Excmo. Sr. don Jerónimo Saavedra Acevedo “Pregón de las Fiestas de la Cruz”
Excmo. Sr. don Jerónimo Saavedra Acevedo
“Pregón de las Fiestas de la Cruz”
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Excmo. Sr. don Jerónimo Saavedra Acevedo “Pregón de las Fiestas de la Cruz”
Ciudadanos. Cuando la concejal de festejos me sorprendió con la invitación a ser el pregonero de estas Fiestas mi respuesta fue que después de tantos pregones pronunciados en mi ya larga vida, a las patronas, a las grandes ciudades, a las lustrales, a municipios y barrios, había decidido dar por concluida esta noble función. Pero inmediatamente se impuso el sentimiento sobre la razón. Y acepté. Porque a pocos metros de aquí, en la Casa Pinto, luego más conocida como Casa Cabrera, nació mi bisabuela Pinto Poggio que casaría con un Valcárcel Lugo. Cincuenta metros más allá, mi abuela Magdalena Valcárcel y Pinto contraería matrimonio con mi abuelo Jerónimo Acevedo de la Cruz, Teniente Coronel de Infantería y Comandante Militar de La Palma. Allí, en Pérez de Brito, nº 35, según la numeración recogida por Jaime Pérez García, nacería mi madre Isabel, un cuatro de diciembre de mil novecientos. Años más tarde, en las Lustrales de 1920, mi madre participó en el Carro Alegórico y Triunfal de forma destacada. Ahora mi despacho oficial se encuentra a pocos metros de aquí. Permítanme que siga con los sentimientos y los recuerdos. Todos ponemos a caminar nuestra vida en un momento concreto. El mío es la imagen de parejas de baile en los salones del Casino, contempladas desde la ventana de la casa de enfrente, donde vivía mi abuela. Acababa de cumplir cuatro años y concluían las Fiestas Lustrales de 1940. Mi agradecimiento más sincero a la corporación municipal por ofrecerme esta oportunidad de pronunciar el pregón de mi Vegueta palmera. Y será el último. Tiene razón nuestro gran poeta gomero, Pedro García Cabrera, cuando sostiene en el prólogo de su bellísimo libro “Vuelta a la isla”, que “todos los romances, sin ninguna excepción, han sido compuestos en el ambiente de cada sitio, pisando su suelo, viviendo su actualidad, pensando sus noches y respirando sus días, conversando con las gentes y el aire que las rodea”. Y qué mejor conversación para este pregón que recordar al ilustre Luis Cobiella en sus versos:
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“La Palma, ese misterio, esa dulce mentira, esa leyenda disfrazada de historia culpablemente lenta ese estar apacible cuya paz se suicida en pereza, cómodamente viva tímidamente incrédula, esa isla que llora con la loa y cree en los Enanos más que en ella…” Iniciamos las Fiestas de la Cruz, en conmemoración de la fundación de la ciudad por Fernández de Lugo en 1493, al igual que la otra Santa Cruz un año más tarde. La cruz subraya el carácter sagrado que se da a las fundaciones pues implanta la fe en un territorio pagano y designa la nueva ciudad cristiana. Se justifica la conquista y legitima la ocupación. De esta manera la razón política se escuda tras la razón religiosa. Según recoge la tradición, Lugo eligió para este acto un sitio junto al barranco de Las Nieves que se conoció más tarde como Cruz del Tercero, por un fraile de esa orden que la adornaba en su festividad, y que desapareció en 1783 por una avenida del barranco. Por lo tanto, isla y ciudad se funden en idénticos niveles de significación cuya coherencia queda claramente reflejada en los tres símbolos que aúnan victoria y gloria: la palmera, San Miguel y la cruz. Pocos años después, la ciudad de desplaza a este lugar. El modelo de plaza mayor, es el segundo tipo más abundante en Indias o América, y es exactamente el de Las Palmas, Santa Cruz de La Palma y La Laguna. En este sentido es de suma importancia el fuero concedido a Gran Canaria por los Reyes Católicos en diciembre de 1494, también conocido como “Libro Rojo de Gran Canaria”. Contiene diversas disposiciones que configuran las ciudades mencionadas: que haya Casa de Concejo, Cárcel y Casa diputada y auditorio para la Audiencia, “e todo esté en la Plaza e en lugar convenible. Que haya reloj, hospital y carnicería y matadero fuera de la villa. Que se haga ordenanzas para los oficios. Que el Cabildo nombre un veedor cuando se haga obra pública. Que haya pendón pintado con las armas del Concejo”… Fernando Gabriel Martín, en su extraordinario libro “Santa Cruz de La Palma Ciudad Renacentista” realiza un análisis de la configuración de esta Plaza Mayor. Tras el ataque destructivo de 1553, este lugar, por su morfología y funciones, es el ejemplo máximo de este nuevo orgullo ciudadano. Santa Cruz de La Palma 27 de abril de 2012 Página 3 de 5
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La metáfora en piedra de la vida política, religiosa, social, económica y cultural de la urbe y, por extensión, de la Isla. Las paradas militares, las fiestas, los espectáculos teatrales, los pregones, las concentraciones o las manifestaciones de los ciudadanos descontentos, tienen aquí su centro neurálgico. Es como si la plaza concentrara toda la cultura humanística que vivió la ciudad en la segunda mitad del siglo XVI. A partir de 1560 se inician los trabajos de construcción del edificio del Cabildo, actual sede del ayuntamiento, en el pasado fueron la misma institución, pues su primera sede hasta el ataque pirático estaba situada enfrente, junto a la parroquia, y sería sustituida por la fuente pública. Así, esta plaza mayor aúna la residencia del señor, la casa de Dios, la casa del poder y la justicia, el abasto público a los ciudadanos y el espacio de las funciones representativas y festivas. En la ventana de la torre tenemos plasmado el polémico texto que ha dado lugar a mucha literatura, imponiéndose la tesis de Juan Régulo que explica que se trata de los “entredichos” canónicos. El conflicto entre el poder político de La Palma y el poder religioso de toda Canarias necesitó intervenciones del Rey Carlos I, del nuncio del Papa, un capitán general y un obispo. Ante la sequía que padeció la isla en varias ocasiones el Cabildo dejó de pagar el impuesto eclesiástico de los diezmos, y el Obispado de Canarias puso en entredicho o excomunión temporal, suponiendo eso la prohibición de los sacramentos y la sepultura canónica para los isleños. El conflicto terminó con el triunfo de los palmeros. En mi deber cívico de fortalecer la autoestima de los vecinos con ocasión de su fiesta principal quiero recordarles que la historia no acabó aquí. En este lugar en que nos encontramos hay un monumento que celebrándose el segundo centenario de la Constitución de 1812, conviene recordar. En 1817 fue nombrado rector de la parroquia de El Salvador don Manuel Díaz. Tres años más tarde, resucitada la Constitución de 1817, el once de junio de 1820, con motivo del triunfo del General Riego pronunció el famoso “Exhorto que el cura párroco don Manuel Díaz hizo a sus feligreses, con motivo de haberse leído y jurado la Constitución de la Monarquía Española en su parroquia de El Salvador, que es en la Ciudad de Santa Cruz, capital de la isla de La Palma, una de las Canarias”. Se editó en Madrid en 1822. Paso a leerle uno de sus vibrantes párrafos: “¡Falsos políticos, rencorosos fanáticos, que vergüenza para vosotros! Esos liberales a quienes tratasteis de impíos y enemigos de todo bien, esos mismos han honrado el siglo presente con una revolución que por sabia y virtuosa, grande y sublime no cupo jamás en la idea. Y vosotros los llamados leales que ostentabais el título de Santa Cruz de La Palma 27 de abril de 2012 Página 4 de 5
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defensores de la religión y el trono, vosotros deshonrasteis el mismo siglo con una revolución que propició en Valencia el 4 de mayo de 1814, y feneció en Cádiz el 10 de marzo de 1820. No digo más que me lleno de horror”. Hace ciento doce años y nueve días se inauguró este monumento. Fue iniciativa del alcalde don José García Carrillo, masón de alta jerarquía, a juicio del profesor Manuel de Paz. El acuerdo municipal conjuntamente con la estatua en bronce al párroco, a poner en la misma plaza donde falleció casualmente, acordó dar los nombres de dos hijos predilectos; Antonio Álvarez de Abreu y Francisco Díaz Pimienta a las calles Trasera y de la Cuna. Así que el domingo 18 de abril de 1897, a las nueve de la mañana, se descubrió la escultura. Según la prensa local “hubo asistencia grande de personas que llenaban la plaza de la Constitución y calles afluentes”. Estuvo presente también, una representación del estamento militar, así como de la Cruz Roja, Económica de Amigos del País… Tengo el presentimiento que mi abuelo no faltó a la cita. Ha pasado el siglo XX. Duro. Contradictorio, Esperanzado. Aquí ha seguido centrada la vida de esta ciudad, manteniendo sin complejos su identidad y conscientes de que juntos lo conseguiremos. Hoy nos ha tocado estar también en el corazón de la ciudad para que yo les invite a disfrutar de las fiestas. Ustedes los palmeros son los que menos necesitan de invitación. Saben hacerlo como nadie y por eso algunos no saben controlar la envidia. De manera que los mayos ocupen las plazas y las cruces de flores se cuelguen en los balcones como cuando era niño en mi casa allá, de Vegueta. Muchas Gracias a todos.
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