Las noches prohibidas de Chicago

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Las noches prohibidas de Chicago En The Violet Hour está estrictamente prohibido el uso de teléfonos móviles.

Está escrito en su Constitución: son tiempos de libertad para el licor. Podría correr como un río entre sus calles, pero no… A 80 años del final de la prohibición, Mónica Isabel Pérez fue testigo de cómo Chicago sigue cubriendo a lo mejor de su escena nocturna con un halo de ilegalidad, del encanto que sólo tienen lo secreto y lo indebido. Fotos: Tigre Escobar


G

ood old days are back again!, era la opinión popular aquel 5 de diciembre de 1933. Ni la gente ni los medios hablaban de otra cosa: “¡La Prohibición por fin ha terminado!”, gritaba el encabezado del Daily Mirror, “La revocación a la Prohibición fue ratificada a las 5:32 PM: Roosevelt llama a la nación a la barra del bar”, decía The New York Times. El Día de la revocación (The Repeal Day), como se le conoce ahora, era digno de celebrarse: el Senado estadounidense por fin aceptaba que la ley que por 13 años había prohibido el consumo de alcohol, había sido un fracaso estrepitoso. La falla era evidente: sin importar lo que la ley dijera, los locos años 20 fueron eso, locos, porque nunca faltó el alcohol, sino al contrario. Eran años de abundancia. La Gran Guerra acababa de terminar y Estados Unidos se perfilaba como el nuevo imperio. Estaban viviendo una prosperidad económica nunca antes vista y los ojos del mundo estaban puestos en ellos. Y quizá, mirándolo en retrospectiva, la presión por ser la sociedad perfecta apoyó a que el Congreso cediera al Movimiento de la Templanza que, nacido 100 años antes de la Prohibición, estaba formado por un conjunto de asociaciones

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civiles convencidas de que el alcohol era la causa de todos los males sociales. Durante décadas emprendieron una lucha feroz que culminó en 1920 con la aprobación de la Enmienda xviii en la que se prohibía la manufactura, venta y transporte de bebidas alcohólicas, haciendo aparentemente imposible su consumo. Sin embargo; decíamos, lo que menos faltó durante esos 13 años fue alcohol… y tampoco se escatimaba en pólvora.

The Office es el bar de Grant Achatz; sólo se puede acceder al bar por invitación o reservando para fiestas privadas. Abajo: pintura de Al Capone, en Untitled.

Jugando a Eliot Ness Camino por la noche de Chicago tratando de hallar al menos uno de esos famosos establecimientos ilegales donde el choque de copas y las risas sonaban libremente bajo el humo del tabaco, sobre las notas de jazz que, a veces, si algún mafioso no había tenido un buen día, se veían interrumpidos por los sonoros estallidos de sus armas. Los años locos… los años en los que la gente “hablaba bajo” cuando se trataba de pedir un trago. “Speak easy”, era lo único que los dependientes de los bares encubiertos suplicaban a sus clientes. “Speak easy” porque no querían que alguna indiscreción los pusiera en evidencia. Y de tanto pedir lo mismo, el nombre se les quedó. “Speakeasys”, esos pequeños secretos urbanos que calmaron la sed de los habitantes de Chicago y que, al mismo tiempo, fueron cómplices y testigos de su mayor época de corrupción. t r av e l+l e i s u r e

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un breve espacio en el que sólo encuentro un letrero blanco con una lista de reglas de las que recuerdo, al menos, las primeras: “Prohibido hablar por teléfono y traer aquí a gente que no llevarías a la casa de tu abuela”. “Por fin encontré un speakeasy”, pienso, pero al quitar la pesada cortina de terciopelo que hay frente a mi sólo hallo oscuridad. Imposible ver algo. Debo dejarme guiar por las voces: “¿sólo una persona?, ¿en la barra está bien?, ¿te gustaría un coctel?” Poco a poco, mis ojos se acostumbran y sí, puedo ver que he encontrado lo que busco. Esbozándose gracias a la luz de las velas, descubro un sitio que, escondido tras una pared grafiteada de la que no se espera nada, resulta un bar elegantísimo. Pido un Bless Your Heart –bourbon, limón, amer picon, jarabe de frambuesa y cáscara de naranja– porque ¿quién no quiere tener un corazón bendecido?

Vodka de canela, en CH Distillery; River North es el pulso de la vida nocturna; Rebar, localizado en el edificio Trump.

Síndrome de Estocolmo Es una cuestión natural: no hay nada tan placentero como lo prohibido. Y durante los años 20, Chicago se convirtió en una ciudad experta en ello. Los speakeasy estaban por doquier, proveyendo a la sociedad del elíxir sobre el que Al Capone –quien dicen, controlaba 10,000 de estos establecimientos–, Bugs Moran y otros grandes nombres de la mafia, cimentaron su fortuna y su poder. Claro que con la revocación se acabaron los secretos y los disfraces. Después de 13 años, los bares podían ser bares de nuevo, abierta y obviamente. ¿Felicidad? Por supuesto. Pero después de unos cuantos años de euforia y, como si se tratara de un síndrome de Estocolmo –aquel en el que la víctima de secuestro liberada extraña a su captor y su encierro–, con la legalidad llegó un poco de desencanto…

Untitled tiene la colección de whisky más grande del mundo.

Hablando bajo Renuncio a la posibilidad de encontrar aquellos lugares míticos mientras deambulo bajo un puente cercano a Wicker Park y escucho una voz: “Oye, ¿no quieres un trago”. Y entonces la miro: es una mujer rubia, menudísima, de edad indescifrable –podría tener 20 o 40–. Habla murmurando y eso me parece una buena señal. Así que le digo que sí, que quiero un trago, que busco un lugar calmado para disfrutarlo. Tardo más en explicar lo que quiero que ella en abrir una pequeña puerta negra que, interrumpiendo el grafiti que adorna la pared, antes me había parecido imperceptible. “Bienvenida a The Violet Hour”, me dice y cierra la puerta dejándome sola en 56

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Las fiestas tras las puertas Ahora que sé que los noctámbulos de Chicago siguen siendo fieles al espíritu de la prohibición, ando con más cuidado, fijándome en cada puerta o local que pueda resultar mínimamente sospechoso. Así llego a Maria’s, una vinatería ubicada en uno de esos sitios a los que nadie va, justo en la frontera de Chinatown. Un lugar prácticamente desierto, sin aparentes motivos para hacer una visita: no hay galerías, no hay boutiques, no hay restaurantes… no hay nada excepto ese pequeño expendio de licores donde la buena sorpresa es que venden cervezas del mundo entero. Pero algo parece extraño… una puertecita detrás de la caja es la señal, de modo que me dirijo a la dependienta –una viejecita china muy amable– con la voz más firme que puedo y le digo: “Quiero pasar al bar”. “¿Cuál bar?”, responde ella. Y le digo que no me puede engañar, que sé que hay un bar detrás de aquella puerta. Ambas sabemos que sabemos, esto sólo es parte de un juego, de un divertido protocolo que ojalá nunca se deje de ejecutar, y me dice “Muéstrame tu identificación”. Una vez dentro, Maria's ya es Maria’s de verdad. No es una vinatería, sino un bar, uno con un ambiente peculiar: un poco latino, otro tanto hipster, un toque de decadencia y clandestinidad. Su coctelería queda en la memoria como un buen recuerdo, en especial si se toma el Dark & Stormy Night in Bridgeport, mezcla de ron especiado, cerveza de jengibre, un poco de angostura y limón. Los locales me miran. No es común ver turistas por ahí. Aprovecho la atención y confieso que quiero conocer todos los speakeasy que pueda, así que me recomiendan ir a The Aviary. Un bar en una oficina en un aviario Lo interesante de ir a The Aviary es no contentarse con el primer nivel: es un restaurante de moda en un barrio de moda. Es normal caer. Cualquiera se quedaría en ese piso que recibe con buena comida y glamour. Pero la tentación de quedarse no es más que un obstáculo que vencer, porque el verdadero encanto está en el sótano. Eso sí, hay que seguir el protocolo, que para mí ya comienza a convertirse en rutina divertida: —Quiero entrar a The Office. —¿Qué The Office? —Pues ya sabes, The Office. t r av e l+l e i s u r e

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—Ok… ¿Quién te dijo? —Yo me enteré. —Creo que hay lugar para una persona… Y entonces, el encargado me lleva por unas escaleras, lejos de las risas escandalosas y de las charlas acerca de lentejuelas y bolsas de diseñador. Me da una llave y me muestra cómo abrir. Y entonces lo veo: un lugar como esos que se extinguieron hace 80 años. Hecho de madera y terciopelo. Elegante, extrañamente callado, lleno de hombres más bien maduros que disfrutan un habano bajo la media luz que otorga un candelabro. Me siento en la barra y pido “algo fuerte… todo menos un trago para niñas” y el mixólogo me mira con incredulidad. “¿Te gusta el bourbon?”. El resultado es brillante: un bourbon con aroma a habano gracias a un proceso de ahumado que permite que el olor se quede sin que el sabor del licor se vea afectado. Eso, más un poco de especias, toronja y maple, devienen en un coctel poderoso, masculino y embriagante como el ambiente en que es bebido. Una pequeña tregua The Congress Hotel no es un hotel cualquiera. Ubicado en Michigan Avenue, está rodeado por todas las atracciones de la ciudad. Es, digamos, un lugar común.Y también un lugar de paz. Es aquí donde los mafiosos se daban tregua. Dicen que sólo una vez se le pasó la mano a alguien que se decía amigo de Al Capone. Un hombre cuyo nombre ya ha sido olvidado que protagonizó una escena de celos cuando el pianista del hotel flirteó con la mujer que lo acompañaba. Sólo sonó un disparo y la fiesta terminó. Fue el único altercado registrado. Cuentan, ahora, que algunas noches el piano se sigue escuchando, aun cuando nadie esté en el salón para tocarlo… Es un lugar donde los locos veinte mostraban un poco de cordura. En la barra encuentro un buen sitio para tomar un descanso y recibir un consejo del barman: “No dejes de ir al Ada”.

Los gángsters siguen merodeando En 1931, Eliot Ness y su equipo de agentes –conocido como “los intocables”– consiguieron condenar al aparentemente invencible Al Capone a 11 años de prisión por cinco de los 23 cargos que se le imputaban. 58

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Desde la izquierda: Ada St. tiene una encantadora "biblioteca de vinos"; Untitled es perfecto para una salida entre amigas; Rebar cuenta con Liquid Kitchen, un extenso programa de mixología.

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Guía T L nocturna de Chicago dónde comer y beber The Violet Hour theviolethour.com $$ The Office theaviary.com $$$ Ada Street adastreetchicago.com $$

C H I C A G O

Clima 30ºC

Store Front Company thestorefrontcompany.com $$$ The Congress Hotel congressplazahotel.com $$$ Untitled untitledchicago.com $$$ dónde dormir

CH Distillery chdistillery.com $$$

Public Chicago publichotels.com $$$$

Mercat mercatchicago.com $$

Trump Hotel trumphotelcollection.com $$$$

30 días

Violet Hr.

Ada Street

0ºC 0 días

-15ºC

The Office

en e fe m b a r a br m ay ju n ju ag l o s ep o c n t o v d ic

Todo lo que no brilla es oro Ada Street es una calle minúscula no muy lejana a Wicker Park: un callejón industrial donde lo único que hay a la redonda es un Home Depot. Pero he aprendido que aquí las apariencias engañan para bien y que lo mejor que puedo hacer es tocar la puerta. La pequeña puerta lleva a un pasillo angosto que se usa como cava, que lleva a un salón y luego a otro y luego a otro más que termina en un jardín donde hay una parrilla y una mesa de ping-pong. El ambiente es mucho más relajado que en los bares anteriores donde he estado. Es como entrar a una casa de campo de esas en las que hay grandes fiestas, pero que nunca se habitan del todo. Es, quizás, uno de los sitios más versátiles: bar, pero también restaurante, abierto incluso para el brunch del fin de semana. Para empezar, vale la pena pedir polenta frita o una tártara de atún y un Oye cómo va: tequila blanco, cava, limón y agave. Un trago con ritmo… aunque aquí no se puede bailar.

El máximo líder de la mafia fue trasladado a la cárcel de Alcatraz cuando, sin que nadie lo supiera todavía, sólo quedaban dos años para que la prohibición fuera historia. ¿Eliminar al mayor criminal de la década fue positivo? Suena a que sí. Pero Capone no era un delincuente común: era una mente brillante, un tipo carismático, un personaje cautivador que era apreciado por la comunidad. Era, cómo negarlo, un transgresor. Un hombre que hizo fama y fortuna “respondiendo a una demanda, como un negociante común”. En su memoria, Untitled es un speakeasy que busca recrear con santo y seña los festines de la época: ostras, caviar y cordero en el menú y cocteles de los años locos. El ambiente es demencial, confuso. Parece haber salones por todos lados: unos con soul, otros con shows de comedia, algún otro con jazz y blues, un enano toca la batería en lo que parece un lobby... Excesivo y de gusto cuestionable, esto es lo más cercano a las noches en las que los amos del alcohol gobernaban Chicago y que, al parecer –aunque sea ya una metáfora– siguen dominando porque, al menos, los speakeasy están más vivos que nunca. Y eso, si es que significa algo, es que a 80 años del Repeal Day, para esta sociedad nuestra tan hipócritamente aferrada a la corrección política, el placer de lo prohibido sigue siendo valorado. Hay que chocar las copas por ello: The good old days are back again! ✚

*Para hoteles, implica los precios iniciales (o su equivalente) en tarifa rack por noche de una habitación doble en el mes de publicación de nuestra revista; para restaurantes, significa el precio promedio (o su equivalente) de una cena de tres tiempos para dos personas, sin contar bebidas, impuestos o propinas.

Untitled Congress Hotel

Maria’s Packaged Goods & Community Bar

restaurantes* $ Menos de 300 pesos $$ De 300 a 1,000 pesos $$$ De 1,000 a 2,000 pesos $$$$ Más de 2,000 pesos hoteles* $ Menos de 2,500 pesos $$ De 2,500 a 4,500 pesos $$$ De 4,500 a 6,500 pesos $$$$ De 6,500 a 13,000 pesos $$$$$ Más de 13,000 pesos. t r av e l+l e i s u r e

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