MEMORIA Y PAISAJE URBANO María Belén Pereyra- Puerto Madero Año 2012 Acrílíco sobre fibrofacil 40 x 40 cm
Muestra colectiva Memoria y paisaje urbano Trabajos seleccionados a partir de la Primera Convocatoria de Artes Visuales ECuNHi 2014. Jurado: Diego Perrotta, Omar Panosetti, Jorge Meijide
En una lĂnea el mundo se une, con una lĂnea el mundo se divide. Dibujar es hermoso y tremendo. Eduardo Chillida
Karol Brigith Torres HernĂĄndez Conventillos, 2014. AcrĂlico sobre lienzo. 0,50 x 0,90 m.
Desde las primeras vistas urbanas realizadas por los artistas viajeros a comienzos del siglo XIX hasta el trabajo actual de los grupos de croquiseros urbanos que se multiplican a nivel nacional e internacional, ha sido una preocupación constante el registro de las ciudades por sus contemporáneos, en tiempo presente. Conocer, develar y reconstruir la memoria visual de las áreas urbanas sigue siendo el sino de artistas visuales, arquitectos, curiosos y observadores. Actualmente, la importancia y la valoración del entorno urbano se manifiesta como una alternativa diferente por medio del dibujo a mano alzada, actividad que desarrollan los grupos de croquiseros urbanos (Urban Sketchers en diversos países del mundo). A través de sus dibujos plasman la esencia vital del espacio que surge de su percepción en un momento y lugar determinados. Las primeras vistas de nuestro territorio fueron gestadas desde la mirada europea, en una imbricación de intencionalidades, como documentos históricos, relevamientos científicos y obras artísticas. Consideramos aquellas imágenes como el primer relato visual de nuestra geografía generado desde una mirada cientificista dominada por el positivismo ilustrado que buscaba, por un lado, destacar lo exótico del territorio americano y, por otro, observar para dominar. Por ende, nuestra memoria visual e histórica ha estado determinada por la impronta de aquellos artistas viajeros. El desafío es reflexionar sobre este condicionamiento existente en la producción de las primeras imágenes de la ciudad, evidenciando el cruce entre miradas, formas de conocimiento y dominio implícito
en las mismas y producir un relato visual contemporáneo sobre la base de aquél pero subvirtiendo la mirada y el lugar desde el que fue producido. En palabras de Marta Penhos: “A lo largo de más de un siglo, desde finales del XVIII hasta comienzos del XX, saber más y dominar mejor, comprender y someter, interpretar y explotar espacios y seres fue el programa que animó a expedicionarios, viajeros y exploradores que atravesaron el territorio argentino, involucrados directa o indirectamente en proyectos de índole religiosa, política y científica. Sus diarios de viaje, informes y mapas –pero más aún las imágenes que produjeron o encargaron– contribuyeron decisivamente al conocimiento, comprensión y dominio material y simbólico del territorio de la Argentina y de algunos de sus habitantes, al constituir al primero como una serie de paisajes y a los segundos como tipos humanos exóticos o curiosos”.1 En el campo artístico nacional, durante las primeras décadas del siglo XX se asientan los parámetros de una “nueva tradición” plástica que se hace visible hacia 1930. La misma está caracterizada por un realismo de nuevo cuño que revela un retorno a la norma figurativa del pasado, sin olvidar la experiencia de las vanguardias y, fundamentalmente, las búsquedas de Cézanne. Esta nueva síntesis figurativa aparece como la expresión de la “nueva sensibilidad” en las artes plásticas de nuestro medio al promediar la década del 1 Penhos, Marta (2007). Mirar, saber, dominar: imágenes de viajeros en la Argentina. Buenos Aires: MNBA Museo Nacional de Bellas Artes.
Roberto Cortés. El último tren, 2014. Acrílico sobre tela. 1,50 x 1,50 m.
veinte y se consolida como modalidad consagrada en las décadas siguientes. La información sobre las vanguardias y las búsquedas europeas contemporáneas llegó a Buenos Aires por distintas vías: por un lado, la importación de revistas europeas y, por otro, la experiencia recogida por los artistas argentinos en los viajes de estudio por Europa. En todos los casos, la recepción y apropiación de esta información se registró de manera diferencial y contribuyó a la construcción de una variada gama de matices dentro del proceso de producción de un “arte moderno” en nuestro medio. Así, el impacto de la modernidad artística en Buenos Aires generó un movimiento de características propias y contribuyó al desarrollo de lo que se ha definido como “cultura de mezcla”, entendida como la combinación de elementos de distinta procedencia dentro de un campo cultural activo y altamente receptivo de las influencias extranjeras.
y profundas que obligan a ensayar respuestas. Lo nuevo se erige como valor en sí mismo y la gran ciudad aparece como el ámbito en donde alcanza su status legitimador. La emergencia de la novedad en distintos frentes del campo cultural entra en tensión con lo instituido. Dentro del ámbito artístico, la dialéctica modernidad - tradición se expresa en diferentes horizontes, especialmente en el lenguaje artístico. El impacto de la modernidad en Buenos aires fue intenso, sobre todo en los años veinte. Éste fue asimilado de manera diferencial, registrándose la convivencia conflictiva de obras cuyo texto plástico mantenía elementos residuales junto a otras que evidenciaban un cambio de lenguaje y exhibían distintos grados de renovación. Estas producciones contribuyeron a la creación de un imaginario moderno y aparecen hoy como uno de los soportes en los que se imprimieron las vivencias de una época.
Pensar la modernidad en Buenos Aires, espacio periférico y cosmopolita a la vez, supone un proceso de indagación en torno a los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del siguiente. En un lapso aproximado de cinco décadas, se desarrolló con intensidad un proceso de modificación acelerada de la sociedad y con él un proceso correlativo de construcción de nuevas redes simbólicas que permitieron pensar e interpretar la época.
Así, Buenos Aires se convirtió en escenario de la construcción y consolidación de un campo artístico problemático, signado por una coexistencia más o menos conflictiva de diferentes versiones del repertorio de lenguajes plásticos que ofrecía el catálogo europeo. A partir de este estado de cosas se verifica un proceso de rasgos peculiares. La variedad y el tono moderado y matizado de nuestra renovación artística da lugar a la imagen de matices de la modernidad.
La ciudad cambia velozmente y va adquiriendo un nuevo perfil; también el concepto del tiempo se modifica. La fugacidad aparece como un nuevo dato de lo cotidiano, la estructura de la sociedad cambia de tradicional a moderna. Son modificaciones rápidas
Dentro del amplio movimiento encaminado a delimitar las características de la nacionalidad argentina que se despliega con intensidad ya desde los primeros años del siglo XX, la pintura adquiere el lugar de un recurso más entre discursos políticos,
Alejandra Bursuck / Recostado en la vidriera, 2011 / Ă“leo sobre tela / 1,20 x 1,00 m.
propuestas educativas, escritos, publicidad y literatura. Desde cada uno de ellos se busca modelar el perfil de una identidad nacional precisando adhesiones y rechazos de distinta manera. Junto al problema de la definición de lo nacional, se debate la cuestión del impacto de la modernidad. Aparecen diferentes respuestas en el ámbito de las artes: unas incorporan nuevos temas, otras suman un tratamiento plástico distinto que revela una apropiación singular de las experiencias de la vanguardia europea y del proceso de recuperación de la figuración desplegado durante la primera posguerra. El paisaje urbano es uno de estos nuevos temas. En un primer momento, lo urbano se traduce en lo pintoresco, luego van apareciendo los motivos de la modernidad. El puerto de la Boca y sus alrededores, la zona de Puerto Madero, la ribera y Barracas son los rincones seleccionados por quienes eligen una mirada pintoresca. Estas zonas de la ciudad y sus pobladores se tipifican, neutralizando toda perspectiva crítica por medio de un partido estético descomprometido: se exponen los motivos evitando todo tipo de reafirmación expresiva dada por el uso de la materia o el color. Se rescata lo anecdótico y se corrige lo que perturba la vista del espectador medio, pues se le devuelve una imagen del mundo del trabajo portuario y de las zonas marginales de la ciudad carente de conflictos, de dolor y, en última instancia, de vida. El repertorio iconográfico de la época se amplía con los motivos que aparecen en el espacio urbano. Molinos, elevadores de granos y fábricas son los signos de una economía ligada al mercado mundial, que los artistas no pueden eludir en este proceso de elaboración
de respuestas frente al impacto modernizador. Se cambia el pintoresquismo y la mirada nostálgica por otra que procura capturar la novedad. Al nuevo paisaje portuario se le suma el paisaje industrial, que sustituye las cúpulas por chimeneas, las agujas por molinos. Como la pintura, la poesía y las crónicas periodísticas no pueden eludir a la ciudad, que aparece recreada desde diferentes puntos de vista. Entonces, procuran aprehenderla. Dentro de la pintura de paisaje urbano, van ocupando lugar otros aspectos de este Buenos Aires que cambia. Los lenguajes usados para recrear la ciudad no siempre se renuevan; los residuales aparecen al servicio de motivos nuevos: las avenidas, los automóviles, los edificios altos y sus cúpulas, las plazas, la multitud que va y viene. El paisaje rural, promovido desde la ideología del nacionalismo tradicionalista, convive con este cultural, urbano, que se muestra con orgullo, confiado en un progreso y crecimiento continuos. El paisaje ciudadano se hace cada vez más frecuente. Las calles, el tránsito, las vistas desde lo alto denotan una vivencia intensa del Buenos Aires moderno. Estas obras traducen la nueva realidad con la que el hombre de la urbe fue familiarizándose a lo largo de la década. Los artistas observan la transición entre una ciudad chata, con resabios de “gran aldea”, y una en construcción, con altos edificios y grandes avenidas en perspectiva como algunos datos de la modernización. Andamios, automóviles, postes de luz eléctrica y transeúntes forman parte de los vistazos que dan los artistas a las calles porteñas. Los cambios reaparecen recurrentemente en este tipo de obras, en las que se trata algunas
Javier Calcaterra. El baile, 2010. Dibujo, carbonilla y pastel sobre fibrofรกcil. 0,78 x 0,95 m.
veces de mostrar los contrastes entre pasado y presente, y otras de mostrar la novedad. La ciudad como protagonista y testigo del proceso modernizador es, en suma, el tema que resume buena parte de las intenciones implícitas en estos paisajes urbanos. La ecuación planteada incluye motivos nuevos y recursos plásticos tradicionales. La mezcla, expresada en esta apropiación de la novedad, aparece como uno de los rasgos distintivos de nuestra “modernidad periférica”. Los artistas plásticos hicieron su aporte en la construcción de las redes simbólicas del período. El recorrido por las exposiciones de la época permite desentrañar la pluralidad de voces y puntos de vista que construyen los distintos segmentos de la red. Los paisajistas de la ciudad se apropiaron muchas veces del recurso de los horizontes extendidos, panorámicas y perspectivas aéreas que desmaterializan los objetos, con el propósito de dar cuenta de la extensión geográfica del país o de la ciudad. Esto se resignifica cuando se ilustra el puerto abierto hacia el exterior o en el momento en que la profundidad espacial se reduce al cerrarse con un bloque de edificios. En uno, el espectador pierde la mirada hacia el infinito; en otro, se lo obliga a trepar los muros hasta las cúpulas y el cielo. El paisaje urbano –tema de la modernidad– se instala en nuestro campo artístico en el sector de las producciones tradicionalistas. La perspectiva estética desde la que se concreta lo pone en evidencia. Entre la diversidad de propuestas, los artistas del pueblo, comprometidos con los sectores populares e interesados en su reivindicación, proponen por fin una interpretación alternativa de la ciudad. La mirada del grupo recae sobre la marginalidad y la miseria
en un sentido amplio. Los espacios elegidos están signados por la presencia del hombre más que por su representatividad arquitectónica. La multitud y el individuo son los protagonistas centrales de esta serie: sus hábitos, su paso por la ciudad –a veces sombrío, desdibujado. Los habitantes de Buenos Aires que transitan por los suburbios, la periferia del centro y las zonas de paso entre el interior y la metrópolis. La fragmentación es la clave del recurso elegido para representar estas áreas limítrofes que inquietan al espectador con un plano en el que, como en lo real, nada se lee con total claridad. Esta construcción atomizada, desordenada, se opone al plano unificado del paisaje tradicional y remite al espectador a un estado de shock similar al que se imprime en las vivencias de los sectores populares en su tránsito por la ciudad. Introduce una visión conflictiva de la multitud y del individuo que vive la otra cara de la ciudad moderna.2
2 Wechsler, Diana (1999). “Impacto y matices de una modernidad en los márgenes”, en Burucúa, J. E. (dir) (1999), Nueva historia argentina. Arte, sociedad y política, Vol. I. Sudamericana.
Alejandra Coirini. Café Tortoni, 2011. Acrílico sobre tela. 0,80 x 0,60 m.
Sergio C. Spinelli / Bailarines sobre la mesa, 2013 / Arte digital, fotografĂa y dibujo / O,63 x 0,73 m.
María Belén Pereyra. 9 de Julio 10 pm, 2013. Acrílico sobre fibrofácil. 0,70 x 1,00 m.
María Belén Pereyra -9 de Julio 10 pm.- Año 2013- Acrílico sobre fibrofácil- 70cm x 100cm-
María Belén Pereyra. 9 de Julio- 9 am, 2013. Acrílico sobre Chapadur. 0,50 x 0,70 m.
María Belén Pereyra-.-9 de Julio- 9 am- Año 2013- Acrílico sobre Chapadur50cm x 70cm -
Alejandra Bursuck Tu casa, tu vereda y el zanjón, 2012 Óleo sobre tela 1,20 x 1,20 m.
Blanca Saccomano 2 x 4 en Buenos Aires, 2014. Grabado (aguafuerte, aguatinta, chinĂŠ collĂŠ) 0,63 x 0,84 m.
Alejandra Coirini. Sensualidad, 2011. AcrĂlico sobre tela. 0,80 x 0,60 m.
Judith Crispi Melodías urbanas, 2010 Técnica mixta 80 x 80 cm.
HernĂĄn Bosetto Amarroto, 2009. AcrĂlico sobre tela. 60 x 80 cm.
Hernán Bosetto Garufa, 2008. Acrílico sobre tela. 61 x 100 cm.
Claudia Rofman Sextodieciocho (serie) Impresi贸n digital sobre papel, 2014 0,40 x 0,68 m.
Daniela Miceli Serenaa Luna de Arraval, 2013 Acr铆lico sobre tela. 1,20 x 0,80 m.
Claudia Bursuk Figurita repetida, 2014. AcrĂlico con textura 0,80 x 1 m.
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