La nueva Sofronia

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LA NUEVA SOFRONIA

Mirella S.


Texto e Ilustraciones: MIRELLA S. © 2017 Buenos Aires - Argentina


Y

Sofronia se volvió una bruja moderna. Si la vieran sus

amistades anteriores no la reconocerían. Se hizo la cirugía estética y adiós a las arrugas, a la nariz ganchuda y al mentón sobresaliente. Arregló su dentadura y de tanto hacer gimnasia jazz rejuveneció quinientos años. Está tan linda que hasta le ofrecieron trabajar en el cine. Modernizó también su escoba: le agregó un motor para volar más rápido y una carrocería para no despeinarse con el viento ni mojarse con la lluvia. Ahora la utiliza únicamente en viajes cortos. Para distancias largas se traslada en avión. Vive en Buenos Aires, en el último piso de un edificio torre. Tiene dos trabajos: dirige la Escuela de Actualización de Brujas y es agente de espionaje. Sí, como James Bond. Una tarde recibe un llamado telefónico. Es el hombre de la voz ronca que siempre la llama cuando hay alguna tarea para ella. Quien pide sus servicios es Diosdado Batangas, un general de las Filipinas que conspira contra el gobierno. El ronco le informa que debe viajar inmediatamente a Zamboanga, alojarse en el hotel Bamboo y esperar instrucciones.


Sofronia se prepara, y de paso, estrena el último modelo de escoba desmontable, invento del profesor japonés Tinto Lelo. Como buen japonés, para él es un desafío construir sus inventos en un tamaño cada vez más chico. La bruja puede guardar la escoba desmontable en su mochila. Dentro de un estuche de cuero de 50 centímetros de largo por 20 de ancho entran todas las piezas, incluyendo la carrocería.

Nuestra bruja-espía sigue las órdenes del ronco. Viaja a Zamboanga, toma una habitación en el hotel Bamboo y espera que el agente zamboangués se ponga en contacto con ella. Mientras espera hace solitarios, resuelve palabras cruzadas, teje. Los días pasan y Sofronia se aburre, siempre sentada en la salita de ese hotel de cuarta categoría. Había tejido 105 metros de echarpe, resuelto 800 crucigramas y hecho 432 solitarios, cuando una tarde se le acerca el camarero del bar del hotel. Sostiene una bandeja con una taza humeante, la deja junto a la baraja y se queda allí, en posición de firmes, apretándose la bandeja contra el estómago. Debajo del platito se ve un papel celeste, doblado. — ¿Qué significa este brebaje? Yo no lo pedí. ¡Lléveselo! ¿Y este papel? Si alguien tiene algo que decirme, que me lo diga en la cara —grita Sofronia, molesta.



Los tres huéspedes que están en la salita se dan vuelta y la miran. Uno es un chino bajito, el segundo es un norteamericano alto y flaco y el tercero un ruso grande como un oso. El camarero le hace a Sofronia señas desesperadas con los ojos: los revolea, los pone en blanco, se vuelve bizco, parpadea. Sofronia no lo ve, ocupada en leer en voz alta el mensaje escrito sobre la hojita: —“Ahora estamos seguros de que usted es quien dice ser. Lo supimos por el camarero, que se dio cuenta por el solitario llamado Espionaje, su favorito, y que le sale sin necesidad de hacer trampas como con los otros. La esperamos hoy, a medianoche, en el Pasaje de la Calavera. Saludamos a usted muy atentamente… Fulano de Tal.” El camarero de tanto revolear los ojos dentro de las órbitas, se le caen sobre la alfombra apolillada. Los levanta más que volando y huye del lugar. Los tres huéspedes también se retiran como si tuvieran alas en los pies. Si ustedes piensan que Sofronia no es una espía demasiado inteligente, que es medio lerda, están en todo su derecho. Pero recuerden que las apariencias engañan. No la juzguen por un inicio desprolijo, tal vez estaba distraída. O no.

Un rato antes de la medianoche, se viste para ir al Pasaje de la Calavera. Se maquilla los ojos con sombras oscuras, la cara con una base pálida y se pinta los labios de un color violáceo. Se coloca una gorra de goma blanca y un traje negro, ajustado, con el dibujo de un esqueleto. Parece salida de una película de terror.



Arma la escoba desmontable y aterriza en el lugar indicado. El Pasaje de la Calavera tiene una cuadra de largo y es angosto y oscuro. Sofronia lo recorre con cuidado y descubre cuatro sombras más negras que la negrura del callejón. En una de las sombras reconoce al chino, por la forma alargada de los ojos. En la otra al ruso, en este caso por el aliento a vodka. La tercera corresponde al norteamericano, que ella identifica por los chasquidos que hace con su chicle. La cuarta sombra es la de un murciélago que trabaja en todas las películas de Drácula y está allí de vacaciones. En la profunda oscuridad la bruja escucha, cada vez más cerca, el chuc-plop-chuc del chicle, mientras el aliento a vodka del ruso ya le roza la nuca. No se acobarda, con una patada super veloz golpea la mandíbula del norteamericano. Se oye un ¡gluuuup glup! angustiado: el americano se tragó la goma de mascar. Antes de que se recupere, Sofronia lo transforma en un sapo. Después, con la misma velocidad, gira hacia el ruso. Se mete la mano en el bolsillo y saca un tubo de dentífrico. Lo aprieta con violencia con la intención de llenarle de pasta la boca maloliente. Está tan oscuro que yerra la puntería y le da en los ojos. El ruso pierde el equilibrio y Sofronia lo convierte en un caracol.



Todavía le falta el chino, el más peligroso. Para no ser atacada por la espalda, se apoya en la áspera pared de ladrillos del Pasaje. Mira a la derecha y a la izquierda, no hay rastros del chino. Pero hay algo en el aire, un jadeo incomprensible: sí, alguien está respirando en chino. El hombrecito se había subido hasta un techo y se le tira encima. Los dos caen al suelo. Ruedan, se golpean, se escupen, se meten los dedos en los ojos. De repente todo ruido cesa. Este silencio no me gusta nada. ¡Momentito! ¿Escuchan lo que estoy escuchando? Ese inconfundible cric-cric-cric nos dice que el chino ha sido convertido en grillo. Sofronia sale del callejón; a una distancia prudencial, la siguen el sapo, el caracol y el grillo. Como el agente del general Batangas no aparece, se sube a su escoba y regresa al hotel.


Duerme hasta el mediodía. La despiertan unos golpes en la puerta. — ¿Quién es y qué quiere? —pregunta a los gritos. —Ss… y… el… ca…ero —susurran del otro lado. Sofronia se levanta entre rezongos, abre la puerta con ímpetu y dentro de la habitación cae rodando el camarero. — ¡Explíquese! —lo apura la bruja. —Soy el agente del general Diosdado Batangas, vine para darle instrucciones. —En buena hora decidió aparecer —replica Sofronia, que está más linda pero no ha perdido su mal carácter. —Hay complicaciones. Desaparecieron los otros espías —dice el camarero-agente, mientras mira debajo de la cama, dentro del armario y fuera de la ventana. —Qué cosa ¿no? —exclama Sofronia, mirándose las largas uñas rojas. —Lo más raro del asunto es que en sus habitaciones dan vueltas un sapo, un caracol y un grillo. —Se ve que en este hotel la limpieza deja mucho que desear. ¿Cuáles son las instrucciones? —El general Batangas está conspirando. Para ganar necesita un robot que inventaron los japoneses. Lee los pensamientos y adivina el futuro. Miss Sofronia, su misión es robárselo a los japoneses. El ruso, el americano y el chino son agentes secretos, sus gobiernos los han enviado para que se apoderen del robot. —Entonces ¿por qué me siguen a mí?


—Porque ellos saben que usted va a robarlo para el general Batangas. Nadie conoce donde los japoneses esconden al robot y esperan que usted lo averigüe. —Quiero ver inmediatamente al general —ordena Sofronia.

El general Batangas es un hombre gordo y petiso. Recibe a Sofronia en su palacio de cien habitaciones. Tiene puesto el uniforme de gala y se ha colgado todas las medallas y condecoraciones, cuyo peso lo hacen caminar inclinado hacia adelante. En sus brazos sostiene un gato blanco que le mordisquea las medallas. Después de regatear un buen rato, llegan a un acuerdo sobre los honorarios de la bruja y la forma de pago. Batangas le entrega un sobre cerrado con las instrucciones. Sofronia vuelve al hotel, siempre seguida por el sapo, el caracol y el grillo. Abre el sobre y en una hojita lee la frase: Haga como le parezca. Los tres bichos tratan de leer el mensaje por la rendija de la puerta, pero se les escapan algunas letras y se le juntan otras, de manera que ellos leen: Hagan la paz. Contentos se abrazan y parten para sus respectivos países.

Sofronia llama por teléfono al profesor Tinto Lelo y se entera de que el robot está ahora en Singapur. El profe, enojadísimo, no se resigna que el robot mida 58 centímetros de alto, si se lo hubieran encargado, él lo habría construido en un formato de bolsillo y con más funciones que tuvieran usos prácticos: como abrelatas, para lustrar zapatos y cortar las uñas de los pies.


Llegó el momento de actuar, piensa Sofronia, mientras viaja a Singapur. Tinto Lelo le dijo cómo introducirse en la base donde guardan a Chin Chon —el nombre del robotito— y la manera de neutralizar la alarma.

Es una noche nublada y Sofronia sobrevuela la base con su escoba desmontable. Hace funcionar el dispositivo anti-radar y aterriza en el techo que le indicó el profe. Va a entrar cuando se cruza con un soldado que empuña un fusil M16. El pobre no alcanza a gritar ¡ALTO! que es convertido en una cucaracha y desaparece en una grieta del piso. Sofronia toma el ascensor que la llevará al subsuelo donde ocultan a Chin Chon. A mitad del trayecto el ascensor se detiene y entran tres oficiales, que en seguida son transformados en arañas peludas. Sin embargo, Sofronia está en problemas. Uno de los oficiales logró apretar un botoncito en su cinturón que está conectado a una alarma que se usa exclusivamente en casos de invasión. La bruja llega al subsuelo y camina por un largo pasillo flanqueado de puertas. A medida que ella avanza, se abren las puertas y salen soldados con armas de última generación. En pocos instantes el pasillo está plagado de langostas, hormigas, escarabajos y orugas. Cuando entra en la cámara blindada donde está Chin Chon, la espera el comando Rojoazul, especializado en resistir hasta las últimas consecuencias. Los Rojoazules no tienen un final mejor que los demás: Sofronia los convierte en ranas verdes.


Chin Chon es muy bonito. Está pintado de un color plata brillante, sus piernas son cortitas, los brazos articulables y la cabeza es una media circunferencia con dos antenas finitas que vibran continuamente. Sus ojos amarillos iluminan el lugar y tiene una voz suave. Se para delante de Sofronia y dice: —Estás trabajando para el general Batangas que te pagó para que me robaras. Piiip pip. —Es cierto, adivinás el futuro —dice ella. Lo sujeta del cuello y sin miramientos lo mete dentro de una bolsa. Se dirige hacia la salida y a su paso deja un reguero de pulgas, ciempiés, avispas, babosas y toda clase de bichos. Antes de entregar el robot a Batangas, no puede vencer la tentación de charlar con Chin Chon. Lo saca de la bolsa y lo pone sobre la mesa. Le quita algunas pelusas y piensa “qué lindo es”. —¡Gracias! —dice el robot— vos también sos muy linda. —Me había olvidado que leías el pensamiento. —contesta Sofronia. Y agrega—: Decime, ¿el general te quiere para que le digas cuáles son los pasos para tomar el poder? ¿Su conspiración tendrá éxito? —No. Él está conspirando desde que era un simple cabo, es demasiado perezoso para pasar de las palabras a los hechos. —¿Entonces?


—Al general le interesa una sola cosa en su vida: jugar al ajedrez. La semana próxima empieza el torneo internacional y él quiere ganarle al actual campeón. Como es un inútil, cree que puede lograrlo con mi ayuda. —Es una lástima que deba entregarte a ese estafador. Pero los negocios son los negocios. Me habías caído muy bien —suspira Sofronia. También Chin Chon suspira. No dice más nada, él sabe cómo terminará la historia. La bruja, de mala gana, entrega el robot, recibe el dinero pactado y regresa a Buenos Aires. Queda asombrada cuando por los diarios se entera que el general Diosdado Batangas fue vencido estrepitosamente por el campeón mundial de ajedrez Pietroslav Kaprolich.

Algunos días después recibe una encomienda. Abre el paquete y se encuentra con un Chin Chon todo abollado, lleno de rayaduras, con un ojo en compota y una antena torcida. Ella lo acaricia, el robotito se estremece levemente y emite un débil piiip pip. —Pobrecito, quién te dejó así. Chin Chon se limita a contestar con otro piiip pip. Sobre su pecho lleva pegada una tarjetita que dice: Vuelve al mundo de las brujas y llévate al inservible robot. General Diosdado Batangas. Sofronia brinca y salta alrededor de Chin Chon llena de alegría. Seguramente el robot le anunció al general que sería derrotado y que nunca llegaría a ser campeón de ajedrez.


Batangas, en un ataque de furia, le habrá dado una terrible paliza y algún delicado mecanismo del cerebro electrónico del robot quedó lesionado.

Sofronia se ha encariñado con Chin Chon y no piensa abandonarlo. Él la sigue a todas partes con su paso rengueante y sus ojazos relucen de gratitud. Ella manda hacerle un service completo, pero el robotito no recuperará más la capacidad de adivinar el futuro ni leer los pensamientos. Tampoco hablará como antes, solo podrá expresarse con esos piiip pip, incomprensibles para todos, menos para Sofronia. Continúa dirigiendo la Escuela de Actualización de Brujas, sin embargo, yo estoy convencida (aunque Sofronia no lo admitirá nunca) que está a mitad de camino para convertirse en un hada buena. Y si esto ocurre, una parte del mérito es de Chin Chon. ¿No opinan lo mismo?

Fin




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