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CINE Y SERIES

Babylon

Damien Chazelle

DAMIEN CHAZELLE, avalado por Hollywood como el director más joven en conseguir un Oscar con solo treinta y dos años por “La La Land” (16), se suma con “Babylon” a los cineastas que han sacado los colores a la Meca del Cine como Billy Wilder (“El crepúsculo de los dioses”, 50), David Lynch (“Mulholland Drive”, 01) o Robert Altman (“El juego de Hollywood”, 92), entre otros. A diferencia de estos, Chazelle opta por la opulencia, por devolverle a Hollywood la misma fuerza avasalladora con la que, parece decirnos, ésta tritura esperanzas, destruye ilusiones y aniquila ánimos: “Babylon” cruza la fastuosidad de Baz Luhrmann con la mugre de Darren Aronofsky. Aunque el cineasta ya había hablado de los sacrificios y las frustraciones en la urbe angelina en “La La Land”, “Babylon” sorprende, al ser de alguien que en cintas anteriores se había mostrado más cerebral que apasionado, por la virulencia del retrato de un momento crucial de la historia del cine, el advenimiento del sonoro. Busca víctimas y las encuentra, sobre todo, en un galán en decadencia (Brad Pitt con piloto automático) y una joven estrella asilvestrada aplastada por el sistema (una entregada Margot Robbie). Como si tuviera que rendir cuentas urgentes e inesperadas a una industria que, al menos sobre el papel, parece haberle sido generosa, Chazelle concentra excesos de todo tipo y se sirve de un humor escatológico para dibujar un panorama ciertamente babilónico. El problema yace en que Chazelle tiene claro dónde quiere llegar y, pese a que incluye dos o tres momentos brillantes, no le importa demasiado la argamasa que los une. J PICATOSTE VERDEJO

COMO FENÓMENO, esta muñeca diabólica poseída por el glitch es absolutamente incontestable. Hay un carisma infalible en esa frialdad algorítmica y una comedia ridículamente efectiva en ese rostro inexpresivo que parece no estar de acuerdo con el tono melodramático que le toca en ocasiones interpretar. Puede que desde Blumhouse se menospreciara la iconicidad de su criatura. Poco importa en “M3GAN” más allá de M3gan. El atractivo reside exclusivamente en ese cuerpo imprevisible, siempre al borde del uncanny valley, sin miedo a recorrer todos los espectros del terror: desde impasible licántropo hasta actualización hyperpop de Sia. Sin duda la potencia de la propuesta está aquí, haciendo que el componente dramático, a medio camino entre “Black Mirror” y “Papá por sorpresa” (07), acabe

M3GAN

Johnstone

entendiéndose como una forma poco inspirada de descafeinar la experiencia. Tampoco quiero que este texto se convierta en una pataleta. No quiero parecer ese Homer Simpson que proponía que, mientras Poochie no estuviera en escena, el resto de personajes tuvieran que preguntarse todo el tiempo dónde estaba (por mucho que en la sala de cine cada silencio por parte del público hubiera podido traducirse como un desgarrador “¿¡dónde está M3gan!?”). Pero no puedo evitar sentir que Gerard Johnstone no ha entendido a su hija. Si la película se empeña en subrayar a M3gan como metáfora de ese contenido online, que se adapta a las necesidades de los más pequeños a cambio de su atención, cuesta justificar su falta de inspiración a la hora de exprimir las posibilidades mediáticas del títere.

DANIEL GRANDES

TRAS EL ENORME ÉXITO –comercial y de crítica– de “Drive” (20), Nicolas Winding Refn podría haberse convertido en uno de tantos artesanos foráneos al servicio de la industria de Hollywood. Sin embargo, optó por el camino contrario; y en “Copenhague Cowboy” nos lo encontramos libre de ataduras como nunca. Se trata de su segunda serie, tras ras la extenuante y brutal revisión de su imaginario que fue “Too Old To Die Young” (19). “Cowboy de Copenhague” es mucho más breve, una criatura bastante más ágil y veloz. Lo que no cambia son sus señas de identidad: escenarios desolados de los bajos fondos, planos secuencia extendidos hasta el infinito, una maravillosa banda sonora de Cliff Martinez, unos protagonistas taciturnos y solitarios que se mueven como samuráis urbanos impelidos por una misión que nadie más co- noce, representaciones grotescas del mal absoluto como antagonistas y un sentido del humor oscurísimo, que se expresa sobre todo en sus lacónicos diálogos. Miu (una magnética Angela Bundalovic) llega a Copenhague desde el este de Europa. La ha traído una organización gangsteril que se dedica a la trata de mujeres para la prostitución; ella es una “moneda de la suerte”, una especie de sanadora mística cuyos poderes van a intentar aprovechar en su beneficio. Sin embargo, Miu es una muchacha mucho más peligrosa de lo que parece indicar su frágil aspecto físico... Y lo que empieza como un noir un tanto extravagante deriva en algo que podría definirse como una combinación entre las historias de superhéroes y el Lynch más desatado, pero que, en realidad, sólo es puro Winding Refn.

JOSÉ MARTÍNEZ ROS

EL CINEASTA COREANO Park Chanwook ha relatado en alguna ocasión que quiso convertirse en director de cine después de ver “Vértigo (De entre los muertos)” (58). Ha mostrado a lo largo de una carrera su admiración por Alfred Hitchcock siempre que ha tenido ocasión. Pero nunca se había acercado tanto al maestro británico como en “Decision To Leave”, un extrañísimo noir que, bajo la superficie de una muy retorcida intriga criminal, oculta el corazón enfermo de una historia de amor fou salvaje y desesperada. Como en “Vértigo”, tenemos como protagonista a un detective minucioso y concienzudo hasta la obsesión, Hae-joon, interpretado por un estupendo Park Hae-il. La muerte de un burócrata del departamento de inmigración lo pone en rumbo de colisión con su esposa, una inmigrante china,

Song Seo-rae, que trabaja como cuidadora de ancianos. Y ese caso se volverá su condena: una relación que hará que se desmorone su vida profesional y matrimonio. Seo-rae es Tang Wei, de la que los cinéfilos de todo el planeta nos enamoramos en la magnífica “Deseo, peligro” (07) de Ang Lee, aquí, con un papel dificilísimo, a la vez maquiavélico y atormentado, están aún más magnética. “Decision To Leave” fuerza en varias ocasiones la suspensión de la incredulidad de los espectadores, hasta una secuencia final arrebatadora visualmente, pero muy difícil de justificar en lo que se refiere a la lógica de los personajes. Pero, a esas alturas, la mayoría de los espectadores están hechizados por ese prestidigitador de las imágenes que es Park Chan-wook. El viejo Hitchcock estaría orgulloso.

JOSÉ MARTÍNEZ ROS

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