La isla rebelde

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La

Habana Más de 60 años de campaña contra su sistema político han afectado la percepción del mundo sobre la isla, pero no su realidad: la vida en la capital de Cuba sigue siendo trepidante. Resistente y estoica, La Habana ofrece lujos en un sentido que va más allá de lo material.

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e dijeron que no fueras a La Habana. Te advirtieron que te ibas a deprimir. Te repitieron una y otra vez lo que por décadas se ha dicho para disuadir a los curiosos: socialismo, carencia, vicio. Pero no hiciste caso. Abordaste el avión. Y entonces, al llegar al aeropuerto José Martí, quizá reconsideraste un poco tu terquedad. Tal vez la bienvenida sí es deprimente. En especial cuando haces fila en migración para pasar a que revisen tu visa en una cabina vieja de estética puramente funcional, casi militar, sin ninguna intención acogedora. Pero ya no hay marcha atrás. Ya llegaste y no puedes hacer nada, así que sigues el protocolo con cierta resignación, con un poco de miedo porque puede ser que los demás tuvieran razón. «Es sólo un fin de semana», te dices para consolarte. Tomas un taxi al hotel. En el trayecto descubres que se han equivocado. La Habana Vieja es majestuosa. Es una ciudad donde la humedad y el paso del tiempo no estorban: son artistas que han decorado de manera intuitiva las paredes de todas las casonas, de cada uno de los palacios.

* No tienes mucho tiempo. Dejas tus cosas en el Hotel Parque Central, sales al primer encuentro de tu visita. Tachas los básicos de turista: la Universidad de Cuba, el Castillo de la Real Fuerza, el cementerio, la Alameda de Paula y, por supuesto, el lugar donde parece que todo converge: la Plaza de la Revolución. Entonces queda bien claro dónde estás. No puedes dejar de ver la imagen de Ernesto “Che” Guevara como lo has visto en la famosa fotografía de Alberto Korda. La silueta del revolucionario estrella, en relieve, destaca en el escenario gris de la plaza donde Fidel Castro dio tantos discursos que no se repetirán jamás. Estás en Cuba, la isla rebelde. Lo confirman las cuatro famosas palabras que te perseguirán toda la estancia: «Hasta la victoria siempre». Tus pensamientos políticos se interrumpen. Tienes hambre. Decides buscar algo en el centro y caminas, te permites perderte, te dejas llevar hasta que, al pasar por la calle Concordia, te encuentras con un palacete del siglo xx: la piedra invadida por la humedad, las enredaderas que


EN LA ISLA REBELDE / Por Mónica Isabel Pérez

quieren ocultar lo entero. El verde lo devora todo en La Habana. Entras insegura: parece una unidad habitacional porque lo es; no parece un restaurante, pero también lo es. Al menos el piso mas alto, donde se encuentra La Guarida. El edificio, que se volvió emblemático por la película Fresa y chocolate (1993), es una joya de por sí, pero mejora con la idea de hallar alimento, así que subes las escaleras que parecen interminables, adornadas con mensajes revolucionarios, como el gran muro que, apenas entras, te recuerda porqué los cubanos dicen «¡Patria o muerte!». La felicidad es simple: por fin estás ante un cebiche. Un mojito y no hace falta nada más. O sí: un flan de leche y un café cubano, bien cargado. No necesitas platillos de autor. Más tarde, en otro lado, descubrirás que incluso basta con el arroz y los frijoles de los moros y cristianos. Pero todavía no has visto suficiente de Cuba. El día ha sido largo y vuelves a la terraza del hotel, a su gran vista de La Habana. Descansas. Te preparas: la noche está cerca. Podrías pedir un taxi, pero caminas. Recorres la calle Neptuno hasta la esquina con Concordia, que suena a fiesta. Todo es una locura de salsa y cubas libres mezclada con luces y estética de Polymarchs. El tiempo pasa rápido en la Casa de la música de Galiano.

* Abres los ojos. Tienes un sobresalto. Dos segundos después, el cuerpo en calma: tu cerebro reconoce el techo, estás en el hotel. Te felicitas: has sobrevivido a la primera noche de fiesta. Desayunas ahí mismo y aprovechas para estudiar el mapa.

Eliges el Museo del Ron (Av. del Puerto 262), por intenciones menos evidentes de las que el nombre dicta. Ves el proceso de elaboración, aprendes de destilación. Pero lo importante —lo sabes— es lo que encuentras en las salas que albergan la colección de arte contemporáneo del proyecto de Artes Plásticas Havana Cultura. Contrario a lo que habías escuchado («Cuba está atrapado en los 50, es como regresar en el tiempo») te encuentras con una propuesta artística fresca gracias a la carencia de los vicios globalizantes que están homogenizando al mundo. Las piezas lo dicen a gritos: La Habana no ha dejado de evolucionar. Sus artistas emergentes son una verdadera sorpresa. Tratas de aprender algunos de sus complicados nombres. Sabes que los verás en el futuro: Adislén Retes, Orestes Hernández, Yamisleisy Socarrás… Arte, arte por todos lados: los músicos en la calle, la gente que baila por doquier. Los callejones llenos de grafiti como el de Hamel, entre las calles Aramburo y Hospital. Se ve sórdido, pero no importa. Entras. Sientes cómo todos te miran, pero nadie se acerca. Estudias las paredes, lees los mensajes escritos en ellas. «Si vienes buscando batalla, yo soy la batalla. Si vienes buscando el amor, yo soy el amor», dice uno. Entiendes que se trata de un callejón poblado de artistas que forman parte de un proyecto de preservación de la cultura afrocubana. Lo fundó en 1990 el artista Salvador González Escalona. Lo sabes porque te lo encuentras, porque ahí está su casa y porque él mismo te lo platica y luego te invita a comer a «su paladar». Haces una mueca, pero te explica de inmediato: un

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Foto cortesía de Havana Club


Fotograma de la película 7 días en La Habana, cortesía de Havana Club

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paladar es como se llamaba a los restaurantes clandestinos. Ahora el régimen se ha relajado, algunos ya no tienen que ocultarse. Entre pinturas, esculturas y altares de santería, tomas agua de limón, comes moros y cristianos. Tus ojos se han nutrido con color y tu piel parece otra gracias al beatífico clima habanero. Dejas el callejón sintiendo embriaguez. Muchas risas. No has bebido, pero ha llegado la hora de hacerlo, así que haces el barhopping al estilo de Ernest Hemingway. La primera escala es en Empedrado, una calle estrecha donde hay que sortear a los bici taxis, a los transeúntes y a los niños que juegan pelota. Llegas a la famosa Bodeguita, la de paredes pinturrajeadas por quién sabe cuántos famosos. La música en vivo invade todo. Luego La Floridita. Sus asientos de terciopelo rojo, su barra dorada que guarda la memoria de las viejas glorias de La Habana glamorosa, cuando la riqueza se contaba de una manera

distinta a la de ahora. Pides un daiquirí —¿qué otra cosa si no?— y te das cuenta: no has entrado a Internet, no has necesitado Internet. No hay red inalámbrica casi en ningún lado, así que no hay mails del trabajo, ni fotos en Instagram ni actualizaciones en Facebook, ni tuits. A cambio has tenido son y ron, humo de habano; el atardecer en el malecón. ¡Eres libre! El lujo te ha perseguido a cada paso. La última noche en La Habana. Te han recomendado dos sitios: uno para cenar, otro para beber y bailar. Ambos a una distancia del hotel que te da pretexto para tomar un taxi, uno de esos magníficos Ford de los años 50 que abundan en la ciudad. Así, como en una película, llegas al Café Laurent, ubicado en el penthouse de un edificio habitacional. Ayer te hubiera dado miedo entrar. Hoy sabes que aquí todo lo que parece una cosa puede ser otra. Al abrirse las puertas del viejo elevador que cruje en cada piso, te encuentras con un restaurante afrancesado lleno de cortinas blancas ondeando con la brisa cálida. No quieres irte. El verde Habana comienza a devorarte, a convencerte de que te quedes. Pero te dices que no, que debes volver: tienes que decirles que te mintieron. Terminas la cena, caminas unas cuadras y llegas al Club 23. O los lentes de pasta están conquistando al mundo o Cuba en realidad nunca ha estado fuera de moda. No importa. Del rock al electro y de los mojitos a las cubas, lo único relevante es seguir bailando.

* Sabes que puedes, pero que no necesitas comprar souvenirs. Lo único que quieres hacer antes de dejar La Habana es caminar por el malecón. Escuchar el murmullo del mar en calma. En unos años Cuba no volverá a ser igual. El mundo entero lo presiente. Podrá ser mejor, podrá ser peor; quién lo sabe. Será distinta. Pero tienes tu pedazo de historia construido en la isla y eso nadie lo podrá cambiar. Lo último que quieres decir es «adiós». Mejor: «Hasta la victoria siempre».

Para hospedarse

Para bailar

Hotel Parque Central · Neptuno, entre Prado y Zulueta,

La casa de la música de Galiano

Habana Vieja; · hotelparquecentral-cuba.com

Galiano, entre Concordia y Neptuno, Centro. Club 23 · Calle N y O, Vedado.

Para comer La Guarida · Concordia 418, Centro · laguarida.com

Los clásicos

Centro Asturiano · Prado 309, esquina Virtudes, La Habana Vieja.

La Floridita · Obispo 557, La Habana Vieja · floridita-cuba.com

Café Laurent · Calle M 257, PH, Vedado.

La Bodeguita del Medio

Le chansonnier · Calle J 257, Vedado, lechansonnierhabana.com

Empedrado entre Cuba y San Ignacio, La Habana Vieja.


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