— Viajes
POSTCARDS FROM LONDON: THIS TIME I’M COMIN’ DOWN Esto es un apunte sobre la niebla, las tormentas portátiles y el color gris. Podría ser una disertación sobre la hostilidad natural de la belleza, pero no hay por qué. He aquí dos días en la capital inglesa.
TEXTO
Isabel Bari fotos
crime waves # 068
«Mind the gap»1, repite una y otra vez. «Mind the gap» porque en Londres te puedes ir siempre al abismo. La voz mecánica lo sabe y te lo recordará todo el tiempo: «Mind the gap». Cuando salgas del vagón nunca olvides mirar hacia abajo, a menos que quieras conocer las vías del metro… Del London City Airport al Claridge’s Mayfair, día uno Ya se sabe: baja uno del avión, hace fila en migración, el oficial sella el pasaporte y lo primero que habrá tras las puertas será lluvia. Eso sí, nunca un torrente, sino una llovizna rítmica y constante. Las gotas londinenses tienen la medida justa para molestar sin ser
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graves. No tan pequeñas como para ignorarlas, no tan grandes como para impedir una caminata. Son lo que uno espera, sí, pero no lo que uno quiere cuando llega al aeropuerto. Evitamos el exterior con el tren que nos conecta al metro (The Tube o Underground para los ingleses). Línea Jubilee, estación Bond Street, para llegar a cierto icónico hotel de Mayfair, uno de los barrios más lujosos de Londres. Las backpacks, paraguas débiles y prendas semisecas no nos identifican como huéspedes del lugar... pasamos desapercibidos, aunque no a propósito. I WANT TO LIVE LIKE COMMON PEOPLE Los ladrillos rojos, los terminados perfectos
y una puerta que se abre: «Welcome to the Claridge’s». Bienvenidos al lujo extremo, al elevador con un delicado sillón para reposar mientras llegamos al tercer piso. El mayordomo lleva las maletas hasta la suite, palacio de una sola noche que nos recibe con frutas, chocolates y champaña rosada. Hay que abrir la ventana para que entre la ciudad, todo ese gris, el olor a humedad. El tacto de las cortinas y la suavidad de la alfombra me recuerdan que este es otro Londres, uno muy lejano al que visité por primera vez hace años, y en el que el confort no se veía ni de lejos. En este sí dan ganas de reír sin motivo, de brincar en la cama o arrojar champaña por el balcón. Pero no lo hacemos porque la felicidad no dura, porque nada es perfecto (y, de eso, la culpa no será jamás del Claridge’s, sino de todo lo demás). * Llega la noche y una caminata bajo las luces de Picadilly es curativa. Los letreros gigantes, luminosos, las señales del Underground y los autobuses rojos de dos pisos. Mucho Londres, por si a alguien le hacía falta, y a mi todo esto me recuerda a K. y a la vez que la perdí en la Tate Gallery y luego de unas horas la vine a encontrar hasta estas calles con su mascada floreada, su risa cínica y el
pan que guardó para compartir conmigo en esos días en los que no había habitaciones con tinas y cremas de lujo esperando por nuestra piel. Pero ahora todo es diferente porque estoy con D. y él sabe hasta dónde conseguir buena comida asiática. Es su primera visita a esta ciudad y ya conoce más secretos… ve todo lo que yo no puedo con esta niebla. Bajo su guía llegamos a Cocoon. Un pasadizo, escaleras y ya nos rodea de nuevo el suave halo del glamour. Mis codos no tocan la mesa llena de pétalos de rosa -cubiertos por una tapa transparente- porque a veces me da la gana pasar por elegante (aunque eso no siempre sale bien). La luz es escasa y es azul, y nosotros comemos dumplings y cerdo confitado con arroz japonés. Cuando salimos buscamos un postre en vano. Las heladerías y pastelerías no abren pasada la medianoche (hay que anotar que nos abandonaron), pero es buen momento para probar el bar del Claridge’s, ese nuestro hogar temporal. Flapper, le dicen, y está hecha de champaña y puré de fresas. Es el coctel estrella del menú con sus burbujas que tanto alegran. Es de noche en Londres y todo está bien. Siempre parece que todo es fabuloso cuando el principio del fin de algo está cerca. Mañana, por ejemplo, habrá qué dejar el terciopelo y hacer check-out (aunque no es eso a lo que me refiero).
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IRVING VILLEGAS // Revista Taste
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Del Claridge’s a The Grazing Goat, Camden y de regreso, día 2 Dejamos un hotel para explorar otro, esta vez cerca del Marble Arch2. La distancia entre uno y otro no es demasiada (todo está cerca en Londres), pero los accesos no son fáciles y el tránsito es lento la mayor parte del día. Al final, los pies aún son el más eficaz de todos los medios de transporte. THE STUPID THINGS THAT YOU DO Hay madera por todas partes. Está en el piso, en las paredes, en las mesas… por fin –me parece- alguien notó que faltaba calidez por aquí y creó The Grazing Goat, un hotel, pero también una “casa abierta” que invita a que los transeúntes se adentren para tomar un buen café, la cerveza del medio día o los tragos para ligar por la noche. D. y yo desayunamos ahí los que nos parecen los mejores huevos benedictinos de la ciudad (en realidad no hemos probado otros, pero estoy segura de que si lo hiciéramos mantendríamos nuestra opinión) y un capuchino cargado, con espuma consistente… paquete de alivio matutino por unas 15 libras. Dejamos las maletas en la habitación que da a la quietud de la calle New Quebec y Londres ya parece otro, o nosotros ya somos otros en Londres o el Londres que vemos somos nosotros… quién sabe, pero hay mucho que hacer y las horas que nos quedan se ven insuficientes. Nos toca hacerla de turistas, subir al camión rojo y recorrer la ciudad desde las alturas del airoso segundo piso. Vemos todo lo que hay que ver: está el Big Ben, el palacio de Buckingham, están los puentes. Sí, sí, todo es muy bonito y tomamos fotos de esto y aquello y es imposible no quedarse con ganas de ver más y qué lástima que nos vamos tan pronto y todo eso.
Como en algún lado hemos de detenernos, vamos a la National Portrait Gallery para ver una serie de fotos de Mary McCartney de la que tenemos que salir corriendo si queremos llegar a Tate. No hay caso… las puertas se cierran frente a nosotros. Hemos llegado tarde y no nos queda más que asomar la vista al Támesis, a sus aguas grisáceas que a cierta hora se unen y confunden con el cielo al horizonte. Si no fuera por un punto azul al lo lejos (una bicicleta destartalada tirada junto al río, noto después) juraría que alguien le ha robado los colores al mundo. Pero talvez sólo me los quitó a mí. THE LONDON FIELDS Caminamos, perdidos, hasta encontrar el parque de St. James, donde D. ha leído que hay un café que promete la paz que sólo dan los bosques. El atardecer viene con nosotros,
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que nos quitamos el hambre con sándwiches y ensaladas entre los árboles. El restaurante se llama Inn the Park, y su menú saludable, las risas de las mesas contiguas y esas maravillosas cervezas orgánicas, lo convierten en un oasis; pequeña y brillante perla en Londres desde la que puede verse, iluminado, el London Eye3 o desde donde, más bien, uno se hace conciente de que es el London Eye quien nunca le ha quitado la vista de encima. Compramos unos tintos para beber afuera del palacio donde la reina, pensamos, está dándose un baño de tina antes de que empiece su telenovela. Reímos —en ese entonces reíamos— y entre una cosa y otra surge la palabra “Camden”. Oh, Camden… «Mind the gap».
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Revista Taste // IRVING VILLEGAS
LIKE A CAT IN A BAG Este es un barrio cutre, sórdido, nada parecido a las pulcras y lujosas calles que nos recibieron en Mayfair. Y yo —cutre, sórdida, no lujosa— siento que por fin he encontrado mi lugar en esta ciudad que nunca me deja entrar a ella totalmente, que me mantiene siempre como voyeurista, como eterna outsider. Alguien le dijo a D. sobre The Dublin Castle, un bar donde las bandas en vivo suenan mal, las mesas están grasientas, la rockola es cara y las cervezas negras. «Es perfecto», pienso. Dicen que aquí tocaba Amy Winehouse cuando no era ni tan famosa ni tan autodestructiva, ya que creció a unas cuadras de
aquí donde, irónica o ingenuamente, insisten en recordar —con letreros en los baños— que “No Drugs”. Entiendan, jóvenes, por favor. Busco en la rockola la única canción que no está. Me rindo. Esta ciudad me frustra hasta en los mínimos detalles. Me reta, nunca me da gusto, siempre me quita algo. Llega una cerveza más a la mesa y me dan ganas de llorar. Hasta lo que piensas fuerte se quebranta en Londres, en su caos y en sus canciones. Y aquí me tienen, like a cat in a bag, waiting to drown. Olvidé que debía “pensar en el hueco”, this time I’m comin’down. * Nos vamos cuando el tercer día apenas empieza. Tengo los ojos hinchados de certeza: aquí se me ha quedado algo importante (pero aún no sé qué es). Nos quitamos y nos damos, Londres, esto es una deuda mutua. Y aunque siempre digo que no quiero volver a tu belleza gris, lo tengo claro: me voy ahora, but I know I’ll see your face again. QUÉ Y DÓNDE Los lugares: Claridge’s Hotel (Book Street, Mayfair, claridges.co.uk); Cocoon (65 Regent Street, cocoonrestaurants.com); The Grazing Goat (6 New Quebec St., thegrazinggoat.co.uk); National Portrait Gallery (npg.org.uk); Tate (tate.org.uk); Inn the Park (St. James Park, innthepark.com), The Dublin Castle (94 Parkway, facebook.com/thedublincastle). El soundtrack :The Drugs Don’t Work, The Verve; Common People, Pulp.
1 «Mind the gap» (Piensa en el hueco) es una frase de advertencia que se repite en los altavoces del metro de Londres desde 1969 para recordar a los usuarios que hay espacios, entre los vagones y el andén, donde podrían caer. 2 Monumento itinerante que alguna vez fue el arco de entrada del Palacio Real. Fue construido en 1828 y trasladado en 1855 a su caótica ubicación actual en Oxford Street. 3 Rueda de la fortuna de 135 metros de alto, construida en 1999 a las orillas del río Támesis. El nombre, London Eye (Ojo de Londres) hace referencia a su apariencia de ojo gigante que observa la ciudad.
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