Espacios VacĂos memoria del ex penal garcĂa moreno Manuel Espinosa Apolo
Econ. Rafael Correa Delgado Presidente Constitucional de la República del Ecuador Ing. Ledy Zúñiga Ministra de Justicia
Derechos de Autor: I.S.B.N.: ESPACIOS VACÍOS, Memoria del Ex Penal García Moreno ©2014, Ministerio de Justicia, Derechos Humanos y Cultos del Ecuador Realización: ©2014, ANACONDA Comunicación Realización y Edición General: Macshori Ruales Producción y Coordinación Fotográfica: Paradocs | Francois Laso y Paula Parrini. Diseño Gráfico: Julia M. Carrillo H.
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Impreso en Ediecuatorial, Quito, Ecuador, 2014 ©ANACONDA Comunicación SIM Cia. Ltda. J. Carrión E9-41, Edificio El Libertador Quito, Ecuador © Ministerio de Justicia, Derechos Humanos y Cultos del Ecuador © Textos: ANACONDA Comunicación SIM Cía. Ltda. y sus autores. © Fotografías: ANACONDA Comunicación SIM Cía. Ltda. y sus autores. Reservados todos los derechos, no pudiéndose reproducir ni mecánica ni electrónicamente una parte o la totalidad de la obra sin autorización expresa de la Presidencia de la República del Ecuador, la editora y los autores.
Espacios VacĂos memoria del ex penal garcĂa moreno
Presentación Autor
La existencia de la prisión en una ciudad trasciende el sentido arquitectónico de la “cárcel”, pues alude a la relación histórica de una sociedad con quienes transgreden sus acuerdos de convivencia, traducidos en leyes y normas. La historia del sistema de cárceles en el Ecuador estuvo marcada por las concepciones de los gobiernos de turno sobre la utilidad de la reclusión, y a su vez las políticas de orden, control social y represión del Estado determinaron las condiciones del encierro y de la segregación social, y por lo tanto la anatomía de las prisiones, dirigidas por mucho tiempo al control social y a la regeneración moral. En este contexto nace el Panóptico en Quito, en el seno de una política penal destinada a la imposición de un orden moral, de acuerdo a las consideraciones criminológicas del gobierno de García Moreno, quien priorizó la mejora de las costumbres por medio del disciplinamiento social, mediante la generación de leyes que preveían sanciones severas y la ampliación de institucionalidad policial. La construcción del Panóptico empezó en 1869 y concluyó 5 años después, ubicado en un lugar, en ese entonces, apartado de la ciudad. Se lo bautizó con el nombre de Penitenciaría Nacional de Quito, conservado hasta 1982 cuando pasó a llamarse Centro de Rehabilitación Social de Varones Quito, No. 1. Con una capacidad inicial de 270 personas, en celdas individuales, albergó al principio a 71 condenados, y en 1980 esas mismas celdas albergaron a 2.500 presos.
Desde sus inicios el Panóptico y su régimen carcelario enfrentaron serios problemas, estructurales, económicos y humanos, que imposibilitaron se implante el prometido sistema de “regeneración” de delincuentes, en base de prácticas católicas, pensado por el régimen garciano. Las reformas penales posteriores, especialmente las provenientes de los postulados liberales, introdujeron innovaciones a las condiciones físicas del Panóptico y también a las concepciones sobre el tratamiento a los reclusos, pese a ello las dificultades continuaron y el creciente hacinamiento generó mayor precariedad en las condiciones en que se encontraban los recluidos, que enfrentaron en no pocas ocasiones crisis de salubridad y habitabilidad. En 1980 llegaron nuevas concepciones y normas orientadas ya no a la regeneración sino a la rehabilitación social de la persona privada de libertad, sin embargo las condiciones de reclusión no mejoraron. En el 2008, 1.202 presos habitaban el Centro de Rehabilitación de Varones No. 1 de Quito que tenía una capacidad instalada para 720 personas; así el hacinamiento, la violencia, la desigualdad entre la población, entre otras circunstancias, hicieron del centro una verdadera escuela del delito, cuyas “enseñanzas” trascendían los muros carcelarios y trasladaban el horror de sus paredes a las calles de las ciudades. Se tornó urgente una revolución en el manejo del sistema de rehabilitación social del país, una sociedad con más conciencia sobre la situación de los privados
de libertad, y la necesidad de verdaderos procesos de reinserción como un derecho de todas y todos exigió y exige nuevos espacios para la rehabilitación de las personas que transgreden la ley. Prisiones con nuevos estándares que pongan fin al hacinamiento y a la violencia son parte de la reforma carcelaria, pero es necesario que no olvidemos los aprendizajes que nos dejan los 135 años de existencia del Panóptico. Una sentencia es un acto de justicia y reparación para la víctima, pero además debe significar que quien delinque, lejos de deshumanizarlo, recibe una sanción que lleva implícita la oportunidad de rehabilitarse, de reeducarse, de ser parte de la ciudadanía que construye con su trabajo un Ecuador del que todas y todos nos enorgullecemos. Una sentencia no debe convertirse en una condena a la humillación y degradación pues entonces dejaría de ser justicia, y es que esta no concluye con la resolución penal, continúa con la ejecución de la sanción y el cumplimiento de la misma. Por eso en este libro titulado “Espacios Vacíos, Memorias del Ex – Penal García Moreno”, que hoy ponemos en manos y sobre todo en la memoria del Ecuador, el viejo Panoptico cuenta su historia. Ciento treinta y cinco años de hacinamiento, miseria e irrespeto a la dignidad humana que no se compadecen de manera alguna con la rehabilitación social, deber del Estado y derecho de la ciudadanía, que en la actualidad hemos asumido con responsabilidad y entereza. Clausurar, el 30 de abril del 2014, el ex Penal García Moreno, ubicado en el centro histórico de Quito, sector de San Roque, simboliza la clausura de una época
en que las personas privadas de libertad no accedieron a procesos de reinserción social, olvidados tras las rejas del abandono y desidia estatal, de gobiernos que en el pasado consideraron a las cárceles como centros de almacenaje para quienes por ser delincuentes debieron recibir ese doble castigo, en espacios vacíos de humanidad. Observando las paredes del ex Penal, podemos escuchar las voces de quienes estuvieron en sus pasillos y celdas, los recuerdos de ciudadanos que de una u otra manera intentaron sobrevivir, no a una pena, sino a una situación infrahumana, y peor aún de aquellos que como Eloy Alfaro sufrieron injusticia, inocentes que fueron encarcelados. Personajes como los conocidos comandos de Taura, vicepresidentes, y otros actores políticos, estuvieron en el ex Penal García Moreno, huéspedes involuntarios que con su presencia marcaron un pedazo de la historia de este lugar, que, construido para recluir 600 personas en 1879, por el ingeniero escocés Thomas Reed, llegó a tener miles y miles de seres humanos, en condiciones de insalubridad que avergonzarían a cualquier sociedad. Por eso la sociedad ecuatoriana necesita de este libro, para que las puertas cerradas no impliquen olvidar que la implementación de un verdadero sistema de rehabilitación social es el reto diario no solo del Estado sino de la sociedad en su conjunto. Que las letrinas del ex Penal no dejen de estar presentes, penetrantes, en la conciencia de nuestro país, para que cada nuevo espacio en la infraestructura carcelaria sea un paso hacia la rehabilitación social.
Prólogo Manuel Espinosa Apolo
La construcción del Panóptico de Quito no puede entenderse a cabalidad sin tener en cuenta sus antecedentes, a saber: la situación de las cárceles en la colonia y en el período republicano de antes del régimen garciano (1860-1875). Su significado histórico y social no puede comprenderse sin conocer la función y características de las cárceles en las sociedades premodernas del Viejo Mundo y en las sociedades prehispánicas de América y de los Andes en particular. Sin duda, su construcción fue un hito de modernización penal en la sociedad ecuatoriana, no solo por el carácter arquitectónico innovador que supuso tal edificio sino también por la concepción con respecto al delito, al delincuente y su castigo. El ex Penal fue construido con fines preventivos antes que por una necesidad imperiosa. Pues en tiempos de su construcción (1870-874), hasta el término del s. XIX, el número de delincuentes en el país fue bajo. La posibilidad de contar con un gran presidio pretendió, según la visión de su promotor, el presidente Gabriel García Moreno, impedir el crecimiento de la delincuencia en la medida que su sola presencia constituiría una severa advertencia a la población en general, sobre las consecuencias que acarrearían las transgresiones sociales y la inobservancia de las leyes. A través de un severo régimen de expiación puesto en marcha al interior del Panóptico, se pretendió redimir a los delincuentes. Proceso que fue parte del disciplinamiento social y de la regeneración moral de la nación, que sintetiza el programa político del régimen garciano.
Sin duda, detrás de su construcción subyace una utopía moral y social que el Estado, después de la revolución liberal alfarista, quiso convertir en un proyecto viable de regeneración, rehabilitación y reinserción social del delincuente, pero que devino en rotundo fracaso al convertirse en lugar de degradación humana y escuela del delito. Al terminar el siglo XX e iniciarse el siglo XXI, en el ex Penal García Moreno campeaban la corrupción, la insalubridad, el hacinamiento y altos grados de violencia, aspectos que marcaron su colapso definitivo. El presente libro alude a la génesis de este memorable edificio y el proyecto penal que encarnó, al mismo tiempo que traza su historia a través de sus diversas etapas, ya sea como Penitenciaría Nacional o Centro de Rehabilitación Social de Varones No.1 de Quito. Trayectoria que ha sido debidamente inscrita en las diversas coyunturas históricas generales que afectaron su desenvolvimiento, destacando por lo mismo los distintos factores que condicionaron los cambios del régimen penitenciario y de la vida de los internos. Por esa razón, da cuenta de las modificaciones en materia penal y carcelaria del país, configurando a la vez una historia social del delito y del castigo en el Ecuador. En fin, este recorrido por la historia del ex Penal García Moreno permite vislumbrar las condiciones de exclusión, represión, corrupción y violencia en nuestra sociedad. Se trata de una exploración por una de las dimensiones más oscuras de nuestra realidad.
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CAPÍTULO 1
LA CÁRCEL ANTES DEL PANÓPTICO
Las cárceles del Viejo Mundo El origen de la cárcel y el presidio en la humanidad se remonta a la época de las primeras sociedades estatales. Su existencia está estrechamente vinculada a las guerras o al delito, esto es, al hecho de transgredir una norma o una ley sancionada como tal por el Estado y de carácter obligatorio para todos los miembros de una sociedad. La palabra “cárcel” deriva del vocablo latino “carcer” y “carceris” que designa a los espacios cerrados con barrotes o a los lugares enrejados. El término tiene un sentido claramente arquitectónico. En cambio, la palabra “prisión” deriva del vocablo latino “prehensio” (acción y efecto de atrapar). A diferencia de la cárcel, no tiene una connotación arquitectónica sino social-jurídica, en tanto se relaciona con la idea de condena. La prisión es por lo tanto la cárcel en donde ciertas personas cumplen una “pena” o condena judicialmente establecida. La prisión tiene que ver con una acción punitiva, mientras que la cárcel se relaciona exclusivamente con la reclusión. La cárcel apareció antes que la prisión, ya que la privación de la libertad como un fin y más no
como un medio, fue un mecanismo que se afirmó solamente en la época moderna. En las sociedades antiguas el delito se castigaba fundamentalmente con el suplicio del cuerpo, desde los latigazos hasta la pena de muerte cruel, pasando por toda clase de torturas y mutilaciones. Este tipo de castigos adquirieron el carácter de espectáculos públicos escenificados en patíbulos y cadalsos, con la finalidad de que sirvieran de escarmiento o advertencia al resto de la población. En las civilizaciones antiguas de Egipto, China o Mesopotamia las cárceles fueron lugares de custodia y tormento. Lo que significa que estos lugares se aprovechaban en determinadas ocasiones para averiguar determinados aspectos del delito que se estaba juzgando. Para entonces, la cárcel misma no se consideraba una pena, sino una sala de espera para quienes debían ser sometidos a suplicios o pagar su culpa con su muerte.23 23 Faustino Gudín Rodríguez–Magariños, Historia de las Prisiones, en: http://ocw.innova.uned.es/ ocwuniversia/derecho-constitucional/derechosde-los-reclusos
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El primer tipo de cárcel del que se tiene noticias en Eurasia fue un pozo en el cual los hebreos arrojaban a los prisioneros. Sin duda un lugar de lento exterminio. Más tarde, en Grecia, se utilizaron como prisiones canteras abandonadas, denominadas latomías. Las más famosas fueron las de Siracusa, donde Dionisio el Viejo (s. IV a. de C.) encerraba a sus prisioneros. La latomía consistía en una profunda cavidad hecha en la roca, de 600 pies de largo por 200 pies de ancho, en la que los presos soportaban todos los cambios meteorológicos sin ningún resguardo. En Grecia, el motivo más importante de privación de la libertad fueron las deudas, en lo que se conocía como “prisión por deudas”. La cárcel se convirtió por lo tanto en un medio para retener a los deudores hasta que estos pagasen sus obligaciones. Actuando de esta manera se pretendía impedir su fuga y obligar a que respondieran ante sus acreedores. Ello permitía que el deudor pudiese quedar a merced del acreedor como su esclavo, o bien que éste retuviera a aquél a pan y agua. Más adelante aparecería el sistema público de reclusión, pero como forma coactiva para forzar al deudor a pagar. En definitiva, en Grecia no existió la privación de libertad como pena principal, pero sí como subsidiaria por impago de deudas.24 En tiempos del Imperio Romano la prisión por deudas al estilo griego continuó, pero en dicha sociedad se destacaba más bien la prisión doméstica llamada “ergastulum”, utilizada contra los esclavos. Esta cárcel funcionaba en 24 Montserrat López Melero, “Evolución de los sistemas penitenciarios y de la ejecución penal”, en: Anuario Facultad de Derecho - Universidad de Alcalá V (2012) 401-448, p. 404.
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la casa del dueño y era este quien determinaba el tiempo que el arresto debía durar. Además se institucionalizaron los trabajos forzados. Muchos ciudadanos eran condenados a laborar en minas o en la limpieza y mantenimiento de la infraestructura urbana. Tuvieron que pasar muchos siglos para que apareciese la prisión como pena. Esta particular forma de reclusión surgió en la Edad Media europea bajo el régimen de penitencia dentro de la Iglesia, dirigido en contra de los clérigos rebeldes. Este tipo de prisión respondía a las ideas de redención, caridad y fraternidad, dando al internamiento un sentido de penitencia y meditación. De esta forma, se recluía a los infractores en un ala del monasterio para que por medio de la oración lograsen su corrección. Se les imponía además un régimen alimenticio y penitenciario con frecuentes disciplinas y trabajos manuales en sus celdas. Solo más tarde esta forma de reclusión se extendería en contra de los seglares acusados de herejía. Algunos investigadores señalan que el más antiguo sistema de prisión, en el sentido de un establecimiento destinado al cumplimiento de la reclusión como pena y en contra de los seglares, data de 1166, cuando Enrique II de Inglaterra mandó construir una cárcel en Claredon, donde promulgó sus famosas Constituciones. Surgieron así las mazmorras, lugares destinados a una cruel expiación. Se trataba de calabozos subterráneos en ciertos castillos, fortalezas, palacios o monasterios, en los que no había preocupación alguna por las condiciones de higiene. En las cárceles de los señores feudales los presuntos culpables podían permanecer indefinidamente, al arbitrio de los príncipes gobernantes, que imponían y definían el tiempo de reclusión de acuerdo al
estamento al que pertenecía el sentenciado. La pena solo podía conmutarse por prestaciones en metálico o en especie. En definitiva, el castigo de la prisión se aplicaba a aquellos cuyo crimen carecía de la suficiente gravedad como para que fuesen condenados a muerte o se les mutilara partes de su cuerpo. Las mazmorras de la jurisdicción ordinaria eran inmundas, a diferencia de los calabozos de la Iglesia y particularmente de la Inquisición, en los que existían mejores condiciones para los recluídos. Estos calabozos eran amplios, alum-
brados e higiénicos, a la vez que el trato que recibían los presos era más favorable.25 En la Baja Edad Media se destacan las denominadas prisiones de Estado, las cuales se utilizaban para retener a personas con ciertas prerrogativas e involucradas en delitos políticos: enemigos del poder real o señorial que hubiesen incurrido en traición o en contra de los adversarios políticos de los personajes del
25 Ibíd., p. 407.
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poder. Este tipo de prisiones funcionaban ya sea como cárceles de custodia, donde el reo espera la sentencia a muerte en sus diversas formas, o como cárceles de detención temporal o perpetua, al arbitrio del perdón real o señorial. Las prisiones de Estado no tenían un local determinado, por lo que se impro-
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visaban en ciertos espacios: dentro de castillos, fortalezas o en los palacios señoriales. Sin duda, entre las más famosas prisiones de Estado se destacaron: La Torre de Londres, los Castillos de Egelsburgo, la Bastilla parisina y los Plomos venecianos.
Hasta el siglo XVI la regla general del encarcelamiento fue la custodia hasta que concluyese el juzgamiento de los imputados. A partir de entonces aparece la prisión como pena, evidente en las casas de asilo para mendigos y prostitutas. La más antigua fue la House of Correction, ubicada en Bridewell (Londres), inaugurada en 1552. Ésta fue creada para la corrección de aquellos pobres que siendo aptos para el trabajo se resistían a hacerlo. A fines del s. XVI se destacaron las casas de asilo en Amsterdam. En dicha ciudad se construyó una destinada inclusive a jóvenes cuyos padres decidían recluirlos allí por considerarlos incorregibles, y otras reservadas para mujeres o mendigos. Sin embargo, entre las más destacadas figuran La Raphuis (1596) para hombres que se dedicaban, como indica el nom-
bre, a raspar árboles, y la Sphinuis (1597) para mujeres que trabajaban como hilanderas.26 Las casas correccionales, especialmente de mujeres, a pesar de su nombre estuvieron lejos de alcanzar el propósito que perseguían: la corrección de sus huéspedes, ya que más bien se basaban en las actividades asistenciales y benéficas. De todas formas, este tipo de cárceles anunciaron la institución carcelaria moderna. A partir de entonces las cárceles dejaron de ser lugares de custodia y pasaron a convertirse en lugares de corrección o readaptación del sujeto, pretendiendo la transformación de su conducta.
26 Faustino Gudín Rodríguez–Magariños, op. cit., pp. 4, 7.
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Las cárceles incaicas La expansión del Tahuantinsuyo al actual territorio ecuatoriano, en el s. XV, puso fin al caos de la violencia predominante en diversas regiones, caracterizada por enfrentamientos intestinos, normando la convivencia inter e intraétnica. El estado incaico monopolizó y racionalizó la violencia y el resultado fue una convivencia social más armónica. Es lo que se conoce como la pax incaica. El estado incaico estuvo regido por una compleja y sofisticada legislación de carácter social que ha llamado mucho la atención de los pensadores sociales europeos desde el s. XVI hasta la actualidad. Así, por ejemplo, se destaca la existencia de una ley para proteger a los
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pobres incapacitados; una forma de reparto de tierras conforme a las necesidades de los familiares; y, un profundo sentido solidario que obligaba a los vecinos a socorrer en el trabajo a los impedidos.27 En materia penal, el estado incaico tipificó algunos delitos o conductas antisociales, que atacaban a las normas religiosas, sociales y comunitarias. Los castigos a estas transgresiones contemplaban la muerte infamante y penas con sentido expiatorio: el destierro, el castigo corporal, la indemnización y el sometimiento del malhechor a la esclavitud o servicio de
27 Santiago Argüello, Trabajo de prisioneros, Imprenta Multicolor, Quito, 1992, p181
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la familia del agraviado, bajo el principio de reparación del daño causado. Contra quienes existían evidencias incriminatorias irrefutables los castigaban en razón de la gravedad de la falta cometida y con el mismo proceder en el que habían incurrido. Así, por ejemplo, a los homicidas se los mataba, excepto en el caso en que la víctima hubiese sido quien provocó el fatal desenlace. A discreción de los jueces, al culpable se le imponía una pena de trabajo forzado, teniendo que cumplir de por vida un trabajo en las plantaciones de coca en el piso ecológico de las yungas, caracterizado por ser malsano, debido a las elevadas temperaturas y la humedad. Otro castigo sanguinario que implicaba la pena de muerte se ejecutaba contra los hechiceros homicidas. A éstos se
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los condenaba a muerte junto con toda su familia, perdonándose tan solo a los niños de pecho, por cuanto se suponía que éstos aún no habían aprendido el oficio. Los delitos menores no se castigaban con la muerte. Por ejemplo, si alguien había roto el brazo de otro hombre, se le causaba el mismo daño y así por el estilo. Menos severos eran los castigos a ciertas conductas prohibidas como la pereza de los campesinos, las borracheras y ciertos delitos relacionados con el desenfreno sexual: adúlteros, violadores y seductores de las mujeres escogidas o acllacuna. A todos ellos se los condenaba a recibir azotes, a beber brebajes amargos e incluso a recibir en la espalda o en el pecho el golpe de una piedra pesada que se dejaba caer so-
bre las víctimas desde una altura de 2 metros aproximadamente. En este sentido, las detenciones se daban para efectos de juzgamiento y espera de la ejecución de la sentencia, que era de carácter inapelable. El proceso de juzgamiento duraba cinco días como máximo. Al quinto día la sentencia debía estar ejecutada y el reo castigado.28 Las cárceles incaicas, igual que las de las sociedades premodernas del Viejo Mundo, eran lugares de custodia de los imputados. Sin em-
28 Ídem.
bargo, existían también cárceles destinadas al castigo y al exterminio. Entre estas se destaca la llamada “sancay” por el cronista indígena Felipe Guamán Poma, o “sanca huasi” según González de Holguín. Se trataba de una prisión destinada a los traidores o contra quienes cometían grandes delitos. El recinto era una especie de bóveda construida debajo de la superficie, muy oscura, donde se criaban serpientes, pumas, jaguares, osos, zorrillos, etc. Los condenados eran metidos en dicha cárcel para que aquellos animales se los comieran vivos. A los acusados que negaban los delitos y sobre los que no existían evidencias suficientes, se los sometía a una prueba extrema: si durante dos días las alimañas y fieras que
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se criaban en dicha prisión no daban buena cuenta de los imputados, las autoridades ordenaban que se sacara a los mismos, perdonándolos y devolviéndoles su honra.29
29 Felipe Guamán Poma de Ayala, Nueva Crónica y Buen Gobierno, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1980, p. 217-222; Diego González de Holguín, Vocabulario de la lengua Quichua, Proyecto Educación Bilingüe Intercultural, Corporación Editora Nacional, Quito, 1993, p. 323.
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Existía también una cárcel no subterránea llamada huatayhuasi y otra denominada piñas, a donde se llevaba a los cautivos de guerra. La palabra “huatayhuasi” se deriva del verbo huatachini que significa al mismo tiempo: hacer prisionero y atar. Es probable, por lo tanto, que en este tipo de cárcel los prisioneros permanecieran atados hasta que se dictaminaba su castigo. En la sociedad incásica como en las sociedades premodernas del Viejo Mundo, los casti-
gos parecían destinados a extirpar el mal que se suponía se había encarnado en los delincuentes, con la finalidad de sanar a la sociedad. Por esta razón, dichos sistemas penales tenían relación directa con una noción sacrificial del castigo. La diferencia entre los sistemas de castigo del Viejo y el Nuevo Mundo radicaba en que los sectores pudientes y altos en Europa estaban exentos por lo general de dichas penas, mientras que en las sociedades ancestrales americanas no se hacía mayor discriminación. Incluso se podría decir que la justicia resultaba más exigente e implacable con los estratos altos y sus representantes. Además, en sociedades como la incásica, las fuerzas cósmicas y mágicas cumplían un papel importante a la hora de establecer la culpa de los incriminados.
Las cárceles coloniales Con la llegada de los españoles a América y al Mundo Andino en particular, la justicia hispana se convirtió en una herramienta para afianzar el dominio colonial. Especialmente entre los siglos XVI y XVII, sirvió para reprimir las prácticas de la religión antigua, así como para legalizar el despojo de tierras y la apropiación ilegítima. A partir de entonces, la justicia se tornó parcializada, deviniendo en pseudojusticia.30 La institucionalidad penal colonial se basaba en el principio de discriminación racial, por la
30 Pablo Ceriani Cerda, “La relación entre justicia indígena y estatal. Una aproximación desde la colonia hasta la actualidad”, en: www.alertanet. org, Fórum II. ALERTANET- Portal de Derecho y Sociedad/ Law And Society.
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cual se daba un trato radicalmente diferente a los blancos y criollos y otro muy distinto a los mestizos, indios y negros. Como resulta obvio, en dicho sistema no podía existir igualdad de las personas ante el castigo penal. Éste se aplicaba de acuerdo a la «calidad» de los imputados y no de acuerdo a los delitos. Los españoles y los criollos ricos estaban exentos de castigo, pero jamás la plebe mestiza, los indios del común y los esclavos africanos. Los primeros podían disponer hasta de la vida de los indios y esclavos a su cargo, mientras que raramente ellos mismos eran juzgados.
nas” que incluían acciones como desollar la frente, imprimir hierros ardientes en la cara u otra parte del cuerpo, sacar los ojos, cortar o clavar la lengua, cortar las orejas, arrancar los dientes, clavar la mano, etc.31 A modo de ilustración se puede citar una disposición de 1538, por la cual el Cabildo de Quito dispuso que cualquier negro que huyese durante seis días de la casa de su amo debería ser condenado al corte del miembro y de los dos compañones (testículos) en la primera ocasión, y, por reincidencia, a la muerte. Si un negro tenía la alevosía de alzar la mano, con arma o sin
A quienes no se consideraban inferiores y podían probarlo por origen, «calidad» o a través de un pago pecuniario, como en el caso de los comerciantes, se les conmutaba las penas. Solo así podían librarse de las “penas inhuma-
31 Alejandra Araya Espinosa, “El castigo físico: el cuerpo como representación de la persona, un capítulo en la historia de la occidentalización de América, siglos XVI-XVIII, en: www.scielo.cl
ella, contra un español éste podría matarlo sin incurrir en castigo, debiendo solo pagar a su amo el valor de la compra.32
se destacaba una forma mixta que combinaba los azotes públicos con el destierro a obras públicas.33
Sin embargo, entre estas formas de tormento, la más usual y recurrente fue la pena infamante del azote, utilizada para castigar casi todos los delitos y faltas del llamado pueblo inferior. Se trataba de una pena que «marcaba», literal y carnalmente, la diferencia entre hombres superiores e inferiores. Una visión particular se agazapaba tras estas prácticas, según la cual los plebeyos eran proclives a portar signos morales negativos, como la infamia, ruindad y vileza, máculas ocasionadas por su condición social.
El régimen colonial había catalogado las conductas delictivas, los castigos y penas que les correspondían. La principal de dichas catalogaciones fue sin duda la “Recopilación de las Leyes de los Reinos de Indias” de 1530, que se componía de nueve libros divididos en títulos, integrados por un buen número de leyes cada uno. El Título VIII, con 28 leyes, se denominaba “De los delitos y penas de aplicación”. En él se establecía la pena de privación de libertad y el lugar a donde los presos deberían ser conducidos, a saber la cárcel pública, no autorizándose a particulares a tener puestos de prisión, detención o arresto, es decir cárceles privadas. Estas leyes contenían además algunos principios básicos que subsisten hasta hoy en la legislación de las ex colonias hispanoamericanas: separación de internos por sexos, necesaria existencia de un libro de registros, o prohibición de juegos de azar en el interior de las cárceles. Sin embargo y puesto que en la sociedad colonial los poderes locales eran reacios a acatar las disposiciones reales, en materia carcelaria existía un absoluto desorden debido al incumplimiento de las disposiciones. Los reglamentos y previsiones legales coloniales simplemente no se aplicaban. La normatividad enviada desde España permanecía vigente, pero era utilizada según la conveniencia de la autoridad del lugar en que se desarrollaban los hechos delictuosos. Esto significaba que la calificación de un delito era arbitraria y caprichosa.
Tal concepción se vinculaba directamente con la idea cristiana del cuerpo como portador e incluso responsable del pecado original. El azote y los castigos corporales buscaban por lo tanto redimir al cuerpo, purificándolo a golpes y derramando su sangre. De ahí las penas de automortificación de los místicos y los beatos. Además, existía una relación estrecha entre penalidad y utilización exhaustiva de la mano de obra. Situación que se evidencia claramente en la labor de la Iglesia, quien extendió su poder en el agro y practicó formas de esclavitud y servilismo bajo el criterio de “mejor esclavizar el cuerpo de un hombre y salvar su alma, que dejarlo libre y pagano”. Otra pena de trabajo fue la de “galeras”. Según Cédula Real de 1580 ciertos condenados debían remitirse a Panamá, para que se incorporasen a los barcos españoles que luchaban contra los corsarios ingleses y franceses, en defensa de las costas del Istmo. Junto con estas penas, 32 Argüello, op. cit., pp. 181-182.
Las Leyes de Indias mandaban que cada ciu-
33 Ibíd., p. 184.
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dad o pueblo tuviera su propia cárcel para castigar los delitos. No obstante, los edificios utilizados para estos fines no habían sido construidos exprofesamente para funcionar como tales. Por lo general, se ubicaban en fortalezas, cuarteles militares y conventos, en subsuelos al estilo de mazmorras. Se trata-
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ba de sitios degradantes, donde se aplicaban castigos corporales y tormentos, a más de ser insalubres, pues se utilizaban barriles de madera llamados “cubas” como retretes, los mismos que se vaciaban cada 24 horas, por lo que la fetidez reinaba en dichos recintos. Además, estos no contaban con agua ni ser-
vicios médicos. La insalubridad producía enfermedades infecciosas como tuberculosis, sarna e infecciones de la piel ocasionadas por parásitos como chinches, pulgas, piojos o cucarachas. Las cárceles tenían además evidentes defectos arquitectónicos, especialmente no contaban con ventilación, ya que la mayoría eran galerías con una sola vía de acceso. En cada habitáculo vivían 30 o 35 internos, que pernoctaban hacinados. Debido al predominio de las relaciones precapitalistas de producción en la sociedad colonial, sus cárceles tuvieron funciones de intimidación, corrección, asistencia y castigo pero no de explotación laboral, como lo tuvieron en Europa. En los calabozos coloniales se recluía a menores, mujeres y jóvenes en general, tanto por cometer delitos como por encontrarlos en estados considerados de peligro o proclives a delinquir, como el abandono, la viudez y la orfandad. Incluso se recluía a menores desobedientes o de mala conducta y vagos que debían ser internados. En definitiva, situaciones que no requerían castigo, pero que se aplicaban a personas en dichas condiciones, para eliminar el peligro social potencial que representaban.34 Para 1573, en la Audiencia de Quito se registran algunos recintos penitenciarios. En la ciudad de Quito y en la misma casa de la Audiencia existía una cárcel. Otra estaba a cargo del Cabildo, llamada “cárcel pública”, destinada a los varones. La Inquisición tenía su propia cárcel, y una estaba destinada exclusivamente para las mujeres: la casa de recogimiento de Santa Marta. En ciudades como Guayaquil o Latacunga las cárceles
34 Emma Mendoza, “Ensayo sobre la Revolución y las cárceles en México. Las cárceles, las dictaduras, el impacto del movimiento armado y las leyes, para abrir paso a un nuevo país”, UNAM, México, s.f., p. 322.
funcionaban en ciertas fábricas. A estos presidios se sumaban los refugios religiosos para mujeres abandonadas y centros privados de detención o cárceles privadas en haciendas y plantaciones en las que eran castigados los trabajadores indóciles. La ubicación de un reo en cualquiera de estos recintos carcelarios coloniales se establecía no solo en función del delito cometido, sino también de acuerdo al principio de segregación racial y social, por lo que en unas se recluía a mestizos y nobles indígenas y en otras a los que no eran ni mestizos ni indios nobles. No obstante, el encierro penal más temido, incluso que la misma pena de muerte, fue el “encarcelamiento en obrajes” ejercido contra los indios y mestizos del común. En 1779 se dio a conocer un Auto de la Real Audiencia de Quito según el cual “los indígenas pobres, los negros y mestizos baxos pueden ser condenados a trabajar en obrajes, sobre todo del Conde de Cumbres Altas y de Jijón y Caamaño, en el valle de los Chillos.”35 Los condenados a prisión perpetua eran deportados al Castillo de Chagre en Panamá o al de Valdivia en Chile. Los reos eran conducidos a Guayaquil y de allí se los enviaba arbitrariamente a cualquiera de los presidios dependiendo del destino al que se enrumbaba el primer barco que salía del puerto. La prisión temporal se pagaba en la fábrica de tabaco de Guayaquil o en la de pólvora de Latacunga, destinada para infractores mestizos y nobles indígenas. Las mujeres condenadas a prisión perpetua eran encerradas, durante toda su vida, en cualquiera de los conventos de monjas de la Audiencia, en los cuales debían servir a las religiosas como criadas, con derecho solo a alimento.
35 Citado por Santiago Arguello, en Prisiones: estado de la cuestión, ALDHU, El Conejo, Quito, 1991, p. 18.
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En definitiva, las cárceles en la colonia no eran instituciones importantes dentro de los esquemas punitivos implementados por las autoridades coloniales. En la mayoría de los casos eran meros lugares de detención para sospechosos que estaban siendo juzgados o para delincuentes ya condenados que aguardaban la ejecución de sus sentencias. Los mecanismos coloniales de castigo y control social no hicieron de las prisiones las principales formas punitivas. Castigos, como ejecuciones públicas, marcas, azotes, trabajos públicos o destierro, se aplicaban con más frecuencia. El encarcelamiento de delincuentes fue una práctica social regulada más por la costumbre que por la ley y destinada simplemente a almacenar detenidos, de ahí que cabe hablar de cárceles-depósito, sin que se haya implementado un régimen punitivo institucional que buscara la reforma de los delincuentes.36
La cárcel moderna En la Europa del s. XVIII, los ilustrados: filósofos y teóricos del derecho, iniciaron una contundente crítica a los modos de castigo imperantes, expresando al mismo tiempo la necesidad de encontrar una forma de sanción que no muestre la tiranía del poder. Entonces, se empezó a hablar del respeto a la condición humana de los delincuentes y la necesidad de abandonar el suplicio o el castigo físico, manifestación clara de barbarie. Los reformadores del s. XVIII se opusieron tajantemente a la cárcel tradicional, hecha 36 Carlos Aguirre, “Cárcel y sociedad en América Latina, 1800-1940”, en: Historia social y urbana. Espacios y flujos, E. Kingman Garcés, ed., FLACSO, Quito 2007, p. 212.
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para destruir a la persona antes que para mejorar su conducta, en tanto lugar de custodia, tortura o exterminio. Los antiguos presidios, al decir de los ilustrados, eran incapaces de responder a las especificidades de los delitos, a más de ser inútiles y costosos para la sociedad. A la par que se desarrollan estos debates, la privación de libertad como pena se fue afirmando. En esas circunstancias, surgieron ideas y propuestas novedosas acerca de la prisión, basadas en la idea de mejorar o regenerar a los delincuentes. Surgió así el criterio de “enmienda” que propugnaba la eliminación del contenido corporal en el cumplimiento de la pena, subrayando la irracionalidad del castigo físico. A partir de entonces se trataba de darle cierta utilidad humana y económica a la reclusión en base al trabajo, la meditación, la soledad y el arrepentimiento. Gracias a este principio se construyeron los primeros establecimientos penitenciarios modernos, como el Hospicio de San Michele en Roma (Italia) en 1704 y la prisión de Gante (Bélgica) en 1773. Cárceles en que las celdas para dormir estaban claramente separadas de los lugares en donde debían laborar los prisioneros.37 Sin embargo, el tipo ideal de cárcel moderna surgió de la propuesta del inglés Jeremy Bentham, el inventor de la prisión panóptica. Este nuevo presidio, en que los prisioneros serían vigilados y controlados todo el tiempo, debía funcionar como un reformatorio con fines de transformación del alma y la conducta, a través de la detención aislada, el trabajo regular y la influencia religiosa. Según destaca Foucault, la prisión moderna 37 Montserrat López, op. cit., pp. 402-403.
y el sistema panóptico buscaban la mortificación de la propia conciencia. Se trató de la puesta en marcha de una tecnología más refinada y más certera del ejercicio del poder, basada en la coacción psíquica. El sistema de prisión moderna supuso el paso de la "necesidad" de aplicar dolor en el cuerpo las restricciones del movimiento del mismo, pretendiendo con ello que los delincuentes confronten el hecho de que para los hombres es cada vez más valiosa su libertad física que su propia vida corporal.38 A partir de este momento histórico la cárcel tradicional cambió su nombre por el de “penitenciaría”, ya que persiguió como finalidad última el arrepentimiento de los presos por haber transgredido una norma de carácter penal. En el s. XIX surgieron en EEUU dos sistemas que se tornaron referenciales: el de Filadelfia o de aislamiento absoluto de los reos y el de Auburn basado en el silencio y el trabajo. En América Latina estos fueron los modelos que se adoptaron cuando se construyeron las cárceles modernas en la segunda mitad del s. XX.
um fugitat alibus que volorporem. Et aut quaeped quatis adio odi dolora sam sa inctessum ipienit (XX)
Las cárceles decimonónicas en Ecuador Parte fundamental de la construcción del Estado republicano independiente del Ecuador fue la elaboración de un nuevo ordenamiento jurídico, que se inició con la primera Constitución redactada en Riobamba el año de 1830. No obstante, en los primeros años de vida republicana la legislación penal que regía era la misma de la época colonial, hasta que el
38 Michel Foucault, Vigilar y castigar, 12° edición, Siglo Veintiuno Editores, Madrid, 2000.
año 1837 se dictó el primer Código Penal del Ecuador. Este código tuvo un espíritu aflictivo-expiatorio y algunas de las penas establecidas se hicieron bajo el criterio de impulsar trabajos de utilidad pública. Dicho cuerpo penal estuvo inspirado en el Código Español de 1822. Del
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mismo se extrajeron muchos artículos de forma literal. Este fue el caso del Art. 55 referido al trabajo forzado para los reclusos, el mismo que rezaba: “Trabajar públicamente en los caminos, calzadas, canales, puentes, construcciones de edificios públicos, fortificaciones, etc., unidos de dos en dos con una cadena ligera, y
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en las obras más inmediatas al pueblo en que se hubiere cometido el delito”.39 Debido al clima de guerra imperante en la época independentista y postindependentis39 Cit. por Argüello, op. cit., 1992, p. 185.
LOS OBRAJES EN LA AUDIENCIA DE QUITO, 1736-1744 Jorge Juan y Antonio de Ulloa
En los obrajes es donde al parecer se refunden todas las plagas de la miseria. Aquí es donde se juntan todos los colmos de la infelicidad y donde se encuentran las mayores lástimas que puede producir la más bárbara humanidad. Los obrajes son las fábricas en donde se tejen los paños, bayetas, sargas y otras telas de lana, conocidas en todo el Perú con la voz de ropa de la tierra. En los tiempos pasados sólo había obrajes de cosas de lana en la provincia de Quito, pero ahora se han establecido en todas las demás, aunque lo que se fabrica en las provincias al sur de Quito no es más que pañetes, jergas y algunas bayetas, tejidos muy ordinarios. Para formar un perfecto juicio de lo que son los obrajes es preciso considerarlos como una galera que nunca cesa de navegar, y continuamente rema en calma, alejándose tanto el puerto que no consigue nunca llegar a él, aunque su gente trabaja sin cesar con el fin de tener algún descanso. El gobierno de estos obrajes, el trabajo que hacen en ellos los indios, a quienes toca esta suerte verdaderamente desgraciada, y el rigoroso castigo que experimenta aquellas infelices, excede a todo cuanto nos es posible referir. El trabajo de los obrajes empieza antes que aclare el día cuya hora acude cada indio a la pieza que le corresponde según su ejercicio, y en ella se les reparte tareas que les pertenecen, y luego que se concluye esta diligencia, cierra la puerta el maestro del obraje, y los deja encarcelados. A mediodía se abre la puerta para que entren las mujeres a darles la pobre y reducida ración de alimento, lo cual dura muy poco tiempo, y vuelven a quedar encerrados. Cuando la oscuridad de la noche no les permite trabajar, entra el maestro del obraje a recoger las tareas; aquéllos que no han podido concluir, sin oír excusa ni razones, son castigados con tanta crueldad que es inexplicables, y hechos verdugos insensibles aquellos hombres impíos descargan sobre los miserables indios azotes a cientos, porque no saben con-
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tarlos de otro modo, y para conclusión del castigo los dejan encerrados en la misma pieza por prisión y aunque toda la casa lo es, hay un lugar determinado con cormas o cepos para castigarlos más indignamente que se pudiera hacer con los esclavos más culpables. Durante el día hacen varias visitas en cada pieza el maestro del obraje, su ayudante y el mayordomo; y el indio que se ha descuidado en algo, es inmediatamente castigado en la misma forma con azotes y prosigue después su trabajo, hasta que es hora de dar de mano y, entonces, se suele repetir el castigo. Esto se ejecuta todos los días con los indios mitayos en los obrajes, y este castigo es tanto más cruel cuanto que no les sirve de indulto para dispensarles la satisfacción de la deuda, porque se apuntan todas las faltas que hacen en sus tareas y permanecen obligados a completarlas al fin del año y así sucesivamente se va acrecentando de año en año, hasta que no siendo posible satisfacer el trabajo atrasado, adquiere el amo un derecho injustamente establecido de esclavizarlos, no sólo al indio mitayo mas a todos sus hijos. El trato de estos indios parecerá todavía caritativo, si se compara con el que experimentan aquellos a quienes los Corregidores condenan a los mismos obrajes, por haber dejado de pagar el tributo con puntualidad cuando se les ha ido a cobrar y, muchas veces, como se dijo antes, sin deberlo legítimamente. Estos indios ganan un real al día; medio se les retienen para pagar al Corregidor y, el otro medio, se asigna para su manutención, lo cual no es suficiente para un hombre que trabaja sin cesar todo el espacio de un día y, en prueba de ello, imagínese qué podrá comprar por medio real en aquel país, que sea capaz de sustentarle, cuando ni aun tiene suficiente para la chicha, bebida tan necesaria a los indios por hallarse acostumbrados y como connaturalizados con ella, que los alimenta y fortalece tanto como lo que comen. Además de esto, como el indio no es dueño de salir de aquella prisión, se ve precisado a tomar lo que el amo le
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ir a morir dentro del hospital. La orden de ir a los obrajes causa más temor en los indios, que todos los castigos rigurosos que han inventado la impiedad contra ellos. Las indias casadas, las madres ancianas empiezan a llorar la muerte de sus maridos o de sus hijos al instante que los condenan a esta pena. Los hijos hacen lo propio con respecto a sus padres, y no hay recurso que no tomen estos para libertar a sus hijos del trabajo de los obrajes; y llega su desconsuelo al último extremo cuando sus diligencias no producen el efecto que desean. El sentimiento que con tanta razón les oprime lo explican a vista del suplicio, dirigiendo al cielo sus clamores, cuando en la tierra todos conspiran contra el, y no hallando justicia que los proteja, los dejan abandonados a tanta infelicidad... quiere dar por aquel medio real. El inhumano dueño del obraje, por no desperdiciar nada, aprovecha en ellos el maíz o cebada que se les ha dañado en los trojes, las reses que se le mueren e infestan ya el aire, y a este respecto todo lo más malo y despreciable de sus frutos. La consecuencia de este trato es que, aquellos indios se enferman a poco tiempo de estar en aquel lugar, y consumida su naturaleza, por una parte con la falta de alimento, por otra con la repetición del cruel castigo, así como por la enfermedad que contraen con la mala calidad de su alimento, mueren aún antes de haber podido pagar el tributo con los jornales de su trabajo. El indio pierde la vida, y el país aquel habitante, de lo cual se origina la disminución tan grande que se advierte en la población. Tal es la lástima que causan cuando los sacan muertos, que conmoviera a compasión a los corazones más despiadados. Sólo se ve en ellos un esqueleto que está diciendo la causa y motivo de haber perecido y, la mayor parte de éstos, mueren en los mismos obrajes con las tareas en las manos, porque aunque se sientan indispuestos y lo den a entender en los semblantes, no es bastante para que aquella gente bárbara que los tiene a su cargo, los exceptúe del trabajo o procure su remedio. Acostumbrados a mirarlos con todo aborrecimiento, no imaginan al indio enfermo digno objeto del hospital, sino cuando sus fuerzas están tan decaídas que fallecen antes de llegar al asilo caritativo, y son felices los que tienen resistencia para
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El arbitrio de condenar a los indios a estos lugares abominables se ha hecho tan común que ya se destinan a la muerte civil de ellos por otros muchos asuntos: una deuda corta y, a un particular individuo es bastante, para que cualquier persona de autoridad propia les imponga este castigo. En los caminos se encuentran a menudo indios con los cabellos amarrados a la cola de un caballo, en el que montado un mestizo lo conduce a los obrajes; y tal vez por el leve delito de haberse ausentado de la dominación del que los lleva, por temor de las crueldades que usan con ellos. Por más que se quiera describir la tiranía con que trataban a estos indios los Encomenderos en los principios de la conquista, no nos persuadimos nosotros que ahora los hemos visto, a que llegase a la que actualmente ejecuten en ellos los españoles y mestizos; y si entonces se servían de ellos como esclavos, tenían un solo amo en el Encomendero, mas ahora tienen al Corregidor, a los dueños de obrajes, a los amos de las haciendas, a los estancieros de ganado, y, lo que más escandaliza, a los ministros del altar. Todos éstos, incluso los Curas, tratan con mas inhumanidad a los indefensos indios que la mayor que se puede tener con los esclavos negros.
Tomado de: Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Noticias Secretas de América, Parte II, Ediciones Turner, Libri Mundi, Madrid-Quito, 1982, pp. 236-342.
ta, la pena de muerte se contempló como el principal castigo, tornándose en los hechos un acto frecuente y, por lo general, establecido extrajudicialmente. En los primeros treinta años de vida republicana, esto es entre 1830 a 1860, el asunto de las cárceles no fue prioritario en la organización de la República. Situación que se refleja, entre otros aspectos, en los gastos del presupuesto del Estado que al principio no incluían el rubro para el mantenimiento o la construcción de nuevas cárceles, debido a la pobreza del erario público y la inestabilidad política. Se asume, por lo tanto, que seguían funcionando los presidios existentes desde
fines de la colonia.40 Las cárceles eran hasta entonces municipales, administradas por los cabildos. Se trataba de simples calabozos concebidos como sitios de encierro, para custodiar a los imputados o para imponerles a una lenta expiación de los delitos cometidos. En la ciudad de Quito, por ejemplo, se usaron los presidios ya establecidos como el de Santa Marta, fundado en el siglo XVI como casa de recogimiento de mujeres, misma que al finalizar el siglo XVIII mutó a cárcel correccional manteniéndose como tal hasta el siglo XX.
40 Carolina Larco, “Visiones penales y regímenes carcelarios en el Estado Liberal de 1912 a 1925”, tesis programa de Historia, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Quito, 2011, p. 34.
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En estas circunstancias, la posibilidad de realizar cambios en el sistema de reclusión o en la vida de los presos resultó imposible, aunque paradójicamente los gobiernos decretaron la creación de cárceles públicas, sin destinar un presupuesto para llevar a cabo tales mandatos.
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Así por ejemplo en 1828, en la época de la Gran Colombia, se decretó la creación de presidios en las capitales de provincia según consta en el Registro Oficial No. 24 de 1828 que se conserva en el Archivo Biblioteca de la Función Legislativa. No obstante, esta dis-
posición no se cumplió, por lo que Juan José Flores nuevamente en 1833 decretó que: “se establecieran cárceles públicas y de reclusión en las capitales de provincia” según reza en el decreto del 16 de marzo de 1833 y el del 13 de abril de 1837. Pero, en medio de los conflictos políticos y la deplorable situación económica, el asunto de las cárceles se tornó un asunto secundario, por lo que dicha disposición no se ejecutó. En 1843 el presidente Flores volvió a insistir en la construcción de cárceles en todo el país. Parte fundamental del sueño presidiario de Flores fue la declaración de 1833 que convirtió a la Isla Floreana de Las Galápagos - denominada así en honor al presidente Flores- en lugar de deportación para confinados. Algunos criminales fueron enviados allá, condena que se denominó “extrañamiento a las islas”. En dicho lugar los delincuentes fueron abandonados a su suerte. Sus custodios, investidos como autoridades, desempeñaban su cargo teniendo como principio el abuso y obligando a trabajar de manera inhumana a los reos. El 6 de marzo de 1845, el nuevo gobierno ratificó el estatuto de presidio de La Floreana, pero en 1856 José María Urbina derogó el decreto anterior.41 Definitivamente, el Estado postindependentista no fue capaz de mejorar las condiciones de las cárceles ni de los presos, a pesar de las voces que se levantaron exigiendo poner fin a las atrocidades de las cárceles heredadas de la colonia, como fue el caso de Vicente Rocafuerte. El segundo presidente del Ecuador se mostró fascinado por los modelos punitivos de Europa y EEUU, pero la inestabilidad po-
41 Ibíd., p. 35.
lítica de entonces, más las limitaciones presupuestarias del Estado, le impidieron concretar o llevar a buen término su proyecto de reforma carcelaria. Rocafuerte en su “Ensayo sobre el nuevo sistema de cárceles” escrito en 1837, expresó la necesidad de transformar el sistema presidiario en el país. En dicho escrito plasmó sus impresiones de sus visitas a las cárceles de Europa y los Estados Unidos. En esa experiencia, el político guayaquileño vislumbró el cambio de mentalidad sobre la administración de justicia, a la luz del liberalismo, mediante nuevas leyes penales que permitiesen a los presos “incorporarse de nuevo a la sociedad, cuando haya cumplido el término de la condena”. En esta corrección moral, el trabajo debía jugar un papel central, en tanto capaz de reformar “los malos hábitos” dentro del tiempo de encierro. A Rocafuerte le llamó mucho la atención el uso de los presos como fuerza de trabajo, es más, como energía de máquina en el llamado “molino de pie” (treading mil) que vio en los EEUU. Se trataba de un dispositivo o rueda movida por 30 reclusos, que accionaba a su vez las piedras de molino para moler grano. Gracias a esta tecnología, Rocafuerte consideró que los reclusos se incorporarían a la industria de la república, a la vez que su trabajo permitiría reducir el gasto de su manutención. Destacó además las ventajas de aplicar el tipo de régimen carcelario denominado “celular”, que consistía en aislar a un preso por celda, propio del sistema Panóptico. Los presos serían clasificados según el tipo de delito cometido y de acuerdo con su edad, para evitar “el contagio de las malas costumbres”. Rocafuerte consideraba que “si cada preso pudiera estar separado y dormir solo en una celda, se lograría más prontamente su reforma, por la mayor facilidad que
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tendría de meditar sobre sus crímenes y arrepentirse de ellos”. El nuevo régimen presidiario suponía eliminar el castigo físico a los presos, el uso de grillos, cadenas y el azote, entre otros. Se trataba, por lo tanto, de incorporar la perspectiva humana en la aplicación de las penas. La propuesta de Rocafuerte lo convirtió en el precursor del futuro Panóptico que construirá el presidente Gabriel García Moreno en la ciudad de Quito. Hasta el advenimiento del líder conservador, las limitaciones económicas del Estado y la situación de constante desorden político, hicieron que se dejase de lado el asunto de las cárceles modernas estatales, a la vez que se siguió controlando a las masas indisciplinadas e inmorales a través de severos castigos. Formas extra-judiciales y prácticas punitivas tradicionalmente aceptadas por la ley, tales como la pena de muerte, los trabajos públicos, el azote o el destierro, se siguieron utilizando. No obstante, en medio de este clima adverso al mejoramiento carcelario y como excepción, en 1857 se realizó la primera reforma carcelaria en el país, específicamente en la ciudad de Quito. En ese año, Gabriel García Moreno se desempeñaba como presidente del Concejo Municipal, por lo que propuso la mejora de las cárceles de la ciudad, a través de un documento denominado: “Estado deplorable en el que se encuentran las cárceles de la ciudad de Quito y de los abusos que se cometen por las autoridades de policía, después de reflexionar sobre lo exiguo de la suma que vota el Concejo para el alimento de los encarcelados”. A través de este documento, García Moreno propuso conformar a la mayor brevedad posible una comisión encargada de elaborar un proyecto de reforma y mejora de las cárceles de Quito. Además,
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ordenó el aumento del gasto “a medio real diario por cada uno de los retenidos en las cárceles por causas civiles o criminales” y “que se prevenga a las comisiones de policía que no pongan preso a ningún ciudadano, sin entregar al alcalde de cárcel la boleta prevenida por las leyes”. A la vez, se designaron nuevas autoridades para las cárceles públicas: un director para la cárcel de hombres, un inspector para la cárcel de mujeres con un presupuesto de 600 S/. anuales del Tesoro Público. Se propuso que el Ejecutivo debía nombrar dos Alcaldes de cárcel “á propuesta del Director,” con el sueldo de 240 S/ anuales cada uno, para lo cual la municipalidad cantonal debía contribuir con 120 S/. Se redefinieron además las funciones de las autoridades carcelarias. Se estableció, por ejemplo, que los alcaldes vigilen la cárcel, “y con este objeto permanecerán constantemente en ella y no podrán abandonar su puesto a propósito de convocar jurados, acompañar al alguacil para los apremios judiciales ni por otro motivo cualquiera”. Asimismo, se estableció que el Alguacil Mayor “visitará la cárcel todos los días, solo para informarse de la conservación del orden”.42 Durante todo el siglo XIX la principal causa de la reclusión en las precarias cárceles de la República fue el llamado “apremio por deudas”, garantía para la reproducción del llamado concertaje y legado de la colonia que fuera ratificado como delito por todos los cuerpos legales de la república decimonónica. El apremio por deudas se aplicaba en los casos en que un campesino concierto (quien
42 Libro de Actas del Concejo de Quito, f. 145, Sesión del Concejo, 1 de enero de 1857.
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se había obligado a realizar trabajos agrícolas de manera vitalicia y hereditaria, sin recibir salario o por una cantidad mínima), jornalero del campo, empleado doméstico o jornalero de la ciudad, no cumplía con su trabajo o por deuda contraída con su patrón de casa, taller o dueño de hacienda. El Congreso de 1833 expidió un decreto facultando al propietario o mayordomo de un predio a reducir a prisión o doblar el trabajo a los ´conciertos o jornaleros´ que faltasen a su deber. El Código Civil de 1860 autorizó “el apremio personal del deudor para la ejecución del hecho convenido”. Se consideraba por entonces que el apremio del deudor era la medida más eficaz para que éste cumpliera su obligación con el acreedor: el patrón de la hacienda. El Código de Enjuiciamiento Civil
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de 1869 estableció el apremio personal para el pago de costas, multas, actuaciones judiciales, honorarios y cuando la deuda provenía de arrendamiento de obra o de servicios personales. En caso de incumplimiento “el apremiado debía ser reducido a prisión hasta que pagara o devengara la deuda con un día de prisión por cada 8 reales si fuera insolvente”.43 A diferencia de la Ley francesa sobre el apremio personal, que había servido de fuente para los códigos penales ecuatorianos del siglo XIX, en el país no se obligaba al acreedor –por lo general el patrón de la hacienda- a proveer los alimentos necesarios al deudor preso, lo que determinó una situación de
43 Juan Isaac Lobato, La prisión por deudas. Quito, Ed. Universitaria, 1955, p. 15.
hambruna en las cárceles. Ante esta situación, el Estado tampoco asumió el coste de la alimentación de los presos, usando nuevamente como justificativo la pobreza del erario público. El ínfimo presupuesto que manejaban los municipios para administrar las cárceles y presidios públicos no alcanzaba para la alimentación de una gran cantidad de presos, la mayoría indígenas campesinos o artesanos mestizos pobres. Frente a esta situación, el Concejo Municipal de Quito, en 1845, apeló a la “buena voluntad” de la población para que realizara donaciones, aunque fuese con una pequeña cantidad, que debían entregarse a los recaudadores contratados para el efecto. Pero dicho plan fracasó, por el desprecio que sentían los quiteños hacia los presos, arguyendo que éstos tenían “bien merecido” estar en prisión.44 44 Larco, op. cit., p. 44.
Los apremiados por deudas crecían cada vez más en el sector rural de los alrededores de Quito, de ahí que en 1850 en las Actas de sesiones del Concejo de Quito se registran los pedidos de varios tenientes parroquiales para construir cárceles en poblados muy próximos a las tierras de hacienda: Cotocollao, Pifo, Tumbaco y Sangolquí. Para solventar la hambruna de los detenidos, las autoridades usaron el trabajo de los apremiados por deudas en obras públicas, mientras los presupuestos de cárceles se usaban para construir más calabozos o comprar grillos y útiles asociados. La cárcel pública del s. XIX, vinculada a los Municipios o anexa a las Tenencias Políticas en las parroquias, adquirió los típicos rasgos de la cárcel depósito, en que la precariedad de las instalaciones, la falta de higiene y el hacinamiento la convirtieron en paradigma de las prisiones premodernas.
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CAPÍTULO 2
GABRIEL GARCÍA MORENO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL PANÓPTICO El proyecto político-religioso de García Moreno
trol social excesivamente punitivas para impulsar la modernización del Ecuador.
La República del Ecuador en sus primeras décadas de existencia se caracterizó por un desorden político y un déficit ostensible de cohesión a nivel social y administrativo-territorial. El país estaba tironeado entre Perú y Colombia, los ejércitos no estaban centralizados bajo la égida de un mando único y predominaba el interés local antes que nacional en Guayaquil, Cuenca y Loja. El Ecuador se había constituido en un lugar de discordias por el poder, evidenciado en: la Revolución de los Chihuahuas de 1833, la diarquía Flores-Rocafuerte en 1835, la revolución marcista de 1845 o el triunvirato de 1859.
Desde la perspectiva de García Moreno, la pobreza y la ignorancia que campeaban en el Ecuador eran los fermentos del desorden. Era por lo tanto imprescindible remover los obstáculos de la falta de conocimientos e imponer una disciplina social para impulsar la industria, el comercio y la agricultura. En 1847, en un diario de la época, llegó a comparar al país con un infierno donde el desorden y la confusión estaban naturalizados. Al igual que los contrarrevolucionarios franceses, empleaba la expresión “Dios Verdadero”, contrario a la herejía, a los errores del siglo y la divinización del hombre. En definitiva, el país debía ser liberado del demonio, extirpando la “maldad” del Estado y liberando a la sociedad de los individuos malditos que impedían el progreso del país, a través de la creación de una prisión que asegurara su confinamiento y segregación de la sociedad.23
En estas circunstancias, era evidente la necesidad de un líder que reorganizara la república, retomando el proyecto de construcción nacional. El año de 1860, Gabriel García Moreno asumió dicho desafío. El Ecuador, al igual que el resto de los Estados hispanoamericanos, era un sueño por construir y ese sueño exigía un líder nacionalista. Sin embargo, dada la formación conservadoracatólica de García Moreno y su vinculación con las oligarquías locales, su liderazgo asumió un carácter autoritario y supuso la puesta en marcha de un plan que incluía prácticas políticas de con-
23 Marie-Danielle Demélas e Yves Saint-Geours, Jerusalén y Babilonia. Religión y política en el Ecuador 1780-1880, Instituto Francés de Estudios Andinos, Corporación Editora-Nacional, Quito, 1988, pp. 149-152.
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En definitiva, Gabriel García Moreno se consideraba un líder con una misión moral: rescatar a la nación del pecado y, por ende, del desorden y la anarquía. En su obra Defensa de los jesuitas, un folleto aparecido en 1851, esboza su proyecto de gobierno fundamentado en la fuerza civilizadora católica.24 En cierto sentido, para García Moreno, se debía solicitar la influencia de la Santa Religión para hacer la reforma de las leyes ya que los gobiernos no podían ni debían hacerla por sí solos. La Constitución de 1869 fue proclamada en el nombre de Dios, estructurando un Estado a la vez republicano (no reinal y no imperial) pero a la vez católico. Había que defender la religión romana, porque esta era el único vínculo entre los individuos de un país fracturado. El sistema republicano y la religión católica fueron confirmados por García Moreno como los ejes para la unidad nacional y, en suma, para la construcción de un Ecuador unitario. Finalmente, el pueblo ecuatoriano fue consagrado al Sagrado Corazón en 1873.25 Las políticas de orden, control social y represión del garcianismo tuvieron como fuentes: la tradición política española, el derecho natural católico, el pensamiento contrarrevolucionario francés y el misticismo, corrientes que dieron cuenta de un pensamiento mucho más religioso que político. En este sentido, no cabe duda que Gabriel García Moreno fue el presidente católico por antonomasia. No obstante, el “santo del patíbulo” - como lo llamó Ben-
24 Migdalia Lezama, “El pensamiento político de Gabriel García Moreno. En busca del orden”, en: Anales, Universidad Metropolitana, Vol 1, No. 2, 2001, pp. 262, 268-271. 25 Marie-Danielle Demélas e Yves Saint-Geours, op. cit., pp. 152-153.
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jamín Carrión en una insigne biografía que le dedicara- también estuvo influenciado por el racionalismo y por el positivismo, a pesar de haber sido antiliberal y antisocialista. De ahí que llegase a considerar que la civilización reposaba en los progresos técnicos. En su programa político se conciliaba la fe y el progreso. La religiosidad del líder, aunada a una practicidad racionalista y empirista, fue empleada para la construcción del sueño nacional. El ultramontano García Moreno dio su apoyo total a la Santa Sede cuando Italia vivía su unificación y se disputaba el poder temporal del Papa. Cuando Roma fue ocupada en 1870, el Ecuador fue prácticamente el único país en el continente que protestó, en nombre del respeto al derecho cristiano, el que estaba – según su visión – por sobre el deseo de las nacionalidades o el derecho de los pueblos. Antes que la Nación o el Estado, a García Moreno le interesaba el populus christianus. Por esa razón, la regla de ciudadanía de 1869 y un buen número de medidas a favor de la religión de Cristo Rey provinieron del Syllabus. 26 En este sentido, para que el Estado-Nación pudiera subsistir ante la división interna, los peligros externos y la incredulidad, era necesario ponerse bajo la protección de otro Estado-nación. En la lucha entre el Bien y el Mal, se debía evitar transformarse en un “lugar infernal”. Se necesitaba como tutor a una potencia católica y lejana que estableciera un protectorado o un dominion: Francia. En 1859, García Moreno le propuso a Emile Trinité, el
26 Ibíd., pp. 154-155. El Syllabus fue una publicación de la Santa Sede de 1864, durante el papado de Pío IX, que condena conceptos modernos, como por ejemplo la libertad de pensamiento y la separación entre la Iglesia y el Estado.
Cónsul General de Francia en Quito, dicho protectorado. Amédée Fabre, sucesor de Trinité, recibió la misma proposición dos años después. Según García Moreno, había elegido a Francia por sus analogías de raza, identidad y religión, con la finalidad de oponer un conjunto católico contra los anglosajones protestantes portadores del liberalismo. Curiosamente, el cónsul Fabre terminó rechazando la propuesta del régimen garciano en 1862, ya que pensaba que García Moreno quería aprovecharse de Francia a nombre del interés nacional. En efecto, el santo del patíbulo no buscaba únicamente favorecer al imperialismo francés sino también al nacionalismo ecuatoriano. Su propuesta de constituir el “Reino Unido de los Andes” bajo la protección de Francia, ex-
presaba el interés de los grupos aristocratizantes de la Sierra: su hostilidad al dominio industrial y comercial inglés. Pero a pesar de que se había humillado demandando el protectorado, Francia lo rechazó para no tener un conflicto con Inglaterra y porque la estructura proyectada por García Moreno no era compatible con los regímenes sansimonianos, liberales e industrialistas que Napoleón III quería establecer. En el período garciano (1860 -1875), la Iglesia no solamente estuvo destinada a inspirar un Estado clerical sino también un proyecto nacional, por esa razón la Iglesia trabajó bajo la autoridad del dictador García Moreno, articulando grupos sociales opuestos, paliando las flaquezas de una administración ineficaz y
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educando a la población. Para que esto sucediera, García Moreno tuvo que reformar la Iglesia, puesto que para él los miembros del clero no desempeñaban el papel que les correspondía. Lejos de someterse a las exigencias vaticanas, García Moreno negoció durante largo tiempo el acta que regiría las relaciones con la Santa Sede. En lo concerniente al clero regular, propuso que este regresara a una estricta observancia de las reglas, para lo cual trajo del extranjero a religiosos encargados de regenerar al clero y educar a la población. De esta forma, García Moreno puso a las autoridades eclesiásticas bajo sus órdenes, lo que generó una permanente tensión con la
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Iglesia. La política de García Moreno buscaba superar la atomización de la sociedad, reduciendo lo que consideraba fuerzas centrífugas: cofradías, instancias representativas de indios, comunidades, entidades regionales o locales, a un juramento de fidelidad para con el Estado. Para cumplir este objetivo, era importante también la unidad territorial. El proyecto político de García Moreno se basaba en dos factores cruciales: religión y caminos. El catolicismo era la fuerza cohesionadora de la nación y los caminos permitirían el contacto entre las diversas unidades geográficas del país.27 27 Ibíd., pp. 164-168, 174, 180.
El control social y la regeneración moral La educación fue para el garcianismo uno de los mecanismos fundamentales para implantar el orden en la nación, en tanto fuerza moralizadora. La educación pública universal estaba llamada a imbuir de valores correctos a la generación más joven, a la vez que una estricta moral católica para todos los ciudadanos ayudaría a que los más reacios al cambio, la población adulta, se ajuste a dichos ideales.28
28 Henderson, Gabriel García Moreno y la formación de un Estado conservador en los Andes. CODEU, Quito, 2010, p. 188.
A partir de 1869 el presidente logró que el Congreso acepte que la escuela primaria fuera de incumbencia del Estado, encargándosela a la Iglesia, sobre todo a los Hermanos de las Escuelas Cristianas y a las Hermanas del Sagrado Corazón, mientras que los colegios fueron puestos en manos de los jesuitas españoles. Para 1875, el número de niños escolarizados se multiplicó por tres. En cuanto a la educación superior, decidió cerrar en 1869 a la Universidad Central, a la par que fundó la Escuela Politécnica, que acogió a los jesuitas alemanes expulsados por Bismark. Asimismo, trajo a médicos e ingenieros franceses para que dirigieran la Facultad de Medicina y creó el Observatorio Astronómico. Con estas
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acciones, García Moreno puso a la Iglesia al servicio del proyecto educativo nacional, bajo la autoridad de un “Consejo General de Instrucción Pública” controlado por el Ejecutivo gracias a la reforma de 1869.29 Las políticas de control social del régimen gar-
29 Demélas y Saint-Geours, op. cit., pp. 185-186.
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ciano se apoyaron también en la burocracia. Bajo el liderazgo del Ejecutivo, el Congreso facilitó el aumento de los funcionarios públicos para hacer cumplir las leyes, las que a su vez fueron modificadas en función de ayudar a preservar el orden e impulsar la modernización de la nación. Los nuevos cuerpos y códigos legales fueron aprobados para contar con un sistema legal que permitiría a los
burócratas y militares supervisar los comportamientos sociales, castigar a los criminales y promover el comercio. García Moreno elaboró un Código Penal revisado y nuevos procedimientos luego de la sesión legislativa de 1871, en el que se castigaba vicios tales como la bebida, la fornicación y el adulterio. El lado progresista de este sistema de justicia penal se visibilizó en la construc-
ción del Panóptico, una penitenciaría con la última tecnología y que propendía no solo a la represión sino también a la redención de los delincuentes. A pesar del carácter represivo del régimen, el ejército no se instaló en el poder, ya que el proyecto nacional y el fortalecimiento del Estado se oponían a dicha instalación. Es más, se procedió a la despolitización del ejército,
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eliminando el montonerismo paramilitar, suprimiendo tentaciones caudillistas y profesionalizando a los soldados. El programa garciano buscaba “reprimir, encerrar, eliminar los libros malos, clausurar las logias masónicas(…) y hacer retornar al camino recto a las ovejas descarriadas”, pero también perseguir a los mal pensantes y a los criminales comunes, ya que en palabras del mismo García Moreno: Más horrible que el crimen es la impunidad del delincuente (…). Un castigo ejemplar deja satisfecha la justicia, fortificada la moral, consolidado el orden público y afianzado por largo tiempo el
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imperio de las leyes y de la voluntad del pueblo. Nuestras fuerzas son la única garantía contra hombres sin Dios ni ley. En el sistema republicano la fragilidad de las instituciones y de las leyes, la inestabilidad de los gobiernos y la frecuencia de los trastornos, dejan a la sociedad indefensa a merced de pasiones sin freno.30 Curiosamente, la construcción de un “panóptico” en Quito emanaba de un espíritu de modernidad, pero al mismo tiempo las medidas del sistema carcelario dependían en
30 Mensaje al Congreso, 1865. Citado en Demélas y Saint-Geours, op. cit., p. 187.
general de los métodos más tradicionales del “gran encerramiento”. El panóptico estaba llamado a constituirse también en hospicio para los borrachos, que serían sometidos ahí a un régimen de higiene y de trabajo agrícola, u hogar para la rehabilitación de las mujeres prostitutas. La política penal perseguía la ex-
tinción del pauperismo y la imposición de un orden moral. La censura de las costumbres y las ideas, por un lado, y por otro la austeridad y el ascetismo de la vida del presidente, son ejemplos de la moral que promovía García Moreno. Como buen “positivista”, consideraba que los individuos eran capaces de pro-
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sobre la vida cristiana. En 1869 contrató a las Hermanas del Buen Pastor de Francia para que dirigieran instituciones dedicadas a mujeres condenadas por delitos de vicios. El debate acerca de la redención versus el castigo influyó en la consideración criminológica del gobierno, que veía al encarcelamiento no sólo como un castigo, sino también como una oportunidad de redimir a los reclusos. Esta visión de las cosas motivó la creación de cárceles o secciones separadas para hombres y mujeres con el fin de evitar comportamientos escandalosos. También, se contrató a capellanes para las prisiones con el fin de mejorar las condiciones espirituales de los reclusos. Cuando empezó a funcionar el Panóptico, se recurrió a monjes visitadores que conducían regularmente grupos de oración, con el propósito de que los presos regresaran hacia el camino correcto. Por último, la redención se apoyó también en el trabajo. De esta manera, se pretendió rehabilitar a los presos enseñándoles diversos oficios.31 El campo de valores durante el garcianismo fue asumido en términos de moral católica. A partir de estos valores y no solo desde el Derecho Positivo surgieron diferentes normas legales dirigidas a racionalizar las relaciones jurídicas entre las personas.32 El discurso sobre la moral pretendió convertirse en guía espiritual para conducir a la sociedad. A partir de la moral católica se determinaba lo bueno y lo malo, lo prohibido y lo permisible, enfa-
gresar y, como buen católico, que podían ser redimidos y regresar a Dios. Así, los correccionales fueron diseñados tanto para castigar el comportamiento inmoral o criminal como para instruir a los reclusos
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31 Henderson, op. cit., pp. 220-221. 32 Ana María Goetschel, “El discurso sobre la delincuencia y la constitución del Estado Liberal (períodos garciano y liberal)”, en: Revista Procesos, No. 8, Universidad Andina Simón Bolívar, 1996, p. 86.
tizándose en la necesidad de reprimir la embriaguez, pues el uso de bebidas alcohólicas era sinónimo de “holgazanería, enfermedad, desorden, corrupción, perversidad”. El alcohol fue presentado como un demonio que debía ser expulsado, razón por la cual se puso en práctica una campaña de moralización para suprimir a los ebrios de profesión, faltos de probidad, fracmasones y concubinarios que se negasen a cortar el escándalo.
dose en la moral católica se intentó normar la vida del ciudadano e imponerle un estilo de vida.
La represión y el disciplinamiento social A la par con la regeneración moral, García Moreno se esforzó por implantar una férrea disciplina social y una severa represión con-
La campaña de moralización se enfocó en los indígenas de la Sierra y en los campesinos de la Costa. Para mejorar la moralidad de los primeros, la acción coercitiva estatal se enfocó en la represión de las borracheras inherentes a la forma de celebración andina, por lo que se prohibieron las fiestas tradicionales que contenían prácticas indígenas o elementos no-cristianos. En ese sentido se reprimió los toros populares, los juegos de carnaval y las demás fiestas populares, por la alta ingesta de aguardiente que se utilizaba en las mismas. A la par, el concubinato o las prácticas extramatrimoniales, vividas de manera explícita en la vida cotidiana de los campesinos costeños, fueron el delito moral más perseguido por el Estado, en razón de un objetivo crucial: el fortalecimiento de la estructura familiar como fundamento de la civilización católica. El Estado, por lo tanto, pasó a intervenir directamente en la esfera de lo privado. De ahí que en el garcianismo los delitos que se juzgaron se clasifican de la siguiente forma: públicos 42%, privados 41% y de propiedad 17%.33 La política de regeneración moral también se dirigió contra los juegos de azar, la libación de alcohol en las calles y la vagancia de los jóvenes y adolescentes en las ciudades. En fin, basán-
33 Ibíd., pp. 87, 95-97.
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tra las conductas y prácticas sancionadas como ilegales y consideradas inmorales. El discurso garciano sobre el orden se basó en la represión de lo delincuencial en base a la creación de dispositivos legales, ya que según García Moreno el problema de la nación pasaba por la insuficiencia de leyes comunes y la indiferencia del poder a
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favor de los que atacan la propiedad y asesinan.34
34 Citado por Manuel María Pólit Laso, en: Kingman y Goetschel, “El presidente Gabriel García Moreno, el Concordato y la administración de poblaciones de la segunda mitad del siglo XIX”, en: Historia Crítica, No. 52, Bogotá, Enero – Abril 2014, p. 129.
El progreso de la nación exigía la mejora de las costumbres por medio del disciplinamiento de las poblaciones y los individuos, lo cual solo era posible a través de una acción sostenida aplicada en varias generaciones; proceso en el que debían intervenir tanto los aparatos represivos del Estado como de la Iglesia, con sus centros de educación, adoctrinamiento y control. Por lo tanto, el discurso garciano de moralización y represión a los culpables estuvo acompañado de un ordenamiento de leyes, junto con el desarrollo del aparato burocrático, judicial y policial y de una infraestructura arquitectónica. De aquí se entiende que el primer intento serio de sistematización de la estadística general y delincuencial se realizó entre 1873 y 1875.35 La pena de muerte y la del exilio constituyeron las condenas más severas que existieron en el siglo XIX. La pena de muerte se ejecutó en varios gobiernos, pero sobre todo en el gobierno de Gabriel García Moreno. El Código Penal de 1872 normó claramente el procedimiento de la ejecución de los condenados a muerte. En la Sección II “De las penas criminales”, se lee: “Art. 14.- La ejecución tendrá lugar públicamente y de día, y en cuanto sea posible, en el mismo pueblo en que se haya cometido el crimen”. El código oficializaba el espectáculo de la ejecución: se debía exhibir al sentenciado en un cadalso o tablado pintado o forrado de negro, elevado en algún sitio público a la vista de muchos espectadores. Sobre el banquillo del reo se debía poner un cartel que anuncie su nombre, vecindad, crimen y pena. Para efectos del reconocimiento público, todo sentenciado
35 Goetschel, op. cit., p. 92.
a pena de muerte debía vestir, en el día de la ejecución, de una manera pertinente con el delito cometido: por asesinato, una túnica blanca ensangrentada y un gorro encarnado; por traición, una túnica negra hecha pedazos con gorro negro y las manos atadas a la espalda; por parricida, una túnica blanca ensangrentada y desgarrada, con una cadena al cuello, cubierta la cabeza con un velo negro y las manos atadas a la espalda. La ejecución debía ser presidida por el subalterno de justicia, en presencia de ministros de la religión, del escribano y de alguaciles en traje de luto.36 En el garcianismo la policía empezó a ser pensada seriamente, como un asunto de Estado y relacionada con el orden interno del Estado. El papel de la policía fue fundamental en la represión de los delitos penales y morales. Los agentes del orden fueron compelidos a actuar inmediatamente no solo frente al cometimiento de crímenes in fraganti, sino también ante los delitos morales, como la vagancia de los jóvenes, los juegos de azar o las borracheras en la calle. Ante estas prácticas estaban autorizados para conducir a este tipo de infractores a las diversas casas correccionales o a las cárceles públicas. La policía también tuvo una participación diligente en la persecución de los gañanes que huían de las haciendas y se refugiaban en otras zonas rurales o en las ciudades, así como en la participación en el sistema de provisión de peones para obras públicas. Se hicieron campañas para recoger y encerrar en hospicios
36 Código Penal 1872, cit. por Carolina Larco, “Visiones penales y regímenes carcelarios en el Estado Liberal de 1912 a 1925”, Programa de Doctorado en Historia, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, 2011, p. 49.
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a mendigos y dementes, y para llevar a los alcohólicos a la Casa de Temperancia. La institucionalización de la Policía fue más allá de Quito, Guayaquil y Cuenca en la medida que se designó un intendente general de Policía en todas las capitales de provincia, un comisario subordinado a aquél en cada cantón, un teniente político en cada parroquia, cada uno de ellos con un contingente de agentes en proporción a la importancia de la población que se les confiara. Las leyes, la policía y la tradición católica como coacción moral sirvieron para imponer un orden moral, que debía servir como fundamento al proyecto de comunidad católica. La Policía, institución especializada en la vigilancia, el control y el castigo actuó junto con los sistemas domésticos de control: corporaciones e internados, impulsados por la Iglesia y la sociedad civil católica. Las medidas tomadas por los administradores de los internados inscribieron lo moral en lo disciplinario. El control de las familias, gremios y barrios no solo pasó a depender de la policía sino también de la autoridad moral inculcada por la Iglesia.37
El surgimiento del sistema panóptico El fundador de la idea del Panóptico fue el jurista inglés Jeremy Bentham (1747-1832) quien en su obra Panopticon (1791) planteó una reforma penitenciaria, por encargo de Jorge III rey de Gran Bretaña. A partir de entonces modeló una cárcel en la cual se vigilaría, sin ser visto el vigilante, a todos los presos desde un punto: “pan–óptico”; precisamente, significa “visión para todo lado”. Esta nueva ar-
37 Kingman y Goetschel, op. cit., 139-140, 144.
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quitectura carcelaria buscaba el control y tratamiento de los reclusos, a la vez que guardar a los presos con más seguridad y economía. El Panóptico representó un modelo de poder y de sometimiento al ser humano, donde el observador era invisible (como Dios). Como modelo de organización se basaba en la disciplina normalizadora, en la exagerada visibilidad del sujeto, en la inverificabilidad de la observación y en la búsqueda de certidumbre por parte del vigilado. En fin, el convertir al ser humano en un objeto de vigilancia. La estructura del Panóptico imposibilitaba así cualquier comunicación, evitando las conspiraciones
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colectivas y proyectos comunes que pudieran surgir entre los individuos encerrados.38 Originalmente, el objetivo del Panóptico fue el trabajo y la reforma moral del preso, a través de un nuevo régimen carcelario basado en medios nuevos: el castigo disciplinario como excepción, una higiene adecuada y el trabajo. Elementos que debían garantizar una buena conducta y dotar de capacidad para la 38 Citado por Faustino Gudín Rodríguez–Magariños, Historia de las Prisiones, p. 17 en: http://ocw. innova.uned.es/ocwuniversia/derecho-constitucional/derechos-de-los-reclusos
subsistencia de los presos en la sociedad, una vez que hubieran cumplido su condena. En el Panóptico se debía distribuir a los presos en los distintos pabellones considerando su sexo y clase social. Por todos estos factores, la arquitectura panóptica fue vista en su época como un avance “técnico humanístico”. No obstante, la arquitectura panóptica fracasó en su país de origen, Inglaterra, y en general en Europa, pero adquirió notable éxito en el continente americano.39 El sistema panóptico fue el resultado del vi-
39 Montserrat López Melero, “Evolución de los sistemas penitenciarios y de la ejecución penal” en: Anuario Facultad de Derecho - Universidad de Alcalá V (2012), p. 429.
raje y renovación de la concepción sobre el delito, el delincuente y el castigo, acaecida a fines del s. XVIII e inicios del siglo XIX. Por entonces se produjo un gran viraje en el derecho penitenciario: el reconocimiento legal de la prisión como pena sustantiva y no custodial. La implantación de la pena de prisión o privación de la libertad se convirtió en el principal medio punitivo del Estado, la sanción básica de todos los sistemas penales, junto con: el establecimiento de la proporcionalidad entre delitos y penas, las garantías procesales, la independencia judicial, la reducción de la pena de muerte, la supresión del tormento o tortura y de las penas corporales. Varias corrientes ideológicas defendieron la idea de que las prisiones debían perseguir como objetivo último la corrección del delincuente.
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En el siglo XIX, a más del sistema panóptico, dos regímenes carcelarios nuevos surgieron a partir de las propuestas de Bentham, los mismos que se tornaron referenciales, modelos que se implantaron en las principales prisiones de Europa y Norteamérica. El primero de ellos fue el sistema filadélfico o celular nacido en los EEUU, que se basaba en la no violencia y pretendía evitar los vicios que dominaban la vida de las prisiones, a través del aislamiento total del preso, para evitar la contaminación que este podía generar. Al mismo tiempo se daba énfasis a la orientación religiosa a través de la lectura exclusiva de la Biblia. El preso pasaba día y noche encerrado en su celda, sin visitas ni trabajo, ya que la finalidad que se intentaba obtener era el recogimiento y
arrepentimiento del recluso, por lo que un trabajo podía distraerlo. Los reclusos estaban separados y debían mantener unas condiciones mínimas de higiene dentro del establecimiento. Este sistema, después de su aplicación, fue muy criticado debido al elevado número de suicidios y locura que produjo, así como la pérdida de hábitos sociales por el alto número de horas que se permanecía en la celda. En definitiva, el aislamiento absoluto fue un experimento inhumano, en tanto produjo efectos destructivos sobre la salud psíquica, dando lugar al síndrome que se denominó “locura penitenciaria”. Por esta razón, el sistema filadélfico o celular fue tachado como “una de las aberraciones del siglo XIX”, sien-
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do prontamente sustituido por el de Auburn, nacido también en los EEUU. Este segundo régimen carcelario se basaba en el mantenimiento de un sistema celular nocturno, pero combinado con la vida en común y trabajo durante el día bajo la regla del silencio absoluto, de ahí que se lo llamó también Silent System. Con estas medidas se buscaba evitar fugas, motines y contactos diferenciales. Al mismo tiempo contemplaba la aplicación de una disciplina severa, con castigos corporales frecuentes. Estos regímenes carcelarios fueron conocidos y analizados por García Moreno y sus colabo-
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radores y, como sucedió en otros países de América Latina, se decidió combinarlos dando lugar a un modelo mixto o híbrido, basado en los regímenes filadélfico y de Auburn y en el modelo propuesto por Jeremy Bentham, para aplicarlo en el Panóptico que se construyó en la ciudad de Quito.
Un Panóptico para Quito El presidente Gabriel García Moreno decidió construir un Panóptico en la ciudad de Quito como parte de su proyecto de modernidad, regeneración moral y disciplinamiento social, siguiendo lo que habían realizado otros paí-
ses de la región. En efecto, la construcción de penitenciarías en Sudamérica empezó en la década de 1830 en Río de Janeiro. La década siguiente se hizo lo mismo en Santiago de Chile. En 1862 se terminó el panóptico de Lima. Todos estos presidios fueron construidos tomando como referente el panopticon de Bentham, aunque sin apegarse estrictamente al modelo original. Así, por ejemplo, en lugar de pabellones y celdas circulares con una torre de observación en el centro, que habría permitido la vigilancia constante y plena que Bentham había pensado, se levantaron varios pabellones rectangulares con hileras de celdas a ambos lados y que convergían ra-
dialmente hacia un punto central donde se ubicaban las oficinas administrativas y el observatorio central.40 A finales del año 1861, el arquitecto de origen inglés nacido en las Islas Vírgenes Británicas, Thomas Reed, llegó a Quito invitado por el presidente García Moreno para integrar la planta de profesores de la Escuela Politécnica y asumir el cargo de arquitecto del gobierno. Hasta esa fecha, Reed había alcanzado gran
40 Carlos Aguirre, “Cárcel y Sociedad en América Latina, 1800-1940”, en: Historia social urbana. Espacios y flujos, FLACSO, Quito, p. 215.
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notoriedad en Venezuela y especialmente en Colombia, en donde había diseñado y construido importantes obras públicas entre las que destacaba el Capitolio Nacional de Colombia en Bogotá y el Panóptico de Cundinamarca (hoy Museo Nacional de Colombia). Dada esta experiencia como constructor de penitenciarías, el presidente García Moreno le encargó el diseño y construcción de un Panóptico para Quito. El encargo fue hecho antes de agosto de 1869, ya que por esas fechas, como revela una carta del 11 de agosto de ese mismo año, ya se había diseñado el proyecto arquitectónico. En dicha carta, García Moreno pide al arquitecto realizar algunos cambios al plano original del Panóptico de Quito.41 Una vez que el diseño estuvo listo, el presidente pidió la autorización a la Convención Nacional. El 30 de agosto de 1869, esta ordenó la construcción de una Penitenciaría en la República. El acuerdo redactado para tal propósito señala:
La Convención Nacional del Ecuador Considerando: Que no puede establecerse un buen sistema penal, por falta de una penitenciaría en la cual puedan cumplir los criminales las penas de trabajos forzados, de reclusión y detención, Decreta:
41 Alfonso Ortiz, “El Panóptico (Penal García Moreno), Quito, 1869-1875”, en: En Busca de Thomas Reed. Arquitectura y política en el siglo XIX, Secretaría General, Alcaldía Mayor de Bogotá, D.C., primera edición, Bogotá, 2005, pp. 125-138.
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um fugitat alibus que volorporem. Et aut quaeped quatis adio odi dolora sam sa inctessum ipienit (XX)
Artículo único: Se declara de necesidad pública la construcción de un panóptico o penitenciaría; y se autoriza al Poder Ejecutivo para que lo haga construir en el lugar más adecuado, a costa de las rentas fiscales. Dado en Quito, capital de la República, a 27 de agosto de 1869. El Presidente de la Convención: R. Carvajal. El Secretario: Víctor Laso
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Palacio de Gobierno en Quito, a 30 de agosto de 1869. Ejecútese. G. García Moreno.”42
El contrato del Estado con el arquitecto Thomas Reed para la construcción de un Panóptico en Quito se realizó mediante escritura
42 El Nacional, 9 de octubre de 1869, citado por Ortiz, ibíd., p. 125.
um fugitat alibus que volorporem. Et aut quaeped quatis adio odi dolora sam sa inctessum ipienit (XX)
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pública que se firmó el 15 de diciembre de 1869. En el mismo se establecía que Reed se comprometía a ejecutar la obra de acuerdo a los planos presentados, incluyendo las labores de albañilería, cantería, carpintería, trabajo en hierro, pintura y colocación de vidrios, excepto de la provisión de cualquier mueble, sean útiles de baño, cocina, dormitorio, etc. El costo total de la obra se fijó en 222.149 pesos con 29 centavos y debía entregarse al término de cinco años, contados a partir del 2 de enero de 1870, con entregas parciales cada semestre. El gobierno a su vez se comprometió a participar anticipadamente cuotas semestrales al constructor. No obstante, una vez empezada la construcción y dado el ritmo de la obra, el mismo Reed solicitó al gobierno
se reduzca el plazo de la construcción de cinco a cuatro años, propuesta que fue aceptada. La mano de obra con que se construyó la penitenciaría fue netamente indígena, específicamente de las parroquias del norte de Quito. Los tenientes parroquiales fueron los encargados de proveer de manera obligada un número establecido de peones. Es de suponer que estos fueron reclutados de manera forzada. En la obra también participaron los presos de entonces. Una comunicación oficial del 18 de marzo de 1870 dirigida al teniente parroquial de Lloa reza: “Necesitándose con urgencia ocho armazones para el trabajo del Panóptico en esta capital, se servirá U. hacerlos construir inmediatamente de la mejor madera que se encuentre, prefiriéndose la
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de Arrayán; i tan pronto como estén concluidos los remitirá U. para pagar su importe interesado.”43 Para levantar el Panóptico se escogió un lugar apartado de la ciudad, ubicado en uno de 43 Ibíd., p. 131.
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sus extramuros: el final de la calle Rocafuerte, cerca de la antigua cantera. Este lugar ofrecía aspectos de seguridad: al frente del edificio, es decir al Sur, cruzaba la profunda quebrada de Jerusalén, y al Norte, a las espaldas del edificio, se encontraba la colina de El Placer que descendía bruscamente, formando un pequeño farallón. Al mismo tiempo, el suministro
de agua estaba garantizado por las vertientes que descendían del Pichincha, incluyendo el tradicional suministro de La Chorrera.
lario del Ecuador, en donde se recluía a sentenciados de diferentes poblados y ciudades del país.
El gobierno compró de forma obligada un solar perteneciente a doña Ángela Calisto Pérez, viuda de González de los Reyes, ubicado en una pequeña pendiente que después tuvo que desbancarse para formar un terraplén donde se levantó la penitenciaría. Al oponerse los hijos de la señora por considerar que el precio que se les reconocía era muy bajo, el presidente ejerció su mano dura contra ellos, mandando a que se los fuetee como escarmiento.44
Los primeros presos que se recluyeron fueron 71 procesados, que venían, entre los más peligrosos, de Manabí, Loja y Cañar. Este número era inferior a la capacidad del penal, que de acuerdo al sistema celular podía albergar a 270 individuos, porque ese era el número de celdas del edificio. Cada celda tenía un área de 7,6 metros cuadrados. La población penitenciaria por entonces era baja. El mismo García Moreno en una carta reconocía que la criminalidad en el Ecuador no era tan alta como en otros países: “hasta el punto de no encontrar en más de un millón de habitantes, criminales bastantes en número para habitar en la Penitenciaría”. Según la estadística del Ministerio de lo Interior, en 1873 había 1.755 causas criminales despachadas por la Corte Suprema, entre las cuales: 584 correspondían a Guayaquil, 326 a Quito, 227 a Riobamba, 198 a Cuenca y 80 a Loja.48 El número de reclusos fue bajo hasta fines del s. XIX.
La construcción iniciada en 1869 se terminó el 20 de agosto de 1874 durante el segundo gobierno de García Moreno. El costo total fue de 235.538 pesos, lo que representó el 14% del gasto total del Estado en obras públicas de ese año.45 La entrega formal de la obra la realizó el constructor Thomas Reed al Gobernador de la Provincia de Pichincha señor Pablo Bustamante46 en julio de 1875, día oficial de su inauguración.47 A partir de entonces el Panóptico de García Moreno pasó a denominarse Penitenciaría Nacional de Quito, por constituir el único establecimiento carce-
44 Fernando Jurado Noboa, Calles, casas y gente del Centro Histórico, T. III, FONSAL, Quito, 2006, p, 112. 45 Goestchel, cita de Jorge Núñez, Cacería de Brujos. Drogas ilegales y sistema de cárceles en el Ecuador, Abya-Yala, FLACSO, Ecuador, Quito, p. 29. 46 Eduardo Espinosa M. “114 años del Penal García Moreno”, en Revista Ruptura, Año XXXIX, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Asociación Escuela de Derecho, Quito, 1988, p. 223. 47 Ortiz, ibíd., p. 135.
La construcción del Panóptico puede ser catalogada de sólida de acuerdo con las funciones que debía cumplir, con muros portantes de cal y ladrillo. Estaba conformado por cinco pabellones radiales de tres plantas, cubiertos por terrazas planas para la vigilancia de los presos. Estos pabellones convergían en un amplio volumen cilíndrico más amplio, cubierto por una cúpula de media naranja con tejuelo, llamada desde entonces “bomba”. Aquí funcionó una capilla hasta 1910. En la planta baja estaban los talleres de carpintería, ebanistería, talla, etc. Se destacaba además el
48 Carolina Larco, op. cit., pp. 41-42.
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pabellón de ingreso con la administración y servicios, como un volumen independiente, así como el pabellón de cocina y bodegas.49 En la cocina y la lavandería había un zócalo de piedra labrada. Con respecto al modelo original, el edificio fue reforzado: al término de la obra se lo midió y resultó que la extensión longitudinal de los dos claustros del edificio tenía un exceso de setenta y cinco centímetros más de lo pactado; la parte del edificio que hace frente a la calle tenía cinco metros más, la altura de las paredes catorce centímetros más y el espesor cinco centímetros de exceso.50 Visto desde arriba el edificio original configuraba una estrella de 5 puntas, estructura que a pesar de la serie de adecuaciones que se han realizado a lo largo de su existencia no ha cambiado su apariencia. Al parecer, el mismo García Moreno habría ordenado pintar a la entrada del edificio el eslogan: ODIO AL DELITO, COMPASIÓN AL DELINCUENTE. Según la leyenda, también habría ordenado pintar de negro algunos muros interiores del Panóptico para que ciertos penados nunca vieran la luz. Era parte del mismo sistema de expiación que incluía la ducha helada en las madrugadas, el látigo y el cepo. Un mes más tarde de inaugurado el Panóptico, fueron recluidos allí mismo los comprometidos con el asesinato del propio presidente García Moreno, cometido el 6 de agosto de 1875.
49 Alfonso Ortiz, Evelia Peralta y Pablo Moreira, Ciudad de Quito, Guía de Arquitectura, Vol. II, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, Junta de Andalucía, Sevilla, Quito, 2004, p. 186. 50 Espinosa, op. cit., p. 233.
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Al año siguiente de la entrega del edificio aparecieron ciertos problemas en la construcción por lo que fue necesario realizar algunas reparaciones. Los daños ocasionados por goteras y problemas en las cañerías llevaron al gobierno ecuatoriano a demandar al constructor, enfrentándose con la viuda del arquitecto Reed después de su muerte sucedida en Guayaquil el 26 de enero de 1876.51 El Panóptico de García Moreno se destinó a reos que provenían de toda la República para cumplir condenas de reclusión mayor y
51 Ortiz, Ibíd., p. 135.
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de reclusión menor, tipificadas en el Código de 1872. En este se establecieron crímenes y delitos, así como las penas clasificadas en: infracciones con penas pecuniarias y multas; correccionales de Policía y penas de reclusión menor y mayor para delitos penales. El Código contempló disposiciones y procedimientos judiciales con rasgos modernos. No obstante y en contraste con la idea moderna de que la cárcel tendría la función principal de castigar de acuerdo a la magnitud del crimen, delito o infracción cometidas, dicho Código incorporó la visión moral religiosa propia del proyecto político garciano. Por ejemplo, el capítulo II: “De los crímenes y delitos con-
tra la religión” establecía penas desde 1 mes hasta 8 años de reclusión, dependiendo del tipo de infracción. El artículo 161 señalaba: “la tentativa para abolir ó variar en el Ecuador la religión católica, apostólica romana, será castigada con pena de muerte, si el culpable se hallare constituido en autoridad pública y cometiere la infracción abusando de ella. No concurriendo estas circunstancias la pena será prisión de dos a tres años; y en caso de reincidencia, penitenciaria de cuatro á ocho años”. Además se establecía penas de 1 a 3 años para quien celebrare actos públicos de un culto que no fuere católico, apostólico y romano (art. 162); de 3 a 6 años para quien inculcare públicamente inobservancia religiosa (art.
163) o se mofare con publicidad de algunos de los sacramentos o misterios de la Iglesia, “ó de otra manera excitare á su desprecio”; la misma pena para el que propalase doctrinas o máximas en contra de la fe católica y otras acciones similares. Los reincidentes en ese tipo de infracciones, señaladas como delitos por el Código, serían castigados con 3 a 6 años de extrañamiento.52
52 Código Penal y Código de enjuiciamiento en materia criminal de la República del Ecuador, Nueva York, Imprenta de Hallet y Breen, calle de Fulton, Nos. 58 y 60, pp. 45-47, cit. por Larco, op., cit., p. 47.
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EN EL PRESIDIO DE GARCÍA MORENO
El Panóptico es un edificio de cuatro cuerpos semejantes, colocados en forma de patíbulo de Cristo, y encerrado dentro de murallas blancas y elevadas. En los pies está el portón; en el centro, un espacioso octógono, que los guardias llaman la bomba, en cuyo piso superior se halla la capilla, para la misa y devociones, y rodeado de verjas infrangibles, que dan entrada a oscuros corredores bajos, o sea, a las cuatro partes de la cruz. Cada cuerpo del edificio tiene tres pisos, cada piso, buen número de celdas, cada celda es de cinco metros de largo y tres de ancho, todas con puertas de hierro, que, para quien las mira desde el extremo del andén, tienen el aspecto de una calavera. Cada una de las celdas tiene su respectivo mechinal, con barrotes fuertes de hierro, por donde se ven oteros y campiñas, que los espectadores distantes, dan a la penitenciaría la apariencia de panteón, porque cada uno es la losa de un sepulcro. Por ellos miran los melancólicos presos: por la abertura de un sepulcro ven los que pueden ver, estando muertos. El edificio está apoyado, por un lado, en las colinas, casi verticales, que forman los estribaderos del Pichincha; y Quito está construido en sinuosidades inferiores, pero no pueden ser miradas por los presos, sino desde la techumbre, que es bella, especie de plataforma embaldosada, a donde no les es permitido ascender. El panóptico… es la única prisión decente de Quito: a él vienen todos los que han sido aprehendidos, aunque la causa sea infracción involuntaria: el publicista y el poeta, el guerrero y el apóstol, el adolescente y el anciano, todos tienen que soportar la fetidez de esas mazmorras, la frigidez de esa temperatura, y vivir en condición de presidiarios, aunque su prisión deba durar un día, por la ley. El reglamento es igual para presidiarios y presos por causas frívolas o nobles. ¡Cuántos de mis compatriotas habían yacido en aquellas lúgubres celdas con alma heroica, y que en su vida perpetraron delito digno de prisión! Liberales de todas las provincias me han hablado de sus más o menos prolongados suplicios, no tanto por lo material
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de la prisión, cuanto por la ferocidad de Jiménez y Sierra, ambos directores alternativamente del presidio… Al pasar, me saludaban los presos con ternura desde detrás de la reja. Mi celda estaba en el departamento de los presidiarios rematados. Me hallé con un catrecillo de madera, que me llenó de orgullo, cuando supe que había sido de Sucre: mi hermano Julio me refirió que se lo había prestado la señora Ubaldina Carcelén, última descendiente de la marquesa de Solanda. No quedaba espacio sino para una silla y una mesita pequeña. Me encerraron, echaron a la puerta un gran candado y quedó un centinela, armado de un fusil. No tenía ni un libro: uno que venía en mi maleta, había sido detenido en la dirección. Por el mechinal se veía el campo, y me puse a contemplarlo. Por la tarde me vino la comida: no abrieron, y me pasaron las viandas por una ventanilla abierta en el batiente… A la mañana siguiente fui visitado por mi esposa y mis hijos, quienes habían venido a La Quinta. Mi esposa era limeña y nunca pasó por iguales trances. Entró sonriente, sin embargo, y sus primeras palabras fueron estas: – Tú, en tus glorias, político ecuatoriano… En breve vinieron los jueces, escribanos, etc., a tomarme la indagatoria. El juez era también mi condiscípulo, pero me trató con displicencia. Mi información fue lacónica, a pesar de las preguntas de cajón: “En mi vida he cometido un crimen; en el 6 de agosto de 1875 estalló una conspiración contra una odiosa tiranía; y en el primer ímpetu de ella, murió García Moreno. En aquella conspiración estuve yo. La conspiración fracasó, y a mí me han perseguido 20 años”. Desde el principio empezaron a representarse en el presidio una serie de escenas dolorosas, y las he de recordar, aun cuando se trate de un indio presidiario. Cuando dejé el lecho en la primera mañana, quise que asearan mi
calabozo y trajeron agua; y se lo indiqué al guardián, quien era afable. Designó a un preso, indio joven y robusto, vestido con un ropón de presidiario y condenado a diez años de prisión. Entraba y salía, siempre cabizbajo, hacía cuanto yo le mandaba y no pronunciaba ni término. Un día le tendía la diestra:
– ¿Por qué no hablas?, le dije. ¿Cómo te llamas?
– Manuel Oña, su criado.
– ¿Por qué no me miras?
Sonrió y levantó los ojos.
– Yo quiero ser tu amigo. ¿No vives tú en la celda inmediata?
– Sí, amo; pero no nos han dejado hablar los guardianes.
– Ya verás. Entra, siéntate allí.
Y le indiqué una silla, mientras yo me sentaba en la cama. Hay que advertir que ya quitaron el candado y consentían en que abriera la puerta.
– Cuéntame tu historia.
Levantó la vista y miró.
Me refirió que era peón en dicha hacienda, en donde se había casado. Apareció un día un indio de Imbabura, y decía que era brujo: todos los indios se asustaron, porque pronosticaba cosas horrorosas: a los que daban comida, les profetizaba cosas halagüeñas. Todos llegaron a odiarle porque comprendieron que era pícaro. Un domingo regresaban de la parroquia a la hacienda, tres peones, completamente embriagados de chicha. Uno de ellos era Oña. Tropezaron con el brujo en un camino solitario, y le insultaron: el brujo les escupió en la cara, signo de maldición: entonces uno de los peones, que llevaba un lazo de piel de res, enlazó al brujo por el pescuezo y lo arrastró: los dos compañeros halaron también, y llegaron, gritando, a la hacienda: el brujo estaba destrozado. Oña decía que no se acordaba del trance, y que cuando despertó fue para ir a la prisión. Les juzgaron a los tres y les condenaron a penitencia extraordinaria. Cuando acabó la relación, el pobre Oña lloraba.
Tomado de: Roberto Andrade, Autobiografía de un Perseguido, Tomo II, SAG, Serie Ecuador mestizo, Vol. 7, Abya-Yala, Quito, pp. 473-478.
– ¿De dónde eres y cómo has venido aquí?
Seguía en silencio.
– Dime algo. Ya te digo que seremos amigos, volví a decirle, tocándole el hombro con cariño.
– Los blancos no son amigos de los indios.
– ¿Acaso los blancos no tenemos sangre de indios? ¿Acaso los indios no son tan hombres como los blancos?
– Así pensarán en su tierra. Aquí no.
– Crees que yo no soy de estas tierras?
– ¿No viene usted. de la extranjería?
– No, hijo, no.
– Yo soy de Chillo, de una hacienda cerca de Sangolquí.
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El régimen carcelario de la Penitenciaría Nacional Para el funcionamiento del Panóptico de Quito y acorde con su estructura arquitectónica, se definió el régimen carcelario de aislamiento celular, es decir, encerrar a un preso en cada celda. Dicha distribución estaba relacionada con las tareas de vigilancia permanente desde la torre llamada “la bomba”. A pesar de la distribución en las celdas y de la vigilancia características del modelo panóptico, en la Penitenciaría Nacional se intentó imitar el sistema carcelario de Auburn fundamentado en la instrucción escolar, moral y, ante todo, religiosa dada la visión católica del presidente García Moreno. Este sistema exigía que cada penado permaneciera en su celda provisto de todo lo necesario durante
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el tiempo de prisión, al mismo tiempo que se prohibía la comunicación con los demás reclusos, mas no con personas honradas que de afuera les visitaban.53 Por las discusiones de los parlamentarios de entonces, acerca de que la soledad y el silencio que suponía el régimen de Auburn y el de Filadelfia no eran convenientes, es de suponer que en la Penitenciaría Nacional no se adoptó de forma estricta dichos regímenes individuales. Al parecer tampoco cuajaron las medidas de reforma de los penados mediante el trabajo, a pesar de los esfuerzos desplegados por García Moreno, ya que en la práctica el trabajo en talleres de oficios no se llevó
53 Espinosa, op. cit., p. 234.
de manera adecuada. Así lo evidencia el caso de maestros como James Graham que firmó un contrato por dos años con el gobierno del Ecuador para que se desempeñara como “operador en máquinas de coser” para el reformatorio de los jóvenes, el mismo que resulto fallido. El carácter trunco de esta intencionalidad se explica porque en la sociedad de entonces primaba la producción agrícola, por lo que el uso de las máquinas modernas, fruto de la revolución industrial europea, era casi desconocido. Esto significa que la Penitenciaría Nacional no fue funcional a un sistema productivo industrial como ocurrió con las penitenciarías en Europa.54
54 Larco, op. cit., p. 39.
En la reeducación a los presos se le concedió a la religión católica un papel central, al punto que la doctrina religiosa se tornó en obligatoria para ellos. Un capellán celebraba el “augusto sacrificio de la misa” y concurría diariamente a las celdas para impartir instrucción moral y religiosa. En lo que respecta a la administración del penal, García Moreno adoptó medidas modernas. Creó una burocracia especializada conformada por diferentes funcionarios, quienes debían cumplir un rol bien definido. Por ejemplo, el Director era el encargado de supervisar las ocupaciones diarias de los presos “en algún oficio ó trabajo pudiendo ellos disponer libremente de su producto”. Por otra parte, dispuso la construcción de un local para los presos enfermos, “de cuya asistencia se encar-
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gará el Médico del Escuadrón Lanceros por el mismo sueldo que actualmente goza”.55
55 Reglamento de Cárceles, tomado del oficio enviado por Francisco Javier León, Ministro de Estado en el Despacho del Interior al Presidente de la Corte Superior de Quito, con fecha 27 de julio de 1870, fondo Gobierno, caja 92, exp. 49, f. 50.
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Por otra parte, hay que destacar que la Penitenciaría Nacional fue funcional al sistema de hacienda. Los registros de fines del siglo XIX evidencian que allí se retenía, además de los reos condenados a penas de reclusión mayor y menor, a los apremiados por deudas, por falta de cumplimiento de obra y a los peones fugados. Para alojar a este tipo de transgresores
se adecuó una parte del edificio, específicamente la bodega, que se convirtió luego en la Cárcel Pública de Quito, una vez que terminó el contrato de arrendamiento por los locales para la cárcel de hombres en el Convento de San Francisco. Dichos apremiados provenían de las parroquias cercanas a Quito, precisamente de los sitios de hacienda.56
Por todas estas razones, la Penitenciaría Nacional de Quito estuvo lejos de constituirse en un modelo de regeneración y redención de los delincuentes, tal como lo avizoró el propio García Moreno. Su fracaso se reveló desde su origen.
56 Larco, op. cit., p. 45.
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CAPÍTULO 3
LA PENITENCIARÍA NACIONAL DE QUITO
La Penitenciaría después de García Moreno y antes de Alfaro Una vez inaugurado el Panóptico construido por orden de Gabriel García Moreno, el año de 1874, pasó a denominarse “Penitenciaría Nacional de Quito”, nombre que conservó hasta 1982. Desde entonces se llamó Centro de Rehabilitación Social de Varones Quito No. 1. En los 108 años de existencia como Penitenciaría Nacional se sucedieron algunos cambios significativos, no solo de carácter físico o arquitectónico sino también en cuanto al régimen penitenciario, lo que afectó considerablemente en la vida de los reclusos. A pesar de ser anunciada como muestra de un cambio radical en los esfuerzos por controlar el delito y reformar a los delincuentes, la construcción del Panóptico no fue seguida por la implementación de cambios similares en el resto del sistema carcelario. Durante varias décadas, la Penitenciaría Nacional representó la única institución penal moderna en medio de un archipiélago de centros de confinamiento que no habían sido alterados por reforma alguna. Por lo tanto, su impacto fue modesto en el sistema general; e incluso la
incidencia sobre la población carcelaria total fue limitada, ya que este edificio no podía albergar más de 300 presos, bajo la modalidad originaria de un recluso por celda. A partir del período postgarciano (1875 1895) la penitenciaría pasó por serios y recurrentes problemas financieros y administrativos, que impidieron el cumplimiento de sus promesas de higiene, trato humanitario a los presos y eficacia para combatir el delito y regenerar a los delincuentes. La escasez de recursos se tornó asfixiante. La mezcla de detenidos de diferentes edades, condiciones legales o grados de peligrosidad devino en práctica común. Los abusos contra los detenidos desmintieron las promesas de trato humanitario y las limitaciones económicas impidieron a las autoridades ofrecer comida, cuidado de salud, educación y empleo adecuados a los presos.57 De 1875 a 1895 el sistema penitenciario del
57 Carlos Aguirre, “Cárcel y sociedad en América Latina, 1800-1940”, en: Historia social y urbana. Espacios y flujos, E. Kigman Garcés, ed., FLACSO, Quito, 2007, p. 212.
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um fugitat alibus que volorporem. Et aut quaeped quatis adio odi dolora sam sa inctessum ipienit (XX)
Ecuador se sostuvo en la Penitenciaría Nacional de Quito, aunque en este período se construyeron cárceles en Biblián y Portoviejo, este última en la zona de las montoneras liberales. El resto de presidios, desperdigados por todo el territorio nacional, no eran más
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que cárceles de depósitos y lugares de castigo. El régimen carcelario de la Penitenciaría Nacional, ya en 1879, mostraba una situación distante de la que había pensado García Moreno. El informe del Ministro del Interior de ese año refería que los presos dedicaban su
tiempo “al juego, la bebida y otros vicios que debían reprimirse”. En esas circunstancias, dicha autoridad recomendaba el encierro en cada una de las celdas “sin que después de las seis de la noche se encuentre ninguno fuera de la habitación”.58 El dictador Ignacio de Veintemilla, en 1880, decretó un Reglamento para la Penitenciaría Nacional que contemplaba la reforma de los presos gracias al trabajo. El decreto incluía la contratación de maestros de taller a ser subvencionados diariamente, pero esto jamás llegó a concretarse. De ahí que en 1884, en el gobierno de la Restauración, se realizó un nuevo proyecto de reglamento para la misma Penitenciaría, en tanto se responsabilizaba al gobierno de Veintemilla de su degeneración. Francisco de Salazar, en una carta dirigida al entonces Ministro del Interior, destacaba que: Uno de los mejores establecimientos penitenciarios que en su género hay en Sud América, hubiese sido destinado a ser una cárcel común de la peor especie por la bárbara dictadura de un hombre sin patriotismo y sin luces, y no puedo por menos que complacerme de que el actual gobierno se haya apresurado a remediar tamaño mal, formando un establecimiento serio, sin el cual no es posible en las sociedades modernas reprimir el crimen, reformando al mismo tiempo la conducta del criminal.59
58 Cit. por Carolina Larco, “Visiones penales y regímenes carcelarios en el Estado Liberal de 1912 a 1925”, tesis programa de Historia, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Quito, 2011, p. 51. 59 Ídem.
El Reglamento de 1884, que tuvo un período de vigencia de varios años, hasta 1915, contemplaba el castigo físico como medida de disciplina para los reos. A la vez que incorporó, por primera vez, el uso del uniforme para los empleados y reclusos de la Penitenciaría, igual como se lo hacía en las penitenciarías de EEUU y de algunos países europeos. En el período denominado “progresista” (1884-1895), las prácticas religiosas católicas se constituyeron en el único medio que debía propiciar la regeneración de los presos dentro de la Penitenciaría mediante las labores de la Conferencia San Vicente de Paúl, patrocinada por el Papa León XIII. En dicha labor participaban intelectuales y voluntarios ultramontanos, promoviendo el culto al Sagrado Corazón de Jesús que terminó entronizándose en el Panóptico. La reforma moral de los presos era el propósito de las prácticas religiosas, las mismas que incluían catecismo y ejercicios espirituales para los retenidos y que servían para preparar a los reos para la comunión pascual. Las prácticas religiosas se impartían dos días a la semana para los presos políticos, por lo general liberales, y un día para los delincuentes comunes.
Las reformas penales y carcelarias del liberalismo Las reformas más significativas a nivel penal del régimen alfarista fueron sin duda el fin de de la pena de muerte, abolida en 1897, y la eliminación de los castigos físicos, en 1902. En aquel año de 1897 se iniciaron también otras reformas que incidieron en la realidad penal ecuatoriana. Por entonces, Eloy Alfaro reorganizó a la policía de Quito, Guayaquil y Los Ríos, principales
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focos de levantamientos contra los gobiernos. De esta manera redefinió las funciones y atribuciones de los agentes incorporando algunos cambios en el Reglamento para la Policía de Quito. Entre los principales propósitos que persiguieron dichas reformas estuvieron: corregir la práctica arbitraria y abusiva de los policías de llevar presos a ciertos sujetos populares, sobre todo indígenas, cholos o chagras, sin que existiese de por medio boleta de prisión. Para el efecto se prohibió a los policías que realicen arrestos sin orden superior. Fue una medida para contrarrestar los abusos contra los pobres que habían caracterizado al régimen de García Moreno, época en la cual por el solo hecho de ser joven y estar en una esquina se consideró una forma de vagancia. Los regímenes liberales mantuvieron, eso sí, la disposición en contra de los escándalos callejeros. En el Reglamento para la Policía de Quito siguió constando la aprehensión a los que con cualquier escándalo alteren el orden público, a los vagos y especialmente cuando frecuenten o permanezcan largo tiempo en las tabernas, casas de juego u otros lugares de mala fama; a los pocos que anden por las calles molestando al público (…) y capturar a los ebrios escandalosos que se encuentren en las calles. Otros de los cambios incorporados al reglamento policial quiteño estuvieron relacionados con los funcionarios y sus roles. Por ejemplo, se definió a cuatro comisarios para las parroquias y se fortaleció la función de los anotadores de presos. Los comisarios debían pasar un informe al Intendente General acerca de su desenvolvimiento y sobre todo un cuadro detallado de las contravenciones que hubiesen juzgado, indicando el nombre del contraventor, la contravención y la pena impuesta. A su vez, los anotadores debían ve-
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rificar el ingreso de los presos y anotar en un libro las “altas” y “bajas”, especificando con claridad el nombre de cada uno, así como el nombre de la autoridad o empleado que ordenó la prisión, la infracción cometida, el lugar en donde se verificó el delito, el nombre de los celadores que lo condujeron y los testigos que lo presenciaron. Esta medida buscaba limitar los abusos de autoridad y establecer sus responsabilidades. Aunque al parecer no llegaron a cumplirse a cabalidad las nuevas disposiciones, constituyeron un paso adelante en la institucionalización de los arrestos ciudadanos y la precautelación de sus derechos. La moderna estructura del Panóptico y su nuevo método de vigilancia coexistieron con el uso de la tortura, grillos, cadenas y azotes. Por esa razón, el año de 1902, en la presidencia de Leonidas Plaza, se decretó la eliminación del castigo físico para los penados y presos en las cárceles de la república por ser “infamantes”. Sin duda, se trató de un intento importante del Estado liberal por cambiar la mentalidad acerca de la disciplina conforme al desarrollo de la ciencia penal moderna, dejando definitivamente de lado la tortura. En el segundo gobierno de Eloy Alfaro, exactamente en el año 1906, se limitaron las atribuciones del Director de la Cárcel y de la Junta Directiva de la Penitenciaría, prohibiendo que se impusieran castigos que atormentaran a los presos o detenidos, tales como la incomunicación más allá del tiempo establecido por la Ley, o el uso de cepos, como grillos, barras, esposas, cuerdas, calabozos malsanos o cualquier otra forma de tortura. La prohibición regía para todo tipo de recluso, incluso los más temibles y rebeldes. Pero al parecer esta normativa dejó de cumplirse en el segundo período presidencial de Leonidas
Plaza (1912-1916), sobre todo en contra de los presos políticos, a quienes nuevamente se les volvió a colocar grillos, mientras que los reclusos comunes continuaron siendo flagelados por los guardias penitenciarios. Estas formas de maltrato se realizaron de forma clara hasta 1925.
Sin duda, el liberalismo, y específicamente el alfarismo, adoptó una nueva visión sobre la disciplina y el trato a los presos acorde con los postulados liberales, especialmente en torno a la rehabilitación de los penados mediante la educación y el trabajo en oficios. Por esa razón, el año de 1896 se dictó un
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decreto ejecutivo para contratar profesores para el Panóptico, lo que dio inicio a la Escuela de enseñanza de primeras letras, institucionalizada a partir de 1903 gracias al esfuerzo de los directores Juan L. Espinosa, José Javier Andrade, Carlos López, Delfín Orellana y la ardua labor de Emilio García Silva, quien fue el primer profesor de la llamada “Escuela de la Penitenciaría”. Emilio García Silva enfrentó graves problemas económicos y estuvo a punto de ser linchado por los presos por su afán de luchar contra la ignorancia. Con el transcurso del tiempo logró ganarse el respeto de los presos, creando un sistema de
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incentivos con muy buenos resultados (dos sucres al mejor alumno). En los 6 años de vida de dicha Escuela (1903-1909) dio instrucción a 159 alumnos.60 Junto con la escuela, se implementaron talleres de oficios que se instalaron en las dos primeras décadas del siglo. El 14 de enero de 1908, el presidente creó los cargos de maestros en los talleres de carpintería, zapatería y 60 Eduardo Espinosa M, “114 años del Penal García Moreno”, en Revista Ruptura, Año XXXIX, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Asociación Escuela de Derecho, Quito, 1988, pp. 233-236.
alpargatería. Esta última adquirió gran prestigio en la ciudad. La idea de la regeneración de los penados mediante la educación y el aprendizaje de oficios en talleres, se aplicó por entonces únicamente en la Penitenciaría Nacional de Quito. En 1901 el Estado asignaba 10 centavos diarios para los alimentos de los presos de la Penitenciaría Nacional. Su administración dependía del Ministerio del Interior. En 1902 pasó a manos de la Junta Central de Beneficencia de Quito, que delegó a un Inspector de Cárcel quien debía hacerse cargo de administrar la subvención para alimentos. Más tarde, en 1906, Eloy Alfaro decretó: “que las Municipalidades atiendan a la alimentación de los reclusos en la Penitenciaría”, responsabilidad que estaba contemplada en la Ley de Régimen Municipal. Una vez que esta obligación quedó en manos de los Municipios, imperó el descuido total de las cárceles durante todo el período liberal, iniciándose una polémica con el Estado por la falta de presupuesto, todo lo cual repercutió negativamente en la vida y alimentación de los presos. En el segundo gobierno de Leonidas Plaza se redujo el presupuesto para la alimentación de los presos con relación al que se había mantenido en 1901.61 El régimen alfarista también realizó algunas innovaciones físicas al interior del Panóptico. Hasta la época del presidente Alfaro, la Penitenciaría Nacional no contaba más que con unas pocas letrinas rústicas: simples agujeros en el piso. Teniendo en cuenta tales condiciones, Eloy Alfaro habría ordenado colocar los primeros cinco inodoros, uno por serie,
es decir, uno para cada 50 o 60 reclusos.62 Nuevas mejoras en los inodoros se realizaron en 1914 cuando se instalaron más sanitarios conectados al conducto público, como se señala en el Informe del Director de Cárceles de entonces. No obstante este “avance”, las condiciones higiénicas eran muy deficitarias en la Penitenciaría, tornándose frecuente el brote de epidemias relacionadas con la falta de agua potable, especialmente en la segunda presidencia de Plaza. Ese fue el caso de la disentería, que se convirtió en una enfermedad endémica al interior del presidio. A la falta de agua se sumó el hacinamiento, pues ya en 1914 quinientas personas estaban recluidas en el presidio. Estos dos factores determinaron que en 1918 se diera un brote de tifoidea que llevó a que las autoridades de sanidad decreten el cierre temporal del establecimiento y pongan en marcha un programa de cuarentena.63
La prisión política La prisión política se explica en razón de la tipificación de los considerados “delitos políticos”. El Código Penal de 1872, redactado por el garcianismo, había tipificado por primera vez y con claridad algunos de dichos delitos. En el capítulo III del Título II (De las infracciones y de su represión particular), ya aborda el tema “De los crímenes y delitos contra la seguridad interior de la República” con varios artículos que penalizaban el atentado de destrucción o alteración de la Constitución de la 62 Fernando Jurado Noboa, Calles, casas y gente del Centro Histórico, T. III, FONSAL, Quito, 2006, p. 112.
61 Ibíd., pp. 56, 116.
63 Larco, op. cit., pp. 102, 114.
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República o deponer al Gobierno. Asimismo, la conspiración para alguno de los fines mencionados se sancionaba con penas de reclusión de uno a nueve años de “penitenciaría”; mientras que los autores de ataques o resistencia a la fuerza pública y quienes estaban a la cabeza de facciones armadas, debían ser condenados a la pena de muerte.64 Al final de la segunda presidencia de Alfaro se desencadenó una crisis política impulsada por la oposición, que logró la dimisión de Don Eloy el 11 de agosto de 1911, quien se refugió en la embajada de Chile de donde salió exiliado a Panamá. Aquel día, los disturbios producidos acarrearon la muerte de algunas personas en la calle. A partir de entonces, muchos seguidores y líderes del alfarismo fueron conducidos al Penal, acusados de los crímenes ocurridos ese 11 de agosto. Meses más tarde, en marzo de 1912, el jefe de las fuerzas revolucionarias alfaristas, Coronel Belisario Torres, fue capturado por las fuerzas oficialistas y conducido al Panóptico de García Moreno. Días después fue asesinado por una bala que recibió en su espalda. El período liberal postalfarista, llamado también plutocrático (1912-1925), constituyó un momento destacado en la historia de las cárceles del país y de la Penitenciaría Nacional de Quito en particular, porque marcó una etapa en la que la prisión se utilizó como instrumento de represión en contra de los enemigos políticos, especialmente en la segunda presidencia de Leonidas Plaza. Este período constituyó un capítulo excepcional de la historia carcelaria en razón del número de presos políticos y prisioneros de guerra. Sin duda se tra-
64 Ibíd., p.46.
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tó de una política contrarrevolucionaria y represiva en contra de la revolución de Carlos Concha que había estallado en Esmeraldas. En estas circunstancias el gobierno recurrió a la persecución y al encierro de sus opositores políticos: “los montoneros de Alfaro” y otros liberales. A partir del asesinato de Eloy Alfaro y el resurgimiento de las facciones del liberalismo radical, el panóptico de Quito se convirtió en sitio clave para regular y contener la revolución conchista y la movilización social. Desde 1913, año en que estalló la revolución conchista, hasta 1916 en que fue sofocada, el Estado, los juristas y políticos vinculados al poder centraron su preocupación en los “crímenes políticos” en contra de la seguridad del orden constitucional, poniendo énfasis en la conspiración y los alzamientos en armas. Los juristas de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central y de la Sociedad Jurídico-Literaria incorporaron el tópico de los revolucionarios en sus disertaciones, con una mirada crítica respecto a la época alfarista y al caudillaje, concibiendo a las revoluciones como la causa del atraso del país y clamando por un sistema penal adecuado a este tipo de hechos. Las ideas negativas contra los revolucionarios trascendieron a la opinión pública, gracias a los discursos, pronunciamientos y cables de las altas autoridades que destacaban la criminalidad de los revolucionarios conchistas, como la masacre del barco de la Cruz Roja el 13 de diciembre de 1913 mientras navegaba por el río Esmeraldas para recoger heridos. En este trágico hecho murieron médicos reconocidos de Quito y de Guayaquil, estudiantes de medicina y enfermeros, todo lo cual contribuyó a la formación de un imaginario antirrevolucionario. “El gobierno de Plaza diri-
gió la opinión pública a su favor al publicar las comunicaciones oficiales mantenidas con los corresponsales, los jefes militares y otras autoridades en la prensa cuya función fue clave para alertar a la población y despertar sentimientos de pánico, rechazo y condena a la revolución de Concha y a los montoneros”. 65 Aunque para entonces la figura del preso político carecía de estatuto jurídico fue usualmente aplicada a militares y civiles acusados “de los crímenes y delitos contra la seguridad interior de la República”, según establecía el Código Penal de 1897. Sean estos delitos: ten-
65 Ibid., pp. 14, 15, 103
tativas de destruir o alterar la Constitución, deponer al Gobierno constituido, fraguar conspiraciones encaminadas a dichos fines y, en general, a todos “los que armados y organizados militarmente, alterasen por la fuerza el orden constitucional”. Entre 1914 y 1915 se registró el mayor número de presos por causas políticas en la historia del Ecuador. Así, por ejemplo, el periódico El Día de Quito reportaba a diario el ingreso de detenidos al Panóptico, hasta veinte en un día, acusados de atentar contra la seguridad interior de la República. La sospecha de conjura dio lugar al apresamiento rutinario como política represiva principal del gobierno de Plaza en contra de la población. A ello se sumaba
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El principal de estos presos fue Carlos Concha, quien fue capturado y conducido al Panóptico de Quito, por el mismo presidente Plaza, en diciembre de 1914. En el Acta de visitas de cárceles del 21 de ese mismo mes consta Carlos Concha como preso bajo el cargo de destrucción de puentes y líneas telefónicas, según lo dispuesto por el Juez 3ero de Letras. Para los presos políticos se suspendió el programa de enseñanza básica a la que tenían acceso los presos comunes. Aquellos debían asistir a la Escuela del Panóptico únicamente para “orar”. Entre 1914 y 1916, el gobierno redujo además el presupuesto para los talleres, razón por la cual estos quedaron desmantelados. Una vez que Leonidas Plaza terminó la presidencia y fue sustituido por Baquerizo Moreno, este dictó inmediatamente una amnistía a favor de los presos políticos, razón por la cual a fines de ese año ya no quedaban detenidos por dicha causa.
los prisioneros de guerra, denominación que se daba a aquellos que habían sido capturados en escenarios de revueltas. Los presos políticos llegaron a ocupar las dos terceras partes de las celdas de la Penitenciaría Nacional. En 1914 se contabilizaron 273 presos políticos y 177 en 1915.
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Nuevamente, con el surgimiento de las dictaduras militares, en la segunda mitad del s. XX, específicamente en las décadas de 1960 y 1970, la Penitenciaría Nacional se volvió a llenar de presos políticos. La Junta Militar de 1963 persiguió y capturó a dirigentes estudiantiles, sindicales y otros líderes sociales y políticos de izquierda, mientras el gobierno militar del General Guillermo Rodríguez de Lara confinó a muchos dirigentes de izquierda acusados de subversión y especialmente a los velasquistas por actos de corrupción. Estos presos fueron juzgados por los llamados tribunales especiales o ad hoc, conformados por oficiales del ejército. En esta época, entre los presos políticos y los
comunes se destacó una clara tensión. Los primeros sintieron animadversión por los segundos, por su falta de educación, conciencia política, amoralidad, por ser soplones de la policía, a más de los prejuicios raciales y sociales imperantes en la sociedad. Aunque por lo general los presos políticos se ubicaron en celdas o pabellones separados de los presos comunes, hubo momentos en que para agravar los castigos se hacía que compartan los mismos espacios. No obstante, más allá de dicha tensión, la relación entre los presos políticos y los comunes ofreció la posibilidad de desestabilizar el sistema carcelario. Los presos políticos siempre buscaron proyectar una situación de superioridad moral frente a los presos comunes. Siempre exigieron respeto a sus derechos y no ser tratados como delincuentes. No obstante, los presos de izquierda vieron en los presos comunes a potenciales colaboradores e hicieron labores de proselitismo entre ellos.66
concluía con la obtención de recompensas o castigos. El sistema se complementaba con la promoción de una clase a otra en base a puntos o marcas.67 En dicho reglamento se reconocieron ciertas prácticas de vigilancia propias del sistema Panóptico, que se habían adoptado desde su inauguración en 1874. Al mismo tiempo se normaron los procedimientos de disciplina
67 Santiago Arguello, Trabajo de los prisioneros, Imprenta Multicolor, Quito, 1992, p. 195.
El Reglamento de 1915 Luego del motín del 26 de febrero de 1914 protagonizado por los reclusos comunes, pero con la influencia de los presos políticos, el mismo que dejó algunos muertos y heridos, el gobierno de Leonidas Plaza dictó el 21 de mayo de 1915 un nuevo reglamento destinado a ejercer mayor control y disciplina contra los reclusos. El Reglamento contempló “al castigo, corrección y enmienda de los criminales y aun de los indiciados por crimen o delito”. En sus 117 artículos estableció un sistema de clasificación móvil de los reclusos según evaluación disciplinaria, la misma que 66 Aguirre, op. cit., pp. 241-242.
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interna, así como las funciones del personal de la Penitenciaría, los deberes y obligaciones de los penados a imagen del sistema penitenciario de Auburn, creando así una especie de régimen híbrido o mixto, como se destacaba en el Art. 3°: El sistema penitenciario que se observará en el Establecimiento será el de apartamento absoluto en las celdillas por la noche, y el trabajo en comunidad durante el día en los talleres. Habrá un departamento independiente para los criminales menores de veinte años, y otro, completamente separado, para mujeres. Los detenidos se distribuirán en diferentes departamentos, clasificándoles a juicio del Director, ya por la pena a que están condenados, ya por la edad, ya por sus hábitos, antecedentes e inclinaciones.68
El sistema de Auburn hacía énfasis en el silencio que debían observar los presos durante el día en el trabajo y en la noche, a pesar que el aislamiento ya no era celular como lo prescribía el del Panóptico. Para entonces al parecer una celda servía para albergar a más de un recluso. Estaban prohibidos los cantos, las tertulias y otras formas de comunicación entusiasta, la comunicación por señas y claves, de ahí que dicho régimen se conoce también como “Silent System”. En los talleres solo se permitía a los reclusos pedir alguna explicación al maestro pero en voz baja.
por maltratos que hicieron algunos reclusos, especialmente los presos políticos, durante el segundo gobierno de Leonidas Plaza. El año de 1917, el nuevo director de Cárceles, José María Ayora, sostenía que los tormentos de otras épocas, tales como los azotes, “el palo” o el alojamiento de los presos en las cañerías y los desagües para limpiarlos, habían desaparecido. Ayora manifestaba, además, que ya no se usaba la celda de castigo denominada el infiernillo, la misma que consistía en “una bóveda subterránea que tenía comunicación con uno de los infectos caños de desagüe…un tormento atroz”. No obstante, en el transcurso del siglo XX algunos testimonios de presos por causas políticas destacaron que fueron encerrados en dicho lugar. El nuevo Reglamento incorporó además los procedimientos de disciplina utilizados en las reconocidas “penitenciarías modernas” de EEUU y Europa: despojar a los presos de sus objetos, documentos y valores el día de su ingreso; uso de uniformes; y, registro fotográfico de los penados, dando lugar así a la denominada “galería de delincuentes” en donde se exhibían al público los rostros de los penados. Además, el reglamento contempló el cambio de nombre del recluso por un código interno de identificación: “mientras dure su condena será llamado y conocido por el número que se le designe”.69
El nuevo Reglamento para la Penitenciaría de 1915 prohibía el castigo físico, pero en la práctica siguió aplicándose, de ahí las quejas
En lo que respecta a los hábitos higiénicos, se prohibieron absolutamente: “ensuciar y deteriorar las paredes y muebles, colgar cuadros o estampas, cerrar las ventilaciones, dejar correr el agua, obstruir las letrinas, acostarse durante el día, servirse de las vasijas del rancho para
68 Cit. por Larco, op. cit., p. 213.
69 Ibíd., p. 223.
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MOTÍN DEL 26 DE FEBRERO DE 1914 Se difundió la idea de la influencia negativa de los presos políticos [los revolucionarios conchistas] en la conducta de los presos comunes, levantados en contra del gobierno y en el intento de fuga. El periódico El Día del 27 de febrero publicó los sucesos del motín iniciado aproximadamente a las diez de la mañana, en el que quedaron 15 personas heridas: 7 policías, 6 presos comunes, un preso político y un muchacho del pueblo; además hubo 10 muertos: 4 del cuerpo de policía, 2 guardianes del Panóptico y 3 presos comunes. Se inició entonces una investigación inmediata para determinar las causas de la sublevación e identificar, entre todos los presos, a los responsables. Y aunque el propio Ministro de lo Interior, Modesto Peñaherrera, se abstenía de “juzgar la conducta de los presos políticos”, el procedimiento de la pesquisa policial los encausaba como sospechosos principales. Al siguiente día del motín, el mismo periódico El Día planteaba a la opinión pública el “punto oscuro de la actitud de los presos políticos” y levantaba dudas acerca de que si habían éstos urdido “la sublevación de los criminales para aprovecharse de ella”, siendo este un aspecto que la investigación debía aclarar. ¿Se podría pensar en una actitud política de los presos comunes en contra del gobierno, gracias a la influencia de presos políticos y de guerra detenidos en la Penitenciaría o, simplemente, querrían alcanzar su libertad mediante la fuga? Desde el punto de vista del gobierno la actitud vengativa de los presos políticos era obvia ya que los guardias de la Penitenciaría, durante el tiroteo en el motín, habían oído pronunciar a los presos políticos, a gritos: ¡Viva Concha! En la pesquisa se tomaron en cuenta las primeras declaraciones de los presos comunes ya que, según los empleados del Panóptico, prestaban “mayores garantías de veracidad” que los prisioneros políticos. Luego, el Jefe de Investigaciones y Pesquisas, Octaviano de la Torre, identificó a los responsables directos, cabecillas de la sublevación: “Martín Hurtado, (herido), Casto Corrales (muerto), Seminario,
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Cabezas (herido), Icaza y Yépez. Luego concluyó que: “de las declaraciones tomadas se desprende que el plan sedicioso había sido concebido tiempo atrás; que los cabecillas se comunicaban con algunos presos políticos cuando éstos salían al baño y por medio de papeles lanzados por el local de la alpargatería. Martín Hurtado cuando quería comunicarse con algún preso político tocaba la guitarra de su celdilla, para que alguno saliera. La última vez que lo hizo fue el lunes pasado; entonces uno de los presos políticos le dijo: ´esperen ocho días´ y él le respondió cantando ´no podemos´”. Esas formas ingeniosas de comunicación, mediante canciones, entre presos comunes y políticos, en los días previos al motín, fueron tomadas por el Jefe de Investigaciones como indicios de una conspiración; además descubrió otros detalles que parecían revelarlo. De acuerdo con el informe oficial, los cabecillas habían establecido un pacto que creyeron cumplirlo el día del motín; dicho pacto, que se deja leer entre líneas, habría consistido efectivamente en que los presos comunes iniciarían la revuelta para liberarse a sí mismos y probablemente a los presos políticos. Entre los testigos alguien escuchó a un preso común que: “dirigiéndose a un preso político le dijo: ´hemos cumplido con nuestra palabra”, y este habría respondido ´ahora es preciso salir”. Pero en ese momento únicamente habían logrado abrir varias celdillas y liberar a todos los presos de la serie A y a algunos de la serie C, que albergaban tanto a presos comunes y a políticos. La mayor parte de los detenidos en esta serie no lograron salir y tuvieron que retroceder por el tiroteo. Los encontraron en sus celdillas cuando terminó el suceso.
Tomado de: Carolina Larco, “Visiones penales y regímenes carcelarios en el Estado Liberal de 1912 a 1925”, tesis programa de Historia, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Quito, 2011.
otro uso y todo aquello que constituya falta de aseo o cuidado”. Además, el art. 109 señalaba que: “La ventana de la celdilla es únicamente para la ventilación, y en esta virtud, el recluso no puede asomarse a ella por ningún motivo, ni arrojar aguas sucias, ni colgar ropas”. Incumplir estas disposiciones daría lugar a castigos disciplinarios, de acuerdo con la gravedad de la falta cometida. A partir de 1917
las autoridades de la Penitenciaría aplicaron una rutina diaria más estricta de actividades. Se fijó la hora de despertar y levantarse, el tiempo del aseo y de tomar los alimentos en el comedor del establecimiento, el horario de clases tanto en la escuela como en los talleres penitenciarios, buscando así un control mayor de los penados.
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Tabla 1: Rutina de los penados en la Penitenciaría Nacional de Quito. 1917
Lunes a sábado Hora
04h30
05h00
Domingo y días de fiesta
Actividades del personal interno
Actividades de los presos
Primer toque de campana en la Rotonda de la Penitenciaría
El toque de campana advierte a los reclusos que “se acerca la hora de levantarse”
Segundo toque de campana Guardianes abren todas las celdas de los presos
Aseo personal de presos
Desayuno (agua de panela hervida y dos panes) 06h00
Desayuno
Luego del desayuno, penados asisten a Escuela y talleres de la Penitenciaría
07h00
08h00
Visita médica (médico y practicante). Atención a enfermos
10h30
Almuerzo
11h0017h00 17h00 17h0018h00 18h00
Vigilancia Comida
Actividades generales
Chequeo médico
Almuerzo Recreo y asoleo de una serie de reclusos por turno (2 horas). Comida
Vigilancia
Reposo dentro de series o Pabellones
Guardianes cierran las celdas
Encierro hasta el siguiente día
Desayuno No asisten a talleres Misa celebrada por el capellán e instrucción moral Descanso, aseo de celdas, escritura de cartas a familiares, lectura, ejercicios corporales y diversiones permitidas por el resto del día Almuerzo 1er y 3er domingo del mes visitas de familiares y amigos de 12h00 a 15h00. Comida
Encierro
Fuente: Informe del Director General de Cárceles. Quito, Imprenta Nacional, 1917. Elaboración original: Carolina Larco. Formato adaptado para este libro.
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El Reglamento de 1915 estableció que en los recreos podían reunirse los penados “en grupos no mayores de tres personas, siempre que lo justifique una buena conducta y no altere la clasificación hecha por la Dirección”. Al mismo tiempo, a los reclusos se les asignaba ciertas tareas para mantenerlos ocupados: trabajo en los talleres, limpieza del terreno aledaño al de la Penitenciaría o transportar sacos llenos de arena de un lugar a otro y devolverlos luego al lugar de partida.
En las primeras décadas del s. XX, los reclusos de la Penitenciaría Nacional llevaban uniforme y se les proporcionaba una sola mudada que incluía ropa interior. Para el financiamiento de este rubro, el Estado impuso una tasa de cinco centavos por cada litro de aguardiente almacenado al 1ro de enero en la provincia de Pichincha. De ese monto debían entregarse S/. 1.390 al Director General de Cárceles para cubrir dicho rubro.
Tabla 2: La alimentación de los presos en la Penitenciaría. 1917 Día
Almuerzo
Merienda
Domingo
Caldo de patas, mote, una empanada y un tamal. Un jarro de chocolate en leche
Locro de papas con carne. Mazamorra de arvejas con queso. Arroz de cebada con dulce
Lunes
Sazonado de mote con carne y coles. Mazamorra de harina de maíz con queso
Locro de papas con queso. Arroz de cebada con carne y mazamorra de maíz con dulce
Martes
Morocho con carne. Mazamorra de harina de haba con queso
Locro de papas con carne. Mazamorra de arvejas con queso y morocho con dulce
Miércoles
Sopa de pan con una ración de harina de cebada. Sazonado de fréjol con queso
Mazamorra de arvejas con queso. Mazamorra de harina de haba con carne y arroz de cebada con dulce
Jueves
Sazonado de arvejas con carne. Mazamorra de arvejas con queso
Papas con carne y salsa (cariucho). Mazamorra de arvejas con queso y mazamorra de harina de cebada con dulce
Viernes
Morocho con carne. Mazamorra de harina de maíz con queso
Arroz de cebada con carne. Locro de papas con queso y morocho con dulce
Sábado
Arroz de cebada con carne. Mazamorra de harina de arvejas y papas
Mazamorra de harina de maíz con carne. Locro de papas con queso y mazamorra de harina de maíz
Desayuno
“Dos panes, con agua hervida de panela y alguna hierba aromática”
Fuente: Informe de la Dirección General de Cárceles, 1917. Elaboración original: Carolina Larco. Formato adaptado para este libro.
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El raterismo y el abigeato A partir de 1917, en medio del impacto de la crisis económica provocada por la Primera Guerra Mundial y de la consolidación de la hacienda agrícola-ganadera del centro-norte de la Sierra, los debates y la acción del Estado en materia penal giraron en torno a la preocupación y represión del llamado “raterismo” y del “abigeato”. En la segunda década del XX se acuñó el término “abigeato” y “abigeos” para referirse a
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quienes se sustraían animales de granja, especialmente vacunos y porcinos, es decir, a los popularmente conocidos como cuatreros. Este delito ocurría principalmente en las zonas donde se extendía el sistema de hacienda agrícola-ganadera, principalmente en las provincias de la Sierra Centro-Norte: Pichincha, Cotopaxi y Tungurahua, aunque también afectaba a la población campesino-rural de la Costa. La presión de los hacendados a las autoridades de gobierno para intensificar el castigo a los cuatreros provocó la aplicación de
sanciones más graves mediante sentencias con penas de reclusión, que quedaron establecidas en la Ley de Abigeato promulgada en 1921 y que fue reformada posteriormente en 1926.
te ecuatoriano, bajo un régimen de exclusión, tormento y un modelo autoritario. Se trataba de una granja penitenciaria vinculada al proceso de expansión de la frontera agrícola.71
El endurecimiento de las penas contra esta acción delictiva determinó el crecimiento de presos por cuatrerismo. Los imputados eran sentenciados con pena de reclusión a cumplirse en la Penitenciaría Nacional de Quito. No obstante, años antes ya se registran reclusos en dicha penitenciaría pero bajo la figura de “robo de animales”. Sin embargo, con la aprobación de la Ley de Abigeato aumentó el número de reclusos sentenciados por dicho delito en la Penitenciaría Nacional, a 27 de 1915 a 1930.70
Este proyecto fue planteado en 1921 en la presidencia de José Luis Tamayo, iniciándose los debates sobre la conveniencia de esta colonia, los que duraron hasta 1930. Los argumentos para su constitución fueron: la caducidad de la Penitenciaría Nacional, el fracaso del régimen de aislamiento celular y el hacinamiento de los presos. A fines de la década de 1930 se creó la Colonia Penal Agrícola de Mera, en el Orien-
Sin embargo, fue a inicios de 1946, en la segunda presidencia de José María Velasco Ibarra, que se concretó el proyecto de la Colonia Penal en Las Galápagos. En su decreto, Velasco anunció que el nuevo presidio se destinaba: “para los desfalcadores de fondos públicos y abigeos”, con el fin de dar uso a los galpones de una base que dejó el ejército norteamericano en Puerto Villamil ubicado en la Isla Isabela. Semanas después, el cañonero Calderón, famoso por su hazaña en la batalla de Jambelí de 1941, llegó a Isabela con 300 convictos: blancos y negros, serranos y costeños, asesinos y ladrones, al cuidado de 30 policías y 6 oficiales. Los convictos se distribuyeron en 4 campamentos. El primero en Puerto Villamil, cuartel para los jefes con un oficial con grado de mayor al frente y una veintena de presos como esclavos. Santo Tomás era el segundo campamento, a 20 km del poblado. El tercero, Alemania, a 45 km, para los más peligrosos; y Porvenir, el último, donde estaban los enfermos de tuberculosis y sífilis. Un sargento y diez de tropa cuidaban en cada recinto. La disciplina se traducía en constantes abusos. Los presos realizaban trabajos forzados e inútiles, como la construcción del muro llamado “de las lágrimas”, de 70 metros de largo y 12 de alto. La colonia penal de Galápagos duró hasta mediados de 1958 (presidencia de Camilo Ponce Enríquez) y fue uno de los hitos de la historia penal ecuatoriana, puesto que por primera vez se había creado tal clase de presidio y de pena. Ante las denuncias de abusos flagrantes a los convictos, que iban desde tormentos como colgamiento entre dos
70 Ibíd., p. 166.
71 Revista ENCIPE, p. 19.
El cuatrero, por lo general indígena, fue visto por los hacendados de la sierra como la encarnación de un mal que había que extirpar a toda costa, manteniendo a dichos seres peligrosos, encerrados y segregados en la Penitenciaría o apartándolos lo más que se pudiera de los lugares donde habían cometido el delito. Por esta razón, nuevamente como en la época de Flores se empezó a discutir sobre la posibilidad de crear una pena que suponga exilio y apartamiento, a través de la formación de una colonia penal en las Islas Galápagos, en un lugar que carecía de los medios necesarios para la subsistencia.
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guayabos con los brazos en cruz hasta casos en que hicieron cavar la propia tumba, pasando por encierros en tanques expuestos al calor ambiente, el presidente Ponce Enríquez ordenó el cierre de la colonia penal, llamada eufemísticamente “granja”. Un año más tarde se derogó el extrañamiento a las Galápagos como pena.72 En la misma época de aumento del abigeato se registra lo que en la primera mitad del s. XX se llamó “raterismo”, es decir, los pequeños hurtos cometidos por los pobres. Desde la segunda década de dicho siglo se evidencia un claro crecimiento de la población carcelaria, que estuvo acompañado de la proliferación de discursos penales que criminalizaban la pobreza y que ubicaban las causas de la delincuencia en criterios biológicos, fisiológicos y psicológicos, acentuando así los prejuicios racistas y la marginación social.
Tabla 3: Número de presos comunes en la Penitenciaría de Quito, 1914-192273 Año
Núm. presos
Año
Núm. presos
1914 273 1915 177 1916
326
1917
326
1918
409
1919
335/ 454
1920 440 1921 400 1922 341
72 Diario “El Universo”, 31 de agosto de 2003, pág. Web: http://www.eluniverso.com/2003/08/31/0 001/12/4EE06A347F494241B0CFCED7F15863 9C.html 73 Elaboración original de Carolina Larco.
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Para entonces en la Penitenciaría Nacional de Quito se recluía a niños y adolescentes por “raterismo”. Al parecer los menores eran utilizados probablemente por sus padres o por quienes estaban a su cargo, para llevar a cabo los pequeños hurtos, que iban desde el robo de billeteras en las calles hasta la sustracción de enseres y otras mercaderías de almacenes y tiendas. En 1921 se denunciaba el aumento de la criminalidad infantil asociada a este delito. Frente a esta situación, los sectores altos y medios de la ciudad, buscando salvaguardar sus propiedades, presionaron ante el Estado por una mayor severidad y agilidad para castigar este delito, lo que se tradujo en la diligencia de los agentes de policía por atrapar a los rateros y de los comisarios por ordenar sean conducidos a la Penitenciaría Nacional.
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Las reclusas Desde la fundación del Panóptico se destinó un ala del mismo para las mujeres sentenciadas a reclusión menor y mayor, en el sitio más marginal del edificio, en una construcción que había sido, según informaba el Director de Cárceles en 1914, defectuosa desde el principio y conformada por: “Once cuartos obscuros y sin ventilación alguna, que están situados en un patio estrecho como una encrucijada, todos son bajos, tétricos y negros, sin la luz necesaria, sin higiene, sin vida; ni siquiera se les ha blanqueado en mucho tiempo, menos aún refaccionarlos convenientemente para alojar a las catorce mujeres criminales que hoy existen.”
Años más tarde, la Inspectora del Departamento de las mujeres reclusas, en 1917, destacaba el carácter deplorable del pabellón de la Penitenciaría que las albergaba: El que existe actualmente está en completa destrucción y es bastante inadecuado para el objeto que se destina. Tiene solamente 11 celdillas en las que ha habido que acomodar mayor número de mujeres, colocando dos en cada celdilla, a pesar de estar terminantemente prohibido por el Reglamento de la Casa. Dicho departamento no tiene un solo patio que sirva para el recreo y asoleo de las presas, y antes por el contrario, un pequeño espacio que queda al frente de las celdillas, sirve para el desagüe de las aguas lluvias de una parte del Panóptico; de manera que en
las fuertes tempestades esta parte de terreno se llena de agua y se desborda hasta entrar en las mismas celdillas (…) está en un estado inservible hasta el extremo de que continuamente se desprenden pedazos del tumbado y del techo, circunstancia que indica su próxima destrucción.74
El pabellón de mujeres siempre se mantuvo en precarias condiciones hasta que en 1970, a raíz de la creación de la Dirección Nacional de Prisiones como dependencia del Ministerio de Gobierno y Cárceles, se construyó en otro lugar de la ciudad un edificio destinado
74 Carolina Larco, op. cit., p. 204.
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como Cárcel de Mujeres en Quito.75 En la primera mitad del s. XX, la mayoría de reclusas cumplían sentencias por delitos tales como asesinato u homicidio. El número promedio de internas en el Departamento de Mujeres de la Penitenciaría Nacional era muy bajo en comparación con la población masculina de reclusos. En las primeras décadas del s. XX el número de reclusas oscilaba entre 12 y 17 mujeres. Cantidad que se mantuvo hasta 1930. Esta desproporción marcada se puede observar en el siguiente cuadro:
Tabla 4: Población de presas y presos en la Penitenciaría Nacional, 1915-191976
Año
Presas
Presos
1915
12
222
17
227
1917
12
252
1918
14
293
1919
16
323
1916
Por entonces, algunas mujeres fueron sentenciadas por “Uxoricidio” (de la voz latina “uxer” que significa mujer), que se entendía en esa 75 Jenny Pontón y Andreína Torres, “Cárceles en el Ecuador. Los efectos de la criminalización de drogas”, en: Revista Latinoamericana de Seguridad Ciudadana, No. 1, Quito, Mayo 2007, FLACSO, Quito, p. 55.
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76 Elaboración original de Carolina Larco a partir de las Actas de Visitas de Cárceles. ANHQ..
época por asesinato al cónyuge. Sin embargo, frente a los hombres que habían matado a sus esposas, las sentenciadas por homicidio conyugal eran la tercera parte de los hombres recluidos por ese delito: 6 mujeres frente a 18 hombres entre 1915 y 1930.
El departamento sufre muchas faltas y requiere reparaciones en su interior y exterior, inclusive la lavandería, única ocupación con que cuentan. Por mi parte les presto particular atención para hacerles más llevadera su existencia.77
Con respecto a la vida de las mujeres en la prisión se llevó adelante una política de secretismo que no daba cuenta de lo que sucedía con ellas tras los muros de la Penitenciaría Nacional, situación que se evidencia en la escasez de referencias en los informes oficiales. Un director de la Penitenciaría, en su informe anual de 1910, reconocía que:
Las reclusas de la Penitenciaría sufrían algunas limitaciones impuestas por el Reglamento de 1915. Su situación en el Panóptico era de absoluto aislamiento. Así, por ejemplo, se prohibía por completo la entrada de hombres al Departamento de Mujeres, excepto del médico del establecimiento. Por otra parte, las
Había dejado pasar hasta aquí en silencio el tratar sobre las reclusas. Bien sabido es que la mujer, por su condición, merece mayor cuidado y preferencia.
77 Informe que a la nación presenta el Ministro de lo Interior, Policía, Beneficencia, Obras públicas, en el año 1910, Quito, Imprenta y encuadernación nacionales, 1910, p. 224.
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internas no tenían la prerrogativa de los hombres de exponer pedidos y quejas a las autoridades. La ausencia de este contacto mermaba las oportunidades de que las mujeres apresuraran el dictamen de la sentencia o que consiguieran alguna mejora para su vida dentro de la Penitenciaría. El reglamento de 1915 les extendía y ratificaba los roles y labores asignadas de manera tradicional: costura, cocina, planchado y que bien pudieron constituir una especie de trabajo forzado. Estas labores eran supervisadas por una funcionaria denominada “Inspectora”. Se trataba de una mujer entre 45 y 50 años de edad, con certificados de honorabilidad, puesto que debía convertirse en una persona referencial o ejemplar. Al parecer estas funcionarias no cumplían su papel más allá de 5 a 6 meses. En ocasiones servían de portavoces de los pedidos de las presas, pero no asumieron el rol de alfabetizadoras. De hecho, las mujeres estaban excluidas de las supuestas prácticas fundamentales “regeneradoras”, a saber: la educación en la Escuela para el aprendizaje de las primeras letras y de otras materias como la aritmética, así como el aprendizaje de oficios en los talleres del Panóptico, a los cuales solo asistían los reclusos.78 Tabla 5: Número de presas en la Penitenciaría Nacional de Quito según los oficios, 1923 Oficios
Número
Lavanderas 8 Costureras 3 Aplanchadoras 2 Tejedoras de sombreros 3 Bordadoras 1 Hilanderas 3 Total 20
Las reformas penales de las décadas de 1930 y 1950 El 23 de septiembre de 1935 se dictó la llamada Ley de Gracia y se creó el Instituto de Criminología de la Universidad Central del Ecuador, con la finalidad de impulsar el estudio de bio-tipologías del delincuente en base al modelo del italiano Di Tullio, pensador que procuró explicar el crimen por factores hereditarios y adquiridos.79 En definitiva, dicho Instituto pretendió darle un contenido antropológico y psiquiátrico a la legislación penal. Al año siguiente, en 1936, se expidió el Decreto 73 que estableció una importante modificación en el Régimen de Prisiones. A través del mismo se intentó clasificar los establecimientos para el cumplimiento de penas privativas de libertad, subrayando el trabajo que correspondía a cada una de las categorías. La Reforma del Régimen de Prisiones contemplaba el denominado régimen progresivo que suponía el traslado de una a otra sección a medida que un interno se acercaba al cumplimiento de su pena y en razón del acceso a la libertad condicional. El mencionado régimen estableció los actos que debían considerarse de “mala conducta”, como: resistencia al trabajo, tentativa de evasión y la evasión misma. En suma, la nueva reglamentación, ampliamente inspirada en el Reglamento de 1915 para la Penitenciaría Nacional, pretendió coordinar educación y trabajo carcelario.80 En 1938 se aprobó un nuevo Código Penal, que se mantendría vigente hasta el 2014, que contenía algunas reformas y que incluía las figuras de condena de ejecución condicional
Fuente: Informe del Ministro de lo Interior, 1923. 79 ECIPE, p. 19. 78 Larco, op. cit., pp. 201, 204.
80 Arguello, 1992, op. cit., pp. 190-191.
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y liberación condicional. No obstante, a nivel de régimen penitenciario no se establecieron transformaciones significativas. En la década de 1930, juristas y magistrados señalaron que el Código de 1906 adolecía de vacíos, deficiencias, atrasos en legislación penal, lo cual exigía cambios sustanciales. Estos aspectos fueron ponderados por el gobierno de Federico Páez, que al iniciar su administración en octubre de 1935 y a través del Ministerio de Justicia, ejercido por Aurelio A. Bayas, comisionó la redacción de un nuevo Código a los doctores Aurelio Aguilar Vázquez y Andrés F. Córdova. Los comisionados tomaron como fuentes para su elaboración al código penal belga de 1867, el código argentino de 1922 y el código fascista italiano de 1930.
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Una comisión de profesores de las Universidades de Cuenca y Central de Quito fue la encargada de analizar el documento. En su informe, expresaron como conclusión que el proyecto traducía el estado de nuestra sociedad y contenía instituciones convenientes, adecuadas a nuestro medio, técnicamente expuestas y conformes con el desenvolvimiento de la Ciencia Penal moderna para regular, con acierto, el Derecho Penal ecuatoriano. No obstante, en dicho código se tipificaba la homosexualidad como delito y se consideraba como un importante atenuante, en el caso del actual femicidio, que el marido homicida encontrase a su cónyuge en acto de adulterio. El 22 de marzo de 1938, mediante Decreto Supremo, el General Enríquez Gallo
lo convirtió, sin modificaciones, en Ley de la República.81 El año 1939 se proclamaron dos reglamentos para la Penitenciaría Nacional de Quito. El primero estuvo referido a la organización y régimen de trabajo, y el segundo versó sobre conductas y visitas. El primero contempló normas de organización de trabajo sujeto a una Comisión de Trabajo, destacando la utilización del instrumento laboral como medio disciplinario, mientras que el Reglamento de Conductas y Visitas establecía como recompensa a los reclusos de conducta ejemplar la concesión de un mayor número de visitas y correspondencia, concesión de una celda más confortable, salidas a la ciudad y preferencia
81 Manuel Neira, Diario El Tiempo.com.ec, 19 oct. 2013.
para los trabajos mejor remunerados y de su elección dentro del Panóptico. En ese mismo reglamento se destacaba que a los presidiarios de buena conducta se les permitiría hacer uso de los libros de la biblioteca, inaugurada en 1921 por el presidente Tamayo. Se autorizaba además que el interno de buena conducta pudiera consumir bebidas calientes y tabaco en su celda, recibir dos visitas mensuales y recibir alimentos de sus familiares y, por último, enviar alguna correspondencia.82 Al terminar el decenio de 1950 se realizó una compilación de leyes penales vigentes, a la vez que se establecieron los Patronatos de Cárceles y Trabajos Reglamentarios.
82 Argüello, op. cit., pp. 191, 195-196.
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ANÉCDOTAS Y NOTICIAS CURIOSAS RELACIONADAS CON LOS RECLUSOS EN LA ÉPOCA DE LA LLAMADA "PENITENCIARÍA NACIONAL" • Las campañas antiliberales en contra de Alfaro generaron numerosos presos políticos conservadores a partir de 1898. Todos eran grandes idealistas que vivieron en el Penal horas amargas. En la obra de Miguel Ángel González Páez, Memorias Históricas, (Quito, 1935), se reproduce una fotografía. El Dr. Telmo Rafael Viteri Jarrín fue uno de los más asiduos visitantes del Penal por razones políticas. En otra foto, del archivo de Jorge Salvador Lara, aparecen prácticamente en prisión todos los hermanos Salvador-González, sobrinos carnales del arzobispo Pedro Rafael González Calisto. • Las campañas ideológicas de 1907, en contra de Alfaro, lideradas por Belisario Quevedo Izurieta, generaron una nueva ola de presos políticos de primera calidad. Entre ellos estuvo el periodista Antonio Alomía Llori, quien pasó en prisión con su propio hijo, el niño Antonio Alomía Larrea. Uno de los apresados fue el sargento mayor Víctor Manuel Argüello Proaño, héroe de Angoteros, en el oriente. • Ningún período como el segundo de Alfaro fue tan rico en oposiciones valientes y decididas. Al mismo tiempo, este ilustre Presidente, el 14 de enero de 1908, creó los cargos de maestros en los talleres de carpintería y zapatería, en el Panóptico. En 1911 estuvo en prisión el líder carchense Cnel. Antonio Grijalva Patiño. Un día se entrevistó con el presidente Alfaro y le prometió no volver a combatirlo. Cumplió su palabra. Ambos se quedaron mutuamente admirados de su grandeza. Mientras visitaba a su padre, la jovencita Isabel Grijalva Grijalva se conoció con el practicante de medicina Alfredo Noboa Montenegro, natural de Guaranda y de férrea familia liberal del conocimiento vino el amor y posteriormente el matrimonio.
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• Linchamiento del Coronel Quirola. Asesinado el general Emilio María Terán, el 5 de julio de 1911, en el Pasaje Royal de Quito, por su compadre, el Cnel. Luis Quirola Saá, éste fue preso al Penal. Un mes después, el 11 de agosto, a la caída de Alfaro, los cocheros –enemigos de don Eloy– decidieron tomar venganza contra Quirola y asaltaron el Penal. En el atrio asesinaron a Quirola; uno de los parientes íntimos de Terán se valió de una botella rota y sacó los ojos a la víctima. Los odios y las pasiones no tenían límite. • Linchamiento de Alfaro. El asesinato de los Alfaro en el Penal, el 28 de enero de 1912, es uno de los capítulos más tristes de nuestra historia. Está absolutamente clara la culpabilidad del gobierno de Freile Zaldumbide y de su Ministro de Gobierno, quienes el día anterior sacaron a los presos políticos con el pretexto: “pues mañana vaya a pasar algo con los presos”, según lo dice claramente en el proceso abierto sobre el caso. Entre ellos salieron Pedro Concha Torres y el Cmdte. Julio Martínez Acosta. Soldados disfrazados, con la venia evidente de las autoridades militares, de los jefes de Batallón y del Ministro de Defensa, estuvieron dentro del Penal aquel día 28. Fueron esos soldados los que, desde adentro, abrieron las puertas para que penetrara un populacho hambriento de venganza, al cual dirigían los cocheros de la Plaza Grande, presididos por José Cevallos, un grupo partidario del Gral. Emilio María Terán y que quería vengar su muerte. Lo demás es suficientemente conocido. El 26 de noviembre de 1935, a los veintitrés años del crimen, se dispuso erigir un busto de bronce dentro de la celda en la cual fue victimado don Eloy y que nadie debía ocuparla. • En 1920 regresó al Ecuador el Cónsul en París, Dr. Alejandro Villamar Villalobos, un distinguido médico
ibarreño que había sido, por largo tiempo, el médico personal del famoso escritor Manuel J. Calle. La Contraloría le encontró una glosa singular y fue a parar al Penal. Su hija, Aída, muy jovencita entonces, durante una visita a su padre, le afeitó, acomodó un bulto en la cama y salió del Penal del brazo de su progenitor. Cabe decir que por entonces, los guardias eran escogidos entre las personas menos preparadas de la ciudad. • Grandes intelectuales, como el guayaquileño Alfredo Pareja Diezcanseco, vivieron varios meses en el Penal, al final de la década de 1930. Pareja aprovechó esa estadía para inspirarse en algunas de sus obras y revisó los archivos del Penal. Hoy, prácticamente no queda nada del archivo, aunque hace veinticinco años aún quedaban los papeles de la época de Alfaro. • En mayo de 1943, un grupo antiarroyista, presidido por Leonidas Plaza Lasso y Luis Felipe Borja del Alcázar, luego de una conferencia del primero en la Universidad Central, pretendió tomarse el Palacio de Gobierno. Fracasados en su intento, Plaza fue preso al Penal y
Borja se deportó al Perú. En prisión, Plaza se dejó crecer totalmente la barba. José María Plaza, su hermano, que era muy parecido físicamente, entró un día de visita en compañía de doña Susana Larrea, esposa de Leonidas. Lo afeitaron rápidamente y quien salió de la prisión, sin que los guardias notaran nada, cubierto por un grueso abrigo, fue Leonidas. Horas más tarde José María probó su identidad y debió salir libre. Fue uno de los hechos más comentados durante largo tiempo. Plaza imitó algo ya hecho en 1895 por Neptalí Bonifaz Ascázubi, su tío segundo. También fue imitación de lo protagonizado, en 1920, por Aída Villamar. Fue pues el tercer acto de un mismo sainete. • El vicepresidente del país Carlos Julio Arosemena Monroy, estuvo preso por orden del presidente Velasco, en noviembre de 1961. Un día más tarde salió del Penal en hombros, para asumir la presidencia del Ecuador, por dictado del Congreso Nacional. Tomado de: Fernando Jurado Noboa, Calles, Casas y Gente del Centro Histórico, T. III, FONSAL, Quito, 2006, pp. 113-114.
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CAPÍTULO 4
EL CENTRO DE REHABILITACIÓN SOCIAL DE VARONES No. 1 DE QUITO
La rehabilitación social A inicios de la década de 1980 arrancó una nueva normativa y concepción carcelaria que dejó atrás el principio de domesticación y dosificación del sufrimiento y, fundamentalmente, el carácter disciplinario, siendo sustituido por los criterios de tratamiento y rehabilitación. Antes de 1982, cuando se expidió el Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social y su Reglamentación, existieron ciertos antecedentes que prepararon el terreno para que el Estado asumiese la “rehabilitación social” como eje central del derecho penal. Por ejemplo, ya en 1957 se planteó el anteproyecto del Congreso Penal y Penitenciario que pretendía una reforma en el sistema carcelario en base a la organización del trabajo y la educación como elementos nodales. Otro proyecto importante en este sentido fue el de 1971 elaborado por una Comisión Jurídica que quiso resucitar el proyecto de 1957 y, por último, el llamado “Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social” promulgado
por la dictadura de 1976 que estuvo en vigencia un mes.83 La institucionalización de la “Rehabilitación Social” aplicada a los reclusos arrancó con el Decreto 10-53 del 31 de diciembre de 1970, que puso fin al sistema filantrópico y de beneficencia del Patronato de Cárceles, Penitenciarías y Colonias Agrícolas Penales creado en 1964, por su disfuncionalidad. En sustitución del Patronato de Cárceles se creó la “Dirección Nacional de Prisiones” como dependencia del llamado por entonces Ministerio de Gobierno, Justicia y Cárceles. Esta Dirección se impuso como misión fundamental orientar la política penitenciaria para “regenerar y rehabilitar a los delincuentes”. En dicho cuerpo legal se determinaron los ingresos principales presupuestarios con fondos, asignaciones y multas, como el 5% sobre el valor de los cheques protestados o la creación del timbre de regeneración penitenciaria. El 27 de mayo
83 Santiago Argüello, Trabajo de los prisioneros, Imprenta Multicolor, Quito, 1992, p. 195.
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de 1978 se produjo un cambio en su denominación, pasando a llamarse Dirección Nacional de Rehabilitación Penitenciaria.84 En 1981 la Comisión Asesora de Política Penitenciaria, conformada por delegados de la Corte Suprema de Justicia, Procuraduría General del Estado, Dirección Nacional de Rehabilitación Penitenciaria y el Instituto de Criminología, realizó un diagnóstico de la realidad penitenciaria en la década de 1970 y elaboró el proyecto de ley para un nuevo Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social así como su Reglamentación, los que finalmente fueron promulgados el 8 de julio de 1982. Al mismo tiempo se creó el “Consejo Nacional de Rehabilitación Social”, conformado por: el Ministro de Gobierno o su delegado, quien lo presidía; un delegado de la Corte Suprema de Justicia, que ejercería la vicepresidencia; el Ministro Fiscal General o su delegado; el Director de Recursos Humanos y Empleo del Ministerio de Trabajo; y, el Director
84 Ibíd., pp. 58, 59.
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del Instituto de Criminología de la Universidad Central, que sería el coordinador permanente de este Consejo. Como brazo ejecutor de las políticas penitenciarias se creó la “Dirección Nacional de Rehabilitación Social” y se procedió a cambiar la denominación de las penitenciarías y cárceles del país por las de Centros de Rehabilitación Social. Se marcó así un giro drástico en el cambio de la concepción sobre la ejecución de la pena.85 A partir de entonces la llamada Penitenciaría Nacional de Quito o Penal García Moreno pasó a llamarse “Centro de Rehabilitación Social de Varones Quito, No. 1”. El Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social determinó un régimen progresivo definido por las siguientes etapas: 1) Internación para el estudio criminológico y clasificación delincuencial; 2) Rebajas; 3) Prelibertad, que consistiría en desarrollar actividades controladas por el régimen fuera del centro en períodos
85 Guido Boada, “Entrevista”, Escuela de Ciencias Penitenciarias y Rehabilitación Social, ECIPE, p. 42.
continuados o discontinuados; 4) Libertad controlada o la convivencia del recluso en su medio natural bajo la supervisión del régimen; y, 5) Ubicación poblacional y tratamiento. Sin embargo y en la práctica ni siquiera un régimen mínimo de separación entre condenados y procesados pudo llevarse a cabo.86 El año de 1983, por iniciativa de los internos, se creó un Centro de Alfabetización denominado “Escuela Juan Montalvo” en la que se definieron 3 ciclos: el primero que correspondía al primer y segundo grados; el segundo a tercer y cuarto grado; y el tercero a quinto y sexto grados. Esta escuela empezó a funcionar de manera muy precaria, ya que care-
86 Argüello, op. cit., p. 197.
cía de todo tipo de material y tenía muebles semidestruidos.87 De todas formas continuó adelante, hasta que en la primera década del s. XXI incorporó la educación secundaria.88 A pesar de que el Estado asumió el principio de rehabilitación social desde la década de 1980, las políticas de rehabilitación se limitaron a la rebaja de penas, libertad controlada o repatriaciones. En casi ninguno de los Centros de Rehabilitación Social del país, incluido el de Varones No. 1 de Quito, se implementaron
87 Eduardo Espinosa M. “114 años del Penal García Moreno”, en Revista Ruptura, Año XXXIX, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Asociación Escuela de Derecho, Quito, 1988, p. 235. 88 Boada, ídem.
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con la Dirección Nacional de Rehabilitación Social.89 Según su máximo representante, Jorge Crespo Toral, el Hogar San Pablo fue y es un instituto de perfeccionamiento en base a un proceso educativo que se fundamentaba en los estrechos lazos entre los internos y voluntarios que trabajan hermanados en el conocimiento del Evangelio, de las ciencias y de la técnica, con la finalidad de que los presos al salir de las cárceles estén aptos para afrontar la vida nueva en libertad. En el caso del Centro de Rehabilitación Social de Varones No. 1 de Quito este programa funcionó hasta su cierre en uno de sus pabellones, en un local muy estrecho90 y beneficiando a muy pocos reclusos.
La sobrepoblación carcelaria Para los organismos internacionales y los expertos, la sobrepoblación de presos en las cárceles constituye uno de los principales factores de la crisis carcelaria en Latinoamérica en las últimas décadas. Para el caso del Ecuador, Guido Boada, uno de los mayores estudiosos de la problemática carcelaria en el país, ha destacado que la sobrepoblación de personas privadas de libertad (PPL) es la causa principal que ha frustrado las esperanzas de convertir a los establecimientos de reclusos en lugares de preparación del interno para la no reincidencia.91 El exceso de personas en las cárceles del país y en el Centro de Rehabilitación Social de Varoprogramas o proyectos de “reeducación” o “reinserción social” desde el Estado. El único que funcionaba en el ex Penal García Moreno, desde 1985, fue el “Hogar San Pablo” dirigido por una entidad de beneficencia privada ecuménica cristiana: la “Confraternidad Carcelaria del Ecuador”, como parte de un convenio
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89 Jorge Núñez, Cacería de Brujos. Drogas ilegales y sistema de cárceles en Ecuador, Abya-Yala, FLACSO, Quito, 2006, p. 49. 90 Jorge Crespo Toral, diario La Hora, 11 de marzo del 2002. 91 Guido Boada, op. cit., p. 42.
nes No. 1 de Quito adquirió cifras record desde las últimas décadas del s. XX hasta la actualidad. Así, por ejemplo, en la década de 1980 en las 270 celdas estrechas de 7, 6 metros cuadrados con puertas de una sola hoja y con una pequeñísima ventana que impedía el paso de la luz, se albergaban 2.500 reclusos. Esto suponía que cada celda por entonces era ocupada por 5 o 6 personas e incluso 12 individuos. Además, el 78% de los internos del Penal García Moreno no tenían sentencia. Boada destacaba que en el período de 1989 a 2008 la sobrepoblación carcelaria en el país alcanzó una tasa de 26,5%. La variación de esta tasa estuvo estrechamente relacionada con factores de orden jurídico, como: implementación de reformas legales, convenios y regulaciones que han incidido en los procesos de encarcelamiento y desencarcelamiento. De todas ellas, la Ley de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas o Ley 108, que se puso en vigencia desde 1990, contribuyó a llenar las cárceles del país de consumidores o pequeños traficantes, con sentencias que oscilaban entre los ocho y doce años.92 Entre 1989 a 2008, Boada93 proponía diferenciar tres períodos: En primer lugar, el comprendido entre 1989 a 1996, en donde se registra un crecimiento de la población penitenciaria más o menos estable, dándose el mayor indicador en 1993 con una tasa positiva del 10,73%. En 1991 se ejecutó el proyecto de reducción del volumen de la población penitenciaria, capacitando a los diferen-
92 Santiago Argüello, Prisiones: estado de la cuestión, ALDHU, El Conejo, Quito, 1991, p. 26. 93 Boada, op. cit., p. 42.
tes actores del proceso penal, mientras que en 1993 se reformó el Reglamento del Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social que incorporó rebajas a la población de procesados. En 1996 se aplicó un convenio de repatriación de detenidos de nacionalidad colombiana y española que coadyuvó a bajar el número de presos en el país, especialmente en el Centro de Rehabilitación Social de Varones No. 1 de Quito. Un segundo período iría de 1997 a 2001, en el cual las tasas fueron negativas, de -9.7%, lo que significa que la población penitenciaria se redujo, especialmente en el año 1999, gracias a tres mecanismos legales: A) la reforma del Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social de 1997, en el que se modificaron los Artículos 33 y 34 incrementándose las rebajas de penas por buena conducta y por año de 120 días a 180 días, mecanismo denominado 2 x 1. B) Ese mismo año se despenalizó el consumo de drogas reformándose la Ley de Sustancias Psicotrópicas y Estupefacientes. C) Con la expedición de la Constitución Política del Ecuador de 1998 entró en vigencia la disposición que devolvía la libertad a las personas detenidas por más de un año sin sentencia; asimismo, la reforma de los Artículos 24 y 28 de la Constitución al eliminar el abuso de la prisión preventiva, que estaba en manos de las comisarías de policía, contribuyó a la salida de muchas personas de la cárcel. La reducción de personas privadas de libertad continuó en el año 2000, una vez que el Congreso Nacional expidió la Ley 2000-23 de reducción de penas a favor de los encarcelados por motivo de año jubilar. En dicha ocasión se perdonó un año de pena a todos quienes estaban en prisión y dos años para los sentenciados mayores de 65 años, embarazadas, discapacitados, enfermos en etapa terminal y madres con hijos a su cargo. Estas medidas permitieron la
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salida de muchas personas de las cárceles, reduciéndose la población carcelaria y especialmente los detenidos por delitos de droga. No obstante, todas estas medidas fueron enseguida objeto de una severa crítica y de una campaña a través de los medios de comunicación destinada a impactar en la percepción de inseguridad de la sociedad, por parte de las fuerzas de la derecha política. Esta presión obligó a que el gobierno de Gustavo Noboa en el año de 2002 desmontara gran parte de los mecanismos legales anotados, lo que se tradujo nuevamente en el aumento de la población de personas privadas de libertad.94 Aquel desmontaje se hizo a través de las siguientes reformas: a) Reforma al Código Penal sobre agravamiento de penas 94 Núñez, op. cit., p. 49.
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para nuevos delitos, incrementándose las penas hasta 35 años de prisión; b) reforma al Código de Ejecución de Penas y Rehabilitación Social en los Arts. 33 y 34, por la cual se sustituyó el mecanismo denominado dos por uno por el que establece rebajas de seis meses por cada cinco años de cumplimiento de condena; y, c) creación de la denominada prisión en firme a través de la ley reformatoria del Código Penal. A partir de entonces la población carcelaria volvió a crecer, registrándose un incremento de 110%. Según el Boletín estadístico del 2004, el Centro de Rehabilitación Social de Varones No 1 de Quito albergaba para entonces a 924 hombres, 431 por drogas ilegales, 102 por delitos contra la propiedad, 278 por delitos contra las personas, 57 por delitos sexuales y 56 por otros delitos. De ellos, 564 habían sido condenados y
360 estaban siendo procesados. 610 reclusos eran ecuatorianos y 301 extranjeros, de los cuales 180 eran colombianos, 14 españoles, 13 peruanos, 6 italianos, 3 franceses, 5 polacos, 4 argentinos, 5 mexicanos y 5 africanos. En cuanto a su condición étnica, se registraban 187 indígenas, 109 afrodescendientes, 54 blancos y 574 mestizos. Además se destacaba que 3 personas estaban en régimen de prelibertad y 17 se habían fugado. Para entonces en la cárcel trabajaban en servicios penitenciarios 59 guías, 5 médicos, 3 psicólogos y 1 instructor de taller.95
el país, que sigue hasta la actualidad. Para octubre de ese mismo año el país registró 19.500 personas privadas de la liberad. En el 2008 el Centro de Rehabilitación Social de Varones No 1 de Quito albergaba a 1.202 presos a pesar de tener una capacidad instalada para 720 PPL, existiendo un exceso de 482. Se trataba del segundo exceso más grande del país después de la Penitenciaría de Guayaquil, que para ese mismo año tenía una capacidad instalada para 2.000 personas pero que alojaba a 5.563 presos, llegando a un exceso de 3.563 personas.
El año 2007 se abrió un nuevo período de crecimiento de la población penitenciaria en
En el 2009, el número total de presos en Ecuador se redujo a 10.881, según cifras de la OEA. Desde entonces, la población carcelaria ha crecido nuevamente. En el 2013 se reconocía una cifra oficial de 22.029 personas
95 Ibíd. 35.
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privadas de la libertad en el país, cuando la capacidad instalada podía dar abasto a 12.089 personas.96 Al 30 de abril de 2014, día del traslado de las personas privadas de libertad del ex Penal García Moreno, su población alcanzó la cifra de 1.969 personas. El hacinamiento en dicha cárcel llegó a tal situación que, por ejemplo, en la celda 15 del pabellón B, vivían más de 15 internos. Se trataba de personas que no contaban con condiciones económicas para “comprar” una celda. Mientras que en la celda 34 vivía una sola persona, que convirtió dicho habitáculo en el “supermercado” del pabellón, en el cual se expendían toda clase de víveres. El hacinamiento llegó a situa-
96 Diario El Telégrafo, 29 de abril 2013.
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ciones extremas, como el hecho de que tres servicios sanitarios eran utilizados por más de 100 personas; usuarios que se triplicaban los días de visita, lo que atentaba claramente a la dignidad humana.97 Sin duda, la creciente población carcelaria en el país es parte de un problema regional de América Latina, el mismo que está relacionado directamente con el uso excesivo de las medidas de detención preventiva para los sospechosos que aún no han sido condenados, y en segundo lugar por el incremento del narcotráfico.
97 Página web del Ministerio de Justicia, 30 de abril de 2014, http://www.justicia.gob.ec/2014/04/
El Comité Europeo para los Problemas Criminales consideró en su informe de 1999 que las cárceles con una densidad superior al 120% tienen problemas graves de sobrepoblación. En los últimos años, Ecuador registró un porcentaje poco menor al 150% y el ex Penal García Moreno llegó incluso en alguna ocasión a tener el 400%. Con ese nivel de sobrepoblación en las cárceles del país y en el caso del Centro de Rehabilitación Social No. 1 de Quito, es comprensible el desmejoramiento de las condiciones de vida de los internos: agravando ese hacinamiento, produciendo promiscuidad e incrementando la violencia intercarcelaria. En esas circunstancias, las huelgas, motines e incendios se convirtieron en un fenómeno frecuente en el ex penal, constituyéndose en factor de
riesgo para la estabilidad operativa del sistema y para la seguridad de todos: los guardias, los internos y quienes circulaban en los recintos, así como las visitas. Al mismo tiempo, el hacinamiento y la falta de control hicieron de la cárcel una escuela del delito, en la medida que se permitió que en su interior crezcan y se fortalezcan redes criminales, desde las cuales se planeaban asesinatos, extorsiones y otros actos violentos, a ejecutarse ya sea adentro o afuera de los muros del Centro de Rehabilitación Social de Varones No. 1 de Quito.98
98 Diario El Telégrafo, 19 dic 2013 en: http://www. telegrafo.com.ec/justicia/item/ecuador-superael-hacinamiento-carcelario-un-mal-de-latinoamerica.html
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En conclusión, sostiene Boada,99 no solo la institución de reducción de penas es importante para disminuir la población carcelaria, sino también una política social que procure la prevención del delito, a la vez que convierta a las cárceles en auténticos centros de rehabilitación y reinserción en la sociedad.
Los presos y el imaginario social Desde que se inauguró el Panóptico de Quito en 1874, la valoración social sobre los presos por parte de la población quiteña ha sido siempre negativa, ya sea de pánico, sanción moral o indiferencia. En un inicio, la visión negativa acerca de los penados fue efecto del simbolismo arquitectónico del mismo Penal, concebido como un edificio sólido y cerrado que por sí mismo expresaba la peligrosidad de los encerrados. Un edificio monumental y lóbrego en una ciudad pequeña con rasgos pueblerinos, no podía más que proyectar dicha sensación. El pánico que inspiraban los reclusos en el pueblo se mantuvo hasta mediados del s. XX y se explica además por ciertos tipos de presos que fueron presentados como monstruos. Esta percepción fue muy bien presentada por el escritor Pablo Palacio en su cuento “Antropófago” de 1926, basado en la historia de un ser recluido en el Panóptico por haber cometido el crimen atroz de morder la cara de su hijo y dejarlo “sin nariz, sin orejas, sin una ceja, sin una mejilla”. Según este relato tal crimen había ocurrido en el barrio populoso de San Roque y el temor y curiosidad popular han quedado muy bien retratados en el siguiente fragmento de dicho relato: 99 Boada, op. cit., p. 44.
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Allí está, en la Penitenciaría, asomando por entre las rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago. Todos lo conocen. Las gentes caen allí como llovidas por ver al antropófago. Dicen que en estos tiempos es un fenómeno. Le tienen recelo. Van de tres en tres, por lo menos armados de cuchillas, y cuando divisan su cabeza grande se quedan temblando, estremeciéndose al sentir el imaginario mordisco que les hace poner carne de gallina. Después le van teniendo confianza […] Pero el antropófago se está quieto, mirando con sus ojos vacíos.100
En la medida que la población de Quito se acostumbró al nuevo edificio, visto como sede del castigo merecido, la indiferencia social con respecto a la vida de los presos se convirtió en un sentimiento compartido. Actitud que duraba hasta que no sucediera el hecho temible de la fuga o la puesta en libertad de algún preso que había cumplido su condena, lo que motivaba nuevamente pánico y protesta general. Si bien hasta la actualidad la posibilidad de que una cárcel sirva para corregir a un delincuente es tomada con escepticismo por el ciudadano común, hasta mediados del s. XX esa posibilidad era simplemente inaceptable. De ahí que Carolina Larco en su investigación sobre las cárceles del país en el período liberal se haya tropezado con algunos casos
100 Citado por Carolina Larco, en “Visiones penales y regímenes carcelarios en el Estado Liberal de 1912 a 1925”, Programa de Doctorado en Historia, Universidad Andina Simón Bolívar, 2011, p. 97.
que ilustran claramente esta situación.101 Así, por ejemplo, se destaca lo ocurrido en 1914, cuando 52 vecinos y propietarios de la parroquia Tumbaco y su Teniente político se
levantaron en contra de que se ponga en li-
101 Ibíd., pp. 95-96.
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bertad al preso J.M.G., sindicado por varios delitos, para lo cual solicitaron al Ministro de lo Interior, “en guarda del orden público y de la seguridad y bien estar de la población”, se impida que dicho individuo quede libre y regrese a Tumbaco. La sensación de pánico surgía también al calor de los rumores de algún motín carcelario como el ocurrido el 26 de febrero de 1914 en la Penitenciaría Nacional de Quito: A eso de las diez y cuarto de la mañana, comenzó en las calles comerciales de la ciudad un inusitado movimiento; carreras en todas las direcciones, cierre de almacenes, de tiendas y de puertas de la calle. Inmediatamente se oyeron disparos de pistola y luego de rifle. Por todas partes cundió la noticia de que los presos del Panóptico intentaban una fuga […] Consternada aún la ciudad por la noticia del trágico derramamiento de sangre de la mañana, no volvió a tomar su fisonomía habitual sino a eso de las cuatro de la tarde, hora en que comenzaron a abrirse algunas tiendas y almacenes.102 Los estereotipos negativos sobre los reclusos fueron responsabilidad en gran parte de las noticias de prensa que a partir de las primeras décadas del s. XX empezaron a relatar con detalle los crímenes y a los responsables, iniciándose así lo que pasaría a llamarse, ya en la segunda mitad del s. XX, “crónica roja”. Al mismo tiempo, la conversión del cine en un fenómeno popular, a partir de la década de 1920, pasó a considerarse por las autoridades y los sectores dominantes como fuente de conductas delictivas de los niños y adoles102 El Día, 27 de febrero de 1914.
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centes, producto de la imitación de los personajes que ejercían sus encantos, como fue el caso del famoso Raffles conocido como “el ladrón de guante blanco”. Asimismo, el uso de las fotografías de los presos que empezaron a exhibirse a través de una exposición realizada en 1922 en la misma Penitenciaría Nacional en un gran mural denominado “Galería de delincuentes,” en los que sobresalían indígenas usando poncho, mestizos y afrodescendientes, contribuyó a construir una especie de “identidad” delincuencial en el imaginario social.103 En la primera mitad del s. XX, las campañas a favor de los reclusos, en nombre de la caridad y compasión para recaudar fondos para su alimentación, en las celebraciones de Navidad y Año Nuevo que realizaban las autoridades de la Penitenciaría Nacional de Quito, contribuyó a que la población de la ciudad se hiciera una imagen menos negativa de los presos. De esta forma, se llegó a valorar los trabajos artesanales que realizaban los internos, los que se vendían en la tienda de la Penitenciaría, como fueron las cortinas de cabuya. Personas más adineradas empezaron a realizar contribuciones materiales a favor de los presos. Fue el caso de algunos empresarios y hacendados que hacían donaciones de ciertos bienes como telas y pan. Otro cambio importante en la percepción social sobre las personas privadas de la libertad se dio en las últimas décadas del s. XX y primeros años del s. XXI, a raíz de que el Centro de Rehabilitación Social de Varones No. 1 de Quito se convirtió en espacio de investigación social y periodística. Diversas monografías, tesis y reportajes se realizaron
103 Larco, op. cit., p. 99.
con respecto a la situación de los presos y con ciertos tipos de detenidos en particular, fue el caso de los relacionados con tráfico de drogas o los travestis. Estas investigaciones, así como los artículos, las crónicas y las fotografías de la prensa sensacionalista, a más de las canciones populares y películas, hicieron más y mejor conocida la situación de los presos, el mundo criminal y carcelario. En la sociedad se desarrolló una relación con la prisión que era a la vez más íntima y más distante. Por un lado, la población en general llegó a «conocer» mucho mejor que antes el mundo de la prisión; de otro lado, la manera en que las prisiones fueron y son descritas en los reportajes periodísticos -como lugares de sufrimiento pero también como escuelas de vicio y de criminalidad y cuyos habitantes practicaban conductas repugnantes- hizo que el público las percibiera con horror y repulsión. La noción de que los criminales y las prisiones pertenecían a un mundo de degradación y miseria, dio origen a una opinión pública que no veía con simpatía las iniciativas que buscaban mejorar la calidad de vida de los detenidos. En definitiva, el mayor conocimiento de la vida de las personas privadas de libertad no despertó mayor simpatía en la sociedad. La manera en que fueron presentados por la prensa: individuos desafortunados y sufrientes, pero también como elementos pertenecientes a una clase de sujetos degenerados e inmorales, empató con la arraigada creencia de que los delincuentes merecían el maltrato y el sufrimiento que padecían en las cárceles. Este imaginario presente en la sociedad explica por qué la labor de ciertas asociaciones filantrópicas, grupos e individuos religiosos y algunas personalidades humanitarias, que buscaban generar entre la opinión pública y las
autoridades del Estado una actitud más compasiva hacia los presos, resultaron en América Latina casi siempre aisladas, débiles y de corta duración.104 En la actualidad, los centros de rehabilitación 104 Carlos Aguirre, op. cit., p. 244.
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social, como el No.1 de Varones de Quito, constituyen para la sociedad lugares de exclusión, donde están quienes tienen conductas antisociales. En este sentido se consideran espacios de seguridad pública que recluyen a las personas que violentan las normas y las leyes negociadas y establecidas sociopolíticamente por la comunidad. La cárcel, hoy por hoy, es vista y asumida como un espacio imprescindible para la tranquilidad y seguridad de la mayoría de ciudadanos.105
105 Margarita Camacho, Cuerpos encerrados, cuerpos emancipados. Travestis en el ex Penal García Moreno, Universidad Andina Simón Bolívar, El Conejo, Abya-Yala, Quito, 2007, p. 83.
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La vida en la prisión Gracias a los trabajos etnográficos de campo que se realizaron en el Centro de Rehabilitación Social de Varones No. 1 en Quito en la primera década del s. XXI, contamos con magníficas descripciones de la escenografía carcelaria, los espacios, sus funciones y significados, así como la vida de las personas privadas de libertad. La primera impresión que da al leer este tipo de trabajos, entre los que destacan el publicado por Jorge Núñez Vega en 2006 y el de Margarita Camacho en 2007, es que el Centro de Rehabilitación Social de Varones No. 1 de Quito fue un pandemónium y una típica escuela de delito, pero al mismo tiempo, como destacaría el historiador peruano Carlos Aguirre hablando en general de las cárceles de América Latina: fue un espacio para la creación
de formas subalternas de socialización y cultura, donde ciertos segmentos de la población forman su visión del mundo y entran en negociaciones e interacciones con otros individuos y con algunas autoridades del Estado. Ya en el s. XXI el uso y las funciones que cumplían los espacios originarios del ex Penal García Moreno habían cambiado drásticamente. Para empezar, a los cinco pabellones originarios se había sumado un sexto, los mismos que se denominaban con las primeras letras del abecedario: A, B, C, D, E y F. El pabellón A, llamado de “máxima seguridad”, se puso directamente en manos de la Policía desde la década de 1990 hasta el año 2006. El “F” había sido deshabilitado por entonces porque se usó como área de castigos. Los internos de los pabellones B y D estaban comunicados por una
torre de observación situada en el centro del edificio, la misma que se había convertido para entonces en bodega, a la par que en lugar de encuentros y aglomeraciones, debido a que los presos podían ir de un pabellón a otro durante el día y buena parte de la tarde. La torre denominada “bomba” desde el s. XIX había adquirido además una importancia simbólica particular, ya que en los amotinamientos los presos se tomaban dicho lugar como una señal de haber asumido el control del presidio. Los niveles de hacinamiento, el perfil de los detenidos, las condiciones de vida y el control institucional variaban dependiendo del pabellón. Así, por ejemplo, en el pabellón A estaban los presos por narcotráfico, especialmente los cabecillas, razón por la cual fue el único con vigilancia durante las 24 horas a cargo de la Policía
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hasta diciembre del 2006. Para ingresar al sitio era necesario un permiso especial conferido por el jefe policial a cargo.106 En una ocasión, cuando la investigadora Margarita Camacho logró ingresar en dicho pabellón después de arduas gestiones, le llamó la atención la realización de una fiesta en su interior, con orquesta y artistas internacionales, abundante comida servida por camareros, mesas con parasoles y la presencia de muchas mujeres.
Era una fiesta en homenaje a la imagen del “Divino Niño” que se veneraba en su interior. El anfitrión y quien corría con los gastos era nada menos que uno de los grandes capos o jefes del narcotráfico en el Ecuador: Oscar Caranqui, el “dueño de la casa” (léase Pabellón A).107 Las instalaciones sanitarias de esta sección eran impecables, así como los lujos en las celdas.
106 Núñez, op. cit., p. 30.
107 Margarita Camacho, op. cit., p. 79.
En contraste absoluto con dicha sección se
encontraban las demás. En el pabellón B, por ejemplo, la situación era por demás precaria, los servicios higiénicos y las instalaciones era las más deterioradas. La sobrepoblación y el hacinamiento eran la regla, llegando a alojarse en una celda hasta 15 personas y evidenciando una distribución totalmente inequitativa, pues había celdas ocupadas solamente por una persona. Esta desproporción se explica por el hecho de que en el ex penal funcionaba un sistema perverso de “venta” de celdas. El pago de una suma de dinero garantizaba a un interno su uso como propiedad, de ahí que durante el día podía dejar el calabozo con candado aunque no la estuviera ocupando. Los precios variaban según el pabellón, en el B una celda podía llegar a costar desde 300 hasta 800 dólares; en el C podía llegar a valer entre 1.500 y 2.500 dólares; en el D fluctuaban de 500 dólares a 1.000, mientras que en el E entre 400 y 500 dólares. Solo las celdas del pabellón A no eran parte de este mercado.108 En el pabellón B, los tipos de delitos predominantes en los internos fueron robo y homicidio, a la par que su situación económica y nivel de instrucción eran bajos. El porcentaje de población afrodescendiente e indígena era considerable aunque no superaba a los identificados como mestizos. Por todas estas características y aspectos, este pabellón era considerado por las mismas personas privadas de libertad como el más violento.
el grupo más significativo el de colombianos. La situación económica y de instrucción de estos reclusos era la más aventajada dentro del penal, por lo que habían realizado adecuaciones y arreglos a las celdas. En la primera década del 2000, contaba con un pequeño gimnasio en el segundo piso, un televisor comunal, una oficina con una computadora y una copiadora viejas. En el ingreso principal existía una guardianía financiada por los mismos internos para impedir el paso de los presos pobres procedentes de otras secciones. Este pabellón fue considerado por los mismos reclusos como el menos violento y el más organizado. Los internos de esta sección eran llamados “aniñados”. El pabellón D agrupaba a individuos con una situación económica, social y penal marcadamente heterogénea. En él residían personas con estudios superiores y gente con primaria incompleta. Algunos recibían de su familia el dinero suficiente para sobrevivir, mientras otros tenían que trabajar al interior del ex penal para satisfacer sus necesidades básicas. La mayoría eran mestizos ecuatorianos pero había también un grupo significativo de colombianos. Aquí los delitos predominantes fueron robo y tráfico de drogas. En este pabellón funcionaba además una Iglesia evangélica en el segundo piso.109
El pabellón C, por su parte, agrupaba a los detenidos por drogas ilegales, todos ellos en 57 celdas, algunas de las cuales albergaban a más de tres personas. Entre los internos se contaban más extranjeros que ecuatorianos, siendo
El pabellón E, en donde se encontraba la celda vacía con el busto de Eloy Alfaro, había sido usado en ciertas coyunturas para los presos políticos. Cada una de sus 34 celdas eran compartidas por cuatro y cinco internos, en su mayoría de nacionalidad ecuatoriana y de condición étnica mestiza. Debido a que se encontraba aislado del resto de pabellones, en él vivía un grupo de extranjeros, especialmente europeos
108 Núñez, op. cit., p. 34.
109 Ibíd., p. 32.
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con problemas de adicción a las drogas y deudas al interior. Entre sus ocupantes no existía un tipo de delito ni un perfil socioeconómico predominante.
como cortes de pelo, lavado de ropa, arreglos electrónicos, tatuajes, etc. También existían cabinas telefónicas de una empresa privada y una lotería local.110
Por último, el Pabellón “F”, el segundo más pequeño del penal, fue en otros tiempos el pabellón de castigo. En la primera década del s. XXI se desocupó para hacer ahí un programa de prelibertad, razón por la que la mayoría de sus antiguos ocupantes fueron trasladados a los pabellones B y E.
Como parte del conjunto arquitectónico del ex Penal García Moreno y en funcionamiento hasta la actualidad, se destaca el Centro de Detención Provisional (CDP No. 1). Este recinto carcelario fue creado en 1977, cuando el entonces Ministro de Gobierno, General Richeliu Levoyer, decidió cerrar el denominado Retén Sur de Chimbacalle, una de las cárceles más macabras e infames en la historia del país. A partir de entonces los presos de esa dependencia pasaron a cargo de la Dirección Nacional de Prisiones y a ocupar el espacio del hospital de reposo San Juan de Dios con el nuevo nombre de Centro de Detención Provisional, el mismo que albergaba a hombres y mujeres exclusivamente contraventores. Posteriormente dicho centro se trasladó al lugar en donde funcionó la Cárcel de Mujeres de El Inca, al norte de la ciudad, para finalmente trasladarse a una construcción dentro del perímetro del ex Penal García Moreno, en lo que fueron los talleres de mecánica.111
En el ex Penal García Moreno existía una clínica de conducta para gente con problemas sicológicos o de adicción a las drogas. En realidad se trataba de dos calabozos llamados eufemísticamente “Salas de Observación”. Además estaban los espacios destinados a cocina, dos consultorios médicos, una farmacia, dormitorio de guías y las oficinas administrativas, divididas en: Tratamiento, Jurídico, Educativo, Diagnóstico, Seguridad y la Dirección. Todos estos espacios se ubicaban en la fachada del edificio principal. El antiguo Panóptico albergaba además dos talleres, uno de carpintería y otro de metalmecánica, a los que accedían el 5% de los internos. Además existía una biblioteca, compuesta básicamente de libros usados que habían sido donados por embajadas o instituciones públicas y, por último, la Escuela Juan Montalvo que incluía el llamado por entonces nivel de ciclo básico de secundaria. A este centro de educación asistían aproximadamente 40 internos. De propiedad de los presos, funcionaban varios establecimientos de comida, celdas adecuadas como tiendas de abarrotes, mesas de billar de alquiler, puestos de caramelos y panaderías; además, muchos internos ofrecían servicios a sus compañeros
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En los últimos años de existencia, el antiguo Panóptico de Quito incluía un régimen penitenciario que se iniciaba con el conteo matutino de prisioneros (seis de la mañana). A esta hora se abrían las celdas y a las nueve de la mañana los pabellones y los patios. A partir de esa hora los internos tenían liber-
110 Ibíd., p. 33. 111 ECIPE, “Centros de rehabilitación social del país”, Revista de la Escuela de Ciencias Penitenciarias y Rehabilitación Social, Quito, 2008, p. 27.
tad para quedarse en la celda, salir al patio o ir a otros pabellones. A las doce del día se cerraban los pabellones hasta la una de la tarde, en que volvían abrirse. A las cinco de la tarde se volvían a cerrar los pabellones y los patios, para dar inicio al conteo vespertino. A partir de entonces y dentro de cada sección las personas podían moverse de una celda a la otra o estar en los espacios comunales respectivos. Las celdas se cerraban a las nueve de la noche. En el Penal se daban tres comidas al día. El desayuno se repartía a las seis de la mañana y en él se destacaba un vaso de colada. El almuerzo se entregaba al mediodía, generalmente compuesto por arroz, granos y una sopa, y sólo los lunes y viernes incluía pollo o pescado. La
merienda se ofrecía a las cuatro y media de la tarde y consistía por lo general en una porción de arroz con menestra y un vaso de té. Los miércoles, sábados y domingos eran días de visita de 9 am a 5pm. Cada quince días un integrante de la familia y los hijos y/o hijas podían dormir en el penal, a este permiso se le denomina «la quedada». Sin embargo, sólo las personas que habían «comprado» una celda podían ejercer tal derecho.112 Las condiciones al interior del ex Penal García Moreno no garantizaban la seguridad de los internos. Los niveles de represión a los que se enfrentaban los internos eran extremos: des-
112 Núñez, op. cit., p. 334.
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pojo de bienes materiales y simbólicos, abuso, insultos, maltrato físico o extorsión, hallándose en ocasiones expuestos a la muerte. Esta se trataba del llamado “ajusticiamiento” que se iniciaba con el llamado “arreglo”. En este participaban de forma coordinada los internos sicarios y agentes externos incluidos los guías penitenciarios. Los ajusticiamientos se ejecutaban a sangre fría por motivos diversos. Entre los más comunes se destacaban: contratos desde afuera de la calle (por venganza de los familiares o por pertenecer a una red de ilegalidad con mucho poder), venganzas internas, traición, ajustes de cuentas (derivados de no haber repartido de forma adecuada un “negocio”) o por cuentas incobrables (cuando un recluso era incapaz de pagar una deuda contraída por el consumo de droga). El precio por eliminar a un interno podía variar de acuerdo a la ubicación del pabellón, pero giraba en alrededor de 5.000 dólares. En los pabellones donde era más fácil realizar la acción de sicariato aquel precio era inferior, y en los más custodiados era superior. La responsabilidad del crimen la asumía el llamado “come muertos” (el que se hacía cargo del “problema”), que eran por lo general reclusos que estaban próximos a salir por una sentencia larga (esto en la época en que no existía acumulación de penas), por lo que no suponía ningún inconveniente adjudicarse un delito más. Los “come muertos” también podían ser sujetos que no preferían salir del penal porque afuera no tenían a nadie ni manera de sobrevivir. A cambio de adjudicarse el crimen se les pagaba con una caja de polvo de cocaína o el 25% de lo que había cobrado el sicario.113
113 Camacho, op. cit., p. 84.
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Uno de los casos más notables de ajusticiamiento dentro del ex Penal fue el del llamado “chino Jon”. Este interno de origen asiático fue sentenciado por narcotráfico y al parecer fue parte de una poderosa red de narcotraficantes insertos en instituciones de poder. Por esa razón se lo mandó a matar. Según testimonios de los mismos presos, su cabeza se tasó en 45.000 dólares y en su asesinato habría estado involucrado el mismo jefe de inteligencia de la policía.114 Otra forma de ajusticiamiento fue el ahorcamiento, conocido en la jerga de los prisioneros como “poner la corbata”. Este tipo de homicidio se volvió frecuente en tanto era muy factible de hacerlo aparecer como suicidio. En la investigación que realizó Margarita Camacho entre el 2003 al 2006,115 se destacan algunos “tipos” de internos que dan cuenta de la complejidad que supuso el desenvolvimiento de la vida al interior del ex Penal y de las jerarquías creadas por los mismos reclusos; situación esta última que se expresaba en diversas etiquetas y estigmas, entre los cuales destacaban los siguientes: - Caporal. Recluso que hace de cabeza de un grupo o pabellón, que manda y toma decisiones. Jerárquicamente poderoso. Al parecer era nombrado por sus compañeros y desde que los internos se organizaron se vinculó al comité de presos. Tenía algunos privilegios, pero su vida estaba más expuesta por el nivel de mando y porque sus decisiones no podían perjudi114 Testimonio de Washington Grueso, dirigente de los reclusos, a Margarita Camacho el año 2003, íbid., p. 86. 115 Ibíd., p. 97.
car al grupo. Oficialmente se lo denomina “representante”. - Aniñados. Los presos del pabellón C, de mayores recursos socioeconómicos. - Polillas. Internos rechazados por la mayoría de sus compañeros debido a que habían perdido prácticamente todas sus pertenencias materiales y simbólicas de respeto y dignidad, como también a sus familias y amigos en el exterior. Fueron constantemente vejados y, según testimonios de
los mismos internos, cuando pasaban por delante de los guías estos les propinaban un palazo. - Come muertos. El interno que se adjudicaba el crimen cometido por un reclusosicario al interior del Penal, a cambio de una caja de polvo de cocaína o por el 25% de lo que había cobrado el sicario. - Cajonera. El que se encargaba de recoger la basura de los demás. Función que era considerada despreciable al interior del ex Penal y, por lo tanto, marginal. De ahí que a esta labor se dedicaban los más
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UN TESTIMONIO SOBRE LA EXTORSIÓN Y LA VIOLENCIA EN EL PENAL
Paolo: informante que vive en el pabellón D, cuenta su entrada a la cárcel: “En el CDP me quitaron 50 dólares porque decían que me iban a mandar aquí al Penal, que era mucho mejor estar aquí en el Penal, que me comprara una celda y que estaba bien. Hasta ahí mi pesar era de que iba a durar un año, que no me iban a sentenciar durante ese año, que era lo que me habían prometido mis patrones, que en ese año no me iban a sentenciar y que en el año quedaba libre otra vez, pero no. Desde los 50 dólares que perdí en la olla las cosas fueron cambiando totalmente, me mandaron a la 2, esa cárcel 2 es horrorosa, fea hijueputa, me mandaron ahí, yo llegué en la tarde y por la noche nos tiraron abajo al primer piso, a la celda, yo llegué en medio de, de, a ver, eran pocos ecuatorianos los que iban, colombianos también éramos como 3 solamente y el resto eran africanos, un portugués y así, extranjeros, europeos también iban bastante (... ) era el 2001, de ahí nos bajaron a celdas, a mí me mandaron a la 3 de abajo, listo. Desde que fuimos llegando, ya pues, a “pagar piso” por nuevo, por inexperto y de ahí golpearon a unos, no me alcanzaron a golpear afortunadamente, pero sí me estaban pidiendo plata, la extorsión que dicen, me estaban pidiendo 400 dólares (... ), y los 400 dólares por aquí, y los 400 dólares por allá, que pagaba, que mañana pagaba, pero no los tenía, yo realmente no los tenía, entonces ahí conocí a un amigo, a Rafa, Rafael, que es un viejo que yo no lo conocía, él conocía a mi papá. Yo le comenté que era hijo de Francisco, y ah Pachito, yo digo sí, dice sí un negrito así, así, así, asá, yo digo eso sí, mi papá, entonces ya, a Rafa le comento de que me están pidiendo plata, y me dice cómo así que le
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van a pedir plata y todo ... un regaño ahí, se armó de regaños. Bueno entonces me dijo Rafa de que no podía pagar esa plata, realmente que si la tenía que fuera pensando mejor en no pagarla y que si no la tenía mejor porque no podía realmente, entonces me dijo Rafa de que ahí en esos casos tocaba era pelear porque ya la primera instancia que era verme la cara de marica ya me la habían visto, me habían pedido la plata. Bueno ese día Rafa, cuando se formó el domingo por la tarde, siempre los problemas se enrollan el domingo cuando ya sabe que al otro día no va haber más visita y que ya la visita ese día trajo lo que tenía que traer. Ya, Rafa me llenó de valor y todo, me dijo que tenía que pelear, que hijueputas y tales, me consiguió una platina (navaja confeccionada por los mismos reclusos) más o menos, entonces me encerraban en el baño y estábamos allá y o sea yo entre asustado y no asustado estaba ahí con el desgraciado que me extorsionaba más otros 5 o 6 pendejos. Bueno yo dije - no tengo plata muchachos, yo no les voy a pagar nada porque yo no tengo con qué, que sí que ya te comprometiste y todo y se me abalanzaron y cuando se me abalanzaron, otra persona atrás y me asusté pues, me dije me tiraron por atrás; y cómo, Rafa atrás, así como me la paré, yo no entiendo hasta ahora por donde putas se metió allá atrás, y Rafa me dijo - al pelado no lo tocan y ya pues, y si me toca matarlos con ustedes me mato y de tales y afortunadamente no, ese que me pedía la plata ahora está en el F, ese hijue puta fue el único que apareció herido. La platina apareció con sangre, cosa que no fui yo, pienso yo que fue Rafa el que lo terminó chuzándolo y ahí se paró lo de los 400 dólares, no volvieron a joder más, ya intentaban
así sacarme de casillas diciéndome que yo era un maricón, una gallina, que me escondía tras de las faldas de Rafa, pero no pasó a mayores. Ya después, esa fue una pelea, la primera pelea que tuve yo, fue fea... de ahí pasó el tiempo, empecé a vender un día caramelos, y hacía artesanías también, fue pasando el tiempo ocho meses más o menos, de ahí ese día, el día en que me trasladaron para acá (al Penal) yo tuve unos problemas, mandé a un muchacho una plata, en el segundo piso hay un almacén artesanal como le dicen donde se compran las cosas para hacer cuadros, yo estaba haciendo unos cuadros, yo mandé a un pelado allá para comprar material para hacer los cuadros, no quería subir yo, le mandé a él, y se me fumó la plata el maricón este, se me metió por allá en la celda y se fumó la plata. Y entonces yo fui con otro pelado, con Alex, le digo ve Alex pasa esto, esto y lo otro, me dijo camine que ahí está mi fumada dijo, conseguí unas platinas y nos fuimos pa›allá, justo cuando nos ven que vamos entrando, todo el mundo, anunció ahí, y que cómo así, preguntando por el guayaco, que dónde está el guayaco, que robó una plata, y cuando yo oigo que alguien desplegó platina y empezó a darle vuelta a todo el mundo y ya yo estaba ahí enfocado en hacer lo mismo, cuando yo fui a pedir la plata no pensé que las cosas fueran a llegar hasta allá y bueno eso se miraba chispa por aquí y por allá y en esas un diablo, me acuerdo, un dominicano fue, un negro jodido me tiró por aquí así, casi me chuza el hijue puta, era una platina, tenía un mango de cuero y era una platina como niquelada, y mientras se formó toda esa bulla y la gritería ahí empezaron a bajar los guías, y un pelado de afuera gritó la ley, entonces ya nosotros nos salimos y tiramos las platinas al calabozo, tiramos todo al calabozo; y
qué qué pasa - dijeron los guías -, usted qué hace acá; yo dije no sé yo venía a la lavandería, yo no hice nada, entonces ahí nos encerraron a todo el mundo en la celda, y empezaron a averiguar y qué pasó y qué tal, que no que estos colombianos, que venían a pedir una plata a fulano, que no sé qué, que tal, y que cuáles colombianos, si, que ahí está el Paolo, y Alex y otro man y ese día trasladaron a la gente, a Alex lo tiraron para Portoviejo, ahí me tiraron para acá y a otros manes más también los tiraron para acá”.
Tomado de: Jorge Núñez, Cacería de Brujos. Drogas ilegales y sistema de cárceles en Ecuador, Abya-Yala, FLACSO, Quito, 2006, pp. 63-64.
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La evaluación que realizaron los especialistas sobre las prisiones en América Latina desde el s. XIX al XX resultó negativa. Las prisiones estuvieron muy lejos de convertirse en centros para la regeneración de los delincuentes, al no ofrecer las condiciones humanas que la ley y la retórica oficial prometieron. Todo esto debido a las limitaciones financieras de los centros y la inestabilidad política, que determinaron falta de entusiasmo y resolución en los gobernantes por mejorar física y administrativamente a las prisiones y cárceles. Aunque la auténtica causa de dicho fracaso radica en el carácter de las estructuras sociales post-independentistas, altamente jerárquicas, excluyentes, racistas y autoritarias. Detrás de la fachada de liberalismo y democracia formal, mantuvieron formas opresivas de dominación social y control laboral que incluían la esclavitud, el peonaje y la servidumbre. Los derechos ciudadanos fundamentales fueron negados a amplios sectores de la población. Profundas fracturas sociales, regionales, de clase y étnicas dividían a las poblaciones y pequeñas élites (terratenientes, financistas, empresarios exportadores, caudillos militares) gobernaban a las masas urbanas y rurales indígenas y negras. Esta situación supuso una flagrante contradicción con los ideales republicanos de igualdad ciudadana e inclusión sobre los cuales se habían fundado, supuestamente, las naciones de América Latina.116 “excluidos”. Por el trabajo que realizaba, el cajonera tenía una amplia libertad de desplazamiento, podía circular entre los pabellones y más allá de ellos, e incluso llegar a las orillas del ex Penal. Por lo general, algunos “travestis” hacían este papel.
La nueva reforma carcelaria
Para el caso del Ecuador, investigadores como Guido Boada o Jorge Núñez117 han destacado la crisis del sistema penitenciario a fines del s. XX e inicios del siglo XXI a partir de la situación de hacinamiento. Pues la capacidad física
116 Carlos Aguirre, op. cit. 117 Núñez, op. cit., p. 50.
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de las cárceles hasta 1998 era adecuada para albergar a 5.341 recluidos, pero en la realidad existían 9.439 personas privadas de libertad, por lo que la sobrepoblación era casi el doble. Todas las cárceles de hombres -excepto las de mujeresestaban saturadas. A ello se sumaba: alimentación inadecuada e insuficiente; servicios sanitarios en pésimas condiciones; acceso a talleres o cursos casi nulo; ausencia de programas de educación ligados a la rehabilitación; atención médica deficitaria; y, falta de apoyo para los familiares de los internos. A esta situación calamitosa se agregaba la tortura como una práctica institucionalizada dentro de las cárceles. Por otra parte, los abusos de autoridad, así como el maltrato físico y psicológico por parte de los funcionarios hacia los internos eran habituales, incluso los familiares de los presos o presas también eran sujetos de violencia por parte de los guías penitenciarios, con escasa o ninguna formación en el área. Además se destacaba la presencia de armas y drogas al interior, todo lo cual contribuía a la violencia que caracterizaba a dichas instituciones. Las requisas a la entrada y salida de los centros se convertían en momentos propicios para las extorsiones y amenazas. En definitiva, la corrupción estaba generalizada en todos los niveles del sistema penitenciario y la violencia había sido naturalizada al interior de las cárceles. En estas condiciones, se volvieron frecuentes las huelgas de los funcionarios penitenciarios y los amotinamientos de los presos. A ello se sumaba la condición jurídica de las personas privadas de libertad por el retardo procesal y la ausencia de una clasificación de presos. Este conjunto de problemas ponía en tela de juicio la función de “rehabilitación y reinserción social” que en teoría estaban llamadas a lograr las instituciones penitenciarias, receptoras de la población delictiva del país.
Esta situación calamitosa empezó a revertirse a partir del 2009 con la transformación de la legislación penal en el país, la que empezó con la constitucionalización del derecho penal por la Asamblea Constituyente de Montecristi; la reestructuración del sistema judicial, impulsada por referéndum popular en mayo del 2011; los cambios en el sistema de rehabilitación social y el desarrollo del proyecto de Código Integral Penal en 2013-2014. En lo referente a los cambios operados en el sistema de rehabilitación social, se destacan: la adecuación de infraestructura y la construcción de nuevos centros penitenciarios; el cambio de modelo de gestión; y, la formación al personal que trabaja en los centros carcelarios. Durante décadas, el sistema de rehabilitación social y los problemas de las personas privadas de libertad fueron invisibilizados por los gobiernos de turno. Sin embargo, el actual gobierno asumió como parte de su proyecto de fortalecimiento institucional del Estado impulsar el cambio del sistema de rehabilitación social. De ahí que las reformas que se han planteado en función del nuevo modelo de gestión penitenciario se han hecho en virtud de volver viable la rehabilitación social basada en el trabajo y la educación. Una importancia especial se le ha dado al principio de cero ocio, para lo cual se han destinado espacios para talleres, áreas de esparcimiento y colegios en los nuevos centros de rehabilitación social.118 La construcción de tres nuevas prisiones tomando como referencia los mejores estándares a nivel mundial, es parte de un plan estratégico que busca poner fin a los problemas de hacinamiento 118 Agencia pública de noticias del Ecuador y Suramérica, 11/08/2012, http://www.andes.info.ec/es/quinquenio-de-la-revoluci%C3%B3n-ciudadana/5037. html
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Una nueva política pública penitenciaria Javier Peralta Proaño
Desde la creación del Ministerio de Justicia,Derechos Humanos y Cultos en el año 2007, el Estado ecuatoriano inicia un proceso de reestructuración en la gestión y administración penitenciaria, como respuesta a un deplorable pasado en esta materia. Este cambio se fundamenta en la normativa constitucional y legal, el plan nacional del buen vivir, cooperación interinstitucional e intercambio de experiencias; pero también se basa en un diagnóstico que evidencia una infraestructura inadecuada, hacinamiento, inequidad, desigualdad y niveles de corrupción en el sistema penitenciario. La nueva infraestructura y el Modelo de Gestión Penitenciaria permiten dignificar las condiciones de habitabilidad, democratizar las relaciones de convivencia y garantizar un proceso de rehabilitación de las personas privadas de libertad. El Modelo de Gestión Penitenciaria es un instrumento técnico-normativo que regula el funcionamiento de los Centros de Rehabilitación Social,
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lo que significa pasar de un sistema caótico a un orden de políticas públicas, normas y preceptos con nuevos lineamientos. Tiene como fundamento principal un sistema progresivo-regresivo (mínima, mediana y máxima seguridad); en cada nivel de seguridad, existen equipos técnicos multidisciplinarios encargados de construir el plan de vida individualizado que garantice la participación de las personas privadas de libertad en las actividades educativas, culturales, laborales, deportivas en el contexto de encierro, y la construcción de un plan de salida que les permita alcanzar su inclusión económica y social al momento de recuperar la libertad. En este contexto, el cierre del ex Penal García Moreno responde a la decisión del Gobierno ecuatoriano de mejorar las condiciones de habitabilidad y tratamiento de las personas privadas de libertad, lo que significa retomar la gestión y administración de los Centros de reclusión en el marco de una nueva política pública penitenciaria.
y corrupción en las principales cárceles del país, y así mejorar la calidad de vida de los internos. De esta forma, se han construido tres centros de rehabilitación social en el país, en Guayaquil, Cuenca y Saquisilí. Cada uno de ellos tiene capacidad para albergar como promedio a 3.410 personas privadas de libertad. En conjunto cuentan con una capacidad de 10.230 plazas, lo que significa un gran paso en la solución del problema de hacinamiento carcelario en el Ecuador. Hasta el 2015, el gobierno nacional tiene previsto invertir 550 millones de dólares en la construcción de nuevos centros, que garantizarán la seguridad de los detenidos y su reinserción en la sociedad. El traslado de las personas privadas de libertad del Centro de Rehabilitación Social de Varones No. 1 de Quito hasta la Regional (CRS) de Cotopaxi se realizó de forma progresiva. En una primera fase se trasladó a 351 internos con sentencia en firme desde los pabellones E y C de mínima seguridad, los mismos que se albergaron en 116 celdas, con capacidad cada una de ellas para cinco personas. El resto de internos, 1.618 personas, fueron trasladados, en base a un cuidadoso operativo, la noche del martes 29 de abril, que concluyó en la mañana del miércoles 30 de abril de 2014. El traslado incluyó la participación de 900 policías y 50 buses, que se movilizaron hasta el CRS de Cotopaxi en tres convoyes, cada uno de 17 buses custodiados por personal de grupos de élite de la Policía Nacional, acompañado por dos ambulancias del Ministerio de Salud para atender eventuales casos de emergencia. Con esta acción se cerró definitivamente el ex Penal García Moreno y su problema de hacinamiento llegó a su fin, ya que el CRS de Cotopaxi tiene una capacidad para albergar a 4.800 personas. En el lado occidental del antiguo edificio construido por García Moreno, en el denominado Centro de Detención Provisional (CDP),
aún permanecen como detenidos más de mil personas. En los tres centros de rehabilitación social recientemente inaugurados se ha implantado un modelo de gestión penitenciario integral y humanitario, que tiene como eje central un plan de vida adecuado para los internos y un plan post reclusión.119 En primer lugar, dicho modelo propone el respeto a los principios de equidad e igualdad, por ello los familiares ya no pueden ingresar alimentos, ropa, celulares, medicinas u otros productos. El Estado asume la dotación de uniformes color naranja a cada una de las personas privadas de la libertad: calentadores, jeans, camisetas, gorros, zapatos, medias, ropa interior, chompas térmicas, zapatos y sandalias para el baño. Para evitar privilegios y prebendas de algunos internos, el Estado asumió la entrega y dotación de colchones, juegos de sábanas, cobijas, almohada y kits de aseo personal: papel higiénico, cepillo de dientes, una toalla pequeña, pasta dental, jabón de baño, jabón de ropa y desodorante. Por otra parte, el Estado garantiza la provisión de alimentos: las tres comidas diarias y la administración del economato, a cargo de la empresa Provisali S.A., lugar donde se puede adquirir productos como yogur, leche, caramelos, papel higiénico o champú. Esta propuesta no significa que los internos manejen dinero, sino que los familiares de los internos puedan realizar un depósito en la cuenta corriente de la empresa Provisali S.A. Luego, el documento original del depósito es entregado al economato, ubicado en cada pabellón del CRS Cotopaxi, para que sea acreditado a nombre del interno.
119 El Telégrafo, http://www.telegrafo.com.ec/justicia/ item/hacinamiento-carcelario-un-problema-rumboa-erradicarse.html.
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Esta empresa será la que abastezca de enseres a las personas privadas de libertad. Los montos establecidos para el consumo son de 40 dólares mensuales, para las personas del pabellón de mínima seguridad y de atención prioritaria; 30 dólares para los de mediana seguridad; 20 dólares para los de máxima seguridad y 15 dólares para personas de máxima seguridad especial. Los internos también participarán del trabajo que se desarrolla en los talleres, como el de manualidades, o de las clases educativas y entrenamientos deportivos que se dictan en el interior de los centros penitenciarios. De hecho, 85 personas continúan sus estudios en el CRS Regional Cotopaxi, 50 acuden para culminar sus estudios básicos, 10 siguen sus carreras universitarias y 25 asisten a los talleres del SECAP (Servicio Ecuatoriano de Capacitación Profesional). Parte importante del nuevo modelo son los vínculos familiares, considerados un puntal para conseguir la rehabilitación social de las personas privadas de libertad, por lo que las visitas para los internos trasladados se organizan en base a un cronograma de visitas.
En el nuevo Centro de Rehabilitación Social de Cotopaxi cada pabellón cuenta con patios, aulas destinadas a los talleres, una tienda de víveres llamada Economato, canchas deportivas, áreas de visitas, oficinas administrativas y un dispensario médico. Cada pabellón posee un sistema de videovigilancia. Respecto a la atención médica de los internos, un equipo multidisciplinario del Ministerio de Salud Pública efectúa un plan de contingencia, que incluye el tratamiento del síndrome de abstinencia, ya que muchos de los internos trasladados del ex Penal García Moreno eran drogadictos que adquirían sus dosis en el mimo presidio.120 Sin duda, la política del actual gobierno en materia penal y carcelaria constituye un gran esfuerzo en la mejora de la calidad de vida de las personas privadas de libertad y expresa una significativa reforma carcelaria en la historia del país.
120 Página web del Ministerio de Justicia, 30 de abril de 2014, http://www.justicia.gob.ec/2014/04/
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Índice General 1 LA CÁRCEL ANTES DEL PANÓPTICO Las cárceles del Viejo Mundo.................................................................................................................................15 Las cárceles incaicas.....................................................................................................................................................20 Las cárceles coloniales................................................................................................................................................25 La cárcel moderna........................................................................................................................................................32 Las cárceles decimonónicas en Ecuador..........................................................................................................33 2 GABRIEL GARCÍA MORENO Y LA CONSTRUCCIÓN DEL PANÓPTICO El proyecto político-religioso de García Moreno........................................................................................49 El control social y la regeneración moral........................................................................................................53 La represión y el disciplinamiento social..........................................................................................................59 El surgimiento del sistema panóptico.................................................................................................................63 Un Panóptico para Quito.........................................................................................................................................68 El régimen carcelario de la Penitenciaría Nacional.....................................................................................86 3 LA PENITENCIARÍA NACIONAL DE QUITO La Penitenciaría después de García Moreno y antes de Alfaro..........................................................91 Las reformas penales y carcelarias del liberalismo.....................................................................................93 La prisión política...........................................................................................................................................................97 El Reglamento de 1915..........................................................................................................................................101 El raterismo y el abigeato......................................................................................................................................110 Las reclusas....................................................................................................................................................................114 Las reformas penales de las décadas de 1930 y 1950.........................................................................119 4 EL CENTRO DE REHABILITACIÓN SOCIAL DE VARONES No. 1 DE QUITO La rehabilitación social.............................................................................................................................................125 La sobrepoblación carcelaria...............................................................................................................................128 Los presos y el imaginario social.......................................................................................................................134 La vida en la prisión..................................................................................................................................................138 La nueva reforma carcelaria.................................................................................................................................148 BIBLIOGRAFÍA..........................................................................................................................................................................155
Fotografías Fotografías de Archivo Ministerio De Cultura, Archivo Histórico Páginas10, 11, 14 Ministerio De Cultura, Archivo Histórico, Carlos Moscoso Página18 Ministerio De Cultura, Archivo Histórico, Ignacio Pazmiño: Página 19 Colección privada de José Domingo Laso Página 20 Coleccción privada de la familia Pacheco Páginas 22, 24 (izquierda y derecha), 25, 26 (izquierda)
Fotografías actuales Ricardo Bohórquez Páginas 28, 34, 72, 73 (superior e inferior), 76 (superior e inferior), 77, 78, 82. Vicente Gaibor Páginas 12-13, 36, 40, 41, 42, 43, 65, 66 (inferior), 67, 69, 74-75, 95, 138, 139, 145. Francois Laso Páginas 4, 5, 6, 47 (izquierda), 51, 52, 57, 85, 89, 96, 99 (las tres imágenes), 100 (las dos imágenes), 101 (las dos imágenes), 102 (las dos imágenes), 107 (inferior), 108 (las dos imágenes), 110, 112-113, 114, 115, 116, 117, 121, 123, 126, 127, 128 (las dos imágenes), 130, 131, 132, 135, 137 (las dos imágenes), 143, 148 (superior), 153. Emilia Lloret Páginas 3, 33 (superior e inferior), 53, 54, 55, 56, 66, 68, 70-71, 80-81, 140, 152 (inferior),158-159. Soledad Rosales: Páginas 44, 46, 48, 58, 59, 60, 64, 90, 120, 147, 150. Santiago Serrano Páginas 29 (superior e inferior), 30, 37, 38, 47 (derecha), 62-63, 83, 86, 87, 88, 92, 105, 107 (superior), 118 (superior e inferior), 124, 148 (inferior), 152(superior), 154, 156.
Fotografía de Portada Emilia Lloret Fotografía de contraportada Francois Laso