¿Qué hacer y no con las
TIC? J OS É M AR I O ORT I Z S OTO *
Las nuevas herramientas de información y comunicación permiten tener más eficientes y eficaces vehículos para el proceso enseñanza-aprendizaje. El uso de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), ayuda a desarrollar habilidades y competencias que nos permitan —tanto a profesores como a educandos—, un aprendizaje con menor grado de caducidad y mayor grado de retención del conocimiento. Una de las fortalezas de las TIC es que permite que los estudiantes asimilen escuchando y haciendo. En la escuela tradicional los profesores nos esforzábamos por presentar la información con apoyos gráficos para que se almacenara en la memoria a largo plazo. Aunque ahora, en el nuevo panorama, sería un error creer que los estudiantes, de forma automática, aprenderán por el hecho de ponerse frente al pizarrón electrónico, la pantalla del computador o darles acceso a la Red. Debe entenderse que aún se trata de lograr un binomio alumno-profesor en el que el educando requiere el mismo esfuerzo y dedicación que solía tener en la escuela tradicional y sin uso
de la tecnología. Y el docente debe transformarse en el facilitador de la información, con creatividad para darse a entender y no dejar a las TIC como responsables directas del aprendizaje. Para ese efecto, se sugiere tomar en cuenta los siguientes rubros: Hacer. O aprender haciendo. Diciendo cómo debe hacerse para que, posteriormente, el alumno continúe sin ayuda del mentor. Motivar. Poner objetivos claros: ¿qué aprender? y ¿por qué aprender? Reflexionar. Enseñar a reflexionar sobre sus fallas a quienes se equivocan, para que puedan resolver los problemas. Contexto. Los educandos deben percibir que hay una aplicación de lo aprendido a su vida cotidiana: ¿Para qué me sirve este conocimiento?
* Coordinador de Actividades de Adiestramiento y Desarrollo de la Escuela Secundaria Técnica 86, Guadalajara, Jalisco.
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: : ¿Qué hacer y no con las TIC?
Los maestros tenemos grandes retos en el uso de las TIC. En el presente toda la información que poseemos no sólo está disponible en libros sino también lo está en la Red o en enciclopedias electrónicas. Y los alumnos tienen acceso a ellas. Sin embargo, si bien la información viaja a través de las redes informáticas, el conocimiento solamente se trasmite a través de la educación; por lo que debemos seguir colocando en el centro de nuestro quehacer a los educandos y no a la tecnología por delante de ellos. La información por sí sola no produce conocimiento si no la ponemos en práctica. El saber lo construye cada alumno a través de su experiencia de vida diaria. Aprender es una habilidad clave, así que las TIC deben ser solamente nuestras herramientas auxiliares para instruir. ¿Cuál es, entonces, el valor de las TIC? Tomemos en cuenta que la habilidad de procesar y almacenar información de los alumnos no es infinita, aunque sí muy vasta si nos proponemos explotarla. El valor del uso de la tecnología radica en su potencial para presentar, explicar y transmitir datos y que éstos se conviertan en aprendizaje. Los profesionales de la educación estamos, precisamente, en el ojo del huracán, en el ejercicio de poner sobre la mesa nuestros conocimientos referentes a una materia, para que los alumnos puedan tomarlos, autogestionarlos, adquirir habilidades y ser competentes en el área. Y en este reto, los instrumentos de información y comunicación nos ayudarán como aceleradores de los procesos de enseñanza-aprendizaje, siempre y cuando los modelos de uso de la tecnología estén funcionando adecuadamente. Al aplicar las TIC, debemos hacer uso de las experiencias aprendidas a través de la escuela tradicionalista, para transformarla y adaptarla —con nuestras propias aptitudes— y pueda funcionar en nuevos paradigmas didácticos. La primera habilidad a desarrollar es aprovechar la tecnología como herramienta y no como solución. Pongamos un ejemplo de un mal uso de las TIC. En la escuela tradicionalista el docente motiva a la investigación externa de un capítulo específico de una materia determinada, sugiriendo el uso de una enciclopedia electrónica. El alumno suele tener acceso —ya sea en un cibercafé u otra opción— a Encarta y le presenta al profesor un
simple ejercicio de copiar-pegar, para lo que el alumno escuetamente necesitó teclear en la barra del buscador. El mentor suele darse por complacido y así dice que propicia el uso de las TIC. ¿Dónde está, en este ejemplo, la evolución de las habilidades y competencias? ¿Ese es un buen uso de las Tecnología de la Información y Comunicación? ¿Qué habilidades puso en práctica el alumno? ¿Qué nuevos conocimientos adquirió? ¿En qué parte de su vida puede aplicar estos conocimientos? En este caso, nos quitamos la oportunidad para innovar y progresar, dejando en manos de la tecnología el aprendizaje. No es tan complejo estar del lado de la tecnología. Los docentes, en su gran mayoría, usan la computadora para hacer exámenes e incluso, para navegar en Internet, así como para enviar y recibir correos electrónicos. También utilizan teléfonos celulares —a través de los que mandan mensajes— y algunos manejan Palm. En pocas palabras, todo lo que cotidianamente el maestro utiliza como tecnología, es la base para entender el uso de las TIC en el aula. Por lo tanto, no veamos como misión imposible el transformar la escuela tradicionalista en una escuela que utilice las TIC. Nos vamos adaptando, como cuando salieron al mercado los celulares que, hoy en día, manejamos como si siempre hubieran estado presentes. Hasta parece inadmisible ver nuestra vida sin ellos. No cometamos el error de pensar que el uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación son el reemplazo de las explicaciones en clase o que significan la eliminación de evidencia para conocer lo que los alumnos aprenden. No suplen la preparación previa de la clase con apego a las características de cada grupo, ni pensemos que los niños y jóvenes ya no tendrán que esforzarse por estudiar ni adquirir habilidades que los harán competentes en su futuro. Hay que aceptar el uso de las TIC como una práctica habitual, que facilita la transmisión del conocimiento y, a la vez, la adquisición de nuevos aprendizajes, basándose en competencias para la investigación, la expresión oral y escrita, así como para la resolución de problemas. Nos resta preguntarnos —sin prejuicios—, como maestros, ¿qué sería de nuestras vidas sin tecnología? y ¿podríamos negar a la educación el uso de la misma?
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