EL PANTALONAZO Por Tomás S. Jaime
La mañana del jueves 4 de agosto de 2011 deslumbraba con el sol a punto de llegar a su cenit en la ciudad de Cali, invitando a sentir el calor colombiano, pero sin quemarse al dejarse ver como citadino. Los señores Héctor N., Julio N. y Freddy N. –utilizaremos estos nombres para ocultar su identidad- acompañados de varios jóvenes que descendieron de un autobús plateado con líneas verde, amarillo y rojo, estacionado a un costado de la plaza grande de la ciudad, se solazaban disfrutando del paisaje y mirando con interés inusitado a las caleñas que pasaban por el lugar. Mientras Freddy N. se afanaba en captar con el lente de su cámara a una chica alta, de cabello ensortijado y largo que despreocupadamente estaba sentada en una de las bancas de la plaza, dejando ver gran parte de sus muslos y luciendo unas sandalitas color piel con una margarita en el entre-dedo, el señor Héctor N. no le quitaba la vista a una caleñita simpática que lucía una minúscula falda, que parecía más bien un maxicinturón y un top que dejaba ver gran parte de su pecho y en el seno derecho se resaltaba un tatuaje en forma de dragón, que después supimos era “lo que le llamaba la atención”, según consta en la declaración de Héctor N. El señor Julio N. estaba muy preocupado por organizar a los jóvenes que bajaban del autobús haciendo mucha algarabía y llamando la atención de los caleños que por el lugar se movían. A primera vista se trataba de un grupo de universitarios en un “viaje de estudios”, como ahora han optado por llamar a los paseos recreativos en algunas universidades de todo el mundo. Era un día común y corriente pero para este grupo de personas se convertiría en algo inolvidable, que quizás con el paso de los años sea recordado –por ellos y otros muchos que no estuvimos allí- como el “Pantalonazo”. Es sabido por propios y extraños que los turistas –principalmente los extranjeros en cualquier país- son presa fácil de los estafadores y vivales de la localidad, por eso se recomienda, por casi todas las autoridades de los países, no entusiasmarse con oportunidades fantásticas que cualquier desconocido nos presente. En el Ecuador es muy conocida la leyenda del “vendedor de Muisne”; mientras que en México se hacen excelentes cachos con gringos comprando las pirámides de Teotihuacán. Pues bien, después de aproximadamente unos veinte minutos de estar en el lugar y ya organizados los jóvenes por Julio N.; tanto Héctor N. como Freddy N. no se les veía por el lugar, aunque después supimos que estaban tomándose un tintito con un par de caleñas en una cafetería que se encuentra a mano izquierda de la Plaza, llegando por el Norte, llamada “El Gilacho”; se acercó al grupo un caleño con una funda plástica color negro y de ella extrajo un jean de excelente calidad, el cual ofreció a los jóvenes por tres dólares. Al principio quienes estaban cerca del caleño –que eran unas señoritas que venían también en el bus gris- sólo miraron y escucharon lo que el hombre decía, pero algunos de los jóvenes se acercaron haciendo un círculo alrededor del caleño. Junto a los jóvenes se acercó Julio N., quien tomando la palabra le pidió ver el jean. El caleño se lo entregó y sacó otro de la funda negra y se lo pasó a uno de los jóvenes; tanto Julio N. como algunos jóvenes palparon la tela del jean, lo apretaron con ambas manos, para ver si se arrugaba, lo estiraron un poco para observar si era strech y comprobaron su excelente calidad. En su declaración Julio N. manifestó que había comprobado la marca del jean y las costuras, pues de no hacerlo cuando se compra un jean, después se descosen rápidamente, por no ser pantalones de marca. También afirmó que eran muy buenos jeans colombianos y que el precio de tres dólares le
pareció excelente, por lo que llamó a Héctor N. por celular y le comunico de la oferta, ya que Héctor es un experto en conocer las telas y difícilmente se deja engañar. Héctor N. por su parte, dejó a Freddy N. con las dos caleñitas en el café “el Gilacho” y se acercó al grupo con inusitado entusiasmo, pues es conocido por sus amigos como “el vendedor virtual más grande del mundo”, por olfatear las oportunidades de hacer negocio, antes que percibir que la plancha le está quemando su camisa. Observó los pantalones y le dijo al caleño que si tenía más. El hombre ni tardo ni perezoso le dijo que los vendía a tres dólares, pero con la condición de que le compraran todos los que tenía en la funda negra, pues necesitaba la platica para sacar a su mujer del hospital en que estaba internada con un nuevo guagua y que no tenía más que veinticinco pantalones que había traído de Bogotá como stock de venta, pero como la esposa había llegado al término de su embarazo, se vio obligado a internarla y necesitaba cien mil pesos para sacarla, el resto era para regresarse a Bogotá y mercar más pantalones. Que en las afueras de Bogotá, en Soacha Compartir hay una fábrica que se los vende a tres mil quinientos pesos cada uno. Con los pantalones en la mano y mirando la excelente calidad de los mismos, así como sopesando la idea de hacer negocio, Héctor N. y Julio N. rascaron en sus bolsillos, pero no completaban los setenta y cinco dólares que el caleño les pedía, así que entusiasmaron a algunos de los jóvenes y les manifestaron que en una negociación comercial hay que guiarse por la oportunidad, así que si juntaban cada uno para comprarse dos pantalones, les saldría baratísimo. En estas estaban, cuando se acercó Freddy N. que ya le habían dado aire las caleñas y había pagado una cuenta de sesenta mil pesos en “El Gilacho”, sin pensar que el nombre del café era tal vez un presagio de la manera en que los caleños los estaban mirando. Le dijeron que si no le entraba a la vaquita para adquirir los veinticinco pantalones, a lo que él manifestó que estaba chiro, pues ya había pagado una cuenta de sesenta mil pesos, unos treinta dólares aproximadamente y que su mami lo iba a regañar por haber tirado así la plata. Para no extendernos tanto, Julio N. puso quince dólares, Héctor N. puso seis dólares, pensando en llevarle un regalo a su hijo y entre diez y ocho jóvenes pusieron de a tres dólares cada uno, algunos de ellos era lo que tenían para su almuerzo, pero el entusiasmo de los mayores y la idea de venderlo en Tulcán (en la declaración se supo que eran ecuatorianos y que estudiaban comercio exterior y negociación en la UPEC) a doce dólares, consideraron que el sacrifico de no almorzar valía la pena. Juntaron los setenta y cinco dólares y Julio anotó cuanto puso cada uno. El caleño por su parte, que era un hombre de tez morena, de unos treinta y siete años, con los ojos negros y el pelo del mismo color, aunque escaseándole en la frente; medía un metro setenta aproximadamente, se veía que hacía mucho ejercicio, especialmente jugaba basket, pues su cuerpo, a pesar de ser delgado, era atlético. Guardó los dos pantalones que les había mostrado en la funda negra y con la mirada hizo venir a la caleñita de las sandalias con la margarita en el entre-dedo, la cual se acercó con otra funda negra y cambiaron las fundas. La misma que Freddy N. había fotografiado. Contentos con su negocio, Julio N. le entregó los setenta y cinco dólares, unos ciento cincuenta mil pesos colombianos, y recibió la funda negra con la mercancía. La abrió y miró en su interior, allí estaban los pantalones de excelente calidad. Se despidieron y subieron la funda al bus, para repartirse los jeans más tarde en el hotel. Ya a eso de las nueve de la noche, en el hotel denominado “Te veo la cara”, de la ciudad de Cali, Julio N. abrió la funda y empezó a extraer la mercancía, el primer pantalón era uno de los que les habían mostrado y se lo midió, le quedaba muy grande de talla, así que se lo entregó a Héctor N., a quien sí le quedó bien. Pero cuál sería su sorpresa al extraer
el segundo pantalón, era pequeño, como para el señor Freddy N. y estaba muy gastado y sucio. Así que vació el contenido de la funda en la cama y se desparramaron varios pantalones de diversas tallas, pero todos eran viejos y rotos, algunos eran tan pequeños que parecían hechos para niños de primera comunión, de unos siete u ocho años. Con cara de estafados se quedaron todos los que habían participado del negocio y voltearon a ver al “vendedor virtual” Héctor N., quien con cara de sabiduría popular sólo alcanzo a decirles: “Hoy les hemos enseñado lo que no se debe hacer en una negociación….” Los demás hechos ya los conocemos por la declaración que hicieron en el Puente Rumichaca ante la policía de Ipiales. Moraleja: Para un sabido hay otro más sabido.