Segunda Edición Mayo-Junio 2015
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Revista MONO Segunda Edición Mayo-Junio 2015 Revista Universitaria Sociedad de alumnos de la licenciatura en Literatura Latinoamericana de la Universidad Iberoamericana, Ático
Consejo Editorial Alcalá Lomelí Dulce Fernanda Macías Preza Valentina Guadalupe Sánchez González Karla Sánchez Rivera Diana Andrea Silva Zamora Miryam Joselyn Torres Goñi Diana Isabel Urbina Jiménez Enrique Valencia Ochoa Emilio Arjuna Vargas Carmona Emma Patricia
Diseño Editorial Alcalá Lomelí Dulce Fernanda
Imagen de la portada por Jimena Germán Blanco
Nota del editor Por medio de la presente nota el consejo editorial de MONO agradece a todos y cada uno de los participantes en este número de la revista y los invita a seguir colaborando en los siguientes ejemplares. El objetivo de MONO es, a final de cuentas, crear un espacio a través del cual se pueda dar a conocer el trabajo creativo y académico de estudiantes de diversas carreras y de diferentes universidades; espacio a su vez construido por universitarios. Nos interesa la difusión de las voces de nuestros participantes, muchas veces silenciadas ya sea por simple timidez, o porque no encuentran un lugar en el que su eco resuene.
MONO
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Índice g
(Poema) ...................................................................................................................... 05
(Por Francisco Javier Torres Sánchez)
Buddha TV................................................................................................................................ 06 (Por Fernando Ramírez Serrano)
Sí, señor, la besé, ¿y qué? ...................................................................................................... 10 (Por Sofía Secín)
Cloaca....................................................................................................................................... 13 (Por Jimena Germán Blanco)
Mirada de los cien metros........................................................................................................ 14 (Por Alessandra Acosta Perches)
La estación............................................................................................................................... 15 (Por Víctor Martínez Ranero)
Juanita...................................................................................................................................... 20 (Por Jimena Germán Blanco)
El ciclo de los nombres............................................................................................................ 21 (Por Jesús Sánchez Moreno)
Tlahuapan................................................................................................................................. 24 (Por Carla de la Hidalga)
Poema VIII............................................................................................................................... 27 (Por Andrea Velásquez Arellano)
Semblanzas de los participantes ............................................................................................. 28
g por Francisco Javier Torres Sánchez
las he visto partir llevándose mis suéteres –metiéndolos en un cajón o armario que cada mujer ocupa sólo para guardar la colección de suéteres que una infinidad de hombres como yo –imbéciles –arrapiezos –lechuguinos –macrocéfalos –charlatanes –vegetarianos –brutos –fariseos –iconoclastas –negreros –palurdos –sietemesinos –infames –estúpidos –calabacines –beduinos –anacolutos –gordinflones –hidrocarburos –vendedores de alfombras y mataperros nos dejamos quitar en algún momento de descuido
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Buddha TV por Fernando Ramírez Serrano Por siempre vueltos en la creación, sólo vemos en ellos los reflejos de lo que es libre oscurecido por nosotros . Rainer Maria Rilke
—Lo que pasa es que somos como un vaso de agua —murmuró mientras servía una taza de té verde—. El problema es que aún no lo hemos logrado entender. —La alarma sonó, intentando manifestarse desde lo profundo del tiempo, como pidiendo una misericordiosa pausa para descansar las palabras—. Sucedió que me sentía como en una casa de sustos, donde todos los monstruos, sabía de antemano que eran falsos, pero aun así me hacían sentir una escalofrío similar a lo que hoy en día se conoce como miedo. —Me duele pensar en todas las cosas que vamos a dejar de hacer —dije mirándome al espejo. El silencio duró unos cuantos segundos, luego, sin pensar en nada más, comencé a dibujar los primeros trazos con el plumón negro que habíamos donado Angélica y yo para la causa. —Te odio— fue lo último que pude descifrar en su mirada antes de que comenzáramos a rayar sobre nuestros reflejos. Siempre he pensado que los hombres hacen el mal por una mera causa de ignorancia. Quizá porque no conocen lo que es el bien, quizá porque prefieren ser débiles y justificarse en su propia locura. En fin, compartir algo, aprender de ello y despedirse: los tres escalones perfectos para desembocar en la misma sala de espera del quirófano donde se nos ha colocado desde que éramos niños para constantes operaciones a corazón abierto. —Yo también quiero un espejo. —Me reclamó. Así que conseguí el espejo de inmediato. Y, ¿por qué no? También un plumón. —me recriminó. Así que también conseguí el plumón (¿de inmediato?). —No me parece justo que seas el único que pueda rayar su propio reflejo —concluyó indignada. Tanto el espejo como el plumón se los regalé en una caja de zapatos envuelta con papel de china, que más tarde ella utilizó para tapizar las ventanas de la habitación, para que el sol, decía ella, cobrara diferentes tonos de vida. —Un
sol camaleónico que nos permita reinventar nuestro día a día—. En su momento fue lo mejor para los dos. Eso era algo que sabíamos de antemano. Al menos ella lo sabía y por esta misma razón no volteaba a verme cada vez que nos aislábamos en cada polo de la habitación a dibujar en nuestros respectivos reflejos. Los libros ya nos lo habían dicho, “las utopías consuelan”, estos espacios oníricos que se desarrollan en un plano maravilloso, liso. Esas cuatro líneas delimitantes del marco del espejo donde todo podía ocurrir. Nuestra habitación de madera, la casa de sustos que yo imaginaba en la esquina donde estaba colgado mi espejo. El rinoceronte que era ella cada vez que quería destrozar con su cuerno los paraísos artificiales de su jaula. Los plumones tirados después de que hacíamos el amor. Las relaciones humanas son complicadas, todos podemos saber eso, en cambio los objetos no nos problematizan. Por esa misma razón Angélica podía pensar que nosotros éramos como un vaso de agua. Un palacio diáfano indivisible. ¿Hasta qué punto el vaso cumplía su función de vaso, sin estar repleto de líquido? ¿Hasta qué punto el agua podía seguir siendo un mismo elemento compacto, sin estar derramada por toda la mesa y desvanecerse evaporada? —Me duele pensar en todas las cosas que vamos a dejar de hacer —dije mirándome al espejo. El silencio duró unos cuantos segundos, luego, sin pensar en nada más, comencé a dibujar los primeros trazos con el plumón negro. El juego era eso: todos los días podíamos dibujar algo diferente en nuestros espejos. Cada quien en su esquina. La idea era esa: crear (¿fantasmas?) a través del reflejo de nuestro propio rostro. Yo la dibujaba a Ella. Angélica lo dibujaba a Él. Detrás de los dibujos, estábamos nosotros. Detrás de nosotros, estaban nuestras espaldas, indiferentes, ahogadas en nuestros propios deseos trazados con plumón. Era la única forma de poder atrapar esa simultaneidad de realidades paralelas en la que vivíamos: crear nuestras ficciones. Ser los autores y los personajes de nuestras historias. Atados por un imaginario en el cual habíamos decidido habitar (¿juntos?) y a la vez tan extraños como la relación de un libro cerrado en el buró y un lector que mira su portada sin intención alguna de abrirlo.
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Mis segundos trazos en el espejo eran específicamente de Ella, las líneas salían solas, eran sus cejas y su boca lo primero que había decidido esbozar, recordaba cómo me sentía como en una casa de sustos, donde todos los monstruos, sabía de antemano que eran falsos, pero aún así me hacían sentir un escalofrío similar al miedo. Todo surgía de aquel sentimiento que me venía estrambóticamente como un déjà vu, ese momento en el que mis pies debajo de la mesa rozaban los de Ella, mientras todos hablábamos de la Teoría del Caos y de cómo sus representaciones en los libros parecían dos alas de mariposa y yo sobaba con mi talón el suyo y nos amarrábamos (pero sólo debajo de la mesa), sólo en ese momento preciso donde nadie nos podía ver. De ahí derivaba todo el dibujo supongo, de imaginar que Ella ya no dibuja más (…..) Que ya ha perdido el apetito porque no hay nadie en la casa. De pensar que Ella conocerá nuevos pasos de baile y que cambiará los que tiene y que aprenderá a mirar el norte y el sur y la izquierda y la derecha sin mirar los lunares de su mano y que acabará las películas largas antes de dormirse. Del hecho de tan sólo poder creer “que la felicidad nos pasó de prisa como un solo de armónica que explota justo en la memoria” —Me duele pensar en todas la cosas que vamos a dejar de hacer —dije mirándola (los trazos de Ella quiero decir) frente al espejo. Por esta misa razón Angélica, me dijo —Te odio— con los ojos antes de que empezáramos a rayar los espejos. Porque sabía que nosotros éramos un vaso de agua incompresible y que bastante era la metafísica de no pensar en nada mientras hacíamos el amor y que sobrantes eran los espejos que nos enjaulaban en esos paraísos artificiales, donde todo era un sueño, una utopía, donde Angélica imaginaba al igual que yo, al rayar su espejo, en su polo de la habitación, ser un rinoceronte queriendo partir palmeras falsas dibujadas en muros de concreto. —El amor siempre vence desarmado, Angélica, al igual que la poesía. —Le respondí tomando de mi taza de té—. Por eso cuando dibujamos, la pluma se desliza sola, porque no se trata de crear historias, sino de reproducir pulsaciones—. Y es que ante su insistencia de pensar que nosotros éramos un vaso de agua, una casa de cristal como la de Breton, mi idea era mucho más simple. En nuestra habitación de madera, crear los juegos reglamentados de los espejos nada tenía que ver con el amor. En todo caso, sería algo mucho más familiar a una cierta complicidad y confianza. Mirarnos las espaldas fijamente sin saber que están pensado los ojos: Eso es a lo que me
refería cuando comenzamos a instaurar esta rutina en nuestra habitación. A vencer los simples juicios burocráticos de besarnos y hacer el amor y transformarnos en otra cosa, tal y como Angélica lo había deseado cuando forró las ventanas con el papel de china, —Un sol camaleónico que nos permita reinventar nuestra día a día—. De esta manera, algún día terminaríamos haciendo el amor sin tocarnos, sólo mirándonos las espaldas, y besando nuestros espejos, con las caras pintadas de negro, ella con la barba de Él y yo con la cabellera de Ella y así, sucios llenos de plumón, regresaríamos a la cama y nos tomaríamos nuestra taza de té, envueltos entre las sábanas (¿roncando?) yo reptaría y me deslizaría hasta la parte baja de su ombligo, de su oído y como la serpientes de la vara de Esculapio, envenenados curaríamos (quizá) nuestros cuerpos con una dosis de lo mismo y entenderíamos que la felicidad total nunca es completa sin un toque de hipocresía y que la diferencia entre las flores y las estrellas reside en la posición de sus triángulos y que en todo caso, nuestras cabezas al final de día dormirían de la misma forma en la que nosotros lo hacíamos, aislados, en cada polo de la habitación, dibujando en nuestros espejos las letras karaoke de la melodía que nos hace falta. Siempre persiguiendo nuestro vacío (y luego la camilla y la aurora de enfermeros con tapabocas azules y la sala de espera y una vez más, anestesiados, el quirófano preparado para una operación a corazón abierto).
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Sí, señor, la besé, ¿y qué? por Sofía Secín 1. La vida, si la leemos bien, guarda las señales que indican el camino a la grandeza: la muerte. En realidad no, la muerte no es la grandeza, es todo lo contrario. ¿O no? Ricardo Piglia 1 , en Respiración Artificial, afirma que la mejor biografía se construye a partir de las cartas que una persona escribe durante su vida. Más preciso aún, Piglia afirma que la mejor biografía se construye a partir de los cambios en el estilo a través del tiempo; esto es, no se construye a partir de las experiencias, porque difícilmente se pueden encontrar en esas cartas experiencias que valgan la pena contar. Sin duda uno podría encontrar o recordar allí acontecimientos, hechos mínimos, incluso pasiones de su vida que ha olvidado, detalles, el relato, quizá, de esos acontecimientos escritos mientras se los vivía, pero nada más, dice Piglia. En 1
Ricardo Piglia: personaje principal de Respiración artificial2 de Ricardo Piglia3. 2 Respiración Artificial, novela autobiográfica donde el autor pone a prueba la imposibilidad/posibilidad de la novela histórica y, por tanto, la imposibilidad/posibilidad de la novela autobiográfica. 3 Ricardo Piglia: Ricardo Emilio Piglia Renzi (Corral de Bustos provincia de Córdoba; 24 de noviembre de 1941) es un escritor y crítico literario argentino.
realidad, en este siglo ya no hay experiencias (¿las había en el siglo XIX cuando la gente se escribía cartas?, pregunta Piglia) solo historias que nosotros nos inventamos; ilusiones. 2. Antón Chéjov fue un autor perverso en Tío Vania. No porque los personajes estuvieran atrapados en sus circunstancias, como reprodujo Stanislavski, no por la ausencia de cierta moralidad, no por el absurdo que comenzaba a habitar la existencia, sino porque creó personajes cojos, ciegos y sordos. En realidad no es que Sonia, Helena, Vania o Serebrakov fueran “personas con capacidades diferentes” sino que eran lectores discapacitados para leer su contexto (si acaso, discapacitados tramáticos); tal vez debido al impulso de los roles de la vida romántica y a los roles de la tragedia clásica. En Tío Vania no ocurre nada: la situación inicial es la misma que la del desenlace. Asimismo, la trama se mueve por acumulación y la acumulación no conduce al clímax. Hay un inicio + eventos + eventos + eventos + final. Cuando el extraño personaje llamado Clov, de la obra Endgame de Samuel Beckett dice: “Finished, it’s finished, nearly
finished, it must be nearly finished. [Pause] Grain upon grain, one by one, and one day, suddenly, there’s a heap, a little heap, the impossible heap”, podría estar refiriéndose a eso. La colocación de un grano sobre grano, cada día, solo construye un montón. En esta obra, como en Esperando a Godot, se pone de relieve la espera, la espera en la que el tiempo pasa sin que nada ocurra. En cambio, las estructuras narrativas tradicionales exigen que todos los elementos ayuden a guiar hacia el gran clímax: desde el reconocimiento del origen de Edipo, hasta la transformación de Segismundo, o incluso el asesinato de Amalia en Los Bandidos de Schiller, donde, a pesar de la indescriptiblemente extensa y desbordante trama, existe un desenlace claro y acorde a los valores de la época. Se llora el inevitable desafío al padre, se condena la envidia del hermano, y Carlos (el rebelde con buenas intenciones) asesina a su amada antes de entregarse a la justicia por no creerse digno de ella (tratemos de imaginar que aquel desenlace no parecía tan absurdo en su momento). Podríamos decir que en Tío Vania existen también varios granos o semillas de clímax, pero que en su caso permanecen en un estado potencial, puesto que son ahogadas por la misma narración: un casi adulterio que casi no ocurre y que cuando finalmente aparece es tomado como un hecho intrascendente; un asesinato fallido; un infantil intento suicido, la venta de un hogar. Vania acusa al mundo de que será enviado a un manicomio y no a la cárcel por atentar contra Serebrakov, incluso reclama ante el mero hecho de ser castigado mientras un beso adúltero es pasado por alto (el beso de Helena
y el doctor): “¡Es extraño! He intentado un homicidio y no me detienen ni me entregan a la justicia. Ello quiere decir que me consideran un loco. ¡Yo estoy loco, sí; pero no lo están, en cambio, […] los que se casan con viejos para engañarles después a la vista de todo el mundo!”. Sin embargo nadie tiene ninguna intención de castigarlo, el doctor, con toda calma acepta lo que Vania le imputa y le asegura que no es ningún loco: “¡Pues sí, la besé […] Y esa ya es vieja broma, tú no eres un loco, sino, sencillamente, un chiflado, un bufón” (94-5). De esta manera, queda anulada la tragedia que desataría tanto el asesinato y sus consecuencias, así como el suicidio y el drama que se hubieran desenlazado del beso entre Helena y el doctor. Mientras Helena de Troya desata la gran guerra de la antigüedad clásica, la esposa de Serebrakov regresa a la ciudad al lado de su esposo sin rastro alguno del beso, tan solo permanece la tristeza. 3. Tan impotentes somos que ni siquiera podemos darnos nuestra propia muerte, dirían algunos. Sin embargo, ¿no será que la búsqueda de la muerte es un intento más por insertar el elemento trágico? Sonará absurdo decir que uno busca la tragedia, pero tal vez, más bien, será que ahora (¿ahora?) nos acecha una tragedia más real, más penetrante, mucho más afín al ser que está en nosotros, diría Maurice Maeterlick: la tragedia que se vuelve visible en la cotidianidad de la existencia (233). Y no solo ante la lenta cotidianidad del campo, característica de la obra de Chéjov: “¡Si hubiera vivido normalmente, de mí pudiera haber salido un Dostoievski, un Schopenhauer! ¡No sé lo que digo! ¡Me vuelvo loco!” (97).
12 MONO Segunda Edición Mayo-‐Junio 2015 Reitero, Chéjov fue perverso con sus personajes. Los creó con una mirada anacrónica fundamentada en las grandezas (narradas por) de otros. No supieron hacer la curaduría que la trama les exigía; no supieron leer y no supieron escribirla. Tal vez sea eso lo que hace falta, modificar la forma en que se curan-leen-escriben los acontecimientos de la vida, es decir, la manera en que valoran la cotidianidad frente a la grandeza.
antes de la llegada de los invitados: solos en la casa de campo de Serebrakov —esto es, el profesor no descubre el “adulterio”, Vania no muere ni asesina al profesor, y el profesor no vende la casa—, sin embargo pareciera que hay una especie de resignación (no de aceptación) y tal vez de forzada ilusión. Podríamos decir que hay una transformación cualitativa en la que Sonia concluye:
Sin embargo me retracto de haber afirmado que en Tío Vania no ocurría nada. Es cierto que Sonia y Vania terminan como estaban
¡Qué se le va a hacer! ¡Hay que vivir! (Pausa) ¡Viviremos, tío Vania! ¡Pasaremos por una hilera de largos, largos días, de largos anocheceres, soportando pacientemente las pruebas que el destino nos envíe! ¡ […] ¡Tengo fe! (110)
Obras citadas Beckett, Samuel. Endgame. Samuel Beckett On-line Resources and Links Pages. N.p., n.d. Web. 2 abril 2015. Chéjov, Antón. Tío Vania. México: Porrúa, 1997. Impreso. Maeterlinck, Maurice. “The Tragic in Daily Life”. Theatre, Theory, Theatre: the major critical texts from Aristotle and Zeami to Soyinka and Havel. Ed. Daniel Gerould. New York: Applause, 2000. Impreso. Piglia. Ricardo. Respiración artificial. Colombia: Tercer mundo, 1993. Impreso.
Cloaca por Jimena Germán Blanco En ese momento estaba apendejada. Con el coño al aire y tan cerca del suelo que convertía la frescura en una sensación culera. Mierda y más mierda: de nuevo. Miró aquel letrero con amenaza para “Cualquier persona que sea sorprendida tirando basura se le ba a dar en su pinche madre” que robaron ayer sobre la Privada de San Roque y que ahora adornaba una de las demacradas paredes. Pinche humedad, pensó. No recuerda muy bien la casa de donde lo arrancaron, sólo recuerda que tenía una bugambilia enorme en la entrada con un chingo de flores rojas, o fucsias. No vio ni madres, había poca luz. Después observó sobre el buró la foto que había tomado anoche (sin realmente recordarlo) con su jodida cámara Polaroid: una selfie con quiensabequién desnudo de fondo fumando sobre el colchón. El título de la foto —“7:53 am”— escrito con el Sharpie negro tirado en el piso, supuso, la hizo mirar el reloj de pared: nueve con cuarenta y dos. Había platos sobre la única mesa, por cierto apolillada, pero la ausencia de luz le impidió saber si estaban sucios. Qué importa, no hay agua. En la calle las palomas aterrizan buscando alimento. Hace mucho tiempo que ninguna de ellas se estampa en el cristal de su ventana. Anoche los gritos del público de enfrente se oyeron fuertes e inquietos como se oyeron los suyos. Pero los bichos royendo el solomillo íntegro del tupper interrumpieron con su incómodo chillido: fuertes putazos al tímpano. El hombre con el que cogió no es su novio; es sólo un conocido con el que tres domingos seguidos se embriagó bebiendo vino. Sólo vino. Pero hoy no hubo conciertos, y por eso muerde en silencio frutos duros de los que escurre un líquido dulce que recorre sus dientes, su mentón, su cuello, sus desnudas tetas. Hoy no vino el hombre. No vino ningún hombre y sólo bebió té verde. Sobre el piso frío, en la única esquina iluminada por una lámpara de plástico Made in China, ve un ramillete de flores de bugambilia: sí, eran rojas.
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Mirada de los cien metros por Alessandra Acosta Perches
La estación por Víctor Martínez Ranero Los asientos individuales estaban ocupados así que decidió sentarse en una banca metálica a espaldas de la gran ventana. Una luz cálida inundaba la estación. Podía ver con claridad a todos los viajeros, la mayoría de ellos, veteranos ya, esperaban con paciencia su turno. Había llegado temprano para tener tiempo de prepararse. El prospecto de un nuevo viaje lo emocionaba mucho, el último había terminado abruptamente así que esta vez estaba decidido a disfrutar cada detalle. Mientras repasaba en su mente los puntos clave (disfrutar de la experiencia, dejarse llevar por la curiosidad, ser compasivo con los demás viajeros) un hombre se sentó a su lado. Era un hombre mayor, algunos incluso lo llamarían viejo. Tenía el pelo blanco pero abundante, sus manos cubiertas de pequeñas manchas temblaban sobre su regazo. —Buenas tardes —dijo el viejo. —Qué tal —respondió Adrián. —Dime… — Adrián. —Ah...mucho gusto Adrián. Dime ¿Cómo están las cosas allá afuera? Hace mucho que no viajo y para ser honesto estoy algo nervioso. —Sus ojos brillaban, se le notaba impaciente pero emocionado. —Como siempre, supongo. Las fronteras se han movido un poco y los personajes cambian pero lo importante sigue igual. —Giró hacia su costado, poniendo la pierna izquierda sobre la banca para ver de frente al viejo. —¿Cuándo fue su última vez? —preguntó. —Estuve en Chile en los setenta, me quedé con una mala impresión. Vi cosas muy desagradables. Es lo que es, supongo, pero desde entonces no me había sentido con fuerzas para intentarlo una vez más — respondió el viejo. Su mirada parecía perdida, triste. —Pero me han tocado cosas memorables también, de eso no hay duda. —Su mirada recuperó el brillo y arqueó las cejas. —Quizás recuerdes a Florence Nightingale —dijo sonriendo. —Le llamaban “la dama de la lámpara” ¿cierto? —Así es. Fue una grandísima experiencia, una de las mejores.
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Un grupo de jóvenes entró en la estación haciendo ruido. Sus risas y gritos rebotaban por toda la sala. Hacía mucho que Adrián no viajaba en grupo. Prefería hacerlo solo, así se evitaba todo el proceso de planeación y podía partir cuando quisiera, sin embargo, ver a los jóvenes le produjo nostalgia. Se veían felices, sus ojos parecían brillar ante la expectativa de una nueva aventura. Ocuparon una banca vecina, Adrián, inclinado hacia su izquierda, los veía de frente, el viejo parecía no notar su presencia. Dos de ellos permanecieron de pie relatando historias a los tres que los observaban sentados. Gritaban y hacían ademanes exagerados, imitaban a alguien pero Adrián no entendía a quién. Todos reían y compartían miradas de complicidad. El ambiente se tornó festivo, la estación pareció contagiarse de su alegría. Observándolos, Adrián recordó cuando viajaba con sus amigos, recordó los nervios y la anticipación, recordó cuánto le costaba dormir la noche anterior a un viaje. Era en ese entonces un joven lleno de energía como ellos. —¿Y a ti cómo te ha ido?, ¿Buenas experiencias? —preguntó el viejo, sacando a Adrián de su ensoñación. —La última vez regresé antes de tiempo, había mucho por hacer todavía —contestó mientras dirigía su mirada al viejo, la imagen de los jóvenes se perdía en el trasfondo. —¿Te mandaron de regreso? —Fue... fui yo –dijo Adrián frunciendo el ceño. —Ah… No te preocupes hijo, a todos nos ha pasado. Siempre podrás intentarlo una vez más. —Lo sé. No fue la primera vez tampoco, es sólo que cuando sucede, cuando interrumpo un viaje, siempre me queda un mal sabor de boca. En cuanto regresé me di cuenta de mi error, tenía de pronto todo claro. Pero no pasa nada, ese es el chiste ¿no? Aprender. —Cuéntame, ¿dónde estuviste? —preguntó el viejo. — Esta última vez aterricé en Sudáfrica, aunque pasé muchos años en Zimbabue. —Alguna vez estuve ahí, sólo que entonces le llamaban Rodesia del Sur — observó el viejo. —Sí, escuché sobre eso, cuando llegué ya había cambiado el nombre. En fin, era una buena vida en realidad, no sé qué estaba pensando cuando renuncié. —¿Cómo lo hiciste? Si no te molesta la pregunta. —Adrián apretó los labios y levantó la mano derecha, pulgar e índice extendidos. — Ah… Entiendo. Pero seguro has vivido cosas emocionantes —dijo el viejo, aliviando la tensión. —La verdad es que no me ha tocado ninguna célebre, no en realidad. Quizás sólo aquella vez en Milán pero eso fue hace mucho. —
¿Milán antes de la unificación? —preguntó el viejo. —Mucho antes — respondió Adrián —Cuando el ducado. —Tiempos de intriga política sin duda —apuntó el viejo. Adrián hizo una pausa y respiro profundo, como si le pesara el recuerdo. — Las trampas del poder —dijo lacónico. El viejo no atinó a responder, sólo asintió. Temía haber tocado un tema sensible. —Tenía entonces una posición de privilegio y me dejé llevar por los excesos, fue una vida decadente —dijo Adrián, su mirada fija en el suelo—. Desde niño padecí una enfermedad que me deformó las piernas, no podía caminar con facilidad. Pasé años recluido en Porta Giovia, avergonzado por mi condición. Porta Giovia —repitió en voz baja, casi susurrando. No había pronunciado esas palabras en mucho tiempo, sabían raro en su boca, como polvo de otros tiempos—. Qué fácil olvidamos el punto de la experiencia ¿no? A fin de cuentas esto no es más que un juego —dijo levantando la cara. —De acuerdo —dijo el viejo. —¿Cuál ha sido tu mejor viaje? —El mejor, el que más he disfrutado, fue en Japón en el diecinueve… —El rostro de Adrián se iluminó mientras hablaba—. Estábamos aislados completamente, concentrados en lo indispensable nada más. Me sentí útil, como lleno o completo. —Te entiendo —dijo asintiendo el viejo. —Esa vez viajé acompañado. Éramos varios, quizás seis o siete, no recuerdo bien. Vivíamos en un pueblo llamado Nakajima en la costa del mar de Seto. Cultivábamos iyokan, una especie de naranja amarga, Nunca volví a probar una naranja como las de Nakajima. —Suena como una gran experiencia — dijo el viejo sonriendo–. Y tus amigos ¿siguen allá afuera? —Están repartidos por el mundo, espero encontrarlos pronto. Uno nunca sabe dónde acabará — respondió Adrián. —Ésa es la mejor parte —dijo el viejo. Ambos guardaron silencio un momento, sus miradas concentradas, como meditando las implicaciones de ese último comentario. Adrián volteó hacia el frente, una pantalla indicaba el orden de salidas. —Es mi turno —dijo levantándose de la banca. Movía los brazos de un lado a otro, como calentando para una carrera.
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—Hasta pronto hijo, nos vemos del otro lado —dijo el viejo. —Nos vemos del otro lado —respondió Adrián. Estrechó su mano y avanzó hacia la puerta. Observó con cuidado a su alrededor. Los jóvenes ya habían partido y la sala estaba tranquila. «Aquí vamos», pensó mientras caminaba. Lanzó una última mirada al viejo que aún esperaba sentado en la banca, ambos sonrieron cálidamente. Las puertas de cristal se deslizaron y Adrián cruzó el umbral. Se encontró en una sala más pequeña, sólo había un asiento reclinable y un escritorio donde ya lo esperaba el operador. —Recuéstate por favor —le dijo con un tono amable. Adrián acomodó el respaldo dejándolo casi horizontal y se recostó sobre su costado izquierdo. Dobló las piernas, sus rodillas llegaban casi a la altura del abdomen. Miraba fijamente la bata blanca del operador. —Déjame ver tu historial… viajero frecuente eh, ¿aplicamos tus millas? A los operadores les encantaba ese chiste. Adrián sonrió y relajó su cuerpo. Pensó en su última experiencia, en todo lo que no pudo hacer. Pensó también en Nakajima y en el viejo. —Estoy listo —dijo y respiró profundo. El operador le dio una palmada de aliento en el hombro derecho y volteó hacia la pantalla. —Nos vemos del otro lado Adrián —le dijo con un tono empático. Adrián percibió genuino aprecio en sus palabras. Trató de responder pero no pudo, se sintió paralizado y de pronto… negro. No podía ver nada más, sólo negro. Entró en un sueño profundo y placentero, su cuerpo estaba completamente relajado, en un estado de ingravidez. De pronto una corriente fría lo envolvió y sintió que le faltaba el aire. Intentaba respirar pero se sentía congestionado, como si la faringe estuviera bloqueada. Desesperado intentó gritar, la obstrucción cedió y sintió el aire helado entrar en sus pulmones. Su cuerpo temblaba incontrolablemente. Los ojos le dolían, le costaba abrirlos. Cuando por fin lo logró las pupilas parecían quemarle, la intensidad de la luz no le
permitía ver nada. Los cerró de nuevo y apretó los párpados pero aún percibía un resplandor rojizo. Tras unos segundos lo volvió a intentar. Esta vez logró distinguir algunas manchas, sus pupilas parecían adaptarse poco a poco a la luz. Con el tiempo las manchas adquirieron nitidez y fue entonces que la vio. Ella lo envolvió cuidadosamente y lo acercó a su pecho. Él ya no temblaba. La miraba fijamente, reconociendo en ella a alguien familiar.
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Juanita por Jimena Germán Blanco
El ciclo de los nombres por Jesús Sánchez Moreno
I. Silencio
II. Alba Tu
A nombre
través del silencio
se ha vuelto
fue expulsada toda mi furia
llama y ha
y nació tu
despojado de sombras
nombre. toda la noche.
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IV. Ciudad
III. Sangre
Ciudad
He visto
no el color de
abras tus
tu sangre
ojos, y me reconocí
cierra en ella:
mis labios, dame
venas
tu nombre
azules
y en
que dibujan
tus frías grietas
tu nombre en
dormiré como recién nacido.
mi nombre.
V. Viento
VI. Oscuridad
BendĂceme
Mis
con
manos nocturnas
aquella palabra maldita,
son
danzante
dos lobos
del suspiro
que
de
agonizan, amantes
tu boca. heridos devorando la luna y la sangre de
tu nombre.
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Tlahuapan por Carla de la Hidalga No es el nombre mal formado de partículas sin sentido. Mucho menos esa “h” al inicio e intermedia que me hace ruido. Es el conjunto. Es común encontrar el disgusto provocado en el registro de recuerdos perturbadores, donde la nota sin ser suscrita por sí sola no surte efecto maligno en el ser, sino el conglomerado cúmulo de terribles olores y fracasos guardados que torturan al posesor. También podemos encontrar ese sentido asqueroso al plato vacío, no en materia sino en contenido, que sirven en la fondita común del vecindario. No es el uso de una cantidad descabellada de sal lo que puede hacer que la propina sea inexistente, sino el conjunto de alimentos formando una bazofia al gusto del paladar. Es ahí cuando surge la curiosidad extrema y la sed por saber si el viaje en el camión de la ciudad es detestable por el chofer en particular, el cual es regido por un régimen regulatorio en donde pagan más si manejas peor, o es el señor gordo de al lado con sudor junto a su cadera ancha que te tira por el borde del asiento cual bola de billar al hoyo del abismo. Cabe destacar (válgase como dato extra para responder con sabiduría la interrogante propuesta) que el señor forma un grotesco conjunto con el chofer mal pagado de la ruta 10. También puede que sea la gente que viaja en mayoría, formando una lata de sardinas lista para canjearse por un vale de entrada libre a Six Flags, la que haga de su viaje, una experiencia inolvidable. Entonces esto nos lleva a la afirmación sobre la idea de que los libros que se venden en grandes cantidades son atroces al ojo del escritor culto. ¿Por qué? ¿Acaso es la masa de papel malgastado lo que molesta? ¿Tal vez es la historia sin historia (vaya ironía la que dije y la que diré) contada en masa a grandes masas? En este caso sí podríamos decir que el texto en tales “obras literarias” visto como elemento independiente es malo y visto como conjunto formado por él y sus hermanos es brutal. ¿Existirá un conjunto que a pesar de sus elementos solitarios deficientes al unirse sean algo magistral? Me vienen a la mente dos situaciones: Una memela y un orgasmo. Expliquemos la primera. Desde mi perspectiva la memela está formada por: una memelera, tierra de las uñas, bacterias, suciedad, colesterol, cenizas del volcán, salsa verde/roja
(dependiendo el gusto del comensal) masa, manteca, queso y cebolla. En este caso es claro que existen ciertos elementos meramente faltos de sensualidad y ciertos elementos gozosos de atractivo. Para mí los bastos de carisma son las bacterias, el colesterol y la cebolla; quedando así como los rebosantes de virtudes la tierra de las uñas, la suciedad, las cenizas del volcán, la salsa verde/roja (en el caso de esta comensal sería roja) la masa, la manteca y el queso. La memelera desde mi punto de vista sólo es un conducto para que tal obra magistral cobre vida y existencia en un elegante plato de plástico, por eso precisamente, la memelera será un ingrediente neutral. Ambos conjuntos de elementos positivos y negativos forman un conjunto excepcional, la rica memela cómeme, engórdate y enférmate mexicana. No importa si la memela tiene debilidades o dificultades (menciono sinónimos puesto que los psicólogos modernos afirman que decir la palabra D E F E C T O es sumamente monstruoso y perjudicial a la integridad y formación del individuo exitoso, vaya tontería) en su totalidad es sublime. Ahora pues, sigamos con la explicación del orgasmo. Un orgasmo desde la mirada científica y biológica se define como “la descarga repentina de la tensión sexual acumulada durante el ciclo de la respuesta sexual”. En pocas palabras terminar con júbilo un camino lleno de formalidades. Éste también está formado por dos grupos de elementos, los héroes y los villanos. Los héroes analizados desde una mirada bastante romántica podrían ser los besos, las caricias, las miradas, los movimientos, la pasión, la locura y por supuesto la serie de palabras dichas en el camino al éxtasis. En cambio los villanos analizados bajo la lupa de lo crudo seguramente serían la saliva, las bacterias (una vez más nos honran con su presencia), el sudor, la combinación de olor a humano, los fluidos corporales y las ETS. Personas afirman que es decepcionante que un suceso tan magnífico como un orgasmo tenga horribles consecuencias como el dejar/quedar embarazada. Difiero ampliamente de su visión. Claro es, que ese tema es propio de otro ensayo. Continuando con lo nuestro, podemos decir que ni el sudor, ni la combinación de olores, mucho menos la saliva, las ETS y las bacterias son elementos que basados en su individualidad el humano diga: ¡Qué delicia! En cambio si le dices a un hombre/mujer la palabra orgasmo en lo que menos piensa es en la serie de elementos benéficos y maléficos que lo puedan conformar. Entonces ¿los conjuntos son buenos, malos o regulares? ¿Se puede llegar a pensar que existen excepciones? ¿”En reserva de las
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garantías” (frase hecha y mucho más desecha del famoso esquema de Toulmin)? ¿Los elementos no son el problema sino el conjunto? ¿No eres tú sino soy yo? ¿Qué queda entonces? Si la pregunta fuera para mí y me viera en la completa necesidad y por supuesto necedad de responderla diría con gran seguridad: no lo sé. Explicaría de una forma serena y bastante tranquila que a mí simplemente no me gusta el nombre de Tlahuapan. Por supuesto no son las partículas mal formadas, mucho menos esa “h” al inicio o intermedia la que me hace ruido. Es el conjunto.
VIII por Andrea VelĂĄzquez Arellano
La palabra que se hunde en la nada es aquella que mata y desgarra pergaminos que se lleva el viento. Palabra mutilada que calla y se sienta en silencio palabra sin palabra. Plasmada en una hoja, en blanco ya sin tinta, ni carmĂn, ni palabra.
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Semblanzas de los participantes Alessandra Acosta Perches Universidad del Claustro de Sor Juana Colegio de Psicología, cuarto semestre Comencé con la pintura y la escultura. Jamás me interesó cuidar el trazo, lo que trajo consigo una manera de expresión más allá de la forma. Casi con agresividad, cada pincelada era un reclamo. La fotografía me permite lograr un mayor alcance para resaltar aquello que permanece oculto e ignorado: un atardecer, las líneas de la luz en el cielo, un vagabundo, una persona transexual, un indígena. Cada fotografía está ahí para ser vista por todos. “Mirada de los cien metros” Carla Laura De La Hidalga Jiménez Universidad de las Américas, Puebla Literatura, cuarto semestre Carla Laura De La Hidalga Jiménez, cursa el 4º semestre de la licenciatura en Literatura en la Universidad de las Américas, Puebla. Actualmente lleva dos años estudiando latín clásico en la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz. “Tlahuapan” Jimena Germán Blanco Universidad de las Américas, Puebla Humanidades y Estudios Culturales con área de concentración en Literatura, cuarto semestre Estudiante de Humanidades y Estudios Culturales de la Universidad de las Américas, Puebla con área de concentración en Literatura. Correctora de estilo en el proyecto estudiantil independiente de periodismo digital NTRPY. Columnista por dos semestres en La Catarina, periódico estudiantil de la UDLAP. Colaboradora en el espacio digital MMillennials. Asistente de Dirección del cortometraje “Aunque la muerte nos separe” en el Rally Universitario del Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF) 2013 y Directora de Arte de “Dedicatoria” en el Rally Universitario del GIFF 2015. Bailaora de flamenco amateur. “Juanita” “Cloaca” Víctor Martínez Ranero Universidad Iberoamericana Comunicación, cuarto semestre Mi nombre es Víctor Martínez Ranero, soy estudiante de cuarto semestre de Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Me apasiona el periodismo, la literatura y la política. Creo en el poder de la cultura como herramienta civilizatoria y en la necesidad de espacios para la participación comunitaria. Mi objetivo es contribuir desde mi profesión a la construcción de una sociedad más abierta e incluyente. “La estación”
Fernando Ramírez Serrano Universidad Iberoamericana Literatura Latinoamericana, tercer semestre Fernando Ramírez Serrano es la sombra detrás del pseudónimo Rasé. Es co-creador de la plataforma creativa “Colectivo La Rabiosa” y escribe para la revista electrónica Factor Tiempo. Actualmente cursa la carrera de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana y sueña con la poesía con una tonadita de Plastilina Mosh “Buddha TV” Jesús Sánchez Moreno Universidad Autónoma de la Ciudad de México Creación Literaria, cuarto semestre Jesús Sánchez Moreno nació en Acapulco en 1994. Estudia la licenciatura en Creación Literaria en la UACM. En 2015 fue ponente por parte de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Y en 2014 leyó su poema “Piel de víbora” para la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. “El ciclo de los nombres” Sofía Secín Universidad Iberoamericana Literatura Latinoamericana, noveno semestre Conocí a Virginia Woolf gracias a la primera esposa de mi papá: Las olas en medio de libros de psiquiatría, educación y sexualidad. Así me inicié con seriedad. Su primera esposa murió en el terremoto de 1985 y yo nací el 19 de diciembre, el mismo día que ella, pero treinta años después. Cada vez que mi papá me ve leyendo, me dice: “sólo he conocido a una persona que leyó tanto como tú lo haces”. Pero ella no es mi mamá y la verdad no es que yo lea tanto; sucede que en mi familia se prefiere la televisión. “Sí, señor, la besé, ¿y qué?” Francisco Javier Torres Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) Economía, segundo semestre Mi nombre es Francisco Javier Torres escribo poesía en clase de matemáticas y narrativa en clase de análisis jurídico. El año pasado terminé de escribir mi primera novela. Nací en Navojoa, Sonora en 1993. “g” Andrea Velázquez Arellano Universidad Autónoma de la Ciudad de México Creación Literaria, tercer semestre Andrea Velázquez Arellano nació el 03 de Julio de 1994. Su gusto por las letras comenzó cuando de pequeña su madre leía cuentos para entretenerla. Estudió el bachillerato en el Instituto de Educación Media Superior del Gobierno del Distrito Federal (IEMS) en el plantel Azcapotzalco “Melchor Ocampo”. Dedica su tiempo libre a leer y escribir, un poco también al baile. Ella se define como bailarina frustrada, es una amante del romanticismo y sus autores favoritos son Sade y Poe. Actualmente se encuentra estudiando en la UACM la carrera de Creación Literaria. “VIII”
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