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Arte, una artesanía desesperada

Por Ángeles Ascúa

A trescientos kilómetros de Buenos Aires está Rosario. Terreno de profusa vida intelectual y disidencias estéticas, mirada radical instalada en un entorno geográfico sobre las márgenes del Paraná, entre leyendas y la euforia extática litoraleña. Este es el paisaje de la tercera ciudad más poblada de la Argentina, donde vive una artista llamada Claudia del Río.

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El río abraza la ciudad de punta a punta: es comprensible que, con su fulgurante presencia, Del Río lo transformara en instrumento para una serie de pinturas isocromáticas que tituló “Litoral y Coca Cola” (2009). Una cualidad inherente a su obra es la peculiar manera de tratar los materiales, por lo que su método denota un ejercicio alquímico, similar al misterio que encarna para la humanidad la fórmula secreta de la bebida que se menciona en el nombre de esta serie. En este caso, Del Río elaboró una pintura untuosa y granulada, cuyos colores oscilan entre el colorado y el marrón, y que evocan inexorablemente las aguas barrosas del Paraná. Boyas geométricas que flotan a la deriva, dos animales silvestres, una cabaña apoyada en el horizonte son algunos de los motivos que aparecen representados y que podrían haber sido esbozados con un palito en una de las orillas a través de una ósmosis amorosa.

Pariente de esta obra es el conjunto de retratos que la artista tituló “El extraordinario caso de los pájaros que dibujan”, realizados entre los años 2006 y 2018.1 Estos dibujos fueron elaborados con lápiz a partir de una unidad minúscula en forma de ocho, que se repite infinitamente hasta formar una textura homogénea como un tejido, sobre la que colocó ojos, nariz, boca, una flor, entre otras señas particulares.

1 La serie surgió durante una residencia en Mojácar, España. La zona es conocida por sus plantaciones de olivos.

Del Río dice que estos dibujos aparecieron con un zorzal y su canto matutino, que, como un mantra, dibujaban ochos con los que tejieron el espacio de la escucha. Sin embargo, lo que caracteriza a estos retratos es que fueron ejecutados sobre una mancha de aceite de lino vertido en un papel, cuyas aureolas y sus reacciones le resultaron fascinantes a la artista. El proceso era lento, ya que debió esperar a que la mancha se asentara y se secara. En una búsqueda curiosa y experimental, la combinación de esos elementos es definitivamente poco ortodoxa. Esa misma desfachatez de reunir lo incombinable aparece en su repertorio de imágenes, en el que congrega desde iconografías masificadas de Mickey y Oaky, hasta emoticones que, paradójicamente, aparecen en delicados dibujos. También se manifiesta en el uso de materiales tan discordantes como pedacitos de aluminio de latas de gaseosa entre láminas de la historia del arte, o en la superposición del mapa de su país y el papel celofán que se usa normalmente para adornar los ramos de flores en los puestos de venta callejera.2

Esta misma búsqueda se aprecia cabalmente en sus fotomontajes, en los que suele exagerar cantidades, extremar determinadas características o insistir en ciertos procedimientos, como en la serie de collages de 1992, en los que aparecen imágenes de trozos de carne cruda donde uno esperaría encontrar una botella de gaseosa, el torso de un hombre o el vestido de una bailarina.

Desde 1989, Claudia del Río es profesora en la Licenciatura en Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Cuando fui su estudiante, recuerdo que era difícil encontrarla en el aula. Claudia se camuflaba en la clase, un poco por su vitalidad, pero especialmente por su actitud pedagógica. Una de las primeras tareas que nos encomendaba era armar una carpeta con imágenes, recortes, intereses, que funcionaría como una base de datos. Su forma tiene algo que está entre el fan que guarda las entradas de los conciertos de su músico preferido, la madre que arma el álbum de recuerdos de su hijo, el libro de los pasajes de Walter Benjamin o el Museo imaginario de Malraux: Del Río se vale del archivo como sistema para registrar, almacenar, crear imágenes que devienen inventarios, atlas o tesoros. Un programa de creación artística, mezcla de secuencia mecánica y estética de organización.

Podemos rastrear las huellas de este modo acumulativo en los collages o los objetos ensamblados –con su cuerpo de imágenes, referencias y objetos de distintas

2 “¿Por qué reunir esas cosas? ¿Y por qué, asistiendo a esas reuniones, uno tiene una impresión de inconveniencia, de lo inconveniente de que uno se encuentre asistiendo a estos encuentros que no habrían debido producirse, y que no habría ahora que observar?”. Reinaldo Laddaga, Claudia del Río: Cien imágenes huérfanas, Rosario, Museo Castagnino, julio de 2000 [Catálogo].

temporalidades–, en su afición por trabajar en largas series continuadas por mucho tiempo, en la construcción de colecciones como los dibujos de camas que pedía a sus estudiantes cada comienzo de año o en las cartas guardadas cuidadosamente en una carpeta, fruto del vínculo epistolar que mantuvo con Edgardo Antonio Vigo durante quince años.

Ese procedimiento también aparece en Ministerio de vida abundante, su colección de cuadernos realizados entre 1962 y 2015. Es que Del Río escribe diarios desde siempre. La edición de esos textos –en los que despliega diversas líneas de investigación en torno a la educación, su práctica artística y su vida diaria– devino en el libro Ikebana política, publicado por la editorial Iván Rosado en 2016.

En la obra visual de Claudia del Río, las palabras también toman forma. Siempre la caligrafía está destacada, como modelada. Se trata de textos cortos, a veces una sola palabra. A Del Río le gusta titular, escribir eslóganes, hacer afirmaciones en dibujos: realizados austeramente, ya sea con tinta china negra sobre papel –como el que en letra manuscrita dice “el dibujo me dio una vida”– o sobre pizarras Dataloid. En esta vertiente construyó una serie de dibujos de muchachas en plano corto con remeras –según la expresión popular, “tienen la camiseta puesta”–, en los que se puede leer: “Si hay sufrimiento no es amor”, “Nadie es ilegal”, “Tenemos que soportar tanta raza”.

El centro de Rosario tiene un radio de casi veinticinco cuadras, donde se podría decir que ocurre casi toda la vida de la ciudad. Esa focalización propicia el encuentro y el trabajo con otros. Sin embargo, la casa-taller de Del Río está lejos de ahí. Hay un tópico literario para referirse a lugares como ese, que se encuentran retirados de la ciudad: el locus amoenus, un motivo frecuente que aparece también a lo largo de la historia de la pintura. Se trata de una zona misteriosa, privilegiada para la reflexión y el encuentro, donde las pasiones pueden ser libremente exploradas fuera de la civilización y, de esta manera, permanecer al margen de la rígida estructura social que tiende a suprimir la espontaneidad y regular el comportamiento. Existen muchos dibujos de Claudia del Río que grafican lugares así. Uno se llama Paisaje de muertos (2011): la imagen presenta a dos personas que yacen en medio de un claro en el monte, mientras una tercera presencia contemplativa las mira sentada plácidamente sobre las raíces de un árbol. Construyó ese bioma ameno y silvestre solo con un lápiz, cuyas cualidades fueron exprimidas y dominadas para captar con líneas apretadas los brotes de rulos y resortes, y dibujar cada una de las texturas del follaje. Esa decisión geográfica de habitar un lugar apartado del centro es una forma de localización vital que también podríamos rastrear en sus obras.

Otro aspecto fundamental en la obra de Claudia del Río es la idea de comunidad. Desde el año 2002 desarrolla una intensa agenda para el Club del Dibujo,3 una plataforma donde se vinculan personas, imágenes y conocimiento a partir de encuentros entre artistas y amateurs. El proyecto comprende el dibujo como capital social que transparenta nuestro sistema de creencias e ideas de modo sencillo, dada su rápida disponibilidad: “estés donde estés, podés dibujar”, afirma uno de sus tantos eslóganes. A través del club, Del Río desarrolló ideas transformadoras en torno a la pedagogía, que se materializaron en una multiplicidad de ocurrentes estrategias entre las que se puede mencionar la creación de una Escuela lenta de dibujantes, la realización de extensas jornadas de trueques, una exhaustiva colección de materiales específicos relacionados con el dibujo o la divulgación de toda esa información a través de un blog.

También creó la Pieza Pizarrón, un dispositivo en el cual logra fusionar arte, teatro y pedagogía. Desde 2006 la instala casi en cualquier lugar: plazas, centros culturales, teatros o museos. Ese deseo conectivo y visual, en el que la comunidad es un ideal social que tiene lugar siempre a través del otro, se manifiesta asimismo en RUSA, la peculiar Residencia para un solo artista que desarrolló en su casa, en las cátedras que dirige en la Universidad o en el dueto Trulalala.4

Sus obras demuestran que el dibujo tiene límites inconmensurables: para ella es un momento empírico de completa libertad. Sin embargo, de manera antagónica, tiene afición por imponerse trabas, como la de usar la regla, a veces lápices duros o dibujar con la mano izquierda. Roland Barthes señala que dibujar con la mano izquierda genera un ductus incontrolado; no es la aptitud como instrumento.5 Para él, esos grafismos torpes remiten al círculo de los excluidos, los marginados, y se asocian con los niños o los lisiados. Para su tesis de grado, Claudia del Río realizó un trabajo de campo en el Sanatorio Neuropático “Fracassi”, de Rosario; también desplegó, durante muchos años, un taller de pintura en el Instituto de Psiquiatría “Viktor Tausk”, o en la exposición Enciclopedia Oliveros, de la que fue curadora,6

3 Claudia del Río y Mario Germín fundaron el Club del Dibujo a partir del manifiesto Promoción internacional para el estudio y la práctica autodidacta del dibujo, de América Sánchez y Norberto Chávez. 4 Claudia del Río comparte este dueto con el artista Carlos Herrera. 5 Según este autor, “durante el largo tiempo que la humanidad practicó la escritura a mano, con exclusión de la imprenta, fue el trayecto de la mano, y no la percepción visual de su trabajo, el acto fundamental por el cual las letras se definían, se estudiaban, se clasificaban: este acto reglamentado es lo que en paleografía se llama el ductus: la mano guía el trazo”. Roland Barthes, Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces, Buenos Aires, Paidós, 1986. 6 Junto a Fabiana Ímola y Max Cachimba.

a partir de las obras realizadas por usuarios del Hospital Colonia Psiquiátrica “Dr. Abelardo Irigoyen Freyre”. En el catálogo de esa exposición afirma: “El arte y la locura, ambos en tanto forma privada, son estuches de gran tentación. Ambos tienen formatos institucionales. Ambos se producen en retirada social, una locura se construye y un pintor se construye en retirada, por lo tanto diríamos que son construcciones de corrimientos”.7

Claudia del Río es una artista sumamente prolífica, que practica su gracia en los formatos más inverosímiles, por lo que es irrelevante encasillarla en un género dentro de los cánones tradicionales.8 También muestra cariño por los materiales humildes, en su predilección por el trabajo sobre soportes pequeños, domésticos y portables.

Existe en la obra de Claudia del Río una tendencia decidida a la reiteración. Hay algo del trabajo manual, de la paciencia de empezar una labor que lleva mucho tiempo y que se construye en simultáneo. Desde el año 1999 borda en retazos de seda una serie de frases provenientes de titulares extraídos de noticias policiales: crímenes atroces que muchas veces se transformaron en titulares un tanto ridículos. Como las noticias criminales siguen sucediendo, esa serie no termina nunca.

El trabajo manual también tiene la capacidad de bloquear el paso del tiempo para volverlo más ameno. En un dibujo de 2021, en medio del sopor de la pandemia, Del Río escribió “Dios está buscando hacer cosas que le ocupen las manos, así deja de pensar. Una le grita ocúpate de trenzar y buclear chalas”.

En ese ejercicio crónico de alteridad, ella ubica su práctica como política.

Hago ikebana del litoral, te parece mentira, a mí también. Hago ikebana con lo que junto. Leños prendidos, noticias de mala muerte. Hago ikebana del litoral, costumbrismo de mí. Miro las curvas del tronco encontrado: no se podrán dibujar, por más que llame a los virtuosos. Hago ikebana en el oasis que me regalaste, es de barro de la barranca de la luna.9

7 Claudia del Río, Enciclopedia Oliveros, Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, junio de 2014, p. 12 [Catálogo]. 8 En el texto de la exposición Idealister, de Claudia del Río, realizada entre mayo y julio de 2018 en el Museo Genaro Pérez de Córdoba, la curadora Nancy Rojas sostiene que las obras son “testigo de su afán de ser otras en el acto mismo de estar escribiendo, pintando, bordando, de su fuga constante del estilo, considerado este como una de las matrices de las tradiciones reveladoras del dominio masculino”. 9 Claudia del Río, Litoral y Cocacola, Rosario, Iván Rosado, 2012, p. 18.

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