PAPELES DEL ESPACIO

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EDITORIAL Pasaron cinco años y aquí estamos, con nuestro Espacio abierto de par en par a la vida. Las Madres, una vez más, dieron a luz. Y esa luz, aquí, tiene memoria y futuro. Por eso necesitamos seguir creando nuevas formas de decir nuestro nombre en papeles, imágenes, sonidos, colores, pensamiento, lucha. Naceremos y renaceremos todas las veces que nos sea posible. Con el puño en alto y repitiendo “hasta la victoria siempre”, lo haremos sin dudar ni un instante. Nos empujan el amor y la convicción de que los 30.000 desaparecidos sostienen nuestras banderas, nuestras consignas. Papeles del Espacio se inaugura como otro alumbramiento. Una revista que nos cuente, que nos acerque, que nos proyecte, que nos ayude a pensar –siempre con todos– los muchos asuntos que nos competen y que son herramientas imprescindibles para seguir construyendo. Porque aquí construimos. Sí, construimos futuro. Recibimos a niños y a adolescentes, a adultos que vienen a buscar y buscarse entre estas paredes. La experiencia que fuimos acumulando nos anima a creer que con estos Papeles les estaremos dando lugar a muchas otras inquietudes. Escribirán en estas nuevas páginas los pensadores, escritores, artistas, políticos, creadores y científicos a quienes iremos convocando para dejar huella. Las palabras que encierran conceptos, ideas, propuestas, respuestas e interrogantes deben quedar plasmadas en estos Papeles que se entregarán para contar la historia y llevar la mirada, que sostuvimos con las Madres, de este país profundo que está más vivo que nunca. Proponemos esta revista, amigos, amigas, compatriotas, en un momento de crecimiento a fuerza del trabajo colectivo del equipo que llevó adelante el ECuNHi, pero también de los muchos que nos apuntalaron y nos completaron cuando debimos exorcizar este lugar de odio transformándolo en uno de amor. Amor irreverente, luminoso, maternal, creativo, plural y memorioso que nunca bajó los brazos. Las Madres nos dieron la posta. En esta etapa de madurez y mayor expectativa, lanzamos este órgano de comunicación atemporal que nos proyecte hacia afuera y nos resuma, nos avale y nos haga permanecer de otra forma. Fue pensado por nosotros, hecho por nosotros; creado para ustedes, con ustedes y, por cierto, con los importantes y necesarios nombres que convocaremos en cada número. Quiero agradecer profundamente al equipo que realizó su diseño y al plantel que se preocupó por darle forma y hallar el contenido que, cuidadosamente, les iremos acercando. La responsable de nuestra área de Prensa y Comunicación, Liliana Szwarcer, se abocó a esta maravillosa tarea con dedicación y compromiso absolutos y trabajó para ello con un grupo de jóvenes que la secundaron en el quehacer de ponerla hermosa y en vuestras manos. El Ministerio de Educación de la Nación, que realiza proyectos educativos en este Espacio, ha sido el responsable de su publicación. Lo agradecemos sobremanera, porque estamos convencidos de que estos Papeles que hoy ven la luz son absolutamente necesarios para este tiempo y lugar de la historia que seguimos escribiendo con la misma pasión y esperanza que el primer día. Aquel inolvidable primer día, cuando las Madres abrieron estas puertas y dejaron que entrara el porvenir.

Teresa Parodi, directora del ECuNHi

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// mayo.13

STAFF

Editora responsable Teresa Parodi Directora Liliana Szwarcer Equipo editorial Lucía Buceta, Juan Diego Incardona, Clara Mari, Claudia Torre

SUMARIO

Escriben en este número Gustavo Aprea, Lucía Buceta, Ulises Gorini, Martina Gusmán, Juan Diego Incardona, Inés Kreplak, Clara Mari, Juan Carlos Radovich, Clara Temporelli, Claudia Torre Agradecimientos Cristina Banegas, Mónica Berón, Mario Bosi, Victoria Boulay, Felipe Deslarmes, Jorge Espiñeira, Daniela Fernández Romero, Carlos Flynn, Marcela Guerra, “Chiqui” Ledesma, Roberto Ledesma, “Gato” Martínez Cantó, Verónica Parodi, Daniel Pico, Jaime Perczyk, Candelaria Rojas Paz, Daniel Santoro, Pablo Urquiza, Luis Zarranz Fotografía Patricia Ackerman, Roberto Persano Diseño Sofía Gabrieludis, Julieta Grynblat Edición y corrección Lucía Buceta, Liliana Szwarcer

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ANTROPOLOGÍA/PUEBLOS ORIGINARIOS

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p.06 La “Madre Tierra” y sus cultos Por Juan Carlos Radovich

CINE

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p.14 Maternidad, infancia y cautiverio Por Martina Gusmán

HISTORIA/POLÍTICA

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p.18 Las Madres de la memoria fértil Por Ulises Gorini

COMUNICACIÓN

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p.30 Acerca de algunas madres de las pantallas Por Gustavo Aprea

CUENTO

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p.36 El hijo de la maestra Por Juan Diego Incardona

REPORTAJE:CRISTINA BANEGAS

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p.38 Medea,de Eurípides.La madre vengadora Por Lucía Buceta y Claudia Torre

CULTURA POPULAR

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p.44 La virgen María,madre y mujer Por Clara Temporelli.Testimonios:Roberto Ledesma y Candelaria Rojas Paz

POESÍA

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p.52 La maternidad arrebatada Por Inés Kreplak

ARTISTA DE TAPA:DANIEL SANTORO

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p.56 Madre:la productora de militancia Por Clara Mari y Juan Diego Incardona

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El copyright sobre los artículos firmados pertenece a los respectivos autores. Se permite la reproducción citando la fuente y el nombre de los mismos.

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La “Madre Tierra” y sus cultos En el altiplano andino, mama es la virgen y mama son la tierra y el tiempo. Se enoja la tierra, la madre tierra, la pachamama, si alguien bebe sin convidarla. Cuando ella tiene mucha sed, rompe la vasija y la derrama. A ella se ofrece la placenta del recién nacido, enterrándola entre las flores, para que viva el niño; y para que viva el amor, los amantes entierran cabellos anudados. La diosa tierra recoge en sus brazos a los cansados y a los rotos, que de ella han brotado, y se abre para darles refugio al final del viaje. Debajo de la tierra, los muertos la florecen. “La Pachamama” en Memoria del fuego Eduardo Galeano

por JUAN CARLOS RADOVICH (Dr.en Antropología,UBA-CONICET)

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UNA APROXIMACIÓN A LOS PUEBLOS ORIGINARIOS DE LA ARGENTINA Desde los más lejanos tiempos de la prehistoria, numerosos pueblos han practicado manifestaciones ceremoniales relacionadas con la veneración de la Madre Tierra. En la actualidad, dichas expresiones han sido recuperadas y restablecidas entre los pueblos originarios del continente americano. Nuestro país no es la excepción, aunque históricamente se instaló en él un modelo ideológico que intentaba demostrar nuestra “identidad europea y blanca” (tal como lo refiere el dicho “Los argentinos descienden de los barcos”). La presencia indígena en la Argentina siempre fue rechazada u obliterada, generalmente con el fin de negar los derechos que los pueblos originarios reclaman. Ahora bien, diversos sectores intentan rescatar elementos culturales indígenas, pero lo hacen desde una perspectiva preterista, o sea, desde un reconocimiento respetuoso de algunos aspectos del pasado, aunque de forma cristalizada, prejuiciosa y estereotipada. Vemos así cómo se produce un desprecio manifiesto hacia los “indios” del presente, especialmente hacia aquéllos que, por medio de sus organizaciones, ponen en práctica una actitud crítica en relación con sus derechos como pueblo. La única imagen de indígena contemporáneo que aceptan ciertos sectores conservadores de nuestra sociedad es una que lo enfoca con la lente deformada del “racismo cultural” y lo refleja como alguien “atrasado”, “degradado” y “decadente racial y culturalmente”. Esto nos lleva a reflexionar en torno a la siguiente expresión: “(…) el otro está bien, pero sólo mientras su presencia no sea invasiva, mientras ese otro no sea realmente ‘otro’”(Žižek, 2010:57). Todo lo referido es consecuencia de los elementos constitutivos del Estado argentino, amalgamado a partir del genocidio cometido contra los pueblos indígenas de la región pampeano/patagónica (mapuche y tehuelche), bajo el eufemismo de “Campaña del Desierto”, llevada a

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cabo por el general Julio A. Roca en 1879. Asimismo, pocos años después se llevó a cabo la Conquista del Chaco, que sometió militarmente a los diversos pueblos originarios de dicha región (qom, wichí, pilagá y mocoví). Sin embargo, desde hace algunos años los pueblos indígenas de la Argentina han recuperado, en parte, su voz y su visibilidad como pueblos originarios. En un proceso creciente de reorganización y gestión, elevan reclamos por sus derechos y su patrimonio obliterado. Sin duda, será un largo y costoso camino; en él, las manifestaciones de su religiosidad y sus creencias juegan un rol esencial. Aquí reseñamos algunas de las más antiguas. EL CULTO A LA MADRE TIERRA En la región andina sudamericana resulta frecuente observar las distintas manifestaciones ceremoniales en torno a la Madre Tierra. En nuestro país, en gran parte del Noroeste –una región con una historia superior a 15.000 años– se conmemora desde tiempos inmemoriales el culto a la Pachamama. Originado entre la población hablante de las lenguas quechua y aymara, ha sufrido transformaciones con el transcurso del tiempo. En lengua aymara, pacha significa tiempo y connota un complejo sistema ceremonial. Los pobladores quechua también le dieron su impronta identitaria, transformando el culto con la dinámica propia de los cambios que toda cultura provoca. Sin embargo, las mayores transformaciones se produjeron durante la dominación colonial, después de la conquista española de la región andina. El sometimiento a través de las encomiendas, las mitas, las misiones, los obrajes y otras formas de explotación de la población nativa generó profundos cambios en ella. La tradición oral de las culturas andinas recuerda antiguas creencias. Por ejemplo, el mito de la creación de los hombres los ubica emergiendo desde el interior de la tierra, del inframundo Ukju Pacha, o “tiempo

pasado”, donde germina la vida y se produce la muerte. En cambio, en el “mundo de arriba” o Hanan Pacha, se encuentran las fuerzas con poderes y en el mundo cotidiano o Kay Pacha, el “tiempo presente”, la vida cobra vigor y se reproduce. De esta manera, en distintas áreas de la región andina (Valles Calchaquíes, Quebrada de Humahuaca y la Puna, entre otras), se rinde culto a la Pachamama, o AllpaMamay o AshpaMamay, como se lo suele denominar también en La Rioja o Santiago del Estero (Radovich y Magrassi, 1981:7). Sin embargo, estas ceremonias no se limitan a las áreas mencionadas ya que, como producto de la emigración, numerosos habitantes indígenas del NOA se han instalado en pueblos y ciudades donde también celebran sus rituales religiosos vinculados a la Pachamama. Una de las manifestaciones más conocidas es la challa o chaya, es decir, la aspersión hacia la tierra, antes de beber, de algunas gotas de bebidas alcohólicas (aunque antiguamente predominaba la chicha de maíz o maní).

LA PRESENCIA INDÍGENA EN LA ARGENTINA SIEMPRE FUE RECHAZADA U OBLITERADA

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EN NUESTRO PAÍS, EL CULTO A LA PACHAMAMA DATA DE TIEMPOS INMEMORIALES Este rito también se practica en vinculación con diversas expresiones ceremoniales relacionadas con el ciclo agrícola-ganadero que se manifiesta a lo largo del año. Sin embargo, el momento de mayor actividad en cuanto al culto a la Pachamama se produce durante el mes de agosto. Resulta muy probable que esto se relacione de alguna manera con el antiguo calendario litúrgico andino, que ubicaba a este momento entre las fiestas y ceremonias de “la purificación de la tierra” (Anta Situwa) y “la purificación general” (KapacSituwa). Esto coincide con el tiempo de las últimas cosechas del maíz, cuando la tierra ha brindado sus frutos y es preciso agradecerle y ofrendarle en términos de reciprocidad. Por otra parte, cabe relacionar el culto que se realiza el 1 de agosto con la influencia cristiana, al coincidir con la celebración del Espíritu Santo (Radovich y Magrassi, 1981). Ese día y su víspera requieren mucha dedicación de la gente; en particular, es preciso no realizar actividad alguna, dado que el tiempo profano deja lugar a la sacralidad y comienza el tiempo de la fiesta, tiempo

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verdadero que cobra fuerza mediante la reiteración milenaria de los rituales. Tanto en el corral del ganado –en el medio rural– como en los patios de las viviendas urbanas, los pobladores andinos disponen de un lugar “sagrado” en el que realizan ofrendas diversas. Se trata de un hoyo cavado en la tierra, no muy profundo, donde se depositan los objetos ofrendados. Esto se realiza a la medianoche o antes del amanecer; a la Madre Tierra se le brinda comida preparada especialmente, hojas de coca, aspersiones de chicha o bebidas alcohólicas, cigarrillos encendidos y vellones de lana coloreada (kunti), entre otros elementos. En ese momento la tierra se encuentra “abierta” para recibir los regalos de sus hijos. Este ritual de agradecimiento a su vez propicia la fertilidad y reproducción de los bienes; suele denominarse “corpachada” o “challada”. Se pronuncian rezos, generalmente en lengua quechua y, posteriormente, al taparse el hoyo con una piedra, se rompe sobre la misma un cántaro que contiene chicha o alguna bebida alcohólica. Luego, los miembros del grupo familiar y sus parientes y amigos invitados participan en una comida ritual basada en el consumo de carne hervida (cabezas de llama u oveja), maíz, habas secas y mote (maíz descascarado, conservado en agua y sal). También suele sahumarse la casa mediante un incensario, con khoa (Menthapulegium) o muña muña. Otro ritual vinculado al culto a la Pachamama tiene lugar durante la “señalada” o marcación de los animales nacidos en la última parición, tanto en la Puna como en la Quebrada de Humahuaca. El dueño del rebaño es quien convida e invita a sus parientes y vecinos a


participar en la colocación de su “señal” a los animales jóvenes. Es un homenaje a la Madre Tierra y propicia el “multiplico” de la majada. En el transcurso de esta ceremonia se consumen hojas de coca (“coqueo”), chicha, comidas tradicionales y se entonan coplas acompañadas por instrumentos musicales de percusión (caja) y aerófonos, como el pinkullo o la quena. Rituales semejantes se realizan durante la celebración del Carnaval, que fue introducido a través del calendario litúrgico cristiano. Durante esta fiesta se producen una serie de cantos, se bebe y se ofrenda nuevamente a la Pachamama mediante el ahumado con cigarrillos y el enharinado de los participantes, mientras se arroja papel picado o “mistura”. La presencia visual de respeto y homenaje a la Pachamama suele encontrarse en las “apachetas”, montículos de piedras que aumentan de tamaño con el aporte de piedras nuevas, realizados por las personas que pasan por ese lugar. Las “apachetas” también constituyen espacios de ofrenda, ya que en ellas se depositan los acullicos (bolos de coca succionados) y otros objetos (Radovich y Magrassi, 1981). En la actualidad, las conceptualizaciones cosmovisionales de los pueblos andinos en torno a la Pachamama se han convertido en un argumento de lucha política por los derechos negados a los pueblos originarios. También son esgrimidas como herramienta en los nuevos planteos del “buen gobierno” y el “buen vivir”, SumakKawsay, o Suma Qamaña, concepto indígena ofrecido a la sociedad en su conjunto. En las recientes constituciones modificadas de Bolivia y Ecuador se han incluido diversos principios relacionados

con la cosmovisión andina, consagrando la idea de democracia intercultural (Santos, 2010). Dichos principios implican una profunda transformación y refundación del Estado que, con especificidades y diferencias, algunos Estados sudamericanos están experimentando.

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WAWACHAY

SUYASPA

ESPERANDO A MI HIJO

por MARCELA GUERRA (Tinyawan warmi takiq, cantora andina con caja)

El lazo de la vida comenzó a vibrar y a querer tomar su propio camino. La luz se hacía tenue hacia afuera y brillante hacia adentro. Muy brillante. El mundo se detuvo menos de un instante y luego comenzó a girar y el volcán explotó. Todo se calmó y el río de la vida siguió su rumbo cantando. A las mujeres nos quisieron robar la llave de la vida, pero se olvidaron que en nuestro cuerpo y en nuestra alma quedaba sellada su huella. En nuestra realidad actual, ante una mujer pariendo, hay un ladrón presto a querer robar lo que no es de él; con su delantal blanco y sus guantes cree lograrlo. Pero fracasa. Una y otra vez, fracasa. Tal vez sea porque, en su afán de

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conseguir lo inconseguible, no ve los brazos de la Pachamama que cubren ese acto, no ve la luz del Tata Inti que lo ilumina, no percibe el sonido de la Mamacocha que lo hace fluir ni el vaivén del viento que lo acuna. Para nosotras, las mujeres originarias, el sentido de la concepción de la vida, el embarazo y el parto tienen otro recorrido. El espíritu de una warmi sabe antes que su cuerpo que un alma está por llegar… En el embarazo se produce un desequilibrio que no es enfermedad sino el predominio de lo cálido sobre lo frío. Al embarazarse y al parir, la mujer atraviesa ese pasaje viviéndolo, no lo evita, no lo adormece. Este nuevo desequilibrio vital requiere rituales de protección, no medicinas contaminantes. No la interpretación del desequilibrio como anormal sino como vital, amparado en nuestra concepción práctica de la dualidad, de los opuestos, de la complementariedad, tan poco presente en el mundo occidental. De este modo la Pachamama, el universo y nuestro ayllu nos sostienen en ese desequilibrio vital en que nos sumergimos,

dejando de realizar algunas actividades cotidianas para abocarnos a las señas que nuestros seres tutelares nos brindan para, así, ir reconociendo a nuestra wawa, encontrando su nombre y su función dentro de la comunidad. El nombre es la vibración del alma. Es el puente sonoro que nos unirá durante toda nuestra vida con el Hanan Pacha, tensando la cuerda de su sonido en el Kay Pacha y profundizando nuestras raíces en el Uku Pacha. Cada vez que somos nombrados, resonamos como una cuerda que vibra y emite ondas sonoras. Nuestro nombre debe reconocer esa vibración y equilibrarnos; nuestro nombre debe nombrar a nuestra alma, debe recordarnos quiénes somos, de dónde venimos y cuál es nuestra misión. Debe recordarnos aquello que nos falta y aquello que nos sobra. Menuda tarea sólo reconocible por nuestros mayores en el sabor de la luna, en el enojo del viento o en la caricia de una pluma de ave. Al nacer, la wawa aun no es persona: es wawa. Muchas almas rondarán cerca de ella. Sólo a partir de su tercera luna será reconocida como tal y tomará su nombre en un verdadero pasaje de iniciación:


se cortarán sus cabellos en el chujcharutu, dejando en cada mechón aquellos conocimientos ancestrales que no necesitará y dando inicio a su integración al ayllu. Su nombre será su aliado, su sonido en el universo, único y portador de su misión en este Kay Pacha. Allá va yendo mi wawa sus chujchas se van cayendo su nombre lo está llamando para que siempre esté volviendo. Así transitamos reposadamente durante nueve lunas como lo que es: un ciclo más de la vida de hombres y mujeres, plantas y animales, que ingresan en un período de desequilibrio pero tienden a equilibrarse en el transcurrir del tiempo. El tiempo necesario, no el impuesto. Las hojas de coca asisten medicinal y espiritualmente y todo sigue su curso vital. Nuestra wawa transita ese mismo desequilibrio en su primera cuna, el vientre de su madre. Las mujeres originarias dejamos de tejer hacia fuera, como lo veníamos haciendo en lo cotidiano, y nos abocamos a tejer hacia adentro con hilos rojos de sangre, entramando la vida de nuestra wawita.

Si la wawita no encuentra su mejor posición para nacer, nos ayudarán aquellas mujeres sabias que nos miran –desde hace varias lunas- caminar, comer, reír y llorar. Amorosamente, nos mecerán en una malteada, acunándonos y ayudando a encontrar ese canal hacia el Kay Pacha. Todo terminó y todo comenzó. Ambos sentidos conviven y aseguran el crecimiento. Vendrá a su tiempo el corte del cordón posterior a que las tan nombradas células madre sean devueltas a la wawa, práctica ancestral realizada por los pueblos originarios. Vendrá la lectura de la placenta, vendrá el entierro de la sombra de la wawa en ofrenda a la Pachamama. En algunas comunidades será dentro del ayllu, en otras, fuera; en muchos casos, en la propia casa. Vendrá la faja que asegura el recorrido del conocimiento: en los hombres, hacia la cabeza; en las mujeres, hacia el corazón. Así, el recorrido de esta fuerza vital conformará la vestimenta de hombres y mujeres a lo largo de los tiempos, casi sin variación. Los occidentales aún creen que un chulo, una wincha, un chumpi son adornos pintorescos y que pueden invertir su uso

según el capricho de modas y gustos. Lo hacen apropiándose de vestimentas, de instrumentos musicales, de comidas, de plantas medicinales y sagradas, despojándolas de su verdadero sentido, de su función sagrada y creyéndose otra vez dueños de todo y de nada.

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por MARTINA GUSMÁN (Actriz y productora ejecutiva. Cofundadora de Matanza Cine junto a su marido, Pablo Trapero)

La investigación de Leonera consistió en un recorrido de un año por diferentes penales en los que entrevisté a mujeres que, como Julia, mi personaje en la película, se vieron obligadas a tener que criar a sus niños detrás de los muros.

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MATERNIDAD, INFANCIA Y CAUTIVERIO Reflexiones sobre la libertad, el cautiverio, los derechos del niño, el amor, la justicia y la injusticia no pararon de rondar en mi cabeza y en mi corazón durante todo ese proceso. Cuantos más días pasaban, más fuerte era mi deseo de poder construir un personaje que pudiera representar las historias de esas madres y sus hijos. Que, a través del cine, lograra hacer llegar a muchas personas esta realidad que posiblemente desconocieran. Sabía que no seríamos capaces de modificar las circunstancias pero, tal vez, pudiéramos aportar un granito de arena para que esta

situación saliera a la luz por medio de una película. Detrás de cada charla, de cada historia, de cada mujer y de cada niño se abrió para mí un surco del que no paraban de manar preguntas, planteos, sensaciones encontradas difíciles de digerir. El derecho del niño a crecer en libertad y, al mismo tiempo, su derecho a crecer junto a su madre: dos elementos tan importantes y vitales para el desarrollo de cualquier ser humano en sus primeros años de vida. Un niño no puede elegir dónde nacer, cuándo, de qué forma, en qué contexto; tampoco puede

elegir quiénes serán sus padres ni si ellos lo desearán o no. Pero cualquier niño necesita a su madre absolutamente, tanto por lo vincular como por el amor, por el alimento. Y también necesita nacer, crecer y desarrollarse en libertad, no encerrado entre rejas. Un niño que nace en cautiverio tiene una mirada triste, apagada. Un rostro rígido, un profundo enojo, un hondo dolor que puede percibirse a metros de distancia. Si bien los pabellones en los que hay niños son diferentes de los de mujeres solas, la sensación de encierro, la falta de libertad y el clima hostil constituyen un golpe

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NO HAY AIRE... LA SENSACIÓN ES DE FALTA DE AIRE muy grande para el desarrollo de esos pequeños. Dentro de un penal, los cinco sentidos se te modifican. No hay horizonte: sólo patios muy chiquitos en los que se ve muy poco de cielo. Los pabellones son monocromáticos: grises, tristes. Las paredes son altas. No hay puertas ni picaportes sino rejas. Y no pueden abrirse: son abiertas por otros, por los carceleros. No hay plazas. No hay cielo. No hay

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lugares descubiertos. No hay aire libre. No hay aire; la sensación es de falta de aire. Muchos de estos chicos no conocen el exterior hasta los cuatro años, lo que en algunos casos produce trastornos como la agorafobia y una compleja dificultad de adaptarse más tarde a su vida extramuros, entre muchas otros problemas de adaptación, miedos y fobias. ¿Cuáles son los sonidos? Un constante eco, una resonancia de

vacío que dan los espacios tan grandes, con tanto cemento. El crujido de las rejas. El silencio de la noche. Los sonidos retumban, generan miedo… El olor es fuerte y particular; el sabor de la comida es siempre el mismo. La falta de intimidad, la promiscuidad, la violencia, el enojo, el resentimiento, la sensación de peligro latente que se respira en el aire. La falta de libertad –no sólo la espacial sino la de poder decidir tus rutinas, tus acciones, tus horarios–. Todo está pautado, todo es una constante pena a cumplir, todo es un permanente control, como en un gran panóptico de Foucault. Junto a sus madres, los niños aprenden a pagar una condena que no es propia, mientras transforman claramente los sitios –porque no dejan de ser niños–, lo que hace que algunas rejas se conviertan


en hamacas. Y adquieren el léxico carcelario, inventan juegos de policías y ladrones y rearman los espacios sobreviviendo a esa realidad que les toca vivir, en tanto anhelan y fantasean con un futuro mejor fuera del penal. Es tanta la soledad y tan grande el desamparo, que los vínculos entre madres e hijos adquieren una inmensa intensidad. Eso hace más difícil aún la separación a los cuatro años, cuando sí o sí los chicos tienen que abandonar el lugar. Es un momento muy difícil para las madres y para los niños, que requieren un gran sostén psicológico y social para poder llevarlo a cabo. Al mismo tiempo, a mí, como mamá, con mi hijo que en ese momento tenía sólo cuatro años, me era imposible pensar la falta de presencia y de vínculo de un niño con su madre. El amor, el

cariño, las caricias, las miradas, el amamantar, el jugar, el dormirlo… ¿Se puede privar a un niño de esas experiencias en sus primeros años de vida? Me parecía de una crueldad imposible de digerir. Con todas estas contradicciones, interrogantes e idas y vueltas, terminamos la investigación. Filmamos la película. Armamos una proyección para que madres y niños vieran el proyecto en el que habían participado. Empezamos a tomar parte en debates sobre el tema y en charlas en penales: el cautiverio, la maternidad, los derechos de los niños. Y obtuvimos el mayor premio que la película podía tener, que fue que, a unos meses de estrenada Leonera, se activara una ley de prisión domiciliaria para embarazadas y madres de niños de hasta cuatro años. Ley que evalúa la carátula particular de cada mujer,

permitiendo en algunos casos que puedan cumplir su condena –o parte de ella– fuera de los penales, en forma domiciliaria, criando a los niños en un contexto más acorde a sus necesidades. Más allá de la inmensa felicidad que nos causó la noticia y de sentir que fue el cierre y balance más hermoso que este proceso podía tener, creo que constituye un gran punto de partida para seguir profundizando y reflexionando sobre estas temáticas. Y sobre cómo “ocuparnos” –y no sólo “preocuparnos”–, como sociedad, de ciertas realidades que muchas veces resulta más fácil esquivar que enfrentar. Es preciso hablar, reflexionar, debatir y tratar de iluminar para que, en un futuro, nuestros hijos puedan aprender que no tienen que cumplir “nuestras condenas” y que pueden luchar para que algunas cosas sean mejores.

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por ULISES GORINI (Abogado y escritor)

Desde que el sociólogo francés Maurice Halbwachs acuñara el término

memoria

colectiva,

el

concepto fue adquiriendo diversos significados, algunos muy diferentes entre sí, pero todos referidos a los recuerdos que atesora una sociedad, grupo o clase social. Objeto de estudios académicos y científicos, materia de políticas de estado y disputas entre movimientos sociales

y

partidos

políticos,

eje de debates entre medios de comunicación y periodistas, el momento de la cuestión es polémico y complejo de describir. Hasta fines de los ochenta, en nuestro país la memoria colectiva fue un tema abordado exclusivamente por especialistas. A partir de ese momento, sin embargo, el interés por él se expandió a los más diversos grupos y actores sociales. En la actualidad, se ha convertido en un fenómeno omnipresente.

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las madres

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LOS SIGNIFICADOS DE LA

MEMORIA

ESTÁN EN DISPUTA

Desde que el sociólogo francés Maurice Halbwachs acuñara el término memoria colectiva1, el concepto fue adquiriendo diversos significados, algunos muy diferentes entre sí, pero todos referidos a los recuerdos que atesora una sociedad, grupo o clase social. Objeto de estudios académicos y científicos, materia de políticas de Estado y disputas entre movimientos sociales y partidos políticos, eje de debates entre medios de comunicación y periodistas, el momento de la cuestión es polémico y complejo de describir. Hasta fines de los ochenta, en nuestro país la memoria colectiva fue un tema abordado exclusivamente por especialistas. A partir de ese momento, sin embargo, el interés por él se expandió a los más diversos grupos y actores sociales. En la actualidad, se ha convertido en un fenómeno omnipresente. En efecto, desde hace aproximadamente treinta años –con ciertos altibajos, con mayor o menor intensidad– este tema se mantiene constantemente en la primera

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plana de los diarios, entre los principales argumentos del debate y la lucha política, en el ámbito de la Justicia y el Parlamento, en la agenda de los medios de comunicación, en el campo académico, en la literatura y el arte. ¿A qué se refiere ese debate tan extendido? Su uso más frecuente, en términos políticos y culturales, remite a la necesidad de recordar un momento relativamente reciente y relativamente breve de nuestro pasado. En ese sentido, cuando se habla o se escribe sobre memoria colectiva o memoria histórica en nuestro país, se hace referencia usualmente al período del terrorismo de Estado, que se extendió desde los años setenta hasta avanzada la década siguiente. Ese recorte temporal y temático parece darle la razón al filósofo alemán Friedrich Nietzsche, quien en su trabajo La genealogía de la moral sostuvo que “recordamos lo que nos duele”. Y agregó: “Eso es la memoria”. La afirmación de Nietzsche es, sin duda, fuertemente crítica respecto de la memoria.


Como señaló Michel Foucault, en esta idea del filósofo alemán hay una crítica a la historia y a la memoria, en la medida que ata a los seres humanos a sus orígenes y, según Nietzsche, les impide ser libres. Sin embargo, esta concepción no es exclusiva de este pensador. Por el contrario, suele tener otros sostenedores en diversas partes del mundo y también en Argentina. La idea de que la memoria nos ata al pasado y no nos deja ser libres en el presente suele ser el reproche que se les hace en todas partes a quienes reivindican la “memoria histórica”. Y esta crítica –que a veces llega a ser un ataque– es mucho más fuerte cuando la reivindicación de la memoria está acompañada por el reclamo de justicia. O, como diría Tzvetan Todorov, cuando esa memoria es pensada en términos de justicia. Independientemente de la idea de Nietzsche, entonces, de buena y de mala fe suele repetirse que debemos olvidar, liberarnos del pasado y mirar hacia el futuro para encarar libremente el presente. Lo dicen personas y grupos muy

distintos, con muy diversas intenciones. Lo dicen quienes pretenden librarse de la acción de la justicia y mantener sus posiciones, muchas de ellas logradas sobre la base de sus crímenes. Y lo dicen, paradójicamente, personas honestas que piensan, como Nietzsche, que ésa es la mejor manera de vivir y construir en el presente. ¿Pero es realmente así? ¿El resultado de esta práctica de la memoria en la Argentina nos impide encarar el presente? Es decir, ¿el mandato que se deriva de la reivindicación de la memoria colectiva es el de atarnos al pasado y no dejarnos crear libremente nuestro presente y nuestro futuro? No se puede responder afirmativa o negativamente a esta pregunta sin advertir antes que no es posible hablar de memoria en singular: debemos hablar de memorias, en plural. Porque el pasado es un campo de disputas en el que se enfrentan muy diversos intereses y significados; no sólo distintos sino, muy a menudo, opuestos. Es casi una obviedad decir que, en la Argentina actual, la

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ESTOS DEBATES REFERIDOS A LA MEMORIA NO ATAÑEN SÓLO AL PASADO, SINO TAMBIÉN AL PRESENTE

memoria, los significados de la memoria están en disputa. En cierto sentido, estamos atravesando una situación en la que se produce un triunfo paradójico de los partidarios de la memoria colectiva: se han sumado a su defensa algunos sectores que hasta hace muy poco eran acérrimos impulsores del olvido, especialmente los que estaban comprometidos con el genocidio y la impunidad. En efecto: algunos partidarios del olvido, de la amnistía a los genocidas, se han involucrado en este debate como nuevos adeptos de la memoria. Sienten que han perdido o están perdiendo la pelea, y entonces reclaman ser ellos los portadores de la verdadera memoria. Son, por ejemplo, los que hablan de una “memoria completa”, que sería memoria que integra al debate la denominada “violencia de izquierda”, la “subversiva” y “terrorista”. La operación que intentan es la de una memoria que empata o que empareja la violencia de los grupos revolucionarios y de izquierda con la del terrorismo de Estado y los genocidas. Si “todos” hicieron “lo mismo”, ¿no sería conveniente declarar tablas como en el ajedrez y terminar el juego? Es decir, en esencia,

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se trata de una operación perversa de olvido. CONCEPTO PLURAL Los partidarios de la memoria, sin embargo, no tienen el mismo concepto del fenómeno. No sólo existen definiciones muy diferentes sino que, también, existen prácticas y representaciones muy diversas acerca de la memoria histórica. Quiero subrayar que esta confrontación en torno a la memoria no es un mero debate intelectual, mediático o académico. Cuando hacemos referencia a la disputa y la confrontación, no nos referimos solamente a un fenómeno de debate y discusión por los significados de ese pasado y su inscripción en el presente sino, incluso, a la lucha política. Porque en la Argentina todavía se lucha, se vive y se puede morir y desaparecer por esta disputa. Eso sucedió hace tan sólo unos años con Julio López, testigo en uno de los juicios más importantes llevados a cabo en tiempos recientes en Argentina, en el que se condenó por genocidio


a uno de sus máximos responsables. Es decir que estos debates referidos a la memoria no atañen sólo al pasado, sino también al presente. No sólo porque todavía falta hacer justicia en la extensión que requiere abordar el genocidio ocurrido en la Argentina, sino porque, por ejemplo, es un tema del presente que aún permanezcan sin aparecer y sin identificar centenares de hijos de desaparecidos. Es decir que la cuestión de la memoria no es sólo de ebate intelectual: se inscribe directamente en la puja política, mediática, judicial e incluso académica y artística. En este sentido, podríamos decir que en la Argentina se libra una verdadera batalla por este tema. De este modo, la cuestión de las memorias tiene relación directa con el diseño de la Argentina actual y los avances y retrocesos en este tema exhiben como pocos otros los verdaderos alcances y los límites de nuestra sociedad post dictatorial. Llegado a este punto, es fundamental hablar de los diversos grupos y sujetos sociales y políticos que

participan de esta confrontación. Éste es un tema espinoso, difícil de abordar e incluso negado por muchos. Se dice y se repite que “es el pasado que regresa”, “son los fantasmas que retornan”. Se habla de la persistencia del pasado. Esas expresiones pueden ser aceptables en el lenguaje común y aun como metáforas. Pero debemos señalar que, en realidad, oscurecen el sentido de lo que está ocurriendo en la Argentina con la puja en torno a las secuelas del terrorismo de Estado. Porque esa cosificación o sustantivización del pasado, como si fuera un ente en sí, algo abstracto que vuelve por sí solo, resulta un serio obstáculo para dilucidar el tema de la memoria y la historia. Entre otras cuestiones, esa sustantivización, como señala Paul Ricoeur, se apoya en un error gramatical. El haber convertido el adjetivo “pasado” en un sustantivo, cuanto menos, opaca la existencia de los sujetos sociales y políticos que, en realidad, protagonizan la disputa y son los portadores de esa memoria.

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No es éste un tema menor o banal. Pensar que el pasado tiene una entidad en sí mismo no sólo es un grave equívoco, sino que de él derivan otros errores aún peores. Esa clase de expresiones que le dan entidad propia y sustantiva al pasado resultan más oscuras cuando son utilizadas por historiadores o científicos sociales que refieren al pasado y su persistencia y a la conmoción política que genera como si se tratara de un fenómeno parecido al de un terremoto, en el cual el pasado viene a ser algo así como el equivalente a capas geológicas subterráneas que, de tanto en tanto, con un movimiento y un sacudón, nos recuerdan su presencia. No, el fenómeno no es abstracto; no si trata del “pasado que persiste” ni del “pasado que regresa” o “retorna incesantemente”, sino de una lucha cultural y política protagonizada por sujetos sociales y políticos. Las Madres, por ejemplo. Y también muchos otros. Son estos sujetos sociales los que inscriben en el presente aquella memoria del pasado y los que protagonizan una disputa decisiva para el presente y el futuro de Argentina. OLVIDO Y MEMORIA Por primera vez menciono la palabra futuro, con total conciencia de ello. Porque a despecho de los que pretenden sepultar el recuerdo doloroso del pasado para evitar que se haga justicia, los luchadores por los derechos humanos insisten en recordarnos aquel pasado, no para quedar atrapados en él y desentendernos del presente y el porvenir, sino para que la memoria contribuya a modelar el presente y el porvenir. Entonces, no estamos hablando de cualquier memoria o de todas las memorias, sino de una memoria muy singular que las Madres de Plaza de Mayo han denominado “memoria fértil”: es decir, de un recuerdo fecundo, que nutra a la sociedad que queremos construir. Se ha hablado mucho del papel que, en este sentido, han cumplido las Madres. Sin embargo, quizá todavía no logramos darnos cuenta de esa dimensión histórica que

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tiene el tema. Los historiadores que abordan la disciplina relativamente nueva y bautizada como historia reciente saben de la dificultad de comprensión que implica abordar cuestiones tan próximas en el tiempo y que nos involucran. Mucho antes de que se hablara de esta disciplina, un escritor francés, Stendhal, escenificó muy bien la dificultad de comprensión de los contemporáneos relacionada con los sucesos que nos toca vivir. En La cartuja de Parma, el personaje principal, Fabrizio, es un jovencísimo y ferviente partidario de Napoleón que deja su ciudad natal para sumarse a las tropas del emperador francés. En un momento determinado, se encuentra en medio de un enfrentamiento armado y se pregunta si verdaderamente eso que está viviendo es una batalla. No puede ver la totalidad de lo que está ocurriendo. No sabe, pues, reconocer lo que ve; incluso se pregunta en determinado momento si ese enfrentamiento armado que él vive en una escala lógicamente individual y humana es verdaderamente una batalla. Y tiempo después, cuando se comienza a hablar de ella, él continúa dudando si realmente estuvo allí. Dice Stendhal: “Fabricio se transformó en hombre a fuerza de meditar sobre lo que acababa de sucederle. Sólo en un punto permanecía aún niño: lo que había visto ¿era una batalla? Y, en segundo lugar: ¿esa batalla era Waterloo?”. Se trataba nada menos que de la batalla de Waterloo, de enorme trascendencia en la historia de Europa, pero Fabrizio no tenía todavía conciencia de que había participado en verdad de ese extraordinario hecho histórico. Salvando las diferencias, lo que quiero significar es esa dificultad que tenemos todavía los argentinos, contemporáneos del fenómeno, para comprender la dimensión histórica de este proceso que involucra a la memoria y la lucha por saldar cuentas con ese pasado. Esta extraordinaria presencia y persistencia del fenómeno ha dado lugar a diversos análisis y comentarios. Hay una memoria que se satisface con el recuerdo

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SÓLO LA MEMORIA CON SENTIDO DE JUSTICIA ES SOCIALMENTE VALIOSA 26 PAPELES DEL ESPACIO

de lo sucedido, como si esto fuera barrera suficiente para evitar que se repitan hechos similares. Podríamos decir que esta forma de memoria está próxima a lo que Nietzsche llamaba la memoria herida. La memoria que se complace sólo con el recuerdo. En este sentido, pienso que esta memoria es doblemente negativa. Primero porque nos deja en el lugar de del dolor y permanece en él. Puede ser una memoria paralizante, y no sólo porque no tiene una propuesta de futuro, sino porque además nos atrapa en el pasado. Nos atrapa porque potencia el horror al generar su recuerdo y nos atrapa porque nos deja indefensos frente a los factores sociales, los sujetos sociales y políticos que aún hoy siguen actuando en la Argentina y que son responsables del genocidio. ¿ES ÉSE EL CASO DE LAS MADRES? Alguna vez, Borges, refiriéndose a ese trágico período


de la historia argentina, se mostró arrepentido de haber apoyado a la dictadura militar y se inclinó a comprender el dolor de las Madres. Dijo entonces: “Yo descreí de la democracia durante mucho tiempo pero el pueblo argentino se ha encargado de demostrarme que estaba equivocado. En 1976, cuando los militares dieron el golpe de Estado, yo pensé: ‘Al fin vamos a tener un Gobierno de caballeros’. Pero ellos mismos me hicieron cambiar de opinión, aunque tardé en tener noticias de los desaparecidos, los crímenes y las atrocidades que cometieron. Un día vinieron a mi casa las Madres de Plaza de Mayo a contarme lo que pasaba. Hace poco estuve en el juicio y conocí al fiscal; allí recordé la frase de Almafuerte: ‘Pide sólo justicia, pero será mejor que no pidas nada’. Todo esto es muy triste y habría que tratar de olvidarlo. El olvido también es una forma de venganza. Fue un período diabólico y hay que tratar de que pertenezca al pasado. Sin embargo, por todo lo que ocurre ahora pienso que hay mucha gente que siente nostalgia por ese pasado. Claro que a mí me resulta fácil decir que debemos olvidar, probablemente si tuviera hijos y hubieran sido secuestrados no pensaría así…”.1 Paradójicamente, no es ése el principal sentido que le dan a la memoria las Madres. No se trata de no olvidar solamente porque es el hijo, el ser querido. Esta memoria que Borges se inclina por comprender, sin duda, en el largo plazo es negativa. Y lo es por aquello que sostenía Nietzsche: nos deja atrapados en el pasado y el dolor. Pero, ¿hay otra posibilidad de recuperar el pasado en una memoria que precisamente sirva para liberarlo de ese origen? ¿Será que uno se libera del pasado negándolo u olvidándolo y no examinando su significado presente para enfrentarlo y, entonces sí, liberarse de él? MEMORIA Y JUSTICIA Sólo la memoria que tiene un sentido de justicia es una memoria socialmente valiosa, que sirve para liberarnos del pasado de verdad, cambiando su significado.

Es decir: los hechos del pasado, sin lugar a dudas, no se pueden modificar. Pero podemos cambiar su significado en relación con el presente. Y ese cambio no se produce sólo a partir de un proceso intelectual o del pensamiento. Tiene una instancia intelectual y de pensamiento, pero que interactúa políticamente, modificando la realidad, y a partir de esto genera la posibilidad de nuevos sentidos. Eso es, por ejemplo, lo que ocurre a partir de los juicios a los genocidas. El que se hacía llamar (y llamaban) presidente Videla, hoy es el dictador; el dueño y señor de las vidas de los argentinos del pasado, hoy es el genocida, condenado a prisión perpetua por sus asesinatos. Esto ocurre, entonces, no sólo porque hubo y hay una memoria que designó a Videla como genocida, sino porque también hubo un proceso de modificación de la realidad que lo puso en la cárcel. Desde esta perspectiva, no hubiera bastado con pensar que Videla es un genocida. Hacerlo sin poder modificar la realidad hubiese sido una memoria impotente. Es decir, el pasado no varió –no han dejado de existir la masacre ni el golpe de Estado-, pero se modificó la forma en que lo enunciamos porque cambió su sentido y lo hizo con un sentido de justicia. Como dice Todorov: es un pasado pensado con sentido de justicia. Las Madres piensan la memoria con un sentido de justicia pleno. Es decir, no se trata sólo de juicios y sentencias. Es una justicia que involucra como valor y acción a la sociedad en su conjunto, a las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales. Recuerdo cuando la dictadura estaba a punto de finalizar (de hecho, faltaban dos o tres días para que asumiera el nuevo presidente constitucional) y, en una manifestación por los derechos humanos, un grupo de jóvenes gritó “¡Paredón, paredón!” para indicar que lo que correspondía hacer con los genocidas era fusilarlos. Las Madres les replicaron de inmediato que el mejor

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castigo para ellos era la cárcel. Luego, cuando ya estábamos en pleno período post dictatorial, se impusieron límites a la justicia con una amnistía y los criminales volvieron a circular libremente por la calle. Entonces, ningún familiar de desaparecido (y, de hecho, nadie en absoluto) recurrió en la Argentina a la venganza individual. Por el contrario, las Madres persistieron en su reclamo de justicia. Hoy no tenemos a un Videla asesinado, sino condenado por genocida, por asesino. ¿Qué mayor prueba entonces de que se trata de una

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memoria pensada en función de la justicia? Pero allí no se detuvo la acción de las Madres. Por el contrario, los planteos de transformación social, la perspectiva de una sociedad socialista, la revalorización de los procesos revolucionarios, las iniciativas de transformación social que ellas encarnan, remiten a una idea de la memoria que no se queda en el dolor. Que vuelve a plantearse el significado de la lucha de los desaparecidos, que lo pone en presente y que, como lo enuncia la metáfora sobre la memoria acuñada por ellas, lo fecunda, lo fertiliza.


POR JUANA DE PARGAMENT INTEGRANTE DE LA ASOCIACIÓN MADRES DE PLAZA DE MAYO

Para mí es elemental vivir y tener memoria. Es una elección muy común pero tiene contenido, porque el que olvida, lamentablemente, hace desaparecer los hechos. De manera que, en esta lucha que yo llevo desde hace tantos años, le doy prioridad a la memoria, desde el primer día en que sentí el impacto de la desaparición de mi hijo. Ese impacto me duró hasta hoy, que tengo 98 años. ¿Por qué? Porque tomé el compromiso de por vida de que vale la pena luchar. Me llevaron al mío, pero también se llevaron a 30.000 de sus compañeros, dos generaciones bellísimas de jóvenes. Olvidarlos sería terrible: diariamente démosles un pequeño recuerdo, una pequeña conversación, una pequeña recordación. Cuando las Madres empezamos, cada una hablaba de las cualidades de sus hijos y todas llegamos a la conclusión de que eran bellísimas personas, por eso las Madres tomamos el compromiso de seguir su lucha. Como me dijo mi hijo: “Son las mejores personas, los mejores amigos. Pensar en irme de acá, no, porque la Argentina también es mía”. Y la de todos por los que estamos luchando, para que esta Argentina sea todavía mejor. Cuando secuestraron a mi hijo me dijeron: “Señora, nos llevamos a su hijo pero no haga nada porque él va a volver”. Y fue espontáneo salir. Realmente, ahora comprendo que las Madres tenemos un sexto sentido, más que todos los seres humanos. Dijimos: “No han vuelto, hay que ir a buscarlos” y entonces empezamos a golpear puertas, a reclamarlos, a dar papelitos con el nombre. Nos dijeron: “No los llevamos, no los tenemos”. Toda una mentira. Las Madres sabíamos que había que seguir andando. Entonces me di cuenta de que detrás de mí había más mujeres golpeando las puertas, reclamando a uno, dos, tres hijos. Cada una tenía alguien a quien reclamar. Ahí estaban como yo, paradas, pidiendo un resultado, una respuesta. Entonces dijimos: “No tenemos que golpear la puerta y que nos rechacen y nos desprecien. Las Madres vamos a defender a nuestros hijos. No tenemos que llorar, tenemos que juntarnos”. Ese dicho de “la unión hace la fuerza”, lo hemos puesto en práctica: nos juntamos. Y al hacerlo dijimos: “Estos muchachos del interior, del norte, del sur; esos padres que no pueden estar: lucharemos también por ellos”. Y empezamos a reclamar. Tomamos esto como lema: socializar la maternidad para que los 30.000 aparezcan, para que los 30.000 sean recordados, no olvidados, y para seguir caminando por ellos, con el pensamiento y con el físico, que es lo mejor que tenemos.

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acerca de ALGUNAS MADRES DE LAs pANTALLas 30 PAPELES DEL ESPACIO


por GUSTAVO APREA (Licenciado en Ciencias de la Comunicación,UBA)

Madre… ¿hay una sola? Esta pregunta ya no puede responderse afirmativamente de modo absoluto, ni siquiera desde el paradigma científico, la vida cotidiana o la bioética. Sin embargo, en nuestro país, el modelo materno transmitido desde el cine y la televisión sostuvo firmemente lo contrario y propuso roles rígidos y extremos a lo largo de muchas décadas.

La trama de la historia de los medios audiovisuales en la Argentina está urdida alrededor de un hilo que algunas veces se hace muy evidente y otras resulta casi imperceptible: el melodrama. Gran parte de nuestra cinematografía y la forma de ficción más representativa del medio televisivo, la telenovela, organizan sus relatos alrededor de una matriz melodramática. En este sentido, puede afirmarse que existe una línea de continuidad entre el cine más popular –en ciertos casos, involuntariamente, también en el que tiene pretensiones de legitimación estética– y las narraciones que se transmiten diariamente por la televisión. Dentro del universo melodramático la mujer ocupa un rol central, sea como protagonista o como destinataria de un género en el que las pasiones desaforadas – motor de romances dificultosos, algunas veces imposibles– apuntan a un tipo de llanto que nuestra sociedad definió como específicamente femenino. Otro rasgo característico de las diversas variantes del melodrama es la presencia de fuertes contrastes y oposiciones que de alguna manera se presentan como irreductibles: los héroes contra los villanos, la inocencia contra la maldad, el orden social contra los deseos irrefrenables.

En este contexto, las mujeres originariamente pueden ocupar sólo los roles de prostituta o de madre. La “malas mujeres” son aquellas que, por no poder manejar su ambición o sus pasiones, abandonan el papel que la tradición conservadora le otorga al género femenino: el cuidado del hogar. Por su parte, las madres deben ser aquellos personajes que encarnan las virtudes y valores familiares con tanta pasión como las “perdidas” los quiebran. La oposición cerrada entre las dos opciones que el melodrama le propone a la mujer funciona como idea subyacente que expresa una de las formas del maniqueísmo que sostiene a este género discursivo. Sin embargo, en el desarrollo de las historias concretas se presentan situaciones en las que esta oposición se matiza y redefine, especialmente en el caso de las madres. Casi desde los comienzos de nuestra cinematografía aparecen mujeres que acceden a la maternidad por fuera del matrimonio o de los lugares preestablecidos que los prejuicios sociales exigen. Pese a haber cometido cualquiera de los dos deslices –a veces, ambos– estas madres son las que terminan defendiendo las virtudes del orden familiar con mayor apasionamiento. Son capaces de

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sacrificar todo por sus hijos: el honor, el amor de un hombre, sus ambiciones personales o la vida misma. Durante el período de auge del cine industrial en el que se trabajaba con convicción sobre los géneros cinematográficos, estas madres constituían un tipo de heroína muy popular. Así accedió al estrellato Libertad Lamarque, que durante casi sesenta años, tanto en Argentina como en México, representó el personaje de la mujer capaz de realizar sacrificios increíbles con tal de restaurar la honra familiar. Cualquier esfuerzo era poco con tal de “limpiar un nombre” y no transmitir la deshonra a sus hijos. Aun en el caso de algunas mujeres definitivamente perdidas en su ambición y desenfreno, la maternidad actúa como posibilidad de redención final, como sucede con el personaje encarnado por Laura Hidalgo en Armiño negro. Pero en donde se hace más explícita la condena y redención a las mujeres que no ocupan el lugar social “que les corresponde” es en los roles que encarnó Tita Merello durante la década de 1950. Sus personajes tienen fuerza y coraje masculinos, y se ocupan de tareas propias de los hombres. En consecuencia, deben sacrificarse para lograr que subsistan los valores del

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orden y la familia. Quizás el caso emblemático sea el de la protagonista de un episodio de El amor nunca muere. Por ser viuda y ocuparse de manejar una empresa de camiones, no logra concretar la mayor ambición de su vida: asistir al casamiento de su hijo médico –cuya carrera costeó mediante ese trabajo “indigno”– con una joven de familia acomodada. La imagen de Tita Merello contemplando la boda desde las rejas de la iglesia condensa el tipo de patetismo en torno al sufrimiento materno que se lograba con las historias de mujeres apartadas de los roles propuestos por el melodrama y las costumbres de la época.

La telenovela, en principio, conservó el papel de las madres como sostén de los valores familiares. Aunque no es argentina, una de las historias fundadoras de la telenovela –con una trayectoria tan larga como la de Libertad Lamarque– fue El derecho de nacer; en ella, los sacrificios se justifican en el marco de una lucha contra prejuicios raciales. En este momento, el lugar de las madres parece ser únicamente el de la comprensión, la compañía y el recuerdo de los verdaderos valores sobre los que debe asentarse la sociedad. Pese a que este tipo de madre puede persistir en algunas


LAS HISTORIAS YA NO CUENTAN CÓMO DEBERÍAN SER LAS COSAS SINO CÓMO QUERRÍAMOS QUE FUERAN

variantes contemporáneas de las telenovelas latinoamericanas, las ficciones televisivas han presentado su figura de diferentes maneras a lo largo de los sesenta años de historia del medio en nuestro país. Uno de los clásicos de la telenovela argentina, Rosa de lejos, hace reaparecer a la mujer que fue madre por fuera de la institución matrimonial. Pero en este caso, la pérdida de la virtud no implica una condena al sacrificio. La protagonista se sobrepone a las circunstancias –había sido abusada por un hijo de la familia en la que trabajaba como empleada doméstica–, emprende una carrera profesional

exitosa como modista y logra concretar una pareja a la que se une por amor. Cambió el lugar de las mujeres –la versión original es de 1969– y cambió el género: en las telenovelas, a diferencia del cine melodramático, el final feliz con matrimonio es obligatorio. Las historias ya no cuentan cómo deberían ser las cosas, sino cómo querríamos que fueran. En el cine que se realiza después de la caída de los grandes estudios a mediados de la década de 1950, el melodrama puro desaparece o queda relegado a un lugar muy marginal. Sin embargo, muchas de sus características tiñen –voluntaria o involuntariamente–

una parte de la producción nacional. El maniqueísmo, el énfasis en los sentimientos afectivos y el patetismo en torno al sufrimiento de los personajes se manifiestan como una constante que se prolonga a través de los años. Ya casi no hay un “cine para mujeres” como en el período industrial clásico, pero algunas de las lecturas, muchas veces exitosas, retoman el lugar de la maternidad como condición esencial y redentora de la mujer. Paradójicamente, una película como Camila, la heroína fusilada por estar embarazada de un cura, vuelve a trabajar en clave melodramática el lugar

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LA TELENOVELA CONSERVÓ EL ROL MATERNO COMO SOSTÉN DE LOS VALORES FAMILIARES 34 PAPELES DEL ESPACIO

que enfrenta los valores sociales con los deseos. Sólo que en esta oportunidad quien recibe la condena moral es la sociedad, no la protagonista femenina que disfruta de un amor que trasciende la propia muerte. Aun en filmes que buscan una propuesta de realismo social como Pizza, birra y faso, el lugar de la maternidad aparece planteado como el de una experiencia que purifica: cuando el protagonista muere, después de fracasar en un asalto, lo hace aferrado al vientre de su mujer embarazada. La tragedia a la que está condenado el personaje por su origen social marginal se vuelve más patética al abrazar la esperanza de salvación que expresa el embarazo como proyección de futuro. En algunos filmes significativos

que se refieren a la tragedia generada por la dictadura militar, el lugar de las madres también puede aparecer relacionado con una clave melodramática. La pretendida inocencia de la sociedad frente al genocidio puede ser encarnada por una madre que se entera por medio de otra de la tragedia de la apropiación de los hijos de desaparecidos en La historia oficial. En Vidas privadas, el melodrama más intenso es la única posibilidad de sostener la verosimilitud de un incesto trágico entre una madre que sufrió la represión y su hijo, expropiado por los militares. En ambos casos, el amor por los hijos –propios o adoptados– va más allá de los condicionamientos sociales. En el primero, lleva a la toma de conciencia frente al drama que sufrió el país, mientras que en el segundo, la única salida posible es la muerte de la protagonista. La asociación entre el valor redentor de la maternidad y el personaje de las madres se quiebra recién en las telenovelas de la década de 1990. Con la aparición de heroínas en las que el motor principal de sus actos no reside en la defensa de su pureza sino en la concreción de sus deseos, surgen madres malignas capaces de planificar y exponer a las protagonistas a todo tipo de


vicisitudes. La madre de la familia Visconti en Celeste es lo opuesto al sacrificio y el amor abnegado. La defensa de los valores familiares se mimetiza con la de los intereses económicos y las ansias de poder. Los factores que permiten la aparición de estas “malas madres” –tan atractivas y ambiguas como las nuevas protagonistas– son el ablandamiento de los cánones morales tradicionales, la exacerbación del individualismo y la certeza de que una telenovela se sostiene sobre un juego basado en las convenciones que rigieron al género hasta el momento. Con el fin del siglo XX y el comienzo del XXI, parecería que la sociedad –y en especial la televisión– reconoce que las familias están cambiando. No son eternas, no tienen una única forma y pueden estar constituidas alrededor de más de una opción de género. En principio, el retrato de las nuevas configuraciones va apareciendo en programas que combinan la comedia con amores pasionales, en los que la familia no aparece como el final deseado de todo romance. En éxitos que abarcan desde Gasoleros hasta el universo de Graduados –en donde los personajes no están seguros de a quién amar ni cómo hacerlo– la familia y los adultos que las integran deben moverse en un

mundo en el que los parámetros a defender resultan muchas veces contradictorios. Las madres ya no pueden ofrecer una garantía de sostenimiento de valores que liguen el amor pasional con el familiar. En casos extremos –como el de La viuda de Rafael–, la oposición fanática de la madre del protagonista frente a su pareja transexual parece tensar al máximo la oposición entre el amor y los valores familiares. Evidentemente, las madres del

melodrama no son las únicas que aparecen en las pantallas del cine o la televisión ni tienen demasiado que ver con lo que se piensa de ellas en otros aspectos de la vida social. Sin embargo, se transforman a través de los años y subsisten gracias a que pueden vivir el amor por sus hijos con la fuerza de una pasión arrolladora. La capacidad de moverse entre contradicciones –para otros, insuperables– les permite a ellas hacernos creer que son tan eternas como el amor que prometen.

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EL HIJO DE LA MAESTRA

por JUAN DIEGO INCARDONA

(Escritor. Public贸 cinco libros,adem谩s de relatos y notas en diarios y revistas)

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En el barrio algunos me llaman por mi nombre, Juan Diego, o por mi apodo, ¡Chorza!, pero mucho tiempo antes, los vecinos, sobre todo las personas mayores, se referían a mí como “el hijo de la maestra”. –¿Quién es este pibe? –El hijo de la maestra. –¿Qué maestra? –¡La maeeestra! ¿Quién va a ser? La que vive en Avenida Cruz, enfrente de la Juanita. –Ahhhh, sí. Sucede que mi madre fue una de las maestras más famosas del barrio –ahora está jubilada–. Trabajó en sus tres escuelas: la 137, la 138 y la 139. En la que estuvo más tiempo fue en la 138, anclada en una de las zonas más pobres de Villa Celina, en el barrio Urquiza, cerca de Las Achiras. Sus actividades trascendían lo escolar: visitaba casas, organizaba el comedor, conseguía zapatillas para los chicos. Con el paso del tiempo, se convirtió en un referente de las escuelas de Celina; mi vieja, una maestra de frontera en el conurbano bonaerense. ¿Será predestinado? No lo sé, pero ella se llama igual que el barrio: Celina. “Doña Celina”, le dicen algunos; “Señorita”, le dicen muchos otros, aun personas de veinte, de treinta años que, en su mayoría, fueron sus alumnos. Ser hijo de ella me salvó en varias oportunidades. Las que más recuerdo son dos. La primera vez fue en el campito y por culpa de Javi, que se había zarpado con unos pibes que jugaban a la pelota. Vinieron como diez chabones de Urquiza, amigos del hermano de uno de los chicos, y nos empezaron a cagar a piñas a Javi –que después salió corriendo y me dejó solo– y a mí. Enseguida me encerraron y me empezaron a dar: trompadas, patadas de todos lados. Aguanté como pude; tiré un par de manotazos al aire, pero fue en vano. Ya está, pensé, cobré para todo el viaje. Por suerte, seguía en pie, aunque en cualquier momento

me tumbaban. Y en el piso sí que estaba listo, ésta no la contaba. Pero antes de que cayera en desgracia y me hicieran puré la croqueta, de golpe la cortaron. Alguien me había reconocido: –Pará, pará, que es el hijo de la maestra. La otra fue en un colectivo. Volvía con Tino de ver a Boca en el 143, que habíamos tomado en Constitución. Estábamos sentados por la mitad del coche. Atrás, venía una barra de pibes de Urquiza que eran de la 12, muy bravos. Se zarpaban con todos los que tenían cerca: manoseaban a las mujeres, les pegaban a los chabones, los escupían de atrás, los puteaban. La cosa es que, ya entrados en Celina, nos teníamos que bajar. Le dije a Tino que había que hacerlo por la puerta trasera y bancarnos la que viniera. Teníamos la remera de Boca puesta y no podíamos quedar como cagones bajando por adelante, así que fuimos para el fondo. Tino iba asustado, blanco como una hoja. Toqué timbre. Los de Urquiza estaban a nuestras espaldas, algunos sentados en los últimos asientos, otros parados. Yo no los miraba, tenía la vista fija en el timbre. Esperaba un coscorrón en cualquier momento, una escupida, que me apuraran, pero no pasaba nada: atrás nuestro, la patota guardaba un silencio absoluto. El tiempo se alargaba o el colectivo iba más lento. Era una espera interminable, sofocante, silenciosa. Por fin, cuando paró y estábamos bajando la escalera, uno me dice, con voz ronca: –Eh, loco. Me di vuelta despacito y, esperando la peor, le contesté. –¿Sí? El flaco, con una carita que ni te cuento, muy serio, me dice: –Mandale saludos a tu vieja.

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Entrevista a Cristina Banegas

MEDEA, DE EURÍPIDES

la madre

vengadora por LUCÍA BUCETA (Licenciada en Comunicación. Coordinadora del área de Letras del ECuNHi) y CLAUDIA TORRE (Doctora en Letras, UBA. Docente y tallerista) Foto C. Banegas Patricia Ackerman. Fotos Medea Carlos Flynn

La mañana del 3 de octubre de 2012 fuimos a entrevistar a Cristina Banegas a su casa. Queríamos preguntarle por su experiencia de actuación cuando en 2009 representó Medea de Eurípides, dirigida por Pompeyo Audivert, en el Teatro San Martín de Buenos Aires. Medea nos interesaba porque su figura materna es polémica. Es una madre atroz: mata a sus dos hijos por despecho; ha sido abandonada por Jasón y clama venganza. El asesinato es cruel y horroroso porque está montado sobre una idea de justicia. La tragedia griega, una vez más, dispara el sentido de todos los temas universales para hacernos pensar. Por su parte, Cristina Banegas, además de ser una de las mejores actrices argentinas de los últimos tiempos, es una exquisita conversadora.

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¿Por qué te interesaba hacer una versión de Medea? Primero, porque me gustan mucho las tragedias griegas. Ya había hecho con Alberto Ure hace años una versión de Antígona, en la época de los carapintadas, ese momento histórico. Medea es uno de esos trabajos que las actrices desean hacer. Yo conocí a Lucila Pagliai. Me la presentaron los Gelman, Juan y Ana, porque son amigos. Ella dicta “Análisis del discurso” en la maestría de Letras. Y me pareció que era la oportunidad: que había encontrado a alguien, una cómplice –como hace trece años encontré otra cómplice con la que hicimos la traducción y adaptación de Molly Bloom, Laura Fryd–. Con Lucila nos pusimos a trabajar durante más de un año por las mañanas, dos veces en la semana. Después terminamos alquilando una chacra en Uruguay, pasamos veinte días trabajando con el texto en griego, en francés y las mejores traducciones en español. Y la verdad es que fue un trabajo muy gozoso, el de encontrar un filo: en la adaptación no hay una sola españolada y, al mismo tiempo, no es una porteñada. Es una versión que encuentra un filo, como también hizo Ure con su mujer, Elisa Carnelli, primero con Antígona y después, con Edipo Rey –que se hizo en 2003 en Rosario, en las ruinas del Hotel Italia–. Entonces vengo con una relación muy íntima con los clásicos del teatro, con la tragedia. Hice también una diplomatura de Teatro en la Universidad de San Martín en la que usamos Las troyanas, de Eurípides, como material de base. O sea, que vengo trabajando sobre esto –la cuestión de la tragedia griega– desde hace mucho tiempo. Digamos que tuve una intervención desde el primer momento, que es la decisión de tomar un texto para hacerlo: trabajarlo, hacer una adaptación, una versión. La tragedia griega no puede hacerse así, porque las traducciones académicas no están hechas para ser actuadas sino para ser estudiadas en el mundo académico griego, que es todo un planeta, por otra parte.

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Claro, hay una intermediación fuerte. Sí, es infinito. Me formé con buenos maestros, como Leandro Pinkler, que me acompañó en todo el proceso de ensayos de Antígona, obra que él había traducido. He tenido la suerte de trabajar con gente muy calificada. Lucila Pagliai realmente es muy valiosa. Ella estuvo con Rodolfo Walsh en ANCLA, de los pocos que hicieron ANCLA. Y bueno, me pareció que era la persona indicada para trabajar conmigo la idea, la obra, el texto, las canciones. Y, después, lo que hice fue convocar a Pompeyo Audivert, a Juan José Cambre que hizo toda la dirección de arte, a Carmen Baliero, con la música y dirección de coro, digamos que armé todo el proyecto. Fui a verlo a Kive Staiff, por entonces director del Teatro San Martín, y se lo presenté todo así. Y ahí ya me corrí a ser actriz y Pompeyo, el director. Así que fue un trabajo muy comprometido y una temporada larga: estrenamos un 22 de agosto –una fecha fuerte en nuestra historia– e hicimos, salvo un par de paradas, temporada de miércoles a domingo: quinientas personas por noche. Fue un éxito de público, de crítica, la obra fue premiada. Fue un proyecto en el que estuve desde el primer minuto hasta el último. Es una obra maldita. ¿Por qué es una obra maldita? En el teatro hay dos obras malditas: Medea y Macbeth. Yo hice La señora Macbeth de Griselda Gambaro… O sea que pasaste las dos malditas. Sí. Los ingleses la llaman the scottish play, para no nombrarla: la obra escocesa. Con esta Medea estuve involucradísima, fue un proyecto que me puse sobre el hombro y lo llevé hasta el final. Y, por supuesto, como el teatro es una máquina colectiva, hubo momentos en que no acordaba con las decisiones de la dirección, pero tuve que acatar. Con respecto al personaje mismo de Medea, ¿qué aspectos te parecen más conmovedores? Me parece conmovedora y bestial (las dos cosas a la vez) esa decisión de matar a sus hijos, además, con toda la lucidez propia de un personaje trágico de la tragedia griega.


Siempre hay un momento en la tragedia, la anagnórisis, cuando el personaje trágico hace un reconocimiento de su error, de su falta, de eso que hizo que cometiera un acto por afuera, por arriba de lo que las leyes determinan (las leyes morales y éticas y del concepto de religión que tenían los griegos, que era otro). Esa decisión de matar a sus hijos como venganza contra Jasón, contra el hombre que ama, que la traiciona y la abandona; el hombre por el cual ella ha matado a su hermano y traicionado a su padre, ha dejado su patria, se ha convertido en una paria para ir con él a buscar el vellocino de oro. Entonces Medea se siente traicionada en algo más que una cuestión de celos o de pasión; ella ha entregado su vida a una causa. En ese sentido, su relación con Jasón (el hecho de haberlo ayudado a ser quien es) para Medea tiene un valor inmenso, porque ella lo dejó todo en su país, donde era una princesa. Entonces creo que ella toma una decisión trágica. Pero, además, en el mito de Medea (que no está en la obra, que termina con ella yéndose con el carro de fuego a Atenas), ella tiene un hijo con el rey de Atenas, Egeo, que se llama Medo. En el mito, Medea vuelve a casarse y vuelve a ser madre. De modo que es feroz esa decisión y es irreparable; eso es lo que ella desea, causarle dolor a Jasón, destruirlo. Y la obra termina con él preguntándole por qué lo hizo, porque eso también era lo que ella más amaba. Pero tal vez no fuera así; quizá lo que ella más amaba era a Jasón y no a sus hijos. Por esa razón Lacan dice que Medea es la verdadera mujer, porque elige al hombre y no a los hijos. Esto no sé si es tan así, no sé si Lacan dice realmente eso; me lo dijeron algunos lacanianos y algunos otros me dijeron “No sé dónde Lacan dice eso, nunca lo encontré” (risas). ¿Hay cosas que desaprobás de Medea, del personaje? Sí, absolutamente. Yo no estoy de acuerdo con matar a los hijos, básicamente (risas). Empezando por ahí, me parece un horror. Pero justamente de eso trata la tragedia: está hecha para generar horror y compasión; para que el público pueda hacer una catarsis; para que eso que se presenta –que es una transgresión irreversible, vital y trágica–

TRAICIONA,AMA, CAUSA DOLOR, MATA,DESTRUYE funcione como un disparador de sentido. La catarsis es una purga; la gente se purgaba, se purificaba. Eso hacían las quince o veinte mil personas que veían las tragedias griegas de sol a sol –eran dos tragedias y una comedia en las fiestas dionisíacas–. Estuve en el teatro de Pireo, en Grecia y lo que me salió fue cantar un tango. Fui a ver una Medea a Atenas. Esperé que se fueran los turistas, subí al centro del escenario –creo que es el teatro con la acústica más perfecta del mundo–, pero no me salió decir un texto de Medea: me salió un tango, Malevaje. Quiero decir: yo no hago un juicio sobre los personajes con los que actúo, me presento como actriz, más allá de que sea una asesina. Por supuesto que yo no lo comparto desde lo moral y lo ético, no me identifico para nada con lo que hace Medea, pero puedo ponerme en ese lugar de ser.

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LA TRAGEDIA ESTÁ HECHA PARA GENERAR HORROR Y COMPASIÓN En una entrevista que te hicieron en esos días dijiste que no tenías la intención de adaptar el texto griego a la realidad de ese momento. ¿A qué te referías con eso? A que no tomamos una posición de “correr” el texto a un espacio contemporáneo. Se plantearon anacronismos pero desde el lugar de lo que serían los atuendos, el espacio, la luz, una dirección de arte, una voluntad de dejarlo en un lugar más atemporal, pero no que estuviera clavado en el presente. Más allá de que había muchos detalles –en el vestuario, sobre todo– que podían ser actuales. Hay un parlamento de Medea que está muy presente, no sólo en tu versión sino en muchas referencias a la obra: “De todo lo que tiene vida y pensamiento, nosotras, las mujeres, somos el ser más desgraciado”. ¿Qué opinás de este texto que contiene una visión de lo femenino? Y así empieza. Ése es el primer discurso de Medea. Me parece que es una extremista, pero que tenía un pensamiento sobre

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la relación del hombre y la mujer, del lugar de la mujer. Y el de ella, con más razón, porque era una extranjera, una bárbara. Una doble marca Claro. Por eso Jasón se consigue otra mujer, una paisana, digamos. Deja a la diferente, a la bárbara. Podría ser una cabecita negra. ¿Cómo lo ves vos a Jasón? ¿Cómo lo pensás? Es un hombre político, que desea poder; con su propia hybris, con su ambición, él también es parte de la tragedia por la transgresión que hace al abandonar a Medea. Peor que abandonarla: él la repudia. Eso es lo que hace él. Y lo hace por el poder. ¿Te parece que la figura de Medea produce más rechazo que la de Jasón, siendo que los dos han cometido ultrajes y han hecho cosas terribles? Sí, porque ella es la que mata a los hijos. El acto lo comete ella. Él traiciona, pero ella mata, son cosas diferentes. Por algo la


obra se llama Medea. Pero yo creo que también actoralmente es interesante poder hacer este personaje: una actuación del dolor de una mujer que se siente ultrajada, traicionada. En mi actuación traté de trabajar sobre el fondo de ese dolor, de ese desgarramiento, para que no hubiera un rapto. En su acto tiene que haber lucidez y dolor. ¿Vos pensás que Medea está dividida entre la Medeamadre y la Medea-mujer, que podría pensarse la división del personaje o que es uno solo? Ella es todas esas cosas. Ni en la ficción ni en la realidad los seres están compartimentados. Antes de tu versión teatral hubo otras. Cuando Inda Ledesma hizo Medea yo no vivía aquí, en la Argentina. Debe haber sido entre el ‘79 y el ‘83. Yo vivía en España. Creo que fue la única versión local anterior a la nuestra. ¿Y en cuanto a las películas? Vi la de Lars Von Trier y la de Passolini. En Atenas también asistí a un trabajo de danza teatro que me pareció estéticamente muy atractivo; lo dirigía un griego que hizo la dirección de los Juegos Olímpicos. Uno mira las obras, no para copiarse, sino para ver qué otras versiones existen y qué otras miradas hay sobre el texto. ¿Sentís que en tu versión tomaste o descartaste algo de esas anteriores? Por ejemplo, me parece extraordinario que los hijos sean muy pequeños en la versión de Lars Vos Trier y que uno de ellos ayude a la madre a sacrificarlo. En nuestra versión mis hijos no podían ser tan pequeños porque yo soy una mujer mayor. Cuanto más pequeño es el ser, más transgresor es el daño, por su indefensión. Te queríamos preguntar acerca de la relación entre la condición de la mujer y la venganza como forma de justicia. Las leyes que Medea rompe son las de los varones. Ella debe aplicar otra forma de justicia. Sí, es como el caso de Antígona, donde ella decide enterrar a su hermano de todos modos, aunque la ley lo

prohíba, porque ella apela a otras leyes, que son las leyes de lo que sería el concepto de religión actual. Las leyes del otro mundo, del mundo subterráneo, del mundo que está del otro lado del Hades, de la muerte. Y me parece que toda venganza es una transgresión. Nosotros, ciudadanos argentinos, con la historia que vivimos, el genocidio, los genocidios de nuestra historia, sabemos que no es venganza: es justicia la palabra. En el teatro, en la ficción, podemos desarrollar otras escenas que en la realidad no aceptaríamos, no soportaríamos. La venganza es parte de lo que sería la tragedia como género. Forma parte de las grandes transgresiones que destruyen al otro, a los otros. Lo que sea el otro: personas, poder. Sólo trae destrucción. Y es algo que yo relaciono con la ferocidad. Con la imposibilidad de encuadrarse dentro de un sistema moral y ético. Medea habla de castigo. Dice devolver “herida por herida” para no dejar impunes a los que han traicionado. Sí, ella es una vengadora. Más allá del mito que mencionaste, en el que más tarde ella vuelve a ser madre, en la obra Medea se va y no sabemos qué va a pasarle. Para vos ¿qué sucederá con ella? Yo pienso que Medea se va triunfante en la realización de la destrucción, destrucción que incluye a sus propios hijos. Hasta la última palabra, sostiene que lo que hizo fue para causarle dolor a Jasón. Lo sostiene hasta el final. No hay arrepentimiento. Ella siente que fue un acto de justicia. ¿Puede ser pensado como un acto de soberbia? La hybris siempre es soberbia; es salirte de tu encuadre moral y ético, hacer algo que va más allá de eso, desde la omisión, desde la venganza, desde donde sea. La hybris es el estado en el que uno se pone por encima de uno mismo. Y en algún momento algo te va a bajar de ahí y vas a pagar por eso. El caso de Medea es interesante, porque de alguna manera ella triunfa en su venganza.

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LA VIRGEN MARÍA, MADRE Y MUJER por CLARA TEMPORELLI (Hermana de la Orden de la Compañía de María y Doctora en Teología por la Universidad de Cataluña)

A lo largo de los siglos se han escrito bibliotecas enteras acerca de María, en forma de sermones, escritos teológicos, literatura devota, obras literarias. Pero, ¿quién es María? ¿A qué responde ese sentimiento tan profundo que se detecta en los pueblos y en la gente hacia ella? ¿Qué motivos puede haber para que miles y miles de personas se reúnan en sus santuarios para orar y para experimentar el consuelo y la ternura de Dios?

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LA GLORIA DE DIOS

ES QUE EL

SER HUMANO

viva

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Aunque las Escrituras dicen poco acerca de ella, María es el único referente femenino del credo católico. Y no hay que desperdiciar ninguno de los datos que da el Nuevo Testamento. Los Textos nos dicen qué pensaban de ella los primeros autores, cómo era representada y acogida en las primeras tradiciones cristianas. Estos elementos nos resultan muy interesantes para obtener un mayor conocimiento histórico de su figura, pero también para valorar su repercusión en las comunidades cristianas y la interpretación que de ella se hacía. Sin embargo, la mariología ha desbordado el mero dato bíblico o revelado. María de Nazaret no es un personaje como Simón Pedro, Pablo o María Magdalena, que están circunscriptos en su

historicidad y cuando la rebasan lo hacen desde una especie de ejemplaridad de tipo jerárquicoinstitucional o espiritual. El caso de María va más allá. Ella emerge como un personaje arquetípico. Más todavía: muchos entienden que ella no es sólo un personaje del pasado, sino que es “contemporánea” a todas las generaciones que la suceden. A María se le han otorgado un sinnúmero de atributos, privilegios y títulos honoríficos. El misterio de María tiene que ver con María y la Iglesia, María y el mundo actual, María y la mujer, María y los pobres, María y nuestra vida personal; en definitiva, con María y el proyecto de Dios para la humanidad. Con descubrir la posible continuidad entre la María madre judía e histórica de Jesús y la Virgen de la fe eclesial. Con


buscar a María como símbolo de esa fe, como la mujer de Nazaret y como Nuestra Señora de la Fe de los siglos eclesiales. María ha sido acogida en la Iglesia desde su mismo inicio, en las diversas comunidades que han guardado su memoria. Poco a poco fue incluida en su reflexión teológica, a la luz de Jesús, confesado Hijo de Dios y Redentor del Mundo. Una serie compleja de interacciones entre piedad popular, progreso dogmático, pensamiento teológico y magisterio eclesiástico ha cristalizado en una mariología dogmática que expresa hasta dónde ha llegado la comprensión eclesial y creyente del misterio de María. Se torna difícil explicarla teológicamente. Entonces, se trata de darle a la teología un rostro de mujer o, desde la óptica de la mujer, una

expresión y una presentación –un estar frente a Dios y frente al mundo– en femenino. Una teología que supone la contemplación y la experiencia interior que la abre al canto, al silencio, a la oración; la práctica y la honestidad que la abre a la realidad, a la profecía, al compromiso. María, en su función maternal, no es una mujer sometida, dependiente, una diosa, sino la imagen de la persona que en el cristianismo ha llegado a estar más cerca y más unida a lo divino por estar llena del Espíritu Santo y por encarnar el Verbo de Dios. Su vida nos desafía a despertar el sentimiento maternal como cualidad que permite a otras personas vivir y crecer, que respeta la libertad y la responsabilidad de los demás. Desde esta actitud de ser en relación que da la vida de manera fecunda y activa, la mujer

y también el hombre pueden crecer en el terreno de las relaciones y de la mutua dependencia, y en autonomía humana. El proceso materno de María nos llama a resistir a los poderes dominantes desde la creatividad que nace del amor, como las Madres de Plaza de Mayo con sus treinta y seis años de denuncia y oposición a la violación de los derechos humanos, a la injusticia de las dictaduras militares y de las democracias cómplices de los poderosos. Así, la maternidad de María puede ser inspiración tanto para la mujer como para el varón. Pues el dicho de Ireneo de Lyon se aplica a todos nosotros y a nuestras creaciones personales, institucionales, sociales y estructurales: Gloria Dei homo vivens: la gloria de Dios es que el ser humano viva.

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Testimonios En el ámbito de la religiosidad popular, la figura de María está fuera de toda discusión. Para quienes creen en ella, asume la forma de Madre Universal y sintetiza todos los valores de ese rol: conforta, protege, socorre, comprende y compadece. Aquí, dos testimonios en relación al sentimiento amoroso que María despierta en los habitantes de dos ciudades de provincia: Venado Tuerto (Santa Fe) y San Miguel de Tucumán (Tucumán).

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Foto por: Mario Bosi

EL MONJE ALADO por ROBERTO LEDESMA (Escritor. Venado Tuerto, pcia. de Santa Fe)

Sobre el borde de la primera rama en la que posó su figura, el leve movimiento del gajo elegido le dio a su silueta esa elegancia propia de un príncipe del aire. En su pecho lleno de trinos estalló de pronto una alborozada copla que llenó el espacio y, por toda respuesta al día lleno de sol, un coro de pardos trovadores repitió su canto como un salmo que rompe las tinieblas. Amanecía. La paz era total sobre el paisaje quieto; delante de él la catedral era un pino elevándose al cielo, sin esos verdores que solía buscar cuando sus sueños de nuevo nido le ganaban el alma. La iglesia vista desde los árboles de la plaza tenía otras formas: una figura nueva se elevaba sobre un pedestal de mármol, extrañamente bella. Representaba a una mujer, una silueta de madre con un círculo de espinas sobre su cabeza, lastimando el aire. Voló hasta posarse entre las manos de ella y pareció de pronto que la pétrea mirada de la imagen se llenaba de ternura. Entonces, su corazón de pájaro pudo más: sobre esos dedos necesitados de caricias apoyó sus alas para darles el calor que le faltaba y se dijo que ahí construiría su nido. Llevó la noticia a su compañera y, juntos, fueron una y otra vez de la plaza hasta las manos de la santa. Él voló luego hasta encontrar un charco; con su pico amasó sabiamente un poco de barro y otro de paja. Ambos trabajaron sobre las quietas manos de la figura, marcando el lugar que ocuparían cuando el nido fuera algo más que un sueño para un amor con alas, un misterio de la naturaleza que da vida y razón de ser a la mirada de María.

Y aquí se da una paradoja: hace ya algunos años, nuestra ciudad erigió con muy buen criterio la imagen de la Virgen Madre, junto a la iglesia catedral, sobre un pedestal de mármol. Su rostro tiene una mirada tan piadosa que conmueve; sus manos, un ademán tan tierno que acarician de solo verlas. Pero pasado el tiempo, nos dimos cuenta de que si los horneritos no hubieran hecho su nido entre esas manos, la obra estaría incompleta. A estas historias de pájaros y humanos hay que tenerlas en cuenta más allá de la rutina diaria. El hornero –un peregrino en ropaje color tierra– cada amanecer, con su pico, levanta un salmo que nos invita a transitar la existencia con una esperanza nueva. Desde que construyeron su casita de barro, ella y él se convirtieron en un canto a la vida y al trabajo; al igual que monjes alados, repiten el ritual en un incansable ir y venir. Estos seres llegaron un día hasta las manos de la Virgen para dejar en ellas el testimonio de amor más acabado de la naturaleza.

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LA GRUTA DE LA ESQUINA por CANDELARIA ROJAS PAZ (Docente y poeta San Miguel de Tucumán,provincia de Tucumán)

Justo en una esquina de la escuela nueva, “la Blas Parera”, en un costado de la Villa 9 de Julio, hay un altar lleno de flores y una pequeña casita enrejada, con vidrio, donde la figura de la Virgen de la Merced abre sus manos. La gruta se levantó un día de ésos en que Tucumán transpiraba fuerte y descargó aguaceros en los cuellos de los profesantes; hubo misa, festejo, grupos de folclore, mesas de comida compartida, niños correteando en medio de la calle. Desde entonces, el encuentro se repite y el barrio tiene una luz distinta durante septiembre. Cada 22 de ese mes, se realiza una procesión en la que la Virgen patrona de esta provincia es la “Agasajada”, la “Reina” de la fiesta, la “Madrecita que viene a visitarnos”, la “Señora que nos trae la alegría y la redención”. Cada familia se viste con sus mejores ropas para recibirla en su paseo primaveral. Lo histórico –en relación a Belgrano y a la Batalla de Tucumán– queda relegado por la pasión y entrega de la gente a la hora de los rezos y la conmemoración. Porque entonces María ya es de otro ejército: pertenece al pueblo que batalla el día a día, el que se levanta a “cartonear”, a visitar al familiar detenido, a buscar al hijo que no ha vuelto en la madrugada… Ella, la Virgencita, es la que recibe en sus manos los besos de los vecinos del barrio, que pasan y la acarician con ternura pidiendo, agradeciendo o simplemente saludándola por el nuevo día que comienza o termina. Cuentan que, en la épica cruzada frente a los españoles, Miguel Francisco Aráoz, un joven de 18 años, se presentó como voluntario para la ofensiva del 24 de setiembre de 1812. Su madre, devota de la Virgen de la Merced, le puso un escapulario en el pecho y le pidió que se encomendara a su cuidado. Después de la batalla, él fue

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hallado inconsciente, pero con el escapulario firmemente presionado sobre la herida, lo que evitó la hemorragia y salvó su vida. Esa anécdota, sumada a los relatos acerca de lo vivido en el campo de batalla y a ciertos acontecimientos relativos al triunfo sobre el ejército español –que se vislumbraron como milagrosos– realzaron aún más el rol de la Virgen en este hecho histórico. Nada es casual: la gruta está emplazada sobre la pared de una escuela secundaria, en la esquina en donde, entre calles polvorientas y aturdidas de cumbias, a la salida de las clases y los fines de semana se junta el “changuerío decidido”. En esas ruedas hay batallas tremendas: el “vicio” encontrado; el puñal con deseos de venganza; la complicidad del silencio; la jerga indescifrable de un destino, para muchos, imposible de cambiar. Y ahí al costadito está ella, mirando a todos compasiva y dolida, con los mismísimos ojos de esa madre terrenal que cosechó lágrimas por el hijo arrebatado en una madrugada, por sobredosis o en un enfrentamiento entre bandos opuestos. Ella, en su silencio, recibe el saludo de esos jóvenes que se criaron con la festividad santísima y protectora. Los ojos extraviados no esquivan la silueta de María cada vez que dejan “la esquina de la gruta”. Ellos saben (y lo saben sus madres y tíos y abuelos, el amigo, el policía de la cuadra, el almacenero, el botellero y cada ser que fue santiguado un 22 de septiembre) que cada joven se cuelga un escapulario, cada vez que se persigna frente a ella, para que el milagro suceda y la herida no le sangre de más. Y pueda seguir contándoles a sus hijos y nietos, en un futuro, que la Madrecita vela por cada uno de sus fieles hasta en las batallas más espantosas jamás enfrentadas.


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AY DE QUIEN SUEÑA: EL MOMENTO DE

CONCIENCIA QUE ACOMPAÑA AL DESPERTAR ES EL SUFRIMIENTO MÁS AGUDO. PERO NO NOS OCURRE CON FRECUENCIA, Y LOS SUEÑOS NO SON LARGOS: NO SOMOS MÁS QUE BESTIAS CANSADAS. PRIMO LEVI

LA MATERNIDAD ARREBATADA 52 PAPELES DEL ESPACIO


por INÉS KREPLAK (Licenciada y profesora en Letras. Docente, redactora)

¿Qué se siente al haber estado encerrado en un centro clandestino de detención? ¿Cómo será que te arrebaten a tu hijo de la mano y te separen de él para siempre? Muchos hemos tratado de imaginarlo a partir de la lectura o escucha de testimonios, descripciones y relatos fundados desde la memoria, de la reconstrucción del pasado por parte de los sobrevivientes. Ana María Ponce, por el contrario, trató de imaginar cómo sería salir a la calle, cómo sería transitar la ciudad en su andar cotidiano, cómo sería recuperar la libertad y valorar como único todo aquello que en el día a día resulta tedioso: aire viciado y contaminado, choque indiferente con otros transeúntes, viaje en colectivo, Plaza Once, las luces del semáforo. Pero, también, Ana María imagina aquel reencuentro con su hijo y su familia después de tantos años. Lo hace a través de un sueño, sueño que se desmorona y se convierte en una puntada honda de dolor en el pecho, como un puñal, al dilucidar la bombita de luz de su celda en la Escuela de Mecánica de la Armada. Ana María o “Loli”, como la conocían sus compañeros, fue

secuestrada el 18 de julio de 1977, cinco meses después de la captura de su marido “Lucho”, Godoberto Luis Fernández, y el mismo día del cumpleaños del hijo de ambos: Luis Andrés, “el Piri”, nacido en 1975, dos años antes del secuestro de sus padres por parte de la Junta Militar. Ana María era de San Luis, se había recibido de maestra y continuaba su formación en la Universidad Nacional de La Plata cuando comenzó su militancia en la Juventud Peronista y en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN). Allí conoció a su compañero, con quien tiempo después se mudó a la Ciudad de Buenos Aires. Loli y Lucho vivieron juntos hasta el secuestro de ambos por parte de los grupos de tareas. Según los testimonios, Loli fue vista con vida dentro de la ESMA hasta el lunes de Carnaval de 1978. Ese día ella intuyó lo que vendría; por lo tanto, dejó todas sus producciones –31 poemas, un microrrelato y un relato, escritos entre octubre de 1976 y enero de 1978– en manos de su compañera de cautiverio, Graciela Daleo, quien logró sacarlos sin ser descubierta. Hoy, 35 años después, gracias a la

Colección Memoria en movimiento: voces, imágenes, testimonios, editada por la Secretaría de Comunicación Pública de Jefatura de Gabinetes de Ministros de la Nación, es posible, por primera vez, acceder a la obra de Ana María Ponce. Literatura clandestina desde el encierro, con la tortura y la vejación como amenazas permanentes. Pese a todo, a través de ella, Ana María sueña, imagina, profesa el arte de la memoria, el de no olvidar su San Luis natal, sus afectos, sus amores: Lucho y el Piri, su vida más allá del predio de la muerte. Con su escritura, Ana María ríe, mira y disfruta a través de los ojos azules de su hijo, a quien le pide que continúe adelante porque así, mediante su vida, vive ella también. Sin embargo, ese optimismo de los primeros meses de encierro se va convirtiendo en poesías de despedida, poemas que comunican lo que no podrá expresar frente a aquellos ojos azules que, durante tanto tiempo, le permitieron mirar a través de la oscuridad de la celda y el pañuelo sobre los ojos.

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sola, ía estar Necesitar oír, i n ver, no quiero ieta, edarme qu quiero qu decerme, sin compa iendo t n i sólo s s, no soy má i s a c que antes ni la de entonces e ni la d ien sólo algu es c e v a e qu puede. orar y no l l quiere

Afuera; uvia con la ll De repente, me toca, o n que ya za te is tr la l con el so lviendo se me va vo me quema, o n a bre y e u q . o de octu sa doloro aire tibi l po… e r e n u o c c orre el este pasar, r, no me rec sa e pa u q to er este inci afuera; da; sin dejar na ará ir dónde est nt casi sin se , , es o ñ nc i ni de ento no, m puedo la alegría y que reír; ue ya no ha q e os. qu o nd a mis man olvida o cercarl a o ed no pu afuera, la pared reír hoy, detrás de seo, donado, undo aban siento un de m o n u se ó de d e e u bl q la a un incontro i ausenci tal vez m r, ta , es a t no n e de si ya no se dormida de quedarme , z e v l a a t nc recuerde, hasta que nu ya no se z o r… v ta i er m sp vuelva a de tal vez on e esperar los que m ; n Hay u piense na co ya no me sa qu a z e y t s i e me r son t t y la alime u s . o d o n e j i l nta o o d s T e , u u g s ojo si p e q u eño. s de risa tus o feliz jos d , e luz Te mi a zul. ro, pero mis o jos n para o alc verte anzan , no si rven para tu ti deten empo er c hiqui Y ríe to. s de la vi Porqu da e tu vida Que n s omos ecesi nosot tamos ros Para t us oj segui os az r, ules Y ríe s, Y nun ca de jes d Que n e reí osotr r, pe o queño s De tu , s ojo s y de Somos tu ri … sa Octub re de 1976

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PARA MAÑANA Mañana, cuando no estemos cuando todo se haya vuelto oscuro, cuando no nos quede tiempo para derrochar, ni sueños que desgajar entre besos, cuando mis manos se separen de las tuyas, y tengamos que apretar los puños con resignación; cuando la boca no tenga más palabras y las palabras desaparezcan en un aturdido remolino, cuando el cuerpo deje de sentir la permanente compañía del miedo, cuando los oídos se acostumbren para siempre al silencio; cuando definitivamente no estemos,

mañana, nosotros los que fuimos, vivos, los que reímos y lloramos y nos alimentamos amando, queriendo la vida, nosotros estaremos regresando; y la piel será una oscura mezcla de tierra y piedras, y los ojos serán un inmenso cielo, y los brazos y los cuerpos se juntarán sin saberlo y este niño que quisimos estará allí amándonos desde lejos, sosteniendo nuestro grito eterno abriendo nuestro vientre cálido haciendo interminables y multiplicados los puños cerrados con dolor.

31 de agosto de 1977

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ARTISTA DE TAPA

DANIEL SANTORO MADRE: LA PRODUCTORA DE MILITANCIA por JUAN DIEGO INCARDONA (escritor) y CLARA MARI (licenciada y profesora en Letras, d ocente y tallerista) Fotografías: ROBERTO PERSANO

Hacía mucho calor. Nos reunimos en Plaza Congreso y caminamos las dos cuadras hasta la casa de Santoro, frente a la radio de las Madres de Plaza de Mayo. Al llegar, lo encontramos en la vereda junto a otras dos personas que, nos enteramos después, serían sus asistentes en una obra monumental que están preparando: El descamisado gigante. Tanto Daniel como sus colegas se pusieron a tallar una muestra a escala en telgopor y enduido. El monumento, de doce metros, será emplazado a orillas del Riachuelo, en el partido de Avellaneda, y su figura representará a un obrero en marcha, a punto de cruzar el río, como aquellos trabajadores del 17 de octubre de 1945. En sus manos, llevará una imagen de Evita. Dentro del taller de Santoro, Eva Perón se multiplica en cuadros, esculturas, dibujos, maquetas. Entre todas ellas, descubrimos una versión original: Eva Perón concibe la República de los Niños, la imagen se reproduce como tapa de este número. Tomamos esta idea paradójica –una mujer que no tuvo hijos y que, sin embargo, ha sido y es considerada madre por gran parte de nuestro pueblo– y comenzamos esta charla sobre la maternidad en la cultura y la política argentinas.

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¿Se te ocurre algún itinerario, dentro de las obras que recordás, que tenga como eje la figura de la madre en el arte argentino? No hay muchas interpretaciones explícitas de la maternidad, por lo menos desde el punto de vista del arte erudito; lo que hay son muchas representaciones de las madres dentro de lo popular. En las plazas de los pueblos, por ejemplo, siempre están la escultura de la madre y la del bombero voluntario. El bombero y la madre. Si alguno quiere hacer una escultura en la plaza del pueblo, necesita un consenso y la madre siempre tiene consenso asegurado; me parece que va más por ese lado. San Martín, Sarmiento, la madre son quienes están siempre en las plazas de los pueblos. No recuerdo que haya un relevamiento de todas las madres que hay en esas placitas, pero es algo notable, yo reparo mucho en eso. Hay dos o tres escultores que han hecho obras importantes; Fioravanti es uno, hay copias de ellos en muchos de esos pueblos. Es un tema del arte popular la idea de la maternidad, la cosa de la ternura, de cierto afecto que despierta, cierta identificación. El arte erudito, en realidad, le escapa a esas cosas, las considera una especie de cliché. Por otro lado, a mí no me dice

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nada una cosa ni la otra; no quiere decir que la obra no sea valiosa desde el punto de vista artístico ni tampoco que tenga garantizada la poesía porque sea puesta en un pueblo. Por ahí, lo que hay es una ironía que se puede aplicar desde cierta erudición, para entonces ver eso como kitsch; me parece penoso. Uno se queda en el medio; yo no adhiero a ninguna de las dos lecturas estéticas que se puedan tener. Desde el distanciamiento escéptico, vas y hacés un análisis, un poco riéndote de esa estética popular, colocándola en un lugar predeterminado; el kitsch es el lugar adecuado para poner esas esculturas sobre la madre y a mí eso me parece una operación burda y, por otro lado, infame también porque te cagás de risa del gusto de la gente común porque eso la conmueve y le parece pertinente. Y uno, porque tuvo acceso a determinada educación, ya ve eso como algo degradado, como una estética menor y eso también me parece una mierda. A partir de lo que vos estás diciendo, la madre es un tema frecuente, que pertenece al mundo del arte popular pero que al arte que canoniza, el de las elites, no le gusta tanto. La religión juega un rol dentro del tema de la madre, es muy mariano este país o lo ha sido en algún momento. La Virgen

de Luján, la de Itatí: ahí también está la primera madre del pueblo, quizá. Sí, se asume eso. La religiosidad popular adhiere a esa visión maternal y mediadora, sobre todo mediadora con el Dios. La Virgen tiene la presencia; uno podrá hacer cierto análisis historiográfico y cronológico de por qué la Virgen María asume, entre todos sus roles, el viejo oficio que tenían Palas Atenea, Venus, Artemisa y todos los roles similares que siempre, a lo largo de la historia de la humanidad, tuvo la mujer como mediadora. Eso, en cierto modo, yo lo uso en mi obra con el ícono de Eva Perón; vuelvo a reconstruir a Eva Perón como la gran madre y además como mediadora entre el pueblo y el líder, en un punto. Como la gran Providencia y, al mismo tiempo, la gran amenaza, porque ése es el otro rol subyacente. Eva Perón también es una amazona y ahí aparecen otras cuestiones que problematizan el ícono de Eva, que hacen que ella no sea sólo la presencia virginal, el hada buena, la gran proveedora, sino también como una Kali, una diosa destructora. Hoy por hoy, no sólo en la Argentina hay una presidenta, sino que el 40% de los latinoamericanos está gobernado por mujeres. ¿Qué pasó

con esas mediadoras como Eva, pasados cincuenta años? Sin duda, podría haber muchas explicaciones a eso, pero pasamos a otro lugar de análisis. La figura actual de la mujer ya no desempeña el rol de la madre, se sale de él y pasa a uno activo. No es la mujer que está en la casa, que protege a los hijos, que hace la comida, que alimenta: ya tiene otro rol. Aquella amazona que iba por fuera del rol femenino, que problematizaba ese rol femenino, que se cortaba los senos, que quería parecer un hombre, que luchaba como los hombres, ya pasó a ser parte del imaginario femenino. Ya no se puede hablar de la mujer débil, que necesita ser protegida sino, al contrario, pasa a ser madre protectora, se hace cargo. El rol materno también es un rol activo, la mujer asume la maternidad sola. Todos esos roles, desde el punto de vista de la psicología –lo explicaba ya Freud y lo sintetizó mucho más claramente Lacan– aparecen con la caída del padre. La caída del padre es todo lo que estamos viviendo ahora –el padre como rol, no el padre específicamente–. Los que caen son los roles paternos, lo fálico. Lo fálico no es un atributo masculino, es otra cosa. No hablo del pene sino del rol del poder. Ése es un rol que también asume

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CUANDO HABLAMOS DE LAS MADRES ESTAMOS HABLANDO DE UNA NUEVA FORMA DE ACCIÓN EN LO SOCIAL Y EN LO POLÍTICO. 60 PAPELES DEL ESPACIO

la mujer, entonces ya no se puede hablar de la madre sólo en su rol tradicional. Por eso aparecen estos liderazgos femeninos tan fuertes, tan marcados y, a futuro, tan potenciados. No es una experiencia que podamos pensar que va a caer, que se va a acabar; todo lo contrario, es una experiencia que está empezando, que se va a consolidar mucho más. Esta cuestión de la caída del padre es uno de los grandes anuncios del psicoanálisis; produce un gran quilombo que es muy interesante de ver: qué pasa con el rol femenino. Si uno mira las novelas, por ejemplo, son todos heroísmos femeninos, ya no hay heroísmos masculinos; no son viables, no despiertan ningún tipo de adhesión o identificación. El superhéroe masculino ya no es algo, siempre está la mujer por detrás resolviendo las cosas, haciéndose cargo. Y todo eso se desliza hacia lo político también. En tu obra vos decías que aparece esa imagen de una Eva mediadora y protectora, pero también la de una Eva disciplinadora. Es Evita la que se encarga de castigar al niño gorila, al niño marxista leninista; es la correctora, como una madrastra. ¿Cómo funciona ahí la madre? ¿Eso también es parte de la mediación? Como disciplinadora del Che

Guevara, también, medio sadomasoquista. En ese aspecto está la caída del padre, ese rol masculino; toda la guerrilla en su momento fue muy machista. Era el galán que iba al frente, que se la jugaba, que tenía huevos y era adorado por las mujeres. Estaba esa cuestión: detrás de la igualdad de género, siempre estaba el rol masculino. Eso fue muy criticado por los colectivos feministas en su momento: esa cuestión machista entrañablemente unida a la guerrilla por esa cosa masculina de quien toma las armas, el que va al combate. Eso también se cae. Todo es un mundo pasado ya. A mí me gusta ver ese rol del Che Guevara también en una instancia de fragilidad, incluso de perversión de ciertas cosas que por ahí no se permitía un combatiente revolucionario. Había que postergar todos esos “lujos” que pueden darse a partir del inconsciente; ésa es la negación del psicoanálisis, en un punto. Hoy en día, hay quien dice que los problemas psicológicos vienen de la injusticia social; a esos disparates algunos sectores de la izquierda todavía los toman muy seriamente. Y es extraño, porque hay un problema en el orden del inconsciente que se puede traslucir y se puede poner en el tema de la militancia. Muchas veces, las


militancias tienen algún contenido de cierta búsqueda de cuestiones del rol masculino. Hay algunos que adhieren a ciertos colectivos militantes por un déficit personal. Entre Evita, la mujer que ocupa el rol de madre mediadora, y Cristina, que deja el rol de madre asumiendo la presidencia –en el medio de estas individualidades– irrumpen en las décadas del ‘70, del ‘80 y ya en la democracia, un colectivo maternal: las Madres de Plaza de Mayo. Eso genera un impacto fuerte, más allá de lo político, como hecho cultural. ¿Cómo lo ves vos? Ése fue uno de los grandes cambios de paradigma. El papel

de la mujer asumiendo un rol de combate específico, social, como el de las Madres. Si bien empezaron como una anécdota que se podía visualizar en la década del ‘70, en el ‘77, ‘78, ‘79, eran unas madres que estaban preocupadas por sus hijos. Todo eso parecía que se iba a saldar en un futuro cercano; sin embargo, eso creció como fenómeno y nuevamente vamos al tema de la caída del padre, lo que estaba creciendo ahí no eran sólo las Madres. Ellas eran, en todo caso, el agente de un fenómeno mucho más importante que estaba creciendo, que es el rol de la mujer. Yo lo vería en ese contexto también. Todo ese

crecimiento del colectivo de las Madres tendríamos que ponerlo en este contexto porque si no, no hubiera pasado de ser un colectivo de madres preocupadas por el destino de sus hijos. Podría haber estado acotado a esa necesidad específica y entonces eso, con el tiempo, se hubiera desvanecido; pero creció, creció y sigue creciendo porque, precisamente, detrás de eso hay un nuevo rol de la mujer que las Madres asumen a partir de una circunstancia terrible de sus vidas pero, a su vez, lo que están asumiendo es mucho más que eso. Cuando hablamos de las Madres estamos hablando de una nueva

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forma de acción en lo social y en lo político. Tal vez, tendríamos que ver la asunción de Cristina y el hecho de que sea aceptada como una de sus consecuencias, porque no olvidemos que ésta era una sociedad machista, terriblemente machista y veinte años atrás nadie iba a pensar que una mujer, por más que fuera Eva Perón, podía llegar adonde llega hoy Cristina. Sin embargo, veinte años después, esto es totalmente posible; es más, si en la próxima elección todos los candidatos fueran femeninos, nadie se escandalizaría ni extrañaría.

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¿Qué es lo que pasó ahí? Las que abren el gran cauce son, precisamente, las Madres con su accionar incansable. Madres y Abuelas, tenemos que pensar en ese colectivo en su conjunto y más allá de lo político. Es un problema ya del orden de lo social. La presencia de las Madres impone nuevos roles a todos. En general, los padres transmiten conocimiento o experiencias de vida a los hijos. En este caso, es un movimiento inverso: la desaparición de los hijos los hace crecer como figuras que transmiten a sus madres la idea de militancia. Y ellas la toman.


Justamente, hay una situación paradojal donde esa militancia nuevamente adquiere potencia en las Madres y nuevamente hace militar a los hijos, cuando era totalmente al revés. Mi vieja padecía cada vez que yo salía, pensaba siempre lo peor. La madre no se tenía que enterar de nada, era mejor ocultarle todo lo que uno hacía porque si no se moría. Esa fragilidad de la madrecita que había que cuidar y, de pronto, mirá lo que es la madre: la productora de militancia. El gran mayorista de la militancia ahora es la madre y está volcando eso masivamente.

Es una cosa extraña que sólo puede entenderse en este nuevo contexto, donde el rol de la mujer es fundamental. Cuando todavía estaba en pie, Leonardo Favio dijo en referencia a Cristina: “Uno la ve frágil, tan linda y tan frágil (esa visión machista, visión tradicional de un peronista del ‘45); sin embargo, toda la polenta que tiene y todo lo que es capaz de hacer”. Favio se asumía como una especie de interfase entre esas dos visiones de lo femenino; con esa cosa afectiva que tenía, tremenda, que arrasaba con todo, hizo una

síntesis perfecta de aquella vieja madrecita que padecía y esta nueva que viene por el poder real. No está jodiendo, la mina ya no es un adorno que vamos a usar, a la que vamos a ver. Porque todavía Eva Perón no era el poder femenino, era ella sola. No venía por el poder real, nadie creía eso. Venía a producir un hecho político y punto. El mismo Perón la tenía como un agente productor de un hecho, nada más. Ésta es otra mujer, que viene por el poder real; hay que ver si se tolera eso. Y habrá cambios reales, también.

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ACERCA DE LA OBRA DE TAPA

Eva Perón concibe la República de los Niños En la obra de tapa, Evita aparece embarazada pero la estética está relacionada con la muerte. La maternidad en un cuerpo embalsamado refleja la productividad del cadáver. Es un cadáver productivo el de Eva; su accionar político no se detiene con la muerte, tiene una productividad actual todavía. Con Néstor pasó algo similar: su muerte sumó mucha militancia joven a las filas de las organizaciones juveniles como La Cámpora, el Movimiento Evita. Funcionan ahí varias cosas, desde lo psicológico incluso, por el hecho de estar frente al cadáver de un tipo que se incendió puro, se prendió fuego, se la jugó entero y no se guardó nada. Cuando el tipo está en actividad, vos podés pensar que hay un resto que se está guardando, está gozando de alguna manera. Está todo bien pero uno sospecha que hay algo más detrás; está ocultando alguna cosita y después se va a dedicar a gozar, se va a ir a una isla y va a estar ahí un rato. Pero resulta que no, el tipo se murió y se quemó todo ahí, todo lo que tenía lo tenía ahí puesto. Entonces, por un lado, te da una cierta culpa, te crea un compromiso tremendo: el compromiso militante que se adquiere con la muerte. Tenemos una sola vida y está puesta toda ahí, el tipo la puso toda ahí. Se crea un gran quilombo. El cadáver del Che Guevara también crea ese quilombo militante. Son muertes productivas en ese punto, donde no está la muerte sola, está acompañada por toda la voluntad que hay detrás de eso. Entonces el cadáver se convierte en un emblema: emblema de militancia, de que va a seguir, ese “Evita vive” y todas las consignas que hay detrás, “Si Evita viviera, sería tal cosa”. Hay roles post mortem, siguen estando presentes. Nosotros nos matamos en los ‘70 por esos roles de Eva Perón, porque era montonera, era peronista y nos matábamos por esas consignas. Lo hacíamos porque vivíamos eso: era un cadáver que estaba todavía en ejecuciones, estaba realizando su vida todavía muerta. Esa Eva embarazada es la Eva del deseo, la Eva del goce, que está muerta y al mismo tiempo está embarazada de toda una república de niños.

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EQUIPO ECuNHi Direccón General Teresa Parodi Coord. Gral. Jorge Espiñeira Coord. Gral. Prensa, Comunic. y Publicac. Liliana Szwarcer Coord. A.Visuales Mariela Alonso Coord. Educación Verónica Parodi Coord. Letras Lucía Buceta Coord. Música M. de los Ángeles Ledesma - Rodolfo García Coord. Teatro Violeta Zorrilla Secret. Gral. Adriana Rodríguez Jordán Coord. Producción Natalia Matinhos Prensa y Comunic. Roberto Persano Coord. Administración Beatriz Ballario Administración M. Teresa Agüero Informes Paula Porto Producción Nicolás Mascia - Astrid Casarella Bourlot Técnica Rubén González - Roby Pesino - Ariel Morano Diseño Gráfico Sofía Gabrieludis - Julieta Grynblat

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