. Raúl Lácum Lingüista y escritor colombiano

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1. EL EMAIL

Trascurridos veinte días, desde que Camila se había marchado a Venezuela, dejándome en Bogotá en la más profunda de mis depresiones, ese domingo, a las nueve de la mañana, decidí levantarme de mi lecho y me dirigí a la oficina que tengo en la planta baja de mi casa. Intentaba disipar mis nostálgicos pensamientos navegando por Internet. Fue cuando encontré su email con sus saludos, y en un archivo adjunto me enviaba un cuento con una dedicatoria: ―Querido Raúl, te dedico este cuento de manera especial, ha sido producto del recuerdo de nuestra despedida‖ LA COLECCIONISTA DE BESOS No te recuerdo de una manera clara. Tu imagen en mi mente conforma una sombra, un silabeo, un vocablo informal, una elíptica nota a pie de página, un discurso en un papel arrugado que se me extravió en algún lugar. Me llenaste de flores y de adjetivos, tratando de indemnizar lo que en tu semántica te llegaba como afección insatisfecha pero no ausente, porque te percataste de que yo estaba llena de ternura. ¿Hasta cuando yo podía continuar sin leer el texto de tus procedimientos? Te había ignorado en tus gestos, hasta casi el último momento del desenlace de nuestro cuento… Tú deseabas mis interjecciones y mis adverbios de modo, como respuesta a tus complementos circunstanciales… Tú deseabas que yo te tratara como a un sujeto de género masculino que conoce bien los complementos del predicado, o mejor dicho, tú deseabas que yo fuera tu predicado donde dejar recaer la acción de tu verbo en activo… Entonces vino el análisis interpretativo: Tú apetecías que yo misma abriera la cárcel donde tenía encerrada a una mujer porque te había sido imposible abrir esa puerta. En homenaje a tu reprimido morbo de macho desgastado, envuelto en honorabilidad, 6


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te di la bienvenida a mi ventana, mas, solamente te abrí un postigo. Tú y yo adultos… tú y yo deseosos de ser una pareja más, pero semejante a un café exprés, de esos que te aplacan la angustia de un momento; una pareja, de tantas que alegran la vista de los demás en una exótica pista de baile. Total… ¿Qué más da?... Yo estoy sola porque me da la gana... Pero tú, pobrecito tú… ni siquiera sabías ni sabes lo que quieres… nunca aprendiste a disfrutar tu soledad. Era abierta la estancia de boleros bajo el cielo salpicado. “La luna está hoy como para lobos” —dije mientras dejé que tu brazo me ajustara al bailar— Entonces me hablaste de ella sin parar, que era nuestra, que nos pertenecía. Yo te sonreí, al tiempo que desplegaba mi rostro del tuyo con nuestros ojos frente a frente, en aquella media luz, para decirte que algunas lunas me afectaron mi piel y la volvieron muda. Quisiste dejarme la promesa de producir gritos en mi piel… pero ya la luna también se había robado tus palabras. En algún punto, cerca del final, nuestras discusiones sobre diversidad dialectal ya formaban parte de la ruta del tiempo pretérito y del espacio cinético... Entonces sin más cabida para foros ni mesas redondas, no hubo lugar para discutir tus encantos y sólo un dialecto quedó... En tu boca raptora y audaz, te dejé la mitad de un beso, de mí beso, porque me dio la gana. Para una primera y única noche nos dimos a conocer demasiado, casi creíste predecir que caería y casi pude sentir el aleteo de Pandora seduciéndome a destapar la caja. Lo que nunca supiste es que yo sólo soy una coleccionista de besos, que andaba de paso… Colecciono de los más típicos, los más extraños, los más exóticos, los más apasionados, los más alegres y los mas tristes que llenan el vació de los agujeros negros y vacíos del firmamento, que marchan al lado de esa luna que esa noche estaba como para lobos. Camila

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2. COMO TANTAS TARDES

Esa tarde, como tantas otras, llegué al mismo lugar donde hace algún tiempo intenté besarte, mientras tu lágrima cayó en mi boca. Recuerdo que creí haberte lastimado. Y asustado de mi posible imprudencia, inmediatamente te pedí perdón mientras aún mis labios rozaban tu aliento: —Perdóname, Camila, no deseo hacer nada que tú no desees. —Raúl, no me lastimas, sólo me haces imaginar con tristeza al hombre bueno que nunca tuve, pero ¿sabes? algunas lunas afectaron mi piel y la volvieron muda. Si me tocas, mi cuerpo no escribirá más poemas ni entonará la sonata del suspiro y el rock and roll del frenesí. Quise dejarte la promesa de sembrar mi pasión en tu piel hasta lograr germinarle vocablos de amor, melodías e inclusive gritos… pero ya la luna también se había robado mis palabras. Fui un cobarde, lo reconozco... con mi boca raptora y audaz, deposité en tus labios la mitad de un beso tembloroso, mientras tú impulsivamente completaste la otra mitad… Para decirme adiós. Esa tarde no había mucha gente es ese lugar, me quedé pensando allí parado, con el temor de sentarme y perderme en mis pensamientos, pero a la vez lo deseaba. Cansado de todo, hasta de mí mismo, me dejé caer en la silla y empecé a imaginar, un sueño en el que nos encontrábamos bailando observando la luna. Era realmente satisfactorio, lograba percibirte como la última vez, es decir, como la única vez. Fantaseaba, cerrando los ojos, veía tu rostro, tu cabello, tu nariz, tu mirada, tu boca… Justo entonces, el mesonero, me interpeló: —Doctor, ¿le sirvo su whisky de siempre? —Sí, por favor, José, pero ahora debo ir un momento al balcón. Me levanté, caminé hacia ese lugar donde habíamos llegado abrazados para bailar a la luz de la luna y volví a cerrar los ojos para disfrutar mejor de mi ensueño. Sentí tu risa y percibí tu perfume… giré mi cabeza… giré mi cuerpo… Entonces tropecé, 8


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dándome cuenta que otra pareja estaba en ese lugar paradisíaco y que ya todo, entre nosotros, había terminado sin comenzar. José había decidido traerme el whisky. —Doctor, ¿desea tomárselo aquí o se lo dejo en su mesa? —Lo tomare aquí, está bien. —¿Cenará luego? Yo estaré pendiente si desea algo más. —De acuerdo, José, si me decido te llamo. Muchas gracias. Pensé quedarme allí saboreando lentamente mi bebida para imaginar saborear tus labios, pero un nuevo recuerdo me hizo estallar en rabia y de un solo impulso me largué un fondo blanco, regresando violentamente a sentarme en la tasca. Ante una señal mía, José me trajo otro whisky. Escapaste de mí, me dejaste solo, te marchaste a tu país. He tenido que correr virtualmente tras de ti, incursionando contigo en un sitio web de literatura; pero no me has permitido llegar hasta tu pueblo, hasta tu casa, hasta tu persona. Y de repente me sales con el cuento de que estás enamorada virtualmente… ¡Increíble! ¡Me cuesta aceptar eso de que un amor virtual le ha ganado a mi amor real!... Podría imaginar que es mi propio amor virtual el que ahora te agrada… Te noté feliz y decidí ser sólo tu amigo, tu hermano, tu confidente... para no perderte totalmente de mi vida… Pero hoy… cuando te llamé por teléfono estabas llorando Camila … y no llorabas por mí… Recordabas heridas que nunca se curaron… Tú tan refinada, elevada e intelectual… Tú que te has permitido corregirme fallas… Tú mi profesora, mi doctora, me hablaste como una niña, me pediste muchas cosas, simples y pueriles, pero no me dejarías terminar de curarte con mi amor. Si me lo hubieras pedido, faltaría al quinto mandamiento, mataría si eso te hubiera hecho sentir mejor. Pero tu naturaleza es constructivista y sólo crees en la vida, por eso también me quedaré más tranquilo ya que nunca atentarías contra la tuya. Por favor, necesito saber que estás bien, necesito imaginar tu sonrisa…

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3. SU FOTOGRAFÍA

No estaba realmente cansado sino fastidiado de tanta bagatela que obligadamente había tenido que revisar, a fin de descubrir qué era lo que me serviría y qué no me serviría, en la investigación de Dialectología que realizaba. Fue entonces cuando, ya al filo de la fría madrugada bogotana, abrí aquel último e-mail, cuyo asunto anunciaba LA OTRA CARA DEL VOCABLO EN LATINOAMÉRICA… ¿Y quién me lo enviaba?... El Centro de Investigaciones y Extensión de la Facultad de Ciencias de la Educación (Ciefed) de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), a la cual le venía prestando mis servicios desde hace más de una década. ¿Y ahora qué?... Habían decidido por mí, sin siquiera consultarme si deseaba compañía en mi trabajo y me asignaron un compañero, que supuestamente había realizado una importante base investigativa durante varios años... y venía de Venezuela… Claro, mi Centro de Investigaciones debía cumplir con un convenio previamente pautado con científicos venezolanos, y yo —obediente investigador— sólo debía decir sí, sin siquiera saber qué clase de ser humano y qué calidad de profesional sería esa persona con la cual tendría que compartir, tal vez muchas horas tediosas o escasamente fértiles. Hubiera querido acostarme a descansar, decir no y olvidarme de aquello, pero sabía que tarde o temprano debía dar la cara a aquel compromiso. Decidí imprimir todo el documento anexo, con el fin de leerlo mejor… ¡Caramba! Treinticinco cuartillas y sólo era un extracto de LA OTRA CARA DEL VOCABLO EN LATINOAMÉRICA, escrito por… ¿Profesora Camila Fernández? ¿Qué soberana vieja sería esa? ¿Una abnegada y prejuiciosa maestra, amante de las buenas y aburridas costumbres? ¿Una amargada excomunista con ilusiones perdidas? ¿Una frívola casquivana vestida de docente? ¿A quién tendría que soportar? Cuando te encuentras en una situación como la mía, cualquier asunto te viene a la mente. Y más, cuando te has llevado 10


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tantos chascos en este tipo de trabajo de ir y venir de un lado para otro, realizando Investigaciones de Campo con Apoyo Documental, en las cuales los ayudantes que te asignan no siempre son los más decentes y eficientes… Y cuando tú te consigues con un anexo: Currículo Vitae de la autora... lo abres para indagar y te encuentras con una… ¿fotografía?... ¡Observas un rostro tan hermoso y una sonrisa tan encantadora! ¡Huy, qué lindura de mujer! En medio de aquel primer impacto, entonces tiendes a suponer que la foto seguramente fue de algunos quince o veinte años atrás en el tiempo. Aceptas resignadamente, que tu vida profesional está súper dirigida y decides acostarte a dormir, porque el cansancio te vence. Tus sueños, luego de profundas investigaciones sobre frases y modismos, suelen convertirse en pesadillas de palabras que cobran vida en una boca inmensa que intenta tragarte. Sin embargo, una madrugada como esa y después de una foto como esa, tu sueño puede llegar a convertirse en una boca de hermosas líneas sensuales, que no pronuncia palabra alguna; pero te ofrece una sonrisa continuada de unos dientes brillantes, que intentan morder subyugantemente tus labios… mmmmmmmm y entonces mmmmmmmmm… ¡Suena el teléfono! ¡A joder! Cuando te llaman a las 7 de la mañana de tu Centro de Investigaciones, al que casi le has entregado tu vida entera, lo único que se te ocurre decir, entre dormido y despierto, son la frases más estúpidas del idioma Castellano: Buenos días, sí… sí… de acuerdo, en una hora estaré reunido con ustedes, no hay problema. Luego, cuelgas el auricular. Y después las frases –a modo de monólogo– suelen ser más apropiadas: ¡Maldición, la puta madre que los parió, mira que llamarme esta hora, con el sueño que tengo!

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4. SU LLEGADA

Analizas que tu vida ha tenido que comenzar de nuevo, ya que quedaste con la existencia suspendida, aquel día que tu mujer se marchó de improviso y sin planificación alguna, porque un accidente automovilístico la arrancó de tu lado, mientras la esperabas para celebrar, que te habían otorgado un maldito galardón de porquería, en alguna estúpida investigación… Entonces no ves el camino iluminado. Conoces el sabor de las lágrimas que jamás pensaste derramar, porque tu vida era perfecta, con dos hijos maravillosos y con una esposa ejemplar que estuvo contigo durante veinte años, sin cansancio ni desamor … Intentar renacer en tu sociedad y en tu trabajo, ya te suena como mucho lujo para tu alma mustia. Pero es que una tarde tu hija te dice: –Papá, ahora que no está mamá necesito más de ti… Y tu hijo, llega y te presenta a su novia, buscando el ejemplo de la figura de varón que le has proyectado, solicitando al papá que nunca antes le falló… ¡Carajo… tienes que obligarte a regresar a la vida, porque tus hijos te necesitan vivo! Ciertamente, tu mente había regresado a tu trabajo rutinario, pero, tu corazón había cerrado sus puertas al idilio, y ya habían transcurrido cuatro años del mortal accidente. Y tú –desde que tienes conciencia– siempre supiste respetar el amor, y con éste nunca se debe jugar ¿Entonces, qué fue lo que te sucedió? Un día, llegas a tu trabajo y te dicen que has sido comisionado, para que dentro de veinticuatro horas vayas a recibir al aeropuerto, a quien va a ser tu compañera de investigación en los próximos días. Además tienes que ser amable con ella, ambientarla, ubicarla, entre otras recomendaciones inútiles. Y la foto, claro te la habían enviado para que pudieras reconocerla… Entonces, te entra de repente, una curiosidad enorme por comprobar la belleza de aquella pequeña foto… ¿Será una calamidad con cara de ángel? Mientras, esperas la llegada del avión, tuviste tiempo para observar todos los modelos de mujer, habidos y por haber, oriundos de Colombia y de muchos lugares del mundo… ¿Por qué, entonces, 12


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los viudos como tú deciden quedarse solos? El interés por una vida conyugal ya no te parece posible… Luego, te anuncian la llegada del avión procedente del Aeropuerto de Maiquetía, posteriormente, comienzan a entrar los viajeros… ¡ Entonces la ves !… es ella... es la misma de la foto… una bella dama adulta, de porte distinguido… y en segundos imaginas que es la mujer de tu vida… siempre sonriéndole tal vez a la brisa... porque no era posible que te hubiera divisado… Blazer azul, pantalón blanco, cabellera suelta que amenaza con tapar la mitad de su rostro y que -con natural coquetería- denota disfrutar al echarlo hacia atrás… Voltea a un lado, luego a otro, parece buscar a alguien… ¡Claro, zoquete, te busca a tí! pero ella no sabe cómo eres, jamás te ha visto. Debes acercarte, presentarte, decirle cualquier cosa… ¡no cualquier cosa, no!... Debes decirle algo especial, tal vez: ―Hola linda, te estaba esperando‖... ¿Pero qué cosas piensas? Ella no es una chica, es una doctora, bueno… sí es una chica, no tan chica, pero ahora solo es un instrumento humano de una investigación… —Buenas tardes, doctora, –digo mientras le doy mi mano, que ella toma, sin dejar de sonreír– permítame presentarme, soy el profesor Lácum de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Es un grato placer para mí darle la bienvenida. —Mucho gusto en conocerlo profesor, experimento el gran honor de haber llegado a su país y a su investigación –responde. ¡Cielos...! hasta el timbre de la voz sonaba como el de un ángel, sumamente femenino, cantarino y un tanto infantil. —Dígame, colega ¿le agradaría hospedarse en un cómodo hotel, donde ya se le ha reservado una suite, o preferiría que le ofreciera una habitación en mi casa? Mejor dicho, le ofrezco la casa completa, porque ya mis hijos no viven allí, y yo suelo quedarme en la oficina que está en la planta baja. —Lo que a usted le parezca más conveniente y cómodo, porque vamos a trabajar juntos. —Bueno, entonces será en mi casa, yo jamás subiré a las habitaciones. Usted bajará cuando sea necesario, a una amplia sala que está en la planta baja, allí intercambiaremos ideas, nos 13


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reuniremos con otros colegas y elaboraremos conclusiones. ¿Le parece? —Me parece ideal –asienta ella– es usted sumamente amable. Muchas gracias. ¿Ideal? –dices para tus adentros porque tu alter ego rescribe tus pensamientos– ¿Ideal?... Ideal sería, poder ahorrarme los tratamientos diplomáticos y marchar de una vez a cumplir el desenlace de aquel sueño loco... ¿lo recuerdas? Deberías recordarlo porque eras tú quien me intentaba morder los labios… —Profesor… –ella misma ha interrumpido tu delirio– por favor, acompáñeme a retirar mi equipaje.

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5. MI LOCURA

Cuando ves una fotografía con un rostro de mujer que te sonríe y tú le sonríes a modo de respuesta, seguramente tus neuronas deben estar fatigadas. Cuando observas una mujer que le regala su sonrisa a la brisa que juega con su cabello, sintiendo de inmediato que es la mujer de tu vida, indudablemente, eres un mitómano desenfrenado. Pero cuando recibes a una desconocida en un aeropuerto y casi inmediatamente le ofreces tu propia casa, en vez de conducirla a la suite previamente reservada y cancelada, definitivamente, estás completamente loco. Y el colmo de la locura, fue haber querido retenerla sólo para ti el mayor tiempo posible ¿Qué impulso te llevó a ser tan inmaduro, si apenas habías visto una insignificante fotografía? Te las ingeniaste para que los otros dos investigadores de tu equipo bogotano se mantuvieran entretenidos en otros asuntos; de manera que fuiste solo al aeropuerto, sólo tú decidiste meterla en tu propia casa, sólo tú la llevaste a almorzar, y a cenar… ¿Qué pretendías? Definitivamente, no había maldad en tus intenciones, tal vez la malicia de permitirte disfrutar de nuevo, una aventura que podría perfilarse pero que aún no se había perfilado. Nunca fuiste un depravado, en tu código siempre ha estado el respeto por el ser humano, que se sublima automáticamente ante la condición femenina, en ese aspecto nunca cambiarás. ¿Que en el intelectualismo y profesionalismo, la condición sexual no entra en juego?... Estamos completamente de acuerdo. Pero aquello de las feromonas femeninas que pueden invadirte, limitarte y subyugarte, evidentemente no es un mito… Tú trabajas en tu oficina, en horas en que deberías dormir, sin embargo, no logras concentrarte demasiado en lo que intentas leer. Ella está en la planta superior, y no ha habido comunicación desde hace horas, cuando te explicaba aquello de los fenómenos sintópicos o el comportamiento lingüístico supeditado a las condiciones ambientales y geográficas: ―Hay que entender el adjetivo sintópico como una perspectiva intermedia y como el 15


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crisol de distintos conceptos. Sintópico hace referencia a las síntesis de medios que convergen en la nueva sociedad de la información y a las sinergias que generan entre ellos‖. Tal vez esté profundamente dormida, descansando para seguir produciendo textos dotados de tanta lógica, ciencia y perfección como el que ahora lees. Ese cerebrito envuelto en cabellos danzantes, es capaz de desarrollar innovadoras tesis de sumo interés; la amplitud de su paradigma socioeducativo es impresionable... Perfecto, de acuerdo... pero, tú no puedes dormir, te sientes estúpido pensando en tu nueva y eventual compañera de trabajo, sabiendo que ella, durante toda la jornada (y en el transcurso de varios días) desde las ocho hasta las veinte horas, sólo concedía espacios para discusiones profesionales, mientras demostraba su continua manía en ir ordenando las ideas y enumerar secuencias. Sí… como mujer era hermética, seria, esquiva, infame y criminal… un detestable ser que había levantado un muro impenetrable a tu constante cortesía y sólo era generosa con su sonrisa…

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6. LA ROSA

Una mañana, después de tantas jornadas y camaraderías, te despiertas inmensamente enamorado de tu compañera de trabajo; sabes que en unas dos horas ella llamará a tu puerta y planificas un recibimiento especial, muy tierno, algo bello para cualquier mujer que posea un mínimo de pasión. Sales muy temprano, recordando que Camila es muy discreta en sus adornos, no usa perfume y no es afecta a los dulces; decides comprarle la rosa mejor cultivada, la más grande, la más exuberante, tan agraciada que parecía poseer ese mágico lenguaje del amor. Tú tenías la esperanza de que le dijera: ―me gustas‖. Entonces vienes tú –maricón– le mandas a colocar delicadamente un lazo rosado al tallo, y la dejas reposar encima de su carpeta de apuntes... ¿Qué esperabas?... cualquier manifestación normal y corriente de esas que definen a una fémina: un interjección, una exclamación, un adjetivo: ―Oh… qué flor más divina‖... ―qué gesto más lindo… ―gracias por el detalle‖… o bien un abrazo y un beso en la mejilla… Pero nada, esa mujer es una especie de máquina programada, alimentada de datos para producir conclusiones… Ese día ella vestía bluejeans y camisa a cuadros. Su cabello lacio brillaba pero... ¡horror, qué malvada!... lo había amordazado en una cola… y los aretes brillaban en sus orejas. Se veía tan juvenil que resultaría tarea difícil calcularle la edad… No llevaba chaqueta… menos mal la casa estaba acondicionadamente cálida, porque afuera temblaría del frío, que hace un momento golpeteó en tu nariz. Recuerdas su entrada y sus palabras: —Buenos días profesor, ¿cómo amaneció? tenemos aún muchas conclusiones que elaborar… ¡Vaya... a mi carpeta de trabajo le ha nacido una flor! Pero ella no sabe agradecer las flores, de manera que se la agradezco yo… —Lógicamente es para ti, Camila, una flor para otra flor… —Profesor Lácum, si comenzamos a imaginar que somos lo que no somos, entonces ya no podríamos realizar una investigación seria y formal… Si usted me convierte en una flor y yo lo convierto 17


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en un tucusito, entonces usaríamos la magia y pasaríamos a formar parte, tal vez de los personajes fantásticos de alguno de esos cuentos infantiles de sus alumnitos. Por otro lado, no creo que una flor sea un picaporte para llamarme por mi nombre, le agradezco el detalle, pero no me llame Camila, por lo menos no en este momento. —Disculpe, profesora, pensé que usted también era una mujer… ¿Pero por qué tan seria? Me parece que no le queda nada bien la seriedad. ¿Me permite preguntarle algo? —Pregunte... y no estoy seria, siempre me agrada sonreír, pero ciertamente considero que ambos debemos ser profesionales serios en la investigación que realizamos. —Profesora, hagamos un paréntesis en nuestro trabajo, que está bastante adelantado… siento curiosidad por algo: he visto que utiliza sus dos apellidos (paterno y materno), pero usted es divorciada, separada y está sola... dígame ¿por qué una mujer tan linda no tiene pareja? —Creí que me acababa de decir que no soy mujer… Aunque no es de su incumbencia, le responderé: entienda, yo no soy ni estoy sola, tengo un hijo maravilloso, en medio de una familia muy cálida... Con respecto a mi esposo… ¡tuve que asesinarlo para que no me siguiera mirando como hembra!… Ya satisfecha su curiosidad, vamos a nuestro asunto. Cuando tú recibes un tortazo en la cara, y otro tras otro, la rabia te mancha el alma y el rostro. Es para quedarte quieto, callado como muerto, porque si se te ocurriera de nuevo abordar ese escabroso ser que escatima sus instintos femeninos, definitivamente, tú no tendrías dignidad de varón. Y después de tantos tortazos, tu trabajo no parece trabajo, sino tortura china, porque ya para ti resulta imposible saber si ella está contenta o si guarda contenidamente las intenciones de asesinarte, como te lo hizo ver anteriormente. Luego suena el timbre, es un gran momento para levantarte y respirar a tus anchas, porque hace ya rato que no lo hacías. Jamás pudiste sentirte mejor, cuando al abrir la puerta, los otros participantes del trabajo investigativo –siempre rezagados–hacen su 18


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entrada triunfal y entre risas y chistes malos traen tamales, refrescos y café para el desayuno. —¿Qué tal, par de personas? ¿Por qué tan serios? ¡No trabajen tanto que la vida es bella! —dice Jorge. —Cierto, hagan una pausa para que desayunemos todos, que les hemos traído tamales. Seguramente usted, apreciada colega, jamás ha saboreado estas divinidades culinarias, nunca vistas en Venezuela –agrega Pedro dirigiéndose a Camila. —Se equivoca, caballero, –argumenta ella– si se interesara más por nuestras investigaciones dialectológicas, sabría que muchos platos culinarios a lo largo de América Latina, siendo semejantes, reciben diversos nombres. Por ejemplo, en Venezuela, a estos pastelillos no los llamamos tamales sino hallacas, y se hacen generalmente en el mes de diciembre, para celebrar la época navideña. —Bueno, bueno –agrega Jorge– no me descarguen, no tienen nada que reprocharme, porque mi parte de la investigación no tiene que ver con el apoyo documental que ustedes -par de galfarrosrealizan, sino con las estadísticas que haré posteriormente de sus apuntes. Así que les agradezco claridad y precisión en todo lo que me entreguen, para poder demostrar mi eficiencia… ¡Jajajaja, ustedes son mis esclavos! ¿Cómo la ven?... Cuando tus amigos intentan reírse de ti o contigo, y además de chirigotas te brindan el desayuno, también se convierten en autores de momentos inolvidables… Y tus lerdos colaboradores, jamás pudieron ser tan bienvenidos como en ese instante. Nunca sabrán que anteriormente te estorbaron y les hiciste trampas, enviándolos a averiguar hasta ―si el gallo puso‖, a fin de obviarlos y poder quedarte solo trabajando con ella, con la señora más displicente del mundo… y toda una paradoja: la señora de la sonrisa más sugestiva del universo… la señora de tus pensamientos.

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7. EL CIELO

Por la mañana, Camila me llevó a hacer lo que jamás hice antes, ni siquiera con la madre de mis hijos. Al día siguiente, tendríamos unos asuntos protocolares y parte de la exigencia era presentarnos de etiqueta en un acto académico de elevado postín, donde ella ni siquiera sabía que le harían un reconocimiento especial y, por supuesto, yo no habría de decírselo. Al leer la invitación, me dijo... –con aquella palabra, común a mis oídos, que en sus labios obtuvo un mágico sonido: —Raúl… —¿Qué le sucede doctora, por qué me llama Raúl? —Raúl –prosigue ella, haciendo caso omiso a mi observación– vas a tener que acompañarme a comprar un traje y a arreglar un poco mi apariencia, sabes que no conozco nada por estos lugares. Yo no dispongo ahora de ropa de etiqueta, y aquí dice muy claro que es un acto sumamente distinguido. Entonces me la tuve que calar completito, visitando boutiques para damas, y hasta tuve la necesidad de emitir mi siempre acertada y carísima opinión de varón… Pero, pude conocerte –y me encantó conocerte– desconsiderada, aprovechada, abusadora… pero totalmente mujer. Además me coaccionaste – pobre de mí– para que te llevara al salón de belleza donde tuve que esperarte interminables horas con la ingesta de una docena de cafés, esperando te arreglaran el cabello, las uñas de las manos y los pies. Siempre te negaste rotundamente a utilizar mi tarjeta de crédito, ni siquiera para cancelar las zapatillas que tanto te gustaron… me hubiera sentido honrado en hacerlo. Esa noche te veías rozagante, tu cabello blandeaba encuadrando las luces que se desprendían de tus ojos y de tu sonrisa. Hablabas hasta por los codos demostrando orgullo y satisfacción, por el trabajo ya finalizado; parecías una niña, la más inocente de todas riéndote de mis historias falsas y de mis chistes malos, porque ya disfrutábamos del tuteo… Recuerdo que me pediste disculpas, por haber sido grosera conmigo y me diste las 20


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gracias por haberte acompañado en todo y cada día… Mujer de mi vida, te aseguro que estaba en el cielo, aquello me pareció un sueño… Entonces, cuando te invité a salir a cenar, se oscureció ese cielo porque dijiste: —Esta será nuestra despedida, ¿verdad? porque mañana después del acto protocolar que será a primeras horas del día, marcharé por la tarde a mi país… ¿Cómo fuiste capaz de decirlo así, tan campante? Oh… ¡ Camila, mi Camila! ¿Cómo se te ocurre dejarme? –ese fue el grito ahogado en mi pecho que nunca pudiste escuchar– Eres perfecta para trabajar a mi lado como eres perfecta para descansar en mis brazos; eres ideal para estabilizar mis ideas como eres ideal para desestabilizar mi piel; eres maravillosa para mirarte a los ojos como eres maravillosa para cegar mis sentidos… Entonces tomaste tu bolso al hombro y dijiste: —Vámonos. Cuando te encuentras en la circunstancia de salir a cenar para despedirte de la mujer que amas, y que –para colmo– aún no posee el conocimiento de que la amas… ¿Qué es entonces esa cena, una celebración fúnebre? ¿Cómo te puedes reír?.. Y ella… ¿Cómo se puede reír? Cómo puede demostrar tanta alegría y de repente, como demasiado a lo ligero, decirte: —Raúl, ya terminamos de cenar, cambiémonos al otro salón dónde están los cantantes y la pista de baile, me han dicho que desde allí pueden observarse el cielo, la luna y las estrellas, vamos a comprobar si es verdad, debe ser impresionante. Mira que no deseo perderme eso por nada del mundo… —Conozco el sitio, podremos observar todo eso, si caminamos hasta el balcón, muy amplio por cierto, que es prácticamente una continuación del salón de baile. Pero te digo algo, Camila –me atreví de nuevo a ser insinuante, ya con menos temor a su displicencia– si caminamos hacia allá deberás bailar conmigo. —Pero, bueno, ¡Si lo que yo quiero es bailar, bobo! Ya terminamos de comer ¿qué vamos a hacer aquí?... ¡Y yo deseo celebrar en grande que ya terminamos el trabajo! Pero, si tú deseas 21


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irte porque te sientes cansado o por otro motivo, entonces vámonos. Cuando recibes una respuesta como aquella, de una dama como ella y en unas circunstancias tan particularmente atractivas, tú solo puedes responder con toda la galantería y amabilidad posible: —¿Irnos? ¡No, de ninguna manera, mi reina, andando… vamos a bailar y a observar la luna, las estrellas, las constelaciones, el firmamento entero y todo lo que desees!

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8. EL BESO

Al mirarla mi corazón bramaba, mi piel deliraba y mis ojos no dejaban de hablarle sobre algo que ella no entendía. Durante las horas de cada día fuimos camaradas y por las noches… era inevitable, se aparecía en mis sueños como un ángel que caía del cielo, y besaba mis labios con ese beso tan mágico que hacía que una música –entonces indescriptible– se escuchara, me invadiera, ablandara mi alma y endureciera algunos detalles de mi cuerpo… Pero ahora, ahora ya sé cual es esa melodía, es la misma que tanto le gusta, hasta el punto de enloquecer su esencia y hacerla vibrar… Una composición algo vieja que ahora la he adoptado como mía y cada vez que la coloco sus ojos me vuelven a mirar, su sonrisa me vuelve a iluminar y sus labios me vuelven a besar. Recuerdo que entramos en el salón de baile con su mano tibia dentro de mi mano ardiente. Ella siguió caminando hacia la parte abierta del balcón… muchas parejas bailaban y disfrutaban plenamente, entonces su risa fue completamente abierta y pícara cuando exclamó: —¡Oye Raúl, parece que nadie vino aquí observar el cielo, o tal vez cada quien se observa su propio cielo interior donde las estrellas brillan por dentro! ¿No lo crees? —Creo que tienes razón, Camila... y si bailamos tal vez podamos encontrar nuestro cielo… antes me dijiste que querías bailar… –respondí mientras me dejaba embriagar por la suavidad del rock incitante. En ese instante automáticamente ambos comenzamos a bailar, ella con su mano izquierda en mi hombro y con la derecha aún apresada entre mis dedos… que pasados unos segundos liberó a fin de apoyar ambos brazos en mis hombros, diciendo suavemente cerca de mi oído: —Es más cómodo así, ya me tenías los dedos asfixiados. Suena divina la melodía, todo lo que se ha escuchado, rock, pop, blue, me ha encantado… Los músicos interpretan muy bien, pero, 23


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me he dado cuenta que no incluyen ningún tema típico colombiano, como cumbia, vallenato… —En este sitio y a esta hora, sólo se estila música suave y romántica… ¿No te agrada? —dije. —Por supuesto que me agrada –respondió, al tiempo que comenzó a sonar ―Samba pa ti‖, que originalmente fue interpretada por Carlos Santana en la época de los 70– ¡esa melodía siempre me ha fascinado, me llega muy adentro, me enloquece; y más aún en una noche en que ―la luna está como para lobos‖! Nunca podré olvidar cuando aflojaste el freno permitiendo que mi brazo ajustara tu talle al bailar y la piel de nuestras mejillas rozaran, mientras tus manos bordeaban mi cuello. Luego desplegaste tu rostro del mío, al tiempo que me sonreíste y con nuestros ojos frente a frente, en aquella media luz, me confesaste que algunas lunas afectaron tu piel volviéndola muda. Quise hacerte la promesa de producir los más relajantes y apasionados gritos en tu piel… pero ya la luna también se había robado mis palabras. Entonces con mi boca enmudecida, raptora y audaz, atrapé tus labios dulces y temblorosos como todo tu cuerpo, fue un beso de verdadero amor, que tú delicadamente aceptaste pero supiste ponerle fin. Quisiste irte a casa, luego sólo hablaste de que era la despedida porque mañana marchabas a tu país, después del acto que se celebraría en la universidad… Ya no deseo recordar… pero entre ensueños veo tu imagen hermosa, gente que sube, que pasa, que baja… y entonces yo, no quise llevarte al aeropuerto… Jorge lo hizo… buen tipo el Jorge… lo hizo porque le dije que no podría despedirme de ti… ¿Cómo pudo suceder?... Ella nunca me dijo que me amaba, ni siquiera yo se lo dije… y ella… Camila ya no está. Desde que apenas vi la foto de su rostro, la imaginé completa y mis sentimientos se volcaron rápidamente; luego la tuve cerca durante quince días y realmente no supe cómo actuar correctamente para conquistarla, qué hacer, ni qué decir... ¿Fueron la edad y la soledad las que jugaron conmigo? No entiendo lo qué me pasó, yo no sé por qué me enamoré de ella... 24


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9. EL NACIMIENTO DE CAMILA

Yo estaba en cuclillas, asomada por una rotura de un tabique de cartón que separaba el comedor del cuarto de mi madre; adentro, en la habitación pude observar una señora que daba a luz, mientras Salustiana, la partera, le decía: —Doña Susa, esto será fácil, el niño viene sólo, puje un poquito nada más… ¡ya, ya lo tengo, es una niña muy chiquitica!, tiene los ojos abiertos y aún no llora, pero ya le voy a propinar su primera nalgada, para que comience a portarse bien, ¡toma tu merecido, angelito de Dios, lanza tu primer grito de libertad… berrea!... Todo se quedó negro de repente ante mí y luego vino inmediatamente una luz que encandilaba, sentí dulcemente los brazos cálidos de Salustiana que encerraban todo mi cuerpo mientras exaltaba: —Es maravillosa, comadre, limpiecita, blanquita, no tiene arruguitas como la mayoría de los recién nacidos, parece una muñequita de porcelana. ¿Sabe, comadre Doña Susa? … la voy a colocar en esta caja de los zapatos que le compró ayer mi compadre Ángel, con la mantita rosada se verá muy bien. Dígame, comadre, ¿cómo la va a llamar? —Camila del Rocío, –dijo mi madre– Tráemela en la cajita para mi cama, ¡ah, pero sí es bien chiquita!, ninguno de mis otros hijos ha nacido tan diminuto, este es mi noveno parto, debe ser el cierre para no parir más. ¡Comadre, observe bien, Camila me sonríe, pareciera que ya estuviera mirando! ¡Pero, Salustiana, no me la deje desnudita solo con la manta, póngale una ropita que se me puede resfriar! —Doña Susana, si apenas son las nueve y media de la mañana y el sol está pelao. Yo, ahora lo que voy es a terminar de partearla, limpiarla y asearla, mientras usted revisa los detallitos de Camila. Ahora, dígame, ¿Y dónde está Don Ángel que no viene a ver a su muñequita? 25


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—Es que me dieron los dolores, después que ya él se había marchado para la hacienda. Los muchachos grandes están en la escuela y los dos chiquitos deben andar por allí en el patio jugando. ¡Dios es muy grande, Salustiana, y sabe lo que hace!, mi hija mayor estaba en casa cuando me vinieron las contracciones y pudo salir apurada a buscarla a usted, supongo que luego también se encargaría de terminar de preparar la comida, eso era lo que yo estaba haciendo. —Pero, lo que usted tiene que tomar ahora, Doña Susa, es el caldo de gallina negra, para que recupere fuerzas y le venga la leche como a la vaca mariposa, para que le dé mucho alimento y salud a Camilita. Comadre, yo le voy a mandar a preparar su buen hervido de gallina negra luego que me vaya de aquí, pero, no me iré hasta que no le venga una buena compañía. Una muchacha muy linda, con dos colas de caballo en la cabeza, llega entonces a la habitación: —Mamá, ya está listo todo en la cocina, ¿todo salió bien?... ¡déjenme ver mi hermanita!.. ¡Qué bonita está! ¡Es del tamaño de Lucía, mi muñeca! —Mary, ¿tú juegas aún con muñecas a los 16 años? – pregunta Salustiana. —No, claro que no, ya soy una mujer, pero me gusta coserle vestidos y pintarle los labios. La tengo de adorno en mi cuarto. De repente comencé a escuchar gritos llamando a mamá, fue sorpresivamente grato escuchar las quejas, peleas y reclamos a mi alrededor de esos dos niños que entraron en la habitación y si hubiera podido carcajearme lo hubiera hecho: —¡Amá, amá!... Antonio no me quería devolver mi carrito y luego lo ha escondido para que no lo halle. —Es mentira, amá, Ramón botó su carro al patio de la vecina. ¡Pégale a él, no me pegues a mí! Entonces intervino Salustiana: —Niños, cállense, que Doña Susa necesita descansar, luego buscan el carrito… Pero, mejor vengan a ver, la hermanita que les trajo Dios… acérquense, es una muñequita. —¿Está viva? —dijo Antonio. —Los varones no jugamos con muñecas –señaló Ramón. 26


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Casi al instante, llegó aquel señor alto con sombrero gris y guayabera blanca (que más tarde comprendí que era mi padre): —Pero, ¿y qué es esto, como que tenemos novedades? Susana, ¿ya nos ha nacido el niño? —Es una niña, hombre, y se llama Camila –expresó mi madre. —¿Camila? ¿Qué clase de nombre es ese tan cursi? ¿Lo sacaste de una fotonovela? ¿Quién en nuestras familias se llama así? —Nadie –increpó– nunca escogí el nombre de ninguno de nuestros hijos, está será la primera y la última vez, porque no voy a parir más y se llamará Camila del Rocío. —Muy bien, mujer –acata mi padre– ¿y dónde está mi princesita? ¡Me la han puesto en un cajita! ¡Estas mujeres del carajo, si inventan vainas! Oye, Salustiana, ¿y por qué está tan chiquita mi hija? ¿No será que nació antes de tiempo y se nos puede morir? —¡Por Dios, compadre, no diga esas cosas! –argumentó Salustiana– es una niña de tiempo completo y está bien sanita y enterita, ¿no se ha dado cuenta lo hermosa que es y que ya parece mirarlo y sonreírle? —Es verdad —aceptó mi padre— tiene los ojitos muy abiertos parece que me estuviera viendo hasta por dentro y no deja de sonreír. Esta niña me hace estremecer el alma, creo que me estoy volviendo chocho y el amor me debilita. ¡Y no les he contado!: Camila ha llegado con la suerte a esta familia, dentro de un rato nos traerán un nevera que compré en la mueblería de Eustaquio, ya podremos tener agua fría y dónde conservar mejor los alimentos. Otros cinco niños irrumpieron de repente: —¡Ya llegamos de la escuela mamá! Y tenemos mucha hambre –dijo alguno de ellos. Pero, cuando me descubrieron metida en una cajita de zapatos, se olvidaron de la comida interesándose por mi personita: preguntaron mi nombre, revisaron mis manos, revisaron mis pies e intentaron sacarme de mi improvisada cuna… 27


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—Muchachitos tengan cuidado con la niña, no la vayan a lastimar, que les voy a meter unos coscorrones –dijo Mary que vino en mi auxilio. Luego comprendí que eran mis otros hermanos y que, por lo tanto, mi familia era muy numerosa … en ese instante llegué a suponer que jamás conocería la soledad.

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10. LA ABUELA EN LA SILLA

Desde la habitación de mi madre y a través de la ventana podía observar el patio central de aquella casona de bahareque. Por las rejillas, entraba la luz del sol que lograba filtrarse a pesar de la espesura de las matas de limón, mango y mamón; en uno de aquellos troncos, en el limonero, mi padre había colocado graciosamente un letrero, algo así como un llamado a la conciencia de consanguíneos y visitantes: No me sacudan, señores ni palizas se me aticen se me desprenden las flores y se aflojan mis raíces En el suelo de cemento pulido se proyectaban interesantes sombras que oscilaban al antojo de la brisa sobre las hojas. De repente, ya no miro más la parte exterior de cuarto, me volteo y en el interior, una simpática viejita está sentada en una silla mecedora que empuja suavemente con sus pies, mientras yo duermo en sus brazos. Ese es el único recuerdo que poseo de mi abuela materna. Usaba un vestido gris que le llegaba hasta los tobillos, y tenía un moño de cabello lacio plateado, recogido con una peineta de carey. Sus ojos proyectaban resplandores más hermosos que los rayos del sol por la ventana; denotaba paz, sabiduría y un profundo amor por la vida, expresado sobremanera en la forma como me arrullaba con su canto de ángel. En ese momento, no había nadie más a nuestro alrededor; por alguna razón, las demás personas estarían en otro lado de la casa, mientras ella había logrado que yo traspasara los límites oníricos. Quién iba a imaginar entonces, que esa su visita a la casa de mi madre, sería la última, al igual que el sonido de su voz cantarina que inunda mis nostalgias. Dos días después, mi abuela falleció, de un fulminante infarto cardíaco. Cuando yo tenía 12 años, quise explorar con mi madre estos recuerdos y ella me contó que esa vez, cuando aquella 29


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viejecilla me brindó el calor de sus brazos y el arrullo de su voz, yo estaba cumpliendo nueve meses de edad, y se había presentado con muchos obsequios para todos los miembros de nuestra familia, incluyéndome a mí.

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11. LAS CUATRO MOSQUETERAS

El timbre de salida sonó, era el más acertado indicio de que aquella fastidiosa clase había terminado, y todos los chicos se levantaron disparados de sus asientos, porque era la última hora escolar y ya estaban casi dormidos con ese rollo de Parménides. Al parecer, Camila, aquella muchacha quinceañera, era la única que estaba extasiada con tales ideas de Filosofía y antes de salir quiso seguir indagando algo más con aquel profesor de aspecto destemplado y con rostro grisáceo. —Disculpe, profesor… Parménides nos expone en su doctrina la afirmación del ser y el rechazo del devenir, del cambio. El ser es uno, y la afirmación de la multiplicidad que implica el devenir, y el devenir mismo, no pasan de ser meras ilusiones. Quiere decir, entonces, que el futuro no existe, porque en la medida que uno va viviendo, el presente es fugaz y todo se convierte en pasado… ¿verdad? El docente, mira sorprendido ante la pregunta y, no sabiendo que decir al respecto, le responde: —Es, realmente muy interesante tu pregunta Camila, prepárate mejor sobre ello, yo también lo haré y en la próxima clase, lo discutimos con todo el grupo, ¿te parece bien? Camila asintió, dando las gracias al profesor se despide, pero su mente sigue dándole vueltas a ese asunto del devenir porque ella misma no comprende la manifestación de su propio yo en continuos estados de desdoblamiento desde antes de su nacimiento. El antes, el ahora y el después constituían importantes vivencias para ella, pero también enigmas que nunca había podido entender. Entonces, mientras caminaba a la puerta de salida, vino a su memoria un poema de Parménides que expone su doctrina a partir del reconocimiento de dos caminos para acceder al conocimiento: la vía de la verdad y la vía de la opinión. Sólo el primero de ellos es un camino transitable, siendo el segundo objeto de continuas contradicciones y apariencia de conocimiento: "Ea, pues, que yo voy a contarte 31


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(y presta tu atención al relato que me oigas) los únicos caminos de búsqueda que cabe concebir: el uno, el de lo que es y no es posible que no sea, es ruta de Persuasión, pues acompaña a la Verdad; el otro, el de lo que no es y el de que es preciso que no sea, este te aseguro que es sendero totalmente inescrutable." Sus pensamientos, fueron interrumpidos abruptamente, sus amigas Marisol, Delsis y Yadira, le daban gritos llamándola como sí de verdad intuyeran su tipo de ideas y a tono de broma, de la manera como siempre lo hacían: ¡Filosofa loca, filósofa loca… espéranos! Camila se detuvo a esperarlas y luego las cuatro siguieron la marcha. Marisol le decía: —Camilita, vamos a reunirnos en mi casa mañana que es viernes, en la tarde, aprovechando que estamos libres, a fin de estudiar latín, acuérdate que esa materia nos trae de cabeza, bueno… a nosotras tres, porque tú eres la que entiende más. Vamos a ver qué se nos ocurre, algo así como un método para poder realizar eficientemente las traducciones del examen final, porque necesitamos sacar una nota bien alta para que el resultado pueda ser aprobatorio, ya que si aplazamos este examen, pasamos a reparar y eso debe ser horrible. —Oye, Camila –Yadira interviene a modo de chanza, como de costumbre– la manera como hemos estudiado hasta ahora sólo a ti te ha dado buenos dividendos, hemos pensado que tal vez tengas alguna otra herramienta secreta... ¡Jajajaja! Bueno, ¿qué te parece si nos ayudas un poquito más? Las cuatro mosqueteras tenemos que graduarnos, debemos andar juntitas como siempre: una para todas y todas para una. —Sí, chica, –añade Delsis– mañana nos reunimos, estudiamos un poquito de todo, pero más de Latín, nos divertimos un tanto, comemos, estudiamos otro poquito, al tiempo que cuidamos la bebé de Marisol que ya está caminando y echando bastante vaina. ¡Jajajajaja! —Está bien, está bien, –acata Camila– se me ocurre algo para que aprueben el examen de latín con excelente nota, escuchen: tomando en cuenta que ustedes en eso de las declinaciones son un 32


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caso perdido, porque no entienden ahora nada, ni creo que vayan a entender, deben utilizar la herramienta que han utilizado en otras asignaturas y que les ha dado resultado, porque han salido chévere. ¿Y saben cuál es esa herramienta, que utilizan mejor que yo?... la memoria, el caletre. Ya les explico… —Pero, ¿cómo vamos a utilizar al caletre en latín? – argumenta Marisol– sí, ya sabemos que el 80% del examen son traducciones, lo que necesitamos es saber traducir… —Marisol, –dice Camila– tú calla y escucha el plan: lo primero es buscar los 10 o más textos en latín de los cuales estoy segura, que la profesora escogerá dos o tres para el examen. No me pregunten ahora por qué lo sé, pero es lo más lógico buscar textos clásicos como por ejemplo los de Rómulo y Remo, El Rapto de las Sabinas, La búsqueda del Vellocino de Oro, entre otros… Bueno, yo me encargo de eso. El segundo paso es que una vez traducidos a la perfección ustedes se los memorizaran a caletre, que para eso son muy buenas. Y el tercer paso sería estudiar un poquito las declinaciones y el vocabulario, a modo de que, por lo menos, identifiquen cada texto, no sea cosa de que puedan confundir uno con otro y vomiten la traducción equivocada, pero, eso ya sería el colmo de la torpeza, y, por supuesto no debe suceder. Deben aprender un poco el vocabulario, porque si a la profesora se le ocurre, descartar párrafos intermedios, van a quedar fritas al copiar la traducción completa… ¿entendieron? Todas asintieron y continuaron su camino, paso tras paso, entre cuentos y comentarios, hasta que cada una fue tomando el camino para su propio hogar. Ese viernes en la mañana se vieron en el colegio durante las horas de clases y pudieron ratificar su cita para estudiar. Eran las 3 de la tarde cuando Camila llegó a casa de Marisol, tocó fuertemente el portón que carecía de timbre, porque sabía que el interior de la vivienda estaba muy al fondo, pero, muy rápidamente Yadira salió a abrir la puerta, ya todas la estaban esperando… Camila y sus tres amigas, estuvieron muy aplicadas en aquella actividad, disfrazada de estudio, que al fin y al cabo, no era más que un fraude al propio intelecto de las compañeras de aquella 33


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chica quinceañera que sí entendía latín pero no entendía los misterios del devenir ni de su propio ser. El día del examen de latín llegó, era precisamente el primero entre una lista de diez asignaturas, todos los veinticinco alumnos estaban muy calladitos y temerosos mientras la profesora iba repartiendo los exámenes de cara a la tabla de los pupitres, cuando terminó de entregar al último estudiante, dijo: —¡Ya pueden voltear las hojas, ha comenzado el examen !, Lean detenidamente las instrucciones de cada parte antes de proceder a responder. Cualquier estrategia que yo considere sucia o ilegal de parte de alguno de ustedes, será motivo para estamparle un cero uno.. Les deseo mucha suerte. Camila revisó aquel examen que contaba sólo de dos partes: la primera implicaba algunas exigencias teóricas de poco peso; mientras la segunda conformaba dos textos, cada uno de una cuartilla, para traducir al Castellano. Observó, con satisfacción que eran de aquellos que sus compañeritas se sabían de cabo a rabo. Volteó el rostro disimuladamente para observar los de ellas, en un proceso de comunicación eficiente, donde el mensaje estaba muy claro sin palabras. Procedió a resolver la evaluación y aunque ella no se había caletreado aquello (o precisamente por eso), pudo reconocer que en el primer texto se había obviado el tercer párrafo de la lectura original, más o menos recordaba que serían como unas cuatro líneas. Algo parecido sucedió en el segundo texto. Resolvió todo sin dificultad alguna, dio una ojeada final a tono de revisión, entregó y salió del aula, completamente segura de que todo estaba correctamente desarrollado.

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12. ENTRE UNA ILUSIÓN Y UNA ESTUPIDEZ

Camila se sienta en un banco de cemento que hay en un de los pasillos del Colegio a esperar que sus amigas salieran del examen de Latín. En una hoja de papel intenta matar el tiempo; a trazos se refleja a sí misma asomándose por el hueco de un tabique para ver a su madre parir; a ratos cree dibujar a su abuela meciéndose en la silla con ella en brazos… De repente, Joseíto, le habla (no se percató cuándo el chico se le acercó), él estudiaba en otra sección diferente… ¡Pero qué atento y simpático era! —Hola, Camila, ¿cómo saliste en el examen de Latín? —Bien ¿tú acabas de presentar Matemáticas, verdad? —Sí, y estuvo muy fácil para mí, respondí todo sin dificultad. —¿Vas a la fiesta de recolección de fondos para nuestra graduación? Estará muy buena, será una tómbola bailable con una miniteca magnífica. —No estoy segura de ir, debo pedirle permiso a mis padres y no me dejan salir sola para fiestas. —Claro, como todos, yo también debo hacerlo, pero a sabiendas de que siempre iré. Dime, ¿bailarás conmigo esa noche? —Joseíto, tal vez yo tenga ritmo y pueda bailar un poco, pero no me sé esa gran cantidad de pasos tuyos… ¡A ti si que te encanta bailar, pareces un trompo! Eres excelente bailarín. Eso dijo Camila, mientras miraba, a modo de disimulo la hermosa complexión corporal y los ojazos de aquel moreno que desde hace algún tiempo la buceaba entre el respeto, la discreción y el atrevimiento de aquella edad adolescente, aún con señales de inocencia… Él ha decidido sentarse a su lado en el banco, espontáneamente, mientras busca en sus libros y saca una concha de madera de algún pupitre maltratado, que le muestra para que observe que tiene algo escrito, seguramente con el lápiz que también utilizó para presentar examen. A Camila se le sube el rubor al rostro y se le enciende la piel, cuando lee: ―Camila y José‖ y mira el dibujo ingenuo de un corazón. Acto seguido él lo coloca 35


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entre el cuaderno de ella, para luego levantarse rápidamente, diciéndole: —¡Chao! Luego hablamos. En cuanto a lo del baile, no te preocupes... te dejas simplemente llevar por mí y todo será maravilloso! Las chicas, se le acercaron juntas porque terminaron el examen justo al tope de la hora, y alguna de ellas la invitó para que tomaran el camino a sus hogares. Caminan todas ya por la calle frente al colegio y entonces Camila les dice: —Chévere que nos salieron textos que ya conocíamos y de los cuales ustedes se caletrearon muy bien las traducciones. Una cosa: ¿se dieron cuenta que no los habían transcrito completos y que eliminaron un párrafo en cada uno de ellos? —Nooooo –dijeron casi al unísono. —Yo copié la traducción completa –dijo Marisol. —Yo también –expresó Delsis. —Igualmente hice yo —agregó Yadira. —¿Pero ustedes son estúpidas? –exclama Camila– ¿Cómo hacen eso después de haber tenido tanto trabajo en memorizarlos todos? La profesora se va a dar cuenta que no estaban traduciendo sino copiando algo que se sabían de memoria… ¡ojalá ella fuera estúpida también y al momento de corregir no se fijara en ese detalle!

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13. ENTRE EL BAILE, EL BESO Y EL SUSTO

Ramón, el hermano de Camila y dos años mayor, también formaría parte de esa última Promoción de Bachilleres; él estudiaba la Mención de Ciencias en la misma sección que Joseíto, por lo tanto ya sus padres disminuirían los cuidados extremos con la chica, porque sus dos hijos menores podrían ir juntos a la tómbola de recolección de fondos y a la propia fiesta de graduación. En este sentido, solamente quedaría de parte de ella controlar algún posible rasgo de celos de su consanguíneo que, en medio de todo, era también un gran amigo. Camila, siempre tan ecuánime, intelectual y reflexiva, ahora estaba muy nerviosa pensando en un simple baile y un simple joven que ya le había anunciado sería su pareja esa noche. Por suerte, a Ramón se le ocurrió que debía tomar ―clases de baile‖ con Camila en la casa familiar. Esas últimas tardes, precedentes al acontecimiento en cuestión, ya al final de las jornadas escolares, llegaron a divertirse mucho practicando toda clase de ritmos propios de la época, entre risas y algarabías. Camila, estaba ayudando abiertamente a su hermano para impresionar a las otras chicas con su baile, pero lo que éste no sabía es que ella también practicaba pensando que bailaría con Joseíto, que era "el chico más atractivo del mundo" y el que todas las muchachas se disputaban a la hora de bailar. A Camila, le tocaría graduarse de bachiller en el año 1976, a sus quince años tenía una visión amplia del mundo, siendo su objetivo principal continuar sus estudios universitarios y ser una gran profesional, sin embargo, al unísono de sus neuronas, ya sus hormonas la habían hecho despertar a las inquietudes propias de la adolescencia. La música la envolvía y las sensacionales consecuencias del sonido hacían presa fácil de ella. En ese año, se sentía inclinada a evadirse escuchando a The Beatles, grupo musical británico que revolucionó la música rock y pop, aunque para la época en cuestión ya se había disuelto, porque en abril de 1971 Paul McCartney llevó a sus compañeros a los tribunales para 37


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eliminar legalmente el grupo. Pero, los chicos de esa época seguían escuchándolos y bailándolos... ¡Cómo le fascinaba a Camila! Sabía reconocer que el inicio del grupo popularizaba de una manera particular sus propias interpretaciones de la música que realizaban otras figuras anteriores como Elvis Presley, Chuck Berry, Little Richard, Carl Perkins, Fats Domino y otros pioneros de este género; esas primeras y magistrales grabaciones consistieron fundamentalmente en el repertorio que tocaban en directo, esto es, rhythm and blues y rock and roll. Pero a su vez empezaron a componer sus propias canciones, en las que destacaba la parte vocal. De manera que ella también llegó a sentirse inmersa en la beatlemanía, que había traspasado las fronteras. En ese año, el rock ya era una industria y un negocio, pero, lo más importante era que había llegado a todos los lugares del mundo para enloquecer a los amantes del baile. Otro modelo a seguir era The Rolling Stones, que convirtieron en mito su azaroso y escandaloso estilo de vida. Así, el rock ácido mutó en rock duro, gracias a Led Zeppelin, y a rock progresivo o sinfónico, con proyectos mastodónticos como Pink Floyd o Emerson Lake and Palmer. El glam rock, fue un movimiento en el que sus músicos buscaban una imagen ambigua y provocadora gracias a escandalosos vestidos de lentejuelas y maquillajes desmedidos y canciones de rock, convencional en ocasiones, Alice Cooper o Gary Glitter, o sonidos más arriesgados como los de T-Rex, Roxy Music y sobre todo David Bowie. Aunque las excentricidades y manifestaciones extremistas confundían y chocaban un poco con la personalidad de Camila, la Música Disco y las melodías, basadas en el Soul, con la compulsiva línea del bajo y los golpes rítmicos constantes, la hacían estremecer y caer en onirismos exóticos. Sin embargo, en esos momentos, los músicos de la salsa habían logrado conquistar a diversas masas sociales, ofreciendo un sonido más comercial, convirtiéndose en la máxima locura de la juventud; en este sentido, se popularizaron nombres como los del venezolano Oscar de León, el dominicano Johnny Pacheco, los estadounidenses Willie Colón y Ray Barreto y el portorriqueño Cheo Feliciano. Por otro lado, la guaracha y el 38


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merengue, a pesar de servir como alternabilidad en los bailes, ya habían perdido fuerza y popularidad. A su llegada al club, se ubicaron en la mesa donde los esperaban unos amigos. Casi inmediatamente, Ramón desapareció entre la multitud que saboreaba con todo su cuerpo la salsa de la Dimensión Latina, porque una muchacha casi lo arrastra a la pista de baile; sonríe para sus adentros imaginando a su hermano y se dispone a servirse una Cocacola. La voz de Oscar de León en aquella sin igual melodía ―Pensando en ti‖, retumbaba de una manera envolvente. Echa hielo en el vaso y el refresco, posteriormente envía a sus compañeros de mesa una señal de brindis con una sonrisa, llevando la bebida a los labios. Acto seguido, alguien ha introducido desde sus espaldas una hermosa cayena roja en su vaso, mientras siente el abrazo tibio y atrevido coronado con un beso en la mejilla, ella voltea el rostro emocionada al darse cuenta que era Joseíto: —¿Bailamos? —Hola José. –Dice ella mientras extiende su mano derecha, que él toma entre las suyas, al tiempo que se dirigen a la pista de baile. Ya han bailado uno que otro merengue, entre muchas salsas que son las que más le agradaban a Camila; José tiene unos pasos increíbles y la lleva con tanta maestría, que ella logra fácilmente todo o que él sugiere o conduce. De repente, suena un bolero y la iluminación oscurece, era el set del sonido suave y romántico, entonces Camila exclama: —Ya… ¡sentémonos! —No. Fue un no rotundo, pronunciado por José al tiempo que la estrechó contra su cuerpo diciéndole al oído: —Te amo, princesa, no huyas de mí. —Bueno, sigamos bailando, pero no me digas que me amas porque no es correcto. —Está bien, no te lo diré más por ahora, pero te lo advierto, no dejaré de amarte porque calle tales palabras. Camila estaba sumamente nerviosa, su hermano y todos los demás tal vez estarían observándolos en aquel baile afrodisíaco que 39


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jamás imaginó disfrutar. Sentirse entre los brazos de José era la sensación más increíble que había experimentado en toda su vida. Tras el bolero, venían perfectamente sincronizados el rock suave y las baladas románticas, propicias para el hechizo de la atracción química, superpuesta a los reflejos de la conciencia humana. Sus mejillas se tocaban, sus respiraciones se entrecruzaban, mientras ella cerraba los ojos… De repente surge aquel momento mágico (eternamente inolvidable) bajo el embrujo de ―Samba pa ti‖ interpretada por Carlos Santana … Los labios de José comenzaron a tocar los de Camila, mientras ella sin apartarse, sólo esperaba más y más... sólo un roce de labios húmedos y cálidos, que luego se movían suavemente… dulcemente… Su corazón se agitaba, su estómago mariposeaba y… algo se venía moviendo hasta el fondo… Las luces se encienden abruptamente, se separan... ¿Qué pasó?... ¡pues que había terminado la música suave y ninguno de los dos se había percatado de ello!. Se escucha la salsa de nuevo, pero Joseíto parece que no desea seguir bailando y agarra a Camila por una mano y la hala suavemente hasta la mesa que ha quedado sola donde se sientan: —Descansemos un rato mientras hablamos. —De acuerdo. —Ha sido maravilloso, ¿no te parece? —¿A qué te refieres? —Pues, a nuestro primer beso. —No lo sé. —¿Cómo que no lo sabes? Dime: te gustó o no te gustó? —José, no sé que decirte, hablemos de otra cosa. —Camila, está bien, entiendo que te dé cierta vengüenza; a mí también, soy bastante tímido, pero he decidido afrontar y me estuve preparando psicológicamente para poder hablar contigo de esto. Mira te diré algo para que no mantengas tanta reserva conmigo: También fue mi primer beso y no me da vergüenza confesártelo. —¿En serio? ¿Y hace unos meses no andabas empatadísimo con una tal Magdalena? —No, no es cierto. Sólo que ella me salía en todas partes y yo me veía obligado a caminar a su lado muchas veces. Pero, 40


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¿cómo vas a imaginar eso? ¿Acaso tú no has sentido como yo he sentido nuestro callado amor desde hace más de dos años? — Eso no es verdad, sólo hemos sido amigos no inventes cosas. —Ok, entonces sí yo me equivoqué contigo, me disculpas y me retiro. — Eso dijo, levantándose del asiento, mientras por fin se terminaba de tomar el mismo whisky, servido hace más de una hora, casi zumbando el vaso vacío en la mesa. —No, no te vayas… discúlpame tú. –Sugirió ella, mientras clavó su seductora mirada, aún de niña, en la de él, apartando suavemente el cabello de su rostro. José, ha tomado una de sus manos entre las suyas y la besa con pasión recién nacida en su virilidad, mientras la quinceañera termina de tomarse nerviosamente una Cocacola. Él la induce a levantarse y se dirigen de nuevo a la pista de baile. Sí, ciertamente, el entorno había desaparecido, toda la gente se había convertido en siluetas sin rostros, imágenes de humo… sólo una pareja se había adueñado del mundo… Aun ahora, cuando estoy en el umbral del medio siglo de vida, mis párpados se cierran para saborear el cálido desliz de unas lágrimas calladas, que agradecen a Dios por mi cronología...

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14. ACOPLADA Y ENAMORADA SIN REGLA

Ya no habrían más exámenes a ese nivel académico, hoy le habían entregado a Camila su último documento aprobatorio y ya era potencialmente una bachiller de la república, con el honor de ocupar –entre doscientos estudiantes– el primer lugar de su promoción, que siendo al ras con el de su hermano, hubo que decidir quién diría las palabras de agradecimiento y quién haría la petición formal de los títulos. Contradictoriamente a la alegría, su mente merodeaba con ideas que se retorcían y se rebelaban… ella no quería sentir aquel rechazo por las frivolidades del género humano; algo no debía ser normal en su psiquis: Protocolos… formalismos… discursos… agradecimientos… estupideces… en medio de tantas mentiras e hipocresías… Eso se le asemejaba a una ensalada de porquerías que ya deseaba bajar por el retrete cuanto antes, para salir del mal olor que la hacía somatizar hasta el punto de experimentar reales náuseas. Encima de eso, tendría que vestirse de gala y ese esfuerzo tal vez les costaría a sus padres la comida de un mes. De repente, se le ocurrió que no asistiría, total que lo importante era el título y no los actos sociales. Cuando se lo dijo a sus amigas éstas reaccionaron en calidad de víctimas: —Tú no puedes hacernos esto, no debes abandonarnos ahora… —No asistiremos a lo actos si tú no asistes… —Pero, entonces, serás la culpable de algo que se nos muera por dentro… —Sí, Camila, elabora unas palabras bien lindas y sencillas… —Y no tan largas… —Pero, no te mandes con un discurso de filosofía de esos que aterran, que te pondrás fastidiosa… —Nosotras te regalaremos el vestido y los zapatos, será nuestro reconocimiento para ti, pero los elegiremos a nuestro gusto… 42


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—Claro, para que no te vayas a presentar con un vestido seriote y anticuado… —Tu madre sólo tendrá que gastar en la ropa de Ramón… —Deja ya de comportarte como una desadaptada, nos merecemos los actos y la fiesta, hemos luchado 5 años para ello… —Entiende que Joseíto se ha de morir, si esa noche no baila contigo… ¿José?... ¿Su príncipe azul?... Recordó su hermosa mirada de esa mañana, cuando al aproximarse a saludarla, la hizo sentirse como la cenicienta después del encantamiento del hada madrina. ¿Desadaptada ella? ¿Quién dijo eso? Si le fascinaba bailar, recién lo había comprobado y, claro, no habría de perdérselo. Supo entonces que era sumamente necesario disfrazarse de ―princesa‖. De manera que se sintió más segura de intentar acoplarse a los actos protocolares, daría un bonito discurso, se comportaría como una ―princesa‖ conocedora de las reglas de conducta, aunque desconocedora de las biológicas reglas menstruales femeninas. Nunca había dicho a sus amigas (tal vez por vergüenza) que, a su edad, ya a punto de agarrar el Título de Bachiller aún no se le había presentado su primera regla, mientras ya éstas tenían entre unos cinco y seis años reglando. Recordaba los comentarios al respecto desde que tenían aproximadamente once o doce de edad: que les dolía el vientre, que se les manchó la ropa, que tenían que cambiarse la toalla. ¿Cómo sería aquello? ¿Qué se sentiría?... La habían llevado unas tres veces a consulta médica y le habían realizado cualquier tipo de exámenes, encontrando que todo funcionaba normalmente: su cuerpito, sus senitos, sus hormonas; inclusive, su estatura había sobrepasado la de sus tres hermanas y casi alcanzaba la de Ramón. Y ella, Camila, se sentía en el esplendor de su femineidad, reconociendo sentirse atraída por José. Entonces… ¿Cuál era su problema? De regreso del colegio, Camila se había quedado sola, pues su última compañera, se había despedidlo en la anterior esquina, al igual que lo hicieron sus otras dos amigas minutos antes. Para llegar a su casa ya sólo faltaban unas dos cuadras del acostumbrado recorrido diario, el cual constituía aproximadamente unos 750 metros. Durante casi cinco años lo había caminado de ida y vuelta, 43


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ya que en esa época no existían en el pueblo líneas de taxis ni de autobuses. Un leve mareo, la hizo desenfocar de repente la panorámica de aquella calle empedrada… Mientras se agarraba de los barrotes de un ventanal, creyó escuchar voces que le decían: ―el Amor Absoluto es la esencia del universo, es la Alfa y la Omega, compartirás con nosotros la mesa… Estaba estresada, con seguridad, era eso lo que le sucedía. Siguió caminando pausadamente, ya sus ojos volvían a enfocar con claridad; allá a escasos metros pudo leer el aviso del taller artístico de su padre: ―Taller el 50‖, al lado del cual estaba la casa familiar.

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15. EL PABELLÓN

Eran las 6:30 de la tarde y el sol aún radiaba tenuemente cuando llegué a mi domicilio. El haber terminado mis deberes escolares de ese año, me permitía creerme un poco más libre como si entonces pudiera respirar con mayor profundidad, el aire puro de mi mustio Barrio Chimborazo. El arduo oficio estudiantil me había hecho olvidar lo maravilloso que es sentirse en casa. ¡Qué linda era mi morada… escondrijo de vivencias familiares y nostalgias que asechan! … El porche parecía un nicho todo rodeado de flores, las bellísimas enredaderas habían cubierto con generosidad desde su nacimiento en los jardines exteriores hasta casi por completo las paredes laterales, brindando un subyugante tono rosáceo por sus petalillos que arrebujaban a modo de tapiz, mientras las astromelias se erguían y enseñoreaban paradisíacamente con un llamativo color violeta. Pero, las rosas rojas, amarillas y blancas –conocedoras de su hermosura única– querían hacerse indiferentes a los demás cromatismos, formando entre ellas un elitesco clan de orgullo y vanidad. Motita, mi gata, dormía plácidamente bajo la entreverada sombra de la cayena y, al sentir mi presencia, entreabrió sus ojos y largó un suave maullido. El olor a la comida preparada por mi madre invadía el entorno, provocando y estimulando mi apetito; podría adivinar aquella cena, hecha por tan amorosas manos: caraotas negras, carme mechada, arroz blanco, tajadas fritas de plátano, arepas (el típico ―pabellón criollo‖ venezolano, digno de las siete estrellas) y, tal vez, jugo de toronja, guarapo de caña o papelón con limón. En realidad, lo que se percibía desde lejos era el exquisito aliño sofrito preparado de cebolla, ajo, comino y pimienta, que se hacía para echar a tales leguminosas como procedimiento culinario final. Lo demás estaba en el vuelo de mi imaginación y en ese momento, solo necesitaba comer algo y retirarme a mi habitación para entrar en meditación profunda. Se me hacía urgente que cada 45


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una de mis células recordara su deber constante de permanecer en armonía con el universo. El piso de cemento de la antesala, por efecto de las lámparas encendidas, brillaba como el mar cuando se bebe la tenue luz del alba. Las paredes internas lucían inmortales cuadros pintados por mi progenitor y mis fraternos. Mis hermanas mayores dispusieron colgarlos buscando la mayor sincronía de acuerdo a sus motivos; en la pared central podía observarse un conjunto de paisajes de araguaneyes y apamates, pintados por Vicente, con sus impresionistas flores amarillas y violetas. A un costado: la colección de famosos personajes de Antonio; y al otro: las naturalezas muertas de mi padre. Caminando, cruzo la sala, y –a pesar de que los únicos solteros para entonces, éramos Ester, Antonio, Ramón y yo– mis hermanos, como tantas veces estaban reunidos: Ángel, que había llegado de la capital donde trabajaba como profesor y vivía con su esposa e hijos, tocaba la guitarra; Ester y Rosalía (maestra y técnico respectivamente) hacían unas voces, al tiempo que mi hermano mayor, Jesús –cantautor– tocaba el cuatro y cantaba ―Diva‖, uno de sus famosos valses llaneros. Sin dejar de interpretar la melodía, me saludaron con sonrisas, mientras aquella garganta se esmera en la dulzura:

Yo no puedo olvidar tu bello cuerpo de ángel que parece danzar alegre en los palmares, con tu dulce mirar despiertas a mi vida, quisiera yo besar tus labios carmesí como una despedida. Diva, yo quisiera volver a estar cerca de ti y sentir tu dulce mirar 46


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sabes, que en un atardecer te amé con frenesí no te puedo olvidar. Apresuro mis pasos en dirección del olor y las risas que provienen del interior, zumbo mi bolso en el sofá de la sala, y mientras cruzo el patio central, donde Vicente y Antonio se enfrascaban en un tema, dirijo la mirada, hacia la habitación conyugal y, a través de la puerta abierta, me di cuenta que mi padre reposaba en su hamaca. Dirigiéndome al comedor, exclamo: —¡Bendición mamita, ya llegué… huele divino! —Dios te bendiga, mi niña, está tardísimo, debes estar muerta de hambre porque sé que no almorzaste bien por esos asuntos de la promoción pero Ramón llegó hace rato –dijo mi madre, mientras sus ojos se cruzan con los míos. ¡Qué maravilloso fue haber podido disfrutar por muchos años las miradas, las manos, las palabras, los gestos y las obras de amor de mi abnegada madre!. Su mirada en mis ojos… sus manos en mi pelo… sus palabras en mi conciencia… sus gestos en mi propio rostro y sus obras que me hicieron crecer, mientras ella contemplaba dignamente su sangre transformada… Hoy afirmo, con la más elocuente de mis convicciones: La muerte que arrastra los ropajes no puede con la esencia… Su apariencia elegante y distinguida nunca hubo de perderla; a sus cincuenta y cuatro años, sólo en su seño se divisaban tenuemente dos líneas que verticalmente sugerían la marca del tiempo. Era de temple fuerte, tuvo que serlo, para lidiar con tantos caracteres de una familia numerosa, sin perder su actitud siempre afable, en su constante determinación de conseguirle a cada situación la parte valedera y el sabor que no amarga. Provenía de una familia hacendada y aristocrática, sin embargo, se alejó de las comodidades y asumió el rango de la vida austera, como consecuencia de haberse casado con mi padre, un humilde peón de hacienda que también se desempeñaba como artesano de los que infatigablemente luchan a brazo partido, por ganarse el pan de cada día. 47


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—Claro –indica Ramón– Yo, mientras pueda escaparme de toda clase de compromisos, lo hago, hace unas tres horas estábamos con las finanzas pro-graduación de nuestra sección y dije a mis compañeros: ―ya vengo‖, pero di la vuelta y me vine a casa. ¡Jajajaja!... tal vez me esperen todavía. ¡Qué va, hermanita, yo no sirvo para eso de logísticas y yo sé que tú tampoco! ¿Dónde carrizo estabas? —En lo mismo que tú, con mi sección, pero yo me quedé hasta el final. Te comunico que debes preparar las palabras para la petición formal de títulos, bueno, supongo que ya deberías saberlo. Mami, yo voy a servirme mi comida ahora mismo, porque deseo acostarme temprano –expreso, al tiempo que tomo el plato en mis manos. —Sí, mi niña, sírvete que yo ahorita le sirvo a monchito, todos los demás comieron hace un ratito… ¡Qué lindos se van a ver los dos subiendo a recibir los títulos!... Camila acompaña a Ramón y Ramón acompaña a Camila, ¡Jajajaja!, me emociona mucho. ¿Y a quién llamarán primero? –dice mi madre, mientras en sus ojos se asoma el brillo húmedo del único orgullo humanamente saludable, el único que puede transformarse en sacrificio, protección y perdón: el amor maternal. —No lo sabemos, mamá –respondo– supongo que nos llamarán por sección, primero la A, luego la B, y así sucesivamente. Ambos, mi hermano y yo, subiremos dos veces al podium, una a recibir el titulo y otra como acompañante. Como no somos de la misma sección, creo debe haber un espacio de tiempo entre la llamada del primero y del segundo. Ah… antes de la entrega formal de los títulos, también cada uno debe subir a decir unas palabras, ya que somos los mayores índices académicos. Pero, tú bien podrías llevarnos a los dos, mami… o tal vez papá… —Muchachos –interrumpe Mary que llega con unas bolsas– deseo que revisen todo esto y se lo prueben, les he traído elegantes trajes para el acto académico, hace dos semanas se los había encargado y son de alta costura, lo mejor de la Boutique ―Las Siete Estrellas‖, yo venía guardando dinero para la ocasión. En cuanto a los zapatos los van a buscar a la Zapatería de Don Manolo, ya he hablado con él… 48


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Mary, era hermosa, elegante, refinada, culta y distinguida, por demás muy popular en el pueblo como maestra, pintora y poetisa, su sonrisa constante de natural femineidad, rayaba en la reserva de la profesional conservadora y llena de valores; ya pisaba los treinta años y aún permanecía soltera, su rol de hermana mayor lo había desempeñado con tanta vehemencia que nos amaba como si fuéramos sus hijos y no sus hermanos, tal vez por eso no se le había ocurrido pensar en casarse. Sabía que nuestros padres no podrían solos con la carga de nueve hijos y trabajaba desde los 16 años, estirando su sueldo lo más que le daba, para proporcionarnos gusto y bienestar. Continuamente me llevó de su mano y yo la admiraba tanto que siempre quise ser como ella; hoy reconozco que en mis estudios y aprendizajes, ella fue mi mayor inspiración. La comida estuvo exquisita… no era Pabellón Criollo, como había supuesto mi fértil pero ilógica imaginación… ¡Claro, nunca para una cena se dispondría un plato tan fuerte! Ese tipo de alimento sólo era apropiado para un almuerzo. Mi madre había preparado unas estupendas cachapas de maíz amarillo y me comí dos de ellas con ―queso de mano de telita‖ acompañadas por un vaso avena cruda bien fría. Al entrar en mi habitación pude reconocerme, con profundo desagrado, como la persona más desordenada de la galaxia… ¡Mi cama! La necesitaba para zumbar mi cuerpo en ella, pero en la mañana la había dejado masacrada de libros y toda clase de papeles… ¡Ay, Camila! ¿Por qué eres así, por qué tienes que dejarlo todo regado, antes de salir siempre tan apurada?... ¡Claro, el piso estaba brillante! Se notaba que lo habían limpiado, pero a nadie se le ocurriría jamás meterse con el papelero de la niña… ¿Por qué los miembros de su familia habrían de que ser tan respetuosos entre sí?... Pues, me tocó arreglarla un poco, recogí todo aquel material que había dejado mal puesto, cuando buscaba una copia del Acta de mi Nacimiento que debía llevar al Colegio, sabía que estaba en alguno de mis libros pero me costó dar con ella, y he allí las consecuencias... Me di un rápido baño. Acto seguido, mi almohada vestida de suaves flores rosadas acarició mis cabellos húmedos, mientras pude abrazarme a ella y cerrar mis ojos… seguramente la mojaría toda, 49


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pero nada de eso me importaba ahora. No era el sueño que me vencía, era la necesidad de enfriar los motores de mi cuerpo hiperquinético, y relajar mi pensamiento lleno de ansiedades y metas.

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16. EL ORDEN Y LAS REGLAS

El viernes 31 de julio, se celebró el acto académico, al cual mi hermano y yo acudimos con gran entusiasmo a recibir nuestros títulos de bachiller; ambos obtuvimos significativos reconocimientos, pero los mejores, fueron los gritos y vítores de nuestros compañeros cuando fuimos llamados al podium. A la fiesta no pudimos asistir porque el miércoles 29 (hacía solamente 2 días), un primo murió trágicamente y en la familia ese tipo de acontecimientos siempre ha sido respetado con el debido duelo. Agosto, es siempre el mes de las vacaciones académicas, sin embargo, fue trabajoso, acelerado y acontecido. Como Ramón y yo nunca habíamos salido del pueblo (bueno, nadie podría suponer que yo había hecho un viaje mucho más lejano...), mi hermano Ángel que ya conocía la capital, se convirtió en nuestro verdadero ángel guardián, en una serie de diligencias que sobrevendrían: el día 8, acudimos a presentar las respectivas pruebas psicotécnicas de admisión en el Instituto Pedagógico de Caracas, donde ambos habíamos sido asignados por el Consejo Nacional de Universidades, él en Biología y yo en Literatura. Superado con éxito ese paso, el día 10, solicitamos cupo en las inigualables y exigentes residencias católicas de Aprofep. El 15 cumplimos con una entrevista realizada por el pionero director general, el Sacerdote Jesuita Jenaro Aguirre y una encuesta aplicada por Encarnación, una hermanita de Nazareth; posteriormente, el 20, fuimos avisados que ya nos estaban recibiendo en esa comunidad, ante la cual –por temor a rechazo sectario- tuvimos que esconder muy bien nuestra casi hereditaria ideología socialista, a sabiendas de que todos sus miembros (o la mayoría) eran demócratas cristianos. Pero nuestras carreras universitarias comenzarían en la tercera semana de octubre, de manera que aún nos quedaban algún tiempo para descansar. El mes de septiembre en la colectividad de Altagracia de Orituco, mi pueblo amado, siempre ha sido de preparativos para celebrar grandemente en la cuarta semana las ferias de nuestro 51


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patrono San Miguel Arcángel, por lo tanto, todos los sectores se ocupan en elegir reinas, preparar carrozas y organizar comparsas, en el sentido de participar y dar colorido a las caravanas multitudinarias. El 29 de septiembre, concretamente el día de San Miguel Arcángel, desperté muy temprano con la estridente música, pues uno de los altavoces había sido colocado, en la acera pegado a la pared externa de mi cuarto. Acto seguido me levanto, me baño rápidamente y me visto de pantalón short y franela, a fin de poder abrir completamente la ventana y sentarme cómodamente en los sentaderos internos, de donde podría observar todos los acontecimientos si necesidad de salir de la casa, y con más tranquilidad, porque mi papá era enemigo acérrimo de que yo estuviera en bochinches callejeros, aún cuando éstos fueran parte de nuestra tradición y cultura popular. Era un amplio ventanal de torneados barrotes de madera que daban a la calle, y en la parte interior una estructura a modo de banquetas de lado a lado, realizada evidentemente con el propósito de sentarse. En ese momento, indudablemente, mi ventana era, uno de los puestos más privilegiados para observar los competidores de carreras de cintas que se tongoneaban de un lado a otro encima de sus caballos, las carreras entre sacos, la competencia de huevos en cucharas y todo el despliegue de personas desconocidas y conocidas que circulaban o me saludaban. Allí estuve divertida una media hora, hasta que mi mamá me hace un fuerte llamado desde la puerta de mi habitación, casi me grita porque la música no dejaba escuchar con claridad nada más. —Camila, mi niña… ¡Si ya estás levantada tan temprano, en vez de pararte más tarde ahora que estás de vacaciones!... ¡Claro, con tanta bulla no pudiste seguir durmiendo! —Bendición mamita. —Dios te bendiga, mija. —Mira, mami, ya están arreglando todo para las competencias, ya colocaron la cuerda con las cintas y las argollitas… Y ven, asómate, para que veas los caballos tan lindos… 52


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—Bueno, mi niña, sólo unos minutitos, luego vienes conmigo para que nos comamos las arepitas que ya las hice y están aun calientitas –dice mi madre, mientras camina a complacerme y asomarse por la ventana– ¡Ay sí, todo está bien bonito, bien adornadito con guirnaldas y serpentinas! Camilita, yo mejor traigo las arepitas y el café con leche y nos las comemos aquí sentaditas en la ventana tú y yo solitas, porque los demás de esta casa están todavía en el quinto sueño… —Aquel desayuno fue muy lindo, mi madre y yo éramos las mejores amigas del mundo, al cabo de una hora ella me dejó sola para ir a realizar otras labores domésticas… De repente, siento que algo me corre por la pierna izquierda… un hilo de sangre muy roja, traspasa el limite de mi short y ya me va llegando a la rodilla… ¿Qué es esto?... ¿Me habré roto?... ¿Cuándo?... ¿Cómo?... ¡Pero no me duele nada!.. ¡No, no es nada de eso!.... Me pongo de pie y salgo corriendo a llamar a mi madre: —¡Mamá, mamá… me vino la regla!!!... ¡Mami! ¿Dónde estás? Mi madre se encontraba en lo más lejano del patio regando las matas y allá fui a dar yo con mi chorrete de sangre que ya me llegaba al tobillo, con mi madre no sentía vergüenza y todos los demás estaban dormidos. —¡Mami, mami, mira… por fin me vino la regla! Ahora sí que voy a ser una estudiante universitaria con regla y todo, ¡ Jajaja! –Yo misma, emocionada de mi primera menstruación a los 15 años y medio, me burlaba tontamente de mi condición. —¡ Camilita, San Miguel Arcángel te ha traído tu desarrollo a esta edad, tan larguirucha! Mi niña, pero, ¿No te duele nada? ¿No tienes mareo o algo? —No, mamá, ni me di cuenta… —Pero, chica… anda, métete al baño ya, que yo te llevo ropa limpia y una toalla sanitaria… ¡Ay, mi amor, que bueno que te ha venido así, sin siquiera un dolorcito de vientre!!

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17. CAMILA, CONMIGO NO CUENTE

Ese mediodía abanicado al porche del hogar, parecía suavizar aquella hora pico en que la atmósfera estaba realmente templada y luminosa, inclusive, pude creer menos incandescente el hábitat esmeradamente acondicionado de las astromelias que esparcían su color violeta en los rayos del sol. Un turpial había bajado a beber del capacho de humildes pero generosas florecillas anfitrionas de algún insecto, mientras mi vista también bebía de su colorido plumaje y mis juveniles sueños cantaban al ritmo de su trino. Mi padre, había permanecido, en un mutismo cerrado durante todo ese tiempo en que mi hermano y yo realizábamos diligencias para irnos a estudiar y vivir a Caracas. Pero, esa vez, un día antes de mi viaje, cortó mi contemplativo esparcimiento, a la vez que intentó interrumpir mis anhelos tintineantes en la sed de mi intelecto, expresándome delante de todos: —Camila, conmigo no cuente, yo la quiero mucho porque es mi hija, pero precisamente por eso le digo que conmigo no cuente. Y sepa que de mis vástagos, usted es el cierre de oro, el remate más precioso que Dios me dio. Su inteligencia no tiene parangón, pero su ingenuidad no deseo que se pierda en esa ciudad tan grande y tan peligrosa. Yo no quiero dar mi autorización para que usted vaya a enfrentar peligros solita por el mundo y no la daré. Sepan todos, que yo me lavo las manos, que todo corre por la cuenta de la madre consentidora, ya he hablado con ella y de cualquier cosa negativa que pase –Dios no lo permita– ella será la culpable. —Pero, papá –me atreví a protestar– ¿Y Ramón sí se puede ir? ¿A él no le dices nada? ¿A él sí le das permiso? A ver, dime ¿Qué tiene él que no tenga yo? Si hasta de idéntica edad que él aparezco en mi acta de nacimiento (siendo dos años menor), y no sé a quién se le ocurrió hacer eso para que pudiera comenzar mi enseñanza primaria… entonces ¿A los cuatro años sí era buena para estudiar? ¿Por qué ahora no lo soy? 54


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—Camila, entiéndame bien, de su inteligencia y capacidades no estoy dudando. La he visto dibujar mejor que yo, tomar medidas mejor que yo, arreglar un techorraso mejor que yo, hacer de carpintera, electricista, plomera y lo que se le ocurriera mejor que yo. Y ha aprendido solamente observándome a mí, usted me ha copiado y hasta me ha superado. En eso es más hombre que cualquiera de mis hijos varones. Sin embargo, no deja de ser mi niña chiquita, la que cabe en una cajita de zapatos… —¡Estás equivocado, papá, –me enfrenté definitivamente a mi padre– tengo derecho a estudiar, a prepararme, al igual que Ramón, al igual que todos y eso es lo que haré! ¡Y si no puedo contar con tu apoyo moral ni económico, yo me las arreglaré sola! —Papá, Camila tiene tanto derecho como yo –intervino Ramón al verme angustiada– es excelente estudiante y además yo viviré cerca de ella, son dos residencias hermanas , una de hembras y otra de varones; estaré pendiente de ella, estaremos pendientes el uno del otro. —Camila, hija, entiéndeme, –argumentó mi padre ignorando a mi hermano– Ramón ya es un hombre, tú eres una niña, eres mi niña, la más chiquita. A ninguna de mis otras hijas se le ocurrió nunca irse sola a la capital. ¿Por qué no estudias alguna carrera corta por aquí cerca, por ejemplo, en la normal para ser maestra, como Mary o como Ester? Para qué vas a ser pedagoga de esas carreras largas, no es lo mismo que ser maestra? —No es igual, papá, claro que no lo es y además, no deseo ser maestra. Comenzaré mi carrera de Pedagogía y mientras tanto buscaré cupo en la UCV para estudiar también Arquitectura. Con tu aprobación o sin ella igual me marcho. Y deseo que sepas que – gracias a esa locura de aumentarme dos años cuando estaba chiquita– en ocho meses seré legalmente mayor de edad, porque cumpliré 18 años. Mi madre, había permanecido callada, sentada en su mecedora, entonces, finalmente, buscó mi mirada, y con la de ella, me transmitió su fuerza, su apoyo y su amor incondicional. En ese entonces, no llegué a imaginar el sacrificio tan grande al cual mi vieja se había sometido por mi causa. 55


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Más tarde, ese mismo día, víspera de nuestro viaje, mamá nos llamó a Ramón y a mí a su habitación y nos hizo entrega por partes iguales de varios billetitos dobladitos, mientras nos regalaba también su mirada de humedad contenida y significativas palabras, a modo de complicidad y amistad infinita: —Mis niños, tomen este dinero, adminístrenlo bien. Y no hagan caso a su padre, ustedes se me marchan tranquilitos, que ya a ese viejo loco se le pasará la terquedad en unos días. Se acuerdan de llamarme siempre por teléfono, para saber cómo les va. Supongo que de quince en quince días podrán ir viniendo…

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18. AGORAFOBIA EN LA SELVA DE CONCRETO

Desde Altagracia de Orituco hasta Santa Teresa del Tuy, por la Selva de Guatopo, el autobús amarillo se tragó las cuatrocientos sesenta y nueve curvas de la carretera continuamente húmeda; como un gigantesco jaguar se devora una larga culebra endemoniada que sigue serpenteando hasta el final. Desde al comienzo del bosque natural hasta ese punto, el que no marea, termina acostumbrándose al bailoteo pendular del cuerpo de derecha a izquierda y de izquierda a derecha; y desde ese punto hasta la selva de concreto de Caracas, la autopista es el camino que se muere callado, sometido bajo aquella implacable guerra de neumáticos. Al llegar al terminal metropolitano, mi hermano y yo tomamos un taxi, si bien hacia la misma urbanización (El Paraíso) no a la misma dirección, porque las residencias distaban una de otra unos quinientos metros. Cuando nos acercábamos a cierta esquina, a Ramón le pareció reconocerla, hizo que el taxista se detuviera, y me dijo: —Camila, si te quedas aquí, caminarás solo unos metros, llegarás a tu casa mientras yo sigo hacia la mía. Si no me equivoco, al bajarte, desde allí mismo la visualizarás, ya hemos pasado por aquí antes ¿te recuerdas? —Ramón, creo recordar haber pasado varias veces por este lugar, aunque no confiaría demasiado en mi sentido de orientación en el espacio, que nunca ha sido muy bueno. Reconozco que si en algo soy una calamidad es para ubicarme y encontrar direcciones. Pero, me bajaré, no dudo que tú te ubicas muy bien. Además es una sola valija y la puedo cargar. No sé todavía como a mi hermano se le ocurrió aquella primera vez, dejarme sola, fue un acto totalmente imprudente. Claro está, que jamás he llegado a hacerle referencia al asunto, pero comprendo ahora que pudo haber tenido nefastas consecuencias. Entiendo que él era igualmente un adolescente y en muchos aspectos se mostraba más inmaduro que yo, pero siempre contó con 57


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una excelente capacidad de dominio espacio-temporal. De lo cual yo adolecía y aún adolezco, a pesar de que durante toda mi vida compensé tal debilidad, entre los libros de historia y de geografía. Al bajarme en esa esquina viendo alejarse el auto, mi sonrisa se me convirtió en susto. Me sentí de repente sola con una maleta, en una ciudad que me intimidaba y de insofacto me envolvió una terrible agorafobia, hasta entonces desconocida, que me impedía discernir hacia donde debía caminar. El terror pude experimentarlo inmediatamente en mi estomago y el vértigo me llegó con una especie de mareo, mientras mis pensamientos se revolvían desesperados: ¿Y ahora qué hago? ¿Por qué mi hermano me dejó? ¡Me siento perdida!... Mientras mi papá me subestima, Ramón me sobrestima, confía demasiado en que me sé desenvolver en cualquier circunstancia, y no sabe que en esto yo soy una estúpida, la más estúpida del mundo… Nunca pude desarrollar plenamente mi sentido de ubicación espacial, continuamente el norte se me ha revertido hacia el sur y viceversa. Y ahora, esta maleta me pesa, no logro levantarla… ¡Tantas personas de expresión endurecida que caminan de prisa, me pasan por el lado... estoy aterrorizada ! –se aglomeran mis pensamientos. Luego me decido a caminar para recostarme de la reja de la casa más cercana, arrastrando la maleta y pegándola a la pared Aquí me quedaré un rato, intentaré respirar con calma, mientras me viene la lucidez… ¡Cielos… no sabía que yo era agorafóbica! Claro, tengo casi dieciséis años viviendo, en un pueblo, sin salir de él, e inclusive caminando generalmente por las mismas calles, entonces estos espacios abiertos, con tanta gente de rostro frío o angustiado, me hace experimentar un terrible desamparo y fobia enfermiza. Transcurridos unos minutos, un aire fresco acarició mi pensamiento, mis ojos visualizaron un complejo sistema de múltiples semáforos, porque había una multi-direccionalidad donde convergían cuatro avenidas, en una de ellas estaba mi residencia, pero no estaba tan cerca. Ramón se había equivocado, supe que tendría que caminar unos doscientos metros, pero, ahora mi 58


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respiración se había hecho más estable, el vértigo se había alejado y la valija estaba más liviana. Ya con el alma dentro de mi cuerpo, crucé con cautela aquella atemorizante Avenida Páez, para tomar la esquina y volver a cruzar a fin de caer en la Avenida Loira donde estaba la casa. Fue entonces cuando escuché su voz por vez primera: —Amiga, seguramente te diriges hacia las Residencias Aprofep, te lo adivino en tu cara. ¡ Jajaja! ¿Me equivoco? Anda, dame esa maleta —dijo, al tiempo que me la quita sin esperar respuesta caminando a mi lado– Yo también voy para allá. —Gracias, eres muy amable, y sí… me dirijo hacia la Aprofep de mujeres. Pero, tú eres un chico, ¿porque vas hacia allá? —Soy residente de la masculina, ya estoy en mi tercer semestre, y sólo vengo a entregar un sobre con unos papeles que el Padre Genaro Aguirre, nuestro director, le envía a las Hermanitas. Vienes del interior… ¿ verdad? … Se te nota que eres de la provincia… Oye chica, no te pongas tan seria, sólo te bromeo, en ambas residencias todos somos del interior. Yo, por ejemplo soy de Cumaná –dijo, mientras llegábamos a la puerta de la casa accionando el timbre. —Bueno, discúlpame, no deseo estar seria contigo, eres muy amable. Soy de Altagracia de Orituco, Estado Guárico. —¡Caramba… ―una llanera en la capital‖ ! ¿Has leído ese cuento?... Bueno, chica, mientras las monjitas se dignan a abrirnos la puerta, vamos a presentarnos como Dios manda –agregó, tendiéndome su mano y yo la mía– Mucho gusto, encantado de conocerte, mi nombre es Asdrúbal, estudio el tercer semestre de Castellano en el Pedagógico de Caracas y soy oriundo de Cumaná, Estado Sucre. —Gusto en conocerte, soy Camila y comenzaré el primer semestre, también de Castellano en el Pedagógico. En eso, la Madre Encarnación, nos abre la puerta y nos hace pasar. Entonces él dice: —Buenos días, reverendísima, aquí le traigo dos regalos: una chica linda encontrada en el camino, cual flor que engalana la sabana; y un sobre amarillo con el detallito de urgencia, que le 59


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envía nuestro Director. Y ya me retiro, me encantó saludarla. ¡Chao, hermana, chao Camila! Nos vemos luego. —Chao, Asdrúbal. Gracias por todo.

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19. APRENDER A CONVIVIR

La residencia Aprofep Femenina funcionaba en dos hermosas quintas: ―Las Palmeras‖ y ―La Moruna‖, esta última era donde me había correspondido quedarme el primer semestre, ambas casas estaban unidas interiormente y en la práctica eran para todas nosotras las ochenta chicas, una sola vivienda, un solo hogar solamente para muchachas que como yo estudiaban pedagogía, en cualquier rama o disciplina del conocimiento. Esa mañana de mi primer día en la universidad, desperté con el bullicio que mis compañeras de cuarto hacían cada una al levantarse para ir al Pedagógico. Como era ―novicia‖ había que tenido que quedarme, sin derecho a protestar, en la habitación más grande, que por ser tan alargada recibía el nombre de ―El caney‖, en virtud de lo cual tenía 8 literas y éramos 16 chicas todas provincianas y recién llegadas a Caracas, sólo cuatro eran más antiguas en la residencia con más de dos años, y las Hermanitas de Nazareth las habían dejado con nosotras, supongo que con la planificada estrategia de que nos fueran instruyendo en cuanto a todo aquello de las normas y disciplina. En ―La Moruna‖ habían 10 salas de baño para 36 residentes y en ―Las Palmeras‖ 14 salas de baño para 44; y sin embargo, teníamos que hacer cola en hilera o esperar el turno calmadamente. Mientras esperaba que desocuparan un baño, recordaba lo que me pasó la noche anterior (mi primera noche en Caracas) cuando después de haber cenado, subí a mi habitación con la finalidad de dormir: mi cama –que la había dejado perfectamente vestida y con las sábanas bien dispuestas– era ahora un amalgamamiento de malgastadas grapas metálicas de esas que usualmente se usan para engrapar papeles, pero en esta oportunidad se habían usado para unir el colchón con la sábana que enfunda el colchón, y la sabana que enfunda el colchón con las sábanas de arroparse, y las sábanas de arroparse con la almohada… Respiré fuerte y calladamente comprendiendo que aquello constituía ―mi bautizo‖ al mismo tiempo que una ―prueba de 61


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fuego‖, entonces me dije: esto es sólo una broma, una jugarreta… en este sentido sólo me toca sonreír a mis compañeras y comenzar a sacar grapas como una boba, con mucho cuidado para no romper las sábanas que me había regalado mi madrecita… Entonces lancé la carcajada y grité para quien me escuchara: ―¡Jajajaja!... ¡caramba!… ¿y no encontraron más grapas?‖… Algunas de las chicas a quienes les habían hecho lo mismo o algo por el estilo, también sonrieron, sin embargo, varias se enfurecieron y otras se fueron en llanto… Mis pensamientos fueron interrumpidos por Tahiris, que salía del baño, era una muchacha de las mayores, una de las ―capitanas‖ de nuestro redil: —Mira niñita, puedes entrar a este baño… allí te dejo mis tobos y mi calentador manual de agua, úsalos si quieres, no te vayas a morir de frío, el agua está súper helada como para bañar locos y cuando salgas a la calle te abrigas bien, que a esta hora la temperatura está como a 14 grados y tú no estás acostumbrada a eso, ya que tú vienes de una tierra que es un horno, mija. —Ajá, muchas gracias –le dije con timidez. —Bueno, Camilita, luego me haces el favor y me llevas mis cosas que te presté a mi cuarto, y puedes usarlas cuando quieras hasta que te compres los tuyos. Pero no se los pases a nadie más…. —De acuerdo, gracias de nuevo. Al sentirme inmersa en todo aquello había comprendido que diariamente tendría que ―aprender a convivir‖…

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20. EL PRIMER DÍA EN LA UNIVERSIDAD

Mentiría si dijera que no me desperté nerviosa, estaba segura que se avecinaba una rutina completamente distinta a lo que hasta ahora había sido mi vida, y que despertaba en mí, una gran ilusión. Ese primer día de clases, varias chicas de la Residencia, algunas recién llegadas como yo, otras más antiguas, salimos juntas con gran algarabía. La Avenida Páez se extendía ante mis ojos, polvorienta, desconocida y ruidosa… Decidimos no tomar autobús, considerando que el objetivo estaba a escasas cinco cuadras. Con pasos apresurados nos dirigimos al Pedagógico, hasta que por fin el edificio pudo divisarse como una promesa de intelectualidad. Hasta ese momento yo, provinciana proveniente de un pequeño pueblo, había mirado el reloj por lo menos diez veces. Consciente de mi poquedad, intento disimular que estoy emocionada y todo me impresiona: el majestuoso edificio, la entrada y la gente que vas encontrando en tu camino y por supuesto la indescriptible catadura de algunos con apariencia de profesores. Casi bruscamente, me encuentro partícipe de un ambiente que al principio pareciera demasiado colosal por mi desconocimiento del mismo, pero al cual he decidido adaptarme con mucho optimismo, porque la fuerza de mi sueño se ha de imponer, aniquilando todos los miedos y convirtiéndose en ganas de conocer, hablar, compartir y figurar de buena manera, en aquella casa de estudios. Es difícil expresar todo lo que se siente y describir cada uno de los pensamientos que recorren la mente, cuando comenzamos una nueva etapa en nuestras vidas. Sin embargo, como suele ocurrir siempre que nos introducimos en un lugar completamente desconocido, la duda por saber si realmente había hecho la adecuada elección y el miedo a pensar que en cualquier momento podría llegar a arrepentirme, también me asaltaron. A lo largo de la charla de bienvenida nos repitieron varias veces que intentar convertirse en Docente, debe ser solamente por 63


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vocación, a fin de responder eficazmente a las metas del sistema educativo venezolano y en especial, a las concernientes al Subsistema de Formación Docente. En consecuencia, el rol de profesor implica la formulación y aplicación de estrategias participativas en los procesos de enseñanza-aprendizaje, siendo a la vez orientador y evaluador de los mismos. Es sabido que los educadores, especialistas y demás entes involucrados en el proceso enseñanza aprendizaje, están conscientes de las deficiencias lingüísticas de los educandos, en todas las modalidades del Sistema Educativo. En este sentido el objetivo fundamental de aquella carrera que yo comenzaba, es decir, docencia en Castellano y Literatura, era desarrollar y activar las competencias comunicativas de los estudiantes venezolanos, mediante la formación de un educador que dé ejemplo como usuario eficiente de su lengua materna y con el conocimiento científico, habilidades y destrezas necesarias, para un óptimo ejercicio docente en el área de la lengua y la literatura. Me agradaba todo aquello que escuchaba, lejos de atemorizarme me emocionaba la idea de convertirme en un docente competente, con todas aquellas fascinantes características, a fin de sumir un día un liderazgo útil en la sociedad.

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21. EL FLACO VIRUTA DE COMIQUITAS

Ese domingo, después de misa, Asdrúbal se preparó disimuladamente en la puerta de la Iglesia. Estaba, dando tiempo a que Camila terminara de salir, había decidido hablar con ella. La invitaría a comer helado, al cafetín, al cine o en todo caso la acompañaría hasta su residencia. La miraba a lo lejos y le parecía muy hermosa. Estaba cerca del altar aún con la guitarra eléctrica colgada del hombro; parecía deliberar con su fraterno Ramón –que tocaba el bajo eléctrico– algún asunto de las canciones. Los dos hermanos se habían convertido, casi inmediatamente acabando de llegar, en los directores del conjunto musical de la Iglesia. El chico se decía para sus adentros: Ojalá Camila se apure… ¡Por fin!... Ya observo que guardó la guitarra y comienza a caminar hacia la salida. Lo malo es que esas tres amiguitas, que parecen unos chicles vienen con ella, como siempre, no la desamparan nunca, son como su sombra. Y yo necesito hablarle a Camila a solas, quiero empatarme con ella, antes que se me adelante el Luis Mata. Ya ese güevón se atrevió anoche a llevarle serenata… ¡Coño, y el mismito hermano, le acompañó con la guitarra! Claro, que la serenata era además para otras chicas y entre ellas está la que le gusta a Ramón… Éste también se hace el güevón… — Hola, Camila, te estaba esperando para hablar contigo. —Hola, Asdrúbal, hablemos caminando, vente con nosotras, hasta la esquina, de allí tú agarras para tu casa y nosotras para la nuestra. —Tengo una excelente idea, acerca del coro, de eso quería hablarte pero a solas, pienso que los varones pudiéramos intervenir de una manera más elocuente, alternado los solos con las chicas. Pero es algo que debemos prepararlo adecuadamente, yo estoy dispuesto a colaborar, por eso debemos hablar. ¿Vamos por unos helados a Crema Paraíso? 65


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—No me provoca helado en estos momentos, sigamos hasta mi casa, okey? Hablamos en la sala. —¡Camila, tú no querrás helado, pero nosotros sí! ¿Verdad Dorita? –dice Noris, una chica de Maracay. —¡Claro, hij’er diablo! ¿Cómo vamos a despreciar la invitación de Asdrúbal? Mira que eso no es todos los días. ¡Aprovechemos, aprovechemos! ¡Jajajaja! –expresa Dorita que es oriunda de la isla de Margarita. —Pero, podemos ponernos de acuerdo y salimos a la tarde, después de almuerzo, luego de la siesta y digamos, a la hora de la merienda ¿No les parece bien? —interviene Argelis, también margariteña, pero siempre tan circunspecta y aplomada. —Me parece una excelente idea –se apuró a decir Asdrúbal, con voz clara e inteligible, pero para sus adentros también pensaba– ¡Huy, de la que me ha salvado Argelis! Iba a tener que cargar con todas estas aprovechadoras hasta Crema Paraíso; y pagarles los helados y todo lo que se les antojara. Ya las conozco, ya todos las conocemos, son unas chicas bonitas, pero atrevidas y abusadoras. Menos mi Camila, tan equilibrada y seria, aunque tan sólo con su risa siempre fácil pareciera coquetear a y enamorar al mundo entero. Debo hablarle, deseo nos empatemos bien empatados y que todos en las dos residencias lo sepan. Cuando termine mis estudios, me casaré con ella, bueno, cuando ella se gradúe, un años después que yo. Ya habían caminado las cuatro cuadras desde la Iglesia hasta la Residencia Femenina. No tuvieron que tocar la puerta, ya que estaba abierta, porque las monjas y varias chicas recién estaban llegando. Parecía que ellos eran los que se habían quedado más atrás. Pasaron, cerraron la puerta y todos, subieron a las habitaciones, menos Camila y Asdrúbal que se quedaron en la sala sentados en el sofá. —¿Sabes Camila? Me encanta la imagen que proyectas con tu guitarra guindada. Cuando tu cuerpo se balancea un poco llevando el ritmo musical, siento un no sé qué, me pareces una mujer especial. —¡Jajajajá! ¿Hablas en serio? ¡Qué ocurrencias tienes! Mira, flaco, no te burles de mí… ¡Jajajajá! 66


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—No me burlo de ti, jamás lo haría, te lo digo en serio. Además, me encanta como te queda tu vestido floreado, tu blusa amarilla con encajes, tu falda de rayas, tus bluejeans, tus franelas… —¡Oye, chamo, párate allí! ¿Qué te pasa? ¿Acaso estás loco o qué de qué? ¿Me ves cara de estúpida? —Camila, por favor mira mis ojos, no te miento, estoy enamorado de ti, sólo pienso en ti. He pensado todo este tiempo, desde el primer día que te vi, que una vez graduados de profesores, nos casaremos –expresó el muchacho mientras tomaba la mano de la chica y su cuerpo temblaba. Ella vio dentro de sus ojos, descubriendo un ser noble, sincero, lleno de ilusiones, sueños, amor y pasión. Joseíto había quedado en el pasado ¿Sería este ser la pareja que el destino le tenía preparada? ¿Sería este ―flaco viruta de comiquitas‖ (como ella se refería de él ante sus amigas) el hombre de sus sueños? ¡Huy que nunca se enterara de eso! Sólo se atrevió a decirle: —Asdrúbal ¿Sabes qué se me ocurre? Me vas a auxiliar en la realización de un trabajo sobre Miguel de Cervantes y su novela Don Quijote de la Mancha. Ya tú cursaste Literatura Española I y me puedes sacar de muchas dudas. Hasta me podrías ayudar a redactar. Sé que eres estupendo estudiante. ¿Puedes? —Dijo Camila, mientras con una de sus manos intentó abarcar la muñeca derecha del joven. Con un giro suave, el chico, hace que ambas manos calcen perfectamente, en el disfrute de una discreta sensación dulce, cálida y secretamente libidinosa, al tiempo que agrega: —Todo lo que tú quieras, Camila. ¿Empezamos ya con ese trabajo? —No, ya casi es la hora del almuerzo. Mejor te vas para tu casa para que no lo pierdas y no te quedes sin comer. —Okey, después de almuerzo y de la siesta regreso para acá. Como a las 4 de la tarde ¿Te parece bien? —Es perfecto –indica Camila dejando lucir en todo su esplendor sus dientes brillantes. Entonces me voy –expresa Asdrúbal, mientras ambos se incorporan del sofá. Caminan hacia la puerta y Camila la abre. Él le acerca el rostro, la besa en la mejilla y ella hace lo mismo. 67


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22. UN SUEÑO

Tras la despedida de Asdrúbal, Camila cerró la puerta sintiendo que el corazón parecía querer salírsele del pecho, como queriendo ir a brincar libremente por los pasillos, por la glorieta, por el jardín de la Madre Encarnación y por los árboles de mango, cuyas extensas ramas se regalaban desde la casa vecina. Había disimulado ante el chico la gran emoción experimentada, por vergüenza y por el temor de no quedar como una estúpida, facilona y casquivana. Ella siempre quiso hacer las cosas, mesuradamente, concienzudamente… Pero hoy, ante el leve roce masculino le había sobrevenido un enloquecido alborozamiento de las hormonas y estaba asustada. Todo aquel cuento del trabajo cervantino le había servido como una excelente estrategia, para salir de aquella situación tan íntima… Pero luego ¿qué iba a pasar? Subió a su habitación. Acostada en su cama, con los ojos cerrados, no dormía sino pensaba en el próximo encuentro con Asdrúbal. Sin embargo, lo imaginaba tal cual ella deseaba que fuera: inteligente, ocurrente, atento, romántico, dulce, pero sobre todo… respetuoso… Deseaba que siempre la valorara como un ser humano, en una profesión común, en un interés común. Ya en su mente pudo imaginarse con él, discutiendo esa obra literaria. Y, en una etapa futura, recorriendo museos, disfrutando de una obra teatral, escuchando una ópera… Así se fue quedando somnolienta, hasta que por fin el sueño la venció… Camila sonreía, mientras él saltaba una cerca y se robaba una rosa para ella… Venía con la rosa y en vez de entregársela, su mano y la rosa le tomaron la espalda, atrayendo su cuerpo, besándola en los labios… Sus cuerpos flotaban… Las rosas se habían multiplicado, caían desde el cielo… —¡Camila, Camila! ¿No escuchas que la Madre Encarnación te llama por el altavoz? —Argelis la había despertado bruscamente. —¿Cómo dices? Ah… sí. Ya bajo corriendo ¿Qué pasará? —¿Cómo que qué pasará, estabas bien dormida? Ha dicho claramente: Señorita Camila, tienes llamada telefónica. 68


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—Okey, ya voy. ¿Quién será que me llama? —Aquí estoy, Madre Encarna, gracias. Aló, buenas tardes… ¡Máma! ¿Cómo estás?... ¡Qué bueno que me llamas!... Yo estoy muy bien… Estoy saliendo chévere en mis clases… No, no pude ir este fin de semana porque fui el pasado y sólo nos permiten salir a nuestras casas cada dos semanas... No estoy triste, mami, estoy muy alegre, con mucho optimismo, no te preocupes... ¿Llamaste a Ramón a su casa?... ¿No pudiste comunicarte?... Yo lo cabo de ver en misa, mami, está muy bien, muy sano y muy buen mozo, no te inquietes… ¿Por allá están bien todos?.. Chao, mamita, bendición. Camila, colgó el teléfono y miró su reloj. Ya eran las 3:20 de la tarde. Debería bañarse y vestirse rápido porque ya Asdrúbal vendría a buscarla. Se recogió en un moño su largo cabello que le llegaba a la cintura y luego lo cubrió con un gorro plástico para no mojarlo. No se lo lavaría pues no le daría tiempo de secarlo, pero estaba limpio, en la mañana se lo había lavado y secado muy bien. Se dio un baño rápido, se puso ropa interior, bluejeans, franela y sandalias de cuero. Maquilló un poco su rostro, destacando sus labios en tono café. Soltó su cabellera y la cepilló por unos dos minutos. Ya faltaban cinco para las cuatro cuando tomó su bolso. Bajaría y esperaría en la sala, porque no deseaba la llamaran nuevamente por el altavoz, para evitar el posible chalequeo de las otras chicas, cuando supieran que Asdrúbal la visitaba. Llegó a la sala, casi al tiempo que sonaba el timbre. Su corazón brincó y su respiración se agitó. Sabía era él, pero no imaginaba cómo iba a comportarse, los nervios la traicionarían. Abrió la puerta. —Hola, linda, buenas tardes, dijo él con una mano escondida en la espalda. —Hola, ¿vas a pasar o vamos a la biblioteca o a algún otro lugar? —Pasaré un momento y luego decidimos. Te traje esto que me robé para ti en el camino –dijo Asdrúbal, al tiempo que le entregaba la rosa guarecida en su espalda y le besaba en la mejilla– Por poco me come un perro, pero valió la pena, es casi tan bella como tú. 69


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Camila sonrojada, agarró la rosa. Se había quedado circunstancialmente muda de la sorpresa. Su cerebro había hecho rápidamente una analogía con su reciente sueño. Pensando que sólo faltaba la parte del beso, lo de flotar por las nubes y lo de las otras rosas que caían… Se dio cuenta que estaba pensando incoherencias. Sólo se le ocurrió decir: —Gracias, es preciosa, iré a colocarla en agua para que no se marchite. Siéntate. Espérame que ya vuelvo. Asdrúbal se quedó mirando a Camila, mientras su figura se perdía en el pasillo. Su manera de caminar semejaba al de una gacela. A pesar del pantalón vaquero, lucía sumamente femenina. Sus piernas largas se movían de una manera grácil, causando un suave ritmo en sus caderas en consonancia con los redondeados glúteos, mientras su largo cabello brincada en su espalda. Esto le provocaba una viril sensación que no podía ni quería evitar. A su regreso, Camila exclama: —Ya guardé la rosa en agua. ¿Nos quedamos aquí analizando El Quijote? ¿Qué te parece si subimos a la biblioteca de esta casa? Es muy buena, amplia y bien dotada. —Linda, tengo una idea mejor. Hoy es Domingo. ¿Qué tal si vamos al cine y nos olvidamos un poquito de los estudios? Mañana lunes yo te busco en el Departamento de Literatura y nos ponemos de acuerdo. Nos hacemos un horario en base a nuestras horas libres. Nos ayudaremos mutuamente. ¿Te parece? —De acuerdo, vamos al cine ¿Qué están pasando? ¿Ya viste los carteles? —Vamos al Teatro Humboldt , mi reina. Allá mismo decidiremos en cuál de las salas entraremos. Los Domingos siempre hay estrenos de las mejores películas.

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23. LA SERENATA

Asdrúbal y yo, caminábamos hacia la parada de autobuses. Turbadamente él me había tomado de la mano desde que habíamos salido y yo no me había atrevido a soltar. No deseaba herirlo con uno de mis acostumbrados arranques de recato y arrogancia… A él no deseaba maltratarlo con mi característico desplante… Además me gustaba sentir su mano grande envolviendo mi mano pequeña. —Camila, allá viene el autobús –me dijo mientras hacía señales para que se parara. Soltó mi mano para abordar el colectivo insinuándome que entrara primero. Él entró tras de mí y canceló al chofer. Abrazándome por la cintura caminamos buscando asiento. Había varios puestos vacíos, no estaba repleto como de costumbre. Una vez sentados indagamos acerca de nuestras familias, nuestros gustos, nuestros hobbys y nuestros sueños. De repente me dice: —Supe que Luis, el Rojillo, llevó una serenata a la residencia y te dedicó unas canciones. —Sí, así fue. Eso sucedió anoche. —Relataba que habían salido tú y tus amiguitas por la ventana y habían celebrado la serenata, formando una chirigota. —Es cierto, fue muy divertido. Y las muchachas les gritaban y les pedían más canciones hasta que vino la monja y –con una fuerte voz que los chicos seguramente también escucharon– nos mandó a hacer silencio, porque estaba muy tarde, siendo apenas las once de la noche. ¡Jajaja! Entonces, al Rojillo, se le ocurrió decir: ―Y la próxima canción está dedicada especialmente a la queridísima, reverendísima y hermosísima Madre Encarnación. Para ella: Cántame un pasodoble español‖. Luego la monja –que es de nacionalidad española– no se movió de la ventana hasta que terminó, la serenata y luego los aplaudió y demás. ¡Jajaja! —¡Jajajaja! Entonces fue verdad, el Rojillo nos estaba contando a todos y se reía del asunto. Pero, lo que no me agradó es que se jactaba de haberte traído serenatas con su ―propio cuñado acompañándolo con la guitarra‖. ¿Qué me dices a eso? 71


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—¿Realmente dijo eso? Mira, ya llegamos, podemos bajarnos aquí o en la próxima parada. —Bajémonos aquí, Camila. Vente, aprovechemos que muchos están bajando —dijo levantándose y esperando yo me levantara, para que caminara delante de él. Bajamos del autobús, como a diez metros de la parada podía observarse el Teatro Humboldt y marchamos hasta el mismo. Entonces le digo: —Ya son las 5 de la tarde, Asdrúbal. —No te preocupes que las funciones son desde las 6:30 PM, tenemos mucho tiempo para escoger la película, adquirir los boletos y comprar chucherías. Mira, la cartelera, Humboldt 1: Ha nacido una estrella, Humboldt 2: Supervivientes de Los Andes y Humboldt 3: King Kong. ¿Cuál deseas ver? —Me suena más Supervivientes de Los Andes, pareciera más interesante. Y a ti cuál te gusta? —Exactamente pienso lo mismo que tú. Veremos esa. Vamos a comprar los boletos. Mira, hay una cola como de treinta personas. Tú quédate en ella, mientras yo voy por las chucherías. Vengo rapidito. —De acuerdo, pero no me dejes sola mucho rato. La cola caminaba lentamente y yo con ella, al tiempo que me admiraba como tras de mí iba creciendo vertiginosamente. Habrían pasado unos 10 minutos, cuando Asdrúbal regresó a mi lado, trayendo una bolsa llena de chucherías y golosinas. Me abrazó cálidamente cerca del cuello, y con la misma mano metía un pedazo de chocolate en mi boca. Yo lo saboreaba mientras pasaba mi brazo por su espalda y me acurrucaba tímidamente en su pecho. Decidimos sentarnos, en la parte trasera, muy lejos de la pantalla, ambos coincidíamos en que nos molestaba en los ojos, verla tan de cerca. Aún faltaba media hora, para comenzar y mientras tanto sólo pasaban anuncios y nosotros hablábamos. Asdrúbal decidido retomar el tema que había quedado interrumpido en el autobús: —Sigue contándome el asunto del Rojillo ¿Por qué le dice cuñado a tu hermano? ¿Te ha propuesto algo? 72


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—Pues sí, pero yo sólo me he reído, lo he tomado a bromas. Sólo dice delante de los muchachos y muchachas, cosas así como: esta es mi novia, la más linda de todas y Ramón es mi cuñado. —¿Nada más? Es algo tonto no te parece? —Sí me parece. Además me ha escrito dos poemas en mi cuaderno, dos veces que se ha sentado conmigo en el comedor del Pedagógico. —Bueno, eso no tiene importancia. Pero, supongo que ahora que eres mi novia, él lo sabrá y será más prudente contigo. —¿Cómo que soy tu novia? —¿No lo eres? Te he estado sintiendo así. ¿No lo has sentido? ¿No lo deseas? ¿No te agrado? —preguntaba, mientras tomaba mi cabeza con su mano y me miraba a los ojos. —Sí, sí me agradas… Entonces me besó –nos besamos– con un beso muy quedo en el que la piel de sus labios apenas rozaba la piel de los míos. Una caricia mágica en el que nuestras respiraciones estaban más estrechas que nuestras bocas. Luego me dijo: —Camila ¿Te has enterado de que eres mi novia? —No ¿Por qué no me lo cuentas? —Acércate que te sigo contando –dijo mientras buscaba para besarme de nuevo, al tiempo que me dijo por vez primera– Yo te amo… te amo bonito, mi princesa.

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24. EL LLAVERO

Nunca comprendí por qué de repente, en apenas unas horas, Asdrúbal y yo desatamos vertiginosamente un sentimiento tan sutilmente apasionado, íntimo y hermoso. Hacía más de un año que yo había llegado a la residencia y desde entonces, sólo pudimos compartir algunas horas de ciertas tardes de la semana, conjuntamente con todos los chicos y chicas: Los lunes, las clases de oratoria; los miércoles, las clases de teología; los jueves, los ensayos de canto y los domingos, las misas. Demás estaría contar que por el hecho de estudiar la misma especialidad, muchas veces nos habíamos encontrado por los pasillos del Pedagógico. Yo jamás lo había tomado en serio, podría asegurar que siempre me reí de sus atenciones conmigo y muchas veces lo rehuía y hasta me escondía, para que no se le ocurriera acompañarme. Recuerdo que en los paseos y fiestas, mis amigas se burlaban, cuando le ―sacaba el cuerpo‖ cada vez que intentaba permanecer a mi lado o sacarme a bailar. Era un hombre muy alto y flacuchento. Sumado a eso, su cara y sus gestos, así como los ademanes de toda su figura, eran sumamente expresivos. Sabíamos fácilmente cuando estaba muy nervioso o contrariado. Por ese motivo, yo misma ―lo bauticé‖ secretamente entre mis amigas como ―Flaco Viruta de Comiquitas‖ o simplemente ―Comiquita‖. A veces, mis amigas y yo, formábamos fiesta en el apartamento familiar que poseía en Caricuao, la mamá de Argelis. Su madre y su hermano vivían allí que es también una urbanización de Caracas, pero ella prefería vivir en nuestra Residencia que estaba más cerca del Pedagógico. Les cuento que algunas veces, los fines de semana –cuando no nos dejaban ir a nuestras casas– un grupo de chicas pedíamos permiso para quedarnos allá los viernes y regresar los sábados, porque el meollo del asunto era no faltar a las misas dominicales. Ya las monjas habían verificado con la propia familia de Argelis que no mentíamos. 74


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Cierta vez, las muchachas (un grupo de ocho conmigo) se las ingeniaron para invitar a los chicos que resultaban más atractivos para ellas. Y sin consultarme, invitaron a Asdrúbal. En esa oportunidad la madre de Argelis y el hermano se hablan ido para Margarita. Recuerdo que preparamos un cóctel de Ginebra con Jugo de naranja, pusimos música en alto volumen, reímos, bailamos, gritamos y liberamos nuestro estrés académico. Pienso, con mucha satisfacción y orgullo, que a los chicos, jamás se les ocurrió propasarse con nosotras, nos cuidaban, nos respetaban, a pesar que la mayoría estaba enamoriscado y algunos ya andaban de idilios. Es importante hacer la aclaratoria, que eso no es increíble, ya que en ambas casas, los residentes éramos personas con un alto sentido de la moral, seleccionadas por encuestas presentadas, además de referencias de la respectivas parroquias sobre ellos mismos y sobre sus parientes. Asdrúbal, me buscaba para bailar y para dialogar, pero yo nunca le di demasiado chance, siempre lo esquivé con habilidad. Reconozco que al principio no me fue nada atractivo. Debo aceptar que con el tiempo, yo supe admirar los valores de Asdrúbal. Sus esfuerzos y lo que era capaz de hacer por mí, creo que llegaron a enternecerme y a doblegar mi orgullo. Ese sábado cuando decidimos regresarnos a las Residencias, nos sucedió un chasco. Es de imaginar que estábamos trasnochados, casi sin haber dormido, porque a quienes nos venció el sueño, nos zumbamos –hombres y mujeres– apretaditos, distribuidos en las dos camas existentes y allí descasamos un poco. Pues les cuento: el apartamento estaba en el piso Nº 10, de manera que tomamos el ascensor para bajar. Pero cuando llegamos a la Planta Baja. Argelis exclamó: —¡Cónchale, yo halé la puerta, pero las llaves se me quedaron sobre la cama! ¿Ahora cómo hago? Mi mamá me va a matar cuando regrese. —¿Y ella no tiene su propio juego de llaves? –le digo. —Pues no, yo soy la que no tengo, ese era el llavero de ella. —Pues, chica, mira que eres bien despistada, observa que hasta la ventana la dejaste abierta. Si se meten ladrones por allí, tu madre te va a matar de verdad –acusa Noris. 75


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—¡Ay! No me pongan más nerviosa de lo que estoy!! – implora Argelis. —Argelis, mi amiguita, quédate tranquila, ya le explicaremos a tu mamá, aquí no hay culpables. En todo caso todos deberíamos asumir la culpa. Déjame que yo hable con tu mamá – trato de apoyarla. —Yo voy a subir –se ofrece Asdrúbal– Camila, lo haré por ti y por tus amigas. —¿Cómo vas a subir? ¿Por dónde? ¡Explícate! —La ventana ha quedado abierta. Treparé por todos los protectores externos y entraré por ella. Una vez adentro cerraré la ventana, buscaré las llaves y bajaré normalmente por el ascensor. Y listo. —No puedes hacer eso, es peligroso, son diez pisos, puedes caerte y si te ve un policía te dispara, sino te matan los dueños de los apartamentos si te ven subir de esa manera. —Pero ustedes están para eso, si ven a un policía le explican el asunto. Yo voy a subir, quédense tranquilos, todo saldrá bien. —¡Estás loco... No hagas eso... Ten cuidado! –decían todos. Y lo hizo. En mi imaginación todavía me parece verlo trepar, agarrándose de los barrotes de los ventanales. Aún experimento el temor de que pudiera caerse y morir reventado en el pavimento… Ese registro siempre estará dispuesto a estremecer mis pensamientos… Y lo hizo. Y me dijo, que lo hizo por mí…

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25. EL TEMPLE VIRIL DEL FLACO

A lo largo de cinco años, cuatro de mis estudios y uno ya graduada, nunca hubo mayor intimidad entre Asdrúbal y yo, que aquellos besos tan excelsamente apasionados como inocentes. Por el trato que me ofreció en tantos encuentros: en la Biblioteca Pública, en la calle, en la casa, en la misa y hasta en alguna que otra cervecería o discoteca, pude comprender que su formación socialcristiana era de un exagerado misticismo, y de una convicción que no eran típicos de un chico de su edad. Y él vio siempre en mí a quien supuestamente sería ―la madre de sus hijos‖. Por lo tanto, ni siquiera manifestó lubricidad cuando pudimos subir al Cerro El Ávila con todos nuestros amigos, en aquella resbalada que sufrí barranco abajo. Él tenía 19 años entonces, cuando su mano detuvo mi caída tomándome emergentemente por el centro de mis piernas, en el diámetro exacto de mi vagina… Ni aún en ese instante pudo manifestar un rasgo de morbosidad, tampoco en los momentos posteriores que quedaron para relatar el acontecimiento. Sus expresivos ojos me miraban con un brillo especial de una pulcra transparencia, reflejando la nobleza de quien nunca habría de herirme. Aún así, mi flaco, se veía cada día más atractivo y elegante. Y con aquella virilidad que me expresaba, a su manera, yo pude conocerlo sumamente ardiente. En la playa, por ejemplo, me montaba en su cuello, desafiando las olas… Y cuando me dejaba caer, corría a ―rescatarme‖ pues sabia de mi terrible miedo al mar… Me tomaba de la cintura, pegándome a su pecho, recorriendo mi espalda y besando mis labios. Y la pasión la expresaba todavía más allá, en actos donde su dedicación a mi persona me la demostraba de forma superlativa, como aquella vez… El primer 14 de febrero después de nuestro ―empate‖ en el cine, salí de mi clase de Literatura Indígena. Como ninguno de mi consecuente equipo había querido cursar esa materia electiva por parecerle aburrida o fastidiosa, aunque habían veinticinco participante, salí sola del aula. Entonces se me ocurrió dirigirme 77


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hasta el cafetín del instituto, con la esperanza de encontrarme con algún conocido, mientras esperaba mi próxima hora de clases. Yo tenía una hora libre. Eran las 10 de la mañana y sabía que mi Asdrúbal estaría en clase de Filosofía de la Educación. Me senté a una de las mesas e inmediatamente Luis, el Rojillo se me ubicó al lado: —Venía tras de ti, fui a buscarte a tu clase para entregarte un regalo hoy día de los enamorados. Te felicito –me expuso, al tiempo que sacaba de una bolsa una cajita en forma de corazón con un enorme lazo rojo. Sorprendiéndome cuando tomó mi mano y la besó –Te compré esto. Confieso que no me dio tiempo a rechazar ni aceptar aquel inesperado regalo, porque lo que sucedió luego fue aún más inesperado… No sé de donde salió Asdrúbal furioso como un huracán. Agarró al Rojillo por el cuello, levantándolo de la silla, dándole un puñetazo en la cara y zumbándolo como a seis metros. No rodó más porque la pared lo paró. Mi chico era muy alto, el Rojillo era bajo… Y le dijo: —Maldito pelirrojo de mierda, enano imbécil, te advertí en nuestra residencia que ni siquiera nombraras a mi chica en tus estúpidos cuentos y mucho menos que te atrevieras a acercarte a ella. Llévate tu cursilería de regalo, no tienes por qué celebrar el día de los enamorados con ella. Aprende a respetar a las mujeres ajenas. —¡Por Dios, Asdrúbal, el Rojillo está sangrando, lo lastimaste mucho, vamos a llevarlo a curar! –le manifiesto. —Princesa, ese retaco asqueroso ya se levantará el solito cuando pueda, si no lo hace hoy lo hará mañana. Pero te aseguro que de esta no se morirá. Vente, vámonos para otro lugar. —Okey, mi corazón, ya cálmate, pero ¿no entraste a tu clase? —Entré los primeros minutos, pero ya al ratito me salí a buscarte. No era muy importante el objetivo y prefería verte en tu hora libre. Hoy es el primer día del amor que estamos juntos. Y ese imbécil me hizo salir de mis casillas, perdóname Camila. —No sé qué decir de ese incidente, no me hace sentir bien. Pero, olvidemos eso ya, será mejor ¿No crees? 78


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—Olvidémoslo ya. Si quieres entro contigo a tu próxima clase que te queda y luego vamos a celebrar de alguna manera. —Hoy sólo hay corrección de trabajos y ya el mío está corregido desde la semana pasada. No entraré. Vamos donde gustes. —Tomaremos unas cervezas en El Torreón que está a unos metros de aquí. ¿Quieres? —De acuerdo, pero dos nada más, ya sabes que no me agrada llenarme de cerveza el organismo. —Y a mí tampoco, cielito –señaló tomándome de la mano y apurando el paso. Llegamos, nos sentamos. Casi inmediatamente, sin preguntar nada, un mesonero se acercó con una bandeja en la cual traía dos copas de champaña burbujeante y una rosa roja con un lazo dorado. El empleado dio los buenos días colocándonos las copas en frente. Asdrúbal, tomó la rosa y sacando del bolsillo de su chaqueta una pequeña cajita, me entregó ambos obsequios diciéndome: —¡Feliz día, princesa, te amo! —¡Cariño mío, yo también te amo. Me haces sentir muy emocionada. Me invitas a tomar cerveza, que no me agrada mucho, y me brindas champaña que me fascina! Pero déjame abrir el regalo y entregarte el tuyo —le expresé hurgando en mi libreta de dibujo y entregándole las fotografías a carboncillo que había pintado de su madre y de su hermana. —¡Camila, qué maravilla, están perfectas. Qué bien las dibujaste! Valoro el tiempo que has empleado para darme este gusto. Las mandaré a montar. Pero, abre tu regalito a ver si te agrada. —¡Mi vido, me encantan estos zarcillos! ¡Brindemos! – Suenan las copas y sorbemos un poco. Luego me quito los que adornan mis orejas y los guardo en mi bolso– Quiero que me los pongas ahora. Asdrúbal dura unos cuantos minutos colocándome los zarcillos y yo me río mucho porque me hace cosquillas. Acto seguido, prosiguió un beso, muy dulce y sublime que jamás olvidaré. 79


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26. OTROS BESOS Estaba yo en séptimo semestre cuando Asdrúbal recibió su titulo de Profesor de Lengua y Literatura. Después asumió un cargo docente en la Ciudad de Cumaná, sin perder tiempo alguno. Cuando comencé mi octavo semestre, la nostalgia me invadía… Mi flaco ya no estaba para esperarme a la salida, acompañarme a la biblioteca, encaminarme a la casa y mucho menos para regalarme flores. De vez en cuando recibía su llamada alegre, donde me contaba sobre su desempeño docente y me repetía que me amaba y me extrañaba. Y yo lo extrañaba tanto, que anhelaba terminar mi carrera para reunirme con él. Mi nivel como estudiante era el más elevado entre quienes posiblemente nos graduaríamos en un año. El noveno semestre sólo cursaría una asignatura y las Prácticas Docentes. Ya el instituto, me había reconocido mi rendimiento académico, otorgándome una beca para que hiciera un post-grado en Francia en el área de Semántica, al hilo de mi graduación. Todo parecía muy normal, sin embargo, algo sucedió… En el transcurso de tres meses no tuve noticia alguna de mi Asdrúbal y mis pensamientos se volvían tortuosos y tormentosos: ¿Por qué no me llamará? ¿Por qué no me escribirá? ¿Se habrá olvidado de mí? ¿Se habrá enamorado de otra?... Estando en esas y como un arrebato de secreta venganza por su abandono, y a fin de olvidarme de él, me obligué a concentrarme con saña en mis actividades académicas. Pero por cierto rasgo fosco de mi femineidad, hube de fijarme en la apostura de Jesús, un muchacho nuevo en la residencia, que no me quitaba los ojos de encima. Era unos dos años menor que yo (para entonces, yo había rebasado los 19). Durante los ensayos de canto, el chico me veía y yo decidí corresponderle la mirada, pensaba en Asdrúbal cuando lo veía, pero también pensaba que él me había abandonado y deseba rebelarme al sufrimiento. Ese jueves, al terminar el ensayo, le dije: —Espera no te vayas, tu nombre es Jesús, ¿Verdad? 80


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—Sí, y el tuyo Camila, me dijo muy tímidamente. Me gustan mucho estos ensayos, me gusta cantar y canto en Inglés, porque estudio el primer semestre de idiomas. ¿Lo sabias? —No, no lo sabía ¿Quieres cantar conmigo? ¿Quieres que intentemos ensayar algo? Yo acompaño con el cuatro, porque no tengo guitarra aquí, ya que estos instrumentos no son míos y los guardan. —Me gustaría mucho ¿Cuándo podrá ser? —Mañana viernes, por la tarde no tengo clases. —Yo salgo a las 4 PM del Pedagógico ¿Puedo venir acá? ¿Es permitido? Aún no sé lo que se nos permite o no. ¡Jaja! Soy novato. —Puedes venir. Ensayamos en la sala o en la glorieta. ¿Te parece bien? —De acuerdo. Nos vemos mañana. Chao. Esa tarde, la pasamos divertida. De alguna manera logré acompañarle para que cantara y se le escuchaba muy bien. Además, me copió a mano algunas canciones con su traducción, para que yo me animara a cantar a dúo con él. Al domingo después de misa, me invitó a desayunar. Yo acepté y le sugerí un restaurante en la Urbanización de Sabana Grande, donde por un precio razonable, uno puede comer decentemente. Le expliqué que hay una sala cerrada, con aire acondicionado y también hay mesas en el pasillo para los que prefieran estar al aire libre. Allá fuimos, desayunamos algo ligero y tomamos una copa de helado. Noté que él estaba muy nervioso y la mano le temblaba un poco. Él estaba evidentemente emocionado a mi lado, pero lo que a mí me ocurría era de un cálculo indescriptible. Lo que sí sé es que me estaba valiendo de su novatada y tal vez había perdido el juicio, cuando con un atrevimiento poco usual en mí, le dije: —Me gustan tus ojos, son de una virilidad que pareciera ser sumamente inocente. ¿Tienes novia? —No, no tengo novia. Nunca he tenido novia –explica sonrojado– Desde pequeño mi madre me orillaba al sacerdocio, he sido casi toda mi vida diácono de la Iglesia; pero mi padre me ha 81


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dado la oportunidad de estudiar para profesor de inglés que es lo que me gusta. —¿En serio? Pero supongo también te gustan las mujeres. Te he notado mirarme ¿No te gusto yo? —Me gustas muchísimo, demasiado, no puedo dejar de mirarte. Yo sé que tú te has dado cuenta de ello, pero estoy nervioso ahora, perdona, no sé expresártelo. No sé cómo comportarme adecuadamente. Debo parecerte un chico tonto. —Oye, Jesús, no me pareces tonto sólo muy dulce. ¿No quieres besarme? Tenía una boca gruesa y bien delineada que en su tez morena lucía sumamente sensual y yo misma acerqué mis labios. Durante algunos tres minutos, él parecía estar enloquecido con una respiración y una piel que me quemaban. Yo, decidí apartarlo con suavidad y continué disimuladamente ingiriendo mi merengada. Entonces, intenta aclararme: —Es mi primera vez, quizás no sé hacerlo bien –confiesa avergonzado–¿También es tu primera vez? —No, no es mi primera vez. Perdóname, tal vez he querido utilizarte para olvidar a mi novio que ya no está conmigo. Creo me he aprovechado de ti –le digo, al tiempo que suelto las lágrimas. —Por favor, Camila, no llores. Me parece un sueño poder estar contigo. No importa la razón por la que me hayas besado. Yo seguiré besándote, aprenderé a hacerlo bien, hasta que te olvides de quien tengas que olvidarte. Estuve seis semanas con Jesús, durante las cuales, algunas cuatro veces, él se dio a la tarea de besarme. Sus besos eran diferentes a los de Asdrúbal… Eran más impetuosos, más desesperados, él nunca intentaba parar su frenesí, siempre lo frenaba yo, y nunca pasamos de allí… Ese viernes me levanté muy temprano, mi primera clase era a las 7 AM y no deseaba llegar tarde. Eran las 6:30 y ya estaba preparada para marchar al Pedagógico, cuando se escucha por el altavoz: ―Señorita Camila, tiene visita en la portería, Señorita Camila, por favor baje que tiene visita en la portería‖. Entonces yo bajé corriendo, ya de una vez con mi bolso y mis libros, para 82


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averiguar quién me solicitaba e irme de inmediato a mis clases. Entonces lo veo, él estaba allí y me dice: —Hola Camila, mi princesa, estaba desesperado por verte ¡Te he extrañado tanto! —¡Asdrúbal! ¿A qué has venido? ¿Qué haces aquí? Hace mucho que te desentendiste de mí –argumento yo, negándome a acercarme a aquel hombre. —Camila, yo no he querido abandonarte, me ha sido imposible salir del hoyo donde estaba, he estado impedido para buscarte. Por favor créeme, te amo, mi princesa. Yo no podré vivir si te pierdo. Habiendo escuchado aquello y sin pedir mayores explicaciones, yo no pude dudar de sus palabras. Por fin me acerqué, lo abracé y nos sentamos un rato en el sofá. Lugar donde, me recordó seriamente su concepción cristiana sobre lo que debía ser el núcleo familiar. Igualmente me expresó la necesidad de formalizar nuestro compromiso ante mis padres y fijar una fecha para la boda, que debía ser después de mi próxima graduación. Yo estaba tan emocionada que a todo dije sí. Acordamos que ese sábado (al día siguiente) yo viajaría a mi pueblo, a mi casa y él se iría conmigo. Me acompañó al Pedagógico. Mientras yo estaba en clase, él se iría a visitar le gente de la residencia masculina. Durante las horas de clases, yo divagaba internamente y no me concentré en ellas. Sólo me dio por cavilar y preocuparme. Sabía que tendría que llamar a mis padres antes de salir para mi hogar, para no llegar sorpresivamente con Asdrúbal. Ya mi madre lo conocía de referencia por lo mucho que le había contado de él. Pero no imaginaba cómo reaccionaría ante el hecho de querer comprometerme, para casarme. ¿Y Ramón? Mi hermano también habría de viajar con nosotros, me daba cierta vergüenza. De repente, me asaltó un detalle que se me había escapado… Pensé en Jesús: ¡Oh, Dios mío! ¿Qué hago con ese chico? ¿Cómo termino con él? Pobrecillo, es tan bueno conmigo, no se merece mi canallada. ¡Ay, Señor! ¿Y cómo se lo cuento a Asdrúbal? ¿Cómo se lo tomará? ¿Y si después de saberlo ya no me quiere? ¿Y si se encuentran, los dos allá en la Residencia? 83


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27. EL COMPROMISO

Contra todo pronóstico que yo me hubiera temido, Asdrúbal, fue recibido en mi casa, con todos los honores. Mi madre se mostraba sumamente feliz, y decía: ―mi niña pequeña, la de las letras grandes, la de las notas altas, la de las líneas dulces, la de los ojos tristes y la sonrisa fácil… Siempre agradecida con el humilde platillo de frijoles, pero inconforme con el alimento intelectual… pronto será Pedagoga. Y esa no puede equivocarse, siempre fue muy intuitiva e inteligente… Cuando ya ha elegido a un compañero, ese seguramente es el mejor y será también como un hijo más‖ ¡Mi buena madre, no se imaginaba las tantas veces que de allí en adelante yo me habría de equivocar! Mi progenitora había acondicionado para él –dentro de las limitaciones que da la humildad– una habitación para que se quedara el tiempo necesario y cada vez que decidiera llegar a mi casa. Se había esmerado por preparar buena y atractiva comida, para halagarlo. Mis hermanos solo acataron y apoyaron, ayudando en lo que pudieran. Por lo tanto, si mi padre hubiera tenido reservas machistas, tuvo que tragárselas, no podía luchar con tanta esplendidez de su mujer. Sólo una vez lo escuché decir: ―Susana parece ser la enamorada de ese muchacho‖. A lo que ella simplemente alegó: ―¡Cierra el pico, Ángel, y hazme el favor de comportarte decentemente!‖ Inmediatamente después de nuestra llegada, Asdrúbal –que dentro de su juventud se veía culto e imponente– pidió mi mano en matrimonio, respondiendo cortésmente a cada una de las inquietudes de mamá, porque papá sólo habló lo estrictamente necesario. Sin embargo, cuando supo que provenía de una humilde familia de pescadores y que siempre habían vivido en una modesta vivienda en las costas de Cumaná, donde continuamente podía observarse bongos, lanchas y otras embarcaciones… su rostro pareció transformarse diciendo: ―Bienvenido al reino de mi humilde hogar, joven‖. Inmediatamente y contrario a lo que hubiéramos podido creer, pidió permiso para levantarse de la silla, 84


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pero rápidamente regresó con una botella de brandy y dos copas diciendo: ―Señor, usted y yo vamos a brindar como dos hombres, para sellar sus palabras y el futuro de mi niña Camila‖ Mi hermana Ester, la única que después de casarse aún permanecía en casa, había organizado en menos de un día, una salida para un club, encargándose de invitar nuestros familiares para esa misma noche. Jamás me imaginé que pudiéramos ser homenajeados de aquella manera tan especial. Fue estupendo, se encargó de todo, no se le escapó detalles: mi vestido, mi peinado, las flores, los recuerditos… Asdrúbal, que parecía haber venido preparado, se veía como el príncipe de mis sueños, sonriente, entusiasta, amable y muy atractivo. Bailó con todas las mujeres asistentes. Mandó a tomar fotos de muchos momentos especiales: cuando dirigió palabras a los presentes, cuando me entregó un anillo… bailando, abrazados, con mi familia, con mis amigos… Esa noche me mostró imágenes de la hermosa casa por la cual estaba haciendo trámites legales, para que fuera nuestro hogar matrimonial. Observamos las habitaciones, la sala, la cocina, los jardines, la piscina, entre otros detalles, y estaba ubicada en una de las mejores urbanizaciones de Cumaná. A las 4 de la mañana del domingo regresamos a la casa. Esa fue la fiesta inolvidable de mi compromiso matrimonial.

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28. EL PRIMER DÍA DE PRÁCTICAS DOCENTES

Ubicar al graduando del Pedagógico de Caracas en uno de los centros de prácticas, implica la fase final de su formación. Ello, es requisito indispensable para validar el perfil docente, a la vez que conforma un reto del participante para demostrar lo aprendido en el currículo de Nivel Pedagógico y en el Nivel de Especialización. Pero en ello va implícito un aspecto de crasa significación como lo es la vocación de servicio, aspecto de lo cual yo no estaba muy segura, a pesar de que me graduaría con el promedio más elevado del grupo que culminaba. Realmente había optado por esta carrera, porque cuando terminaba el bachillerato la coloqué como tercera opción en las planillas del Consejo Nacional de Universidades y tanto yo como mi hermano Ramón fuimos seleccionados. Recuerdo que en mi primera opción, marqué Arquitectura y en la segunda Psicología. No existía en Venezuela una suficiente orientación vocacional, por lo tanto mi porvenir profesional me lo jugué a la suerte. Extrañaba a Asdrúbal, pero en mi interioridad, mi idilio se mantenía en una sublime serenidad. Ese noveno semestre, vería una sola materia que me faltaba del pensum de estudio, conjuntamente con las Prácticas Docentes, para ello fui asignada al Liceo Santiago Key Ayala, ubicado en El Cementerio, sector del Sur caraqueño y relativamente retirado de mi domicilio enclavado al oeste, específicamente en El Paraíso. Pensaba que por lo complicado del tráfico, sería necesario levantarse a las 4 de la mañana para llegar puntualmente a las 7, claro, tomando en cuenta que el transporte de una persona de escasos recursos es el autobús. Si no, debería inmolar el poco dinero con el cual contaba y tomar un taxi que, con suerte, tendría un hábil chofer conocedor de diversas rutas y atajos, a fin de evadir las largas colas. Diariamente, aquello significaría un alto sacrificio, mientras en el autobús gastaría, solamente en la ida, un real (Bs 0,50), un taxi cobraría entre 1000 y 1500 bolívares, según la hora. Ya para regresarme a mi residencia, no tendría tanta urgencia. 86


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La única vez que había visitado ese liceo, lo hice con carácter exploratorio, eso fue quince días antes de comenzar mis Prácticas Docentes, y precisamente, con la finalidad de hacer un estudio de factibilidades con respecto al trayecto. El autobús se tardó poco más de dos horas, lo cual me pareció inconveniente y contraproducente ante mi deseo de ser puntual y correcta. Ese primer día como practicante, iba muy emocionada con una especie de susto somatizado desde el estómago hasta el pecho. Eran las 5 y media de la mañana cuando crucé la avenida a fin de tomar un taxi. Tuve mucha suerte, el primero en pasar fue un Malibú Classic azul y se paró inmediatamente. Desde mi corta edad de dos décadas, me percaté que el conductor era un abuelo, con la apariencia de tener, más o menos, unos 65 años. —Buenos días, señor –lo saludo —Buenos días señorita ¿Para dónde la llevo? —Al Cementerio, al Liceo Santiago Key Ayala ¿Cuánto me cobra? —Móntese, joven, hacia allá son 10 bolos. —Okey –digo, mientras me ubico en el asiento trasero. La Avenida Páez, día lunes y a esa hora de la mañana ya observaba un terrible tráfico. Sin embargo, la conmoción establecida entre mi estómago, mi corazón y mis pensamientos, parecía superar a la convulsionada Caracas. Entonces el chofer me pregunta: —¿Qué le parece si nos vamos por la Cota 905, para evitarnos el tráfico de la Avenida Páez? —Interroga con el carro ya en marcha. —De acuerdo, supongo que usted como chofer conoce mejor que yo todas esas rutas, yo conozco muy poco. Ya habíamos pasado el Zoológico El Pinar, que tenía entendido es el más grande e importante con que cuenta nuestra ciudad capital. Recordé de inmediato, las tantas veces que Asdrúbal y yo, lo visitamos. Estaba tan cerca de nuestras residencias que nos íbamos caminando, agarrados de la mano por toda la Avenida Páez… Un domingo, después de misa, nos llegamos hasta allá y lo primero que observamos fue la gran gama de aves, que en mi alma producía singular inspiración. Luego fuimos a recrearnos del 87


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espectacular insectario, donde siempre nos pareció increíble poder disfrutar de la belleza de muchas mariposas juntas. Llegamos al área de los grandes felinos para admirar al león, los tigres de bengala, los pumas, los cunaguaros... y en el espacio de la granja de contacto nos divertimos viendo a los niños alimentando a las ovejas, chivos y demás animales... Eso fue hace mucho tiempo, tal vez más de un año, pero me parece que fue ayer cuando un poco cansados del recorrido, nos sentamos para comernos unas fresas con crema y tomar agua mineral… —La noto preocupada o nerviosa ¿Es usted estudiante o maestra? –El chofer interrumpe mis recuerdos. —Soy estudiante del Pedagógico, hoy comienzo mis Prácticas Docentes y deseo llegar temprano y ser correcta en todo. —No se preocupe, por esta vía, acortamos camino y hay menos tráfico, vamos a llegar muy temprano. Ah… ya entiendo, se está graduando de Profesora… Pero todavía se ve muy niña… ¡Caramba, la felicito! Y dígame una cosa, usted no es caraqueña ¿verdad? —No señor, soy guariqueña. —¡Adiós, caraj! Niña, yo también soy guariqueño, pero hace veinte años que me residencié en Caracas. ¿De qué parte del Guárico es usted? Y perdóneme la conversa, usted me recuerda a mis hijas… —Soy de Altagracia de Orituco y no se preocupe, su conversación me cae bien porque andaba un poco nerviosa con lo de mis Prácticas Docentes. Tal vez dialogando me relaje un poco. —Pues le digo, el mundo es un pañuelito, yo también soy de Altagracia de Orituco. Y tengo muchos familiares y amigos allá. ¿De qué familia es usted? —Soy Camila Fernández, mi padre es Ángel Fernández, el pintor ¿Lo habrá conocido?... se ve más o menos como de su edad. —¡Mi compay Ángel! ¡Mi primo y gran amigo! No sabe usted, mi niña, cuántos favores yo le debo a su papá. Este es el momento de yo pagarle un poco, ya que Dios me ha colocado a la hija de mi gran camarada en mi camino. Sólo le cobraré 5 bolívares. 88


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—¡Caramba, parece que hoy es mi día de suerte, creo que me levanté con buen pié, Jajajaja! Se lo agradezco. Seguramente mi comienzo en las prácticas también será muy bueno. —Lo será, porque Dios la está protegiendo siempre, y ahora a través de mí, la sigue bendiciendo. Soy Calixto Castillo, pregúntele por mí a su papá y él le dará razones… Dígame cuáles días de la semana tiene que ir usted al Key Ayala y yo la paso buscando por la puerta de su casa, siempre le cobraré 5 y cuando no tenga, pues no me paga. Si me dice la hora de regreso a casa, también lo podemos cuadrar. —Los días que me toca ir a ese liceo son los lunes, miércoles y viernes y yo vivo cerca de dónde me recogió, en la Residencia Aprofep ¿Sabe dónde es? —Por supuesto, es la Residencia Católica, todos la conocen. Yo he llevado muchas chicas para allá. Mira, Camila, ya hemos llegado al Liceo. Entonces el miércoles te paso buscando a las 5 y media, no se me olvidará –dijo mientras paraba el vehículo frente al instituto. —Muchas gracias, señor Calixto, un gusto haber conocido, de manera fortuita, a un viejo amigo de mi padre. Que le vaya bien —le dije mientras le entregaba el dinero e inmediatamente bajé. Ese día todo me salió de maravillas, con el Instructor de Prácticas, con el Profesor de Aula y con los alumnos. Y todos los días subsiguientes fueron un continuo triunfo. Asimismo, Calixto fue puntual todos y cada uno de esos días, los tres meses que duró mi pasantía, durante los cuales no solamente me llevaba al Centro de Aplicación, sino que a veces también se le ocurría buscarme a la hora de regreso sin cobrarme. Siempre dispuesto a relatarme cuentos y pormenores de su antigua amistad con mi progenitor, llegó a ser un amigo muy noble, una especie de tío protector. Constantemente me estaba recordando que mi papá ―le mató el hambre‖ cuando pequeño y le sacó de la cárcel siendo un jovenzuelo.. Y hasta llegó a lloriquear en mi acto de graduación.

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29. LA ENTREGA DE MEDALLAS

En noviembre de 1979, yo culminé mis Prácticas Docentes. Esos meses anteriores a mi acto de graduación, que se efectuaría en el mes de febrero, Asdrúbal y yo planificábamos también nuestra boda que sería en diciembre del próximo año. Algunas veces hablábamos largos ratos por teléfono, él en Cumaná, donde se desempeñaba como profesor, y yo en Altagracia. Otras, él viajaba hasta mi casa en la cual se quedaba de dos a tres días, compartiendo con mi madre y mis hermanos, la comida, los paseos y el cariño que se manifestaba inmenso. Ese miércoles, él había solicitado permiso en su trabajo y había llegado a mi hogar para acompañarme a Caracas a la imposición de mi medalla que sería el jueves en la sede del Pedagógico y la entrega del título contemplado para el viernes en la Casa de Bello. Ya mi hermano Ramón se había graduado de Profesor en Biología en el semestre anterior, antes de lo previsto. Y yo, me había quedado hasta mi noveno semestre porque me fue imposible adelantar materias. Durante el trayecto, le expuse el problema que tendría, ya que no podría dormir esa noche en la Residencia Aprofep, porque hacía ya dos meses que al concluir mis estudios, yo había dejado de ser parte de esa comunidad. —No te preocupes –me dijo Asdrúbal– para eso he venido yo, a fin de que no te quedes sola en un hotel. Con ninguno estarás mejor cuidada que conmigo, soy y seré por siempre tu compañero. Todo saldrá muy bien ya verás. Nos quedaremos estas dos noches en el Hotel El Pinar, que no es muy elegante, pero está cerca del Pedagógico y para pasar dos noches, estando juntos, estará bien. Si estuvieras sola, jamás deberías quedarte en un sitio como ese. —De acuerdo, mi vida, pero la idea de quedarme contigo me causa algo así como un susto –le dije, al tiempo que me imaginaba cómo sería esa primera vez al lado del hombre que en unos meses sería mi esposo. Las ideas de recibir mi medalla y mi título, eran ya de por sí emocionantes, pero la idea de perder mi virginidad un mes antes de 90


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cumplir mis 20 años, justamente la víspera de mi graduación me parecía increíble… Era algo que yo jamás lo hubiera imaginado y ahora me llegaba sin planificarlo… Y me preguntaba: ¿Será que yo, tan conservadora, seré capaz de acceder a tal cosa, será que podré permitirlo sin ningún tipo de vergüenza y con naturalidad? Asdrúbal se notaba muy tranquilo. Ante los acontecimientos que sobrevendrían, no mostraba ninguna emotividad exagerada, estaba tan normal que hasta me molestaba que no hiciera ninguna alusión especial al hecho de que me conducía a un hotel y yo lo aceptaba... ¿Es que acaso para él eso no era un hecho trascendental? Llegamos, él me registró como su esposa, y nos dieron una habitación con cama matrimonial. Ya comenzaba la tarde, entramos, nos besamos, dejamos las valijas y él decidió que saliéramos a comer, ya que no habíamos almorzado. Nos quedamos en el restaurante de El Pinar, pero realmente mi apetito se había quedado inerte, fue muy poco lo que pude ingerir, a pesar de que la comida se veía excelente, mis emociones no permitían el normal funcionamiento de mi organismo. Hablamos mucho, tomamos vino rosado y ya entrada la noche decidimos subir al cuarto. Al llegar, él fue rápidamente a bañarse, mientras yo esperaba y disponía de las cosas: colgaba el vestido que usaría al día siguiente, para estirarle los posibles pliegues adquiridos por el guardado en la maleta; revisé mis zapatos, mis accesorios, mi maquillaje, mi ropa interior… Entonces me quité la ropa y me puse una bata de grueso y suave algodón que me serviría también para dormir, con ella entraría al baño y me la volvería a poner. Cuando Asdrúbal salió del baño, enrollado en una toalla, me dijo: —Camila, mi vida ¡qué linda te ves con esa bata!... Ya puedes entrar al baño, te fijas bien que la manilla derecha es la del agua caliente. —Gracias, –le dije tímidamente, por el rubor que me causaba observarlo de aquella manera. Entré al baño. Cuando salí, Asdrúbal estaba acostado, dentro de las sábanas observando la televisión. Y me dijo entusiasmado: —¡Mira, Camila, anuncian los actos de tu graduación! Te verás muy espectacular, mi amor. Y estoy seguro que tu discurso 91


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de pasado mañana será toda una belleza, porque siempre hablas muy bien… ¡Vente, corazón, ven a mi lado que deseo abrazarte! – dijo, a la vez que me extendía sus brazos. —Sí, mi flaco. Creo que si de verdad nos amamos, todo estará bien – le respondí turbadamente, dejándome caer en la cama y acercándome a su cuerpo. Él me recibió con su piel encendida, me acurrucó entre sus brazos, besó mis labios, luego resbaló a mi cuello, mientras sus manos recorrieron mi espalda y yo disfrutaba del torrente sanguíneo que golpeteaba desde la punta de mis dedos hasta la comisura de mis sienes. No me di cuenta cómo mi bata estaba desabrochada, lo supe cuando sentí sus manos ardientes en mis senos y luego, por primera vez, sus labios lamiendo mis pezones… ¡La humedad de mi vagina me decía que aquello era la locura! La más exquisita locura, en la cual tal vez era necesario graduarme primero de hembra antes que de docente… Estaba ya preparada para recibir dentro de mí, aquella antorcha triunfal a la cual yo no podría negarme y deseba disfrutar a plenitud. Pero, entonces, sucedió lo imprevisto, se retiró y dio la vuelta diciendo: —Camila, mejor intentemos dormir, que la entrega de medallas es mañana muy temprano, a las 7. —Oye ¿Qué te sucedió? ¿Por qué dices eso? ¿Me has visto fea? ¿No te gusté? ¿Te desencantan mis senos porque son muy chicos? Dime algo. —¡No digas eso, me gustas mucho, te amo, te deseo, sentir tu roce me enloquece – dijo, a la vez que bajaba la sábana, bajaba su prenda interior y mostraba su pene engrandecido, lúbrico, erecto y templado dentro de una piel que jamás imaginé de aquel color tan rosáceo, pero inmediatamente volvió a cubrirse. Excitada todavía más, tuve deseos de aferrarme a él y le refuté: —¡No te comprendo, yo deseo estar contigo! ¿Por qué no podemos, por qué me rechazas? —Camila, estoy haciendo un gran esfuerzo por serle fiel a mis principios cristianos. Es más, me juré a mí mismo que te llevaría virginal al altar, así también se lo aseguré a tu madre y mi palabra de hombre tiene valor. ¡No te imaginas lo que me está 92


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costando cumplir con eso, me duele la verga… no encuentro qué decirte!… Y ya quédate tranquila y discúlpame –dijo levantándose de la cama y entrando en el baño. Al regresar a la cama, me dio las buenas noches y se acostó de espaldas a mí. Pero yo no pude dormir estaba tan impresionada como defraudada: ―¿Principios?... ¡Qué principios ni qué principios! ¿Y para qué sirven los principios si no se llega al final? Este hombre, o está loco o su manera de amarme es sumamente especial… ¡Maldita sean sus porquerías de principios pulcros!‖ Y no pude dormir ni descansar, pasé toda la noche en vela divagando en los últimos pormenores y deseando pegar mi piel a su piel. Y a las seis de la mañana tuve que pararme cansada, supuse que Asdrúbal no durmió mucho, pero mientras me bañaba y me vestía él permanecía dormido. Luego lo desperté, para que hiciera lo propio antes de irnos al Pedagógico. La entrega de medallas fue maravillosa… una mañana de alegría, abrazos, besos, flores y fotografías… Mi flaco se esmeró por consentirme y hacerme feliz. Yo creo que tuvo que habérsele ocurrido reflexionar en que aún nos quedaba otra noche para pasarla juntos, pero ya en esos momentos yo había regresado a mi cordura y había logrado comprender su forma de pensar. Por lo tanto, estaba dispuesta a apoyarlo y ayudarlo. De manera que esa noche, yo no provocaría su sexo y me dormiría temprano.

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30. EL ACTO DE GRADUACIÓN

Asdrúbal y yo llegamos ese vienes, muy temprano a la Casa de Bello, yo cargaba la toga doblada colocada en un brazo, mientras él custodiaba mi birrete hasta el momento en que fuera apropiado ponérmelos. Yo llevaba un vestido azul de corte muy elegante, pero el día anterior me di cuenta, que una vez me colocara la toga, ésta me impediría lucirlo. Cuando anunciaron por micrófono que los graduandos deberíamos ocupar los asientos en los cuales estaban colocados cada uno de nuestros nombres, Asdrúbal me dijo: —Ocupa tu puesto, princesa, yo estaré pendiente de ti en los asientos de atrás y cuando te llamen al podium yo me levantaré a acompañarte para dejarte en el umbral de la escalera. Ya vestida de toga y birrete, sentada en mi lugar, pensaba en mi familia: ―En un momento tan especial como este, ellos deberían acompañarme. ¿Por qué a ninguno se la habrá ocurrido venir?... Realmente Caracas no está tan lejos de mi pueblo... Los extraño, los extraño mucho. Eso pensaba, evitando llorar porque tendría que estar muy equilibrada cuando me tocara el discurso, por ser la graduando con promedio de calificaciones más elevado. Y todo sucedió como en un sueño; mi discurso, los aplausos, las fotos, los abrazos. Luego cuando me llamaron a recibir el titulo, recordé las instrucciones y al encaminarme a la escalera de salida cambié la borla de mi birrete hacia la derecha. Entonces vinieron más aplausos, más fotos, más abrazos, pero lo más emocionante fue lo que me encontré al terminar de bajar la escalinata: ¡Mi mamá y mi hermana Mary estaban allí, con Asdrúbal que sostenía un arreglo floral como de un metro de altura! —¡Mamita, Mary… qué bueno que vinieron! –dije abrasándome a ellas, mientras mis lágrimas contenidas en ocasiones anteriores, salieron corriendo hacia una necesaria liberación.

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—Llegamos hace horas, hemos visto todo el acto desde el principio, sólo que fue imposible acercarnos y tú no lograste vernos entre la multitud –indicó Mary —Gracias, las extrañaba mucho, y esas flores… ¿Son para mí? —Si mi niña, fue lo primero que hicimos al llegar a Caracas, comprarlo en una floristería, porque hoy te mereces las flores más hermosas, ya eres toda una profesora. ¡Es maravilloso, Camila, estoy muy emocionada y orgullosa de ti! – expuso mi madre. — ¡Es bellísimo ese arreglo floral, me han sorprendido, me han hecho muy feliz!.. Pero por ahora no tendré donde colocarlo, creo que lo más conveniente es que lo deje en la capilla de este lugar y se lo obsequie a Dios, como un símbolo de brindarle también mi título y mi servicio. —Así lo haremos –dice Asdrúbal– esperaremos que termine el Acto Académico, para ir a la Iglesia y luego a comer todos juntos, antes de marcharnos, porque Camila no desea asistir a la fiesta de esta noche. De manera que los cuatro nos vamos para Altagracia. Luego del protocolo, vinieron los abrazos y las felicitaciones de todos y entre todos los graduandos, familiares y amigos. Muchas fotos, muchas risas y muchos gritos. Todo sucedió con grandes satisfacciones y quedaron como recuerdos inolvidables. En el transcurso de la comida, Asdrúbal aprovechó para hacernos la formal invitación, de ir a Cumaná a conocer a su familia, porque aún faltabas más de nueve meses para la boda y le pareció conveniente estrechar nexos. A mi mamá le pareció excelente idea ir a encontrarse y compartir unos días, con los padres y hermanos de Asdrúbal. Por lo tanto selló aquello dándole la mano a su yerno como si fuera un pacto.

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31. CUMANÁ

Habían pasado cinco meses de haber cumplido mis 20 años de edad, cuando decidimos viajar a Cumaná. Era el mes de agosto, y ya en la Zona Educativa del Estado Guárico, me había ofrecido un trabajo como profesora de aula, para comenzar en septiembre. En el automóvil de mi hermano Ángel, íbamos: la hija suya, mi madre, Asdrúbal (que en esa oportunidad llevaba una semana de sus vacaciones en mi casa) y mi persona. Yo estaba muy emocionada por la importancia que se le daba a mi noviazgo. Con mucha alegría, nos devoramos ese camino combinado de carreteras de tercera categoría y la Autopista de Oriente, denominada‖la ruta del sol‖. Y llegamos a esa ciudad ubicada en la tierra nororiental de Venezuela, ―marinera y mariscala‖, como la denominara en versos muy sentidos ese gran poeta del pueblo cumanés Andrés Eloy Blanco. Ciudad añeja y la primera del Continente Americano fundada por los españoles en el año de 1521, conocida como Cumaná, que quiere decir, en el lenguaje de los Cumanagotos, unión entre río y mar; tierra de gracia, por la presencia amorosa de la mano de Dios en toda su belleza geográfica: ríos, montañas, valles, planicies, arena, playa y mar. Sus primeros habitantes (Cumanagotos, Guaiqueríes, Chaimas, Chacopatas, Pariagotos, Tapacoares y Guaráunos), constructores de chozas de palma, cultivadores de yuca y conocedores de la pesca, llegaron, seguramente con el cuerpo teñido de pintura, desde el sur por el río Orinoco. Y se establecieron, heredando a un sector de los cumaneses actuales esa afición pesquera, que al mismo tiempo les sirve de sustento y comercio. Al pasar por el Río Manzanares, no pudimos evitar comentar acerca de su importancia, desde el punto de vista histórico-social, pues a lo largo de su cuenca, es sabido se encuentran un conjunto de siete iglesias, joyas de la arquitectura colonial del Siglo XVII, que están entre Cumaná y Cumanacoa, lo cual resulta interesante tanto como atractivo turístico como para la cultura regional. Este 96


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río permite a la zona urbana tener uno de los espacios paisajísticos más hermosos que ha tenido ciudad alguna en el mundo, con una motivación muy sencilla: el afluente es parte de la ciudad, por lo cual el impacto del visitante es inmediato. Realmente el hogar de Asdrúbal, se encontraba en Cumanacoa, en el momento de llegar fue cuando lo supe. Ese es un pueblo, cuyo principal recurso económico es la pesca en el litoral. Quedé impactada con aquella especie de aldea, de humildes casas de bahareque en un ambiente impregnado de un eterno olor a pescado y a brisa salada. La madre y la hermana de Asdrúbal (Josefina y Claudia, respectivamente), salieron a la sala mostrando gran disposición para recibirnos, nos abrazaron, haciéndonos sentar, mientras mi novio se encargaba de guardar el equipaje en las habitaciones, luego de lo cual, él mismo regresó con una bandeja de vasos con un cóctel de jugos de frutas. Y se sentó a fin de incorporarse a la conversación. Mi madre les hizo saber que nunca fue nuestra intención abusar de su hospitalidad, sino, hospedarnos en un hotel, porque estaba consciente de la incomodidad que significaba el hecho de ubicar en un hogar personas extrañas, como lógicamente éramos los recién llegados. Sin embargo, Doña Josefina, le explicó que ella era prácticamente una madre soltera, con cuatro hijos varones y una hembra, pero que solamente Claudia y Asdrúbal quedaban sin casarse, los demás se habían ido a formar sus propias familias. Por lo tanto disponía de dos habitaciones amplias, aseadas y acondicionadas, porque estaban esperándonos. Que no nos preocupáramos y que intentáramos sentirnos en familia, con naturalidad, como si estuviéramos en nuestra propia casa. Luego nos hicieron pasar y cada quien se ubicó convenientemente, pues había espacio sobrancero y cariño suficiente. Humildad con humildad congeniaban muy bien. Era una vivienda muy sencilla, impecablemente limpia y – dentro de las limitaciones que puede ofrecer una casa de bahareque antigua– estaba dotada de todos los servicios, muebles y decoros básicos para vivir bastante cómodos, y en la disposición del ornato se veía la existencia de manos femeninas o por lo menos de manos 97


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de personas suaves y creativas. Una vieja construcción muy alta, con una amplia sala con dos grandes ventanales de asientos con romanillas, desde donde podía divisarse una buena perspectiva de la calle. El patio bordeado de amplios corredores como los antiguos conventos, estaban sembrados de flores aromáticas, granados y limoneros, cuya finalidad parecía ser la compensación de los fuertes olores marinos del patio del fondo cercano al mar, donde se divisaban redes y varadas lanchas de pescadores, que era el oficio de los hermanos mayores de Asdrúbal. La calidad bioclimática de la fuerte brisa y el implacable sol, lograba motivar las sensaciones y las percepciones humanas. Yo me desperté muy temprano. A través de la ventana de la habitación, asomaba una mañana fúlgida con olor a un mar que se escondía a mis ojos, pero me hacía imaginarlo muy cerca, golpeteando con sus olas la arena que bordeaba cerca del fondo del patio. No era ese un lugar ideal para bañarse en el mar, era sólo una zona para pescadores, por eso en la noche anterior habíamos decidido ir a Playa Colorada y ya mi madre, mi sobrina y yo estábamos dispuestas, solamente esperando que Asdrúbal o mi hermano nos llamarán, pero la que nos llamó fue Claudia, que tocó la puerta del cuarto llamándonos a desayunar: —¡Camila, Doña Susana, Blanquita… vengan que ya todos estamos esperándolas en el comedor para desayunar antes de irnos a Playa Colorada! —¿Tú también vas con nosotros, Claudia? –le pregunté. —Sí, Camila. Y también mi hermano Jacinto y su esposa. Ellos llevan su carro, la pasaremos muy bien. ¡Vengan, vengan, vamos a comer! Llagamos a Playa Colorada muy rápido, estaba relativamente cerca de la casa, en la carretera Cumaná - Puerto La Cruz dentro de lo que se conoce como Parque Nacional Mochima. Esta agraciada playa de arenas rojizas es uno lo de los paisajes más hermosos que pude visitar en el Estado Sucre. Inevitablemente recordé el día que casi me ahogo en Los Caracas del actual Estado Vargas, cuando fui de paseo con varios chicos y chicas de la Residencia Aprofep. En esa oportunidad, me pareció que el mar estaba extrañamente embravecido. Asdrúbal, que se decía conocer 98


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muy bien las olas de ese lugar, porque acostumbraba a surfear, me dijo que jamás había visto crestas tan altas, ni rompientes tan violentos. Por primera vez tuve miedo del mar, sentí su furia, parecía estar celoso como deseando que él y yo nos separáramos… Luego, vino una ola y me llevó con fuerza, quizás apetecía que mi ser conociera el poder del océano. Otras olas se atravesaron entre los dos, impidiendo que Asdrúbal me alcanzara. Por un instante, el mar me había tapado casi completamente y entre la corriente que me arrastraba y los remolinos que me envolvían, faltó muy poco para que me ahogara. Entonces él con toda la fuerza de que era capaz, logró tomarme con sus enérgicos brazos, rescatándome de la muerte. Pero, eso ya sólo era un mal recuerdo. Cuando volví a sentir bajo mis pies la arena húmeda y el frío del agua invitándome a entrar, me olvidé del susto que sentí en el pasado. Fue tan hermoso y me sentí tan dichosa, que tuve que reconciliarme con el mar… Sensaciones nuevas, extrañamente agradables se esparcieron sobre mi piel. Y mientras las olas me acariciaban con suavidad, los brazos de Asdrúbal me acariciaban con el temple del amor. Toda la mañana estuvimos disfrutando del sol, el mar y la arena. Cuando en el horizonte, el sol anunció que su ronda culmina, también nos indicó que se acercaba la hora en que deberíamos regresar a casa. Y esos días, sentimos verdaderamente que fuimos dos famitas unidas o simplemente una gran familia.

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32. LA LLEGADA DE LA NOCHE ETERNA

Todo parecía perfecto: dos jóvenes enamorados, inteligentes, profesionales, saludables, sin vicios y con el completo apoyo familiar. Sin embargo, el momento de la noche eterna llegó para Camila. Asdrúbal acostumbraba llamarla diariamente, cuando no viajaba para pasar juntos los fines de semana. Pero un día… no hubo llamada… Y otro día y otro día… En el mes de noviembre no recibió llamada ni tuvo noticias de Asdrúbal y la boda estaba fijada para el 15 de diciembre. El chico no tenía línea telefónica en su casa, por lo tanto Camila sólo podía llamar a la casa del hermano de Asdrúbal, pero siempre decían muy extrañamente que no habían tenido noticias de él, que no sabían nada. Doña Susana sufría al sentir la angustia de su hija que también era suya propia, y también amaba a aquel chico como si fuera su propio hijo. Camila, se despejaba un poco de su dolor porque desde el mes de septiembre ya estaba trabajando en un liceo de la localidad, pero cuando entraba a su habitación se sumergía en sus pensamientos: Mi corazón delira ante tu ausencia y me paso las horas ansiando tu regreso. Te esperaré en la profundidad del silencio y aunque mi espera pareciera eterna, te amaré siempre en la plenitud del recuerdo. Aún mis labios sienten el calor del beso del ayer como elixir que corre por mis venas y me ata cada vez más a tu ser refulgente en mi esencia... Siento tus caricias que quedaron sembradas en mí, con la dulzura que brotaba de tu alma al planificar nuestro futuro. Te necesito cada segundo de mi día, pienso en ti constantemente, en la sonrisa hermosa que se dibujaba en tus labios al verme hacer alguna travesura. Extraño tanto esas palabras románticas que siempre me decías, los momentos en que bajo las estrellas nos poníamos a planear el futuro, la vida que tendríamos juntos y me comentabas cuánto te agradaba estar junto a mí. Te espero en este abismo del dolor ante el mutismo de tu cariño, aunque parecieras haberte perdido en el celaje del viento. Saber que nuestro amor ha sido sublime y verdadero, es el glorioso alivio que tal vez pueda romper ese hechizo que te arrancó de mi 100


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lado. Te esperare aunque se acaben los años y los días no sean los mismos, solo me consuela este amor que sigue activo y me mantiene cada día viva para ti. Sigo esperando ese momento cuando al fin te vea llegar, con esa estela de triunfo que ilumine tu entrada, para quedarte a mi lado. Pero un día, en las primeras semana de diciembre, Camila recibió una llamada telefónica de la cuñada de Asdrúbal: —Hola Camila. Soy Rosaura la esposa de Jacinto. Te llamo para informarte que Asdrúbal no se ha podido comunicar contigo porque ha estado enfermo. —¿Sí? ¿Y tanto tiempo sin que ninguno me informara nada? Eso me parece extraño —Camila se muestra un tanto incrédula y su voz suena irónica. Por eso Rosaura le responde inadecuadamente. —Bueno, Camila, yo cumplo con comunicártelo, si lo quieres creer lo crees, si no me crees, ya no es asunto mío. Pensé te mostrarías acongojada y no escéptica. —Discúlpame Rosaura, es que todo me parece tan raro, después de tanto tiempo ahora es cuando me informan. Pero cuéntame ¿de qué está enfermo? —Tiene hepatitis aguda. Ha estado gravemente hospitalizado varias semanas, por una disfunción hepática severa. Pero lo más peligroso fue que le diagnosticaron una encefalopatía, que le ha ocasionado consecuencias drásticas. Por lo tanto, él mismo no deseaba te comunicáramos de su gravedad, ya que paralelamente a sus malestares físicos, ello le ocasionó trastornos de la personalidad y hubo que someterlo a tratamiento psicológico. Ahora, que se siente mejor, él mismo solicitó te informara; sin embargo, me pidió no te contara lo de los problemas nerviosos, ya que se avergüenza de ello ante ti. Pero, considero que es mejor que lo sepas. Tú date por no enterada de esa parte. —Estoy sorprendida, adolorida, apenada. No sé qué decirte. No sé que debo hacer. Tal vez deba irme a cuidarlo. Gracias Rosaura por informarme. —Busca para anotar. Te daré un número de teléfono y la dirección completa de la clínica por si decides venir a visitarlo. 101


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Camila, anotó aquellos datos y luego, apesadumbrada, se despidió de Rosaura. Inmediatamente fue a contarle todo a su madre, quien se mostró muy sorprendida y preocupada: —Mi niña, por lo que me dices, eso no es una simple hepatitis, es una fuerte enfermedad que le ha dado a ese pobre muchacho. ¡Por Dios, Camila, pobrecito! ¿Cómo se ha de haber sentido con tantos malestares? Y encima, con el dilema de la tonta vergüenza que le dio por ocultarte la fea situación… ¿Qué se creería él? ¿Qué lo ibas o lo íbamos a despreciar por estar enfermo de los nervios? ¿Acaso él tiene culpa de enfermarse? Camilita, mi amor, son los infortunios inesperados del amor y deben superarlos juntos. ¡Llama a ese muchacho, hija y dile que lo comprendes, que lo apoyas. Yo sé que él te quiere mucho! —Sí, mamá, tienes razón, ya voy a llamar a la Clínica, a ver si me comunican y puedo hablar con él. Y así lo hice, llamé y hablé con Asdrúbal. Yo estaba muy nerviosa, afligida por su enfermedad pero contenta de volver a escuchar su voz y volver a disfrutar de sus frases de amor.

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33. LA DESOLACIÓN

Mi madre aprobó que yo me fuera para Cumaná a visitar a mi prometido convaleciente, pudo más su visión pura del amor que el temor de dejarme marchar sola y con la fragilidad de una novia angustiada. Ella confiaba tanto en mí, que parecía aprehender cada una de mis sensaciones y temores. Al llegar al Centro Clínico, pedí información a los primeros empleados que encontré, de tal manera que di rápidamente con la habitación donde Asdrúbal estaba hospitalizado. Y más aún porque en la entrada de la misma, estaba Doña Josefina que me recibió con un abrazo diciéndome: —¡Camila, mija, qué alegría volver a verte! —¿Cómo está usted, Doña Josefina, y cómo sigue Asdrúbal? —¡Ay, mijita, yo estoy con la atribulación de haber visto a mi hijo al borde de la muerte!... Pero, ya parece estar recuperándose, se le ve mejor color… estaba muy amarillo y con el hígado como una piedra y el dolor era muy fuerte. Pasa a verlo. —¡Gracias a Dios está mejor, tengo muchas ganas de verlo, voy a pasar. —Si, mi amor, pero antes te diré algo importante: no vayas a besarlo, es una enfermedad sumamente contagiosa y aún, no ha terminado de pasar la fase del peligro. Es mi deber advertirte, mija. Ya sabes que todos te queremos mucho. —Se lo agradezco, Doña Josefina. Y entré a la habitación. La hermana de Asdrúbal estaba con él, me saludó afectuosamente y luego salió, dejándome sola. Él estaba allí, pálido y muy delgado. Le dije, con un nudo en la garganta: —¡Hola, mi amor! ¿Cómo estás? ¿Cómo te has sentido? —¡Camila, mi princesa, te he necesitado tanto! Ya me siento mejor porque te estoy mirando... ¡Qué hermosa luces! —¡Ay, Asdrúbal, y yo necesitaba tanto verte! –le dije al tiempo que intenté abrazarlo. Pero él estiró su mano con un gesto de desaprobación, diciéndome: 103


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—¡No, cariño, no te me acerques para nada, puedo contagiarte y no deseo que eso te suceda! Esta hepatitis es crónica y dolorosa, pero más doloroso me resulta no poder abrazarte ni besarte… —Lo entiendo, mi vida, pero ya no te preocupes, ya te recuperarás completamente. Me ha dicho tu mamá que estabas muy mal y ya estás mejor. —No puedo engañarme ni engañarte. Se ha logrado una estabilidad en mis síntomas, pero no estoy curado, tal vez no me cure por completo jamás. La recuperación de esto puede tardar varios años. Aún cuando mejore en los indicios he de someterme a controles periódicos que permitan seguir la evolución de la enfermedad. Si en un año no se han producido otras señales relevantes, los riesgos serán menores y podré prescindir de la atención continua. Pero sería recomendable un control analítico y clínico anual, además de una ecografía abdominal cada dos años y un estudio histológico cada 4 ó 5 años. Será el médico quien marque las pautas de seguimiento. Esto no es bobería, mi reina. —Lo que me cuentas, me impresiona y me lastima. Sin embargo, ya parece ser que lo has asumido con valentía y resignación. En ese sentido a mí, como tu novia, sólo me queda apoyarte y estar contigo en toda circunstancia. Y seré tu esposa, podré cuidarte más de cerca. —Camila… ¿acaso no lo has comprendido? ¡No podremos casarnos, los médicos me lo han prohibido! Han de pasar por lo menos tres años para hacerme un estudio y analizar si puedo o no puedo casarme. —Pero ¿por qué? Si ahora más que nuca yo debiera estar a tu lado para mimarte y cuidarte ¡Claro que debemos casarnos, en cuanto puedas levantarte de esa cama! Aunque sea sin fiesta o sin luna de miel… —¿No lo entiendes?... No podremos tener ningún tipo de intimidad, Camila. Esta es una hepatitis perniciosa. —Pero, mi cielo, eso no me importaría… ¿Y si te hubiera dado esa enfermedad después de casados? ¿Acaso íbamos a tener que divorciarnos?.. No, mi amor, tendría que permanecer contigo eternamente, en las buenas y en las malas. 104


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—Pero, el caso es que no estamos casados, Camila. Y yo nunca te podría someter al sacrificio de casarte conmigo en este estado –Eso dijo, mientras comenzó a llorar copiosamente, al igual que comencé a hacerlo yo… Pero lo más desesperante era que no podríamos abrazarnos ni besarnos, para darnos consuelo. Estando en eso, Doña Josefina entró a la habitación y me dijo: —Camilita, te manda a decir Claudia que la acompañes a tomar un café para no ir sola al cafetín. Es muy tímida esa niña. Con eso tú te despejas un poco del viaje. Anda que yo me quedo con mi hijo. Y salí a buscar a Claudia. Ella estaba sentada en una de las banquetas del pasillo halando con otros familiares. Entonces le dije: —Vamos a tomar el café, Claudia. Tu mamá me mandó para que te acompañara al cafetín. —Vamos, Camila. Aunque lo del café era una excusa para que salieras y poder hablar contigo, pero ir al cafetín es una buena idea, charlaremos allá. —De acuerdo –dije. Luego caminamos, llegamos, nos sentamos y pedimos café. —Verás, Camila, el asunto es complicado. Asdrúbal presenta un cuadro clínico delicado, en el cual las emociones pueden fácilmente desencadenar en crisis y eso no le hace nada bien. No solamente lo está tratando un medico hepatólogo, sino también un psiquiatra, hace una semana su estado depresivo era muy lamentable y con la complicación de que las drogas terapéuticas y las medicinas fuertes, también le afectan el hígado. —Lo he entendido muy bien, Claudia. Te agradezco me hayas informado debidamente. Sé que intentas decirme que debemos cuidarlo y no provocar situaciones como la de hace un momento que ambos desatamos en llanto. Debo pedir disculpas por eso. —Ya, ya está bien, Camila. Tú te sientes mal. Todos nos sentimos muy mal. Y el matrimonio de ustedes no podrá efectuarse, es algo muy lamentable. Eso también afecta emocionalmente a Asdrúbal pero más lo afectaría, estar casado y no poder llevar una a vida normal contigo. Bueno, eso es lo que 105


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piensa mi madre y piensan todos. Hay algo más que no sabes, hace casi dos años, Asdrúbal estuvo internado con una fuerte depresión nerviosa. Suponemos que le sobrevino por el estrés ocasionado por las múltiples actividades profesionales y políticas; ya que para entonces trabajaba cincuenta horas semanales de clase, al mismo tiempo que coordinaba las actividades del Ministerio de la Juventud, a nivel del Estado Sucre, rol que se tomó muy a pecho… Cuando regresó a Cumaná, reanudó su liderazgo como dirigente juvenil social cristiano, pero, pienso que la política casi lo enloqueció. Por otro lado, anhelaba disponer todo de manera perfecta para casarse contigo: estabilidad económica, automóvil, casa… lo cual consideraba como requisitos indispensables. Y ya ves… él ya cuenta con todo eso, con todo menos con la salud… Estuve cinco días acompañando a Asdrúbal, luego de los cuales tuve que regresar a casa porque no tenía justificativo para faltar a mi trabajo. Pero ya había comprendido que no habría boda, por lo menos durante unos tres años. Llegué a mi casa muy afligida y caí en cama durante dos días, con fiebre alta y dolor de cabeza. Mi madre asustada, pensaba me había contagiado de hepatitis y llamó a su médico de cabecera, quien luego de observar mis exámenes sanguíneos, en valores adecuados, simplemente diagnosticó ―estrés emocional‖. Esa navidad y esa Noche Buena mi corazón parecía estar de luto. Con todo y eso, cada vez que me comunicaba con Asdrúbal, éste se negaba a que volviera a visitarlo. A partir de ese trance, su salud emocional y física fue sufriendo continuos altibajos. Luego, fue dado de alta y de nuevo internado en otro hospital, hasta que nuestra comunicación se fue haciendo cada vez más esporádica, pero mi tristeza iba creciendo, al mismo tiempo que mi rol de docente iba, necesariamente, afianzando mi personalidad.

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34. EL GIRO DE LA VIDA

Es curioso ver como la vida de repente gira cambiando el curso de nuestra existencia. Por instantes ella borra el paisaje de nuestro horizonte y lo reemplaza por otro sin pedirnos permiso, sin que podamos hacer nada. Al volante de mi automóvil color amuay, que combina suavemente con el beige de mi corazón, me dirijo a cumplir una misión ciudadana como agente inscriptor del Consejo Supremo Electoral, en la zonas aledañas al Municipio. Los recuerdos se agolpan en mi mente… Ahora tu ausencia me impulsa a luchar por la felicidad del mundo, aunque tú continúas haciéndome mucha falta. Solo Dios sabe lo mucho que me arrepiento de no haberte dado más besos, más caricias, más sonrisas… en ese tiempo que pasamos juntos, unidos por la ilusión. Hoy siento que no lo disfruté de la manera que hubiera deseado hacerlo, pero, aunque la vida haya conspirado en contra de nuestro sueño, me resisto a olvidarlo, pero también me resisto a dejarme morir, por eso me aferraré a la vida. Este escondido anhelo que arde en mi pecho lo tengo que apagar de alguna manera, tengo que seguir con mi trabajo, con mis sueños, robarle al alba ilusiones y a las noches frías robarle emociones, para seguir viviendo alejada de ti. Quizás, cuando me llegue el momento, moriré sonriente, satisfecha de poder aún recordar que fuiste el amor de mi vida, acariciando en mi corazón… las palabras que ya no pude decirte un día... y la entrega que no pudimos cristalizar aquella vez… A mi llegada al núcleo escolar de Paso Real de Macaira, para cumplir mi rol como agente de inscripción electoral, fui recibida por algunos vecinos, quienes extrañados al ver mi auto estacionado frente a la escuela, fueron averiguar quién era yo y qué deseaba. Les expliqué que estaría allí, dos veces por semana, para actualizar datos del Registro Electoral y para inscribir nuevos ciudadanos votantes. En este sentido, al correrse la voz, muchos comenzaron a asistir y algunos más conversadores y dicharacheros, se quedaban de tiempo en tiempo a hacerme más entretenida mi actividad. 107


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Cuando ya la mayoría había acudido, en realidad ya no había mucha afluencia de visitantes, y hubo momentos en que me quedaba completamente sola. Un día, llegó Roberto para actualizar sus datos. Era un apuesto hombre de mediana edad, agricultor de origen español, quien por sus miradas inquisidoras sobre mi fisonomía, supe de inmediato que intentaría flirtear conmigo. Y así fue, con su singular simpatía, comenzó el galanteo hasta el punto que nos hicimos amigos y llegué visitar varias veces su casa –muy cerca de la escuela– donde su madre siempre me invitaba jugos o café. Un día le acepté subirme a su vehículo, para ir a observar la hermosura de sus tierras cultivadas en Paso del Medio y sus alrededores. Varias veces le acepté ir a cenar, mientras pasábamos mucho rato hablando, él de su trabajo y yo del mío. Pero, cuando le dije, que no estaba interesada en comenzar una relación idílica con él, se manifestó desencantado y muy contrariado… No, no podría jamás intentar un nuevo romance, porque Asdrúbal continuaba siendo el ausente dueño de mi corazón.

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35. LA PÉRDIDA

Aquella vez, Roberto me llamó angustiado, desde un hospital donde su madre estaba hospitalizada por un ataque de apendicitis. En cuanto pude desprenderme de mis oficios, fui a visitarla; pero me encontré con que la señora se había complicado por estar mucho tiempo sin atención, de manera que ya la situación había tomado el color de una peritonitis y –por la insuficiencia en el municipio– sería remitida para ser operada en un hospital de la capital. Roberto, sólo contaba con la compañía angustiosa de su anciano padre, que no se separaba ni un segundo de la cabecera de la enferma; de manera que me pidió lo acompañara para irnos detrás de la ambulancia donde llevaban a su madre. Yo, sentí compasión y no pude negarme. Una vez hospitalizada su madre y ya con todo dispuesto para ser operada al día siguiente, él pareció respirar más tranquilo y me invitó a cenar: —Camila, eres una amiga maravillosa y te has portado conmigo como un ángel, pero, entre tantas zozobras, nos hemos olvidado hasta de comer. Mi papá se quedará pendiente de mi mamá, mientras tú y yo nos vamos a cenar a un lindo sitio que yo conozco, creo que nos lo merecemos... ¿no te parece? —De acuerdo, pero debemos regresar rápido, porque tu papá se ve también muy cansado. Y, muy confiadamente, me fui a cenar con Roberto, si imaginar qué pudiera estar maquinando la mente de aquel hombre, que con seguridad era algo de lo cual yo iba a resultar muy vulnerada. Pero ahora me pregunto ¿Cómo un ser, en las circunstancias de tener a su madre al borde de la muerte, puede estar pensando en algo diferente que no sea el deseo del restablecimiento de su salud? Aquel sitio me pareció fresco e impresionantemente grande, aunque ahora experimente aversión. Pisos de terracota pulida, muros acicalados con madera y algunos herrajes negros. Repartido por todas las paredes: cabezas de toros disecadas, sillones de piel 109


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repujada, alfombras coloridas y armas antiguas. Mientras esperábamos nos sirvieran, sólo quise tomar agua, porque no era mi costumbre hacer una entrada con bebida etílica, él se tomó un vermouth, La comida, me pareció excelente al compás show de pianobar que suavizaba aquel fuerte ambiente. Luego de comer, recuerdo que antes de marchar… Roberto me convenció para tomar, una copa de vino blanco, a manera de digestivo y de relajante… Y luego…no recuerdo nada más… En la madrugada desperté en una habitación, sin tener la menor idea de cómo fui a parar hasta allí. Estaba desnuda, acostada en una cama redonda y a mi lado estaba Roberto, dormido y sin pantalones. Sentía que la cabeza me daba vueltas, mientras el pánico se había adueñado de mi ser. Rápidamente me levanto, tomo mi ropa que estaba tirada en el piso, me visto y despierto al canalla que yacía a mi lado. —¡Roberto, despierta, explícame! ¿Qué sucedió? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué me hiciste? —¡Cálmate, Camila, que no sucedió nada, no te he hecho nada! —¡Pero, yo estaba sin ropa! ¡Y no recuerdo haber venido hasta acá! ¿Por qué me hiciste eso? —¡Que te tranquilices, niña, déjame explicarte! Fue que te sentiste mal y perdiste el sentido ¿Acaso no recuerdas nada? Entonces tuve que pedir esta habitación hasta que reaccionaras. —¿Cómo que hasta que reaccionara? Yo no creo estuvieras pendiente de mi reacción ¡Si tú estabas dormido muy tranquilo y, además, yo estaba sin ropa! —Camila, tuve que despojarte de la ropa, porque decías que te ahogabas. ¿Realmente no recuerdas nada? —¿Entonces por qué no me llevaste directamente a un hospital, en vez de traerme aquí? Estoy muy confundida, no sé qué pensar y quiero marcharme ya. Me gustaría estar segura de que me dices la verdad. En lo que lleguemos a la clínica donde está tu madre, yo tomaré inmediatamente camino para mi casa. —Está bien, vámonos ya a la clínica, que a mi madre la van a operar hoy. Y quédate tranquila, déjate ya de pensar bobadas. 110


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En ese momento, realmente yo estaba muy confundida, no sé si mi ingenuidad me daba por intentar creer que todo fue como Roberto me lo contó. Al llegar a la clínica, la madre del tipo había fallecido (Hoy me ha dado por pensar, que tal vez ese fue un inmediato un castigo para mi violador). Yo no esperé que ellos terminaran de hacer diligencias para transportar el cadáver de la señora. Inmediatamente que supe la noticia, tomé un autobús y me vine para mi casa.

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36. HUELLAS

Huellas, muchas huellas quedaron marcadas en mi esencia y en mis entrañas de mujer: Las huellas del amor puro, autor de mis mejores sonrisas y del más grato recorrido de mi sangre juvenil. Las huellas de la desolación que interrumpió bruscamente la marcha de mis anhelos. Y ahora estaba experimentando en mí, las huellas de una noche absurda… Veinte días habían transcurrido, cuando fui al médico porque mi menstruación no llegaba… Diagnóstico: un embarazo insólito, en una mujer profesional, con respeto a las normas familiares y sociales. Un embarazo, donde el amor no había jugado ningún papel. El terror de tener que afrontar aquella situación yo sola, se apoderó de mí. No podría contarle a mi madre ni a ninguno de los míos, que por confiada y estúpida, había sido ultrajada y ahora estaba embarazada. ¡Él también tendría que afrontar su responsabilidad!... Yo aún no reaccionaba como debería ¿Cómo era posible que estuviera pensando de esa manera? No sentía ningún tipo de amor... total me daba lo mismo todo lo demás… Ahora lo único importante era justificar ante la gente aquella barriga que tendría que crecer… Mis padres no debían pasar por la vergüenza de que una de sus hijas pudiera ser madre soltera… Entonces, de manera decidida, lo fui a buscar… primero le reclamé de su engaño, para lo cual usé solamente mi capacidad de reflexión, porque mientras hablaba mi insensibilidad se mostraba pastosa, luego le mostré los exámenes y le dije que estaba embarazada. Él respondido: —¿Embarazada? ¿Embarazada de mí? ¡Estás loca, eso no es posible, yo soy estéril y nunca he logrado concebir un hijo! —Pero ¿cómo puedes decir eso? ¡Deberías estar completamente seguro de que yo era virgen! Sabes que nunca tuve relaciones sexuales con nadie y ni siquiera recuerdo haberlas tenido contigo ¿Te has dado cuenta? ¿Has tomado conciencia de que me has dañado mi vida, cuando yo simplemente, me portaba 112


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amistosamente contigo? De esa manera tan vil pagaste mis detalles de amistad contigo. —Ya, cálmate, Camila. Para todo tiene que haber una explicación. Mira, tengo exámenes de laboratorio que indican lo difícil que sería para mí dejar embarazada a una mujer. Déjame que yo vaya a hacerme unos nuevos exámenes, y luego de eso hablamos. Hoy comprendo que mi reacción, no tendría que haber sido aquella, en la cual no divisaba mi futuro, porque sólo me importaba lo que pudiera pensar de mí, mi madre y todos los demás. Parecía que el mundo de mis verdaderas sensaciones, se hubiera detenido. A los tres días, Roberto se presentó en mi casa: —Camila, vengo a pedirte que te cases conmigo. Yo anteriormente vivía en Maracay, soy divorciado dos veces y nunca pude tener un hijo, este es el primero. No comprendía cómo podría ser, pero fui a Caracas a hacerme nuevamente todos los exámenes y la naturaleza de mi esperma ha evolucionado. Según los análisis, ya soy fértil. Es como un milagro, el médico me explicó que ese cambio puede deberse al cambio de clima y alimentación. Pero, yo creo, que también influyó, el cambio de motivación y de mujer. ¡Jajajaja! —¡Caramba y encima de tu vileza, todavía fuiste capaz de dudar y de ser ofensivo con mi naturaleza! ¿Y ahora, hasta te tendría que agradecer que desees casarte conmigo…? –eso dijeron mis palabras, pero mis pensamientos contuvieron un grito: ¡Desgraciado! — Ya, niña tonta, ya cambia esa aptitud, y llama a tus padres para informarles que vamos a casarnos, lo más rápidamente posible. — De acuerdo, pero nadie sabe que estoy embarazada y tampoco deseo que lo sepan. Y así sucedió. Todos quedaron sorprendidos por aquel noviazgo tan repentino, pero algunos pensaron que me convenía salir de la tristeza que me había dejado mi truncada relación con Asdrúbal. Y en un mes se efectuó aquella absurda boda.

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37. LA LUNA SIN MIEL

Luego de la boda, tomamos la Carretera de La Costa hacia en oriente del país. Yo iba muy callada. Creo que aún no estaba completamente consciente de lo que había hecho, aún no había reflexionado sobre el verdadero valor de lo que significaba formar un matrimonio. Pasamos muchos pueblitos y luego de unas dos horas, él detuvo el carro en aquella carretera oscura y me dijo: —Camila ¿Será que vamos a esperar tanto tiempo para hacer el amor? —¡Roberto, por favor, sigamos el recorrido. Esta carretera me da miedo! —De acuerdo, sigamos, pero de aquí en adelante maneja tú, mientras yo descanso que ya estoy muy cansado. Toma tú el volante –dijo y bajó del carro para que yo me rodara y dio la vuelta para meterse por la otra puerta. —Okey, pero no estoy segura si podría equivocarme en alguno de los cruces. Porque vamos hacia Cumaná… ¿No es así? – Pregunté, pero al pronunciar la palabra Cumaná, mi corazón dio un vuelco. La nostalgia unida a mi absurda nueva situación ocasionó un indescriptible dolor en el recorrido de mi sangre que por fin parecía estar ardiendo con furia. —Tú simplemente maneja, sé que no te vas a confundir. Sí, llegar hasta Cumaná es bueno, desde allá podemos tomar un ferry hasta la Isla de Margarita. ¿No te parece gran idea? —Está bien, de acuerdo –Respondí. Y me tocó manejar completo hasta Cumaná, mientras el tipo dormía. Si se hubiera quedado dormido para siempre me habría hecho un favor, pero, al llegar a Cumaná, tuve que despertarlo. —Roberto, despierta que ya llegamos, me dirás por dónde debo seguir ahora, si no toma tú el volante. —Camila, yo conozco toda esta zona. Cruza a la derecha en el próximo semáforo, vamos a un restaurante que permanece abierto toda la noche. Ya después de allí, yo manejaré el auto. Y si 114


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deseas pasamos nuestra primera noche acá y seguimos mañana, en media hora será la una de la madrugada. —No, Roberto, luego de cenar nos quedaremos en el puerto a esperar el ferry. —Camila, pero si nos vamos en avión serían sólo 35 minutos en vuelo. El ferry se tarda dos horas hasta la isla de Margarita. ¿O es que deseas ver el mar? —Es correcto, me parece que el viaje por mar será mucho más agradable. Realmente yo estaba absorta, no había reaccionado ante los vertiginosos e irreflexivos acontecimientos finales de mi vida. Actuaba como automatizada, con una especie de insensibilidad, que no me dejaba imaginar más allá de mi propio horizonte. Pero, subconscientemente, retardaba el momento de la intimidad sexual con Roberto. Pero llegó tuvo que llegar y fue absolutamente desastroso. Cuando tuve que soportar aquel coito sexual sin amor, con el hombre que vilmente me había ultrajado –no solamente mi virginidad, sino el derecho a poseer un hermoso recuerdo de ―mi primera vez‖– la batalla entre el dolor y el rencor, comenzó a convertirme en la víctima más desgraciada, condenada al asco de sentir la piel de un miserable cobarde.

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38. MI ESENCIA DE MUJER

Llegado en momento donde pude reflexionar sobre el fiasco de mi vida, logré discernir una doble pérdida: por causas inesperadas, perdí el amor verdadero; y, por haber sido violada, perdí el derecho a poseer un recuerdo hermoso sobre ―la primera vez‖, con el cual toda mujer sueña desde la adolescencia y al que tendría derecho de poseer eternamente. Observando mi realidad, dentro de lo que se pudiera considerar un éxito en mi vida profesional, llena de camaradería y cariño, valoré que esa era la parte que me hacía sentir viva. Sin embargo, en mi mundo interior y sin atreverme a buscar alguna vez un confidente, llegué a aceptar mi realidad como un fracaso como mujer. Pero, un día tomé conciencia de que un ser humano se estaba gestando dentro de mí y que ya tendría unas nueve semanas, mi naturaleza maternal se estremeció, abriéndose como se abre el capullo de la flor para recibir cabalmente la luz… Cuando un capullo –en este caso mi esencia maternal– ha permanecido cerrado por algún tiempo, siente como un gran deseo de abrirse, salir al exterior, y danzar alegremente en la fresca brisa del espacio abierto. La fase cerrada a mi realidad, tenía aprisionada mis sensaciones más sublimes, entonces decidí comenzar mi control pre-natal y hacer participes a todos de mi estado de gravidez, que había permanecido en la clandestinidad. Pensé que mi hijo tenía derecho a poseer una familia normal, de progenitores afectuosos y decidí poner de mi parte, para intentar ver a Roberto como el padre de mi hijo, aceptar que, a pesar de todo, era el autor de mi tesoro y quise ser más tolerante para mejorar mi intimidad con él. Comencé a estar consciente de la necesidad que tenía de verle el lado bueno al juego de las apariencias, en el cual accionaban la continua disposición de mi marido de exhibirme ante su círculo de amistades y la satisfacción de ofrecerles a mis padres la mejor panorámica de mi existencia. Llegué a considerar que era preferible ignorar o disimular mi 116


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fracaso íntimo, y la consecuente discordia, antes de enfrentar el dedo juzgador de la sociedad. Pero, los malestares de mis tres meses y medio de embarazo llegaron y con ellos la mayor necesidad de sentir verdadera comprensión y cariño. Ya no podía soportar el continuo olor a cigarrillo del aliento de Roberto, por el contrario me causaba náuseas. Tampoco podía aguantarme las largas visitas de sus amigos, por lo tanto no podía prestarles la acostumbrada atención porque ya a las 8 de la noche el cansancio y el sueño me vencían; situación que obedecía a mi diario trabajo como docente y a mi evolutivo estado de gravidez. Esas circunstancias parecían ser difíciles de entender por Roberto: —¿Cómo es que te apartas de esa manera cuando te toco? Antes, por lo menos te quedabas tranquila, ahora hasta el gesto de tu rostro muestra desagrado. ¿Acaso te estás revolcando con otro? —Robert, por favor no me ofendas. Ahora no puedo soportar el olor a la nicotina. —Yo fumo, igual que siempre lo he hecho ¿Cuál es la diferencia? —Comprende que por mi embarazo, estoy sintiendo de vez en cuando, náuseas. —Trato de comprenderte, Camila. Pero ¿Cómo crees que puedo aceptar tranquilamente que te dan asco mis besos? —Nuestro hijo merecería que dejaras de fumar. Y yo merecería que, por lo menos, usarás un buen enjuague bucal para que no provocaras las náuseas, que sabemos son propias de mi estado… —Ya te he estado complaciendo mucho, cada vez que voy a fumar me voy afuera y bien lejos de ti. ¿Encima pretendes que deje de fumar? ¡Olvídalo, no me da la gana ni siquiera intentarlo! —No me estás complaciendo sólo a mí, deberías estarte complaciendo también a ti, porque lo haces por la salud de mi hijo que es tu hijo. —¡El niño, siempre sacas al niño! ¿Acaso ese niño viene solamente a jodernos la existencia o qué? ¡Todas las mujeres paren y es un acto normal! ¿Porque tienes que alterarse nuestras vidas? 117


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Roberto no era tolerante con mis malestares, tampoco se detenía a reflexionar y ser cariñoso con mi abdomen que crecía cada día más, así como crecía mi sensibilidad y mi carencia de afecto, por ello muchas veces era inevitable que yo derramara algunas lágrimas. Contrario a eso, mi familia, mis compañeros de trabajo y mis alumnos celebraban continuamente la salud de mi embarazo creciente, pero cuando al final de mi jornada, regresaba a casa, generalmente el panorama me cambiaba. Recuerdo lo que sucedido un día: —Buenas tardes –al entrar, saludo a Roberto y dos amigos que brindan con whisky. —Buenas tardes, mi amor. Estamos brindando por la próxima cosecha de lechosas, que con seguridad será formidable – Dice Roberto. —¡Qué bueno! ¡Eso me alegra mucho! —¡Y también brindamos por esa cosecha de sus genes que vendrá en unos meses! ¡Venga, profesora… arrímese al sabor! – Dice uno de los amigos. —No, gracias, yo apoyo este brindis, pero no debo probar bebidas alcohólicas porque le podrían hacer daño al bebé. —¡Mujer, no seas tan despreciativa, una copita nada más, no le hará daño a nadie! —No, ni siquiera podría probarlo, hoy he sentido recurrentes náuseas y mareos y ahora lo que necesitaría es recostarme un poco. He trabajado todo el día y no he podido comer casi nada. Me disculpan, me retiro un rato a mi habitación. —¡Al carajo, chica! ¡Deberías pensar que tu incesante negatividad y tus continuas displicencias conmigo y con mis amigos… eso sí es verdad que podría afectar a mi hijo!

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39. SENSACIONES DE MADRE

Ya más centrada en la realidad de mi embarazo, me dispuse a asumirlo plenamente. En un acto de autoestima, compré ropa materna muy linda, dignas de mi femineidad y de mi bebé. Los halagos sobre lo hermoso de mis senos, lo terso de mi piel y el brillo de mi cabello, no faltaron. En el quinto mes, a través de un ecosonograma, supe que era varón, entonces comencé a pensar seriamente en el nombre que le daría y en el color de su ropa y en todo lo que habría de comprarle. Siempre fui muy delgada, por lo tanto, mi abdomen comenzó a notarse grande, realmente hacia el sexto mes. Constantemente, acudí a un control médico tranquilizador, porque confirmaba que todo evolucionaba perfectamente y sólo me indicaban vitaminas. Disminuyeron los ascos por los alimentos, pero jamás se me pasaron por mi esposo. Y empezaron a crecer los antojos, igual que los movimientos del bebé que a veces eran abruptos, pero siempre me provocaban una sensación maravillosa, porque me hacía tomar cada vez mayor conciencia, de que era un ser humano vital y dinámico que había nacido de mí misma. Comencé entonces a dar gracias a Dios por aquel milagro y a pedirle que fuera saludable, hermoso e inteligente. Erradiqué todo motivo de tristeza y continuamente le hablaba, convirtiéndolo en el exclusivo confidente de mis sentimientos más hermosos. Le hacía saber que yo era su madre y lo estaba esperando para acurrucarlo en mis brazos con amor. A ratos, me sentaba a oír música clásica o merengues para colaborar al desarrollo de su cerebro y de su felicidad. Fue un parto normal y sin ningún tipo de traumas para él bebé y para mí. Cuando el médico lo levantó en sus brazos, yo también levanté mi cabeza y observé que movía sus bracitos con sus ojos muy abiertos, entonces el médico le dio una nalgada para provocar su llanto y me dijo: —Profesora, no debe incorporarse, manténgase horizontal que aún no hemos terminado con usted, ya que se le hizo una 119


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episiotomía, a fin de permitir una salida más fácil para el bebé, y evitarle a usted lesiones o desgarros en el periné, porque su hijo es muy grande, está muy desarrollado. Es este sentido, ya la vamos a suturar y a limpiar para llevarla a su habitación. —¡Está bien, Doctor, pero déjenme mirar bien a mi niño! —Aquí se lo traigo bañadito. Ya luego, cuando salgamos de la sala de parto, será llevado al retén de bebés. Más tarde, cuando usted esté en su habitación, yo misma se lo llevaré –dijo una enfermera, mientras lo colocada a un lado de la cama, y el médico concluía su trabajo conmigo. En ese pequeño instante le toqué las manitas y los pececitos, comprobando que sus dedos estaban completos. Era muy rosadito, con los ojos muy abiertos. Era hermosísimo y –lo más importante– era fruto de mis entrañas.

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40. EL MALTRATO

Mi hijo se desarrollaba hermoso y sano, al igual que mis actividades docentes. Sin embargo, mi vida íntima era un continuo sinsabor, porque a pesar de mis intentos por aceptar aquella piel al roce de la mía, en mi conciente y en mi subconsciente jamás pude perdonarle el haber abusado de mí, robando mi virginidad y con ella el recuerdo de ―la primera vez‖. Una primera vez que –como desea toda mujer– tendría que haber sido hermosa y apasionada, con el hombre amado, con el príncipe del más romántico sueño, que en el transcurso de la infancia a la adolescencia, es un anhelo que comienza a crecer con las imágenes de abrazos que flotan y besos impregnados de magia. Entonces me venía la nostalgia –no podía evitarlo– de la manera sublime como Asdrúbal me amaba. Encima de eso, el carácter de Roberto se hacía cada vez más despótico e irrespetuoso, lo cual hacía más difícil lograr la armonía –si no de un gran amor– por lo menos de una buena amistad entre dos seres que en común solo tenían un hijo a quien educar, cuidar y proteger. Pero, el colmo vino, con el comienzo del maltrato físico: Tenía mi hijo sólo seis meses de edad, cuando me lanzó la primera cachetada… La rutina de llevar conmigo al niño a las 6:30 de la mañana, con una muchacha contratada para su cuidado, luego dejarlos casa de mi hermana, mientras yo me iba al trabajo, me hacía sentir a las primeras horas de la noche sumamente extenuada. Por lo tanto, ese día quise quedarme en casa descansando, y no ir con él a mirar la siembra de lechosa y tomar unas cervezas… Entonces, desató una ira incontrolable, lanzando objetos al piso y propinándome una bofetada tan fuerte que hizo sangrar mis labios. Al día siguiente tuve que faltar a mi trabajo, porque el trauma y la hinchazón fueron imposibles de disimular. ¡Y hubo tantos momentos tan semejantes! Sobrevinieron situaciones de mucho peligro, tanto para mi hijo como para mí… Arreglaba yo la cuna del bebé con una mano, mientras con la otra lo tenía cargado diciéndole a manera de arrumaco: Ahora mi niño, que también es el rey de esta casa, se me 121


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va a quedar un ratico en su cunita, que su mami se va a dar un baño y luego viene a darle su tete… Mi nené precioso que Dios me ha dado para iluminar mi vida, me va a esperar muy tranquilito porque es el niño más educado de este mundo… Mire, preciosura, prométame que no va a comenzar a llamar a su madre a gritos... ¿Qué cosas dice mami?… ¡Si el nene aún no practica las clases de Castellano!… ¡Jajajaja! Yo no me daba cuenta que Roberto, había llegado y estaba tras de mí. De repente arremetió con furia y estremeciendo la cuna, me grita: —¡Pero, carajo, mujer, déjate de estupideces y ve a bañarte de una maldita vez o a hacer lo que tengas que hacer, para que luego vengas de nuevo a ocupar tu tiempo en el niño. Creo que es lo único que haces bien! —¡Vas a asustar al bebé, Roberto, no grites, cálmate! Yo no sabía que estabas en casa… —¿No sabías que yo estaba en casa... eh? ¿Es que nunca estás pendiente de tu esposo? –Dice tomándome por el cuello, como con intenciones de estrangularme– ¿Acaso tu mundo está formado solamente por tu hijo y tu trabajo de porquería? ¡Pues, mírame bien. Estoy aquí en casa, no estoy en la calle, he llegado y soy tu marido! ¿Me vas a atender o qué? Roberto no me soltaba, todo lo contrario, apretaba mi cuello más y más. Yo intentaba soltarme para huir y no podía, su fuerza era descomunal; quise gritar y fue imposible. La presión de sus manos en mi cuello me impedía respirar. Sentí la sensación de estar muriendo y perdí el sentido. Cuando desperté, mi hijo lloraba en su cuna y escuché el ruido de la puerta al cerrarse. Me levanté, el dolor de mi garganta era muy fuerte y noté que la leche materna se disparaba de mis senos a borbotones… Levantar a mi hijo y amamantarlo fue tranquilizador para ambos. Posteriormente, yo vigilaba a mi hijo que estaba en su corral, mientras sentada en el sofá, corregía una gran cantidad de exámenes y trabajos de los centenares de alumnos que entonces tenía. Entonces, Roberto llega y me dice:

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—¡Camila, no quiero verte nunca más, trayendo tu trabajo para mi casa! ¡Guarda todo ese papelero y date cuenta de una maldita vez que estás en mi hogar y no en tu liceo! —Roberto, quiero terminar de corregir todo esto, porque con tantas cosas que tengo que hacer, se me ha amontonado y estoy muy atrasada. —¡Te dije que guardes todo eso, de una vez por todas, si no quieres que te queme viva con todo y tu promontorio de papeles! Dicho esto, tomó un fajo de exámenes y con su yesquero le prendió fuego, llevándolo en la mano y amenazando con zumbármelo encima. Entonces, yo me paré violentamente y por los postigos de la ventana que estaban abiertos. Saqué la cabeza y comencé a llamar al vecino que estaba sentado en la acera de enfrente… Roberto se retiró a la habitación, mientras dejó los papeles humeando en el suelo y el niño llorando, como si pudiera comprender la gravedad del asunto. Cuando el vecino acudió a mi llamado, le dije: —Disculpe, Señor Carlos, sólo quería preguntarle si todavía tiene cilantro de monte para que, cuando pueda, me regale unas hojitas. —¡Como no, ya se las traigo! ¿Todo está bien, mijita? —Sí, señor, todo está muy bien, gracias y perdone. Por todos estos lamentables cuadros, en mi mente se venía alimentando la idea de divorciarme, considerando que –en estas circunstancias– la presencia del padre podría ser más dañina en el desarrollo evolutivo de mi hijo que su ausencia.

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41. LA VIOLACIÓN

Roberto se negaba a acudir a las citaciones de mi abogado, a fin de realizar un divorcio de mutuo acuerdo, que era lo que yo hubiera preferido, con la maduración de la armonía suficiente, en virtud de que ninguno de los dos perdiera, de ninguna manera, el contacto con nuestro hijo y éste pudiera siempre observarnos sin enojos. Cuando le dije, que de cualquier modo me divorciaría porque existían muchas formas de divorcio, fue a la cita del abogado y acordó hacer una separación de cuerpos, que duraría un año, por lo cual él debería dejar el hogar y cumplir ciertas normas como una requisito para posteriormente adquirir el status de divorciados oficialmente. Habrían transcurrido unas seis semanas, desde que había dejado el hogar, cuando una mañana sabatina, con la seguridad de que yo estaba en casa, usó su llave y entró. Yo lo saludé extrañada: —¡Hola Robert! ¿Vienes a ver al niño? Me hubieras llamado antes, ya sabes que no debe estar así porque tenemos que respetar un lapso legal. —Camila, yo no pretendo continuar con esta separación de cuerpos, porque no es verdad que yo haya aceptado divorciarme, de manera que he decidido venirme a esta casa nuevamente. —¡Oye, pero no puedes hacer eso, ya sabes que yo sí deseo divorciarme, con uno solo de los dos que quiera divorciarse basta. Y ya sabes que hemos vivido mal… —¡Tú a mí no me vas a engañar! ¡Tú debes estar acostándote con otro! ¡A ver, lo tienes aquí? ¿Dónde está? ¡Preséntamelo para matarlos a los dos! —¡Estás loco, yo estoy sola, y el niño duerme en el cuarto, no grites para que no se despierte! ¡Quédate tranquilo! —¡No me quedaré tranquilo y tú me la vas a pagar! –dijo, abalanzándose sobre mí, golpeándome brutalmente por el rostro y cualquier otro lugar, hasta el punto de qué pensé que ese día me mataría realmente. Me arrastró a la habitación, dándome tumbos contra las paredes, mientras destrozaba mi ropa y profería insultos 124


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de la más baja categoría. Luego me zumbó a la cama, haciendo en mi piel moretones con su boca, dejándome roto el pezón izquierdo, penetrándome brutalmente hasta consumar el peor crimen contra mis derechos humanos. Luego se marchó trancando todas las cerraduras y robándose mi manojo de llaves. Yo estaba casi desmayada, cuando de repente, me asaltó el recuerdo de mi hijo y levantándome como pude, me puse una bata, me dirigí al otro cuarto, con el temor de que se lo hubiera llevado… pero ¡Qué alegría! Allí estaba mi niño, sentadito en su cama-cuna, con los ojos muy abiertos y en la mano una maraquita que al darle golpes contar el colchón producía sonidos que él trataba de imitar con su voz: ―tatá… ―tatá…―tatá…‖ Al verme me estiró los brazos y me dijo: — ―Mamá… tete‖. Entonces, lo levanté de la cama y lo coloqué en la alfombra y le dije: —Mi nené, no seas tan flojo, ya casi hablas, pero no quieres caminar. Quédate aquí mientras te preparo tu tetero. —―Ti, mamá… tete… tete‖ Entonces entré a la ducha, mi cuerpo temblaba, estaba llena de pánico, sentía una taquicardia con la que el pecho y el abdomen se contraían, sin lograr estabilidad pero mi hijo no debería percatarse de eso. Me di un baño sin usar jabón en el cuerpo porque hasta el agua me ardía y me cambié de ropa. Lo hice muy rápidamente, para hacerle un tetero al niño, porque ya hacía dos meses que había dejado de mamar. Le di el biberón al niño, mientras entre mis pensamientos exaltados, buscaba la manera de salir de la casa y escapar. A la mente me venía la vaga idea de unas copias de llaves que me habían sobrado alguna vez y debería buscarlas, sino debería intentar romper la cerraduras o puertas, o en todo caso llamar a alguien para que desde afuera me auxiliara. Pero yo no quería acudir a eso, no deseaba que los vecinos se dieran cuenta de que me habían dejado encerrada y golpeada, no me pareció necesario pasar por esa humillación pública. Desde las diez de la mañana como hasta las tres de la tarde, sentí cierto alivio de la crisis de pánico, entonces, decididamente, volví a dejar al niño en la alfombra y comencé a revisar, 125


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revolviendo todos los cajones del chifonier y todos los espacios del closet. En ello duraría unas tres horas… y yo, angustiada, porque presentía que en unos minutos Roberto regresaría por la revancha, comenzaba otra vez a inundarme de pánico. Pero de repente, encontré un manojo de llaves guardado en el cajón de las medicinas. Llena de satisfacción tomé un bolso y llenándolo de las cosas más necesarias de mi bebé, me dirigí a probar las llaves de las puertas de entrada, hasta que conseguí abrir la de madera, la de hierro tuve que reventarla por las bisagras que daban hacia dentro; tomé a mi niño con un brazo y el bolso en el otro y salí huyendo… y fui a parar en la casa de mis padres que estaba muy cerca. Allá me senté en la primera silla que encontré, y comencé a respirar con mayor libertad, mientras todos jugaban con el niño y me preguntaban por los moretones de la cara y de otras partes del cuerpo. No sé bien porque sucedió eso, pero habiendo podido hacer tantas cosas desde el momento de la violación hasta llegar a la casa de mis padres, ahora mi organismo parecía haber colapsado, había quedado en shock y no lograba emitir palabra alguna. Mis padres y hermanos estaban asustados, pero, a eso de las siete de la noche, yo comencé a hablar y a responder todo lo que me preguntaban. Entonces me quedé allá con mi hijo, mientras pensaba en la mejor manera de llevar la vida, desde ese momento en adelante. A las dos semanas, me armé de valor, porque yo le había agarrado mucho miedo a Roberto, e introduje una demanda de divorcio con los causales de maltrato físico, tortura psicológica, exceso de sevicia e injuria grave, factores que hacen imposible la vida en común.

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42. NO EXISTE EL AYER

Ella quedó allí, largo a largo en el lecho ensangrentado su propio compañero la había violado otra tendría que vivir. El transgresor se marchó trancando morada con llave y candado; a la muerta y al hijo, dejando encerrados y la sangre se secó. La mujer quedó muerta, la madre se levantó a ver a su hijo con sangre en la boca se sonrió y lo bendijo y reventó la puerta. Ella yace sin vida, la otra corre con su hijo en brazos para salvarlo de la tristeza y el fracaso e inventarle caricias. Ya no hay mujer, ya tampoco habrá padre desagraciado, sólo habrá madre de amor multiplicado… no existe el ayer.

Después de su divorcio renació una nueva Camila, más moderna, más sonriente y segura de si misma y sabiendo muy bien lo que quería: Darle a su hijo la mejor imagen de una madre independiente, inteligente, actualizada, pero sobre todo muy humana y alegre. Estaba dispuesta a retomar con optimismo las riendas de su vida y a prepararse mucho más intelectualmente, perfeccionando sus estudios y realizando carreras de postgrado. Esas serían las principales herramientas para rehacer su vida de una manera constructiva, integral, siempre en armonía con su propia naturaleza, con su hijo, con el resto familia y con la sociedad. Jamás el sentimiento de desvalorización, asaltó la autoestima de Camila, porque desde su perspectiva supo darse cuenta que había sido víctima del destino y de una mala persona. Su vida profesional tomó auge. Al tiempo que su hijo crecía y alternando su 127


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trabajo como Profesora de Castellano, se especializó en Dialectología, y realizó una Maestría en Gerencia Educativa. Cuando el niño tenía diez años acababa de recibir el título de Doctora en Psicolingüística. Sin embargo, el corazón de Camila, abierto a su hijo y a la educación, parecía haber cerrado sus puertas al idilio, nunca más albergó en su naturaleza de mujer, la ilusión de sentir el amor de pareja. Además de trabajar en una Escuela Básica, prestaba sus servicios en diversas Universidades, realizando interesantes Trabajos de Investigación Educativa. En este sentido, una de sus tesis, denominada ―La otra cara del vocablo en Latinoamérica‖ fue tomada en Cuenta por el Centro de Investigaciones y Extensión de la Facultad de Ciencias de la Educación (Ciefed) de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC). Cuando su hijo tenía 17 años y ella contaba con 40, Camila acudió a una invitación del referido instituto, a fin de trabajar con Raúl Lácum, un eminente Profesor e Investigador, que a su vez, ya había pasado por el dolor de haber perdido a su amada esposa, hacía ya cuatro años, en un accidente de tránsito. A los veinte días de su regreso a Venezuela, Camila, tuvo un fuerte recuerdo del Doctor Raúl Lácum, porque durante el tiempo trabajado a su lado, pudo llegar a sentirlo como un amigo muy especial: un hombre lleno de inteligencia, respeto, generosidad y delicadeza. Entonces decidió escribirle un email, en el cual lo saludaba y como archivo adjunto le enviaba un cuento titulado ―La coleccionista de besos‖, construido sobre el surrealismo de lo que significaba para ella el haber trabajado quince días a su lado.

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ÍNDICE PRÓLOGO……………………………………………………….………………………..……….…….3 1. EL EMAIL………………………………………………….………………………………….……..6 2. COMO TANTAS TARDES…………………………………………….………………..….….…...8 3. SU FOTOGRAFÍA……………………………………………………………………………...….10 4. SU LLEGADA……………………………………………………………………..……………….12 5. MI LOCURA……………………………………………………………………..…………………15 6. LA ROSA…………………………………………………………………………………..……….17 7. EL CIELO…………………………………………………………………………...………………20 8. EL BESO………………………………………………………………………..………………….23 9. EL NACIMIENTO DE CAMILA……………………………………………………………...……25 10. LA ABUELA EN LA SILLA……………………………………………………………………......29 11. LAS CUATRO MOSQUETERAS………………………………………………..…………..…..31 12. ENTRE UNA ILUSIÓN Y UNA ESTUPIDEZ……………………………………………...……35 13 ENTRE EL BAILE, EL BESO Y EL SUSTO………………………………………………....…37 14. ACOPLADA Y ENAMORADA SIN REGLA………………………………………………….....42 15. EL PABELLÓN VENEZOLANO…………………………………………………………….……45 16. EL ORDEN Y LAS REGLAS………………………………………………………………...…...51 17. CAMILA, CONMIGO NO CUENTE…………………………………………………….………..54 18. AGORAFOBIA EN LA SELVA DE CONCRETO………………………………………...……..57 19. APRENDER A CONVIVIR……………………………………………………...……………..….61 20. EL PRIMER DÍA EN LA UNIVERSIDAD……………………………………..…………...…….63 21. EL FLACO VIRUTA DE COMIQUITAS…………………………….……………………………65 22. UN SUEÑO………………………………………………………...………………………...…….68 23. LA SERENATA……………………………………………………………………………...….….71 24. EL LLAVERO…………………………………………………………………………...………….74 25. EL TEMPLE VIRIL DEL FLACO……………………………………………………………...….77 26. OTROS BESOS……………………………………………………………………………………80 27. EL COMPROMISO…………………………………………………………………………..……84 28. EL PRIMER DÍA DE PRÁCTICAS DOCENTES……………………………………….………86 29. LA ENTREGA DE MEDALLAS…………………………………………………………….…….90 30. EL ACTO DE GRADUACIÓN…………………………………………………………………....94 31. CUMANÁ……………………………………………………………………………………..…….96 32. LA LLEGADA DE LA NOCHE ETERNA……………………………………..…………….…100 33. LA DESOLACIÓN…………………………………………………………………...………..….103 34. EL GIRO DE LA VIDA…………………………………………………………………………...107 35. LA PÉRDIDA………………………………………………………………………...……………112 37. LA LUNA SIN MIEL……………………………………………………………………..……….114 38. MI ESENCIA DE MUJER………………………………………………………..…….………..116 39. SENSACIONES DE MADRE………………………………………………………..………….119 40. EL MALTRATO…………………………………………………………………………………...121 41. LA VIOLACIÓN……………………………………………………………………………….…..124 42. NO EXISTE EL AYER………………………………………………………………..………….127

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Milagros Hernรกndez Chiliberti

La Coleccionista de Besos

EDITADO EN JUNIO DE 2011 POR:

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Milagros Hernández Chiliberti

La Coleccionista de Besos

Milagros Hernández Chiliberti Presidenta de la Sociedad Venezolana de Arte SVA. Cónsul de Poetas del Mundo en el Estado Guárico de Venezuela. Embajadora de la Paz en Venezuela del Círculo Universal de Embajadores de la Paz de Ginebra – Suiza. Miembro Honorario de la Sociedad de Arte de Bolivia. Presidente Ejecutiva Colegiada de la Unión Hispanoamericana de Escritores (UHE) Embajadora de SIPEA-Venezuela Nació un 16 de marzo en Altagracia de Orituco, población llanera del Estado Guárico-Venezuela, a los pies del majestuoso y natural pulmón de la Cordillera de la Costa, hija del noble pintor y poeta Miguel Hernández y de la distinguida dama Susana Chiliberti, fundadores de una virtuosa familia de artistas. A los veinte años de edad obtuvo el título de Profesora en Lenguaje y Literatura, posteriormente se especializó en Dialectología de la Lengua Española, hizo una maestría en Gerencia de Sistemas Educativos y estudios doctorados en Lingüística. Sin embargo, afirma que su mejor título es el de madre y sus mayores logros son sus hijos, Francisco Javier y Daniel Vicente. Trabajó casi tres décadas en la Unidad Educativa Ramón Buenahora de su terruño natal, tiempo durante el cual se destacó como Docente de Aula y Coordinadora de diferentes Departamentos. Es tutora de Proyectos Investigativos Sociológicos, dibujante especialista en rostros y asesora de dibujo en la técnica del carbón y el puntillismo. Actualmente se desempeña como Profesora en la Universidad Simón Rodríguez y en la Universidad Nacional Experimental Libertador. Además, es socia y personal directivo del Colegio Privado Batalla de la 131 Victoria. (Venezuela)


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