El Ratoncito GABRIELA RODRÍGUEZ
Marina estaba muyyy nerviosa. No había podido dormir en toda la noche. Se le movía un diente, y se le movía tanto, que a veces notaba cómo se balanceaba hacia delante y hacia atrás...
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Le daba miedo comer pan con chocolate, por si se caía el diente y se lo tragaba sin querer. Le daba miedo lavarse los dientes, no fuera a caerse el diente en el peor momento, justo cuando el agua se lleva todo por el desagüe.
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Y así andaba Marina, pendiente a cada instante de su diente. Sus amigas le habían hablado mucho del Ratoncito: – Es blanco y pequeño. Y hace así: ‘iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii’ - decía Paula
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– Yo le he visto y es enorme - decía Paloma -Vi su sombra en la pared cuando ya se alejaba a toda prisa. – Ooooooooooooooooh- exclamaron todas a la vez. Y Marina con todo esto, estaba cada vez más nerviosa. ¿Vería al Ratoncito?¿Sabría llegar a su casa?
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Y entonces ocurrió el mayor de los desastres: Marina estaba en el recreo con sus amigas, pensando y pensando en su diente, cuando… ¡plaff! La pelota de Carlitos se estrelló contra su boca. – Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa- lloró Marina. – ¡Marina! ¡Tu diente!- gritaron sus amigas. Marina abrió la boca y en lugar de su dientecito blanco, había un agujero bien hermoso. Y del diente, ni rastro. Así que todos se pusieron a buscar por el patio. Sus amigas, las profesoras, la cocinera. ¡Todos! Pero del diente, nada de nada.
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Marina lloraba y lloraba desconsolada. – El Ratoncito no me traerá nada… ¡¡buaaaaaaaaaaaa!! Su profesora, que era muy lista y del Ratoncito sabía, se acercó con una hoja de papel y le dijo: – No llores, anda. Toma, para que le escribas una carta al Ratoncito. – ¿Una nota?- preguntó extrañada Marina. – Claro- contestó la profesora - ¿No sabes que el Ratoncito sabe leer? Tú le dices que has perdido el diente, pero que a cambio le ofreces un poco de queso. Al Ratoncito le encanta el queso. Y Marina se puso a redactar su nota.
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La carta al Ratoncito, muy bien escrita decía así:
«Señor Ratoncito: soy Marina. Hoy Carlitos me ha lanzado una pelota a la cara y por su culpa he perdido el diente. Pero te dejo a cambio un quesito de los que más te gustan.
Esa noche, Marina se fue pronto a la cama.
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Y cuando despertó… ¡Ahí estaba su moneda! Resplandeciente. Maravillosa. ¡Había funcionado!
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Esa mañana en el cole, Marina se sintió la persona más feliz del planeta. Y ya nunca más tuvo miedo de perder un diente.
El Ratoncito GABRIELA RODRÍGUEZ
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