STYLE
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FEBRERO 2016
Proenza Schouler
FOTO: CORTESÍA
LA VEREDA TROPICAL
El blanco y el negro son la base y, sobre ellos, todos los colores. La tendencia viene en las figuras alargadas, adornadas con estampados botánicos que parecen salidos de un paisaje onírico. Trópico, oscuridad y algo de psicodelia: este es el «cuban effect». P or MÓN I CA I S A B E L P É R E Z
FEBRERO 2016
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Marc Jacobs
J.W. Anderson
Proenza Schouler
STYLE
«El negro mar. Por entre la noche un son desemboca en la bahía… »
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FEBRERO 2016
Thakoon Marc Jacobs
Thakoon
Marni J.W. Anderson
Proenza Schouler
Marni
Valentino
como jumpsuits o trajes sastre (aunque también hubo piezas con holanes, evocando los vestidos de las rumberas). Pese a que pudo ser cien por ciento exitosa, hay que admitir que la presentación de la británica fue excesiva en la caricaturización de los elementos típicos del imaginario cubano: en un jardín de Nolita, mientras las modelos mostraban la colección, dos hombres caracterizados como el «Che» Guevara y Fidel Castro fumaban habanos mientras jugaban dominó. Los clichés estropearon la idea o al menos entorpecieron el mensaje. Por fortuna, apareció Proenza Schouler con la misma inspiración pero una ejecución magistral: vestidos de trazos limpios, sin pretensiones. Sus líneas geométricas llevan el pensamiento a la ciudad, pero los estampados nos llevan al trópico. Hay un aire relajado, pero elegante; es como tomar un mojito en el jardín del Hotel Nacional. Valentino sigue el mismo camino y dota de sobriedad a gráficos que solían ser más «escandalosos» en lo visual al combinar estampados luminosos con trozos de oscuridad casi total. Es una colección perfecta para usarse en una calurosa noche habanera, subirse a un convertible de los años 50 y conducir sobre el malecón hasta llegar al Floridita y, en sus asientos de terciopelo rojo con marcos dorados, tomar un daiquirí. Luego están J. W. Anderson y Marni, ambos más desfachatados que los anteriores. Los looks son informales y contemporáneos, adecuados, por ejemplo, para pasear por las calles del Vedado, que tienen un ambiente medio hipster y medio naïf. Los cortes son irregulares y los múltiples elementos gráficos combinados son tan actuales que tienen fecha de caducidad: esto sí que hay que apurarse a usarlo. Para terminar, una parte de La Habana que no puede faltar. La visión la aportan diseñadores como Marc Jacobs y Thakoon, quienes supieron traducir en vestidos la decadencia particular de esta capital. Largos y ajustados, con plumas, prints y transparencias, nos llevan de inmediato a pensar en las festivas noches del cabaret Tropicana, con su música, sus excesos y sus luces que compiten —desde finales de los años treinta— con la negritud profunda de la noche cubana. Como si fueran encargos para vestir a una nueva diva de Juan Orol o como si hubieran querido personificar a la rumba en las pasarelas, los creativos sí que se han tomado en serio el «efecto cubano». Y, al parecer, lo que vemos esta temporada es solo el comienzo.
FOTOS: CORTESÍA
E
stamos en una noche de La Habana, la isla que todos miran. Bajo las luces tenues de los faroles hay destellos de color: las palmas verdes, las flores rojas, la piedra marrón del malecón. Paisaje idílico y complejo, es tropical y urbano al mismo tiempo. Se ven la arena y el mar, pero también las luces de una gran ciudad a la que la modernidad homogénea, a la que estamos tan acostumbrados, todavía no alcanza. Antes paraíso relegado; ahora, es un refugio en peligro: desde que se inició lo que parece ser el final del embargo económico más largo de todos los tiempos; sobre Cuba no hay más que expectativa y especulación. Pero además de generar dudas —en qué se va a convertir, a partir de cuándo—, el reciente acercamiento de Cuba con Estados Unidos ha vuelto a poner a la isla en el top of mind del mundo y, si ya de por sí había sido motivo de inspiración para decenas de artistas, ahora se alza como una fuerte influencia que ronda no solo a las esferas socioeconómicas y políticas, sino también a las industrias creativas. La moda, la primera. O cuando menos, la más evidente. Un repaso rápido: a principios de 2015, la socialité Paris Hilton publicó en su Instagram una fotografía con potencial para volverse imagen histórica. Usando un vaporoso vestido blanco, posaba en un balcón con un edificio emblemático al fondo: el hotel Habana Libre, antes el Hilton que fundó su abuelo y que fue nacionalizado por Fidel Castro durante la Revolución cubana. El mensaje fue claro: si los Hilton estaban de regreso, el capitalismo podría estarlo también. Luego la presencia de Paris en la isla hizo naturales otras más: la de Rihanna, por ejemplo, quien fue fotografiada en La Habana por Annie Leibovitz en una editorial que publicó Vanity Fair. De estas fotos no hubo más que halagos, todo lo contrario a lo que recibió Harper’s Bazaar en 1998 cuando tuvo que pagar una multa respetablemente alta impuesta por el gobierno estadounidense, después de publicar unas fotos de Patrick Demarchelier en las que Kate Moss y Naomi Campbell posaban en territorios habaneros, antes «enemigo». Irónico el hecho de que ahora hasta parece natural que Karl Lagerfeld anuncie que la presentación de la colección resort 2017 de Chanel será en Cuba o que para su colección resort 2016, Stella McCartney hiciera claro lo que podríamos llamar el «cuban effect», una evidente intención de conjugar los elementos gráficos típicos del trópico con atuendos de corte enteramente citadino
Valentino
—NICOLÁS GUILLÉN