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u l t u r a C la ley necesaria


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ENTREVISTA

31 de mayo al 6 de junio de 2015

FRANCISCO ROMERO. DIRECTOR DE ASUNTOS ACADÉMICOS Y POLÍTICAS REGIONALES

LA LEY FEDERAL DE LAS CULTURAS MIGUEL RUSSO

rancisco Romero, uno de los dos directores nacionales de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, estuvo a cargo del programa que debía llevar adelante los foros de debate para la elaboración de una ley necesaria: la de cultura. El resultado, luego de 46 encuentros donde participaron más de doce mil personas, fue el anteproyecto de Ley Federal de las Culturas que, enviado al Poder Ejecutivo, se espera sea una de las grandes medidas antes de finalizar el primer semestre del año. El bar de la Biblioteca Nacional (¿dónde si no?), unas horas antes de la inauguración del Centro Cultural Kirchner (¿cuándo si no?), fue el espacio y tiempo en el cual Romero se prestó a una charla para contar cómo fue esa experiencia y explicar los desafíos de esa ley. –¿Por qué se esperó tanto para elaborar una ley que se presentaba como imprescindible? –Podría ensayar como respuesta, desde mi experiencia fuera y dentro del Estado en el campo de la cultura, que porque no estaba valorizada la cultura en la agenda pública. Pensemos que, en 200 años de historia, habíamos tenido sólo dos congresos argentinos de cultura, y que hasta 2006 nunca había habido alguno. Pensemos que, desde los campos de la gestión, del arte, del pensamiento, de la actividad sociocomunitaria no se había promovido una reunión para discutir las políticas públicas federales y el rol del Estado ni los derechos culturales como derechos humanos. No había, en síntesis, una agenda pública del Estado como para plantear la cultura como razón de Estado y en términos federales. –¿Qué era la cultura, entonces, para el Estado? –La cultura, en términos de gestión estatal, era solamente como agencia de contrataciones y, en el mejor de los casos, como promotora de grandes eventos. No se traducía en políticas públicas que pensaran la sociedad en términos de tejido social, de constitución de subjetividades y de cómo transformarlas. Eso no existía. –Hasta hace nueve años... –Exacto, pero se podría decir que en los últimos doce años hubo un trabajo muy interesante en términos de generación de un archipiélago legislativo en el centro que pensara cada una de esas actividades de manera holística. Salió lo referido al teatro, hubo financiamiento para lo audiovisual. Se fueron generando, desde las partes al todo, aunque sin pensar en el todo. Recién en el Congreso Argentino de Cultura celebrado en Mar del Plata en 2006 se cobró conciencia, a nivel sociedad, de que necesitábamos tres cosas imprescindibles: ministerio, presupuesto digno y una

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ley nacional. –¿No se la llamaba, en ese entonces, “federal”? –No, probablemente porque era el año de la discusión de la Ley Nacional de Educación. –Parece que con ese pedido no alcanzó... –No. Pero volvimos a pedirlo en Tucumán, donde la respuesta del Estado fue la creación del Consejo Federal de Cultura que la dictadura había eliminado. Después estuvimos en San Juan y en Chaco, y en todas partes se pedía lo mismo. –Pero... –...pero las dificultades estaban orientadas en dos sentidos. Por un lado había un gran consenso, independientemente de las disciplinas, en todos los ámbitos de la cultura y del arte en que necesitábamos esas tres cosas. Y por otro lado, había también un avance en los sectores de la gestión de que necesitábamos la consolidación institucional de las partes: un instituto de la danza, uno del teatro, uno de la literatura, uno de la música. Y en esa tensión no se supo resolver lo que llegó luego. Pero como producción teórica, cada Congreso Argentino de Cultura iba generando las bases para este anteproyecto de Ley Federal de las Culturas. No había mucho que inventar, sólo faltaba la decisión política. Por eso, cuando surge el Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas, lo planteamos con mucha humildad, sin pensar que estábamos abriendo el camino. Sí pensábamos que éramos los herederos de un trabajo disciplinario, transversal, socio-cultural y político. Recogía-

mos eso y planteábamos que éste era el momento. –¿Por qué? –Porque no podíamos cerrar una etapa de conquista de derechos y de conciencia de esos derechos sin plantear que no hay batalla política o económica por la soberanía sin que esté fundada o sostenida en una soberanía cultural. Si nos vencieron política, social y económicamente durante la dictadura y el neoliberalismo de los ’90 fue porque nos conquistaron la cabeza y el corazón. Hubo una colonización cultural y pedagógica. Por lo tanto, más allá de la ley que concebimos como un instrumento, se trata de pensar el país a partir de generar las bases de un proyecto emancipador de soberanía cultural que, al mismo tiempo, no puede estar atado a viejas concepciones. –Es decir... –Tenemos que plantear que no hay soberanía cultural sin soberanía digital y comunicacional. Ese fue el puntapié. La creación del Ministerio y la llegada de Teresa Parodi allí aceleraron esa tendencia. –La ley será presentada y se espera que promulgada durante esta gestión. Un cambio de signo político, ¿puede dinamitar esta ley? Es decir, ¿la ley puede tener puntos flojos en cuanto a lo político? –Corre peligro, al igual que corre peligro cualquier legislación que busca transformar una matriz ideológica y social, que habla de derechos. Esta ley plantea que sus sujetos son todos los habitantes de la República Argentina, no sólo los argentinos. Y plantea una industria cultural que no genere con-

centración monopólica, sino que genere una ficción nacional. Por supuesto que corre peligro. Por eso es muy importante que haya un sujeto deseante, un sujeto social que la comprenda y la defienda, que la sociedad civil tome conciencia de que más allá de los gobiernos de turno, éste es un instrumento que le pertenece. Nosotros somos conscientes de que los derechos no se garantizan por estar en un papel, sino que se conquistan. Nosotros podemos obtener un instrumento, pero es deber de un debate federal y de la constitución de un sujeto multiforme y multiétnico que va a estar vigilante y expectante acechando que la ley se cumpla. –¿Cómo puede cumplirse esa premisa? –Nosotros necesitamos, no bien se promulgue la ley, generar otro debate, más allá de este año, por un plan estratégico de desarrollo cultural que observe las experiencias suramericanas. Lo mejor de la legislación cultural hoy está en nuestra región. Ese debate que viene debe ser muy honesto, planteando que no se remueven las estructuras o paradigmas de la noche a la mañana. Debemos generar un plan estratégico de desarrollo cultural para definir metas a corto, mediano y largo plazo. Metas que digan cómo construimos un mapa federal a partir de imaginar redes y circuitos que no son sólo el de las regiones. Y hay que pensar con los protagonistas esos circuitos y esas redes. Para eso decidimos crear observatorios de políticas públicas federales en las universidades: una trama interesante, ya que las tenemos en todo el territorio. Serán las

universidades y la sociedad civil los garantes, además del Estado del cumplimiento de estos derechos. Estamos rodeados de peligros, pero hay que buscar, más allá de la ley, los factores sociopolíticos para que tengamos otras clases de instrumentos. –Plan estratégico, observatorio universitario, ¿cuál más? –Crear algo que nos falta: cómo ponderamos qué nos pasa culturalmente. Hasta ahora lo hacemos con el código de barras del mercado, indicadores culturales cuantitativos. Y necesitamos indicadores culturales cualitativos. Esa es una tarea para especialistas y para quienes están en el territorio. Sólo ellos saben cómo aparecen, por ejemplo, las orquestas infanto-juveniles de cada lugar que le cambian la vida a la región. Nos parece que ese es el desafío más importante en un año en que debemos plantearnos honestamente el destino de un instrumento cuyo garante es político. Horacio González es el encargado de redactar los fundamentos de la ley. Y él habla de la construcción de una nueva teoría del Estado, pensar ese Estado no como un conjunto de funcionarios, no confundirnos en pensar políticas de Estado como políticas de gobierno. Por eso es interesante que Parodi haya ido a visitar, antes de los debates, a la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados. Allí estaban todos, y les planteó retomar el decreto 1172 de 2003 de elaboración participativa de la normas. Con ese decreto se discutió la Ley Nacional de Educación, con ese decreto se discutió la Ley de Medios Audiovisuales. Ese decreto y esos deba-


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BASES, CONCEPTOS, SUJETOS ueron 46 Foros los que se llevaron a cabo para F debatir y sentar las bases de Elaboración Participativa de la Ley Federal de las Culturas. Foros que funcionaron con más de doce mil participantes a modo de Documento Base para la redacción del Anteproyecto de Ley. Entre ellos, 2 mil expositores y más de 2 mil organizaciones artístico-culturales y sociales, 23 universidades públicas nacionales, bibliotecas populares, los colectivos de Cultura Viva Comunitaria, los Consejos de Participación Indígena del INAI, los colectivos de la diversidad de género, la CGT y su mesa intercultural, la CTA, las sociedades de gestión cultural, los sindicatos de las industrias culturales, artistas y referentes culturales. Singularidad de voces y socialización de voces. Entre los puntos sobresalientes, destacaba el cambio de la palabra “cultura” por “culturas”. El motivo, categórico: diversidad cultural, lingüística y étnica; emancipación y soberanía cultural. Y otro: derechos culturales para todos los habitantes de la Argentina y el Estado como garante indelegable del ejercicio de esos derechos. En síntesis, el federalismo como razón de Estado; políticas públicas para la redistribución federal material y simbólica de los bienes culturales y recursos, y un presupuesto cultural que tienda al 1% del presupuesto anual de la Nación, como lo recomienda la Unesco, para el desarrollo de políticas públicas federales; el 0,1% del presupuesto destinado a inversión cultural para las culturas autogestivas, comunitarias y cooperativas, y que el presupuesto cultural para las políticas públicas federales tenga como compromiso de contraparte de cada jurisdicción la planificación e inversión en la formación

tes marcan una importantísima legitimidad social. Para realizar este anteproyecto se realizaron 46 foros con miles de participantes, donde la letra de lo que concierne a los pueblos originarios la escribieron los mismos pueblos originarios definiendo que los 34 pueblos y las 22 lenguas son patrimonio cultural nacional. Esa es una de las tantas virtudes de este proyecto. Pensamos juntos qué clase de ley federal de las culturas necesitábamos. Esos son elementos que van a condicionar la posibilidad siempre presente de que en los próximos años no tengamos dificultades de aplicación. –¿Cómo reaccionó la oposición frente a esos 46 foros de opinión y de consulta y cómo supone que van a reaccionar en la votación de la ley cuando se presente? –Una de las cuestiones más importantes fue no descuidar la legitimidad. El 18 de febrero pasado estuvimos en Corrientes convocados por el gobernador Ricardo Colombi (de origen radical, al frente de Alianza Encuentro por Corrientes), y ante los periodistas que nos preguntaban cómo era posible que estuviéramos ahí sentados si luego de la reunión el presidente del Instituto de Cultura de Corrientes se iba a ir a la marcha por la muerte de Alberto Nisman. Esa era nuestra obligación: caben las dos fotos y deben caber. Por un lado, la de una parte de la sociedad que se sentía agredida y necesitaba expresarse, sabiendo que no iba a ser reprimida. Y la adultez y madurez política como para no cazar en el zoológico: discutir con quienes piensan como uno es un discurso autocomplaciente que sólo genera ins-

artístico-cultural, técnica-profesional y de gestión cultural de sus trabajadores de la cultura. El objeto del anteproyecto marca la tarea de desarrollar los principios rectores de los procesos, hechos y bienes culturales establecidos en la Constitución nacional y en los tratados internacionales suscriptos por el país. El concepto es el preciso: las culturas son tramas de conocimientos, valores, expresiones y experiencias que se constituyen en tejidos sociales y redes simbólicas. Se enfoca en los modos de vida de una sociedad, en las narrativas, saberes y prácticas a través de las cuales se configuran subjetividades e identidades. El concepto de cultura en plural permite identificar a la diversidad cultural, lingüística y étnica como la urdimbre polifónica constitutiva de las sociedades en general y del cultivo de la identidad cultural de la Argentina en particular. A partir del reconocimiento de esta diversidad se constituye una Nación y es posible pensar en la plena vigencia de los derechos culturales de todos los habitantes de la República Argentina. Entre los derechos culturales que promoverá la Ley se cuentan el acceso al conocimiento, participación, creación y disfrute de la diversidad cultural y sus manifestaciones, en cualquiera de sus lenguajes, formatos y soportes; los referidos a la identidad individual y colectiva y a la diversidad; los referidos al patrimonio cultural; los referidos a la creación, autoría, interpretación e investigación intelectual y artística; la participación democrática; las relaciones entre Cultura y Educación, y el acceso libre y gratuito a comunicación, información, ciencia y tecnología.

trumentos poco válidos. Hay que animarse a debatir con quienes piensan totalmente distinto o desde paradigmas diferentes. Y esos foros fueron fantásticos; la ministra de Cultura de Santa Fe, María de los Ángeles González, aportó muchísimo en ese sentido. Todos los sectores políticos y sindicales fueron muy respetuosos y debatieron todo lo que había que debatir. Esta ley no es la ley de Teresa Parodi o la ley K: es la ley que construimos todos. De ese modo va a ser más fácil el trabajo de resguardo de los intereses que allí están planteados. No hubo una sola autoridad de ninguna provincia que haya salido a tener una expresión agraviante sobre la ley. –En cuanto a los observatorios universitarios, ¿van a ser de gobierno tripartito? –Se respetará la dirección tripartita. Y enclavada cada una en su región será la encargada de construir el mapa cultural, planteando cuántos espacios culturales hay en cada sitio, no sólo los formales. Quiénes son, cómo se desarrollan, qué necesidades tienen, cuál es la infraestructura ociosa. Con el ministro de Educación Alberto Sileoni hablamos de poder hacer realidad un sueño: que las escuelas, sobre todo aquellas enclavadas en los lugares más desangelados del territorio nacional, abran sus puertas a la comunidad los sábados y domingos. Desde el Estado debemos optimizar los recursos para poder utilizar la infraestructura que tenemos. –Así como se sabía cuando se debatió y promulgó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que habría sectores que iban

a hacer todo lo posible por incumplirla, ¿se supone que en una sanción de la ley federal de Cultura puede haber sectores que la incumplan? –Va a haber una tensión, y sobre todo estará dada en saber cómo construir políticas públicas federales en un país al que le cuesta ser federal. Y esto no solamente pasa entre Buenos Aires y las otras provincias, sino en el interior de cada provincia. Hay un pedido de buena cantidad de intendentes que cuando llaman al Ministerio es para pedir al Chaqueño Palavecino, a Soledad Pastorutti, a Abel Pintos, a Jorge Rojas. Y después que actúe algún músico local, al que algunas veces se le paga. Eso reproduce al interior la lógica de centro irradiador de cultura. Si hablamos de la redistribución justa y equitativa de los recursos hay que pensar en otra lógica. La dimensión de la industria cultural hay que pensarla en función del territorio y de restituir tejido social. Otra tensión se dará en la redistribución de la red de las industrias culturales. Cuando discutimos la ley de medios, perdimos una batalla: habíamos propuesto el desarrollo de una ficción nacional, que se destinen fondos para eso. Y no lo logramos. Debemos generar instrumentos para que se produzca una verdadera industria cultural, lejos de la lógica de las grandes productoras. Hay que salir de esa huella que no nos conduce a nada más que a frases hechas, hay que pensar con todos los espacios que se tienen. Los Mercados de Industrias Culturales Argentinas (MICA) fueron un enorme espacio, pero hay que seguir

pensándolos fuera de la lógica del evento. Hay que producir con cada MICA un mecanismo de sustentabilidad que dure todo el año, imaginar los circuitos, alentar y promover. Pero no desde la concepción de esperar absolutamente todo lo necesario. Hay que promover ese desarrollo desde cada sector, incluido el sector privado. –Eso debería incluir también las nuevas plataformas... –Por supuesto. Hay que abrir a lo digital. Debemos producir contenidos para los nuevos soportes y los nuevos formatos que peleen contra los que produce el mercado todo el tiempo. Si no los producimos para los cinco millones de netbook y la enorme cantidad de servidores para las escuelas perderemos la batalla. Debemos saber cómo se construye la subjetividad cotidianamente, cuáles son los grandes lugares de construcción de relato. Y no debemos hablar de un Estado monopolizador, sino de un Estado sensible e inteligente que pueda intervenir en lo profundo donde hoy se construyen esas subjetividades. Tenemos muchos jóvenes muy talentosos que están produciendo. Si el Estado puede crear con ellos un banco de contenidos de cultura digital, si podemos estimular en términos de diversidad, estaremos entendiendo que el siglo XXI tiene una complejidad en cuanto a lo cultural que no puede dejar afuera a los jóvenes. Nosotros somos tributarios de la cultura libresca, accedimos al conocimiento y la belleza a través de los mecanismos y expresiones de libros. Hoy no es así. Poder incidir en el mundo digital, con su concentración, es un desafío que tene-

mos que llevar adelante. Internet es otro. –¿Otra disputa? –Sí. En varios momentos nos plantearon una cierta tensión entre los derechos de autor y la libre accesibilidad de Internet. El conflicto es constitutivo de la vida democrática. No son los derechos de autor de los creadores el tema en disputa para generar accesibilidad libre en Internet. Son los nichos de los monopolios que hoy construyen un negocio que significa entre 25 y 35 mil millones de dólares al año en Internet. Internet es un negocio de circulación de palabras y de relatos. Horacio González diría que es una gran máquina, un dispositivo que captura la palabra. Y eso se vende y se comercializa. Por lo tanto, hay que sacar esa discusión de generar la ilusión de un mundo donde todos puedan acceder. Hay que ir hacia esa accesibilidad sin desmedro de los autores. Lo vemos: esta ley está sembrada tanto de peligros como de desafíos. –¿Cuándo se presentará el proyecto de la ley? –Desarrollamos la fase de conclusiones de los 46 foros en una mesa de trabajo en el ministerio, el anteproyecto de la Ley Federal de las Culturas está concluido. La ministra Teresa Parodi lo elevará a presidencia para que, cuando se estime conveniente, se presente. Estimamos que antes de que concluya el primer semestre será enviado. Y al ser una ley coral, polifónica, que tuvo el camino de la legitimidad social, ahora es turno del poder Ejecutivo para plantear la cultura como razón de Estado n


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CUATRO MOTIVOS PARA UNA LEY Daniel Cholakian*

Puntos de partida o hay inocencia en las palaN bras. Destacar la idea de “culturas” por sobre la de “cultura” no es parte de un discurso políticamente correcto o banalmente inclusivo, sino que abre una discusión central a la hora de pensar la política cultural. Esa “s” puede ser el punto de partida para cuestionar prácticas adquiridas que instalan a la cultura como afirmación de lo instituido. La cultura como forma de desarrollo humano y la cultura como práctica política viven en tensión. La ley marco debe apropiarse de esa tensión y hacerla presente. La cultura es una producción colectiva pero también un conjunto de bienes que son apropiados privadamente. Es ingenuo ignorar el proceso de privatización que sufrieron tanto las artes como el trabajo del artesano y los modos tradicionales de expresión comunitaria. La cultura está atravesada por la lógica de la sociedad de consumo en la que se producen bienes para mercados determinados, segmentados, formateados y construidos históricamente. Sin estar sobredeterminada, la cultura está marcada por los sistemas de producción, circulación y consumo que le dan las condiciones de posibilidad. Como el sujeto de toda política pública debe ser el pueblo, lo que debemos proteger con una ley de las culturas es la circulación federal, igualitaria y desconcentrada de la producción cultural. Nuestra ley debe permitir que se revierta el camino de adecuación de los bienes culturales a la demanda del mercado comercial. Necesitamos pensar qué está pasando con gran parte del cine, de la literatura, de la música, de las revistas, pero también qué pasa con el mercado “emergente” de las artesanías o la “modernización” de los productos artesanales. Es necesario que el Estado se constituya en un actor fundamental para desarticular los sistemas hegemónicos de representación y facilitar la circulación de discursos que propongan la emancipación ante tanta propuesta adocenada. Repensar la idea de producción cultural como bien de uso y no de cambio. Revisemos un concepto que entrama un problema en su propia polisemia: “Industria cultural”.La Argentina tuvo una experiencia exitosa al fomentar el encuentro de productores con compradores, tanto de mercados locales como internacionales. Éxito en cuanto al peso en el PBI y la cantidad de trabajo generado por el sector cultural de la eco-

nomía. Pero esta misma lógica favorece la afirmación del producto cultural como objeto de consumo y la reproducción de un sistema de adecuación de la obra a la demanda del mercado. La industria cultural aparece así como la afirmación de un statu quo, la consagración de un modo de producción y circulación, mientras que la producción artística y cultural debe ser la negación y ruptura de cualquier cristalización del orden. Debe ser el núcleo del pensamiento crítico y como tal creador de prácticas vitales que supongan procesos emancipadores. Hay un problema cuando el arte se hace institución. Cuando los discursos del arte se instalan como formas de la verdad dominante. El marco generado por esta ley deberá contener a la vez a copleras y satélites. Tendrá que canalizar el encuentro de las voces con sus comunidades sin mediación institucional y reglar el trabajo legal y digno de miles de trabajadores. Por eso, no debemos perder de vista la exigencia de acceso del pueblo a la cultura, tanto como la voluntad disruptiva de toda forma de arte. Un valor esencial de la cultura reside en la experiencia colectiva en el espacio público. Allí, obra y hombre quiebran la separación de la experiencia cultural de la vida cotidiana. Así, la cultura se constituye en una experiencia productiva, emancipadora y creadora de un nuevo lenguaje social. Restituir esa experiencia integradora es un modo de reponer el carácter transformador de la cultura. La ley y quienes la implementen deberán hacerse cargo de estas tensiones. Las que surgen de las tendencias creadoras disruptivas con la necesidad de reproducción de las tradiciones identitarias, las promovidas por la necesidad de un mercado laboral estable con la negación de la instalación de la obra como producto de mercado. Deberán asumir la inevitable contradicción entre el arte y su lucha por hacerse un lugar en la sociedad del espectáculo. Lo que viene debe dar espacio y cauce a esas formas de producción y pensamiento, ponerlas en conflicto. Se trata de permitir una relación dialéctica entre la idea positiva de la cultura y la negatividad creativa del arte. Hacer que esa relación permita funcionar esta máquina imperfecta de voces que suenan, resuenan y, al hacerlo, producen nuevos sonidos n *Sociólogo y periodista, editor del portal www.nodalcultura.am

Marcelo Figueras*

Un derecho de todos sí como la economía no se reA gula sola (cualquiera que pretenda lo contrario es un ingenuo o un perverso), la cultura tampoco. La realidad lo condiciona todo, incluyendo el solitario acto de la creación, al que tantos asimilan –una de las tantas metástasis del mito liberal– con la libertad más absoluta. No crea igual quien carece de un instrumento decente (se trate de una cámara, un piano o una computadora), o quien simplemente tiene hambre, que aquel sobre quien llovieron todas las abundancias. Y aunque la obra concebida a pesar de las carencias lograse la excelencia, su destino final quedaría marcado por la excentricidad de origen: nadie puede consagrar un libro que nunca supo que existía, ni la canción que jamás oyó, ni la película que no accedió a las salas comerciales. A los condicionamientos que impone el mercado, hay que sumar el unfair play que propone la estructura política de nuestro país: la Argentina es un sistema solar con Buenos Aires por estrella, de cuyo calor depende el éxito de unos pocos y cuya indiferencia condena a tantos a la gelidez. Para colmo, somos pocos habitantes. En países como los Estados Unidos, si alguien

se dedicase a componer reggae con letras en idish encontraría diez mil almas que apreciarían su delirio; aquí serían diez, y por ende no le permitirían al artista ni siquiera arañar la subsistencia. De las secuelas del ciclo dictadura-neoliberalismo (1976 / 2003), una de las más persistentes es la pérdida de la noción del sentido de las leyes y, por añadidura, del Poder Legislativo. Nos habituamos a que por “ley” se entendiese “concesión arrancada a un sistema corrupto por parte de un lobby económico o político, con el fin de blanquear sus peores prácticas”. Cuando el objetivo de una ley debería ser, más bien, el de regular las actividades humanas para que el pez chico no sea entendido tan sólo como carnada y el acuario conserve su riqueza natural. Esa es una de las intenciones del proyecto de Ley Federal de las Culturas: intervenir políticamente en la vida cultural del país, para que el juego sea más justo. No se trata de controlar contenidos, sino de colaborar con los artistas que están en desventaja (económica o cultural) para que puedan asomar la cabeza por encima de la línea de flotación. Del resultado nos beneficiaríamos todos, porque nuestra

cultura nació –y así palpita aún, contra viento y marea– con la marca de una diversidad muy poco común. ¿Cuántos países de los que llamamos centrales pueden expresar una riqueza como la nuestra en términos de expresiones musicales, literarias y teatrales, pero también linguísticas? (Entre otros aciertos, el proyecto de ley reconoce las veintidós lenguas de nuestros treinta y cuatro pueblos originarios.) Y si consentimos que lo que se entiende por cultura siga siendo definido por un par de empresas audiovisuales de la Ciudad de Buenos Aires, habremos entregado el horizonte para resignarnos a contemplar una maceta. Esto no puede ser sólo una preocupación de los artistas. Porque la cultura, como lo expresan las primeras conclusiones de los foros donde se discutió la ley (tomen nota: ¡fueron cuarenta y seis conciliábulos!), es un derecho de todos. Y quien interfiere con ese derecho en su propio beneficio, empobrece nuestras vidas. Porque el artista a quien se le impide resonar se jode, eso está claro; pero los que nos quedamos sordos somos todos los demás n * Escritor y guionista


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Juano Villafañe*

Glenn Postolski*

El hecho histórico engo de una generación que le dio mucho valor al trabajo y la lucha con las palabras. Las polémicas teóricas eran fundamentales. Los debates de fondo en el campo intelectual se establecían con altas tensiones. Lo que no se producía como política transformadora, se intentaba resolver en el plano teórico. En esta tensión entre lo teórico que intentaba explicar el estado de las cosas y las prácticas políticas que intentaban cambiar la realidad, transcurrían las relaciones entre cultura y política. La teoría, el ensayo literario, acumulaban contenidos sin suerte clara de resolución. La disputa en lo teórico no terminaba necesariamente de transformarse en nuevas realidades concretas y el país seguía dominado por los sectores

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reconocimiento del “fango del arroyo Maldonado”, en la búsqueda de encontrar el sedimento mítico nacional en los márgenes de las orillas porteñas. No había sido menor el trabajo de José Aricó analizando las necesarias autonomías nacionales para alcanzar la “nación histórica” desde la condición previa de una “vitalidad nacional” o voluntad de todo un pueblo por descubrirse a sí mismo. John William Cooke rescatará la importancia de una política nacionalista y anticolonial dirigida por la clase trabajadora. Oscar Terán, en su ensayo En busca de la ideología argentina, reivindicará esa tensión proustiana de intentar alcanzar con el trabajo de la escritura los tiempos perdidos e ir hacia los tiempos recobrados. Grandes es-

sociales poderosos. El campo intelectual pretendía de alguna forma apropiarse de las palabras y los discursos con el intento de generar gestos anticipatorios, crear dinámicas reflexivas que tuvieran impacto en la lucha política. Desde los años ’50 y particularmente en los años ’60 y ’70 se desplegaron los debates sobre “nación” y “cultura”. El esfuerzo teórico y político fue notable. El ensayo como género adquirió el centro de la escena en todas las compulsas político-literarias entre los intelectuales de aquellos años. Héctor Agosti, en su libro Nación y Cultura, advertía sobre la falta de correspondencia entre una sociedad que deseaba ser nacional sin haberse constituido todavía nacionalmente. Hernández Arregui, en su Imperialismo y Cultura, un texto canónico del nacionalismo popular, aportará para abordar integralmente el conflicto desde lo más erudito de la producción intelectual hasta el

fuerzos múltiples de toda una intelectualidad argentina que no siempre coincidió con los modelos políticos, pero que reconocía de una u otra forma la falta de correspondencia entre Nación y Cultura. La dictadura cívico-militar y el neoliberalismo de los ’90 profundizaron las brechas entre esas relaciones y abrieron las puertas para que se desarticulara el propio Estado-Nación. Siento que aquel debate teóricopolítico de alguna forma antecede el proceso de acumulación de transformaciones que nos conduce a este presente cultural que vive el país. Podemos aceptar que dentro de aquellos esfuerzos intelectuales en los ’60 se reconocía en general que una de las formas de facilitar las correspondencias entre Nación y Cultura estaba asociada a la distribución de bienes culturales en la sociedad, a una reapropiación tanto simbólica como afectiva y material de la riqueza que generaba el país.

En este sentido, en los últimos años se pueden ofrecer grandes ejemplos de esa política distributiva, como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que impulsó la circulación de la palabra como un bien cultural básico asociado a la posibilidad de generar nuevos contenidos o los millones de libros que el Estado adquiere para ofrecer en las escuelas. El carácter multiplicador de esta política distributiva permitió aumentar en los últimos diez años el 70% los puestos de trabajo en todo el sector cultural. Esta nueva situación que vivimos los argentinos generó a la vez una nueva y sana puja distributiva en el sector, que se puede representar por la cantidad histórica de leyes de la cultura aprobadas, en estado parlamentario o todavía circulando como anteproyectos. Ante la nueva situación debemos reconocer que los grandes acontecimientos político-culturales de la última década tienen entre sus grandes afluentes aquellos debates intelectuales históricos. La creación de un Ministerio de Cultura de la Nación y la posibilidad de contar con una Ley Federal de las Culturas son también el resultado histórico aportado por aquella maravillosa aventura teórica y política que generaron nuestros intelectuales en los ’60 y ’70. Una vez más los argentinos nos permitimos estimular nuevamente el debate teórico y político como los 46 foros que se realizaron desde diciembre de 2014 a lo largo y ancho de la Argentina, con la participación de unas 12.000 personas, más de 2.000 expositores, 2.000 organizaciones, 34 pueblos originarios y 23 universidades públicas, para debatir la ley desarrollados en todo el país, un debate que impulsaron el propio Ministerio de Cultura y el Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas (FAyTC). Estamos ante las puertas de una nueva etapa en la vida cultural argentina, porque se participa nacionalmente en una discusión que permite pensar las relaciones entre el Estado, la sociedad y la cultura. Se trata de una ley marco que dé sustento a nuevos gobiernos de la cultura con políticas federales democráticas y participativas, con un Estado responsable de la garantía de los derechos culturales de los ciudadanos. Esta nueva situación replantea el sentido histórico de nuevas correspondencias entre Nación y Cultura que se van conquistando como demanda de toda una sociedad que desea ser nacional y que, además, se va constituyendo nacionalmente junto a las nuevas transformaciones de una década ganada. Se trata de la batalla cultural histórica y del presente, como un estado a su vez de acumulación de aquellos que dejaron sus libros, sus pensamientos, sus luchas, desde los legados ancestrales de los pueblos originarios, hasta estos presentes recuperados contra el tiempo perdido y por los nuevos tiempos construidos, hoy como presentes y como historia n *Integrante del Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas.

La discusión colectiva ntre las experiencias más enriquecedoras del debate E democrático, que podemos señalar durante la última década, se encuentran la construcción de legitimidad en torno a ciertos proyectos de ley como la de Servicios de Comunicación Audiovisual o Ley de Matrimonio Igualitario donde se convocó al pueblo a participar, discutir, y dar sentido a esas principales políticas de Estado. La Ley Federal de Culturas emula cabalmente el derrotero de esas leyes. Cada artículo que contenga emergerá como el resultado de una discusión colectiva con la participación de los actores interesados y eso mismo comprometerá a la sociedad en la defensa y la tutela de los derechos y responsabilidades que la norma establezca. Como la iniciativa tiene por objeto la definición del marco legal para la implementación de políticas culturales federales y la promoción de los derechos culturales, su texto debe expresar la síntesis de los encuentros que se convoquen antes de que el proyecto llegue al recinto. Y en tanto y en cuanto son sujetos culturales todos y cada uno de los habitantes de la República Argentina, sin discriminación alguna de orden política, ideológica, social, étnica, religiosa o de género, la norma se convierte en un hecho político que involucra a todo el pueblo. Además, resulta insoslayable el vínculo irreductible entre la cultura y la educación y la formación de una ciudadanía que comprenda y respete la diversidad cultural y étnica como enriquecimiento de la identidad individual y colectiva. En ese sentido, el proyecto contempla también la participación de las universidades públicas para el desarrollo de políticas públicas que sirvan a la implementación de circuitos regionales de promoción, desarrollo y comunicación de los diversos lenguajes artísticos, redes de formación artística, profesional y técnica y escenarios de acceso a los bienes culturales. Por lo demás, ya la conversión de la Secretaría en Ministerio de Cultura evidenciaba la voluntad del Gobierno Nacional por dar un salto cualitativo en la materia. La fijación por ley de una pauta porcentual de partidas presupuestarias con destino específico al área constituye un hito fundamental, que atiende a la institucionalización de una decisión política para que sus efectos trasciendan la experiencia política en curso. En tanto, la conformación del Consejo Federal de Cultura y la creación de un Consejo Cultural integrado por organizaciones sociales y culturales, como así como también el lanzamiento de observatorios regionales de políticas culturales con sede en las universidades públicas, terminan de robustecer un proyecto de ley que llega para proteger y fomentar las manifestaciones latentes o consagradas en el país. Hay otro desafío por delante para construir una sinergia virtuosa entre Ley de SCA y la futura Ley FCs, sobre todo en lo concerniente a las industrias culturales y la circulación de las producciones. No hay compartimentos estancos en nuestra sociedad, sino un flujo dinámico que revela la vitalidad de nuestro pueblo y la consolidación de los valores democráticos en todas las materias expresivas n * Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.


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ENTREVISTA

LITTO NEBBIA. MÚSICO

MEDIO SIGLO DE CELEBRACIÓN

M. R.

lueve sobre la ciudad y Litto Nebbia aparece detrás de la puerta de su sello discográfico, Melopea, con la misma sonrisa de siempre. Adentro, como siempre, el técnico de siempre, Mario Sobrino, preside desde su consola de sonido una sesión de grabación. Paraguas mediante, mientras camina hasta el bar de la esquina de Melopea, Litto arranca sin necesidad de pregunta: “La cosa es que el disco de Los Gatos Salvajes salió el 27 de junio de 1965. Es de locos, ¿no?, se cumple medio siglo. Sí, digamos la verdad, es un disparate que se cumpla medio siglo y que uno esté bien, entusiasmado, con la voz que todavía le responde, tocando, ensayado, creando. Aunque, pensándolo bien, más allá de eso, claro, cualquiera cumple medio siglo de algo”. Félix Francisco Nebbia, Litto, nació el 21 de julio de 1948. En Rosario, claro. Y sabiendo eso, no cuesta nada creer, a pesar de lo que él dice, que este hombre que dentro de poco va a cumplir 67 lleve cinco décadas como músico profesional, aunque eso de profesional suene bastante difuso al pensar en aquel país que era la Argentina en 1965. Litto pide café con leche y una medialuna, no deja de sonreír: “Empecé muy pendejo, sí”. –Entonces... –Entonces, ahora, me dije: “Me voy a hacer mi propia celebración”. Tengo más de 1200 canciones escritas y grabadas. ¿Qué puedo hacer, qué podía hacer? Me puse a elegir entre ellas, todas las que entraran en un disco doble. Comencé por poner las más famosas, y las grabé de nuevo para un espectáculo en vivo con el que, si tengo suerte, voy a recorrer todo el país. Bah, o lo que pueda

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recorrer, que espero sea bastante. Llegué a grabar 53 temas porque en dos compacts no entran más. Van a ser dos CD de 80 minutos cada uno. Lo cual es, en el espectáculo en vivo, dos horas y media. Y debutamos con el espectáculo en Rosario, la ciudad de donde salimos un lejanísimo 6 de junio de 1965, el próximo sábado 6 de junio. –¿Cuándo empezó con la aventura de este recorrido por su larga aventura? –Empecé en enero de este año. Está muy lindo, el octeto que armé es buenísimo, donde hay jóvenes y viejos por igual, y suena, la verdad, como la san puta. No cambié ningún tema, están como son, como eran en sus momentos, con la misma raíz melódica con la que salieron por primera vez. Y no aparecen en orden cronológico. Por eso el disco, como el espectáculo, son muy sorpresivos, ya que estamos cantando un tema de hace diez años y de pronto aparece uno que compuse a los 14 que se engancha con uno que hice el mes pasado. Una mezcla total de guiños de mi música, con todas las influencias que tiene mi música: la guitarra folklórica, el piano de jazz o tango, todo el rock en la viola eléctrica, flautas y grupos, boleros. En fin, todo aquello que se desprende de mi música. Con todo eso armado, nos pusimos a hacer la tapa. –Una tapa que tenía que mostrar esos cincuenta años. Tarea nada fácil... –Es cierto, pero tuve la suerte de encontrar una foto que mi vieja hizo sacar de recuerdo, de cuando tengo 15 años, cuando hacía las canciones de Los Gatos Salvajes, de esa época. Esa va a ser la tapa, y de contratapa una foto actual. Y después, adentro, van a ir las fotos del octeto y el poema del medio siglo (ver recuadro). –Después de cincuenta años, ¿hay lugar

para el asombro? –Por un lado uno dice “medio siglo, ya nada me puede asombrar”. Pero el otro día, mirando Internet, me encontré con una de esas polémicas típicamente argentinas que, benditas sean, si no esto no sería la Argentina. Uno, acá, argentino al fin, discute por todo. La cuestión era la decisión de poner como fecha del día del músico la del nacimiento del Flaco Spinetta. Ya sé que podría ser la de Yupanqui o la de Troilo, eso no está en discusión. Pero se armó un despelote fenomenal. No quise meterme a discutir eso en Internet porque me iba a poner nervioso y me iba a agarrar un infarto, pero en el medio de la discusión sobre si está bien o está mal, desde un sector aparecía esta idea de que esto que hacemos nosotros, esta música con la cual llevamos 50 años, no es tan argentina. A ver, pensemos, un poco: medio siglo, ¡la puta que lo parió! ¿Y me van a decir que no es algo argentino? Es lo mismo que nos decían al comienzo de todo: “Hacen música foránea”. Está bien, pongamos que en aquel entonces fue foránea, pero esta música, más allá de gustos y de compositores y de intérpretes, es la única música nueva que se aportó por idiosincrasia nacional para un repertorio de música popular. Ahora, si me dicen que “Viento dile a la lluvia” o “Muchacha” es foráneo, los mandó al carajo. Son canciones superlatinas, superargentinas, por eso las cantan en los jardines de infantes y en los fogones y en las fiestas. Y por eso fueron de exportación a toda América latina y también a España, donde sentaron las bases como para demostrar que el rock se podía cantar en castellano. –Suena bastante parecido a lo que ocurrió con la música de Ástor Piazzolla... –Cada vez más me suena a eso que ocu-

Medio siglo atrás ya era rock argentino marcha hacia el futuro evocando el pasado porque siempre ha quedado mucho por hacer… nadie lo creía cincuenta años pasaron a pesar que discuten y no sería de aquí sino por eso el cambio nada fugaz marchita el amor permanece nunca trae nada de eso que retrata el progreso libertad de las voces la primera canción alas de libertad a las cuatro de un sueño que acompañó la idea pero hay que hacer de nuevo la letra que señale el camino que buscan los pájaros dormidos postergación del día cuando nadie recuerda cómo fue la mañana descanso de aventura olvido sortilegio poco que nos importe aunque la ley sacuda y la gente en la calle acompañe ese grito de intolerante rayo


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rrió con Ástor. “No es tango, no es tango”, te decían. Pero dejémonos de joder, la música que más nos representa es la de Piazzolla. Uno camina por Buenos Aires o por cualquier ciudad argentina y la música de fondo es Piazzolla: los noticieros, los supermercados, los bares, las calles. ¿Y todavía seguimos pretendiendo que eso no es tango? Lo que más me llama la atención es que los que organizan ese tipo de discusiones no lo hacen porque están apoyando lo otro. –¿Lo otro? –Un ejemplo: cuando saqué el disco de Enrique Cadícamo, dieciséis años atrás, todos creían que estaba muerto, nadie sabía que vivía en la calle Talcahuano. “Ah, está vivo ese señor”, me decían. Y claro que está vivo, pelotudo, ¿por qué no le diste bola hasta ahora? Está bravo eso. Yo no creo que el gran público tenga la culpa de eso, porque el público se forma por la educación y la difusión que se le da socialmente. Depende de eso. Pero sí creo que desde los lugares que tienen la posibilidad de sacar afuera una noticia o una verdad o un hecho o un fenómeno, y hablo de los grandes medios, de la televisión, especialmente, hacen cualquiera o, mejor dicho, hacen la que les conviene. Litto hace una pausa brevísima para despacharse la medialuna. Y dos sorbos del café con leche después vuelve a sonreír recordando la frase de otro que sabe bastante de lo que dice, Frank Zappa: “Los culpables de que los nenes salgan como salen son los padres y la televisión, decía –dice Litto–. Un genio, ¿no?”. Y no espera la respuesta: “La información de lo que es un sistema de vida, ser feliz, ser exitoso, todo entre comillas, sale de ahí. ¿Por qué mierda el que está escuchando todo el día basura va a tener la posibilidad de decir otra cosa? Y esto ocurre en música, en política o en lo que sea. La cabeza se te va a la mierda”. –¿Por qué los grandes medios no vieron el negocio, si se quiere, de la música rock nacional? –Lo único que hace la gran industria es bastardear con productos que copien a los originales. Hay que reconocer, y no porque uno quiera meterse en esa pelotudez de que todo tiempo pasado fue mejor, que la música, la forma, los arreglos y la factura de las canciones de la primera época son infinitamente superiores a todo lo que sale ahora, por más que haya bandas nuevas que metan 50 mil personas en un recital. Son rituales, no hay ninguna duda, pero no tienen que ver con la excelencia compositiva. Tiene que ver más con los negocios que con la creatividad. La industria nunca vio que algo que estaba bien hecho pudiera ser un negocio. Entonces lo tomaban y lo trataban de machacar

para destruirlo. Una de las pocas excepciones en el mundo que logró comprobarle a la industria que se puede hacer algo de calidad y ser millonario fueron Los Beatles. Después uno se cansa de asistir a carreras de tipos del género que se quiera en que el primer disco está bien hecho, el segundo es vulnerable, el tercero se copian a sí mismos, el cuarto se quiere hace el pendejo y el quinto desapareció. O sale un grupo, otros cuatro lo copian, todos con una potencia arrolladora, y a los seis meses los cinco grupos se convierten en veinte solistas. Eso lo produce la ansiedad equivocada con respecto al negocio. –¿Cuál fue, entonces, la última gran banda argentina? –Yo creo que en los ’80, en el retorno de la democracia, aparecieron un montón de cosas bien hechas, en el más puro rock: Soda Stereo, por ejemplo. Pero también resulta que vienen de Rosario una ponchada de músicos del carajo, cuya cara visible era Juan Carlos Baglietto, pero detrás estaban Silvina Garré, Lalo de los Santos, Adrián Abonizio, Jorge Fandermole. Tardaron más tiempo en colocarse, pero lograron, por la calidad de sus composiciones, perdurar en el tiempo. Y en el momento en que desembarcaron tuvieron un éxito enorme. Lo que sucede es que la industria nunca está preparada para darle continuidad a eso. Lo que quieren, lo que pueden hacer es crear una réplica. Como en Blade Runner, los replicantes. –¿Por qué? –Porque la industria cree que puede manejar mejor a quien copia que a quien es ori-

ginal. Desparece Sui Generis y aparecen dos docenas de dúos; se separa Manal y aparecen docenas de tríos iguales. Es una idea internacional: los originales, por lo general, no tienen el favor de la industria. –¿Qué incidencia tuvo, en función de su música, el rock en América latina? –No había nada, o, mejor dicho, no se conocía nada. Cuando estuve en México, en el exilio, hice una experiencia piloto para fundar Melopea. Yo estaba sin un mango y mandaba a hacer discos a una grabadora y me los traían al departamentito que alquilaba. La dirección del sello era el departamento. Y a eso se le suma que yo en México estaba ilegal. Era una aventura total. Pero contribuyó a que empezaran a aparecer muchos grupos mexicanos que escuchaban el material que hacíamos. Después de muchos años, vuelto a México, en Zacatecas, se me acercaron bandas de pibes que me decían que aquellos discos habían sido el descubrimiento del rock en nuestro propio idioma. A nadie se le había ocurrido hacerlo o tratar de sostener algo que fuera independiente. Hay mucho despelote dentro de eso que se llama sellos independientes. Se lo quiso vender siempre como que “independiente” quería decir “yo quiero ser mi propio dueño”. Pasar de la inspiración a liderar un supermercado. Nunca se entendió del todo bien el término. Un sello independiente es, justamente, no querer emular a los tipos de la industria y ocupar el lugar número uno, sino hacer algo alternativo a eso que inunda el mercado. Es existir y que no te rompan las bolas. –El establishment, ¿puede hacer un éxito de verdad? –Claro que puede. Por eso el ejemplo de Los Beatles. Hay casos que tienen que ver con el destino y el carisma de los artistas, pero el mercado no los busca: los encuentra y no pude hacer nada contra ellos. Pasa lo mismo en el cine. Existe un Coppola o un Scorsese, pero después hay docenas y docenas de medio pelo a los que se devoró el negocio. Las películas valen cada vez más millones de dólares y cuando las ves en el cine a los quince minutos te quedás de apoliyo. Hubo momentos en que grandes creadores se plantaron ante la industria e hicieron lo que tenían que hacer, y la industria tuvo que bancársela. Lo que es muy difícil es cuando no te quieren bancar los pasos siguientes. Y si uno es ambicioso artísticamente, quiere evolucionar. Y ahí la industria te come. –¿Le pasó eso? –Cuando se terminan Los Gatos y hago mi primer disco solista me quisieron voltear. “Estás rompiendo el negocio”, me decían. Como si uno estuviera haciendo sumas al momento de componer un tema. Así es muy

difícil construir una carrera. ¿Es peligroso querer evolucionar y construir un próximo álbum con algo más de refinamiento que el del anterior? Sí, para el mercado sí: todo tiene que ser la misma repetición, como los programas de televisión que son iguales desde hace veinte años. Alguien les dice que deben seguir iguales. Si uno se niega a eso se tiene que ir al diablo, no se puede convivir con estos tipos. Muy de vez en cuando aparecen algunos directivos de industria que conocen algo de la cosa y creen. Y ahí aparecen grandes músicos que, de otra manera, hubieran quedado tapados en la maraña del chingui chingui. Litto, ahora, se mete de lleno en una historia: “Leonardo Favio sigue siendo con ‘Fuiste mía un verano’ el disco single más vendido en la industria discográfica del país por afano. Era un director del carajo, que hacía películas que revolucionaron el modo de hacer cine. Y me contaba que cuando necesitaba guita para hacer una película, salía de gira con las canciones. Un día necesitaba más guita y llamó a la Sony para grabar un disco. Y el directivo de Sony no lo atendió porque estaba ocupado. ¡A Favio, ¿entendés?! Está comprobado que las discográficas ganan diez veces más dinero con las reediciones de discos de artistas que tuvieron éxito que con los nuevos de los mismos artistas”. Y sigue: “Desde que me fui de Los Gatos no volví a tomar un café con directivos de las productoras discográficas. Despidos, renovación de personal, pases de factura, ventas al mejor postor o caprichos de las centrales norteamericanas, son muchos los errores que se cometen dentro de las discográficas como para encontrarse dentro de ellas con esa historia que fuimos armando los músicos con nuestras canciones. No está la foto de Los Gatos ni de Almendra en las paredes de los grandes sellos donde grabamos. El negocio manda, y fue debilitando el propio negocio”. Del café con leche, sólo queda el recuerdo, Litto, el mismo Litto de aquel 1965, el mismo Litto de hoy, el mismo que el sábado se subirá al escenario de su Rosario para dos horas y media de canciones, mira la lluvia a través del ventanal (como si se tratara de una canción suya) y dice, regala, “una vuelta fui a un restaurante a comer y en el piano estaba tocando Virgilio Expósito. Entonces me acerqué y mientras tomábamos whisky le dije que a la tarde siguiente lo pasaba a buscar para traerlo a Melopea y grabar un disco. Así salieron cosas maravillosas. Porque no hacía la cuenta de cuánta guita iba a ganar con Virgilio, y él tampoco la hacía. ¡Que le voy a hacer!, me gusta la música, yo no hago millonario a nadie” n

DICEN QUE VIAJANDO SE FORTALECE EL CORAZÓN l bar estuvo ahí siempre, en la esquina de Acha y ConE greso, allí donde Villa Urquiza pierde prestancia para emparentarse con Drago al sur y con Coghlan al este (dos inexistencias que allá lejos y hace tiempo ni siquiera figuraban en los mapas de la ciudad). Allí, casi en esa misma esquina, Villa Urquiza se condenaba, hacia el norte, a ser llamada La Siberia, una zona no aconsejable, según los vecinos, y la perdición absoluta, según las madres de entonces. El bar, crepuscular y llamativo, debe haber sido otra cosa en sus inicios, pero allá por 1965, había caído en esa nebulosa a la que son afines los fiocas venidos a menos y los malandrinos de poca monta. Conservaba, eso sí, como todo bar de época que se preciara de tal, el “salón familias”, limitado por unas parecitas de madera y vidrio esmerilado que con su metro y medio de alto debían preservar la intimidad de parejas inestables y sus confesiones a media voz de las mesas donde se encontraban los habitués de ginebra y esgunfie. En ese bar, a mediados de los ‘60, parecía que todo esta-

ba permitido. Por eso un grupito de pibes de por ahí copaba los viernes las dos o tres mesas de la ventana pasadas las 10 de la noche para sintonizar la Spica (afanada a algún padre) en radio Excelsior, donde Pedro Aníbal Mansilla proponía la “nueva música” en su Modart en la noche. Por ese entonces, el jovencísimo Litto Nebbia, junto a Ciro Fogliatta, Chango Pueblas, Guillermo Romero y Tito Adjaiye, habían desembarcado en el programa musical dominguero de Canal 13 Escala musical desde su Rosario natal. Y la descosieron. Dos meses después, grababan su primer disco simple y casi enseguida el long play. Eran “la nueva música”. Y como la tienda de Lotito, a media cuadra de la esquina del bar, por Acha (un ecléctico menjunje de púas de Wincofón, válvulas de televisores, vinilos de Los Mac Ke Mac’s, estabilizadores de voltaje, tapas en castellano de Los Beatles y Los Rolling Stones y novedades nacionales), era de precios inaccesibles para los menguados bolsillos adolescentes, la opción era esperar que Mansilla anunciara con su voz grave y peruana a Los Gatos Salvajes.

Después, fueron Los Gatos (ya con Moro, Kay Galiffi suplantado luego por Pappo, Alfredo Toth, y Litto y Ciro que se quedaron para continuar la historia), y después Litto solo, con toda la potencia de sus temas. El bar, como todo el barrio, fue cambiando. La tienda de Lotito cerró. Y esa alquimia emparentada con la música hizo que Litto armara Melopea a pocos pasos de esa esquina, a mitad de cuadra, en Acha, al lado de lo que fue la tienda de Lotito. Hoy, Litto se sienta en una de las mesas al lado de la ventana del bar de Congreso y Acha que ya no tiene “salón familias”, que limpió los ventanales, que aggiornó las luces, que se despidió de malandras y cafiolos pero conserva, todavía, esa magia de entonces cuando un tipo (es inevitable pensar que es uno de aquellos pibes que escuchaban Modart en la noche en la Spica) se levanta de una de las mesas del fondo, deja los billetes de la consumición y, golpeándose el corazón con el puño, saluda, conmocionado como hace 50 años, “chau, Litto, gracias” n


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DÓNDE ESTÁ LA IZQUIERDA ARAM AHARONIAN

urante décadas, la llamada izquierda latinoamericana manejaba su accionar en términos de conspiración revolucionaria, resistencia y lucha armada. Muy pocas veces en términos de economía, comercio, defensa, que son los desafíos que debe enfrentar hoy, sobre todo en los países donde ejerce el gobierno o donde espera ejercerlo y donde la resistencia debiera convertirse en construcción. Y cuando hablamos de izquierda, no nos estamos refiriendo a partidos marxistas, leninistas o trotskistas, sino a todos los movimientos que impulsaban desde sindicatos, partidos, organizaciones sociales, estudiantiles, campesinas, indígenas, los cambios estructurales que desembocaran en sociedades inclusivas, equitativas, justas. Durante las últimas décadas, el mayor desafío es superar y sustituir al neoliberalismo en todas sus dimensiones. Si bien el fracaso de la propuesta económica del neoliberalismo abría la oportunidad para que la izquierda surgiera como alternativa de gobierno, la verdad era que debía enfrentar la recesión, el debilitamiento del Estado, la desindustrialización, la exclusión y fragmentación social. Y como si todo eso fuera poco, debía enfrentar la fuerza ideológica del neoliberalismo no sólo a nivel nacional, sino regional y global. La potencia del estilo de vida estadounidense con su paradigma de que todo es mercancía –todo se vende, todo se compra, como en

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los shopping-centers–, la utopía neoliberal junto a la publicidad, las marcas, la televisión del mensaje y la imagen únicas, como recuerda Emir Sader. La tarea de reimaginar la izquierda no se puede desarrollar desde los esquemas tradicionales (sean o no oficialistas). Hace rato que la izquierda tradicional está agotada, sin capacidad para abandonar sus viejos nichos, para pensar una alternativa para amplias franjas –incluidas aquellas que no se definen de izquierda– y pasar a la disputa de conciencias con una derecha que, pese a su crisis, sigue avanzando en la reconquista de diversos escenarios sociales y en la restauración conservadora. Lo cierto es que la izquierda todavía no generó valores, formas de sociabilidad ni alternativas al mundo de valores neoliberales centrado en el consumismo, el individualismo y la falta de solidaridad, sobre todo para con los menos favorecidos. La interrogante que surge es si es posible incorporar propuestas anticonsumistas –más allá de consignas– en sociedades donde el acceso al consumo es una gran (y reciente) conquista para las grandes mayorías. No caben dudas: hay que reconstruir el pensamiento de izquierda. Y en esta reconstrucción hace falta la academia, hacen falta los intelectuales para sumar capacidades de reflexión y formulación de propuestas alternativas al pensamiento hegemónico. Durante más de tres décadas se denostó el modelo neoliberal, pero no se avan-

zó en la elaboración de una propuesta alternativa. El discurso de la izquierda tradicional quedó anclado en la etapa de la resistencia, por incapacidad propia, por no entender que se transita una nueva etapa de construcción, sobre todo de estas propuestas y teorías alternativas al liberalismo, vinculadas a los desafíos del siglo XXI. La intelectualidad “progre”, olvidada o ignorante del pensamiento crítico latinoamericano, no participa activamente en los nuevos procesos políticos, muchas veces anclada en el “marxicismo” (narcisismo marxista), en la denunciología permanente (y su paralelo lloriqueo) o en la repetición de consignas y firma de solicitadas (que engruesan los listados de organismos de seguridad), lo que algunos confunden con militancia. Marx (siempre viene bien recordarlo, pero contextualizándolo) manejaba el concepto de las oleadas. Estamos apenas en el reflujo de la primera y en espera de la nueva oleada que permita que las ideas y praxis se expandan a otros territorios y permitan profundizar y anclar los cambios en los que se avanzó, en general (apenas) parcialmente estructurales, como diría el vicepresidente boliviano Álvaro García. Se necesitan nuevas teorías para poder ponerle freno a este proceso de vaciamiento democrático que caracterizó por décadas a los gobiernos neoliberales, dictatoriales o no. Hoy se transita la oleada de

recuperar la memoria, reconstituir y ampliar los derechos de la sociedad, asumir el control del excedente económico y expandir la generación de la riqueza con su distribución (defensa de los recursos naturales y manejo soberano de los mismos), esperando que la redistribución de las riquezas se puedan concretar en una tercera oleada. Una distribución de la riqueza que no es sostenible puede generar frustraciones terribles de las que difícilmente haya recuperación en tres o cuatro décadas. Las estructuras productivas en la región responden aún a la realidad del capitalismo dependiente, periférico y subdesarrollado. El neoliberalismo vendió con bastante éxito la idea de que era rentable sustituir la noción de patria y de nación por la de mercados. El libre comercio está demostrando que tiene una capacidad letal para desmontar los aparatos productivos y convertir los estados en blanco de la delincuencia organizada y del capital financiero. Y para eso tampoco hubo propuestas ni respuestas. Apenas denuncias. Es necesario que en las agendas de nuestros movimientos, de nuestros gobiernos progresistas, se reposicionen ideas que nacieron en esta época, como la creación de instrumentos de financiamiento del desarrollo –el Banco del Sur, por ejemplo–, la utilización de monedas nacionales en el comercio regional, el fortalecimiento de los mecanismos de pagos a través de la cooperación, la reducción de la fuga de excedentes a través del fortale-

cimiento de los mecanismos de control de capitales. Se enfrenta una arremetida contra la unidad latinoamericana y especialmente contra los avances y logros que generaron los gobiernos y los pueblos en la integración. Los partidarios de mantener nuestras sociedades y nuestras economías en una relación subordinada se reorganizaron y vistieron de otro ropaje sus propuestas de libre comercio. Quizás nos tomó desprevenidos, pero está en marcha una contrarrevolución conservadora contra los logros alcanzados en nuestro sur: se reactivan propuestas de desarrollo favorables al libre comercio, mientras los sectores más reaccionarios se disfrazan de abanderados de la defensa de los derechos humanos y la democracia. Ese proceso de producción de amnesia colectiva cuenta con el inmenso poder que tienen los medios de comunicación corporativos para producir mentiras y medias verdades –y cartelizados para difundirlas–, confundir y manipular, privatizando la opinión pública. La estructura de la desigualdad la mantienen no sólo el capital financiero, las instituciones financieras internacionales, o el complejo industrial-militar, sino que tienen un puntal fundamental en los grandes conglomerados privados de comunicación, los que se atribuyen el poder de determinar cuál gobierno es bueno y cuál es malo, de acuerdo a los intereses del capital que ellos defienden n


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