Bolívar en la Masonería Gran Logia de la República de Venezuela Desde el momento de nacer, ese jueves del 24 de julio de 1783, en una Caracas de 45 mil habitantes, Simón Bolívar queda al cuidado de una amiga de su Madre, doña Inés Manceba de Miyares y, luego, de esa negra Hipólita, su madre de pecho que le sigue con bondad y ternura hasta en sus últimos caprichos. En España reinaba entonces Carlos III y desde 1777 las provincias venezolanas quedaban sujetas a una nueva organización, la Capitanía General, que se prolongó hasta que se inició la Independencia, en 1810. A los tres años pierde a su padre, don Juan Vicente Bolívar Ponte, de 60 años; a los nueve, a su madre, doña Concepción Palacios Blanco, de 32; y a los 10 a su abuelo materno y tutor, don Feliciano Palacios Sojo. Toda una infancia sin mayor afecto familiar. A los diez años, un encuentro inesperado e inolvidable con ese joven de espíritu libre y creador, de increíbles audacias intelectuales, de apenas veintiún años, que era Simón Rodríguez, su Maestro decisivo. Y a los once, ese otro encuentro con la excelencia de ese joven de inteligencia formidable, Andrés Bello López, de sólo 13 años, el futuro Maestro de América. A los dieciséis años, Bolívar viaja, el 19 de enero de 1799, a España; se familiariza con las ideas de la Revolución Francesa, las vive en París mismo; se casa a los diecinueve, el 26 de mayo de 1802, en Madrid, con María Teresa Toro Alaiza; y queda viudo a los veinte, el 22 de enero de 1803, en su hacienda de San Mateo, en el Estado Aragua, a 91 Km. de Caracas. Ese infortunio forja su espíritu acerado y tenaz, de implacable perseverancia y de increíble fortaleza Su ingreso a la Masonería Simón Bolívar ingresó a la Masonería a los 21 años, en Cádiz, en su segundo viaje a Europa, en enero de 1804, ya viudo de María Teresa Toro, después de ocho meses de su matrimonio. Había partido el 23 de octubre de 1803 y permanece tres años y medio en el viejo continente, de donde regresa a mediados de 1807. En sus tres viajes a Europa, en 1799, 1803 y 1810, permaneció allí algo más de siete años. Cádiz era un importante centro de actividades masónicas, en cuyas logias había ministros y oficiales de las Secretarías de Estado. Dada la influencia de la Masonería, que venía siendo persistentemente denunciada, el Rey de España, Fernando VI, la había proscrito en 1751. Menéndez y Pelayo cuenta que ya en 1748 había en Cádiz una logia con ochocientos afiliados (Historia de los Heterodoxos Españoles, 1880-1882). En Cádiz, Bolívar se
encuentra con sus tíos Esteban y Pedro y se pone en contacto con los patriotas venezolanos y de las demás colonias americanas Cádiz era el puerto con los mayores nexos de España con sus dominios de ultramar y gente importante de todos los continentes se movía allí entre las agitadas actividades comerciales y las influencias de las nuevas ideas. Se trataba de terminar con el poder despótico y evitar que los esfuerzos libertarios siguieran siendo indefinidamente postergados. Una concepción que las logias masónicas alentaban con sostenida visión. A partir de su ingreso a la Orden Masónica, Bolívar lleva una vida muy activa e intensa en Cádiz y, luego, en París, hasta buena parte de 1807. Lúcido y visionario como era, penetró y bebió rápida e intensamente la doctrina masónica, ya muy desarrollada en el Viejo Continente. En la primavera de 1804 llega a París y participa activamente en la Logia San Alejandro de Escocia, en su sede del boulevard Poissoniére, donde reitera sus juramentos de fidelidad al sistema republicano “como el más conveniente al Gobierno de las Américas”. Las reuniones ordinarias se celebraban el primer y tercer miércoles de cada mes. Militares y médicos eran los profesionales más abundantes, si bien, también, se registraban, en buen número, científicos, abogados, propietarios y varios artistas. Incluso había miembros de la Legión de Honor como lo señala la escritora francesa Gilette Saurat en su biografía sobre Bolívar, de acuerdo con documentos que se conservan en la Biblioteca Nacional de París. El historiador Ramón Díaz Sánchez adquirió en París el documento manuscrito, en lengua francesa, relativo a la recepción masónica de Simón Bolívar en el Grado de Compañero, y que entregó en propiedad, el 1º de octubre de 1956, al Supremo Consejo del Grado 33 de Venezuela. La recepción de Bolívar tuvo lugar, según el Diploma, “el undécimo día del undécimo mes del año de la Gran Luz 5805″, es decir el 11 de noviembre de 1805. El joven criollo dio entonces las gracias a los asistentes “en un francés fluido y elegante” mientras sus hermanos de la Logia, puestos de pie, lanzaron la triple aclamación tradicional de ¡huzé!, ¡huzé!, ¡huzé! (¡viva, viva, viva!) No era extraño, porque el general Guillermo Miller, que trató a Bolívar en el Perú en 1823-1825, recuerda que tenía una voz gruesa y áspera, que hablaba elocuentemente y, sobre todo, se distinguía en improvisar contestaciones “elegantes y adecuadas”. Antes de terminar el año de 1806, en fecha que no ha sido posible precisar, Bolívar era promovido al último de los tres grados simbólicos de la Masonería, el de Maestro, tal como figura en un folleto publicado por esa logia. Entre su iniciación masónica en Cádiz y su asistencia a la Logia en París, Bolívar viaja por Europa. El día en que Francia aclamaba delirante a Napoleón, estaba en París, en un apartamento en la rue Saint Honoré, por donde pasó el cortejo; fue el día en que el Papa Pío VII coloca sobre la cabeza de Napoleón, en la Iglesia de Notre Dame, el 2 de diciembre de 1804, la corona de Emperador. “Grande fue –dijo– la aclamación personal y el interés que despertaba su persona. Después de transitoria permanencia en Milán, Venecia, Verona, Bolonia y Florencia, Bolívar llega a Roma y el 15 de agosto de 1805, en el Monte Sacro, la más pequeña de las
siete colinas romanas, junto a su Maestro Simón Rodríguez, pronuncia su juramento: “¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”. Allí surge la decisión definitiva de conducir en América la inmensa obra emancipadora. Tenía 22 años. Bolívar había llegado por primera vez a París, por la vía de Bayona y Burdeos, el 20 de enero de 1801 –diez meses después que Miranda abandonara por última vez la capital francesa– de modo que ya tenía valiosas vinculaciones, acrecentadas ahora, a través de la Masonería, con figuras de significación e importancia en la vida francesa. Desde luego se reencuentra con Humboldt, quien, en su primer viaje a Europa, en 1799, le regaló un libro sobre “Los altos grados de la Masonería”, impreso en 1774, lo que seguramente debió ser el inicio de su interés por la Masonería. Humboldt, de 30 años entonces, estuvo un año y cuatro meses en Venezuela entre el 16 de julio de 1799 y el 24 de noviembre de 1800. En los dos meses y medio que Humboldt pasó en Caracas, había sido acompañado al Ávila por el joven Andrés Bello López, de 18 años, el futuro Maestro de América. Es el mismo Bello que, a petición de su tío Carlos Palacios, enseñó “bellas letras” y geografía a Bolívar. La vida masónica de Bolívar fue breve e intensa, todo su pensamiento político se ve estrechamente ligado a los ideales masónicos: combatir por la libertad y la justicia, la independencia, la unidad y la integración. No necesitó muchos años para ello. Las huellas están allí indelebles. En esa Logia de París –en su segunda de las dos permanencias en Francia, en 1802 y 18041806–, Bolívar debió asimilar intensamente los principios de la Masonería que expuso a lo largo de su vida, particularmente en sus principales documentos políticos como el Manifiesto de Cartagena (15 de diciembre de 1812), escrito a los 29 años y cuando hacía siete que había ingresado a la Masonería y en que traza la nueva estrategia de la Revolución; en la Carta de Jamaica (6 de septiembre de 1815) en que expone sus ideas sobre el futuro de la América Hispana; y en el Discurso de Angostura (15 de febrero de 1819) en que se refiere a la unidad de los pueblos, a la Gran Colombia, a la Patria Grande, para obtener su libertad, soberanía y engrandecimiento. El Grado 33 que el Comisionado Especial Joseph Cerneau trajo, también, desde Nueva York para Bolívar, no pudo recibirlo en Caracas porque en esa fecha, 21 de abril de 1824, el Libertador se encontraba en Trujillo, Perú, adonde había traslado su cuartel general el 2 de marzo, después de su grave enfermedad desde enero y por más de un mes en Pativilca, a unos 500 Km. al norte de Lima. Tampoco hay certeza que lo haya recibido más tarde. Por esos días, el 8 de abril de 1824, una aleccionadora providencia suya, emanada precisamente en Trujillo, referente a las actividades agrícolas, recomendaba respetar y no tocar las tierras de los indígenas y dar libertad a los esclavos.
El regreso de Europa. Cuando Bolívar regresa de su segundo viaje a Europa, a mediados de 1807,vía Hamburgo y Boston, la Orden Masónica estaba a 17 años de ser establecida institucionalmente en Venezuela, en 1824, aún cuando ya habían llegado sus principios desde Europa y Estados Unidos y se iban arraigando a través de sus primeros afiliados. Venezuela que aún no llegaba al millón habitantes. El Triángulo Masónico de Barcelona fue fundado tres años más tarde, el 24 de junio de 1810, y la primera Logia, la “Protectora de las Virtudes” N º 1, también de Barcelona, cinco años después, el 1º de julio de 1812, aún cuando los gérmenes doctrinarios venían desde mucho antes. Las actividades masónicas en París, la discusión sobre los trabajos de los enciclopedistas, sobre Rousseau, Comte y Saint-Simon, Fourier, Voltaire y Hegel, las jornadas de estudio filosófico que se organizaban de acuerdo con los métodos masónicos tradicionales, la presencia y aporte de figuras intelectuales y políticas relevantes en las logias, solidarias con las nuevas ideas de ese tiempo, estimulaban a la juventud europea más valiosa de ese tiempo y a los latinoamericanos que pasaban o se encontraban por allí. Bolívar se encuentra en Venezuela con un ambiente pre-revolucionario en que los principios de la Masonería, aún cuando ésta todavía no funcionaba institucionalmente, se abrían paso en el pensamiento progresista y libertario de la juventud, con los cuales él se identificaba. Tampoco había otros más amplios y libertarios. La monarquía española prohibía y confiscaba todavía, por muchos años, los libros que pusieran en peligro su estabilidad política. En 1816 se produjo una quema de libros por orden del segundo Arzobispo de Caracas Narciso Coll y Prat. Casi todos los sacerdotes y las autoridades eclesiásticas, que tanto peso tenían, eran conservadores, al igual que las principales instituciones de esa época, en estricta consonancia con las encíclicas en contra de la independencia hispanoamericana expedidas por el Papa Pío VII, el 30 de enero de 1816, y el Papa Clemente XII, el 24 de septiembre de 1824, en que reclaman sumisión y obediencia a la soberanía del Rey Fernando VII. Los escollos que se tenían eran inmensos. Cuando Bolívar hace su tercer y último viaje a Europa, a Londres, en junio de 1810, con Luis López Méndez y Andrés Bello López para exponer a Inglaterra los móviles de la decisión de la Junta Patriótica de Caracas en su línea contraria a Napoleón, seguían germinando en Venezuela las ideas masónicas, probablemente desde 1808 con la Logia
“San Juan de la Margarita” de Pampatar, en la Isla Margarita, o desde 1810 con el Triángulo Masónico de Barcelona en su firma tarea de fortalecer el pensamiento libre e independentista. La Gran Reunión Americana Miranda y Bolívar 1810 es el año del encuentro de Miranda, el venezolano más universal, y de Bolívar, el venezolano de siembra libertaria más vasta, ambos iguales en su común amor a la libertad y la independencia de América. Bolívar, Bello y López Méndez habían llegado a Portsmouth el 10 de julio de 1810 y tres días después tuvo lugar, en Londres, la entrevista en la propia casa de Miranda, en Grafton Street N º 27, donde funcionaba la Gran Reunión Americana, a la que se integran los tres ilustres patriotas. La Gran Reunión Americana, había sido creada, en 1798, por Miranda, en cuyo seno se fragua la emancipación continental, que se fortalece y afianza en Londres y en sus filiales, las Logias Lautarinas, ya extendidas con éxito, entre 1800 y 1823, en París, Madrid, Cádiz, Buenos Aires y Santiago de Chile. Las Logias Lautarinas, bajo la trilogía de Unión, Fe y Victoria, estaban dispuestas a concretar los ideales libertarios que estimulaba Masonería con los valores consecuentes que le dan justicia y dignidad al hombre. En las Logias Lautarinas fueron iniciados, de Chile, Bernardo O¨Higgins, José Miguel Carrera, José Cortés de Madariaga, Camilo Henríquez, Manuel José de Salas, Juan Martínez de Rozas, José Gregorio Argomedo, Bernardo Vera y Pintado, José Miguel Infante, Juan Mackenna, José Antonio Rojas, Hipólito Villegas, Santiago Mardones. De Venezuela: Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez. De Argentina: José de San Martín, Belgrado, José María Zapiola, Carlos María de Alvear, Bernardo Monteagudo, Juan Martín de Pueyrredón, José Antonio Alvarez Condarco, Mariano Moreno, Gregorio Gómez. De Ecuador: los quiteños Carlos Montúfar, Vicente Rocafuerte y Juan Pío de Montúfar. De Perú: Pablo de Olavide y José del Pozo y Sucre. De Colombia (Granada): Antonio Nariño, Francisco Antonio Zea, José María Vergara Lozano. De Italia: Francisco Isnardi. De Honduras: José Cecilio del Valle. De Cuba: Pedro José Caro. De México: Servando Teresa de Mier. La Logia “Lautaro” de Santiago fue fundada el 13 de marzo de 1813, en la calle Santo Domingo N ° 79, bajo la Presidencia del diputado y miembro del Congreso Nacional y futuro Libertador de Chile, don Bernardo O¨Higgins, quien tenía entonces 35 años. Entre sus miembros se contaban, entre chilenos y argentinos, José de San Martín, Antonio y José Irisarri, Bernardo Monteagudo, Manuel Blanco Encalada, Ramón Freire, Juan Gregorio Las Heras y otras prominentes figuras de ese tiempo. Lautaro era el cacique araucano, luchador indómito contra los conquistadores españoles, muerto cuando aún no cumplía 22 años, en 1557, e inmortalizado en “La Araucana” por el
poeta épico y militar español Alonso de Ercilla y Zúñiga, en 1569. Su nombre fue propuesto, en Londres, en 1798, por Bernardo O’Higgins, de 20 años, a su maestro, el Precursor Francisco de Miranda, como símbolo del origen libertario de América. Miranda, con sus apuestos 60 años entonces, habíase iniciado, muy joven, a los 23 años, en Madrid, en 1773, y Bolívar, con 27 años, iniciado a los 21 años, en Cádiz, en 1804, sellan ese encuentro con un triple y fuerte abrazo fraternal y el fervor íntimo de luchar por la liberación y la justicia de estos pueblos. Tenían una diferencia de 33 años. Bolívar se embarcó de regreso a Venezuela, de su tercer y último viaje a Europa, el 20 de septiembre de 1810, en el “Saphire”, y Bello y López Méndez se quedaron allí hasta que un día, años más tarde, partieron a Chile para siempre, donde fallecieron, en Santiago y Casablanca, en 1865 y 1841, a los 84 y 83 años, respectivamente 1810 es el año de la lucha napoleónica en Europa, del romanticismo frenético, del liberalismo individualista, pero, por sobre todo, de la reacción social. De la América española, pobre, marginada y sometida, procedían las cuatro quintas partes del oro y la plata que, a través de España, circulaba en Europa. En el continente, 1810 es un año de Sociedades Patrióticas y de Juntas Revolucionarias que surgen en Montevideo, México, Bolivia, Quito, Caracas, Buenos Aires, Bogotá, Santiago, Paraguay, Guatemala y Santo Domingo. En 1810 se desarrolla, también, un racionalismo que crece con la influencia del idealismo crítico y de los pensadores sociales, a través de grupos reducidos y logias masónicas de la época. De regreso a Venezuela en diciembre de 1810 y, luego, en los cinco países que liberó, Bolívar, como dice Pérez Vila, no fue un masón activo, a pesar de que casi todos sus amigos, militares y civiles, ya habían ingresado o estaban ingresando a la Masonería, para entregar el acervo de su devoción patriótica. Tampoco funcionaba en Venezuela, la Masonería, la que se establece institucionalmente en 1824. (Manuel Pérez Vila, “Fue masón, pero en Europa”, El Nacional, 26.11.1983). 22 años después de haber sido exaltado a Maestro, en 1806, en París, confiesa su desencanto con los hombres más que con la institución, cuyos principios libertarios jamás olvidó. (F. W. Seal-Coon en “Simón Bolívar, franc-masón”, Logia “Quatuor Coronati” N º 2076, Vol. 90, Londres, noviembre, 1978). El 21 de abril de 1824, el Comisionado Especial del Supremo Consejo Unido del Hemisferio Occidental, con sede en Nueva York, el joyero e intelectual francés, de 61 años, Joseph Cerneau, confirió en Caracas el Grado 33 a diversas personalidades, en su mayoría, como dice Briceño Perozo, adalides de la Independencia y quienes, pocos meses después, van a fundar la Masonería Venezolana, el 24 de junio de 1824, bajo la dirección del abogado barcelonés, de 42 años, Diego Bautista Urbaneja Sturdy, miembro de la Corte Suprema de Justicia, más tarde, Ministro de Hacienda (1830) y tres veces Vicepresidente de la República (1831, 1832 y 1847) (Mario Briceño Perozo en “Los Masones y la Independencia. La obra de Carnicelli”, separata del Boletín del Centro de Historia del Estado Falcón, Año XXXV, N º 34, diciembre 1988). En la nómina de las personalidades que figuran en el documento original del Archivo
Blanco-Aspurua, Tomo I, que se conserva en el Archivo General de la Nación, se encontraba Simón Bolívar, quien, en esa fecha, de 41 años, estaba en Trujillo, Perú, a unos 500 Km. al norte de Lima, recuperándose todavía de una grave enfermedad sufrida en Pativilca, razón por la cual no estuvo presente en la ceremonia. No se sabe si más tarde recibió tal distinción. Ese Supremo Consejo, cuya representación trajo Cerneau, existió, con sede en Nueva York, hasta 1867 cuando se fusionó con el Supremo Consejo del Grado 33 de la Jurisdicción Norte de los Estados Unidos, fundado en 1813, con sede en Boston y que, desde 1968, tiene su sede en Lexington, Massachusetts. 5.- Una obra gigantesca. El escenario físico de la acción de Bolívar en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, fue de más de 5 millones de Km. 2, equivalente a 23 países de Europa o al doble de los desplazamientos de Napoleón Bonaparte, con dificultades geográficas más temibles. Bolívar participó en 79 batallas liberadoras y cabalgó 64 mil Km. en 25 años de lucha y sacrificio y dejó no menos de 10.000 documentos, entre 2052 cartas y 193 proclamas. Es la inmensa proyección de su pensamiento y de su idea libertaria, capaz de sobreponerse a sublevaciones, a la desmoralización de tropas enteras, a excomuniones y aún a las condenas de la emancipación americana por Pío VI (12 de abril de 1816) y León XII (24 de septiembre de 1824) en favor de la dominación de Fernando VII. Sólo un espíritu muy vigoroso y luchador podía seguir, sin desmayo, adelante. Bolívar supo ganar batallas decisivas contra los aguerridos conquistadores: Boyacá (1819), Carabobo (1821) y Bombona (1822) libertaron a Nueva Granada, Venezuela y Ecuador y, dos años después, Sucre da el golpe final en Ayacucho, en el sur del Perú. Nunca se había peleado más y mejor por la libertad. El propio general español, Pablo Morillo, con quien Bolívar se entrevistó en el pueblo trujillano de Santa Ana, el 27 de noviembre de 1820, después de cinco años de encarnizadas batallas, dijo que “nada es comparable a la incansable actividad de este caudillo”. El 2 de agosto de 1825, el jurisconsulto peruano, Choquehuanca, alzó su voz en el caserío de Pucará para decir a Bolívar, bajo arcos triunfales, que había fundado cinco Repúblicas que “elevarán vuestra grandeza a donde ninguno ha llegado. Con los siglos crecerá vuestra gloria, como crece la sombra cuando el sol declina”. Una visión amplia y innovadora Aficionado a la lectura, hábito que conservó toda su vida, en su primera travesía del Atlántico, Bolívar llevaba a autores franceses modernos y a clásicos griegos en los que
encontraba filosofía y crítica fina. En Francia se adentra en los enciclopedistas, Montesquieu, Diderot y D´Alembert, Rousseau y Voltaire y los filósofos que encuentran eco en su sensibilidad y contribuyen a formar el germen cultural y social de la revolución francesa. Muchas de esas obras fueron origen de sus propias ideas políticas y le dieron una visión amplia e innovadora que rompía con la literatura de conformación y dogma de ese tiempo. O´Leary, Manzini, Pérez Vila, mencionan los autores escogidos por el Libertador, sin duda los más importantes de su época. Por allí viene la persistente curiosidad intelectual del Libertador, que su Maestro don Simón Rodríguez le despertó para siempre, respecto de ese mundo importante y complejo de la religión y la iglesia, visión que no está ni en sus discursos, ni en sus proclamas, ni en sus decretos, sino en sus cartas, donde se encuentran 238 pasajes relativos al tema (Gustavo Ocando Yamarte en “Perspectivas religiosas del Libertador”, El Nacional, 17.12.1980). A menudo el Libertador se refiere, con acento anticlerical, a una iglesia estrechamente vinculada con las autoridades españolas. “Los hijos de los esclavos que, en adelante, hayan de nacer en Colombia deben ser libres, porque estos seres no pertenecen más que a Dios y a sus padres, y ni Dios ni sus padres los quieren infelices” (Carta al Presidente del Congreso, Valencia, 14.6.1823) Hay quienes sindican a Bolívar como librepensador, de típica formación enciclopedista, laica y tolerante de un Dios racional que no interviene en la vida del hombre, que identifica a la iglesia con la España monárquica, aliada de la potencia absolutista contra América. Cova sostiene que el Libertador, espíritu luminoso de la Enciclopedia, racionalista ilustrado, fue “deísta a lo sumo” (Jesús Antonio Cova, “Ensayos de Crítica e Historia”, Caracas, Edit. “Cecilio Acosta”, 1941). Bolívar había sido excomulgado por un edicto de los gobernadores del arzobispado de Bogotá, los canónigos Juan Bautista Pey y José Domingo Duquesne, el 3 de diciembre de 1814, porque iba a saquear las iglesias, perseguir a los sacerdotes y destruir la religión. Las relaciones entre el clero y el gobierno republicano eran ciertamente difíciles. La propia Sagrada Congregación de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios del Vaticano le había señalado como liberal y ateo, en su sesión 116, del 4 de agosto de 1829. Principios Masónicos del pensamiento de Bolívar Lo más trascendente de la vida del Libertador está en su pensamiento político y en su espíritu de servicio a los seres humanos, sobre todo en el combate por la libertad y la justicia, por la independencia y la integración. En el Manifiesto de Cartagena del 15 de diciembre de 1812, el primero de sus grandes documentos políticos, Bolívar invita a redimir a los venezolanos de los padecimientos que sufren y propone una concepción de la independencia como un proyecto continental; en la Carta de Jamaica del 6 de septiembre de 1815 –perdida durante 18 años y publicada en
Caracas, en 1883, en la imprenta “Damirón y Dupuy”– y cuando sufre su tercer exilio caribeño, divide a los ciudadanos entre conservadores y reformadores, da la clave de su pensamiento político y casi adivina el porvenir de toda la América como visionario del futuro del hemisferio; y en el Discurso al Congreso de Angostura –ciudad fundada en febrero de 1764 por Carlos III y a la que se le dio el nombre de Ciudad Bolívar el 30 de mayo de 1846–, del 15 de febrero de 1819, Bolívar se refiere a la ineludible unidad de los pueblos –“Unidad, Unidad, Unidad, debe ser nuestra divisa”- para obtener su libertad y soberanía, alerta contra la anarquía y pide un orden de legalidad y justicia. En estos tres Documentos, el Manifiesto de Cartagena; la Carta y el Discurso, está lo más trascendente y brillante de la vida política del continente y el sello inequívoco de Bolívar en consonancia plural con la filosofía masónica y su proyección al campo social, integrador y político. No era sólo la unión de Venezuela con la Nueva Granada, lo que le preocupaba al Libertador, sino que había que marchar hacia el sur. Por eso parten los ejércitos a liberar a otros países, bajo la dirección superior del propio Bolívar, el maestro del porvenir americano. El mismo frustrado Congreso de Panamá, a que Bolívar había invitado y que se inaugura el 22 de junio de 1826, con delegados de Colombia, Guatemala, México y Perú solamente, sin poder superar los factores personales, estaba en ese superior propósito, todavía incumplido,de firme asociación latinoamericana. Si los principios universales de la Masonería estimulan el trabajo y la lucha por el advenimiento de la justicia, sobre todo hacia los más desamparados, si exige a sus adeptos una eficaz contribución al mejoramiento de la colectividad y si acepta los postulados de libertad, igualdad, fraternidad y solidaridad social, no hay duda que en aquellos documentos estelares del Libertador, está presente la influencia cierta y benéfica que ejerció la Masonería, en muy breve tiempo, sobre su espíritu. En los tres documentos están los principios progresistas de la Masonería, con los cuales Bolívar se identificó como reformador social e hizo suyos desde su ingreso, particularmente en lo que dice relación con la liberación política, económica y espiritual de los pueblos, el rechazo moral a la discriminación basada en las diferencias de origen y color, la eliminación de las barreras religiosas y raciales, la lucha contra la exclusión y explotación del hombre por el hombre y el combate a los privilegios y la intolerancia. Ahí están, sin acomodos, los principios de la Masonería y ahí están, auténticos, el pensamiento y las ideas de Bolívar que él expuso, con su propio acento patriótico, en sus decretos, mensajes, manifiestos, proclamas, proyectos constitucionales y discursos. Por eso, granadinos, venezolanos, quiteños, peruanos, bolivianos, hijos de aymarás y de incas, negros y blancos, indios y mulatos iban detrás de Bolívar, convencido que no hay más diferencias que las que nacen del servicio a la Patria, de la libertad, de la solidaridad y del servicio a las gentes más modestas y desprotegidas de la sociedad.
La Conjura de Septiembre En la lluviosa noche del 25 de septiembre de 1828 se produce en Bogotá, en el antiguo palacio de San Carlos, un atentado contra Bolívar. Los conjurados son doce ciudadanos unidos a veinticinco soldados dirigidos por el teniente-coronel Pedro Carujo Hernández, venezolano, de 26 años, ayudante del Estado Mayor; Agustín Horment, francés, de 29 años, ex agente de una firma exportadora inglesa y miembro de lucrativas empresas mercantiles bogotanas; Wenceslao Zulaibar, colombiano, de 24 años, rico comerciante del grupo antioqueño negociador y administrador del empréstito inglés; y Florentino González, colombiano, de 23 años, hijo de una familia adinerada con importantes propiedades y recursos financieros en la provincia del Socorro y en Bogotá. Entre los conspiradores había, también, altos militares colombianos, un sacerdote y masones disidentes, que se habían agrupado, con aparentes fines culturales, en la “Sociedad Filológica” de Bogotá, fundada el 8 de mayo de 1828. Esta institución se reunía disfrazada y secretamente, en el Barrio de Santa Bárbara bajo la dirección de ambiciosos y desleales dirigentes políticos y, como siempre, de grupos financieros que rechazaban el aumento de impuestos y el restablecimiento de la alcabala, decretado por Bolívar, para los negocios de mayor cuantía dada la grave situación económica que se vivía (Indalecio Liévano Aguirre, ex Canciller de Colombia, “Razones Socio-Económicas de la Conspiración de Septiembre en Bogotá”, Archivo General de la Nación). Al General Santander le había dicho, al regresar de Perú, que “a él no le entregaban una República para gobernar, sino una sociedad en bancarrota para liquidar”. Mes y medio más tarde del fracasado atentado, el 8 de noviembre de 1828, Bolívar decreta la prohibición de las sociedades o confraternidades secretas, sin hacer referencia directa a las logias masónicas, pero también sin excluirlas, lo que las afectó seriamente, no obstante que la prohibición estaba dirigida a asociaciones como aquella Filológica de Bogotá y las llamadas “Sociedades de Salud Pública”, creadas con propósitos igualmente enceguecidos por la pasión política. El Tribunal de la Comandancia General del Departamento de Cundinamarca, cuya capital era Bogotá, que juzgó y condenó a los conspiradores, estuvo presidido por el Ministro de Guerra y Marina, General en Jefe Rafael Urdaneta Farías e integrado por cuatro generales, José María Córdova, Joaquín París Ricaurte, Pedro Alcántara Herrán y Francisco de Paula Vélez, dos coroneles y cinco abogados, todos destacados miembros de la Masonería, lo que reveló la inmediata y enérgica actitud de esta institución en contra de tan vil atentado. El decreto, que no tenía nada en contra de la doctrina masónica, como dice el ilustre masón, historiador y académico, Mario Briceño Perozo, no podía estimarse como un cambio en sus ideas, porque Bolívar siempre fue muy firme en ellas, sino como una medida, con su corazón muy dolido como estaba, eminentemente política. Además, no hubo inconsecuencia con la hermandad y menos traición a la misma; de su consecuencia da prueba irrecusable el perdón para los conspiradores, procesados y condenados como responsables del infame atentado. Años después, uno de los jefes de la conspiración, el comandante barcelonés Pedro Carujo, en nombre de la llamada “Revolución de las Reformas”, fue uno de los que apresó, en su casa, por “antipatriota”, al Presidente
Constitucional de Venezuela, el ilustre médico y masón, Dr. José María Vargas, quien partió al exilio a la isla de Saint Thomas, luego del golpe del 8 de julio de 1835. Carujo terminó sus días en una cárcel de Valencia. Esos hechos suceden a la declaración que Bolívar le hace al controvertido Luis Perú de Lacroix, cuatro meses antes, el 11 de mayo de 1828, en Bucaramanga, en el sentido de que había sido iniciado en la Masonería y que había sido exaltado al Grado de Maestro por conocer aquellos misterios, pero que no siempre se había encontrado en ella con hombres de mérito. Su partida prematura. El 27 de abril de 1830 Bolívar renuncia a la Presidencia ante el Congreso de Bogotá y comienza su doloroso camino. Días después recibe con indescriptible amargura el ruin acuerdo del Congreso de Valencia del 6 de mayo de 1830 de desterrarlo de Venezuela y de amenazar con la guerra si el Libertador permanecía en territorio colombiano. ¡Jamás había sido un traidor a su Patria!. Querían, en el fondo, “repartirse a Venezuela en feudos para su propio encumbramiento y beneficio” (Liévano Aguirre en “Bolívar”). Su amigo leal y sabio, el Dr. José María Vargas, es la única excepción ante tan infame agravio. Las lágrimas corrieron entonces por su rostro. Ya enfermo, recuerda su última e ilusionada visita de seis meses a Caracas, a donde llegó, tres años antes, en la mañana del 10 de enero de 1827. Había recorrido, en barco y cabalgadura, 6.730 Km. desde Bolivia y Perú. En la plaza principal abrazó emocionado a sus hermanas María Antonia y Juana y a la Negra Matea, que le había acunado en sus brazos. La desilusión es grande, un dolor del alma. El 1 ° de julio de 1830 recibe una última y dolorosa prueba: el asesinato, el 4 de junio, en el sur de Colombia, en La Jacoba, dentro de las montañas frías de Berruecos, del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. “Se ha derramado la sangre –dijo- del inocente Abel”. Poco después recibió la última carta de Sucre, escrita el 8 de mayo de ese mismo año, en que se despedía del jefe y del amigo: “Adiós, mi General, reciba Ud., por gaje de mi amistad, las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Ud. Sea Ud. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo”. Era la hora de partir. Llega a Santa Marta, en el bergantín “Manuel” de un hidalgo español, desembarca, ya sin poder caminar, a las 7.30 de la noche del 1º de diciembre de 1830, acogido por la generosidad de ese ejemplar español, de Cádiz, Joaquín de Mier y Benítez y su digna esposa, Isabel Rovira, que le ceden su cómoda Quinta, de un solo piso y de frescas baldosas, de San Pedro Alejandrino, a 5 Km. de la bahía. Un lugar bellísimo, donde se cultivaba la caña de azúcar y donde el Libertador habría de dar su último suspiro ese medio día del viernes 17 de diciembre de 1830, a las 13 horas y 3 minutos. Desde allí sus restos mortales fueron llevados a la capilla ardiente que se levantó en la casa de la aduana de Santa Marta. La muerte de Bolívar, a la temprana edad de 47 años, – suficientes para llenar de prodigios la historia continental– fue uno de los más duros
golpes experimentados en el continente. No le sobrevivió la Gran Colombia, la Patria Grande. Amigos fieles, en tan tristes momentos, a su lado: su abnegado médico, de 34 años, el francés Alejandro Próspero Reverend, el general venezolano Mariano Montilla y su criada, la quiteña Fernanda Barriga. Reverend –que murió, el 1º de diciembre de 1881, a los 85 años, en Barranquilla, Colombia, y cuyos restos se encuentran en San Pedro Alejandrino, en Santa Marta– diría después: “No tengo más título que el de haber sido el último médico de Simón Bolívar, el Genio de América”. En su cuarto, ese 17 de diciembre, todo era prestado, la cama y la cobija. Se fue con una camisa del General José Laurencio Silva, masón como él, porque las suyas estaban rotas. Era el mismo día, 17 de diciembre, en que hacía once años, se había dictado la ley fundamental de la República de la Gran Colombia (1819-1830). Lo único que deja Bolívar son las tierras de Aroa, que eran de sus abuelos, y que tenía hipotecadas. Ni casas, ni dinero, ni oro, sólo unos papeles, una espada, que le deja a la viuda de Sucre, unas medallas y dos libros que le había regalado el general Robert Wilson, padre de su edecán irlandés Belford Wilson, que habían pertenecido a Napoleón –”El Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau y “Del arte militar en general” del general Raimondo Montecuccoli– y que dejaba a la Universidad de Caracas. El Claustro Universitario los recibió el 1 ° de mayo de 1848. Será necesario decir que es un ejemplo señero en la vida política de todos nuestros pueblos. El día 11, seis días antes de su muerte, firmó su última carta de entendimiento y fraternidad dirigida al General Justo Briceño Otálora, pidiéndole su reconciliación con el General Rafael Urdaneta, ambos dirigentes de la Masonería. Deja en su testamento, el mismo día 10 de diciembre de 1830, en instantes de lucidez –ya muy grave, como dice el abnegado médico francés Alejandro Próspero Reverend, en uno de sus 33 boletines, emitidos en los 17 últimos días de su penosa enfermedad–, un testimonio de honda elocuencia: “Colombianos: Mis últimos votos son por la felicidad de la Patria”. Murió tranquilo y lleno de esperanzas, sus posiciones frente a Miranda en la noche negra de su detención el 31 de julio de 1812, y de Piar, el héroe de San Félix, fusilado el 16 de octubre de 1817 con que Venezuela tomó posesión de Guayana, hacía mucho tiempo que las tenía rectificadas, corrigiendo su error y honrando a la justicia. Era su inmenso patrimonio moral.Su leal y sabio amigo, José María Vargas, el Presidente de 1835-1836, también masón, va a ser su albacea testamentario, encargo que cumple con notable acuciosidad. El 21 de enero de 1831 llegó a Maracaibo la noticia de su muerte. En la “Gaceta de Venezuela” N º 6 del 13 de febrero de 1831, se hace presente que dicha noticia fue recibida con regocijo (Carlos Edsel, “Cómo la mezquina prensa se refirió a la muerte del Libertador”, El Nacional, 1.2.81). Mientras muchos se regocijaban por la muerte del Libertador, los periódicos de Londres, Nueva York y de Santiago de Chile decían que Bolívar era una figura gloriosa. Este anti-bolivarianismo, alentado siempre por los separatistas de la Gran Colombia, contrastaba con los despachos de los más importantes periódicos europeos y
latinoamericanos. “Le Figaro” de París del 22 de marzo de 1831 señalaba que Bolívar ya tenía un monumento indestructible en el corazón de sus compatriotas y de todos los amigos de la libertad mientras “El Araucano” de Santiago de Chile del 16 de abril de 1831, junto con destacar los servicios gloriosos prestados por Bolívar a la independencia americana, publicaba el decreto del Gobierno que disponía duelo nacional por ocho días. Los funcionarios públicos chilenos vistieron de luto como “profundo dolor por tan triste pérdida”. (Fermín Luque, “La prensa ante la muerte de Bolívar”, El Nacional, 17.12.1983). Esa solidaria actitud del pueblo chileno no fue casual. En su correspondencia, Bolívar siempre había exaltado “la afinidad de principios que lo unía” al Libertador de Chile, Bernardo O`Higgins, Además, no se olvidaba el fraterno discurso que Bolívar pronunció en Lima en homenaje a Bernardo O’Higgins, el 7 de septiembre de 1823, en el agasajo que las autoridades peruanas ofrecían al desterrado Libertador de Chile, que con singular abnegación cívica había abdicado al mando supremo de su país el 28 de enero de 1823. Los restos del Libertador tuvieron que esperar doce años, en Santa Marta, para que se cumplieran sus deseos testamentarios, de que fuesen sepultados en la Caracas de su país natal, el 17 de diciembre de 1842, en la segunda Presidencia del general Páez. En 1842 la plaza principal de Caracas toma su nombre; en su centro se encuentra, desde el 7 de noviembre de 1874, la estatua ecuestre, réplica de la obra hecha, quince años antes, por el escultor italiano Adamo Tadolini para la Plaza del Congreso de Lima. Desde el 28 de octubre de 1876, durante la primera Presidencia de Antonio Guzmán Blanco, sus restos reposan en el Panteón Nacional, templo de la gratitud nacional, en un sarcófago de bronce, obra del escultor español Chicharro Gamo. Manuela Sáenz, su compañera admirable y generosa, a quien había conocido en Quito, el 16 de junio de 1822 y de quien se había despedido en Bogotá el 8 de mayo de 1830, estaba lejos, en la capital, sin poder asistirle. En más de una oportunidad le salvó la vida de crueles atentados. Era la gran ausente. Manuela Sáenz murió 26 años después que el Libertador, el 23 de noviembre de 1856, a los 59 años, en Paita, Perú, una bahía visitada entonces por los balleneros de New Bedford, donde había llegado en 1836 y abierto un pequeño negocio en que vendía tabaco y dulces, al mismo tiempo que hacía de traductora de inglés para vivir. Un día la visitaron allí el insigne patriota y masón italiano Giuseppe Garibaldi; el Maestro del Libertador, Simón Rodríguez, en 1843; y el escritor e historiador peruano Ricardo Palma. Sus fieles sirvientas negras, Nathán y Jonatás, habían muerto antes, también de difteria. (Alfonso Rumazo González, “Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador”, Edit. Medite rráneo, Madrid, 1982). Un mensaje luminoso El pensamiento de Bolívar, con sus raíces liberales, es el inspirador de importantes reformas sociales y políticas. Bolívar es, con su genio y tenacidad, el gran venezolano que quiso ser útil a la Patria Grande, que hace honor a su iniciación en Cádiz y a su breve e intensa actividad masónica en París. Supo imprimir a su vida, los principios libertarios y generosos de la Masonería, sin pedir nunca nada a cambio.José Martí dijo un día que
“Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho de los hombres a gobernarse a sí mismos, como el derecho de América a ser libre”. La Masonería no pone el peso de la historia en el pasado, porque hay necesidad de ver y abrir caminos hacia el porvenir y hacia el desarrollo social, espiritual y moral de la sociedad. Cada tiempo tiene sus propios desafíos. No solo el pensamiento masónico, sino toda la sociedad enfrenta el desafío que significa su largo reordenamiento en el papel que juegan los Estados Unidos, Europa y China, Rusia y Japón, y el reclamo creciente de justicia, tolerancia y paz en el mundo. granlogia.wordpress.com/resena-historica/bolivar-en-la-masoneria/