De exhumaciones e inhumaciones están llenos los panteones

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El último gran líder insurgente y uno de los artífices de la Consumación de Independencia, fue fusilado el 14 de febrero de 1831 en Cuilapam, Oaxaca, víctima de una trampa de sus adversarios políticos ligados al gobierno de Anastasio Bustamante. Don Vicente Guerrero fue enterrado en la ermita del pueblo oaxaqueño antes citado, de manera anónima, es decir, sin honores y sin siquiera alguna señal que aludiera a su persona, pese al escándalo internacional que su asesinato causó.

Pasaron dos años, y en enero de 1833 un grupo de militares y campesinos visitaron la pequeña capilla; dejaron flores y pronunciaron algunas palabras en honor al héroe del pueblo, que era muy querido entre la gente humilde del país.

El 30 de abril de 1831, por orden del Congreso de Oaxaca, se exhumó su cadáver y comenzó la fastuosa ceremonia fúnebre encabezada por el gobernador, en ella hubo misas, cantos, glorias y discursos en reconocimiento del gran hombre, cuyo cuerpo aún llevaba puesto el hábito dominico y en la cabeza la mascada negra con la que lo fusilaron. Su esqueleto maltratado fue ungido y colocado en una urna de plata con llave de oro. El carruaje que lo transportó iba escoltado por militares, civiles y eclesiásticos que entonaban responsos al tiempo que cada cuarto de hora se disparaba un cañonazo. La ciudad de Oaxaca lo recibió con la presencia de diversas organizaciones religiosas, políticas y civiles y por numerosas personas que abarrotaban las calles, con los edificios enlutados y las campanas de la catedral repicando al vuelo. La catedral, había sido adornada con columnas dóricas que engalanaron aún más la entrada en andas de la preciosa urna que se colocó sobre un elegante catafalco. Después de misas, vigilias y ceremonias, las exequias del insurgente bravío continuaron.


El 2 de mayo la urna funeraria fue llevada en procesión al templo de Santo Domingo, donde también recibió honores y servicios religiosos para, posteriormente, ser depositada en su lugar de descanso con el siguiente epitafio:

Aquí yace el valor sin arrogancia, aquí el ardor de puro patriotismo, aquí el cuidado afán y vigilancia, aquí la buena fe, el decoro mismo, aquí cuantas virtudes que en sustancia hacen al hombre digno de heroísmo, todo puede decirse en un letrero con mucho laconismo: aquí Guerrero.

En 1837 se intentó profanar el sepulcro del mártir mexicano, pero debido a que los curas de Santo Domingo sospecharon del hurto, días antes sustrajeron y escondieron los valiosos restos, hecho que ocasionó que por algunos años el gobierno de la república intentara llevarlos a la ciudad de México, lo que se consiguió hasta 1842, cuando ocupaba interinamente la presidencia del país el general Nicolás Bravo, en ausencia de Antonio López de Santa Anna. Un pequeño regimiento fue el encargado de trasladar los restos del prócer en una caja de caoba, la cual fue recibida por Mariano Riva Palacio y Juan Rodríguez Puebla, quienes la depositaron en la iglesia de Loreto que pertenecía al Colegio de San Gregorio, en el centro de la ciudad de México. Allí, los alumnos, maestros y algunos más, realizaron una pequeña ceremonia en su honor.


Sin embargo, el peregrinar del general del sur no había terminado, pues en 1852, su yerno Mariano Riva Palacio, recibió los restos de Guerrero de los curas del Templo de Loreto para llevarlos al Panteón de San Fernando, donde años después le fue erigido un elegante mausoleo, en el que permaneció sesenta y dos años, hasta que el 16 de septiembre de 1925 por orden presidencial fueron trasladadas sus cenizas —junto con las de los insurgentes Hidalgo, Aldama, Allende, Jiménez, Morelos, Mina, Matamoros, Bravo, Quintana Roo y Leona Vicario—, a la “Columna de la Independencia”, monumento conocido actualmente como el “Ángel de la Independencia”, dando fin al largo periplo de los restos del indomable Vicente Guerrero.


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El prócer mexicano de la Batalla del 5 de mayo, Ignacio Zaragoza, murió de tifo el 8 de septiembre 1862 en la ciudad de Puebla, ocasionando un gran duelo y aflicción por todo el país. Narraron sus más allegados que, en sus últimos momentos de vida el general deliró, creyó que era preso de los franceses y al mirar a sus familiares y amigos que lo rodeaban pensó que eran su estado mayor, siendo sus últimas palabras: “Pobres muchachos… ¿por qué no los dejan libres?”.


La pérdida del general del Ejército de Oriente, que sólo tenía treinta y cuatro años, fue un duro golpe para el gobierno republicano y los defensores de la soberanía nacional. Algunos de los más importantes periódicos de la época publicaron con tristeza la noticia:

No existe ya el vencedor del 5 de mayo. Ayer a las diez y cuarto de la mañana ha expirado en Puebla el Sr. General D. Ignacio Zaragoza, sucumbiendo al terrible tifo que contrajo en las fatigas de la campaña. En Zaragoza no hemos perdido solo a un caudillo militar, no, en él se unían el ciudadano eminente, el demócrata sincero, el magistrado prudente, el patriota con todas sus virtudes que lo hacían superior a su época y le daban el aire de los héroes de la antigüedad.

Y El Monitor Republicano, terminaba así su nota:

… nos parecía imposible que la muerte nos le arrebatara. Estaba de tal modo la esperanza cifrada en Zaragoza, que el corazón nos decía que su vida debía ser respetada hasta por él mismo. Pero el cielo que parece querer objetar a este país las más grandes y dolorosas pruebas, nos tenía aun reservada una, la mayor de todas el general Zaragoza ha muerto!


El cadáver del respetado Ignacio Zaragoza fue trasladado a la ciudad de México el 13 de septiembre, donde se le realizaron homenajes fúnebres: la población colocó en sus balcones cortinas blancas y lazos negros, o flores, o carteles con su nombre; en la esquina de las antiguas calles de Plateros y del Portal de Mercaderes se elevó un arco triunfal con la leyenda “Cinco de Mayo de 1862" por un lado, y la efigie del general por el otro; y las vías públicas se atiborraron de gente vestida de luto riguroso que esperaba darle el último adiós al ilustre militar. A las once y media de la mañana comenzó la marcha luctuosa hacia el Panteón de San Fernando.

El cuerpo del insigne Zaragoza iba en un carruaje fúnebre adornado con letras que hacían referencia a la batalla de Puebla; detrás los dolientes iban a pie, encabezados por el presidente Benito Juárez, al que seguían sus ministros y numerosos carruajes, todos ellos vacíos en señal de respeto; miembros y batallones del ejército y un sinfín de personas hicieron que la procesión funeraria se extendiera por varias cuadras. De igual manera, el Panteón de San Fernando —en donde ya descansaba la esposa del insigne general—, estaba abarrotado de gente que lo esperaba.

Allí, ante el ataúd colocado sobre un gran catafalco, los más connotados hombres de la época pronunciaron discursos y glorias en honor del héroe.


El encargado de expresar los sentimientos de la Junta Patriótica, fue Felipe Buenrostro, y de entre sus palabras señalamos:

No se borrará, de nuestra memoria tan gloriosa batalla, por lo que Zaragoza y sus valientes que le acompañaron en la defensa merecieron bien de la patria; y nuestra historia les consignará una página de oro. Por su parte, el político José María Iglesias dijo:

En la temible prueba de los combates no tardó en llamar la atención el joven fronterizo, bizarro en la pelea, obediente a sus jefes, suave con el soldado leal, pundoroso, sin pretensiones, sin celos. Ignacio Zaragoza. No pudo faltar la aportación de don Guillermo Prieto, quien con aflicción pronunció:

Y que no haya mortal que decir pueda, yo hundí en la fosa al defensor de Puebla, Hérœ de Mayo, adiós esos valientes que te llamaron generoso amigo, que el pan de la miseria y la desdicha partieron, ¡ay! contigo. Hasta para que las jóvenes voces declamaran su pesar hubo espacio, como fue la de Florentino Mercado (hijo):

Ciudadanos el general Zaragoza no ha muerto: vive entre nosotros; duerme en esta tumba el sueño de guerrero y del hérœ que con la punta de su victoriosa espada imprimió en la frente de los franceses una marca indeleble de temor y de vergüenza.


La Cámara de Diputados nombró a Zaragoza Benemérito de la Patria en grado heroico el 11 de septiembre de 1862, y por decreto del presidente Juárez se le hicieron honras fúnebres en todo el país, guardándose luto por nueve días, mientras que por otros tres se izó la bandera a media asta en todos los edificios públicos; asimismo, la capital poblana recibió el nombre de Puebla de Zaragoza en su honor. Casi cien años después, el 26 de abril de 1976, por resolución presidencial de Luis Echeverría, los restos del ilustre Zaragoza se trasladaron a la ciudad de Puebla. La Secretaría de Gobernación fue comisionada para realizar la reubicación de los mismos, mientras que el gobierno del estado fue el encargado de efectuar la inhumación y construir el Mausoleo, en la Zona Histórica de los Fuertes de Loreto y Guadalupe, el lugar que encumbró a la gloria al general Zaragoza. Tres años después fueron llevados a ese lugar los restos de su esposa, la señora Rafaela Padilla, donde por fin descansan juntos.


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Melchor Ocampo fue abogado, diplomático y un notable político liberal; diputado, gobernador de Michoacán, ministro de relaciones exteriores, de gobernación y de fomento, colaboró en la redacción de las Leyes de Reforma, y al concluir la guerra que provocó la promulgación de estas leyes en nuestro país, se retiró de la vida política y se dedicó a la agricultura en su finca Pomoca, en Michoacán. Transcurría así su vida cuando, en junio de 1861, los conservadores que no habían aceptado la derrota lo arrestaron por orden de Leonardo Márquez, llevándolo a Tepeji del Río, donde el 3 de junio lo fusilaron y colgaron de un árbol.

La noticia no tardó en causar conmoción y rabia en todo el país, no solo entre el bando liberal, sino entre diversas personas que conocieron al ideólogo de La Reforma, al hombre caritativo y justo. Sus partidarios y amigos pidieron a gritos: “¡Guerra sin tregua, a los asesinos del ilustre Ocampo!”.


Distintos periódicos, como El Monitor Republicano y El Siglo Diez y Nueve lamentaron su muerte, dedicándole páginas enteras a reconocer tanto sus virtudes, como sus contribuciones a la patria. El Siglo Diez y Nueve comentó lo siguiente:

La Sed de sangre que devora a las hienas de Tacubaya, no se apaga todavía... una iniquidad más grande todavía, un asesinato más frío, más cobarde, más villano, más proditorio; acaban de bañarse en la sangre del Sr. D. Melchor Ocampo han sacrificado a este hombre inminente a este patricio esclarecido a los rencores y los odios de lo que la facción reaccionaria apellida religión… El Sr. Ocampo fue fusilado inmediatamente, y su cadáver colgado de un árbol, como si fuera un malhechor.

Y El Monitor Republicano expresó:

Porque no se puede, no se puede, no se debe olvidar este atentado… ¿Qué conveniencia había en el sacrificio del Sr. Ocampo? El Sr. Ocampo ha sido un mártir, “ciertamente como las grandes eminencias tienen sus coronas de nubes y de rayos, los grandes hombres se envuelven y desaparecen en las tempestades revolucionarias”


Por otra parte, el gran jurista Antonio Florentino Mercado (padre), cuyos restos también se encuentran en el Panteón de San Fernando, expresó:

Ciudadanos erigid estatuas al hérœ de virtud y de patriotismo: vestid el luto del dolor porque el nombre de D. Melchor Ocampo se vea inscrito en el santuario de las leyes y grabado perpetuamente en el fondo de nuestros corazones.

A los pocos días, el cuerpo del ideólogo de la Reforma fue trasladado al Hospital de Terceros en la ciudad de México, donde le fue extraído el corazón que se le entregó a su amada hija Josefa. Por el estado de descomposición en que se econtraba, su cadáver fue colocado en una caja de zinc sellada y cubierta con un lienzo negro. Después, el ataúd de metal fue conducido al enlutado edificio del Ayuntamiento, colocado sobre un catafalco y rodeado por cuatro cirios, allí estuvo expuesto al público todo el día 6 de junio, hasta a las cinco de la tarde.


Partió el cortejo fúnebre en el que estuvieron presentes amigos y compañeros de partido: el presidente Juárez, ministros del gabinete, diputados, estudiantes de diversos colegios y una multitud de ciudadanos. Salieron desde la antigua calle de Plateros (hoy Francisco I. Madero), prosiguieron por Santa Isabel (actual Eje Central Lázaro Cárdenas) y después por la Mariscala (Av. Hidalgo) hasta llegar al Panteón de San Fernando, donde fue sepultado frente a la tumba de don Miguel Lerdo de Tejada, mientras los oradores expresaban su pesar. Entre ellos, destacó el diputado Ezequiel Montes Ledesma:

¡Alma venerada de Ocampo! Desde el seno de Dios, donde reposan las almas de los justos, dirige una mirada sobre la gran familia liberal, de la que fuiste el más puro y precioso ornamento.

La ciudad de Morelia, de igual manera le rindió honores y realizó procesiones fúnebres, y el 17 de junio decretó que el nombre del estado sería Michoacán de Ocampo. Aquí algunas de las alocuciones de ese día: Elegía por Gabino Ortiz

Ya tú dejaste de la vida el campo, y aquí tu nombre de preclara norma al expirar, sin duda, una mirada de inefable perdón diste postrera a tus sangrientos, crueles enemigos, qué generosa y grande tu alma era. Composición de Vicente Moreno

Ocampo, el tres de Junio, el alto clero un mártir, una fecha, un asesino para que agregar mas el mundo entero ve fijado de México el destino. Álzate, Michoacán, se tú el primero en perseguir al tigre que abomino; tú, que detestas su ominoso yugo, repite sin cesar: muera el verdugo.


Josefa Ocampo guardó el corazón de su padre por más de veinte años hasta que, en 1884 lo entregó al Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia, pues en vida el político liberal había prometido donarlo a esta institución por la que tanto había hecho. Por lo que a pesar de la nostalgia, Josefa cumplió con el deseo de su padre. Por su parte, la institución michoacana continúa con el resguardo, conservación y exposición de este órgano al público en el salón Ocampo del mismo colegio, donde también se encuentran algunos objetos que le pertenecieron y su biblioteca personal.

Posteriormente, el 3 de junio de 1897, los restos de Melchor Ocampo fueron exhumados y trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres en el Panteón Civil de Dolores de la ciudad de México, un nuevo cementerio laico creado pocos años atrás. El evento fue celebrado de manera conjunta en la ciudad de México —con la presencia de los tres poderes del gobierno de la República—, y en Michoacán. En la ciudad de Morelia, una comisión fue la encargada de la ceremonia en la que hubo discursos en el Colegio Nicolaíta, coronas fúnebres y la acostumbrada salva de los cañones.


Por otra parte, en la ciudad de México a las cuatro de la tarde, se dieron cita en el Panteón de San Fernando: el presidente Porfirio Díaz, las hijas sobrevivientes de don Melchor Ocampo, el presidente del poder judicial, diputados, senadores, secretarios de estado, el gobernador del entonces Distrito Federal, el gobernador de Michoacán junto con algunos otros representantes de ese estado, y oficiales francos de la guarnición. Ante ellos se exhumaron los restos del ideólogo de La Reforma y se colocaron en una urna, que fue llevada en carroza al Panteón de Dolores. Ya en el nuevo monumento luctuoso, se pronunciaron vivas y discursos, minutos más tarde la banda del 26º batallón tocó una marcha fúnebre y se pusieron coronas mortuorias con lo que se dio fin a la ceremonia.


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Miguel Miramón, el caudillo del bando conservador, fue hecho prisionero y ejecutado el 19 de junio de 1867 junto con Maximiliano de Habsburgo y el general Tomás Mejía en el cerro De las Campanas, en la ciudad de Querétaro, día en que también murieron los sueños imperialistas y el llamado partido reaccionario.

Fragmento de la última carta que escribió Miramón, ya encarcelado, y que dirigió a su esposa, Concepción Lombardo:

Capuchinas 18 de junio de 1867

Después de que te despediste me acosté y dormí, ayer en la mañana estuve como de costumbre, pero a la hora del almuerzo me entró una tristeza que no me ha abandonado, ya comprenderás que es el resultado de tu ausencia… Ruégote tengas resignación, te cuidas para la educación y colocación de los niños, para que quites a Miguel toda idea de venganza y que pienses algunas veces en quien tanto te ha hecho sufrir pero que mucho te ha amado.


A diferencia de otros hombres contemporáneos, para el Joven Macabeo no hubo expresiones de luto en plazas públicas, y apenas se le dio difusión en los periódicos, pues la mayor parte de ellos estaba a favor de la República. Los pocos diarios conservadores que había, prefirieron no manifestar públicamente su pesar.

En contraparte, El Boletín Republicano escribió: El día 21 de junio de 1867 es un día de júbilo para el pueblo mexicano; en él ha concluido la ridícula farsa de la intervención y el imperio cayendo los principales actores de ella como han caído siempre los partidarios del crimen.

El duelo por los fusilamientos de los líderes reaccionarios y el emperador pasaron casi desapercibidos en la prensa. Se conoce del entierro de Miramón gracias a las Memorias de su esposa, donde señala que antes de que se sepultara el cuerpo del general:

Di orden de que embalsamaran el cadáver de mi esposo [que estaba en la capilla de Santa Teresa] y que extrajesen el corazón, mi hermano Alberto me entregó un frasco que contenía aquel corazón que tanto me había amado.


Concepción Lombardo de Miramón intentó llevar consigo el corazón de su esposo a Europa, pero el cura Pedro Ladrón de Guevara le indicó que este ya no le pertenecía, pues Dios ya lo había juzgado. Aún con más tristeza en el pecho, la bella mujer tuvo que aceptar y ordenó se llevara a enterrar a Cerro Prieto, San Luis Potosí, el único recuerdo de su amado, mismo que fue depositado en una fina caja de madera, decorada con hojas de laurel, una guirnalda de plata y una inscripción en latín que decía “Mors acerba, fama perpetua Stabit memoria facti”, frase que se traduce como: Mi muerte ha sido prematura, pero mi nombre vivirá por siempre, pues mis actos me perpetuarán.


Por otra parte, el cuerpo de Miramón fue llevado a la ciudad de México, y con una pequeña y discreta ceremonia fue enterrado junto a sus padres en el Panteón de San Fernando, pues los conservadores temían ser aprehendidos. La misma doña Concha pensó que se hizo muy poco por la memoria de Miguel Miramón, ya que en total había gastado 435 pesos entre tumba y traslado, pero su situación económica era tan apremiante que no pudo hacer más. A pesar de eso, el monumento fúnebre del general Miramón resaltaba por un bello enrejado, con su ornato en cada esquina, y en el frente las iniciales de su nombre: M.M

Después, doña Concepción se fue exiliada a Europa, donde recibió el apoyo de algunos familiares de Maximiliano de Habsburgo, y allí se quedó hasta que decidió regresar varios años después.


La decisión de volver al país de la viuda de Miguel Miramón se debió a que en Europa se enteró de que el presidente Benito Juárez —su acérrimo enemigo— había muerto, y lo que para ella resultó inaceptable fue que lo hubieran sepultado en el Panteón de San Fernando, el mismo cementerio donde descansaba su amado esposo. Por eso volvió a México en 1872, exhumó los restos del caudillo y los trasladó a la Catedral de Puebla. [Dirigido a Luis García Pimentel] Le agradezco en el alma el que acepte mi invitación para conducir a Puebla los restos de mi inolvidable esposo. La partida es en el tren directo de las 4 pm. y allí nos encontraremos con los pocos amigos a quienes hemos invitado para ese triste viaje.


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El general José Santos Degollado, fue un reconocido militar y político liberal, que llegó a ser diputado, ministro de la Suprema Corte de Justicia, gobernador de Michoacán y Jalisco, que cuando se enteró del cruel asesinato de su amigo Melchor Ocampo, pidió permiso al Congreso de la Unión para combatir a los conservadores, autores del crimen. La autorización le fue otorgada, a pesar de que había sido separado de su cargo cuando trató de establecer un acuerdo de paz, durante la Guerra de Reforma, con la intervención británica.

Encargado de las fuerzas para abatir a los homicidas, el guanajuatense preparó sus tropas y salió con rumbo a Lerma, ya que se sabía que los reaccionarios aún estaban en armas y se encontraban entre las montañas de la capital del país y de la ciudad de Toluca. El día 15 de junio de 1861, en los Llanos de Salazar, cerca del Monte de las Cruces, fue emboscado por sus adversarios y víctima de las balas cayó muerto. Lamentable suceso para el otrora general liberal, que no tuvo tiempo ni de encarar a los asesinos, por lo que se convirtió en un mártir más de La Reforma.


La noticia sacudió a sus compañeros de partido y a la sociedad en general, los cuales quisieron darle el último adiós al también conocido como Héroe de las derrotas —lo llamaban así porque era muy hábil para volver a organizar al ejército después de un fracaso en el campo de batalla—, en la ciudad de México, pero el general conservador José María Gálvez había ordenado que lo enterraran en Huixquilucan, Estado de México.

El Siglo Diez y Nueve dio noticia de la lamentable pérdida:

El Sr. Santos Degollado, el patriota inmaculado que era el más noble, la más pura personificación de las ideas democráticas y reformistas, ha dejado de existir. Ha muerto antes de ayer, luchando casi solo con las gavillas de asesinos que infestan el Valle.

Un mes después, por decreto del Congreso, se ordenó que cuando fuese posible se trasladara el cuerpo del general Degollado a la capital de la República y, mientras eso sucedía, se le hizo un homenaje fúnebre en la Alameda, con la presencia del presidente Juárez y su gabinete; también se izó la bandera a media asta durante tres días en los edificios públicos y se dio un cañonazo cada cuarto de hora, desde el alba hasta ponerse el sol.


Casi un año después, el 5 de julio de 1862, su cuerpo pudo ser exhumado y trasladado a la ciudad de México, donde durante varios días se celebraron diversos homenajes fúnebres en su honor. El día 18, los alumnos del Colegio Militar montaron una guardia junto al féretro en el Castillo de Chapultepec, después se llevó a la Sala del Cabildo —donde estuvo expuesto— y, finalmente, el 21 de julio salió hacia el Panteón de San Fernando, donde fue sepultado con honores.


Rumbo a San Fernando, el féretro de Santos Degollado estuvo escoltado por batallones de caballería e infantería, su familia, el presidente Juárez, ministros del gabinete, el gobernador del Distrito Federal, diputados, empleados de gobierno y la sociedad en general que se sumó a la comitiva. Hicieron una escala en la Alameda, donde desde una tribuna se escucharon a distintos oradores y poetas, momentos después prosiguieron su fúnebre procesión hasta llegar al panteón, donde también hubo declamaciones y discursos, de entre los cuales destacamos los siguientes fragmentos: Versos de la composición de Joaquín Villalobos:

¿Ya estás aquí? Muy tarde, amigo mío, nos volveremos a ver; cuánto ha cambiado en pocos meses el destino impío, ayer te vi dichoso, entusiasmado, hoy me presentas tu cadáver frío. …De tu buen corazón; siempre he creído que tu heroica clemencia, sólo hallaba horrible ingratitud en el vencido; por esa compasión aún arrojaba su deber el soldado en el olvido: Perdona si mi voz es imprudente pero al pie del sepulcro no se miente. José Ábrego declamó:

Hoy te vuelvo a mirar, no con tu brío ni en la mano la espada del valiente: Te ha colocado tu verdugo impío la corona del mártir en la frente apóstol de la causa sacrosanta, conservaste tu nombre sin mancilla. Por su parte, el coronel Gabriel M. Islas pronunció:

¡Vedle ahí! El hombre más prominente de nuestra democracia, el patriarca de la libertad mejicana: la figura más notable que brotó de la dictadura de Santa Anna: el hombre para quien los reveses de la última época, no eran sino aliento para luchar con más y más fé; el hombre que jamás dudó del triunfo de la santa causa, el ciudadano General Santos Degollado, severo como Catón, virtuoso como Junio Bruto, es quien aparece en esta sublime solemnidad.


Pocos días después, por petición de su familia, se volvió a exhumar el cadáver del general Santos Degollado y fue llevado a enterrar al Panteón Inglés de la ciudad de México. Ahí permaneció largo tiempo, hasta que el 2 de junio de 1906, por decreto del Congreso de la Unión , se ordenó trasladar los restos del mártir —junto con los de Valentín Gómez Farías—, a la Rotonda de las Personas Ilustres en el Panteón Civil de Dolores. La ceremonia fue presidida por Porfirio Díaz; a las exequias asistió una comitiva de seis diputados y seis senadores, quienes atestiguaron el traslado de los restos de estos próceres. Degollado por fin se volvió a encontrar con su viejo amigo, Melchor Ocampo.


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Leandro Valle fue un talentoso joven militar, que de manera vertiginosa alcanzó el grado de general dentro de las tropas liberales y llegó a ser diputado por el estado de Jalisco. En él, amigos y enemigos veían uno de los principales ejemplos del honor militar, lo que era muy apreciado en aquellos años. En un intento más por acabar con las tropas reaccionarias que aún quedaban en el país, el 21 de junio de 1861, el Congreso de la Unión autorizó a Leandro Valle combatir y vengar los asesinatos de Melchor Ocampo y José Santos Degollado. No obstante, el resultado fue el mismo que sufrió Degollado pues, el 23 de junio, cerca del Monte de las Cruces, donde días atrás había sido asesinado Santos Degollado. Valle peleó heóicamente ante los conservadores y cuando iba ganando sucedió que, por casualidad, llegó al lugar el terrible general Leonardo Márquez con un gran número de hombres y la batalla dio un giro inesperado, y el joven general —de apenas 33 años—, fue hecho prisionero.

Tristísima noticia para la República liberal, quien vio en junio de 1861 un mes fatídico, ya que perdió a tres de sus hombres más queridos y prominentes. La prensa publicó numerosos artículos sobre lo que había pasado; El Siglo Diez y Nueve comentó:

… se dice que el general D. Leandro del Valle no se salvó en el desastre de anteayer, que cayó prisionero, fue presentado a Márquez y este lo mandó a fusilar en el acto y colgó el cadáver de un árbol… seguir mostrando generosidad y clemencia con estos asesinos, sería suicidarse de una manera imbécil.


Efectivamente, el mismísimo Tigre de Tacubaya —o Hiena de Tacubaya—, sobrenombres del general Leonardo Márquez, mandó fusilar a Valle por la espalda, como si fuera un traidor. Después ordenó desnudar el cadáver, colgarlo de un árbol y le colocó un letrero insultante a sus pies. Antes de morir el valiente general, pidió se le entregara a su madre el relicario que colgaba de su cuello, y dentro de él introdujo una nota que decía:

En el monte de las cruces 1861 Papá y madre queridos, hermanos todos:

23 de

junio de

Voy a morir porque esta es la suerte de la guerra y no se hace conmigo más lo que yo hubiera hecho en igual caso, por manera que nada de odios, pues no es sino en justa revancha. He cumplido siempre con mi deber; hermanos chicos, cumplan ustedes, y que nuestro nombre sea honrado.

A los pocos días fue recogido de un árbol el cuerpo colgado del joven liberal por el coronel Tomas O´Horan y trasladado a la ciudad de México, a donde llegó el 28 de junio de ese año. En la entrada a Tacubaya, doña Ignacia Martínez esperaba el cadáver de su hijo, sin embargo, no le permitieron verlo hasta la garita de Belém —en la actual esquina de Bucareli y Avenida Chapultepec—, cerca de la estación del metro Cuauhtémoc.


Los restos del brillante general fueron expuestos en el salón de Cabildos del Ayuntamiento hasta las tres de la tarde del día siguiente, momento en el que salió el cortejo fúnebre escoltado por una guardia de honor compuesta por el batallón de Zacatecas y un cuerpo de carabineros. Por su parte, la comitiva luctuosa fue encabezada por el presidente Benito Juárez, la familia Valle Martínez, ministros del gabinete, diputados, empleados del Ayuntamiento y una larga fila de ciudadanos que atiborraron las calles. Sombrío momento que describió El Siglo Diez y Nueve como:

Triste misión la de ir a recoger a las víctimas de la reacción para ofrecerles sepultura.

Cuando el ataúd llegó al Panteón de San Fernando, la guardia hizo su primera descarga de fuego, prosiguió su camino el cuerpo del difunto y hubo oraciones fúnebres, una segunda descarga... más discursos en su honor y, por último, una nueva descarga anunció el entierro. Vicente Riva Palacio, orador oficial del solemne acto, expresó:

El recuerdo de los que mueren por las causas del pueblo y de la Reforma, pide el canto de la victoria y las oraciones de los hérœs. Venimos a dar el último ¡adiós! a un hombre que en la flor de su edad, a la vista de un porvenir glorioso y lleno de virtudes cívicas, ha desaparecido de entre nosotros y va a encerrarse para siempre en esa fosa que le abrió el odio sangriento y el terrible despecho de los asesinos de Tacubaya… Ya no te veremos, ya tu memoria será un puñal para nosotros y, ¡oh Dios! si pudiéramos acompañarte más adelante, como avanzaríamos gustosos por ese misterioso camino que ahora sigues.


El Club Gómez Farías, manifestó:

A los detractores de la Reforma, a las víboras de la envidia que silban hipócritas por los honores con que queremos ensalzar a los nuestros, contestémosles con estos cadáveres, hagámosles palpar estos martirios, y que respondan en lo que justiprecian esa sangre y esa desolación. El 30 de junio, El Monitor Republicano publicó: Hoy le tenemos que llorar, sorprendidos con los equívocos de la fortuna, incrédulos casi de muerte con la extrañeza con que siempre nos sorprendemos de ver mortales a los que les habíamos dotado con la inmortalidad de nuestra ternura.

Leandro Valle permaneció en el Panteón de San Fernando por más de cien años hasta que, en 1987 por Decreto presidencial se ordenó el traslado de sus restos a la Rotonda de las Personas Ilustres, en el Panteón Civil de Dolores. Las exequias se realizaron el 22 junio de ese mismo año, y constaron de un homenaje en el Hemiciclo a Juárez y otro en el Heroico Colegio Militar, con sus respectivas guardias de honor. Entre los presentes estuvieron los tres poderes de la Unión.


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El notable periodista y político liberal Francisco Zarco, nació un 3 de diciembre de 1829 y falleció el 22 de diciembre de 1869 en su casa, en la capital del país. Una lamentable pérdida para las letras mexicanas, que no pasó desapercibida por El Siglo Diez y Nueve, diario del que Zarco había sido redactor en jefe durante muchos años.

Anoche platicó con sus amigos hasta las once, y se recogió, al parecer, tranquilo. En la madrugada la enfermedad quizá desconocida que lo llevó al sepulcro se agravó. Sin embargo, con su entendimiento y su cabeza expedita, pidió un cigarro, lo fumó, habló algunas palabras y se quedó quieto un largo rato. Después pidió un vaso de agua, lo tomó se volvió del otro lado, y con la mayor tranquilidad y sosiego entregó su alma al Hacedor Supremo. El duelo se recibe en la casa núm. 2 de la calle de los Rebeldes; y el cadáver de nuestro amigo el sr. Zarco será sepultado en el panteón de San Fernando a las tres de la tarde del día de mañana.


La marcha fúnebre fue numerosa, compuesta por un sinfín de personas de todas las clases sociales, entre literatos, estudiantes, políticos, su joven esposa y sus pequeños hijos, amigos íntimos y personas que salían de todos lados y se unían al cortejo. El ataúd fue pagado por sus ex compañeros de redacción, quienes en todo momento se encargaron de llevarlo en hombros hasta su destino. La comitiva partió de la calle de Rebeldes, hoy Artículo 123, hasta llegar al Panteón de San Fernando.

Los oradores y el público se apiñaron en el cementerio, nadie quería pasar desapercibido y todos querían ver el entierro de tan ilustre hombre. Afligido por la pérdida, Ignacio Altamirano pronunció:

Decir lo que Zarco hizo como escritor, como orador, como ministro y como ciudadano, no cabe en los límites estrechos de un discurso fúnebre desordenado, porque lo inspira el más profundo dolor. Mientras que Justo Sierra declaró:

¡Duerme en paz!... a tus manos prometemos adorar en el libro de tu vida el credo democrático; que henchida la juventud de vencedor aliento, de libertad con el febril delirio irá por el camino consagrado por tu inmutable fe, por tu martirio.


Las exequias terminaron sin que nadie notara algo extraño durante ellas, los asistentes se retiraron creyendo que todo había acabado pero, dentro del círculo más cercano del intelectual duranguense, se hablaba de que el cadáver del periodista no se encontraba en el féretro dejado en el camposanto, sino en la casa de su amigo Felipe Sánchez Solís y que ahí, un doctor de apellido Montaño, lo había embalsamado para realizar en él estudios anatómicos.

La noticia horrorizó a más de uno, pues no era habitual que esto sucediese, y mucho menos después de realizar un entierro; no obstante, al parecer esto había sido un acuerdo y una petición que el mismo Zarco le hizo a su querido amigo Sánchez Solís y al galeno Montaño, por lo que la familia y los amigos más íntimos no hicieron más que respetar y cumplir con la voluntad del prolífico hombre de letras.


Al doctor Montaño le tomó ocho meses terminar sus investigaciones con el cuerpo inerte del periodista, y entonces regresó el cadáver a sus amigos cercanos, quienes lo enterraron de manera discreta y, de no haber sido por sus antiguos compañeros de El Siglo Diez y Nueve, no se tendría conocimiento de esta “segunda” inhumación:

El entierro del señor Zarco.- Ayer, a las seis de la tarde [9 de septiembre de 1870], acompañado sólo de varios amigos y con el mayor silencio, ha sido sepultado en el panteón de San Fernando el cadáver del antiguo redactor en jefe del siglo… los restos de aquel distinguido escritor descansan ya en paz en su última morada.

Mientras tanto, el Congreso de la Unión le había rendido tributo al colocar su nombre en el muro de honor del salón de sesiones, donde tantas veces el diputado disertó acerca de su visión de un México republicano.


GOBIERNO DE LA CIUDAD DE MÉXICO Claudia Sheinbaum Pardo Jefa de Gobierno María Guadalupe Lozada León Encargada de Despacho de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México José Antonio Cortés Muñoz Responsable del Museo Panteón de San Fernando Antonio Díaz Martínez Enlace administrativo María Guadalupe Lozada León Curaduría Alejandro Serralde Ruiz Luis Fernando Tolentino Parilla Investigación Nuria Pons Saez Corrector de Estilo Tania García Torres Difusión Laura Esquivel Pacheco Diseño Gráfico José Eduardo Rosas Moya Ilustración Irak Jozafath Aquino Chávez Bryan Alexis Sanjuan Cortés Montaje


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