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La Pandemia y sus duelos
(Segunda entrega)
Nuestros padres y abuelos vivieron la segunda guerra mundial, y en algunos casos la primera y desde mi punto de vista, este tipo de fenómenos sociales, dan pie a situaciones como, la hoy famosa resiliencia, un término utilizado en los últimos años, de manera frecuente, que hace referencia a la capacidad del ser humano para adaptarse a las adversidades o a fuentes de tensión significativas. De esta forma como lo hicieron nuestros ascendientes, ahora le tocó a nuestra generación y a la de nuestros hijos, vivir una situación sumamente estresante.
¿Recuerdan que en mi pasada entrega nos referimos a la poca tolerancia que tienen nuestros hijos a la frustración? Pues en estos años de encierro, la vida les enseñó a ser más tolerantes y pacientes y a todos nos dio, una gran lección de vida.
De un momento a otro, la prisa nos dejó en paz, nos dimos cuenta que 24 horas pueden durar una eternidad, que, aunque dejaras de hacer encargos, el mundo no se iba a acabar, que lo que verdaderamente importa en la vida, está en tu casa, es decir, tu familia y que ninguno de nosotros somos indispensables, el mundo, seguirá girando y no se detendrá por nuestra ausencia.
Pero, por otro lado, empezamos a valorar ciertas acciones, las cuales no nos habíamos detenido a pensar en lo afortunado que somos, pensándolo bien las reuniones familiares con abuelos, tíos, sobrinos, etcétera, no eran tan aburridas, ir a trabajar no era una carga, ir a la escuela no era tan de flojera, ir al supermercado no era tan tedioso, pero lo más importante es que, teniendo salud, todo lo demás pasa a segundo plano. Y fue entonces cuando nos volvimos conscientes de lo afortunados que somos.
Empezamos a redescubrir a nuestra familia, al esposo, esposa, a cada uno de nuestros hijos, a valorar su presencia y a conocernos mejor. También lamentamos las ausencias de nuestros padres y hermanos que no podíamos ver por miedo al contagio.
Nos dimos cuenta que el ser humano es finito, vulnerable y no es invencible. Que estamos formados por carne, huesos y algo llamado emociones y sentimientos, que, debido a la poca educación emocional que recibimos, muy difícilmente los podemos reconocer en nuestra personalidad, y sin embargo existen, como lo es el miedo, la tristeza, la felicidad, la sorpresa, el enojo.
Con el avance de la pandemia por el mundo entero, nuestras emociones estaban a flor de piel. El terror y la tristeza, fueron el común denominador durante esos largos meses. El miedo a la muerte, al sufrimiento, a lo desconocido, nos agobiaban todos los días.
La incertidumbre mata, decía mi abuela, pero más que eso, es la incapacidad de poder controlar algo, todo estaba descontrolado, todo era un caos, nos sentíamos totalmente vulnerables, encerrados, mientras un virus microscópico, invisible, altamente contagioso, danzaba por las calles, se movía en camiones, hasta se transportaba en aviones, trenes y barcos. Quién fuera bicho para poder viajar, ir a Europa, ir al trabajo, ir a la escuela o ya mínimo, al mugre supermercado.
Durante este largo tiempo, vivimos continuas pérdidas que son estudiadas por la Tanatología, que, etimológicamente hablando, significa la ciencia que estudia la muerte, pero va más allá de ella, consiste en entender, comprender y aceptarlas.
No solamente la pérdida de nuestra vida por alguna enfermedad terminal, por accidente, de forma natural o por suicidio, al igual, que las pérdidas de seres queridos tales como: padres, hijos, abuelos, pérdidas neonatales, así como las pérdidas en general, tales como: un trabajo, la salud, de juventud, la fertilidad, las relaciones personales, amistades, mascotas, libertad, etc. Y estas pérdidas o duelos se conforman por 5 etapas: Negación; Ira; Negociación; Depresión y Aceptación. En mi próxima entrega hablaremos de las etapas que les acabo de mencionar.
*Pedagoga, Tanatóloga y Terapeuta sil.suarez@yahoo.com.mx