Grano de polvo que brilla en el vacĂo
RAFAEL BARRETT Grano de polvo que brilla en el vacío
Prólogo y notas de Tomás García Lavín Introducción de Andrea Constanza Ferrari Selección de los editores
Colección Hombres Río
Barrett, Rafael Grano de polvo que brilla en el vacío / Rafael Barrett ; compilado por Tomás García Lavín y Andrea Constanza Ferrari. - 1a ed. - Vicente López : Mochuelo Libros, 2015. 130 p. : il. ; 21x15 cm. - (Hombres Río; 2) ISBN 978-987-45381-1-6 1. Literatura Española. I. García Lavín, Tomás, adapt. II. Ferrari, Andrea Constanza, adapt. CDD E860
Primera edición: Julio 2015 Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus Editores. © Prólogo y notas: Tomás García Lavín. © Introducción: Andrea Constanza Ferrari. Diseño de tapa: Estudio Dirigible. Diseño interior: Usapuka Diseño y Comunicación Fotografía final: Tortuga gigante, por Walter Rothschild. Agradecimientos: Logo Mochuelo Libros: Sergio Manela. Dibujo Ex Libris: Fernando Polito. Retrato Rafael Barrett: Valeria Di Pascuale. Dibujo Valió la pena tanto esfuerzo: Rodolfo Fucile. Este libro fue encuadernado y armado de forma artesanal por Andrea Constanza Ferrari. Contactos de Mochuelo Libros: facebook.com/mochuelolibros mochuelolibros@gmail.com
Sobre la presente edición Rafael Barrett es el segundo autor de la Colección Hombres Río, dedicada a personas cuyas vidas y obras merecen, por su fructífero mensaje, ser rescatadas para iluminar los días de esta grisácea actualidad. A principios del siglo XX, Barrett fue publicado por editoriales y periódicos de filiación, como mínimo, socialista. En la actualidad, donde se ve un positivo rescate de sus textos, suele mantenerse esa tendencia original. Lo cual, por supuesto, es comprensible gracias a la leyenda -verdadera- de su lucha por los campesinos del Paraguay. Sin embargo, creemos que a los autores de tamaña singularidad no se los debe leer sólo en sus aspectos más conocidos, o incluso, célebres. Hay en Barrett mucho arte, mucha ciencia, demasiada literatura, y muchas intenciones sublimes, que merecen también el reconocimiento de los lectores. Hacerlo, después de todo, otorgará más sustento, uno poético y no siempre hallable en las teorías sobre la sociedad, a quienes compartan sus convicciones sobre lo bueno y lo malo del mundo. Con el objetivo de dar una semblanza inclusiva de las múltiples preocupaciones de su obra, hemos elegido para esta miscelánea, tres cuentos, diecinueve artículos sobre un variadísimo millar de temas, y una serie de Extractos: lúcidos aforismos tomados de otras de sus narraciones. Tenemos la certeza de que la bondad y la belleza de sus palabras enriquecerán el tiempo de sus vidas sobre este Grano de polvo que brilla en el vacío.
Mochuelo Libros
7
Índice Nosotros Prólogo: Rafael Barrett, río transoceánico por Tomás García Lavín Introducción: Las últimas flores de Montevideo por Andrea Constanza Ferrari
15 27
Él, o Escritos de Rafael Barrett Cuentos 41
De cuerpo presente En Cuentos Breves, O. M. Bertani Editor, Montevideo, 1911
43
El Bohemio En Cuentos Breves, O. M. Bertani Editor, Montevideo, 1911
47
Gallinas En El Nacional, Asunción, 5 de julio de 1910
Artículos 51
El retorno a la tierra En El Cívico, Asunción, 12 de setiembre de 1906
53
La obra que salva En La Razón, Montevideo, 16 de febrero de 1909
57
Deudas En Los Sucesos, Asunción, 23 de marzo de 1907
La pluma
59
En La Razón, Montevideo, 5 de abril de 1910
9
El pombero
63
En Rojo y Azul, Asunción, edición de diciembre de 1907
La Iglesia y el Estado
65
En El Liberal, Montevideo, edición de diciembre de 1908
A propósito del centenario argentino
67
En Mirando vivir, O. M. Bertani Editor, Montevideo, 1912
71
Los prestigios de la guerra En La Razón, Montevideo, 27 de octubre de 1909
76
Tristezas de la lucha En Los Sucesos, Asunción, 23 de marzo de 1907
Tormento y asesinato En Lo que son los yerbales paraguayos, publicado por entregas entre el 15 y el 27 de junio de 1908 en El Diario de Paraguay
78 81
Lo que he visto En El Nacional, Asunción, 21 de febrero de 1910
La sinceridad
84
En La Tarde, Asunción, 7 de febrero de 1905
El valor
88
En La Tarde, Asunción, 13 de abril de 1905
El vulgo y el genio
90
En El Diario, Asunción, 25 de abril de 1908
Dios En Germinal nº 8, Asunción, 20 de setiembre de 1908
10
92
94
El día de difuntos En El Diario, Asunción, 4 de noviembre de 1907
98
El trabajo En Ideas y críticas, O. M. Bertani Editor, Montevideo, 1911
100
Más allá del patriotismo En Ideas y críticas, O. M. Bertani Editor, Montevideo, 1911
102
Sobre el Atlántico En Ideas y críticas, O. M. Bertani Editor, Montevideo, 1911
105
Extractos
11
Nosotros
Prólogo Rafael Barrett, río transoceánico Por Tomás García Lavín. “En cuanto a los que alaban la nobleza, y dicen que son de buena casa, porque pueden contar siete abuelos ricos, (el filósofo) cree que semejantes elogios proceden de gentes que tienen la vista baja y corta, a quienes la ignorancia impide fijar sus miradas sobre el género humano todo entero, y que no ven con el pensamiento que cada uno de nosotros tenemos millares de abuelos y antepasados, entre quienes se encuentran muchas veces una infinidad de ricos y pobres, de reyes y esclavos”. Platón, Teetetes o de la Ciencia. Editado por Patricio de Azcárate, Madrid, 1871.
I. Tal es la redacción que nos llega de Platón. Hoy, dada la premura imperante, se la suele resumir a: “No hay un solo rey que no descienda de un esclavo, ni un esclavo que no haya tenido reyes en su familia”, manteniendo al arcaico sabio por autor. Sin embargo, la más corta de las citas pertenece -aunque bien pudiera deberse a la ubicua influencia del griego sobre los siglos posteriores-, a Helen Keller1, maestra sordociega que mucho enseñó a los hombres. La genealogía y la historia de Rafael Barrett y Álvarez de Toledo podrían servir de modelo ideal para dar cuenta de la veracidad de ambas frases: en su interior fluía la sangre del Gran Duque de Alba, quien tuviera en vilo a media Europa en el siglo XVI, cuando el reino de Felipe II se jactaba de que en él nunca se ponía el sol; fluía, además, sangre 1 “There is no king who has not had a slave among his ancestors, and no slave who has not had a king among his”. Helen Keller, The story of my life, Doubleday, Page and Company, New York, 1914.
15
leonesa y de la fértil Cantabria y, por vía paterna, sangre del pueblo de Coventry, empeñado en proveer de ropa y relojes a los protagonistas de la Era del Comercio. Luego, en las venas de Soledad Barrett, su nieta paraguaya, habría todo eso, además de sangre guaraní, aquella que fluye en las venas de un pueblo lacerado antes, durante y después de la Guerra del Paraguay. Incluso –tal vez, sobre todo-, hoy. Recurriendo a una estructura similar a la cita de Keller, intuimos que, pudiendo no haber un solo hombre que no pertenezca a un pueblo, tal vez no exista pueblo que represente por sí mismo toda la ascendencia de un sólo hombre; el asunto versa sobre sangre humana, no geográfica. Rafael Barrett era español. Llegó a sentirse paraguayo. Lógico: allí dio las más grandes batallas contra la injusticia, allí adquirió un componente que, quizás, todo hombre necesite para serlo en el sentido más digno y necesario; sumó a su formación académica, intelectual, retórica, que ya era suficiente para ser alguien grande en ese ambiente tan occidental y previsible, una mirada concreta, terrenal, en la que las citas de las mayores plumas se acoplaron armoniosamente con los problemas que implica que una gallina propia ponga huevos en casa ajena: preguntarnos ¿qué es la Patria? parece valer lo mismo que ¿de quién son los huevos de esa gallina “mía”, tan mía como el terreno “tuyo”, que acoge al nido2? Conviven en Barrett, el suficiente aristócrata decimonónico, que usaba guantes para ir al Teatro Real de Madrid, con el campesino anarquista que, al hablar de la explotación de los yerbales, deseaba no sólo que ella cesara, sino que además, las explotaciones de Buenos Aires, las de París, las que había leído de la vieja Roma y la de los relojeros de las
2 La complejidad aparente de esta pregunta podrá ser resuelta tras la lectura del cuento “Gallinas”.
16
West Midlands, mensuradores de un tiempo que nos acercaba, poco a poco, al Progreso. II. En 1902, en Madrid, Barrett intentó infructuosamente batirse a duelo con un abogado que lo había acusado de homosexual. El duque de Arión, que decidía desde el llamado Tribunal de Honor quiénes podían retarse, impidió el acto donde un lejano Barrett estaba dispuesto a arriesgar el cuero por causas ostensiblemente más vulgares que las de luego. El caso es que el noble fue increpado por nuestro autor, quién, por hacerlo, hizo que su fama cayera en la desgracia donde caen quienes dejan de pertenecer a los ambientes refinados. En algunas ocasiones se recurrió a este hecho para explicar –y unilateralmente- su emigración a América, en 1903, como una huida. Nosotros, sin negar los históricos y grotescos acontecimientos, hallamos otras razones para la realización del largo viaje: abandonó una España desesperanzada, segura de que las glorias del pasado no tenían ganas de volver, pues se habían mudado de país, o incluso de continente. El atraso económico; la mínima promoción de la ciencia; la universal presencia del clero, rémora anclada en lo oscuro; la agresiva reacción ante la certeza de ya no ser, y la Guerra de Cuba como su confirmación; la promesa de una Argentina idealizada, ¡y fácilmente!, por los cansados del sur de Europa, motivaron su transoceánico viaje. Ya no viviría ni entre las ruinas de mucho de lo mejor que hiciesen el Hombre y la Naturaleza: España; su componente de mediocridad primaba sobre el resto, lo cual es comprensible, sobre todo para un hombre que, original, disponía sólo de su vida. Buenos Aires, con su desarrollo, sus luces y su elegancia, además de su nacionalismo a la carta, cocido de un día para el otro, como suele 17
pasar, no tardó en decepcionarlo. Era más de lo mismo: en el país donde estaba todo por hacerse, sobre todo para un universitario español, ya se había hecho mucho y mal: los pobres estaban igual de tristes que los pobres de la Historia, y los ricos, como siempre, tenían mucho que ver. Sobre todo porque compartían esa misma costumbre –tan descripta en la Historia, por cierto- de llegar a destino, es decir, acumular. Sin reparar en que las ruedas de su carreta estaban manchadas con sangre de esclavos y sangre de reyes. III. Lo que dice Barrett viene de días ancestrales. Su mensaje, como un río, contenía celebraciones y lamentos contemporáneos, que siempre eran guiados por convicciones de carácter universal. Leyendo en su derredor, se reconoció anarquista; su manifiesto podría acotarse a algo tan corto que ni llega a apotegma: el libre examen. La única autoridad, en política, en ciencia, o lo que fuere, reside en nuestra interpretación de los hechos; no vale lo dicho por un sabio por haber sido dicho por él. Sólo la amada, esquiva verdad, valdrá por sí misma. Ya Montaigne, Creador, no se sorprendía al notar que entre su opinión y la de su respetadísimo Plutarco, podía preferir la propia. Barrett, a su manera, también pertenece a una tradición que excede a una época y a cualquier tierra: la de los hombres libres decididos a contárselo todo a todos; a quienes quieran escucharlo, y a los que no. A veces se empeña, casi por entero, en dirigirse a destinatarios de complexión espiritual ciega y/o sorda. O al menos incapacitados para hablar y sentir en el mismo código en el que él expresa su tormentoso mensaje, que mece cuando alaba y hace naufragar cuando aborrece; sus elogios, en los que habla “desde el amor”, dan cuenta de su capacidad de disfrute; cuando se enoja, casi siempre con la mismísima Injusticia materializada, quiere ahogar con su tinta. Hay casos en que es demasiado duro, quizás porque en otros es demasiado 18
complaciente. Nada que reprochar: las bondades de cierta gente, cierto arte, la belleza del mundo… le permiten darnos páginas dignas de perdurar en el hombre durante siglos. Sus enojos, también. Es que así nació el literario género del ensayo, y así debe ser; sanguíneo, espontáneo y personal, por más que verse sobre Dios o el Tiempo. Si no, se trataría de otra cosa más inútil y encorsetada, a la cual, a falta de un nombre más adecuado suele llamársela, también, ensayo. Pero eso es otra cosa. El ensayo nació en el siglo XVI, cerca de Burdeos, y renace cada tanto. No siempre. IV. Barrett, el romántico, epíteto que bien podría ser su sombra y la de su recuerdo, fue maravillado por el progreso y por la ciencia, a la que llega a ligar a lo verdadero como quién liga lo bello a la belleza. Pero, y quizás resulte innecesario aclararlo -incluso para aquellos que hoy están poniéndose al corriente de su vida y obra-, que, más allá de su asombro ante los avances tecnológicos en transporte, medicina o lo que fuere, éstos no le resultan, por regla, merecedores de una oda. No: muchas veces, como se verá, reniega de ellos; el tecnicismo hace de los hombres máquinas de amar, lo que no es bueno. Y nos hace también máquinas de matar, lo cual es horrendo. Pero a la vez, enamorado de la ciencia, sabedor de su Historia y, por eso, orgulloso del camino transitado por un hombre que pasó de las cavernas al vapor en un instante para el Tiempo del universo, celebra y reconoce su utilidad. Lo demuestra hablando de esa modestísima plumita de acerco con la que escribe, a la que reconoce como el producto de “los pueblos y los siglos, las ciencias y las artes, las estrellas y los hombres”; puede ver en ella un “maravilloso ejemplo de la asociación” que “representa el dominio de nuestra
19
specie sobre la inquieta y amenazadora realidad” 3. Barrett, como William Morris y tantos Hombres Río, como una sombra, parece no caber en red alguna; cuando en un párrafo aparenta ser el más sincero panegirista del positivismo, ahí nomás saca a relucir su desconfianza por el futuro del bípedo simiesco que crea tanto el poema como el arma. Por eso, no podemos decir que Barrett sea de esos optimistas que, a pesar de reconocer las catástrofes promovidas por el hombre, creen que se ha tratado en realidad de una preparación para un futuro feliz. No: él, más que nadie, quisiera que fuese así, pero piensa que no lo es; que a pesar de haber sido muchas las guerras y las miserias, no han sido una expiación, a lo Jesucristo, para salvar a las generaciones futuras. Sabe, entonces, que siempre se puede estar peor. Y lo dice, y parece oscuro, muchas veces. Sus augurios no son los que preferimos escuchar, pero atenderlos es impostergable; si duelen, diluyámoslos con la buena mesa o el buen arte. O hagamos algo. La red de la muerte sí pudo atraparlo, y demasiado pronto, porque, aunque sabio como cien viejos de cien culturas, fue un alevín que nunca llegaría a cumplir treinta y cinco años. Previsor, desde esa experimentada juventud nos sugiere que no lleguemos al final del tránsito con la pregunta por el sentido de la existencia sin una respuesta. La cual, a falta de otra superior y más convincente, parece destinada a ser producto de nuestra invención. Él, como verán, nos habla del golpe que significa replantearse, hacia su ocaso, lo hecho en la vida, a sabiendas que la respuesta será, habitualmente, una enmohecida falta de acción. A lo José Larralde4, nos recuerda eso que, aunque obvio, cercano a la impúdica autoayuda, sin embargo, es para quienes lo vieron, central: Montaigne, Flaubert, Morris. Aunque careciésemos de una
3 Ver artículo “La pluma”. 4 Ver página 117 del libro.
20
respuesta acerca de El porqué de la existencia, necesitamos buscar la propia edención. Para no llegar al final con un patético, y ya rutinario, lamento por ni siquiera haberlo intentado. Nos dice en “La obra que salva”: “La vida es un drama misterioso. No lo comprendemos bien, pero conocemos bien los instantes en que la acción se vuelve decisiva y suprema, y sabemos, vendados los ojos, que en cierta medida de nosotros depende aumentar la hermosura del destino. ¿De qué manera? Siendo lo que somos, realizándonos, renovándonos en la obra”. Y va más allá, refiriéndose a su complemento: “El mayor problema filosófico es reconciliarnos con la muerte, y quizás lo resolvamos con la obra”. Y esa obra, que es la historia personal y su trazo, es en Barrett un aporte a todos; se trata de un dignísimo intento de solución del drama misterioso de la vida. Quiere lo irrealizable: que la especie se funda verdaderamente en un cuerpo que, por ser uno, de moverse, se movería uno, cimentado por la asociación de todos y cada uno de los individuos que lo componen; fomenta una tarea colectiva de alcance universal, pues ese sería el camino a una verdadera y sostenida renovación, capaz de persistir cuando, muertas, las generaciones actuales sean reemplazadas por otras; y éstas, por todas las siguientes, que, como cada generación, alimentarán el trabajo de la especie sobre el mundo y sobre su espíritu. V. No sería “técnicamente correcto” llamarlo filósofo; carecía de ese artefacto al que llaman sistema, y hablaba en el idioma de la calle y en el idioma del campo. Las convicciones regidoras de sus actos, sus escritos y sus esperanzas, venían, como lo hicieran nuestros más comunes antepasados, de las entrañas de la Tierra; temas como el amor, la muerte, el destino, la 21
naturaleza, o la vida, habitaban –a conciencia- sus días. Sucede, y varias veces, que aquellos enigmas universales sean en un ensayo fuente de esperanza, y en otro, de temor. Pasa con el destino, pasa con la naturaleza. Es que, después de todo, así parecen ser, aun para nosotros, las cosas; estas inabarcables cosas de las que habla: ¿Por qué no prever un destino agradable si actuamos bien y nos dedicamos a usar lo mejor de ese genio que, según el autor, en todos habita? Del mismo modo, ¿por qué no temerle al destino que, tarde o temprano, nos arrastra a la guerra? Así, con todo. Todo es la naturaleza, que nos da una piedra seca donde pisar para acercarnos a cierto arroyuelo para tomar su agua, sobre la que revolotean multicolores mariposas. Así también, porque es todo, la naturaleza nos ofrece la araña y la víbora, que viéndonos en cuclillas, concentrados en hacer un cuenco con nuestras manos, podrían aprovechar para causar lo que para nosotros sería daño y, para ellas, vida. ¿Y qué del rayo, y qué de la enfermedad?5 En esta miscelánea, como en su vida, conviven las Ideas con la cruda e inspiradora realidad; al hablar de una deuda6 , casi disculpándose por ser autorreferencial, reconoce que la caída de aquella manzana que avivó a Newton vale porque representa todo el resto de las cosas que caen, o que podrían hacerlo. Tomando ese ejemplo, universaliza su respuesta a la demanda de un sastre para con él por no haberle pagado un traje; ¿por qué debe pagar él, proveedor de escritos a todos, incluido el sastre, del que no espera contraprestación alguna por leer su obra? No es que le resulte “más meritorio” escribir, pero tampoco cree que cortar tela supere a la creación literaria. Barrett, no pagando al sastre, deshonra una deuda personal para honrar unas convicciones que, a veces, se parecen más a un credo. Ahora 5 Para Barrett lo natural es inocente, no responde a moralidad alguna; el hombre podrá osar medir el mundo con sus criterios, el mundo podrá no darse por aludido. 6 Ver artículo “Deudas”.
22
bien, ¿por qué osa su credo pretender que actuando así terminará él mismo ramificándose en el resto de las convenciones que aglutinan cada sociedad? Por su fe. ¿Por qué ataca al intercambio comercial? “Mi deber es no pagar”, afirma; porque el dinero es absurdo, es feo y es un fantasma, justifica, apelando a un futuro de, acaso, impracticable realización, donde lo feo, lo absurdo y esa clase de fantasmas desaparecerían. Eso es ser romántico: la fe vendrá, nos dice. Vendrá su fe. Y, del mismo modo, lo hará el contagio que, cual imperativo categórico materializado, se propagará a partir de su deuda con el sastre, minando luego las bases del grande, alto y milenario edificio del dinero. Entonces, la persuasión, que nos permitirá ver el mundo con sus ojos, no será producto de lo contrario a lo que propone, es decir, la mecánica repetición que desde siempre viene garantizando la supervivencia de los rituales políticos, económicos y religiosos. No: en el caso de su fe, con ver una vez, parece bastar. Muy bien, acusémoslo de pretencioso, incluso de ególatra. ¿Qué queda entonces para Napoleón7 ? VI. Grano de polvo que brilla en el vacío es una selección póstuma; el único libro al que pudo palpar es Moralidades actuales, de agosto de 1910. Después, como sucede hoy, hubo compilaciones externas, de otros. La nuestra procura dar un cimentado argumento de mucho de lo sostenido en este prólogo, resumible en cinco palabras: Barrett fue un gran escritor. O sea, dijo cosas importantes con un estilo propio y agradable. Lo cual, es difícil. Y es alentador para quien ve. La maraña de ramificaciones de los 7 En Barrett, el corso simboliza una forma de liderazgo nefasta y dañina para el mundo. Como sabemos, con el incontrastable diario del lunes de la Historia, el siglo XX le hubiera proporcionado otros cultores del poder y la muerte a que los lamentar en sus escritos.
23
quehaceres del individuo posmoderno, podría llevarnos hoy a considerarlo un periodista; preferimos recordarlo como escritor, aun habiendo publicado notas periodísticas. Sucede que el periodismo se compone de actualidad y olvido, y Barrett es persistencia. El periodista, como es de suponer, describe. Barrett tamiza: es loable que quién la tenga, diga su verdad. De ese modo, no necesitamos que nos sorprenda contándonos sobre cuánto dinero juntó Rockefeller. Sí, en cambio, que, sirviéndose de un acontecimiento puntual, digamos la muerte del magnate, nos explique que ese tipo de gente le debe a la humanidad. La mayoría de sus escritos son breves. Son además sustanciosos; con un par basta para saciar la ración diaria de lectura y contenido. Pero a la vez, esa extensión invita a recomenzar. Así, en media hora, podemos ser testigos de una escritura volcánica, que a todos lados parece poder llegar con su discurso: al patriotismo, al azar o a un descubrimiento científico. Si, como expresara un temprano admirador suyo, Jorge Luís Borges, a un artista habrá que recordárselo por su mejor obra, Barrett será merecedor de una tupida corona de laureles. Si, y en coincidencia con lo antedicho, a un hombre habrá de juzgárselo por su mejor obra, la vida de Barrett merecerá ser aprendida por los niños en edad escolar, después de haber decidido, tras ver el fugaz torrente de actos que fuera su existir, con cuáles, entre tanto heroísmo, nos quedamos para legarles. Tal vez, la mayoría de los héroes hayan arrebatado la posteridad a la guerra. Esos no nos interesan tanto; no mucho más que por su valor histórico. Y también, porque cada tanto surge algún que otro Mesías dispuesto a emularlos, contándole a la gente que su poder es grande y que un día de estos piensa usarlo. A diferencia de aquellos, los héroes altruistas no tienen tanta prensa. Ni, al parecer, tantos seguidores –o quizás por eso es que no tengan tanta prensa, eterna perseguidora de lo rápido y de lo mucho-. Rafael 24
Barrett estuvo más cerca de Don Quijote que de Napoleón, de quién, como se verá, no tuvo una opinión favorable. VII. El 29 de octubre de 1936 fusilaron en Aravaca, en las afueras de Madrid, al escritor Ramiro de Maeztu8. La Guerra Civil había empezado unos meses antes y continuaría muchos más; miles morirían, otro tanto emigraría. Los habría también vencedores. Para la mayoría, sin embargo, no habría nada de eso. De no haber sido muerto, Maeztu quizás habría sido parte de la Dictadura. Probablemente, como muchos somnolientos perseguidores de la zanahoria de una derecha idealizada, irrealizable, habría desertado ante la evidencia. Pero no, nada de eso pasaría; lo mataron los republicanos en los albores del desastre. En su juventud, cosa habitual, coqueteó con el socialismo. Hoy se lo recuerda por venerar a la Patria, al Rey y a Dios. A pesar de todo, como cuando hablábamos de la sangre, se trata de personas; una década antes de morir, Maeztu había honrado la memoria de Barrett: “¿En qué historia figurarán los preclaros varones que descalificaron a Rafael Barrett en 1902? Me imagino que Caifás, Pilatos y Judas9no piden a los cielos otra cosa que la muerte eterna y el absoluto olvido. Y sin embargo, a ellos les corresponde, en buena parte, la gloria de la fundación del Cristianismo”. 8 Literato y político vasco de filiación conservadora. Es decir, amante de una interpretación del pasado en la que algunos –quizás sus familiares más cercanos- viviesen mejor. Un compatriota suyo se lo cruzó por la plaza de Saladillo, a dónde había viajado en calidad de Embajador de su tierra. La cita a continuación pertenece a “Rafael Barrett en Madrid”, publicado como semblanza del autor en Lo que son los yerbales paraguayos, editado por Claudio García en Montevideo, en el año 1926. 9 Conspiradores bíblicos que demostraron, acaso sin desearlo, que un hombre traicionado por ellos podría resucitar; que dañando sembraron. Es lo que cuentan.
25
Introducción Las últimas flores de Montevideo Por Andrea Constanza Ferrari
I. Barrett y su clase Rafael Barrett nació el 7 de enero de 1876 en Torrelavega, un pueblo al norte de España, en la verde y montañosa Cantabria, que por entonces, y con el avance de la industria, comenzaba a dejar atrás su vida campesina para convertirse en una importante ciudad y centro económico regional. Su madre, María del Carmen Álvarez de Toledo y Toraño, había nacido en tierras cercanas, en la provincia de León. No así su padre, George Barrett Clarke, oriundo de la ciudad inglesa más alejada del mar, Coventry. La posición aristocrática legada por línea materna no impidió que la familia tuviese que viajar intermitentemente por el trabajo de George, quien administraba empresas inglesas en diferentes puntos de Europa. Gracias a ello, el pequeño Rafael pudo aprender tan bien el castellano como el francés y el inglés en los años de su infancia y adolescencia, además de nutrirse de un espíritu de época que celebraba la opulencia de las potencias imperiales de Francia y Gran Bretaña, y que a su vez contrastaba con la decadencia española y la dura realidad que más tarde conocería en América. Es probable que el jovencísimo Barrett no estuviese preocupado por las desigualdades de su mundo contemporáneo. Casi todos los escri-
27
tos que conocemos de esos años son artículos de divulgación científica, que se corresponden con sus estudios en ingeniería. Poco encontramos que nos haga pensar en un hombre compungido por lo males del mundo, el hambre o la explotación. Su preocupación tenía que ver con la realidad en la que en verdad estaba inserto: ser un aristócrata. Es por eso que tras la muerte de sus padres, y con una herencia que sería rápidamente dilapidada, Barrett regresó de París a España reclamando su lugar en una clase que, lejos de acogerlo, le dio la espalda y el empujón para irse y, aunque metafóricamente, no volver jamás. Sin embargo, el conocimiento de las matemáticas, de la literatura, y demás saberes ilustrados se los debemos a esta etapa de su vida. Ellos se convertirían en el capital más importante, su base más honda, para poder llevar adelante, ya en tierras americanas, su gran obra, pero además para poder pensar el mundo complejo que tenía ante sí, y mucho más terrenal, para ganarse el pan con qué comer él y su familia. En el Madrid de fin de siglo conoció a algunos intelectuales pertenecientes a la Generación del `98. Ramiro de Maeztu vio en Barrett a un hombre bello, fino, preocupado por la ostentación de clase, y talentoso en su escritura. Por su parte, Pío Baroja, aunque se lo suele relacionar amistosamente a Barrett, en sus memorias lo recuerda como a una fugaz sombra. Otros talentosos hombres que lo conocieron fueron Valle Inclán, Manuel Bueno y Ricardo Fuente, líder republicano y director del diario El País.
28
II. La partida Resulta que a Rafael Barrett le gustaba batirse a duelo. En su juventud y primeros años de adultez lo intentó varias veces y de forma más bien literal contra hombres de su clase. Ya en el Paraguay sus peleas dejarían de lado la banalidad. No buscaría el enfrentamiento corporal como respuesta a una injusticia individual. La lucha ahora sería más intensa, verdadera y por causas más nobles. Su rival, todo un sistema, y cuando sus últimos años, la enfermedad. Pareciera otro hombre el que todavía en Madrid, hacia 1902, sencillamente le pegó al duque de Arión, en plena función de gala del Circo de Parish, lo más distinguido de la alta sociedad. La causa de tal embestida fue que el Duque, siendo quien presidía el Tribunal de Honor, le había prohibido batirse a duelo con un tal José María Azopardo, abogado que hoy solamente trasciende la historia por haber “acusado” a Barrett de homosexual. Tanto le dolió dicha acusación como la deshonra proferida por el Tribunal, al sentenciar que no estaba a la altura de la honorabilidad del abogado para poder pelear. La irritación de Barrett era tal que hasta se paseó por los consultorios de prestigiosos médicos madrileños para que, luego de una minuciosa inspección de sus partes pudendas, certificaran su heterosexualidad. No sería esta la última vez que se expondría a las innecesarias muestras de valor que implica el duelo: dos años después, ya en Buenos Aires, le pegaría al dueño de un hotel, a quien confundiría con un tal Juan de Urquía, que había criticado a su amigo Ricardo Fuente, que estaba aquí para conducir un mitin político. La partida de España a Buenos Aires, acontecida en 1903 marca una etapa intermedia en la vida de Barrett. Dejaba atrás su tierra, casi escapando. Un falso suicidio, publicado en distintos periódicos, sepultaría 29
su vida pasada. Pero era esta la muerte de una vida que, por simulada, aún lo incomodaría en la Argentina. Tendría que pisar el Paraguay para por fin lograr la metamorfosis final.
III. Sus primeros años en América Arribado a Buenos Aires en 1903, sin dinero, debe ganarse la vida, y para ello, hará de la pluma su nueva arma de combate. Es desde entonces que podemos disfrutar de sus textos, muchos de ellos publicados en El Tiempo, Ideas y El Correo Español, que aunque todavía no tienen la carga pesada, áspera y combativa de los años paraguayos, sí dejan entrever su descontento ante la estupidez del mundo. Algo en Barrett estaba cambiando. Convertido en periodista, tiene la posibilidad de viajar al Paraguay, un lugar del que poco sabe, para cubrir como corresponsal de El Tiempo los conflictos desatados por los revolucionarios liberales, hastiados de las injusticias del gobierno dictatorial al que estaban sometidos por esos días. Barrett, quien pronto abandonaría ese tipo de heroísmo años atrás malgastado en superficiales contiendas, ahora encontraba un verdadero sentido para dar batalla. No tardó en unírseles a los rebeldes y levantar sus mismas banderas, a pesar de que todavía le eran ajenas las duras realidades sociales que vivía ese país. Los liberales vencieron, pero la ilusión de un posible cambio tardó poco en desvanecerse. Allí estaría Barrett para dar resistencia. Sólo se iría del Paraguay escapando de las persecuciones políticas, y años más tarde, para encontrar una imposible cura para su enfermedad.
30
IV. “He visto muchas cosas tristes” Con su llegada al Paraguay comienza la etapa más prolífica de Barrett. Encuentra en la escritura un medio de vida, pero además, la manera de expresar todo el dolor que siente por las injusticias que no cesa de ver. Ya no es un rebelde por pura teoría. El trabajo que consigue como agrimensor en la compañía de ferrocarriles y que lo hace viajar por todo el suelo paraguayo, lo lleva a conocer de primera mano la incesante explotación de los trabajadores, quienes sobreviven en las peores condiciones humanas. ¿Cómo hacer, después de haber visto muchas cosas tristes, para seguir la vida sin darle batalla a la injusticia? Aún en Paraguay, durante el primer tiempo, se rodea de la aristocracia local. Sin embargo, los años que van de 1907 hasta su muerte, en 1910, encuentran a un Barrett totalmente comprometido con la clase trabajadora. Así se convirtió en el escritor anarquista y desafiante que la mayoría conocemos, así también encontró el amor de su mujer, Panchita, quien dio a luz a la única descendencia del autor, Alex. Es el amor familiar el que nos da una imagen tierna y dulce de un Barrett que ya comienza a tener los primeros síntomas de una tuberculosis a la que también enfrenta provocadoramente, porque sabe que todavía tiene mucho por decir, y porque quiere vivir para disfrutar de sus seres queridos. Las cartas que se intercambian los amantes cuando Barrett tiene que alejarse del Paraguay, obligado por la persecución o la enfermedad, dan muestra de ello. En 1908 su compromiso social cobra estado público. Es el año en el que publica el conocido artículo “Lo que son los yerbales paraguayos”, en donde describe las tremendas condiciones de vida de los trabajadores rurales. Además, comienza a dar conferencias públicas y 31
a participar de mítines obreros. En julio se produce un nuevo golpe de estado, y Barrett, poniendo en riesgo su vida, asiste a los heridos que luchan armados y abiertamente en las calles. Mientras tanto, y como para poder denunciar las atrocidades que los periódicos no se animaban a publicar, funda la revista Germinal, junto al argentino, también anarquista, José Guillermo Bertotto. La publicación es prontamente prohibida en medio de la gran convulsa política y los dos son enviados a prisión, aunque la condición de inglés que hereda por vía paterna le sirve para poder salvarse de las peores vejaciones que su compañero, en cambio, termina sufriendo en la cárcel. Pero salvarse significa dejar a su familia, y exiliarse, enfermo, en Brasil. Aunque este no será su destino definitivo: Montevideo lo acogerá por algunos meses para darle reposo y reconocimiento.
V. El reconocimiento En poco tiempo la ciudad oriental le brindará nuevos y leales amigos, entre ellos Emilio Frugoni y Ángel Falco, que lo ayudarán a publicar sus escritos para poder ganarse el pan. Barrett es reconocido y apreciado por la intelectualidad uruguaya, que lo acoge e incluye en sus círculos. Este será un corto pero intenso período de escritura. Solamente la enfermedad interrumpirá este oasis de reconocimiento por su trabajo, su compromiso social y, sobre todo, por la persona que ya era. Pronto, la tuberculosis arremete como nunca antes. Debe salirse de la pensión que habita en el centro de la ciudad para dirigirse a una casa de aislamiento. Allí lo atienden y logra un momentáneo período de recuperación, pero el triste final ya no puede ocultarse. Sabe que va a morir y teme no po32
der volver a ver a Panchita y a su hijo. Por eso decide, aunque corriendo peligro, volver al Paraguay. La vuelta significa permanecer oculto en una estancia en Yabebyry para hacer reposo en medio de la naturaleza, con un clima más amable para sus pulmones. Sólo cuando los riesgos de contagio y la amenaza política parecen ser más bajos, se radica en San Bernardino, a pocos kilómetros de Asunción. Si bien se encuentra ya muy debilitado por la enfermedad, este periodo en tierras paraguayas le brinda dos profundas alegrías. Por un lado, se reencuentra con su familia a la que tanto ama y extraña. Por el otro, logra tener en sus manos el único libro publicado en vida, Moralidades Actuales, editado en Montevideo. Pero no sólo Uruguay lo reconoce, los diarios paraguayos tampoco dejan de publicar sus escritos. En este contexto, y rodeado de la protección familiar, Barrett se ilusiona. Quiere curarse, y por ello, decide emprender su viaje final.
VI. Las últimas flores de Montevideo Pasado el invierno de 1910 decide viajar a Francia en busca de la cura. Sabe que las posibilidades son pocas, pero lo intentará. La partida final del suelo americano, aquel que lo vio convertirse en el hombre que quiso y finalmente supo ser, se dio en el mejor de los contextos. El barco italiano que lo llevaría a Europa salió de las costas montevideanas, por lo que la despedida, más que emotiva, la vivió rodeado de amigos y de un público desconocido que lo admira y le agradece por su compromiso. Así se lo cuenta el mismo Barrett a Panchita en una de las últimas cartas: “Vi a Frugoni, a Falco, a Bertani — que me ha pedido originales para otro libro —, a Herrerita, a reporters de toda 33
laya, directores de revistas, fotógrafos (¡me retrataron 3 veces!), un escultor me quiere hacer el busto — los melenudos del Polo Bamba — y los que más me agradaron, obreros, tipógrafos, jornaleros que me llamaban “maestro” y me estrujaban las manos entre las suyas callosas (…) — luego la ida al muelle, la despedida final... un desconocido me dio unos ramos de violetas, diciéndome: las últimas flores de Montevideo — y lloré pensando en ti, en mi amor y en tu orgullo…” Finalmente Barrett llega, tras largas semanas de viaje, a Arcachón, sitio que le dio el último refugio de vida, frente al sinus cantabrum, verde mar alimentado, más al sur, por los ríos Saja y Besaya, aquellos que tan sólo 34 años antes lo habían visto nacer. Muere el 17 de diciembre con su alma serena y dejando tras de sí una gran obra que hoy debemos disfrutar. Y debemos compartir.
34