Centrales Azucareras a Principios del Siglo XX

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Créditos

Directora del Museo y CEH Directora Asociada Dra. Carmen T. Ruiz de Fischler Jenny Santiago Llinás Relaciones Públicas Técnico audiovisual Iris N. Serrano Juan Martínez Alicea

Agradecimiento

Alba N. Rivera Vicerrectora Auxiliar de Desarrollo y Exalumnos, UT Ana Hilda Vázquez Directora Upward Bound, UT Ivette Guzmán Vega Directora Auxiliar, UT José Carlos Arroyo Presidente Asociación Puertorriqueña de Historiadores Luis Arroyo Director Tecnologías de la Información, UT Lic. Margarita Millán Vicepresidenta y Gerente General SI TV Miguel Rodríguez, Rector Centro de Estudios Avanzados y del Caribe Myrna López Mena Registradora MCEH, UT Pedro O. Peláez Director de TV Sistema TV, Canal Universitario Ana G. Méndez Dra. Sarai Lastra de León Vicerrectora Recursos de Información, UT Sylvia I. Matos Nin Directora Talent Search, UT

Auspiciadores

Burger King Fundación Puertorriqueña de las Humanidades Talent Search Sistema TV, Canal Universitario Ana G. Méndez Upward Bound

Portada: Antonio Rivera, artista del cartel, 1994 Este cartel se preparó por motivo del Documental Santa Juana y Mano Manca.

Esta publicación es parte del proyecto Centrales Azucareras a Principios del Siglo XX, subvencionado por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades (National Endowment for the Humanities)

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Contenido Mensaje del Rector Dr. Dennis Alicea Rodríguez

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Mensaje de la Directora Dra. Carmen Ruiz de Fischler

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Documentales y lectura sugerida

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Cuando el azúcar lo era todo en Puerto Rico Dr. Guillermo A. Baralt

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Santa Bárbara, Hato, Hacienda y Central Prof. Ivor Hernández Llanes

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Azúcar y el poder en el Valle del Turabo Dr. Félix R. Huertas

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Del azúcar moscabado al azúcar refinada: Caguas a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX Prof. Juan David Hernández Peleando con los molinos y otras batallas quijotescas: La lucha entre las corporaciones azucareras americanas y la americanización de los puertorriqueños, 1899-1935 Arq. Olga Badillo Vallés

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Del genio del ingenio a La Perla Prof. Edgardo Rodríguez Juliá

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Biografías de los conferenciantes

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Agradecemos a la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades (FPH) la oportunidad que nos dieron de celebrar la Semana de las Humanidades en nuestro Museo y Centro de Estudios Humanísticos Dra. Josefina Camacho de la Nuez, con el Ciclo de Conferencias sobre las Centrales Azucareras a principio del Siglo XX. Sin duda alguna, las presentaciones de nuestros distinguidos invitados: Dr. Guillermo Baralt, Prof. Ivor Hernández, Prof. Juan David Hernández, Dr. Félix Huertas, Arq. Olga Badillo y el Prof. Edgardo Rodríguez Juliá fueron muy enriquecedoras tanto para nuestra comunidad universitaria, como para los estudiantes de las diversas escuelas públicas y privadas que nos visitaron. Cumplimos a cabalidad con nuestro propósito de dar a conocer las investigaciones más recientes sobre este importante tema histórico y sobretodo, propiciamos un diálogo serio sobre la investigación y el intercambio de ideas entre los historiadores, investigadores, profesores y estudiantes, que sabemos redundará en el fortalecimiento de esta disciplina. A todos los colaboradores y participantes, nuestro sincero agradecimiento. Dennis Alicea Rodríguez, Ph.D. Rector Universidad del Turabo

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El Museo y Centro de Estudios Humanísticos Dra. Josefina Camacho de la Nuez, le agradece a la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades el habernos otorgado los fondos para poder realizar las conferencias sobre las Centrales Azucareras a Principio del Siglo XX. Esperamos que la publicación de este libro siembre la semilla para que jóvenes historiadores puertorriqueños se motiven a investigar los fundamentos de nuestra herencia cultural a través de la búsqueda de información en los archivos históricos, tanto en Puerto Rico como en el exterior; en las excavaciones arqueológicas; en la preservación del patrimonio histórico edificado, en las fuentes de la literatura y en las entrevistas a las personas que mantienen vivas en sus memorias los datos y hechos de nuestra historia patria. Carmen T. Ruiz de Fischler Ph.D. Directora Museo y Centro de Estudios Humanísticos Dra. Josefina Camacho de la Nuez

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Documentales y lectura sugerida relacionadas a las Centrales azucareras

Documental: Santa Juana y Mano Manca producido por la Universidad del Turabo y auspiciado por la Fundación Puertorriqueña de la Humanidades (FPH). Dirección y Producción, Luis A. Arroyo de León, investigación y libreto por la Dra. Ivonne Acosta y el profesor Juan A. Pastoriza Documental Aguirre 023, el último vagón dirigido por Pedro O. Peláez y auspiciada por la Fundación Puertorriqueña de la Humanidades (FPH) El libro Santa Juana y Mano Manca: Auge y decadencia del azúcar en el Valle del Turabo en el S. XX por la Dra. Ivonne Acosta publicado en 1995 Serie de cuatro videos clips que narran parte de la historia de las Haciendas y Centrales de Caguas y Gurabo. Las cápsulas son un extracto del Documental Santa Juana y Mano Manca producido por la Universidad del Turabo y auspiciado por la Fundación Puertorriqueña de la Humanidades (FPH) Vídeo Vídeo Vídeo Vídeo

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Primera Etapa: Sociedad Anónima de Azucares de San Juan Segunda Etapa: United Porto Rican Sugar Company Tercera Etapa: Eastern Sugar Associates Cuarta Etapa: C. Brewer Company

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‘’Puerto Rico no es todo azúcar, pero el azúcar lo es todo para Puerto Rico. ’’ (1898-1917) Guillermo A. Baralt PhD.

Introducción Luego de la Guerra Hispanoamericana de 1898, la industria azucarera puertorriqueña creció a pasos agigantados convirtiéndose en la principal riqueza y corazón del país. Representaba la afluencia más importante de capital siendo además la fuente principal de trabajo. En torno a las centrales azucareras, que ya sumaron 41 para 1910, no sólo crecieron con profundos vínculos de dependencia los poblados de compañías ‘’company towns‘’ sino también la mayoría de los pueblos de la costa y de la medianía puertorriqueña que pronto se cubrió de un manto de cañas. Además, como satélites, girando alrededor de ellas, se encontraban los gobernantes y partidos políticos, la prensa, los tribunales de justicia -insular y federal-, la construcción en todas sus dimensiones, la expansión de las obras públicas, el comercio, la fuerza laboral, los profesionales -abogados, ingenieros, científicos-, los bancos, las compañías aseguradoras, los medios de transporte tales como los ferrocarriles, las fábricas -fundiciones, abono- e instituciones educativas. El año comercial empezaba y terminaba con el ciclo azucarero de siembra, zafra y venta del producto al extranjero. El año cerraba en julio, fin de la zafra. Por todo ello, muchas veces, se escuchaba decir que ‘’Puerto Rico no es todo azúcar, pero el azúcar lo es todo para Puerto Rico.’’

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Cuadro Número Uno Exportación de azúcar de Puerto Rico 1900 - 1910 Precio Año Tons. Valor ($) Promedio ($) 1901 68,909 4,715,611 1902 91,912 5,890,302 1903 113,106 7,470,122 1904 129,647 8,690,814 1905 135,663 11,925,804 1906 205,277 14,184,667 1907 204,079 14,770,682 1908 234,607 18,690,504 1909 244,257 18,432,446 1910 284,522 23,545,922

68.43 64.08 66.04 67.03 87.90 69.10 72.37 76.52 75.46 82.75

Fuente: M. Drew Carrel, Register of Puerto Rico for 1910, (San Juan: Bureau of Supplies, Printing and Transportation, 1911), 144.

Estas condiciones, hicieron muy rentable el producto, que logró enormes beneficios, tanto para las centrales de 11 compañías de inversionistas extranjeros, como para los propietarios de las 30 centrales de capital puertorriqueño y español. Para muestra, un botón: el valor de exportación de la cosecha de 1919-1920 fue de $98, 923,750. El valor total de las exportaciones de la isla superaba al de las importaciones. Razones más destacables para su ingente crecimiento Las razones más destacables para su ingente crecimiento,-de 60,000 toneladas de azúcar moscabada en 1898 a 234,607 en 1908- se debió a varios factores: Primeramente, a la exitosa adaptación de la caña de azúcar en las tierras llanas, de la costa puertorriqueña. Hacia principios de Siglo XX abundaban las tierras fértiles, ricas en aluvión. Muchas de ellas, por la propia idiosincrasia de las antiguas haciendas de azúcar, eran tierras vírgenes. Luego el cultivo subió a la medianía hasta llegar a la montaña como fue el caso de los municipios de Cayey, Villalba y Jayuya. También cruzo el mar hasta llegar a la isla de Vieques. No menos importantes fueron los avances en la selección de semillas, cuidadosamente escogidas. Éstas duplicaban o triplicaban la cantidad de azúcar sin gran aumento de costos. Así también se comenzó a usar profusamente el abono. Segundo, a la abundancia de trabajadores durante y después de la primera crisis cafetalera (1898-1910) había hecho que disminuyesen los jornales de trabajadores a quiénes además y hasta el 1933 no se les pagó en dólares sino en vales que solo podían ser redimidos en la tiendas de los poblados llamados

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‘’company towns’’, de la centrales. Con frecuencia estos poblados superaron el número de habitantes de los pueblos adyacentes a las centrales. Tercero, al mercado sin límites, protegido y libre de tarifas en los Estados Unidos, el más grande de entonces. El interés de los empresarios y comerciantes estadounidenses por adquirir el dulce producto de la caña puertorriqueña, cuya calidad conocían desde finales del siglo XVIII. Aún antes de terminar la Guerra Hispanoamericana de 1898, representantes de casas de comercio norteamericanas recorrieron la isla en busca de lugares dónde producir azúcar, que, por cierto, había sido una de las causas del conflicto bélico. Luego, la Primera Acta Orgánica conocida popularmente como Ley Foraker contenía una disposición para que el Consejo Ejecutivo otorgase privilegios o concesiones de derechos o franquicias públicas o incorporadas, para la construcción de obras de carácter público o cuasi-público, como tranvías, ferrocarriles, líneas telegráficas y telefónicas, obras hidráulicas, fábricas de gas y líneas para alumbrado eléctrico. También dispuso que cuando se estableciera en la isla un sistema contributivo racional que satisficiera las necesidades fiscales del Gobierno, se declararía el libre comercio. Por último, al cabo de poco más de dos años, al aprobarse la Ley Hollander por la Asamblea Legislativa de Puerto Rico, al establecer dicho sistema contributivo entró en vigor el libre comercio, desembocando en la total integración de la economía local con la estadounidense. El libre cambio, y el mercado protegido y sin límites de producción y consumo, fueron los elementos más importantes de la naciente relación comercial entre Puerto Rico y Estados Unidos. Cuarto, junto al mercado libre, ilimitado y seguro, el azúcar para entonces recibía altas cotizaciones en el mercado mundial. El precio promedio aumentó de $68.43 en 1901 a $ 82.75 en 1910. Al acercarse, durante y después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). La coyuntura mundial le era favorable para aumentar la producción. El quinto factor que explica su ingente desarrollo fue la rápida y prolongada inversión de capital estadounidense en tierras, fábricas, medios de transporte, y “company towns”, entre muchos. A los pocos días de concluir las hostilidades de la Guerra Hispanoamericana en agosto de 1898, el General Roy Stone del Primer Cuerpo del Ejercito de los Estados Unidos, acompañado del exitoso ingeniero escocés Robert Graham, vecino de Ponce, recorrió palmo a palmo el valle sureño estudiando las posibilidades de establecer cultivos de caña a gran escala. Poco después se supo que la casa de comercio bostoniana De Ford Co. había adquirido en pública subasta la hacienda azucarera Aguirre, en la jurisdicción de Salinas, constituyéndose en el núcleo de lo que, meses más tarde, fue la Central Aguirre.1 Sus 1,509 cuerdas serían el eje de una central azucarera que se aprestaba a edificar y confiaba poder irrigar sus tierras pues ésta contaba con un sistema de riego. Durante la mencionada Guerra Hispanoamericana, esta misma firma de banqueros de Boston había sido nombrada agente fiscal del Gobierno norteamericano en Puerto Rico. Su 1 Andrés Ramos Mattei, Banqueros inversionistas en Puerto Rico, 1898-1905. Revista del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, enero - junio 1986, Núm. 2,40.

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primera molienda se llevó cabo pocos meses después. Aguirre, era hija del gran comercio monopólico del azúcar «Sugar Trust» de los Estados Unidos. Mientras tanto desde 1901 la South Puerto Rico Sugar Company inició las obras de construcción en tierras del barrio Guánica de Yauco, para la Guánica Centrale. Como Aguirre, la Guánica Centrale era hija del gran comercio monopólico del azúcar «Sugar Trust» de los Estados Unidos. En 1903 llevó a cabo su primera molienda y se coronó como una de las factorías azucareras más grandes del mundo. Mientras tanto, al otro lado de la isla, se iniciaba la primera zafra de la Fajardo Sugar Co., tercera factoría central norteamericana en establecerse en la isla. Todas ellas unidas a una cuarta empresa llamada la Eastern Porto Rico Sugar Co. establecida en 1924, lo que explica cómo para 1930 estos cuatro emporios azucareros estadounidenses producían 385,000 toneladas o el 50 por ciento de toda la producción de la isla. Cuadro Número I Estado comparativo de la producción azucarera de las centrales Fajardo, Guánica y Aguirre 1913-1917 Cosecha total en toneladas (2,000 lbs.) Municipio Centrales Dueño

1913

1914

1915

Fajardo Fajardo

Fajardo Sugar Company

Guánica Guánica Centrale

South Porto Rico Sugar Company 51,336.75 62,061.23 63,355.27

Salinas Aguirre Central Aguirre Co.

1916

1917

25,926.00 23,373.00 21,818.00 36,338.00 29,343.82

27,889.82 26,916.00 31,981.92

75,557.32 81,000.49 39,530.00 48,900.00

Fuente: E. Fernández García, ed., El Libro de Puerto Rico, 544.

Dispersas por los valles isleños, la mayoría en la costa, las menos en la medianía y el interior, se construyeron las formidables estructuras para éstas y otras factorías centrales. En los bateyes se levantaron aquellos edificios de madera cubiertos por planchas de hierro galvanizado para los molinos, las calderas y centrifugas, con sus chimeneas de ladrillo, los laboratorios y los almacenes. En los poblados de las centrales se edificaron las casas solariegas para dueños y administradores, hospitales y viviendas de obreros y en el campo los canales de riego, plataformas para cargar caña en los vagones del ferrocarril y muelles privados para el embarque del producto. Por ejemplo para cuando la Guánica Centrale molió sus primeras cañas el 12 de enero de 1903, sus obreros llevaban trabajando durante los pasados dos

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años, siete días a la semana en el desmonte, limpieza, acondicionamiento del terreno y, finalmente en la construcción de un edificio de tres plantas para el molino, las calderas y las centrifugas, acompañado de otros tres para la planta eléctrica, el laboratorio, el taller de carpintería, una herrería y fundición y un ranchón para locomotoras del ferrocarril; todos ellos de madera y acero galvanizado.2 Simultáneamente en la Isla de los Puercos, localizada en la bahía de Guánica, se rellenó un costado con piedras para unirla a tierra firme, formando una península.3 Allí, se construyó un muelle ‘’en la ensenada’’ también con relleno de piedra.4 Se alzó un ’’company town’’ o poblado de la compañía, llamado lógicamente’’ Ensenada’’, fenómeno urbano, muy bien planificado, que se repitió muchas veces más en las cercanías de las centrales azucareras en Puerto Rico y en muchas partes de América.5 Como parte del ‘’çompany town’’, se levantaron una casa de vivienda para el administrador y otras para el ingeniero, el segundo jefe y visitantes, organizadas a lo largo de un tipo de parque o jardín lineal.6. La casa del gerente general, de mayor tamaño y belleza que las anteriores, quedó asentada en el tope de una colina cercana.7 A poca distancia, en lo que era el batey de la Central, se edificaron en madera techada en zinc de dos pisos con cuartos para obreros y dos hileras de quince casas de alquiler, una de frente a la otra, todas pintadas de amarillo. También se fabricó un hotel de dos pisos, otras casas para empleados, para el que toca las campanas, para el cuartel de la policía, el hospital, la iglesia, una tienda de comestibles y una escuela. Pero también cerca de éstas, aunque no entre ellas, de mayor tamaño y confort, se levantaron casas de madera y zinc destinadas a la vivienda de los estadounidenses. De igual manera se alzaron casas para hospitales, restaurantes y salones de baile, todas pintadas de blanco y verde con techos rojos. Debido a su población ascendente, aquellos fueron pueblos dentro de pueblos, aislados, autosuficientes, aunque étnica, económica y socialmente segregados.8 Mas también alrededor del poblado de Ensenada se sumaron otros sub-barrios, poblados por casuchas y bohíos habitados por gente que de alguna manera estaba vinculada con Guánica Centrale. Otros ’’company town’’ o poblados de la compañía, como ’’Ensenada’’, se repetirán muchas veces más en las cercanías de las centrales azucareras en Puerto Rico y en muchas partes de América.9 2 La descripción que aquí aparece la tomamos de Rubén Collado Salazar, Ensenada; cien años de historia de Mayagüez; Imprenta Vélez. 16-18. 3 La historia de un gigante: historia de la Central Guánica y el poblado de Ensenada, San Juan, Editorial Plaza Mayor. 12. 4 Ibíd. 5 La historia de un gigante: historia de la Central Guánica y el poblado de Ensenada, San Juan, Editorial Plaza Mayor. 72. 6 Arleen Pabón Charneco y Eduardo A. Regis, Guánica: El origen de su Memoria, San Juan: Oficina Estatal de Preservación Histórica.128- 133.Esta obra recoge de manera magistral la historia de la arquitectura de este “company town”. 7 Ibíd. 135. 8 Ibíd., 12. 9 La historia de un gigante: historia de la Central Guánica y el poblado de Ensenada, San Juan: Editorial Plaza Mayor. 72.

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El sexto factor, la construcción y permanencia de las instalaciones portuarias pues, por ser isla, dependía en gran medida de su comercio con ultramar. La situación geográfica de la isla fue ideal para desarrollar su comercio marítimo, estando en medio de las rutas entre Norte y Sur América y, a la vez, a las puertas del Canal de Panamá inaugurado en 1914. Las bahías naturales de la isla, casi siempre bien resguardadas, habían sido una bendición para el comercio, uno de las motivos primordiales que habían atraído a los Estados Unidos a Puerto Rico. En el norte los puertos públicos eran los de San Juan y Arecibo; en el oeste los de Mayagüez y Aguadilla; en el sur el de Ponce y el recién inaugurado en la bahía de Guánica; y en el este, el de Fajardo y Yabucoa y la bahía de Ensenada Honda y Rada de Vieques.10 Sin embargo desde un principio se hizo evidente que para desarrollar el comercio azucarero había que dragar las bahías para permitir el paso de barcos de gran calado, construir muelles modernos debidamente equipados, dársenas, almacenes y demás facilidades para carga y descarga. Estos muelles modernos debían tener atracaderos para las embarcaciones de gran calado. Hasta entonces, estos buques fondeaban en las bahías cerca de los puertos. Pesados ancones u otras embarcaciones de alijo llevaban y traían la mercancía, a los pasajeros y el correo desde y hacia los barcos que fondeaban. En el puerto de San Juan se hizo necesaria la construcción de muelles. Así lo requirió el aumento de buques que transportaban pasajeros, el servicio postal, las frutas frescas, tabaco y principalmente el azúcar moscabada a granel, destinados principalmente a los puertos de Nueva Orleans, Baltimore, Boston, Filadelfia y Nueva York. De igual modo también lo requerían aquellos buques que transportaban a la isla arroz, harinas de trigo, conservas y otros artículos procedentes del valle del Mississippi necesarios para la dieta del puertorriqueño, pues por el predominio del azúcar, la isla producirá todo lo que no consumía y consumirá todo lo que no producía.11 Ya desde el gobierno militar en 1899, el Secretario de la Guerra concedió franquicia revocable a la New York & Porto Rico Steamship Co, para que construyese un muelle de madera -el número uno- con un ancladero de profundidad en la bahía de San Juan.12. Con esta magnífica obra de ingeniería en hormigón, de carácter privado, comenzó una nueva época de obras de construcción en los puertos alrededor de la isla. Al muelle uno le siguió otro, justo a su lado, construido en 1908 por la Insular Dock Co., en virtud de la franquicia concedida al comerciante español Carlos Conde Casariego. Se dragó para obtener una profundidad de agua de 22 pies frente a su tinglado; sus dimensiones eran de 100 pies por 380 píes. Luego se alzó otro muelle de gran calado -30 pies-, perteneciente a la Bull Insular Line. Con el correr de los años, esta última, con al menos ocho buques disponibles en tiempo del corte de caña, ‘’la zafra’’, y la exclusividad en el trasiego del producto procedente de varias centrales, transportaba la tajada mayor del comercio azucarero de la isla con destino a los Estados Unidos. 10 Ibid. 11 Una frase parecida aparece en Gordon K. Lewis, Freedom and Power in the Caribbean. New York, Harper Torchbooks, 88. 12 Desde 1890 la compañía beneficiada había servido a Puerto Rico desde el puerto de Nueva York.

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En 1907, la New York & Porto Rico Steamship Co. construyó entre la Isleta de Portell y el Pozo de las Brujas, sobre un relleno de tierra circunscrito por un tablestacado, otro muelle para su uso exclusivo, conocido por el nombre de San Antonio Dock Company. Contenía un tinglado para almacenar azúcar y otras mercancías. En agosto de 1913 se terminó la construcción de un ‘’esplendido muelle’’ fabricado en acero por la American Railroad of Porto Rico utilizado por todas las empresas navieras; tenia 80 pies por 450 píes, estaba techado y la profundidad de agua era de 26 pies.13 Indiscutiblemente las empresas navieras habían previsto la construcción de otros muelles de hormigón, con sus amplios almacenes. Así, a los antes mencionados muelles en puertos públicos de reciente construcción en San Juan, Ponce y Mayagüez, pronto se les sumarían otros en diversos puntos de la isla, construidos por las principales centrales azucareras extranjeras mediante la otorgación de franquicias. La Guánica Centrale construyó el suyo, por ejemplo, en la muy resguardada ensenada de Yauco (Guánica); la Fajardo Sugar en La Sardinera de Fajardo y la Central Aguirre en la bahía de Jobos en Guayama. Para llevar a cabo tan importante comercio semanalmente se allegaron a la isla varias compañías marítimas dedicadas al tráfico de azúcar. Desde un principio sobresalieron la New York and Porto Rico Steamship Company, la Red “D” Line y la Bull Insular Line. Cuadro Número II Líneas de vapores con escala en Puerto Rico -1910New York and Porto Rico Steamship Company Red “D” Line Empresa de Vapores Cubanos de Sobrinos de Herrera (Herrera Line) Bull Insular Line Compañía Transatlántica de Barcelona Compañía Transatlántica de Vapores de Pinnillos Izquierdo y Compañía Compañía de Vapores de A. Folch y Compañía Compagnie Générale Transatlantique Hamburg-American Line La Veloce Navigazione Italiana a Vapore The Houston Line The Benner Line Fuente: Register of Porto Rico for 1910, preparado y compilado bajo la dirección del honorable M. Drew Carrel, (San Juan: Bureau of Supplies, Printing and Transportation, 1911) 177-178.

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G. Aldea y Nazario, Desarrollo del Puerto de San Juan, Libro de Puerto Rico, 694.

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Una séptima razón fue la presencia en la isla de instituciones bancarias establecidas en los primeros meses bajo el gobierno civil, encabezado por Charles Allen (1900-1902). Un grupo de capitalistas de procedencia germanonorteamericana, con sede en la ciudad de Nueva York, fundó en San Juan, bajo las leyes del estado de Virginia Occidental, un banco nombrado el American Colonial Bank of Puerto Rico. 14 Desde su magnífico edificio de hormigón armado de tres plantas localizado en la calle San Justo, al pie de la demolida Puerta de San Justo, el American Colonial hizo el papel de banco central de la isla hasta su venta al National City Bank of New York en 1917. Así también, pero hacia la muy comercial calle Tetuán, se levantó un edificio de estilo clásico para el Royal Bank of Canada, y otro más ‘’moderno” y ‘’ progresista’’ para el Bank of Nova Scotia (1919), este último de cuatro plantas.15 Octavo, la educación superior a los pies de su majestad el azúcar, la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y, al trasladarse desde allí en 1910 e inaugurarse el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas en Mayagüez, se construyó en hormigón armado el Edificio Degetau. Desde entonces se levantaron otros edificios para la escuela de Agricultura, Química y Mecánica, para la de Ingeniería, para la Biblioteca, para Industrias Vegetales y otros más pequeños. Sus cursos de agronomía versaron sobre el cultivo de la caña de azúcar; los de ingeniería mecánica sobre la maquinaria de las centrales. Otro factor, de gran importancia y magnitud, -el noveno- en aquel gran sistema de abastecimiento de cañas, producción, elaboración y exportación del azúcar y mieles, fueron los ferrocarriles y sus caminos de hierro.16 La experiencia en transporte terrestre de los recién llegados empresarios estadounidenses apuntaba hacia la transportación como sinónimo de locomotoras de vapor, debido a la gran extensión de superficie de su nación, la necesidad de poblar extensas regiones y de establecer la comunicación entre los estados y la de éstos con los puertos de mar. El 28 de febrero de 1901, la antigua compañía de los ferrocarriles de la isla, ‘’La Societé d’Enteprises et de Constructions des Colonies Espagnoles”, obtuvo una nueva franquicia del Consejo Ejecutivo de Puerto Rico, que anuló la concedida durante el régimen político español.17 Bajo la nueva franquicia, la primera bajo el nuevo régimen político, la compañía francesa no podía recibir dinero del Estado como lo había hecho anteriormente, pero se le concedió el derecho a expandir la longitud de sus líneas, a usar tierras del Estado y a disfrutar de exención contributiva -local, municipal, insular- por 25 años. El término de la franquicia era por 150 años. Una de las cláusulas proveyó, además, para que todos los derechos de la compañía pudiesen ser transferidos en el futuro a cierta corporación cuya organización ya se consideraba en el Consejo Ejecutivo; se trataba de la American Railroad Co. 14 Desde un principio, el American Colonial se desempeñó como banco central, acaparando la totalidad de todos los fondos del Gobierno insular de Puerto Rico y prestando dinero a las centrales azucareras que conseguía de sus corresponsales en Nueva York. 15 Thamas S. Marvel, Antonin Nechodoma The Prairie School in the Caribbean, Florida: University of Florida Press, 1994.118. 16 Ramón Gandía Córdova, Las carreteras de Puerto Rico comparadas con las de Estados Unidos, Revista de Obras Públicas, 1928, 1548. 17 Compilation of the Revised Statutes and Codes of Porto Rico. Section I (791). Compiled by the Department of Insular Affairs. Washington: Government Printing Office.

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of Porto Rico, filial de la American Railroad Co.18 La primera fue organizada en 1902 bajo las leyes del estado de Nueva York, con un capital autorizado de un millón de dólares con el fin de operar la Compañía de los Ferrocarriles de Puerto Rico. Rápidamente estas dos compañías concertaron un acuerdo por el cual la operadora financiaría, administraría y correría con el mantenimiento del ferrocarril francés por los próximos 25 años. Como compensación, la compañía francesa le pagaría el 5% del ingreso neto de las operaciones del ferrocarril y 25 francos por cada kilómetro de vía férrea.19 La posibilidad de conseguir mayores recursos de capital en Estados Unidos y de la administración de la American Railroad Co. of Puerto Rico, le permitiría a la Compañía de los Ferrocarriles completar los trazados iniciados, pero inconclusos de la antigua red ferroviaria de circunvalación. Las obras de construcción que se avecinaban eran arduas, extensas y complicadas debido a que de los 546 kilómetros que se habían considerado en el enmendado Plan General de Ferrocarriles de 1885, sólo se habían construido 203 kilómetros.20 Además, como resultado de las lluvias torrenciales del San Ciriaco, todavía quedaban muchos puentes, estaciones, depósitos y vías que reparar. Para 1906 la Compañía de Ferrocarriles con sus vías férreas, había logrado enlazar las 10 poblaciones más grandes y ricas de la isla. En apretada síntesis el recorrido fue el siguiente: la línea principal comenzaba en San Juan, extendiéndose hacia el este ocho kilómetros hasta la estación de Martín Peña en Río Piedras, donde había una bifurcación. La línea o ruta principal continuaba hacia el oeste pasando por varios pueblos y ciudades entre ellos Bayamón, Dorado, Manatí, Arecibo y Aguadilla donde continuaba por el oeste hacia el sur pasando por Mayagüez y San Germán y de allí hacia el este hasta llegar a Ponce. Se habían recorrido 277 kilómetros. Desde Ponce continuaba por el sur hacia el este hasta llegar a Caño Verde, que era el final de la Compañía de Ferrocarriles .Desde Caño Verde se continuaba hacia Guayama en vías que le pertenecían a la Central Fortuna y a la Ponce Guayama Railroad. Mientras tanto, pero regresando a la bifurcación y estación de Martín Peña desde donde salía la línea hacia el este, y por el norte de la isla hacia Carolina hasta Fajardo con 59.5 kilómetros, y de allí hacia el sur por el este hasta Humacao con 97 kilómetros con interconexión a Caguas vía Juncos. Para 1929 la Compañía tenía 359 kilómetros de vía general, unos 15 kilómetros de vía de ramales y 100 kilómetros en desvíos.21 No obstante sus recursos económicos y técnicos, una vez más el tramo entre Humacao y Guayama -unos 40 kilómetrosno se construyó. La circunvalación no se había completado. Mas también la naturaleza montañosa del interior de la isla siguió haciendo muy costoso e improductivo el tendido ferroviario en esa región. 18 19 20 21

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Register of Puerto Rico for 1910, 179. Ibíd. Annual Report, 1920, 209. Etienne Totti Torres, Ferrocarriles, ROPPR 1931, 137.

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Pero no hay duda que, aunque la American Railroad Co. mantenía un servicio de pasajeros y coche camas operando diariamente en la ruta San Juan a Ponce, esta compañía fue principalmente para el acarreo de cañas y de azúcar moscabada. Aproximadamente el 70% de todos los ingresos de la Compañía nacían del movimiento de este producto en ruta hacia el extranjero. La inmensa mayoría de las centrales se asentaron a la vera o lo más cerca posible de las líneas férreas de la Compañía de los Ferrocarriles, para el arrastre hasta sus molinos de la caña cultivada en tierras de su propiedad o en la de sus colonos.22 Una vez elaborada el azúcar, se conducía en vagones especiales a almacenes asentados en los principales puertos de embarque. En 1913, con el fin de recibir y trasbordar carga, la compañía construyó para su uso exclusivo, el Muelle # 5 en la bahía de San Juan, de 440 pies de largo, 70 de ancho y unos 33 pies de fondo; mientras tanto, en Ponce extendió su línea de la ciudad hasta su puerto. 23 Además de la franquicia para levantar las vías férreas de la American Railroad Co., el Consejo Ejecutivo concedió otras a intereses azucareros (locales o extranjeros), con sus respectivos ramales. En 1902 la Central Aguirre adquirió de la Compañía Ferrocarrilera su franquicia para una línea férrea entre Ponce y Guayama.24 Una subsidiaria de la Aguirre se formó para operar el ferrocarril y sus propiedades bajo el nombre de Ponce & Guayama Railroad Co.25 El 30 de octubre de 1903 ésta se incorporó en el estado de Nueva Jersey y emitió 5,000 acciones, las cuales fueron adquiridas por la Central Aguirre. Con el paso del tiempo esta compañía también adquirió las centrales vecinas Machete y Cortada. Su línea férrea se extendió a lo largo de sus cañaverales y la de sus colonos hasta el puerto de Jobos en Guayama. Su longitud llegó a ser de 38 millas. Sin embargo, por acuerdo con el Consejo Ejecutivo, la American Railroad operaría el tren de pasajeros y carga en la línea de Ponce a Guayama.26 Esta última recibiría compensación por operar y auditar gastos. El balance neto se dividió entre ambas compañías. Un arreglo similar al anterior hizo la South Puerto Rico Sugar Company propietaria de la Guánica Centrale. Inicialmente su línea se extendió desde los cañaverales de Santa Rita en Yauco hasta el Puerto de Guánica.27 Después, esta última adquirió en Ponce la Central Fortuna, y estableció vías férreas que se extendieron por 40 millas a lo largo de la costa sur hacia el este de la isla. Un poco más tarde la antes mencionada y tercera fábrica central azucarera, la Fajardo Sugar Company, adquirió la Central Canóvanas operando un ferrocarril bajo una subsidiaria -la Fajardo Development- entre Río Grande, Canóvanas y Carolina. De este último pueblo, conectaba con la línea de la American Railroad hasta el puerto de San Juan. Su longitud fue de 37 millas de línea principal y 30 millas de sus ramales. Para 1920 la longitud de este 22 Colono era el propietario de tierras que mediante contrato se comprometía a proveer cañas a una central. 23 Aurelio Tió Ferrocarriles, RCIAA ,abril- mayo junio 1966.46. 24 Farr’s Manual of Sugar Companies, (1953-54) 121. 25 Ibíd. 26 Ponce y Guayama Railroad vs. American Railroad Co. June 4, 1914. Puerto Rico Federal Report. 27 Farr’s Manual of Sugar Companies (1953-1954) 139.

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sistema, que abarcaba tanto líneas privadas como públicas administradas por la American Railroad, fue de 600 kilómetros -500 públicas y 100 privadas-. Hacia el sureste, el moderno sistema ferroviario de la Fajardo Develoment Co. continuaba hacia Naguabo conectando con el Ferrocarril del Este, Esta última línea, organizada por Antonio Roig de Humacao, contaba con su red de vías férreas en las tierras circundantes a sus centrales, refinerías y el puerto de embarque en Punta Santiago. Roig también recibió una franquicia para construir, mantener y operar un ferrocarril entre Caguas, pasando por Juncos y Naguabo, hasta llegar a la playa de Humacao. Pero como en todas las anteriores y siempre y cuando la extensión entre sus vías lo permitiese, los trenes de La Compañía Ferrocarrilera discurrirían por sus vías. A todas las líneas anteriores también se le habían añadido otras públicas y privadas tales como: el sistema ferroviario entre Cataño y Bayamón; de Vega Alta a Dorado; de Añasco a Alto Santo; de Río Piedras a Caguas. En síntesis, fue decisivo el papel del capital privado azucarero -de las arriba mencionadas y de otras centrales-, en la expansión de las vías férreas. Todas las centrales asentadas en el litoral y en el valle central, construyeron sus sistemas de vías férreas, con sus locomotoras y numerosos vagones para el acarreo de caña. El número de kilómetros en servicio público había aumentado de 230 kilómetros en 1898 a 557 en 1910; el servicio privado durante el mismo periodo aumento de 67 a 1,000 kilómetros en vías férreas. A la industria azucarera, y para ella, se debió la realización de aquel sueño de 1880. Un décimo primer factor fue la construcción del sistema de riego en el sur que aunque costoso fue en extremo fructífero para el cultivo de la caña de azúcar, multiplicando la fertilidad de aquellas tierras. Durante los primeros lustros del siglo XX la obra de construcción de mayor importancia llevada a cabo por el gobierno insular en el entorno rural puertorriqueña fue la destinada a levantar un sistema de riego en el llano costero del sur donde la lluvia era impredecible y la caña de azúcar o cualquier otro cultivo no era fructífero sin el riego adecuado. Eran harto conocidas las nefastas consecuencias sociales y económicas que habían resultado de las largas sequías que, a menudo, asolaron el sur de la isla. Sin embargo, pasaron los años y no fue sino hasta el 1908 cuando la Asamblea Legislativa de Puerto Rico retomó el tema y aprobó el 18 de septiembre la Ley de Riego Público de Puerto Rico.28 Ésta autorizó la construcción de un sistema de riego, creó el Distrito de Riego y proveyó para la venta de bonos por la cantidad de tres millones de dólares para las obras necesarias. El Departamento del Interior estaría a cargo de las obras que se extenderían de este a oeste, desde la zona de Patillas hasta Ponce, desde el río Patillas al río Jacaguas y de norte a sur en una extensión de 60 kilómetros entre los cerros de la parte sur de la isla y el Mar Caribe.29. La obra, a un costo de $5,700,000, era hasta entonces el más grande desembolso para obra pública alguna en la historia del siglo 28 29

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Antonio Luchetti Otero Sistema de Riego Público, Libro de Puerto Rico, 504. Rafael Picó, Nueva Geografía de Puerto Rico Río Piedras; Editorial Universitaria, 86

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XX puertorriqueño.30 Esta empresa incluyó, además de las represas, un gran número de canales, embalses y túneles, además de carreteras y vías férreas para facilitar el acceso a los lugares de construcción.31 El sistema constaría también de cuatro embalses artificiales que cubrirían una extensión de mil acres de superficie.32 En septiembre de 1914 y luego de siete años de ardua labor, 24,000 acres, entre los pueblos de Guayama, Arroyo, Salinas, Coamo, Santa Isabel y Juana Díaz, empezaron a beneficiarse del riego, en las zonas más afectada por las sequías del país pero, a la vez, las que pronto fueron las de mayor riqueza azucarera. Además, y aprovechándose de las aguas de su embalse, en Carite, según se mencionó, se instaló un generador de servicio de corriente eléctrica para el sur de la isla, que marcó el inicio de la industria eléctrica gubernamental puertorriqueña.33 Fue fácil apreciar el aumento obtenido en el valor de la propiedad comprendida dentro del Distrito de Riego, e igualmente el efecto que reflejaron para la Isla en general las mejoras producidas por estas obras. Aunque evidentemente vinculadas a la industria azucarera, las obras públicas descritas llevadas a cabo por el Departamento del Interior, sus ingenieros y contratistas, parecieron tan extraordinarias que en la campaña electoral de 1912 para la Cámara de los Delegados, tanto unionistas como republicanos, se declararon responsables de la construcción de nuevas carreteras, escuelas, hospitales, sistema de riego y otras instalaciones.34 Décimo segundo la disponibilidad de grandes extensiones de tierras cultivadas en cañas que eran anualmente comprometidas a las centrales bajo el sistema llamado de colonias o colonos. Para los colonos puertorriqueños el cultivo de la caña de azúcar era la principal fuente de prestigio social. No había ninguna otra empresa en la isla que tuviese tanta importancia como el azúcar. Sólo el mundo del azúcar parecía ofrecer ganancias y prestigio. 30 31 32 33 34

Eugenio Latimer Torres, Historia de la Autoridad de Energía Eléctrica, 256. Ibíd. 255. Ibíd. 256. Eugenio Latimer Torres, La industria, 241. El Día, 1 de noviembre de 1912, 1.

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Cuadro Número III Centrales azucareras de Puerto Rico 1933 Centrales

Toneladas

Aguirre 77,097 Boca Chica 19,433 Cambalache 44,378 Canóvanas 45,064 Caribe 8,086 Carmen 17,699 Cayey 8,658 Coloso 38,126 Constancia-Ponce 9,867 Constancia-Toa 29,212 Cortada 26,383 Defensa 19,816 El Ejemplo 17,079 Eureka 14,572 Fajardo 86,398 Guánica 139,904 Guamaní 15,773 Herminia 2,072 Igualdad 15,327 Juanita 15,584 Juncos 28,979 Lafayette 37,399 Los Caños 16,086 Machete 26,584 Mercedita 44,946 Monserrate 15,384 Pasto Viejo 40,850 Pellejas 1,440 Plata 11,711 Playa Grande 8,915 Plazuela 27,913 Rochelaise 13,943 Roig-Yabucoa 34,581 Rufina 36,460 San Francisco -----San Miguel -----San Vicente 33,610 Santa Bárbara 3,529 Santa Juana 15,832 Sóller 5,694 Vannina 19,520 Victoria 19,340 Total 1,101,023 Fuente: El Día, 6 de septiembre de 1934, 3. 20

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Un último factor. Las inversiones extranjeras se beneficiaron, además, de un buen negocio de seguros y del Tribunal federal en Puerto Rico. De los primeros, los seguros eran conocidos en la isla desde el siglo XIX. Operaban compañías de varias nacionalidades, ajustándose a las disposiciones del Código de Comercio español de 1885 y al Código Político de 1902, que reglamentó las corporaciones extranjeras y puertorriqueñas. La Legislatura insular aprobó una ley el 7 de marzo de 1912, reglamentando todo lo concerniente a este negocio, pues su enorme incremento hizo necesaria una legislación especial que cubriera ampliamente a las compañías y diera protección a los asegurados, ya que los postulados constitutivos, por los cuales se regían todas las corporaciones, nacionales y extranjeras, no eran suficientes. Evidentemente, no hubo un contrato de refacción o pignoración para la zafra azucarera, almacenamiento y luego embarcación a los Estados Unidos sin los debidos seguros.35 Por otro lado y no menos importante a los anteriores fue el establecimiento del Tribunal Federal para el Distrito de Puerto Rico. Los representantes de las centrales azucareras, también, recurrieron con frecuencia a sus salas para dilucidar conflictos legales de todo tipo. Como las vías férreas de la American Railroad, las centrales azucareras se encontraban desparramadas a lo largo y ancho del litoral isleño, e incluso en los valles del interior. A menudo los pleitos en que se vieron involucrados estuvieron relacionados con los contratos de arrendamiento de tierras, con el derecho de aguas para irrigación36 y con el paso de sus ferrocarriles. Así también, aparecían los contratos de molienda con sus colonos,37 quienes, durante el tiempo de zafra, le proveían de las cañas requeridas para satisfacer el funcionamiento eficaz de sus gigantescos molinos. El arriendo de tierras y el mencionado colonato fueron maneras alternas para burlar la llamada Ley de 500 acres. Sus vínculos con el azúcar fueron de tal magnitud que en enero de 1915 el Tribunal Federal para el Distrito de Puerto Rico fue colocado bajo el Tribunal Federal de Apelaciones para el Primer Circuito en Boston.38 Entre las razones principales para tomar esta decisión se destacó el predominio de las líneas de comercio establecidas entre Puerto Rico y los puertos de la costa del Atlántico de los Estados Unidos. Entre estos sobresalía la ciudad de Boston por ser centro de financiamiento y sede de compañías con intereses creados en la industria azucarera en Puerto Rico. 35 Para 1909 las compañías «American Surety Company of New York», «Fidelity and Deposit Company of Maryland», y «National Surety Company» se dedicaban a los seguros de garantía; «New York Life», «Sun Life Assurance», «Manufacturers’ Life», «The Mutual Life», «International Lloyd», «Mannheim», «North German», «Indemnity Mutual», «German Lloyd», y «Agrippina», a los seguros de fuego, vida y marítimo; y, por último, y con mayor capital asegurado, «Liverpool, London and Globe», «Palatine, Royal (Limited)», «Commercial Union Assurance», «North British and Mercantile», «Hamburg-Bremen Fire», «Aachen-Munich Fire», «Northern Assurance Co.», «Feuer Assecuranz von Hamburg», «Western Assurance», «Guardian Assurance», Lancashire (Royal), «Magdeburg», «Prussian National», «North German», «Norwich Union Society», «British-American Assurance», «La Baloise», «L’Union de Paris» y «London Assurance Corporation» l­as más numerosas­a los de incendios. 36 Semidey v. Central Aguirre, 7 P.R. Fed. 572 (1915). 37 Sucrerie Centrale Coloso v. Esteves, 4 P.R. Fed. 25 (1907). 38 Ibíd.

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Mural de Zama, Jayuya

Santa Bárbara, Hato, Hacienda y Central Prof. Ivor Hernández Llanes Mural de Zama, Jayuya

El nombre Santa Bárbara está presente en muchos sectores de los pueblos de Puerto Rico. El Santa Bárbara de mi relato está en Jayuya. Es quizás el único nombre antiguo de origen católico en este pueblo. Los demás son toponímicos indígenas como coabey, jauca, caricaboa o el propio Jayuya. Otros nombres hispanos se han sumado durante los siglos XIX y XX a la toponimia regional. El nombre de Jayuya proviene de un cacique que habitó la zona durante el periodo de conquista y colonización de la Isla. En los documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico recogidos por Aurelio Tanodí, aparecen las cabalgadas que realizaron los españoles para capturar indios del territorio del cacique Jayuya.1 El Dr. Ricardo Alegría establece que el cacique Jayuya debió ser uno de los rebeldes y partícipe de la Rebelión de 1511, pues ya en el 1513 se estaban realizando estas cabalgadas o incursiones militares a la zona.2 Es menester señalar que miramos la historia muy someramente, nunca existirá una historia total y definitiva, ya que siempre queda algo por investigar o estudiar. Si la historia fuera un árbol estaríamos mirando sus últimos retoños y flores, a veces parte del tronco y casi nunca sus raíces. La función del historiador es auscultar esas raíces para poder conocer las ramas. Las raíces de nuestra historia serían precisamente el pasado prehispánico.

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La arqueología ha develado una presencia humana de aproximadamente 6,000 años en esta Isla. En Jayuya existe evidencia arqueológica que indica la presencia humana desde el año 600 de nuestra era o sea más de 900 años antes de la Conquista de la Isla. El poblado de Caparra fue fundado en 1508 y Jayuya fue poblado para el año 1527. En el año 1535 ya existía una Ermita en Jayuya con la advocación de la Virgen de Santa Bárbara. La razón para la temprana presencia de los conquistadores en el área se debió a dos factores: la minería y la posición equidistante de Jayuya entre Caparra y San Germán. Es preciso señalar que San Germán estaba localizado en lo que hoy conocemos como Añasco. Luego que se agotó el oro de los ríos, los mineros se fueron moviendo y paulatinamente poblando la región al centro de Puerto Rico. De esa instancia es que proviene el nombre de Santa Bárbara, la Virgen de mineros y de los artilleros, de acuerdo a la tradición católica. No existiendo artilleros en el centro de la isla, la única razón de esta advocación era la minería.

Mural de Zama, Jayuya

Sol de Jayuya, Mural de Zama

Estando Jayuya equidistante de Caparra y San Germán, el Sr. Asencio de Villanueva solicitó al Rey en 1527 le permitiera fundar en esos predios un tercer partido.3 Ya existía el partido de Puerto Rico que ocupaba la mitad este de la Isla y el partido de San Germán que ocupaba la mitad oeste. Luego de muchas diligencias en la Audiencia de Santo Domingo y en la Corte Real, la solicitud fue aprobada con la salvedad que debía traer 40 labradores y sus familias de España y mantenerlos por dos años hasta que se pudieran valer de sus cosechas.4 Para Asencio la propuesta resultaba onerosa por lo cual optó por traer los primeros sementales andaluces a la Isla. Santa Bárbara se convirtió en un hato caballar. Algunos historiadores afirman que de aquí salieron los caballos que usaron los conquistadores para la Conquista de México y Perú. La ruta de Caín, como se la conocía, se alteró cuando el poblado de San Germán después de ser atacado por los indios Caribes y por corsarios franceses, fue mudado a Guayanilla. Entonces la ruta cambió y Santa Bárbara y Jayuya quedan en el olvido. Para fines del siglo XVI y todo el siglo XVII la Isla estuvo abandonada por parte de la metrópoli (España). Los emigrantes prefirieron aventurarse a México y Perú

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en busca de fortuna rápida. Las rutas comerciales cambiaron hacia Cartagena, Colombia; luego a Portobello en Panamá, a Veracruz (México), y La Habana, Cuba. Puerto Rico quedó aislado del contacto comercial y prácticamente despoblado. Sin embargo, por su valor estratégico, las potencias de Europa que trajeron sus guerras contra España al Caribe, vieron en la Isla un magnífico centro comercial y un posible bastión militar. Las islas llamadas inútiles (Antillas Menores) también fueron pobladas por Inglaterra, Francia y Holanda. En este escenario, el contrabando afloró en diversos puntos de la Isla. Las autoridades sólo tenían control de la ciudad de San Juan y apenas de San Germán; el resto de la isla carecía de protección. Aunque no tenemos noticias de Jayuya, conocemos que allí se mantuvo una población compuesta por descendientes de indios, esclavos cimarrones y españoles, (algunos desertores de la milicia). En este intercambio que debió repetirse en muchos lugares de la isla se fundieron estas culturas que se comunicaron en una lengua: la castellana, salpicada de africanismos e indigenismos. El siglo XIX trajo un auge cafetalero a la región de Jayuya y Santa Bárbara se convirtió en un importante enclave cafetalero. Para el año 1778, España otorgó mediante decreto real el derecho a la propiedad privada. Los criollos que habían nacido y residido libremente en esta zona y que usaban para su provecho la tierra, el ganado y los árboles, de pronto se convirtieron en desposeídos y agregados sin medios ni conocimiento ante un nuevo orden pre capitalista. James Dietz destaca en la Historia económica de Puerto Rico, que el derecho a la propiedad privada ofrecía un poco de seguridad a los poseedores de tierras y facilitaba la consolidación de grandes imperios cafetaleros, además proporcionaba la base legal para desposeer a los que no pudieran mostrar un título de propiedad.5 El doctor Fernando Picó señala que la mayoría de los que emigraron en el siglo XVIII y principios del XIX hacia Jayuya y toda la región de Utuado eran desposeídos y analfabetos que buscaban un mejor porvenir en esta zona. Habían sido desplazados de sus hogares de origen cerca de la costa por el cultivo de la caña. “Muchos de los fundadores y sus descendientes se asentaron en diferentes zonas del Partido sin título de propiedad y es posible que se mudaran de sitio con frecuencia, según el pasto, el terreno o la pesca menguaban”.6 El Dr. Picó hace un estudio completo de la figura de don Eusebio Pérez del Castillo y en su investigación señala que en 1846 aparece como un modesto contribuyente en Utuado pagando 7 reales y 7 maravedíes. En el año 1848 ya era comerciante, dueño de una tienda de mercería y de una pulpería cuyo valor se tasaba en 900 pesos. Al año, en 1849, contrae matrimonio con María Monserrate Rivera, hija del difunto Miguel Rivera y de doña María Monserrate. La madre de María de Monserrate tenía derechos sobre más de 800 cuerdas de terreno en Jayuya aptas para la siembra. Este matrimonio representó para don Eusebio Pérez su

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acceso a la élite de poder en Utuado, pues María Monserrate era hija de don Miguel de Rivera y Quiñones, alcalde constitucional de Utuado. Vemos que en 1872, Eusebio junto a su familia dominó la vida política y económica de la región por muchos años. Eusebio Pérez, que ya era comerciante, se convirtió también en propietario de los terrenos que heredó su esposa en Jayuya y comenzó a adquirir otros aledaños. El Dr. Picó señala en su libro Contra la corriente que Eusebio Pérez adquirió en Jayuya Arriba y Jayuya Abajo, 31 propiedades de terrenos entre 1862 y 1867.7 Vale aclarar que en la investigación que realicé en el Registro de la Propiedad de Utuado pude fichar 68 adquisiciones de propiedades que hizo don Eusebio Pérez; las mismas lo convirtieron en el terrateniente más poderoso de la zona. La primera transacción que realizó Eusebio Pérez fue la compra de 373 cuerdas de terreno a don Simón Pierluissi. Así lee la escritura original: Don Simón Pierluissi vendió a don Eusebio Pérez un área de terreno en el lugar nombrado Santa Bárbara, 373 cuerdas más o menos con fincas de café, casas de tienda y de habitación y secaderas, fincas de plátanos, árboles frutales, palmas reales y todo lo que se encuentra entre los linderos que allí describe.8 Con todas las adquisiciones que hizo Eusebio Pérez en la década del 1870 consolidó en una poderosa hacienda todo el sector de Santa Bárbara que incluía el territorio del Poblado principal. La tendencia que se refleja en las transacciones de la hacienda Santa Bárbara es que éstas dejaron de ser de muchos propietarios para ser de uno, las de Eusebio Pérez. Esta tendencia de consolidar tierras se dio en toda la región cafetalera. Afirma James Dietz que “las relaciones de trabajo surgieron cambiando en términos generales hacia el incremento del trabajo asalariado. Incluso en una zona cafetalera estudiada por Wolf, los archivos municipales indican que había 1,600 propietarios de tierras en 1871 pero sólo 555 en 1892, aun cuando la población se había duplicado durante ese periodo. De modo que resulta evidente que muchos antiguos propietarios se habían convertido en trabajadores asalariados, agregados o medianeros.9 Eusebio Pérez modernizó la Hacienda Santa Bárbara para maximizar su uso. En la descripción que hace el cronista Ramón Morel Campos en el 1896 nos refiere: “ Está situada como a medio kilómetro del radio donde está enclavada la población o sea, su principal zona urbana ocupa una preciosa posición topográfica ventajosa por hallarse frente a la cordillera que denomina por el sur el río Jayuya; por el norte, la extensión dilatada de ricas vegas

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y el camino que conduce a la finca denominada ‘llunes’; por el este el panorama del rico valle dónde se asienta todo el caserío del poblado y hacia el norte están todos los establecimientos que preceden los vistosos almacenes dónde se destaca con letras de gran tamaño esta inscripción: Santa Bárbara.”10 La hacienda Santa Bárbara tenía también un trapiche. En la novela histórica La Gleba, el cronista Ramón Juliá Marín hace una descripción del mismo: Eran unos grandes ranchones, redondos, techados de zinc sin cerca semejantes a una carpa. En su construcción entraban maderas tan recias, como capaz, ausubo y moralón. En el centro de dichos ranchones había montados tres gruesos cilindros alineados perpendicularmente con engranaje dentado en ambos extremos. De la parte central emergían unas diez o doce, vigas inclinadas, formando circunferencia como el varillaje de un paraguas, y venían a buscar las extremidades de estas vigas para trabarlas como a un metro de distancia de la punta, otras tantas empotradas en la armazón que servía de base a los cilindros, horizontalmente. Entre cruceta y cruceta, en cada uno de los pedazos de viga saliente hacia afuera se ataba una yunta de bueyes. La armazón giraba y los cilindros también. El guarapo caía en un depósito especie de artesa cuadrada, colocada debajo de los cilindros y después de pasar por un colador de alambre corría por un tupo hacia los tachos. Dos hombres introducían la caña por entre los cilindros, haciéndola pasar y repasar varias veces para extraerle la mayor cantidad posible de jugo y otro retiraba el bagazo. En un edificio aparte, retirado unos cuantos metros del trapiche se atendía la elaboración de miel y el alcohol. Era éste un enorme caserón de ladrillos, con gruesa chimenea, también de ladrillos. En un aditamento con largo colgadizo de azotea se alineaban los tachos empotrados en una base de mampostería que formaba la superficie de horno subterráneo, bullía en ellos el guarapo notándose un grado de cada calor distinto en cada uno. Un gran depósito colocando en el mismo orden recibía el líquido por un tubo que taladraba el jastial en dirección del trapiche.11 Las descripciones de la hacienda Santa Bárbara nos permiten observar que era un complejo grande, empleaba mucha gente y su cultivo estaba diversificado, además del café se cultivaba y se procesaba caña de azúcar y se cosechaban frutos menores. Por otro lado, podía almacenar hasta 3,000 quintales de café, lo cual brindaba la oportunidad de guardarlo y venderlo en el momento más oportuno, o cuando escaseara el grano. El alcohol como subproducto del azúcar, al igual que los frutos menores, brindaba la versatilidad de mantener en producción la hacienda durante todo el año. Mientras tanto, los pequeños caficultores del sector ante la necesidad de financiamiento recurrieron a los comerciantes para obtener crédito refaccionario. Dependiendo del tipo de contrato contraído, implicaba entregar su grano “uva” por el cual recibían un precio mucho menor del valor de la cosecha, a un interés prestatario alto y por un término definido por lo general de más de dos años

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por el uso de la finca refaccionada. Ante éstas y otras exigencias, el pequeño caficultor quedaba endeudado por lo oneroso de las estipulaciones. La dificultad de acarreo hizo que el mercado se concentrara en los terratenientes quienes tenían los recursos de transporte y los grandes almacenes, de modo que los pequeños agricultores estaban supeditados a su voluntad. En el caso de los empleados, se les exigía trabajar siete días a la semana en tiempo de cosecha y doce horas diarias, de lunes a sábado y medio día los domingos. Los grandes latifundios imperaron en la zona cafetalera. A medida que la producción del café para la exportación crecía, el sistema de haciendas fue absorbiendo más y más fincas pequeñas cuyos antiguos dueños no tuvieron más alternativa que trabajar como agregados. El proceso de desposeimiento de la tierra separó irremediablemente a sus habitantes; entonces la sociedad en la montaña se dividió en dos clases: los que poseían la tierra o latifundistas y la masa trabajadora y pequeños propietarios a merced de los hacendados y comerciantes. Otro de los mecanismos de dependencia y enriquecimiento era que el hacendado tenía sus tiendas y como escaseaba la moneda establecieron los riles o “almudes” los cuales se redimían en sus propias tiendas de raya o tiendas de la hacienda. Le fiaban al agricultor o al trabajador, pero siempre estaba endeudado. Hemos visto muchísimos casos en que el trabajador al no saber leer ni escribir no tenía conocimiento de su deuda, de modo que probablemente la inflaban. Por tanto, quedaba obligado a trabajar para la hacienda donde también era agregado. Para finales del siglo XIX el panorama isleño no era tan halagador, y menos el de Jayuya. Por ejemplo: con la caída de los precios del café muchos hacendados quedaron endeudados con las grandes casas comerciales y se fueron a la ruina, lo cual provocó el paulatino abandono de las tierras; la invasión americana de 1898 con su nueva política arancelaria nos aisló de la competencia internacional y el huracán San Ciriaco arrasó con la casi totalidad de la siembra de café, factor determinante que afectó la próspera economía cafetalera del País. En 1903, Santa Bárbara fue adquirida por la Sra. María Toro viuda de Ortiz, a través de la Sociedad Agrícola Cortada y Toro, entidad que adquiere la finca. Más tarde la propiedad pasa a ser inscrita por la Jayuya Development y finalmente en el año 1939 pasa a nombre de la Sra. María Toro y sus hijos. De los documentos estudiados de principios de siglo, doña María figura como la única mujer empresaria de Jayuya. El día 21 de enero de 1909 el legislador jayuyano Nemesio R. Canales presentó ante la quinta sesión ordinaria de la Cámara de Representantes el Proyecto de Ley núm. 39 titulado Para la emancipación legal de la mujer. Gestión que provocó muchos e intensos debates. Parte del texto leía como sigue: “Todo derecho, sea cualquier su índole o naturaleza, concedido por las leyes en vigor

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en Puerto Rico a los ciudadanos varones y mayores de edad, se entenderá concedido también a las mujeres, y regulado en su ejercicio y aplicación en la misma forma y condiciones que si se tratara de hombres.” Lamentablemente el proyecto de Canales fue derrotado en votación del 9 de febrero de 1909 con sólo 7 votos a su favor. Encontró resistencia en todos los sectores. En el Palique titulado “Voto femenino”, Canales describió la reacción en la legislatura al momento que presentó su propuesta: Todos los hombres serios de la Cámara miraron mi proyecto con esa cargante risita de desdén que los tales hombres serios tienen para todo aquello que no entienden. Y puesto a discusión, saltó mi elocuente amigo De Diego a la palestra, y sus palabras relampagueantes convencieron a todo el mundo de que yo estaba loco y que nuestras castas y angelicales mujeres estaban muy bien como estaban y para nada necesitaban más derechos que los que ya tenían. Así quedó la cosa y ya nadie, ni yo mismo se volvió a acordar de los asendrados(sic.) y maltrechos derechos de la mujer.12 Las mujeres no tenían los mismos derechos legales que los hombres y por eso nos asombra que la señora María Toro pudiera tener acceso al negocio de la Central Santa Bárbara en el año 1911. “Para la mujer de la pequeña burguesía la opresión no radicaba en la explotación económica sino más bien en las restricciones legales y sociales a las cuales estaba sometida a pesar de su nueva condición de profesional.”13 La situación legal de la mujer para principios de siglo forzó a la señora María Toro a adquirir la Hacienda Santa Bárbara a través de la Sociedad Agrícola Cortada y Toro de la cual su hermano era socio para luego fundar la Jayuya Development entidad presidida por otra persona. Ya establecimos previamente que la verdadera dueña de la empresa era la viuda de Ortiz y sus hijos. El pueblo de Jayuya no ha aquilatado la aportación de la señora Toro y dado un lugar prominente en la historia del pueblo. Su rol protagónico como parte de la historia de la mujer en la sociedad puertorriqueña tampoco se ha estudiado, ya que las investigaciones realizadas hasta el momento no recogen la aportación de ésta en el área empresarial. Camila Azize señala en su libro La mujer en la lucha, que a principios del siglo XX el cambio ocurrido a raíz de la invasión norteamericana facilitó el ingreso de la mujer a otros sectores económicos. Aduce que: Las estadísticas muestran que el número de mujeres dedicadas a las ocupaciones de servicio comienza a disminuir durante esas dos décadas, (1900-1920) mientras que de otro lado, las mujeres empleadas por las industrias artesanales de sombreros, costura y trabajos de aguja aumentan significativamente. En el sector profesional aumentarán las maestras y enfermeras. Pero el grupo que registra en más rápido ritmo de crecimiento incorporado a la mujer es la industria del tabaco.14 Casi todo Puerto Rico se sembró de caña de azúcar en los albores del siglo

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XX y las grandes empresas norteamericanas adquirieron la mayor parte de los terrenos agrícolas de la costa sur. En ese proceso, la hacienda Santa Bárbara se transformó de una hacienda de café a una Central Azucarera. La elaboración del azúcar reinaría en la economía agrícola del país y vale recalcar que la mayoría de las tierras sembradas de café que una vez fueron explotadas por Eusebio Pérez, ahora doña María Toro las transformaría en un preciado monocultivo azucarero. El terreno tipo “Jayuya” era particularmente favorable a este tipo de siembra. La central Santa Bárbara fue un proyecto exitoso hasta finales de los años cuarenta. El desgaste de su maquinaria, la falta de personal técnico diestro, y la nueva visión gubernamental de Puerto Rico con la manufactura como eje económico, hicieron que la operación de la Central no representara un proyecto de futuro como para invertir en la misma. En el año 1948 la Central cerró sus operaciones. Doña María Toro viuda de Ortiz contaba ya con 69 años, suficientes para retirarse del mundo empresarial, no obstante ya había dejado su legado. Santa Bárbara fue la dínamo económica fundamental de Jayuya desde el 1527 al 1948: de hato caballar, pasó a ser una hacienda cafetalera hasta su culminación como central azucarera. Representó las aspiraciones de fortuna de varios personajes de su historia como Asencio de Villanueva entre 1527 y 1556, las de Simón Pierlussi entre 1851 al 1872, las de Eusebio Pérez desde 1872 al 1899 y las de doña María Toro, viuda de Ortiz desde 1911 al 1948. Fuerzas fuera del control de estos personajes determinaron el fin de cada ciclo económico de Santa Bárbara. A don Asencio le afectó el ataque francés a San Germán y la mudanza del Partido a Guayanilla. A Simón Pierluissi un huracán en 1868 le devastó su hacienda. Por su parte, Eusebio se afectó por la competencia global y la caída de los precios del café, la invasión norteamericana y el huracán San Ciriaco; y a doña María Toro el desgaste del tiempo y el cambio de la economía. Todas las situaciones mencionadas sin lugar a duda pudieron afectar el curso de acción de la historia de Jayuya; sin embargo, en Santa Bárbara se testimonia la voluntad de un pueblo digno y trabajador. Debería representar para los jayuyanos un lugar para rememorar nuestro origen como pueblo. Esperamos que este trabajo sirva como base a futuras investigaciones tanto documentales como arqueológicas para que amplíen la experiencia de la Tierra Alta, Jayuya.

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Referencias: 1. Aurelio Tanodi, Documentos de la Real Hacienda de Puerto Rico, 1510-1519, Río Piedras: Editorial UPR, 1971, 18-19. 2. Ricardo Alegría, El pleito por indios de encomienda entre el ex contador Antonio Sedeño y el contador Miguel de Castellanos, Puerto Rico, 1527, San Juan: Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, 1993, 26-27. 3. Real Cédula del Rey Carlos I al gobernador y oficiales de San Juan para que hagan un informe sobre la petición del Obispo de San Juan Alonso Manso de crear un pueblo entre San Juan y San Germán, A.G.I.S., Indiferente, leg.421, copia de registro, siglo XVI. 4. Pedro Hernández Paraliticci, Utuado: Notas para su historia, San Juan, Oficina de Preservación Histórica, La Fortaleza, 1983, 28. 5. James L. Dietz, Historia económica de Puerto Rico, Río Piedras, Ediciones Huracán, 1989, 38. 6. Fernando Picó, Libertad y servidumbre en Puerto Rico del siglo XIX, Río Piedras, Ediciones Huracán, 1979, 21. 7. Fernando Picó, Contra la corriente, Río Piedras, Ediciones Huracán, 1981, 102-103. 8. Registro de la Propiedad, Depto. De Justicia, tomo 55, finca 3194. 9. James Dietz, op. cit., 82. 10. Ramón Morel Campos, El porvenir de Utuado, Ponce, Imprenta El Vapor, 1986, 78-135. 11. Ramón Juliá Marín, La gleba, Tipografía Real Hermanos, San Juan, 1912, 15-52. 12. Nemesio R. Canales, Paliques, San Juan, Ediciones Isla, 1967, 81. 13. Edna Acosta Belén, La mujer en la sociedad puertorriqueña, Río Piedras, Ediciones Huracán, 1980, 28. 14. Yamila Azize, La mujer en la lucha, Río Piedras, Editorial Cultural, 1985, 41.

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Azúcar y Poder en Puerto Rico (1898-1930) Dr. Félix R. Huertas González Introducción El desarrollo de la industria azucarera ha sido tema importante de serias y profundas investigaciones en la historiografía puertorriqueña y caribeña. Los trabajos de Andrés Ramos Mattei, Elezer Curet, Guillermo Baralt, Teresita Martínez Verne, Fe iglesias, Manuel Moreno Fraginals, Fernando Ortiz y Oscar Zanetti, entre otros, analizan el origen, desarrollo e impacto de esa industria en los siglos XIX y XX. En el caso del Valle del Turabo los trabajos de Juan David Hernández, Oscar L. Bunker y en especial el de la historiadora Ivonne Acosta, han propiciado profundas reflexiones sobre el impacto de los cambios producidos por el establecimiento de centrales azucareras en el Valle del Turabo. El trabajo de la Dra. Ivonne Acosta, titulado Santa Juana y Mano Manca: Auge y decadencia del azúcar en el Valle del Turabo nos permitió como afirma la autora, presentar “una breve historia de esa finca (Mano Manca) y esa Central Azucarera (Santa Juana) que dejaron una huella en la memoria de los habitantes del Valle del Turabo, pero que además (y lo que es importante), resulta ser un microcosmos de la historia de Puerto Rico, sobre todo en este siglo veinte”. La investigación de la Dra. Acosta financiada por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades, la Universidad del Turabo y la Editorial Cultural no solo permitieron la publicación de su extraordinario texto sino la preparación de un excelente documental.

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Contexto Histórico El desarrollo azucarero en nuestra Isla durante el siglo XIX se dividió en dos grandes etapas o procesos. En la primera mitad, tuvo un crecimiento sostenido hasta mediados del siglo. Por otro lado, en el último tercio del mismo siglo, la industria entró en una grave crisis de la que no pudo salir hasta la posterior invasión estadounidense en el año de 1898. Sin embargo, es para finales de esa primera mitad en que Puerto Rico ocupó un segundo lugar en las exportaciones de azúcar en el Caribe y a los Estados Unidos, después de Cuba. En términos comparativos y para ilustrar el inmenso desarrollo de nuestra industria, con un área de 3,350 millas cuadradas, o sea menos del 8% del área de Cuba, Puerto Rico produjo en promedio, 23% del azúcar producido por Cuba durante el periodo de 1838 al 1842 y 16% del producido entre 1848-1852. Gran parte del incremento de las exportaciones azucareras se debió al comercio con los Estados Unidos. Por ejemplo, para la década de 1830 la isla vendió más del 75% de su azúcar en ese mercado y a su vez importó gran parte de la tecnología, materia prima y combustibles. Todo ese gran desarrollo, que a su vez era dependiente del mercado estadounidense, comenzó a cambiar para la segunda mitad del siglo XIX. En la segunda mitad, en particular durante las últimas tres décadas, la producción de café comenzó a prosperar, mientras que la azucarera atravesó por una profunda crisis. Varios factores incidieron profundamente para que se dieran las nuevas condiciones. La falta de capital para financiar la expansión de la producción y la competencia de los azúcares de remolacha o refinada europea, unidos a los precios, hicieron estancar la producción azucarera. La crisis cambiará con la invasión estadounidense de 1898 y su interés en el azúcar puertorriqueño. La invasión estadounidense y el control de la producción azucarera Con la invasión estadounidense, la isla pasó a ser controlada por un país capitalista e industrial, con una capacidad productiva y financiera superior a la de España. Esta nueva metrópoli tenía en su territorio un grupo de grandes corporaciones monopolísticas o trusts que tenían gran interés en expandir su influencia sobre Puerto Rico. La isla les ofrecía todo en lo que estos estaban interesados; tierras fértiles que podían ser compradas a buen precio, fuerza laboral abundante y diestra, acceso libre al mercado estadounidense y un gobierno colonial y dispuesto a cooperar con los nuevos inversionistas. Ya para 1930, Estados Unidos había invertido alrededor de 20 millones de dólares en Puerto Rico. El capital estadounidense penetró en casi todos los sectores de la economía. Sin embargo, las inversiones se dirigieron principalmente hacia el azúcar y el tabaco. Ambos con protección arancelaria, estuvieron exentos de pagar impuestos y entraban libremente al mercado estadounidense. O sea, con la invasión, Puerto Rico se convirtió nuevamente en un país dedicado a la producción azucarera. Inmediatamente, varias compañías o corporaciones absentistas como se las conocería, comenzaron a acaparar nuestras mejores tierras y a establecer centrales azucareras. Entre ellas se distinguieron La Central

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Aguirre, la Central Guánica de la South Porto Rico Sugar Company, Fajardo Sugar Comp y la United Porto Rico Sugar Comp, que fue dueña de la Santa Juana, entre otras. Estas corporaciones adquirieron poder y control sobre nuestra economía llegando a poseer el 10% de la riqueza total de Puerto rico y el 20% del valor de las propiedades del país. Ese lucrativo negocio y las ganancias de las corporaciones estadounidenses se incrementaron con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), ya que destruyó la competencia del azúcar de remolacha europea. Sin embargo, diez años después, la isla pasaba por una profunda crisis. Puerto Rico en los treinta Puerto Rico entró a la década de 1930 en medio de la crisis que generó la depresión económica mundial. Esa depresión afectó intensamente el desarrollo agrícola basado en el monocultivo. La difícil situación económica desencadenó grandes fricciones entre diferentes grupos sociales que llegaron a niveles en ocasiones violentos. El Partido Nacionalista sería la fuerza política más visible y militante que condenó la situación económica y política de Puerto Rico. Su exigencia de independencia inmediata y condena a los Estados Unidos por su relación colonial con Puerto Rico puso de manifiesto la profunda crisis por la que atravesaba la Isla. Los efectos de la gran depresión no tardaron en hacer su aparición en Puerto Rico. La situación de los trabajadores agrícolas empeoró durante los primeros años de la década del 1930, bajaron los salarios y los ingresos, mientras aumentaban los precios y el costo de vida.1 La sociedad puertorriqueña estaba en crisis. El hambre, las enfermedades y el desempleo azotaron las zonas rurales.2 La difícil situación social y económica provocó que sectores amplios de la sociedad puertorriqueña cuestionaran el control colonial de los Estados Unidos sobre Puerto Rico. Esa situación política se fue convirtiendo en tema de discusiones, preocupaciones y en muchos casos de desafíos. La respuesta de los Estados Unidos a esos desafíos fue la utilización de medios represivos para mantener el control colonial. La Gran Depresión sacó a relucir la gravedad de las condiciones que debilitaban a la Isla. En Puerto Rico, sin embargo, la reducción en la producción no fue tan fuerte como en los Estados Unidos. El Producto Bruto Nacional disminuyó de $176 millones en 1929 a $134 millones en 1933, una reducción de un 23.9%, en comparación con el 46.4% de reducción en los Estados Unidos.3 El impacto de esta crisis no afectó a los diversos sectores en un mismo grado. En el sector agrícola el ingreso nacional bajó sustancialmente. El ingreso nacional 1 James L. Dietz, Historia económica de Puerto Rico. (Río Piedras: Ediciones Huracán, 1989), pág. 154. 2 Ver Thomas Matthews, La política puertorriqueña y el Nuevo Trato. (Río Piedras: Puerto Rico) Editorial Universitaria, 1975. 3 Dietz, op.cit., Pág. 155.

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agrícola para el 1929 fue de $87 millones, mientras que para 1934 disminuyó a $71 millones, esto es, de un 49.4% a un 43.3%.4 Para agudizar los efectos de la Gran Depresión, la Isla fue azotada por el huracán San Felipe en 1928. Más tarde, en 1932, vino el huracán San Ciprián, que causó la muerte a unas 225 personas y daños calculados en $30 millones. Sin embargo, el sector azucarero y exportador sufrió daños menores en comparación con otros sectores a principios de la década, primero porque los huracanes no causaron daños a largo plazo como ocurrió con el café, el tabaco y las frutas, y segundo, debido a la reducción en los precios mundiales del azúcar que había comenzado antes de la Depresión.5 La producción puertorriqueña de azúcar pudo ampliar su mercado- por la protección arancelaria - por lo que pudo contrarrestar los efectos de la crisis a diferencia de la producción cubana. Para subsanar los efectos de la Gran Depresión en los Estados Unidos, el gobierno del presidente Franklin D. Roosevelt, diseñó un plan en el que se incluyó a Puerto Rico. Antes de 1932, el gobierno estadounidense consideraba que no debía intervenir en la economía. Pero a partir de 1933, el Gobierno Federal decidió intervenir con el fin de ayudar a los sectores privados y mantener rentable su producción.6 Para el 1933, el gobierno de Roosevelt lanzó una campaña contra la depresión conocida como el Nuevo Trato. Este plan llegó con la creación de dos agencias del Gobierno Federal: en 1933 la Puerto Rico Emergency Relief Administration (conocida como la PRERA) y en 1935 la Puerto Rico Reconstruction Administration (conocida como la PRA).7 Los programas que llevó a cabo la PRERA fueron: distribución de alimentos, construcción de carreteras, campañas para eliminar el mosquito transmisor de la malaria, y la fundación de nuevos centros para la industria de la aguja y para el entrenamiento de puertorriqueños en técnicas de sondeos para la elaboración de encuestas y censos. La adopción de estos programas fue una batalla difícil, pues se encontraba rodeada de una serie de luchas e intrigas políticas. Por ejemplo, la Coalición con el poder sobre la Legislatura y Robert H. Gore como gobernador no apoyaron el Nuevo Trato.8 A finales de 1933 y comienzos de 1934 surgió otro plan del Nuevo Trato que sería más efectivo. Entre sus defensores más destacados se encontraron Rexford G. Tugwell, Luis Muñoz Marín y Carlos Chardón. Este último, respetado educador, científico y rector de la Universidad de Puerto Rico, presentó su propio plan para la reorganización fundamental de la industria del azúcar como clave para la reconstrucción. El plan fue apoyado por Tugwell y Muñoz. Todas las propuestas del plan Chardón compartían algunas características básicas: la diversificación de la agricultura, la creación de un grupo de 4 5 6 7 8

Ibíd. Pág. 156. Ibíd. Págs. 155-156. Dietz, pág. 161. Ibíd. pág. 677. Dietz. op.cit., págs. 166-167.

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pequeños agricultores independientes, la desintegración de las grandes corporaciones azucareras mediante la puesta en vigor de la restricción de los 500 acres contenida en las Leyes Orgánicas, la promoción de nuevas industrias apropiadas a Puerto Rico como la pesca y selvicultura, y el logro de un balance más razonable entre el poder de compra y el de producción de la isla.9 El Plan Chardón, partiendo de la premisa de que la reconstrucción económica de la Isla era posible sin ningún cambio político o institucional fundamental dentro de la relación colonial existente, proponía una reorientación de la economía mediante el desarrollo de industrias apropiadas, la reubicación de pequeños agricultores en tierras mejores y más productivas, la compra de por lo menos una central azucarera que fuera operada por el gobierno, y el aumento en la emigración. Este plan tenía como objetivos reducir el desempleo, poner fin al monopolio de la tierra, específicamente de las corporaciones ausentistas, reducir la fuga de ganancias, intereses y dividendos a los Estados Unidos, y diversificar la estructura productiva de la economía.10 Básicamente, el Plan Chardón buscaba estimular un mayor desarrollo industrial que se concentraría en la producción con uso intensivo de la mano de obra o en la producción que utilizaría materia prima agrícola que ya se producía en la Isla. Pero la implantación de este plan estuvo rodeada de intrigas y diferencias en diversos sectores sociales. Finalmente, el 28 de mayo de 1935, el presidente Roosevelt creó por orden ejecutiva la Puerto Rican Reconstruction Administration (PRRA) y nombró a Ernest Gruening como director. La PRRA tuvo logros tales como el programa de electrificación de toda la Isla, que mejoraría las condiciones para poder industrializarla, y las mejoras del servicio de salud con nuevas clínicas rurales y programas de prevención de enfermedades. También se mejoraron las facilidades rurales de educación, extendiéndose a más áreas. La PRRA asimismo diseñó y construyó la primera planta de cemento que más tarde sería vendida al gobierno. A finales de la década de 1930, cuando se agotaron los fondos de la PRRA los programas desaparecieron. Sin embargo, la PRRA tuvo un impacto económico, social y político permanente. Fueron muchos los millones de dólares invertidos por la agencia que estimularon la economía y ayudaron a reducir el desempleo. La PRRA reforzó de esta manera el crecimiento del sector público de la economía y permitió que centenares de jóvenes profesionales participaran y adquirieran por vez primera experiencia en proyectos de gran utilidad social. También realzó la influencia política de líderes jóvenes del Partido Liberal, especialmente la de Luis Muñoz Marín.11 La década de 1930 también fue testigo del desarrollo del movimiento nacionalista en Puerto Rico. En el año 1929, Pedro Albizu Campos, joven abogado graduado de Harvard, asumió la presidencia del Partido Nacionalista Puertorriqueño. El Partido Nacionalista decidió participar en las elecciones de 9 10 11

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Ibíd. pág. 168. Ibíd., pág. 168. Mathews, op. cit., pág. 88.

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1932, pero Albizu Campos obtuvo sólo un 3% de los votos como senador por acumulación. Esta derrota en las elecciones de 1932 dividió a los nacionalistas. Por un lado, Albizu Campos y un sector salieron convencidos de que por vía electoral nunca iban a lograr sus objetivos. Su estrategia se concentró en la lucha revolucionaria para lograr la independencia del país. Ante esa nueva estrategia un sector nacionalista abandonó la política activa mientras otro se mantuvo dentro del Partido Nacionalista.12 Una serie de incidentes se suscitaron entre los nacionalistas y el gobierno colonial. La relación entre los nacionalistas y la policía se deterioró entre el 1933 y 1936. Por ejemplo, en Río Piedras se escenificó una refriega a tiros donde murieron cinco personas. Luego se suscitó el asesinato del jefe de la Policía Insular, Francis Riggs. Los jóvenes arrestados por la muerte de Riggs fueron ejecutados por la policía. Finalmente, el Domingo de Ramos de 1937, la policía de Puerto Rico atacó violentamente a los nacionalistas en una manifestación en la que estos condenaban el encarcelamiento de Albizu Campos y el liderato del Partido Nacionalista. Ese acontecimiento en el que fueron asesinadas 21 personas ha pasado a la historia como la Masacre de Ponce.13 En 1937, Albizu Campos había sido encarcelado y trasladado a una prisión federal en Atlanta, Georgia. No fue hasta principios de la década de 1950 en que el movimiento nacionalista volvió a tomar acciones revolucionarias en contra del gobierno colonial de los Estados Unidos. La dinámica histórica durante la década de 1930, sentó las bases de lo que serían las décadas subsiguientes, entiéndase las décadas de 1940 y 1950. Los años treinta se caracterizaron como años de violencia, decadencia, desesperanza y pesimismo, mientras que los años cuarenta se caracterizarían por ser un período de transición a nivel del desarrollo industrial capitalista.14 El Partido Popular Democrático alcanzó el poder en el año 1941. El control de Luis Muñoz Marín y el PPD del poder legislativo fue de vital importancia para los cambios “políticos”, económicos y sociales que se avecinaban. El estilo de campaña del PPD, el contenido de su mensaje y su programa, y el carisma de Muñoz Marín fueron factores claves en la victoria del partido, ya que sus planteamientos eran atractivos para el pueblo. La plataforma del partido estaba basada en dos principios: primero, el status no está en issue y en segundo lugar, el establecimiento de la justicia social para el pueblo puertorriqueño.15 Su estrategia estaba basada en el desarrollo económico y social del país. El PPD proponía en su plataforma, el ampliar la antigua disposición de los 500 acres; designar el conjunto de centrales azucareras como industrias al servicio público, sujetas a la fiscalización y supervisión estricta del Estado, y limitar la propiedad ausentista. Además, promovió el establecimiento de 12 Ver Juan Ángel Silén Historia de la nación puertorriqueña. (Río Piedras: Editorial Edil, 1973) 13 Ibíd., págs. 250-251. 14 Dietz, op.cit., pág. 200. 15 Ver entre otros, los documentos sobre este período en Reece Bothwell González, Cien años de lucha política V.III San Juan: Editorial Universidad de Puerto Rico.1979

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cooperativas agrícolas, fomentó la distribución de solares a los agregados, propuso facilitar la sindicalización de los trabajadores, la creación de nuevas industrias y modernizar la infraestructura, específicamente la luz y el agua.16 Con la renuncia del gobernador Leahy, la posición de los populares se consolidó, pues el presidente Roosevelt lo sustituyó por Tugwell, quien había sido rector de la Universidad de Puerto Rico el año anterior. Tugwell creía al igual que Leahy, que su encomienda principal para gobernar a Puerto Rico era salvaguardarlo para los Estados Unidos. Entendía que podía colaborar con las reformas propuestas por Muñoz Marín y los populares, aunque también entendía que había que moderar el alcance y la velocidad de estas reformas.17 Por otro lado, la entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, fue favorable para Tugwell, Muñoz Marín y el Partido Popular Democrático, pues el Presidente y el Departamento de lo Interior les dieron mano libre para efectuar reformas. A Puerto Rico se le consideró parte esencial para la defensa de los Estados Unidos en el Caribe, por lo tanto era necesario desarrollar económicamente la Isla. El plan de desarrollo para Puerto Rico impulsado por el PPD se dividió en dos fases. De 1941 a 1945 el gobierno desarrolló un programa de reforma agraria, control y desarrollo de infraestructura e instituciones, reorganización administrativa e industrialización limitada mediante fábricas propiedad del gobierno operadas por el mismo. Sin embargo, de 1945 a 1953, la reforma agraria y la agricultura recibieron menos atención, empresas gubernamentales se vendieron a firmas privadas y se inició un esfuerzo con el propósito de aumentar la producción industrial atrayendo capital norteamericano a la Isla.18 En el año 1942, se aprobó la legislación para el desarrollo económico de la Isla. Dicha legislación creó la Compañía de Fomento y un Banco de Fomento que comenzó a operar en 1943. La función del Banco de Fomento de Puerto Rico era llenar el vacío que dejaban las prácticas crediticias de los bancos privados, que limitaban sus préstamos a las empresas establecidas en ramas de la industria.19 Este banco prestaría dinero a aquellas empresas que podían contribuir al desarrollo industrial del país. Por su parte la Compañía de Fomento de Puerto Rico fue pieza clave en el impulso industrial de la Isla. Fue dirigida por un farmacéutico de Ponce, Teodoro Moscoso. Algunos de los objetivos de dicha compañía fueron el realizar investigaciones orientadas a aumentar el uso de los recursos naturales de la Isla en la producción industrial, así como desarrollar investigaciones y hacer pruebas de mercadeo, distribución y exportación de los productos de la Isla. La Compañía de Fomento proponía establecer y operar empresas que 16 17 18 19

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Ibíd., págs. 713-714. Ibíd., págs. 715-716. Dietz, op. cit., págs. 203-204. Ibíd. pág. 206.

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manufacturaran o distribuyeran bienes producidos con materiales locales y promovió la participación de inversionistas y capitales nativos en la industria, con el propósito de evitar los problemas que creaba el capitalismo ausente.20 La Compañía de Fomento, pues, estableció una serie de fábricas con el objetivo de impulsar la industrialización en la Isla. Entre algunas de la que establecieron se encontraban: The Puerto Rico Glass Corporation, The Puerto Rico Pulp and Paper Corporation, The Puerto Rico Shoe and Leather Company y The Puerto Rico Clay Products Corporation. A mediados del 1947, la Compañía de Fomento tuvo cuatro empresas en producción y operaba una fábrica de cemento. Más adelante, el gobierno efectuó un cambio de estrategia vendiendo las fábricas antes mencionadas e interesándose por atraer inversión estadounidense a la Isla por medio de una serie de incentivos contributivos. A este plan de industrialización el gobierno le llamó “Manos a la Obra” y fue adoptado por Fomento tras una importante reorganización de la agencia en 1947.21 Para ese año, la Legislatura de Puerto Rico aprobó la Ley de Incentivos Industriales, medida que eximía del pago de contribuciones municipales y sobre la propiedad de arbitrios y de patentes a firmas que cualificaran según lo disponían determinadas leyes, y que permitía la exención total de contribuciones insulares hasta el 1959 y la exención parcial hasta el 1962. En mayo de 1948, se aprobó la Ley de Exención Contributiva Industrial que enmendaba la de 1947 con el propósito de denegarle exención a las industrias fugitivas. Con este plan de “Operación Manos a la Obra” el gobierno se ponía como meta el aumento en la producción.22 Una de las promesas de campaña del PPD era la de implementar una reforma agraria que hiciera justicia a los más necesitados. Ésta consistía en hacer cumplir la cláusula de los 500 acres de la Ley Foraker y devolverle la tierra a aquellos que la trabajaban. La reforma agraria haría justicia a los más necesitados, y tenía dos propósitos fundamentales: primero, le restaría poder sobre el gobierno y la economía a las compañías azucareras absentistas y aumentaría el excedente de ahorro nativo para inversiones; y además, sería una contribución a la justicia social y a la transformación económica del país. Muñoz Marín y el Partido Popular Democrático prosiguieron una política de desarrollo que más bien tuvo como efecto fortalecer la relación colonial, aumentando la dependencia de los Estados Unidos. Muñoz llegó al poder en medio de una crisis económica, política e ideológica. El programa de Muñoz y el Partido Popular Democrático, en 1940, había respondido a las necesidades de la mayoría de los trabajadores. Sin embargo, aunque se lograron ciertos objetivos, estos quedaron inmersos en los confines de las reformas capitalistas y aceptaron las restricciones al poder local que impuso el colonialismo.23 20 21 22 23

Ibíd. págs.207-208. Bothwell, op.cit. Dietz, op.cit., págs. 224-231. Ibíd., págs. 236-237.

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Del azúcar moscabado al azúcar refinada: Caguas a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX Prof. Juan David Hernández

Introducción Los pueblos al igual que el hombre se construyen, humanizan o se auto realizan con su trabajo en la naturaleza. Las particularidades y adversidades a las que se enfrenten a través de la historia le harán crecer o retroceder en su desarrollo. El caso que vamos a estudiar puede arrojarnos dentro de un laberinto extraordinario de matices de una realidad que necesariamente la tenemos que analizar desde la óptica de hoy, pero que nos descubrimos en ella en la medida que la entendemos y la internalizamos. La caña de azúcar fue la espina dorsal de la economía de Caguas durante gran parte de los siglos XIX y del siglo XX. Esto nos da un panorama de cuán dentro del subconsciente colectivo del pueblo criollo está el azúcar moscabada en el XIX y refinada en el siglo XX. Para que tengamos un panorama de cuál fue la dialéctica, entraremos primeramente en la historia general de la caña, sus variantes, limitantes y factores que promueven su desarrollo. Realidad en Europa En vísperas de la Revolución Francesa, la parte oeste de Santo Domingo, mejor conocida como Haití, era el primer productor de azúcar de caña del mundo. Haití era una colonia perteneciente a Francia en ese momento histórico. También Francia era un gran consumidor de azúcar a nivel internacional. El moscabado producido en Haití se refinaba en las industrias de los grandes puertos franceses de: Bordeaux, Rouen, Nantes, La Rouchelle y Marseille.1 Esto quiere decir que la azúcar producida en el Caribe no era refinada y el proceso de elaboración era finalizado en Europa.

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En el 1789 comienza la lucha por la independencia de nuestra hermana antillana, movimiento que culmina en la independencia de Haití en el 1804. Debemos mencionar que éste era el primer productor de azúcar, café y cacao del mundo, para cuando se declara su independencia. Esto trastoca la realidad del consumo de mercancías y de materia prima de Francia. Para el 1806, la caña de azúcar había desaparecido prácticamente de las tiendas europeas por el boicot que le impusieron a quien fuera su colonia, la nueva república de Haití. El boicot trajo como consecuencia el espacio y la necesidad de las mercancías producidas en la hermana república negra de las Antillas. En esa dirección en el 1811, unos científicos franceses presentaron a Napoleón, emperador de Francia, dos barras de azúcar obtenida de remolacha. Napoleón quedó impresionado con el parecido en sabor al azúcar de caña, a tal grado, que ordenó plantar 32.000 hectáreas de remolacha, y contribuyó al establecimiento de fábricas para el procesamiento de esta azúcar.2 Estamos hablando de la alternativa que tenía el gobierno francés de poder consumir una de las mercancías principales que boicoteaba de Haití, por castigo o venganza. En pocos años, había más de cuarenta fábricas de azúcar de remolacha, especialmente en el norte de Francia. Debemos mencionar que también en Alemania, Austria, España, Rusia y Dinamarca se comenzó a cosechar y consumir el azúcar de remolacha. Cuando se levantó el bloqueo de los puertos del continente Europeo y reapareció la caña de azúcar, muchos países dejaron de producir azúcar de remolacha. Esto se llevó a cabo dado a que los costos de producción son mucho más altos que la producción de azúcar de caña, además que no se podía producir ron ni melaza de la remolacha, volviendo a consumir muchas naciones europeas el azúcar de las Antillas. En esa dirección nos señala Fernando Ortiz: “La industria de la remolacha fue y es de las más privilegiadas del mundo. Parece indudable que en un sistema de verdadero libre cambio universal, toda la azúcar del mundo se fabricara en los países tropicales y la costosa remolacha de las tierras frías no tendría que ser producida. Ni su azúcar sería protegida hasta el punto que en todos los países, el pueblo tiene que pagar precios enormes por un producto que en buena lógica económica sólo debiera costar un precio varias veces menor. Por eso los pueblos sufridores del privilegio remolachero y de sus altos precios se ven privados de comer azúcar y de aprovecharse de sus excelentes condiciones nutritivas”.3 Vemos los beneficios que se dejaban en el aire por la vendetta contra el pueblo haitiano. Entendemos que era un escarmiento que se quería enviar, no sólo a la nueva República de Haití, sino a los pueblos convulsos de América, que en ese momento histórico estaban luchando por su independencia. De otra parte, el gobierno francés apoyó la selección y explotación de los frutos con mayor contenido de azúcar y los avances en las técnicas de extracción de éste. La política proteccionista hizo posible que la remolacha se convirtiera en una opción viable, sin embargo el azúcar de remolacha y la remolacha en sí, no

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producía melaza para la producción de ron y otras mercancías derivadas. Estas dos industrias complementarias que eran derivados de la caña, las cuales los puertos franceses no tenían la capacidad de procesar por la naturaleza de la remolacha ya no se producirían en territorio francés. ¿Por qué el boicot a las mercancías de Haití? El pueblo haitiano comenzó a organizar su resistencia al imperio francés a partir del 1779. En Haití solamente había un 3 % de blancos de procedencia francesa en su mayoría, 15 % de negros propietarios y un 82% de esclavos.4 Ante la opresión extranjera blanca, el cielo se pinta de negro con la primera revolución en la América Antillana. Haití era el primer productor de azúcar de caña, café y cacao del mundo en ese momento histórico, como habíamos mencionado anteriormente. El 45 % del Producto Nacional de Francia surgía del intercambio comercial de las mercancías agrícolas producidas en Haití. Hubo un filósofo alemán que planteaba que “los privilegios de clase no se ceden de forma pacífica”,5 es por eso que desde que comienza la lucha por el poder en la República Negra, la clase privilegiada comienza a boicotear sus mercancías, llámese azúcar, cacao, o café. El proceso de independencia se llevó a cabo durante el periodo del 1779 al 1804, pero desde el 1802-1803Jean-Jacques Dessalines asumió el mando de todas las tropas revolucionarias. Éste creó la bandera y condujo los esclavos a la victoria, proclamando la independencia el 29 de noviembre de 1803 y el 1 de enero de 1804 hizo oficial el nombre indígena de Haití (Tierra montañosa). Debemos mencionar que desde ese momento histórico sus mercancías fueron boicoteadas no sólo por Francia, sino por parte de todos los imperios de Europa, incluyendo al naciente imperio de Estados Unidos, estrangulando económicamente a la hermana república. En el 1806 las Guerras Napoleónicas y el “Bloqueo Continental al azúcar haitiana” implantaron un estímulo determinante en la remolacha azucarera. La subida de los precios del azúcar y su escasez, obligó a retomar las investigaciones de los sustitutos de la caña como lo era la remolacha y la uva entre otros, iniciadas a mediados del siglo XVIII. Deselert desarrolló una forma de producir azúcar de remolacha y de la uva muy efectivo, que le permitía obtener el producto de frutas que se podían cosechar en climas templados. El logro de Deselert, la clarificación del zumo de las remolachas (1811) determinó su elección y marcó, su despegue en Francia y en Europa Central. En el caso de Puerto Rico se produjo de inmediato una baja en el consumo de nuestra azúcar. Señala Lidio Cruz Monclova: “La escasez en el mercado mundial hizo que el precio de la arroba de azúcar aumentara de 4 a 28 pesos”.6 Esto era un estímulo a los países que tenían la capacidad de producir azúcar de caña en lugares tropicales y subtropicales. La tendencia a la superproducción del sistema capitalista para abaratar los costos de producción y la maximización de ganancias tuvo un desenlace nefasto que entraremos analizarlo más adelante. El estímulo de los altos precios pronto se fue desvaneciendo. El fin de las hostilidades de Francia con Inglaterra y de la consiguiente reanudación de las importaciones del azúcar antillana arruinó a casi todas

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las industrias azucareras de remolacha europeas. En el caso de Francia las ventajas fiscales y los incentivos proteccionistas de Napoleón, permitieron al azúcar de remolacha conquistar una cuota del mercado. La pugna entre ambos azúcares, protagonizada por refinadores portuarios y colonos de una parte y azúcares antillanos de otra, se prolongó gran parte del siglo XIX. En 1850 se llevaron a cabo varios hechos que llevaron al azúcar de remolacha superar por primera vez al azúcar de caña. Las razones fueron: los progresos técnicos del cultivo, el descenso en la producción de la caña colonial y la subida de precios ligados en parte a la abolición de la esclavitud. También no podemos dejar fuera la superproducción que se llevara a cabo del azúcar de caña en las Antillas motivadas por los precios. En esa dirección nos señala Ramos Mattei: “La industria azucarera en Puerto Rico pasó hasta el 1840 por una de las etapas más prósperas en todo el siglo XIX. La Isla había entrado desde el periodo reformista, en una fase de producción agrícola a escala comercial. El azúcar, el café y el tabaco constituían los tres productos principales de esta agricultura comercial. Estimulada por unos precios altos y por la apertura de mercados externos, el azúcar pronto estableció su predominio sobre los otros productos”. 7 Continúa Ramos Matteí, “No obstante el clima favorable al crecimiento de la industria, éste comenzó a desvanecerse poco antes de mediados del siglo XIX. Inicialmente, mientras se obtuvieron buenos precios en el mercado internacional, las haciendas operaron sin mucha dificultad. Sin embargo, durante la década del 1840 y años subsiguientes, los precios comenzaron a caer, provocando efectos desastrosos en la industria azucarera en la Isla. En 1815, por ejemplo, los precios del azúcar habían estado tan altos como a 15 centavos la libra; pero en la década del 1840 promediaron sólo 5 centavos la libra, y en el 1848 se desplomaron a un centavo menos por libra”.8 (Matteí PP. 20) Las refinerías portuarias tuvieron que recurrir a la remolacha. A partir de entonces el cultivo y la industria azucarera conocieron una expansión sin precedentes. La producción remolachera y la industria francesa se situaron en el primer puesto en Europa, por delante de otros países donde también se extendió la producción de sacarosa remolachera rápidamente. El avance del consumo del azúcar de remolacha alcanzó un incremento de 400% entre 1850 y 1875. 9 Posición de España Ante la situación de Haití y el imperialismo Francés, España se comienza a preparar para tomar un pedazo del bizcocho que dejara Francia con su cruel boicot a las mercancías de Haití. La medida que toma es la de implantar La Cédula de Gracia, aunque algunos historiadores plantean que fue un logro tardío del Intendente Alejandro Ramírez y Ramón Power y Giralt, no es menos cierto que fue una forma de conseguir una tajada del mercado dejado por parte de la hermana república haitiana.10 Las medidas de La Cédula de Gracia autorizada por el gobernador Meléndez Bruma fueron:

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Promover el más libre comercio que fuera posible con España. Estimulaba la libre introducción de equipo agrícola Estimulaba la inmigración Concedía y garantizaba tierra y créditos a los agricultores a largo plazo Libre entrada de extranjeros provenientes de naciones amigas, siempre que vinieran con sus caudales y esclavos, siempre que prestaran fidelidad a la Corona y fueran Católicos. También se le abrían las puertas a negros y pardos libres que profesaran lealtad al Rey y a las leyes vigentes. Al colono blanco se le aseguraban siete acres por persona y tres acres y medio por cada negro que trajeran, fueran libres o esclavos. Los colonos eran exentos de impuestos por cinco años. Estas disposiciones de ley tendrían una duración de 15 años11 (Luis Díaz Soler) “Conjuntamente con el alza del precio del azúcar, provocan el desarrollo de la industria en la Isla. El propósito de la Real Cédula en términos de dar un impulso a la industria del azúcar y de fomentar el aumento en la población (contabilizada) fue cumplido en cierta medida si vemos el impulso que tomó la misma. Debemos mencionar que a raíz de las revoluciones en América hubo un éxodo de militares, empresarios y aliados de la Corona a los cuales el gobierno les abrió los brazos. Muchos de éstos se convirtieron en dueños de haciendas y estancias en ese momento histórico. Con ellos trajeron mejoras en la producción de azúcar. La producción aumentó de 769,000 libras de azúcar en el 1810 a 90 millones en el 1842”.12

De otra parte, España no consumía el azúcar de las Antillas y sí las azúcares remolacheras, producidas en suelo peninsular. Esta situación abre una puerta a otras naciones para que obtengan las mercancías producidas en la Isla. Es por eso que Estados Unidos de América se convierte en el primer consumidor, por no decir el único consumidor del azúcar moscabado de Puerto Rico.13 (Scarano) Esta mercancía era importada por los LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA, para terminar de refinar el proceso en su nación, por lo que el moscabado nuestro se convertía en materia prima para el desarrollo de azúcar refinada o mejor conocida como azúcar blanca, que era más apetecible para mercado de LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA durante el siglo XIX. Francisco Scarano en su libro Puerto Rico: Cinco Siglos de Historia señala que cerca del 80% de las exportaciones legales del azúcar que producía Puerto Rico eran adquiridas por Estados Unidos.14 Esto nos hace pensar que España no adquiría este tipo de mercancía, por lo que solucionaba su necesidad de sacarosa mediante el azúcar de remolacha producida en Europa. Al no proteger la producción de las colonias y no fomentar el consumo de la principal industria antillana, dejaba el campo libre a otros imperios para que tuvieran influencia en los mercados del país. Debemos mencionar que España había creado las condiciones materiales para el desarrollo del azúcar en las Antillas por su legislación especialmente

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La Cédula de Gracia. Es interesante el analizar la situación de España que aunque tenía la opción de sacar provecho económico mediante la implantación de refinerías de azúcar moscabada y convertirlas en refinada, no lo hizo, solamente se quedó con las divisas del limitado comercio legal. Breve trasfondo histórico de Caguas Para las primeras décadas del siglo XIX, Caguas era un pueblo pequeño y básicamente rural. Además de la Iglesia Dulce Nombre de Jesús, existía La Casa del Rey, una gallera, un cementerio, una carnicería y un matadero. La Casa del Rey o Alcaldía servía de cuartel de las milicias y como cárcel, también había una tienda mixta. En ese momento histórico Caguas no tenía ejidos propios y las pocas cosas que existían pertenecían a los Delgado, dueños originales de los terrenos del pueblo.15 En el 1812 se le otorga el título de Municipio a Caguas y se llevan a cabo las primeras elecciones municipales.16 En éstas fue seleccionado don Sebastián Ximénez como primer alcalde del Valle del Turabo.17 El 3 de marzo de 1819, la familia Delgado hizo donación legal de los terrenos que constituirían los ejidos del pueblo para que fueran divididos en solares y repartidos a petición de los residentes y del Gobierno Municipal. 18 Esto atrajo a personas de la comarca y de la capital con el propósito de construir edificios propios para viviendas o comercio. También se estableció lo que entendemos que es el teatro más antiguo de la Isla, en la calle Ruiz Belvis, entre la calle Acosta y la José Gualberto Padilla, hoy Anfiteatro Torres Lizardi.19 Es importante añadir que en ese momento histórico vivían en la jurisdicción de Caguas 6,422 personas.20 El 28 de agosto de 1820, llegó un comunicado de la Diputación Provincial informando que Caguas había sido aceptado como Cabecera de Partido. Estaban dentro de la jurisdicción del nuevo Partido los siguientes pueblos: Cayey, La Cidra, Barranquitas, Trujillo, Aguas Buenas, Gurabo y San Lorenzo de Hato Grande.21 Para el 1820 había en Caguas una carnicería, la cual estaba ubicada en la calle Betances, esquina Padial, en un edificio de madera techado de tejas. En el 1848 se construyó un matadero en la calle Georgetti, esquina Padial, el cual quedó fuera de servicio para comienzos del siglo XX. En el 1871 se construyó otro matadero al oeste del pueblo.22 En el 1825 pasó por la Isla uno de los huracanes fuertes de la historia, Santa Ana, dejando prácticamente destruida a la Isla y por consiguiente a nuestro pueblo. Entre los edificios que se encontraban en ruinas estaba la Iglesia Dulce Nombre de Jesús.23 En julio del 1830 se finalizó la reconstrucción de ésta, reparándose el techo y ampliándose el presbiterio en el 1857.24 Los altos impuestos a los que estaban sujetas las mercancías elaboradas en la Isla, impedían el libre flujo de éstas entre Puerto Rico y los puertos amigos o España, haciendo extremadamente costosas las mercancías, y enriqueciendo

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solamente a los comerciantes españoles. La transportación de las mercancías se hacía sumamente difícil entre los pueblos del centro, de la montaña, de las costas y el único puerto legal que había en la Isla, que era el de San Juan. Debemos mencionar que la Carretera Central se comenzó a construir a mediados de siglo XIX. Los puertorriqueños tomaron como medida alterna el contrabando, el cual se manifestó en los siglos XVI, XVII y XVIII casi sin oposición. Después que Francia liberara a los esclavos se declaró la república haitiana en el 1804. El precio del azúcar comienza a subir de forma extraordinaria y los ingenios en Puerto Rico, al igual que en la Villa de Caguas comienzan a expandirse las haciendas azucareras. Esto se da por un lado, porque por el otro, se había creado un pánico con la posibilidad de que se rebelaran los esclavos. La producción aumentó de 769,000 libras de azúcar en el 1810 a 90 millones en el 1842, como bien mencionara Ramos Mattei.25 Este periodo que comprende del 1800 al 1845, se conoce como “la trata abierta de esclavos” según Pedro San Miguel.26 El Desarrollo económico en El Valle del Turabo A raíz de la implantación de La Cédula de Gracia hubo un desarrollo de la economía en Caguas, especialmente en el área del azúcar. Según los datos del Archivo Histórico de Caguas para el 1834 existían 15 hacendados que pagaban entre 500 y 150 pesos anuales de contribuciones al erario público.27 Los dueños de haciendas que más contribuciones pagaban eran: don Manuel Ríos Giménez, dueño de la Hacienda San José y la sucesión de Marcos Giménez que pagaban 500 y 420 pesos anuales respectivamente.28 (AHC) Desde este momento la hacienda San José y la familia Giménez se dejaron sentir de forma significativa en la producción de azúcar en la Villa. Esto quedará demostrado a través de la evidencia que presentaré más adelante. Otros hacendados que también pagaban contribuciones al erario público eran: La sucesión Pedro Sánchez, quienes pagaban 210 pesos, Don Joaquín Mariano Polo, 190, Ildefonso de Sotomayor, 150, Don Ramón López Ramírez, 125, Don José Muñoz, 85 al igual que don Joaquín Más.29 (Ver tabla 32).Es importante mencionar que el único trapiche de hierro que había en el Valle del Turabo en ese momento histórico era el de la Hacienda San José, de la familia Ríos Giménez.30 De otra parte, las Haciendas azucareras San José de Gurabo, La Felicidad y Santa Bárbara tenían una producción extraordinaria de azúcar, la cual se compara y rebasaba la de Caguas en muchos aspectos. Claro, esto es partiendo del mercado legal y oficial.31 Las mismas eran las siguientes según las Estadísticas oficiales del Estado:

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Caguas Producto Trapiches de Madera Trapiches de Hierro Alambiques Cuerdas de Caña Quintales de azúcar Cuartillos de Miel Bocoyes de Ron

1830 Gurabo 1830 Cantidad Producto Cantidad 20 Trapiches de Madera 6 1 Trapiches de Hierro 3 5 Alambiques 5 50 Cuerdas de Caña 50 389 Quintales de azúcar 800 19,224 Cuartillos de miel 1,200 24 Bocoyes de Ron 120

32

En la medida que el precio del azúcar fue bajando, las haciendas fueron reduciéndose en cantidad. Las que no se ponían al día con nueva maquinaria y en desarrollo tantode terreno como de mano de obra, se fueron eliminando progresivamente. En el 1856 se redujeron en Caguas a sólo seis, los dueños eran los siguientes: Don Manuel Giménez Córdova, dueño de la Hacienda Santa Josefa en el Barrio Cañabón, Marcos Giménez, Joaquín Mariano Polo, dueño de la Hacienda María en el Barrio Cagüitas, Don Manuel Ríos Giménez dueño de la Hacienda San José en el Barrio Cañabón, Pedro Sánchez dueño de la Hacienda San Luis en el Barrio Bairoa y la de Don Celestino López.33 En los años 1857 y 1858 se unieron a la producción de azúcar, don Ildefonso Soto y don Miguel Muñoz.34 Desde este momento histórico, la Hacienda San José de Caguas dominó la producción de azúcar y ron. La familia Giménez dejó sentir su poder económico ya que eran dueños de haciendas don Marcos Giménez, Don Manuel Giménez Córdova, Don Gabriel Giménez Sanjurjo y Don Manuel Ríos Giménez.35 Esta dinámica continuó hasta el 1863, cuando el liderato en producción azucarera estuvo en manos de las familias Borrás Yacer, dueños de la Hacienda Santa Catalina que era la líder en producción azucarera de Caguas.36 Los hacendados Manuel Ríos Jiménez, dueño de la Hacienda San José, Manuel Giménez Córdova, dueño de la Hacienda Santa Josefa, José Muñoz, dueño de la Hacienda Conchita, todas en el Barrio Cañabón, continuaban produciendo azúcar moscabado en Caguas. También se encontraban las haciendas de La sucesión de Pedro Sánchez, Sebastián Borrás, Demetrio Giménez, Sucesión Celestino López y la de Domingo Díaz.37

Centrales Azucareras a Principios del Siglo XX

57


En el 1866 los documentos del Archivo Histórico de Caguas presentan las siguientes haciendas:

Nombre de la Hacienda

Nombre del Propietario

Esclavos

Barrio 1866-1867

Total de

Cuerdas

Cuerdas

Cultivadas

en Pesos

Gravámenes

Cuatro Calles – Culebras

Alejandrina Benítez

1

130

25

4,544

150

Santa Catalina- Cañabón

Bartolomé Borrás Yacer

-

-

-

6,400

0

Hacienda Yndustria-Turabo

Suc. Dem. Jiménez

-

150

40

6,000

0

Hacienda Culebras-Culebras

Yldefonso Solá

-

-

-

600

0

Hacienda María-Cagüitas

Joaquín Mariano Polo

-

400

50

10,400

0

Hacienda Conchita- Cañabón

José Muñoz

Hacienda San José-Cañabón

Manuel Ríos Giménez

Hacienda Josefa-Cañabón Sin Nombre-Bairoa

5

900

60

10,720

600

12

600

200

32,700

2,200

Manuel Giménez Córdova

6

400

100

16,350

2,914

S. Orayre

-

-

-

2,400

-

Hacienda San Luis- Bairoa

Suc. Sánchez

-

-

-

1,000

-

Total de Haciendas - 10

Total Esclavos Haciendas - 24

Total de Estancias - 344

Total Esclavos Estancias - 11338

La tabla evidentemente nos da un panorama de cómo se había desarrollado el azúcar en Caguas. Después de esta fecha los Estados Unidos, so pretexto de que tenían en su país azúcar de remolacha y azúcar de caña en la parte sur, dejaron de comprar el azúcar de Cuba y de Puerto Rico. Los norteamericanos desde la década del 30 del siglo XIX eran los primeros compradores de mercancías, por no decir que tenían la exclusividad, de la Isla, por lo que eran los que determinaban el precio del azúcar, principal producto de las dos Islas antillanas. 39 Entendemos que el dejar de comprar las mercancías de Cuba y Puerto Rico fue una estrategia geopolítica y militar. La estrategia se materializó luego en los años 80 del siglo XIX, a través de Alfred Mahan, estratega militar de Los Estados Unidos de América.40 El descenso en la compra y producción de azúcar que se demuestra en el microcosmos de Caguas, no fue otra cosa que hacer quebrar las colonias españolas para que Estados Unidos las obtuviera a precio de remate. En esa dirección nos señala Don Luis Díaz Soler: “Había cuatro caminos a seguir con referencia a las colonias españolas del Caribe: conservarlas, incorporarlas a España como provincias, concederles la independencia, o cederlas a Estados Unidos. El Boletín Mercantil repudió la última alternativa; El Progreso coincidió con el criterio conservador y El Porvenir lo calificó como “negocio vil e infame”. El Gobierno Estadounidense, por conducto de su agente comercial en Madrid, Mr. Paul Forbes, expresó al General Prim el deseo del Presidente Grant de comprar a Cuba y a Puerto Rico por $150,

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000, 000. 00. Prim no dio importancia a la oferta, que fue prontamente retirada por el mismo Sickles. A los Estados Unidos se le presentó la oportunidad de adueñarse de las islas cuando la firma de Richard Shell y Co., de Nueva York, actuando a nombre de la nación, le concedió al gobierno de Madrid un préstamo por la cantidad arriba mencionada con interés al 5% y pagadero a veinte años. La transacción que creó preocupación en España y en América Latina contenía cláusulas muy peligrosas: España estaba hipotecando sus derechos de soberanía sobre Puerto Rico y Cuba; tendría que abonar anualmente $3, 000, 000.00 por concepto de amortización de capital e intereses”. Continúa Díaz Soler presentando las cláusulas, especialmente la séptima del contrato en la cual señala lo siguiente: “. . .los Estados Unidos garantizaban a Cuba y a Puerto Rico un gobierno autónomo, con Cámaras insulares, con derecho a nombrar empleados civiles, con la garantía de los derechos de reunión, libertad de prensa, derecho a exigir responsabilidad por delitos civiles y militares; abolición de la esclavitud, eliminación de tarifas preferenciales para el comercio español en ambas islas”.41 Esto es lo más parecido a las condiciones que pusieran en vigor más adelante con otros países en América Latina influenciados por la política de los Estados Unidos de América. Para tener un panorama de cómo afectó este descenso de las mercancías, especialmente el azúcar de la Isla presentaremos cómo se redujo en los últimos lustros la producción en Caguas en las haciendas más importantes. San José Antonio - Guarch Cuerdas Agrícolas Total de Cuerdas 1871-72 129,000 149,600 1877-78 86,995 87,895 1878-79 11,750 11,850 1885-86 13,347.50 18,383 1886-87 12,550 12,590 1887-88 11,058 11,338 1888-89 11,058 11,238 1891-92 9,448 9,748 1892-93 9,648 9,748 1894-95 8,500 9,180 1895-96 3,400 4,180 1896-97 3,440 4,180

Contribución 2,379.13 2,197 593.5 419.15 627.5 561 561 487.4 234.29 495.72 208.5 208.5 42

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Hacienda Cuatro Calles Landelino Aponte Año

Total de

Cuerdas

Cuerdas

Cultivadas

Valor Finca

Impuestos

67-68

130

30

-

2,020

68-69 78-79

130

25

-

1,744

-

-

-

6,680

82-83

-

-

-

83-84

145

15

10,000

8,900

84-85

600

50

-

14,350

85-86

600

50

10,000

6,050

86-87

500

50

18,000

6,588

87-88

500

25

10,000

8,90043

Hacienda Santa Catalina Año Cuerdas

494.64

Total de Cuerdas

Contribución

Agrícolas 1871-72

111,000

132,000

2,335.07

1877-78

85,000

88,400

4,420.50

1878-79

17,900

18,900

955

1885-86

17,717

17,888.3

286.6

1886-87

16,480

17,650

220.4

1887-88

16,150

17,260

868

1888-89

15,650

16,780

839

1891-92

12,970

12,970

648.5

1892-93

12,700

12,970

311.72

1894-95

7,850

12,970

471.48

1895-96

7,521

8,291

176.09

1896-97

7,521

8,291

176.0944

Hacienda Puig-Gerardo Puig Año Cuerdas

Total de Cuerdas

Contribución

Agrícolas

60

1871-72

19,200

800

165.218

1877-78

2,760

37,760

4,394.70

1878-79

360

585

31.5

1885-86

300

332

5.49

1886-87

300

450

23

1887-88

400

560

28

1888-89

400

560

28

1891-92

400

570

28.5

1892-93

450

570

13.7

1894-95

450

570

13.7

1895-96

320

480

21.5

1896-97

320

480

21.545

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Santa Bárbara-Nico Quiñones Año

Cuerdas

Total de Cuerdas

Contribución

1871-72

480

555

8.245

1877-78

0

0

0

1878-79

50

300

17.5 16.6

1885-86

250

0

1886-87

400

520

28

1887-88

700

860

83.65

1888-89

1,700

1,740

87

1891-92

3,692

3,692

156

1892-93

3,692

3,692

151

1894-95

300

300

10.8

1895-96

156

156

5.42

1896-97

156

156

5.4246

Las consecuencias más significativas para la otrora Villa de Caguas en términos económicos y políticos fue su descenso a Municipio nuevamente, dejando de ser Villa según los documentos del AHC47 (AHC 2 de agosto 1870). La producción en las haciendas fue decreciendo aceleradamente desde el 1871. En aquel entonces contaba con 149,600 cuerdas de producción, según datos del AHC, hasta llegar a solo 4,000 cuerdas en el 1897.48 Contra viento y marea se quedaron funcionando sólo cinco haciendas para el 1900. Éstas fueron: Hacienda San José - 60 Bocoyes de Ron Hacienda 4 Calles Hacienda Puig - 8 Bocoyes de Ron Hacienda Santa Catalina - 40 Bocoyes de Ron Hacienda Lorenzo – 48 Las haciendas San José de Caguas, Santa Catalina, y San José de Gurabo tenían un sistema de moneda propia, lo cual nos indica que existe la posibilidad de tener una tienda de su propiedad. Podemos inferir que los dueños de esta hacienda tenían la conducta de los hacendados tradicionales, propios del régimen de la libreta. Debemos señalar que ya para la década del 80 del siglo XIX se manifiesta un nuevo soberano en la ciudad de Caguas, su majestad El Tabaco. A diferencia del azúcar, sus dueños se identificaban en ese momento histórico con el autonomismo, teniendo como su máximo exponente a la familia Solá del Barrio Borinquen.49

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El azúcar en Caguas en el nuevo siglo XX Después de la ocupación de los norteamericanos a Caguas en octubre de 189850 AHC, solamente quedaron las siguientes haciendas productoras de azúcar y ron según los documentos del Archivo Histórico de Caguas: Hacienda Santa Catalina – Cañabón - Familia Borrás Hacienda Lorenzo – Bairoa - Familia Lorenzo Hacienda Puig-Bairoa - Gerardo Puig Hacienda San José – Cañabón - Familia Antonio Guarch51 Hacienda Cuatro Calles – Borinquen - Landelino Aponte52 A raíz de la invasión norteamericana, los golpes que le habían dado a los cosecheros el huracán San Ciriaco del 189953 y la devaluación del peso puertorriqueño en un 40%, contribuyeron a que los cosecheros cagüeños se arruinaran progresivamente, sacándolos de la competencia.54 Para el 1900 sólo quedaron como productoras de azúcar: Hacienda Santa Catalana-Cañabón- Familia Borrás Hacienda San José-Cañabón-Familia Antonio Guarch55 Para el 1906 ya se había implantado la primera Central en Caguas, la cual fue la Santa Juana, encontrándose tres productoras de azúcar en la ciudad para ese momento histórico. Éstas eran: Hacienda Santa Catalina-Cañabón- Familia Borrás Hacienda San José-Cañabón-Familia Antonio Guarch Central Santa Juana (Saint Jean)56 Partiendo de la premisa de que el que tiene el poder económico tiene los demás poderes controlados, 57 vemos que los hacendados y cosecheros respondían a los partidos autonomistas, que después se convirtieron ambos en anexionistas.58 En el caso de Caguas tenemos una situación particular en la que los autonomistas dominaban el panorama político durante los últimos lustros del siglo XIX y hasta comienzos del siglo XX. (Hasta el día de hoy).59 (Historia del Partido Popular en Caguas Gilberto Castillo). El primer alcalde electo después de implantarse el Gobierno Civil en Puerto Rico por parte el Partido Federal Americano en Caguas y luego por el Partido Unión de Puerto Rico, hasta el 1906 y luego del 1911 al 1913, fue Don Gervasio García. En Caguas solamente había registrados 79 republicanos identificados,60 OB por lo que ha sido un bastión del autonomismo desde fines de siglo XIX (1893)61 AHC hasta nuestros días.62 Durante el periodo de la administración de Gervasio García se llevaron a cabo en la ciudad las mejoras necesarias para que se desarrollara el nuevo orden económico industrial. Entre otras podemos mencionar: La construcción de un alcantarillado para la zona urbana La construcción de un sistema de agua potable La construcción del teatro Manrique La gestiones para la inversión extranjera en la ciudad en la áreas del tabaco y del azúcar. La implantación de la energía eléctrica y el tren63 AHC

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En el 1901 se estableció la primera fábrica de tabaco extranjera en Caguas la cual fue La Cayey – Caguas Tobacco Co.64, y poco después se establecieron varias entre las cuales podemos mencionar: La American Tobacco Co., La General Cigar, West Indies Tobacco Co. y los cigarros Savarona, entre otras.65 En el 1906 se implantó la primera productora de azúcar refinada en Caguas. Ésta fue la Central Santa Juana la cual era de una corporación Belga.66 La maquinaria que pusieron a trabajar los belgas – franceses en Caguas era muy moderna y necesitaba cantidades extraordinarias de caña para que la Central fuera rentable en términos económicos. Esta situación obligaba a controlar la producción de caña de toda la comarca. Las antiguas haciendas se convirtieron de inmediato en colonias de la portentosa Central Santa Juana. La lucha por mantenerse de las haciendas cagüeñas se hizo titánica. La Hacienda San José y la Santa Catalina resistieron.67 La competencia era desproporcionada entre las antiguas haciendas y la nueva central. La capacidad de producción era diametralmente opuesta. Según nos señala la Dra. Acosta Lespier “La Central Santa Juana tenía la capacidad de moler 7,000 toneladas de azúcar al año para la primera década del siglo XX”.68 Para el 1908- 09 se eliminó la Hacienda Santa Catalina como productora de azúcar y solamente se quedaron San José, que envasaba azúcar al vacío, y la Central Santa Juana.69 La Hacienda San José batalló gallardamente hasta el 1912 cuando se convirtió en una colonia de la Central Santa Juana, no sin antes mejorar la calidad de su producto.70 (AHC) Debemos mencionar que la producción de azúcar refinada o azúcar blanca es un proceso muy distinto al antiguo sistema mixto, entre lo mecánico y lo artesanal. Según Andrés Ramos Mattei: “. . . para que la central surgiera tenía que destruirse el esquema de operaciones bajo la hacienda; continúa Ramos Mattei; “La central surge como un régimen de producción distinto e independiente del régimen tradicional de la hacienda”.71 Este nuevo orden hacía que las antiguas haciendas se convirtieran en tributarias de la nueva Central. De esta manera la nueva Central Santa Juana absorbía las haciendas de Caguas como colonias imponiendo su forma de producción, sacando del mercado de la azúcar directa a los antiguos cosecheros y hacendados. Ahora, eran prácticamente empleados de los dueños de la Central, ya que aunque no les compraban la fuerza de trabajo a los hacendados, establecían los costos y el pago por lo producido en sus haciendas. Para el 1912 se eliminó San José como productor de azúcar para efectos del pago de contribuciones municipales, quedándose solamente Santa Juana como productora de azúcar en la ciudad.72 De esta manera sucumbió por unos años la última hacienda azucarera de capital local de Caguas, ante la batalla contra la competencia desleal de Central Santa Juana de capital extranjero. Para ofrecer un panorama de las particularidades de la relación entre las colonias

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y la Central, presentaremos algunas de las cláusulas de los contratos entre las colonias y la Central: Los contratos de los colonos de azúcar tenían las siguientes disposiciones. AHC 1. El colono se obligaba a entregarle a la Central las cañas que se producían en 60 cuerdas, las cuales se molerían en la nueva Central. 2. Facilitar el terreno necesario para vías y estaciones de trenes que llevarán la caña a la Central. 3. Se comprometía a : sembrar, cultivar y entregar las cañas que se produjeran en esas cuerdas de terreno durante los siguientes cinco años, durante los cuales no podría vender, ceder, arrendar, gravar o hipotecar la finca. 4. La clase de caña que se fuera a cultivar ya fuera, La Blanca de Otahití, la Cristalina o la Morada payada deberían estar completamente maduras, sanas, sin rabo, sin pajas, ni semilla, mamones y tierra. La misma se cortaría en trozos que no excedieran los tres pies de largo. 5. Se prohibía el riego de las cañas dos meses antes de cortarlas. 6. El hacendado tenía que proveer los terrenos necesarios para vías y estaciones de carga del tren, que llevarían la caña hasta la Central. 7. El agricultor tenía que poner la caña en el tren antes de pasar 24 horas después de haberse cortado ésta. La caña se pesaría en una romana de propiedad de la Central y el cosechero o productor tendría derecho a estar presente en el proceso. 8. El pago se haría en azúcar, en dinero líquido. El pago se hacía basado en la densidad del guarapo extraído de las cañas molidas de su hacienda. Si el agricultor o cosechero prefería que le pagaran en efectivo se tomaba como media lo pagado en el mercado internacional o en el Mercado de Nueva York. A ese pago se le reducían seis décimos de centavos por cada libra para gastos de transporte desde Caguas a los puertos de embarque, almacenaje, embarque, carga y comisiones. 9. La Central podría hacer adelantos de pagos, que no podían exceder de cuarenta dólares por acre. Los cosecheros pagaban nueve por ciento de interés anual. 10. Si se pagaba en efectivo, se partía del precio establecido en Estados Unidos y se le reducían seis décimos de centavo por cada libra para gastos de manejo.73 Era cuestión de tiempo el que los colonos, hacendados o cosecheros que sobrevivieron a la crisis de los productores de azúcar, tomaran la decisión de vender sus tierras u organizarse y luchar contra el nuevo monstruo económico. En ese momento histórico, el poeta puertorriqueño Virgilio Dávila tomó conciencia de la realidad de nuestros hacendados y escribió uno de sus polémicos poemas No des tu tierra al extraño. (VD OC)74 La contradicción era irreconciliable en muchos casos, y se presentaba en las posiciones políticas de los cosecheros a través del periódico La Democracia, del patriarca Luis Muñoz Rivera. Tradicionalmente, la burguesía nacional estaba amarrada políticamente con la

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posición autonomista de Muñoz y luego pasó al Partido Federal y más tarde al Partido Unión de Puerto Rico. En el caso de Caguas, la situación no fue muy diferente a la de la Isla, ya que Caguas siempre fue un bastión de la posición muñocista y del autonomismo. Todos los hacendados y cosecheros de importancia cerraron filas con los partidos de Muñoz, a tal nivel que desde fines del siglo XIX y la fundación del Partido Autonomista en Caguas en el 189375 (AHC) estuvo ininterrumpidamente en el poder hasta el 1968, fecha en que se rompió la hegemonía de los autonomistas en la Ciudad.76 La situación de los cosecheros era de desigualdad en torno a su producción, y los sacrificios que se hacían eran extraordinarios desde que se comenzaba el proceso. Para tener un panorama de lo que sucedía vamos a presentar la situación que se suscitó en el caso de Caguas en el 1920. Los cosecheros reclamaban a los dueños de la Central que “no le estaban pagando lo que le correspondía por sus mercancías”.77 (Mano Manca, Ivonne Acosta) Según lo pactado se suponía que la Central le pagara a razón de doce libras de azúcar centrifugada y sólo le pagaban ocho. Ante esta situación comenzaron a organizarse los cosecheros. Vemos que éste era un negocio de un solo lado. Los dueños de la Central tenían el poder absoluto y estaban ejerciendo ese poder mediante la imposición de medidas que garantizaban sus ganancias más allá de lo que les correspondía. De haber algún tipo de trastoque en la cosecha, quien pagaba las consecuencias era el cosechero. La Central no tenía ningún tipo de riesgo, solamente el de producir y mercadear la mercancía producida. Los hacendados y cosecheros que quisieran que su producción fuera adquirida como mercancía por parte de los dueños de los medios de producción de azúcar, en primer lugar, tenían que ofrecerle una servidumbre de paso al tren que recogería sus cosechas. Esto, si bien facilitaba para el dueño de la Central el recogido fundamentalmente de caña y aceleraba su transportación, no era menos cierto que se reducían las ya mermadas fincas de los antiguos hacendados. En general vemos en lo antes expuesto el tipo de negociación que tenían que llevar a cabo y las condiciones impuesta por La Central, para que su producto fuera comprado. ¡Todos los beneficios eran a su favor! Veamos algunos versos que escribió el poeta Virgilio Dávila en medio de esta controversia en el 1916 en su libro Aromas del Terruño, en el cual exhortaba a los puertorriqueños a conservar sus tierras y protegerlas del imperio americano.

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No des tu tierra al extraño No des tu tierra al extraño por más que te pague bien. El que su terruño vende, vende la patria con él De sus llanos la grandeza admira la gente extraña. En ellos canta la caña la canción de la riqueza. No des por ningún dinero Tu pedazo de vergel, que eres tú patriota fiel y de legítimo cuño, y el que vende su terruño vende la patria con él. Responde Te lo dijo Matienzo, y no quisiste oír del prócer el consejo sano, y poco a poco en extranjera mano cayendo va la tierra en que naciste. Si el alma del criollo no resiste, la tentación del oro americano, en un futuro de por de más cercano llegará un día doloroso y triste. Llegará el día triste y doloroso el que de este suelo primoroso Ni un sólo palmo quedará al isleño. Y cuando tal enormidad suceda, si ya nada de Borinquen te queda di: ¿Cuál será tu patria, borinqueño?78 La Nueva Central La Defensa Durante los primeros lustros del siglo XX comenzó a transformarse la realidad infraestructural de nuestra ciudad de forma impresionante. La Administración de Don Gervasio García, abuelo de nuestro Profesor en la Universidad de Puerto Rico, Gervasio García, llevó a cabo una serie de mejoras capitales en términos infraestructurales. El otrora alcalde de Caguas implantó las medidas necesarias para garantizar que el sistema de producción se desarrollara de forma satisfactoria para los nuevos inversionistas. Entre otras podemos mencionar las siguientes gestiones hechas por Don Gervasio:

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1. Se hacieron las gestiones para que se implantasen las fábricas de la American Tobacco Company en el 1901 por parte de Don Gervasio y de la Central Santa Juana, de la compañía Belga – Francesa en el 1905. 2. Se iniciaron las gestiones para la construcción de un sistema de agua potable en el 1903. Se finalizó en el 1908. 3. Se implantó un sistema de alcantarillado en el 1916. 4. Se construyó el Teatro Manrique en1906. 5. Se estableció el sistema de alumbrado y de transportación a través del tren de Río Piedras a Caguas, por parte de la Railway Light & Power Co. 6. Se implantaron 5 fábricas tabaqueras adicionales con capital norteamericano en la primera década del siglo XX en la ciudad de Caguas.79(AHC) Tan pronto comenzaron las hostilidades que desembocaron en la Primera Guerra Mundial, los cosecheros de azúcar e inversionistas de Caguas se dieron cuenta que ya en Europa no había quién produjera azúcar y tenían la posibilidad de obtener una buena tajada de ese bizcocho comercial. Esto unido a las transacciones leoninas establecidas por parte de los dueños de la Central Santa Juana con los cosecheros, creó las condiciones subjetivas para establecer una nueva Central, ahora de capital local. Un grupo de residentes de Caguas tomó la iniciativa de organizar una Central azucarera en el municipio con capital cagüeño. El 30 de abril de 1920 se incorporó la nueva Central La Defensa, por aquello de defenderse de los que más tarde llamara José Luis Alberto Muñoz Marín, como “los colmillús”. Los incorporadores de la Nueva Central La Defensa, según los documentos consultados fueron: el otrora alcalde de la Ciudad, Juan Jiménez García, Marcos Jiménez y Don José B. Méndez. El capital de inversión original fue de medio millón de dólares que para ese momento histórico era una cantidad respetable. Las oficinas de la Defensa se establecieron en el casco del pueblo en la calle Pedro Gerónimo Goyco #30.80 (AHC) Las condiciones económicas del momento eran atractivas para los inversionistas del patio, por lo que en pocos meses se duplicó y se comenzó a construir La Central Defensa, justo al lado de donde quedaba la antigua Hacienda Santa Catalina de los Hermanos Borrás y Yacer. En el libro de la Dra. Ivonne Acosta Lespier, Vda. de García Pasalacua, Santa Juana y Mano Manca, se nos señala que los accionistas principales eran: “Pablo Héreter, Joaquín Vendrell, Fernando Guarch, Cipriano Manrique, Manuel Quiñones Cabezudo, Domingo Lasa Quiñones, Nicolás Solá y el norteamericano Harison Johnson”. La Dra. Acosta menciona que la nueva Junta de Directores estaba constituida por: “Juan Jiménez García, Presidente, Harrison Johnson, Vicepresidente, José B. Méndez, Secretario, Pablo Héreter, Tesorero y Cipriano Manrique, Vicetesorero”.81 La burguesía criolla, representada por los cosecheros incorporados a la nueva Central La Defensa estaba muy esperanzada en que sus inversiones fueran fructíferas, pero no duraron mucho sus anhelos de clase. Los precios bajaron súbitamente en el 1921, a tan sólo un año de establecerse la nueva Central. En

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el 1922 las acciones bajaron de forma sorprendente y la corporación criolla de la Defensa comenzó un viaje de ida sin regreso al endeudamiento. Ya para el 1928, los activos de la Central La Defensa se disolvieron. Poco después la gran corporación Belga – Francesa vendió sus activos a la corporación norteamericana, La United Puerto Rican Sugar Company.82 Existe una tendencia natural a la superproducción en el sistema capitalista de producción. Esto abarataba los costos, pero no garantizaba la colocación de sus mercancías, en este caso el azúcar refinado, en el mercado internacional. Ya el sistema de libre empresa daba indicios de deficiencias desde comienzos de la década del 20. Tan temprano como en el 1921, los precios del azúcar habían bajado, por lo que colapsó casi antes de nacer la Central La Defensa, pero también se dejó sentir en la Central Santa Juana. Los Belgas tenían negocios en otras partes del mundo y los indicadores reflejaban que habría un colapso de la economía capitalista más temprano que tarde, por lo que vendieron antes de la gran catástrofe del 1929, año de la Gran Depresión.83

Conclusión Si bien el azúcar moscabado fue la espina dorsal de la economía de Puerto Rico durante el siglo XIX, no es menos cierto que el azúcar refinado en el siglo XX, y hasta el 1930, fue el eje de la inversión norteamericana en la Isla. Puerto Rico se convirtió en una gran alfombra verde y blanco guajana de costa a costa. Esto se reflejó en Caguas de forma muy particular, tanto en el siglo XIX como en el XX. El azúcar movió tanto el modo de producción como las relaciones sociales en la Ciudad. La burguesía criolla, que tenía la responsabilidad histórica de establecer el carácter de nacionalidad en este momento, fue aniquilada, por circunstancias ajenas a ella. La quiebra de la Central Defensa fue de una importancia vital en el desarrollo de la columna vertebral de una clase que fue castrada por la Gran Depresión y la competencia local de la Central Santa Juana. Además había otras Centrales en la Isla que limitaban el espacio económico que podría tener La Defensa. La suerte de los hacendados del siglo XIX no fue muy distinta a los cosecheros del siglo XX, ya que éstos dependían del mercado estadounidense de forma exclusiva y cuando se trataron de levantar en búsqueda del aparato político – jurídico mediante la toma de las armas en las décadas del ’30 y del ’60 del siglo decimonónico, sus reclamos no llegaron a la identificación de las clases jornaleras y esclavistas. Las clases que podían ser sus aliadas, veían en ellos más de lo mismo, las tiendas de raya, o tiendas de las haciendas en donde se endeudaba el salario antes de que llegara a sus manos, y el maltrato de muchos de éstos, hacía imposible que hubiera algún tipo de identificación con la independencia. Las monedas de exclusividad de las haciendas Santa Catalina y San José de Caguas o San José y Santa Bárbara de Gurabo perteneciente a don Nicolás Quiñones Cabezudo, era otra de las formas de explotar a los jornaleros libres, amén de los esclavos. No había forma de que se identificaran con su lucha.

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Vemos que los procesos económicos son altamente influyentes en la toma de decisiones políticas y jurídicas en toda sociedad, y Caguas no fue una excepción. Podemos también ver cómo los intereses tanto de España como de Estados Unidos estuvieron contrapuestos históricamente a los de nuestros propietarios, y donde se refleja con mayor claridad es precisamente en el renglón del azúcar, en el siglo XIX con el azúcar moscabado y en XX con el azúcar refinado. Muchas gracias.

Notas al calce 1 – García Azcante, Teresa, Alicia Sangres Navarro (1991) Organizaciones interprofesionales del sector: La Historia (Filiere) Remolacha – Azúcar en Francia. https://www.mapa.es/ ministerio/pags/biblioteca/.../pdf_reas%2Fr157_09.pdf pp.240 2 – Ibíd. 3 – Ortiz Fernando (1978) Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Venezuela, Biblioteca Ayacucho pp.428 4- Gérard Pierre-Charles.(1985) El pensamiento sociopolítico moderno en el Caribe México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, Fondo de Cultura Económica. 5 – Marx, Carlos, Manifiesto del Partido Comunista, Obras Escogidas, Moscú, Editorial Progreso, PCUS URSS. 6 – Cruz Monclova, Lidio, (1971) Historia de Puerto Rico: Siglo XIX, España, Editorial Universitaria, Río Piedras. 7 – Ramos Mattei, Andrés, (1981) La Hacienda Azucarera: Su crecimiento y crisis en Puerto Rico (siglo XIX) San Juan, Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña, Editorial Huracán, Río Piedras, Puerto Rico p. 20. 8 – Ibíd. 9 - García Azcante, Teresa, Alicia Sangres Navarro (1991) Organizaciones interprofesionales del sector: La Historia (Filiere) Remolacha – Azúcar en Francia. https://www.mapa.es/ ministerio/pags/biblioteca/.../pdf_reas%2Fr157_09.pdf p. 241 10 – Silvestrini, Blanca – María Dolores Luque (1992) España, Ediciones Cultural Panamericana, inc. p. 237. 11 - Díaz Soler, Luis M. (1998) Puerto Rico: Desde los albores hasta el cambio de dominación española: Estados Unidos, Editorial Universitas, Río Piedras, Puerto Rico. 12 - Baralt, Guillermo, (1983) Esclavos Rebeldes, EUA, Editorial Huracán, Primera edición, Río Piedras. 13 – Scarano, Francisco (1993) Puerto Rico: Cinco Siglos de Historia, Colombia, McGraw – Hill, Interamericana, S.A., p.401. 14 - Ibíd.

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15 – Bunker, Oscar (1975) Historia de Caguas: Primer Tomo, España. 16 – Archivo Histórico de Caguas, Sección Gobierno, Sub – Sección: Gobierno, Sub – Sección: Asamblea Municipal, Serie: Actas del Cabildo de 1812. 17 – Archivo Histórico de Caguas, Sección Gobierno, Sub – Sección: Gobierno, Sub – Sección: Asamblea Municipal, Serie: Actas del Cabildo de 1812. 18 - Bunker, Oscar (1975) Historia de Caguas: Primer Tomo, España. 19 - Cruz Monclova, Lidio (1971) Historia de Puerto Rico: Siglo XIX, España, Editorial Universitaria, Río Piedras. - Vilar, Adolfo, (1950) Caguas de Todos Los Tiempos, Puerto Rico, Editorial Florete, San Juan, Puerto Rico p. 160. 20 – Archivo Histórico de Caguas, Secretaría, Censos de población, 1820. 21 – Archivo Histórico de Caguas, Actas del Cabildo del 28 de agosto de 1820. 22 - Bunker, Oscar (1975) Historia de Caguas: Primer Tomo, España. 23 – Ibíd. 24 – Ibíd. 25 – Ramos Mattei, Andrés, (1981) La Hacienda Azucarera: Su crecimiento y crisis en Puerto Rico (siglo XIX), San Juan, Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña, p. 20. 26 – San Miguel, Pedro, (1989) El mundo que creó el azúcar: Las haciendas en Vega Baja 1800 – 1873, USA, Editorial Huracán, Río Piedras. 27 – Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 28 – Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 29 – Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 30 – Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 31 – De Córdova, Pedro Tomás (1968) Memorias Geográficas, Históricas y estadísticas de la Isla de Puerto Rico (1831), México, Ediciones Borinquén, Editorial Coquí, San Juan Puerto Rico, p. 334. 32 – Ibíd. 33 – Archivo Histórico de Caguas, Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 34 - Archivo Histórico de Caguas, Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 35 – Archivo Histórico de Caguas, Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas Año 1882 – 83 caja 83.

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36 - Archivo Histórico de Caguas, Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas Año 1882 – 83 caja 83. 37 - Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas Año 1882 – 83 caja 83. 38 - Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos, Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas Año 1882 – 83 caja 83. 39 - Scarano, Francisco, (1998) V Siglos de Historia, EUA, McGraw Hill p. 401. 40 – Estades Font, María Eugenia, (1988) La Presencia militar de Estados Unidos en Puerto Rico 1898 – 1918: Intereses estratégicos y dominación colonial, EUA, Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico p. 25. - Rodríguez Beruff, Jorge, (1988) Política Militar y Dominación: Puerto Rico en el contexto Latinoamericano. EUA, Ediciones Huracán, Río Piedras, Puerto Rico p. 27. 41 - Díaz Soler, Luis M. (1998) Puerto Rico: Desde los albores hasta el cambio de dominación española: Estados Unidos, Editorial Universitas, Río Piedras Puerto Rico. 42 – Archivo Histórico de Caguas, Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 43 – Archivo Histórico de Caguas, Padrones de Riquezas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 44 – Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 45 – Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 46 - Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 47 – Archivo Histórico de Caguas, Sección: Gobierno; Subsección: Asamblea Municipal; Serie: Actas del Cabildo 1970 Caja 07. 48 – Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 49 - Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 50 - Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 51 - Archivo Histórico de Caguas Serie – Finanzas; Sub – Serie Impuestos Sección: Padrones de Riquezas, Sub Sección: Riquezas Agrícolas. 52 – Bunker, Oscar (1975) Historia de Caguas: Segundo Tomo, España. 53- Salivia, Luis A., (1972) Historia de los temporales de Puerto Rico (1492 – 1970) Barcelona, Editorial EDIL, Inc. San Juan, Puerto Rico pp. 242 – 257. - Bunker, Oscar (1975) Historia de Caguas: Segundo Tomo, España. 54 – Corretjer, Juan Antonio, La lucha por la independencia de Puerto Rico, Ciales, Puerto Rico, Casa Corretjer, Ciales Puerto Rico pp. 40 – 41.

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55 – Archivo Histórico de Caguas, Contribuciones, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 56 – Archivo Histórico de Caguas, Contribuciones, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 57 – Marx, Carlos (1955) Manifiesto del Partido Comunista, Obras escogidas, Moscú, Editorial Progreso, Moscú URSS. 58 –Pagán, Bolívar (1972) Historia de los Partidos Políticos Puertorriqueños: 1898 – 1956, Barcelona, Real Academia de la Historia. 59 – Castillo Méndez, Gilberto, (1996) Caguas en la Historia del Partido Popular, Puerto Rico, Impresos Emmanuelli Inc. 60 – Bunker, Oscar (1975) Historia de Caguas: Segundo Tomo, España. 61 – Archivo histórico de Caguas – Correspondencia del Alcalde 1893. 62 - Castillo Méndez, Gilberto, (1996) Caguas en la Historia del Partido Popular, Puerto Rico, Impresos Emmanuelli Inc. 63 – Archivo Histórico de Caguas – Contribuciones, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 64 – Archivo Histórico de Caguas – Contribuciones, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 65 – Archivo Histórico de Caguas – Contribuciones, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 66 - Archivo Histórico de Caguas – Contribuciones, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 67 - Archivo Histórico de Caguas – Contribuciones, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 68 – Acosta Lespier, Ivonne (1995) Santa Juana y Mano Manca, Puerto Rico, First Book Publishing, Editorial Cultural, Río Piedras Puerto Rico p. 43. 69 – Archivo histórico de Caguas, Sección: Finanzas, Sub-sección: Contribuciones, Serie: Expedientes/ Documentos, Sub-serie: Patentes Municipales Año: 19061916 Caja: 68. 70 - Archivo histórico de Caguas, Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones, Serie: Expedientes/ Documentos, Sub-serie: Patentes Municipales Año: 1906-1916 Caja: 68. 71 - Ramos Mattei, Andrés, (1981) La Hacienda Azucarera: Su crecimiento y crisis en Puerto Rico (siglo XIX), San Juan, Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña. 72 – Archivo Histórico de Caguas Sección: Finanzas, Sub-sección: Contribuciones, Serie: Expedientes/ Documentos, Sub-serie: Patentes Municipales Año: 19061916 Caja: 69. 73 - Acosta Lespier, Ivonne (1995) Santa Juana y Mano Manca, Puerto Rico, First Book Publishing, Editorial Cultural, Río Piedras Puerto Rico.

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74 – Dávila, Virgilio (1970) Obras completas: No des tu tierra al extraño, Barcelona, Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan Puerto Rico p. 336. 75 – Archivo Histórico de Caguas. 76 – Castillo Méndez, Gilberto, (1996) Caguas en la Historia del Partido Popular, Puerto Rico, Impresos Emmanuelli Inc. 77 - Acosta Lespier, Ivonne (1995) Santa Juana y Mano Manca, Puerto Rico, First Book Publishing, Editorial Cultural, Río Piedras Puerto Rico. 78 - Dávila, Virgilio (1970) Obras completas: No des tu tierra al extraño, Barcelona, Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan Puerto Rico p. 336. 79 - Archivo Histórico de Caguas Sección: Finanzas Sub-sección: Contribuciones Serie: Expedientes/ Documentos Sub-serie: Patentes Municipales. 80 - Acosta Lespier, Ivonne (1995) Santa Juana y Mano Manca, Puerto Rico, First Book Publishing, Editorial Cultural, Río Piedras Puerto Rico. 81 - Acosta Lespier, Ivonne (1995) Santa Juana y Mano Manca, Puerto Rico, First Book Publishing, Editorial Cultural, Río Piedras Puerto Rico. 82 - Acosta Lespier, Ivonne (1995) Santa Juana y Mano Manca, Puerto Rico, First Book Publishing, Editorial Cultural, Río Piedras Puerto Rico.

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Conferencia, Peleando con los molinos y otras batallas quijotescas: La lucha entre las corporaciones azucareras americanas y la americanización de los puertorriqueños, 1899-1935 Arq. Olga Badillo Vallés En 1898, después de la invasión de Estados Unidos a Puerto Rico, los norteamericanos trazaron rápidamente sus planes para “americanizar” la isla. Este plan buscaba erradicar todos los elementos vigentes de la cultura y gobierno del periodo español, sustituyéndolos con los modelos económicos, políticos y sociales de la nueva nación ocupante. Primero, buscaría moldear a los puertorriqueños como seres leales y patrióticos a la nación norteamericana. En segundo lugar, establecería todas las bondades de su sistema republicano democrático, una misión providencial impuesta a ellos para civilizar a los “seres inferiores”. Finalmente, invitaría al capital industrial, comercial y financiero de la metrópoli a invertir sus millones en la isla, maniobra que traería prosperidad a los puertorriqueños. Esta oportunidad fue aprovechada rápidamente por los grandes intereses azucareros del noreste, entre otros. Habiendo pasado por una experiencia fugaz de autonomía de España después de 400 años de dominación, la población puertorriqueña vio con beneplácito todas estas gestiones del gobierno norteamericano. Los puertorriqueños tenían gran fe en que los Estados Unidos los iban a sacar de la gran pobreza experimentada por la mayoría de la población, del analfabetismo de más de un 80% y de la incidencia de enfermedades crónicas como la malaria, la tuberculosis, la anemia y los parásitos. Soñaban con una libertad que realmente no se imaginaban, sólo sabían que la merecían. Sin embargo, ya para la tercera década del siglo XX, Puerto Rico atravesaba la peor crisis económica, social y política de sus más de 400 años de coloniaje. ¿Qué pudo precipitar unas debacle de tan grandes proporciones? ¿Dónde quedaban las ilusiones quijotescas de nuestro país?

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Los culpables, en una medida u otra, eran varios. Pero, sin duda, el establecimiento de grandes corporaciones azucareras norteamericanas en Puerto Rico se lleva una buena tajada de la responsabilidad. Pero, en justicia, la industria azucarera no era solamente americana. Aún después de la crisis del cambio de soberanía, quedaron grandes hacendados que compartían con los americanos prácticas que ponían en precario el gobierno, la economía y la sociedad. Pero, para efectos de este trabajo, me concentraré en las grandes corporaciones azucareras que vinieron de Estados Unidos, ya que la escala de su intervención en la isla, y lo polémico y destructivo de sus políticas corporativas, fueron capaces de sabotearon cualquier intento de “americanizar” a la isla. Doblegaron e influenciaron las instituciones del país para adelantar sus propósitos, dejando una estela de explotación obrera, de puertorriqueños desilusionados, y de grandes ganancias repatriadas a Estados Unidos. Puerto Rico sería el laboratorio del imperialismo, de un imperialismo que acalló las críticas ferozmente bajo acusaciones de agitadores de la inestabilidad a quienes sólo expresaban las inequidades de la dominación extranjera. Esto sucedió aquí. ¿Cuántas veces han oído la palabra imperialismo yanqui de parte de revolucionarios, radicales de la izquierda y sus políticos, de obreros socialistas, comunistas y otros supuestos parías de la sociedad? ¿Han visto manifestaciones donde multitudes queman la bandera de las 50 estrellas mientras vociferan epítetos contra “el imperio”? Pues no crean que el concepto imperio es un pensamiento enajenado, que jamás aplicaría a Norteamérica. El imperialismo es una realidad política, económica y social desde los tiempos inmemoriales, y desde el siglo XIX fue un movimiento considerado y aplicado por la nación norteamericana a países que podían beneficiarse de sus “bondades”. Fue algo que se debatió en las altas esferas del gobierno y fue difundido patrióticamente por toda la prensa al pueblo norteamericano, al margen de la Guerra Hispanoamericana. El famoso “Destino Manifiesto” de 1845 proponía el derecho providencial de los norteamericanos de arropar a su continente con sus ideas de libertad, cristianismo y de gobierno democrático propio… y ellos se lo tomaban muy en serio. Richard Miller, en Twelve Against Empire, aseveraba que los norteamericanos estaban: “… preparados políticamente, socialmente y económicamente para aceptar las bendiciones y la carga del imperialismo.” Tan lejos como a mediados del siglo XIX, ya Estados Unidos tenía su mirilla dirigida al Caribe, en especial a Cuba. Intentó comprarlo en varias ocasiones. Tenía necesidad de establecer su dominio en la cuenca caribeña, medida la cual eventualmente cobraría aún más importancia estratégica ante la necesidad de defender al canal de Panamá como pieza clave de su seguridad y economía. Eventualmente, añadieron a Puerto Rico a este esquema de influencias. Hasta ellos mismos se sorprendieron de lo fácil que fue obtener el control de la isla. Pero, era igualmente importante crear nuevos mercados para sus productos. Tras la Revolución Industrial, un gran exceso de productos procesados se encontraba sin compradores en sus grandes almacenes, lo cual les llevaba a

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una gran crisis económica. Sus grandes fábricas y su comercio atravesaban por grandes dificultades al terminar el siglo XIX. Además, tenían gran necesidad de conseguir materia prima barata para convertirse en más competitivos y ser el gran suplidor del mercado mundial. Añadido a esto, países como Puerto Rico, eran un mercado fácil para sus productos y excedentes. No sólo tenían razones militares y económicas. Existía también una convicción ideológica de que estaban obligados a darles a esas “extrañas razas” el beneficio de una civilización occidental cristiana. El Presidente Theodore Roosevelt expresaría que no podían hacer un trabajo más elevado y más noble que el de moldear esas gentes a la imagen de su país. Paternalista o ingenua, aunque mayormente racista, esta política obviaba el terrible y negativo impacto de someter a otra cultura a una civilización extraña. Pero, pensaban que tenían la razón y la obligación. Estos afanes imperialistas dejaban al descubierto los prejuicios norteamericanos sobre los países subdesarrollados. Dijo el Congresista Albert J. Beveridge que “la regla de la libertad, que todos los gobiernos derivan su autoridad del consentimiento de los gobernados, aplicaba solamente a aquellos que eran capaces de gobernarse a sí mismos.” Pronto los puertorriqueños sentirían el impacto de esas ideas proféticas. Por otro lado, Carl Schultz, cuestionaba los códigos morales y las capacidades de estas “gentes tropicales” de entender y apreciar las enseñanzas de los norteamericanos a la vez que afirmaba que: “no tienen nada en común con los Americanos, ni lenguaje, ni hábitos, ni tradiciones ni maneras de pensar…” Su verdad se basaba en convicciones occidentales de darwinismo social, donde los más civilizados estaban llamados a dominar. El historiador español, José Manuel Allende Salazar resume la situación de manera muy concisa en su libro El 98 de los americanos: “No es común encontrar en la historia un caso tan claro de agresión militar y a la vez una guerra comenzada con convicciones tan profundas de justicia.” Pero, era en realidad la “fiebre del dólar” lo que movía a la gran metrópoli. Apenas meses después de la invasión, un periódico americano, The Harrisburg Telegraph, instaba a los norteamericanos a aprovecharse de la bonanza económica que presentaba Puerto Rico, tierra de las grandes oportunidades: “La posesión yanqui de la isla significa 950,000 nuevos clientes para la ‘Gran Tienda del Tío Sam’… a cambio de productos de plantación les enviaremos telas, maquinarias, zapatos, sombreros, bicicletas para sus calles de macadam, pianos para sus salas, trollies para sus ciudades… Boston Baked Beans (o habichuelas en dulce) y otros artículos de confort y lujo que pertenecen a las civilizaciones más altas.” Y, les pregunto: con estas visiones racistas, paternalistas y oportunistas hacia un pueblo subdesarrollado, que a la vez les prometía grandes bonanzas

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económicas ¿no era este un negocio redondo para la inversión de los grandes negocios azucareros? ¿No eran la explotación, el latifundio y las ganancias expatriadas las mejores condiciones de inversión para sacar de esta pequeña isla múltiples millones anualmente? El gobierno de la colonia pensaba que la inversión de capital americano, haría próspero a Puerto Rico… y se equivocó. Los norteamericanos encontraron una sociedad donde predominaban todos los males descritos con anterioridad. Pero, también encontró una sociedad que comenzaba a despuntar en sus primeros niveles de progreso. La invasión sólo vino a alimentar todos los males, y los puertorriqueños prontamente descubrieron el valor de las promesas vanas y esta realidad los hundió en un amargo pesimismo. Los norteamericanos tenían que proveer soluciones drásticas y rápidas, a medida que casi inmediatamente, la situación del país, en vez de mejorar, se degeneraba rápidamente. Así nació la idea de la americanización. Hablamos de que el programa de americanización tenía implicaciones tridimensionales. En primer lugar, las instituciones gubernamentales se establecerían bajo un concepto republicano de gobierno que permitiría al pueblo elegir democráticamente las ramas judiciales, ejecutivas y legislativas, siguiendo estándares americanos. Los puertorriqueños evolucionarían hacia esas metas bajo la tutela y beneficencia de los Estados Unidos. En segundo lugar, se buscaba convertir a los puertorriqueños en sujetos patrióticos y leales. Convencidos de la inferioridad moral y social de los dominados, el vehículo para esto sería la educación, donde los jóvenes entusiastas llevarían a sus casas todos los elementos de la cultura estadounidense y así estos se harían disponibles a toda la población. Estas prácticas de indoctrinación se lograrían enseñando en inglés, con maestras norteamericanas o nativas norte-americanizadas y se enseñarían los valores y cultura de esa gran nación. Numerosas actividades se crearon a esos fines, todas de naturaleza propagandística, para venderles a nuestros niños el “sueño americano”. Era como si el hacer sentir “americanos” a esos niños por medio de canciones, dibujos y conocimiento de la historia patria norteamericana pudiese borrar su hambre, sus pies descalzos y su tristeza existencial. Finalmente, la prosperidad se lograría cuando se establecieran bancos, comercios, compañías de seguros, distribuidores, industrias como el tabaco, la aguja, los frutos menores y por supuesto, el azúcar. La economía habría de ser puesta en movimiento por el dólar americano. Puerto Rico se convertiría en vitrina al mundo y este experimento podría ser exportado a otros lugares del mundo, en especial a América Latina, donde estaban sus otros vecinos subdesarrollados. Lo cual nos empieza a llevar hacia el tema que nos ocupa: el efecto que tuvieron las grandes compañías azucareras norteamericanas para que esta americanización a la larga no se diera. No todos los norteamericanos que vinieron a Puerto Rico tuvieron las mismas concepciones negativas de nuestra cultura. Pero, la visión arrogante de una raza superior fue exhibida por las grandes corporaciones azucareras extranjeras desde que comenzaron

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sus operaciones en la isla. No les convenía a los grandes inversionistas un gobierno democrático donde sus influencias no encontraran foro y a la vez tuviesen que bregar con nativos ignorantes y corruptos. Una educación eficaz pondría fuera de su poder a un gran banco de trabajadores coaccionados por el hambre y la necesidad. Tampoco, por esa razón, les convenía que Puerto Rico fuera próspero, pues su dominio sobre la economía de las grandes ganancias, desparecería. A la “gran azúcar” no le convenía que Puerto Rico fuera americanizado. Tres factorías de azúcar colosales se establecieron en Puerto Rico desde 1899 hasta temprano en la primera década del siglo XX: la Aguirre Sugar Co. en Salinas, la South Puerto Rico Sugar, en Guánica y la Fajardo Sugar Co. en Fajardo. Su escala monumental, la gran masa trabajadora que requerían, su tecnología de producción masiva, sus abarcadoras influencias y su segregación eran algo no antes visto en nuestra isla. La Central Aguirre se fundó en 1899 por unos inversionistas oriundos de Boston, bajo el nombre de De Ford & Co. quienes compraron una modesta finca llamada Aguirre de más de 2,000 acres. Comenzaron con una inversión modesta de $525,000, lo cual era un capital considerable para los puertorriqueños de aquella época. La finca adquirida presentaba unos activos muy primitivos: unos pocos animales, instrumentos de labranza, equipos rudimentarios de producción, un molino y un sembrado. Con la devaluación de la moneda puertorriqueña, la falta de financiamiento, la pobre tecnología y la competencia desleal, miles de agricultores puertorriqueños que antes ya se tambaleaban económicamente se fueron a bancarrota. Rápidamente, los centralistas norteamericanos procedieron a comprar y acaparar multiplicidad de propiedades a precios muy descontados, las cuales los convirtieron rápidamente en monopolistas de grandes proporciones. Aguirre nada más encabezaba el mayor listado de fincas sobre las que establecieron control, la mayoría de ellas bajo compra, del periodo desde 1898 hasta 1930. Las fincas nativas cayeron una a una, sobreviviendo sólo las más grandes y de los hacendados locales más ricos. Aguirre se reorganizó en 1905 en la Central Aguirre Sugar Co. y se convirtió en parte de una refinería del este de los Estados Unidos. Su influencia se derivaba de su papel central en una red de lazos donde actuaban bancos, refinadoras de azúcar y plantaciones de azúcar coloniales. Desde un principio maniobró con complejas trabas organizacionales para que las leyes antimonopolio no la tocaran. Los bancos le prestaban el dinero. Adquirían y extraían azúcar a precios muy reducidos. Se la vendían a sus propias refinerías en el este de Estados Unidos y éstas las vendían al público norteamericano, que pagaba más caro el dulce por las restricciones tarifarias que se imponían a otros países suplidores. Con la adquisición por parte de Aguirre de tanto terreno, su necesidad de comprarle la caña a colonos locales era más reducida que en las otras dos centrales. De esta manera controlaban todo el proceso: las tierras, la cosecha y la producción a gran escala, el producto final y la venta, hazaña que dejaba afuera a la mayoría de los puertorriqueños.

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La South Puerto Rico Sugar, mejor conocida como la Central Guánica, que se convertiría en el más grande molino de caña en la isla, fue establecida por una compañía neoyorquina-alemana capitalista llamada Muller, Schall and Co. Ésta experimentó una transformación similar a la de Aguirre. Cesar Ayala, en su libro American Sugar Kingdom, describió la secuencia de negocios que producía tantas ganancias a las plantaciones coloniales y a las refinerías matrices metropolitanas. Guánica, contrario a Aguirre, compraba un buen porcentaje de su caña a colonos isleños, pero imponía sus bajos precios y en sus propios términos. En 1905, Charles Armstrong de Nueva York, junto al puertorriqueño Jorge Bird, estableció el otro gran consorcio azucarero americano: la Fajardo Sugar Co. Los directores iniciales de la Fajardo también fungían como directores en la junta de Aguirre. Las tres mega-centrales se interrelacionaban en maneras más complejas que las que se percibían en ese momento. Las compañías cabildeaban en el gobierno local y el federal para oponerse a la auto-determinación del pueblo puertorriqueño. Sus pésimas prácticas laborales y sus procesos de discriminación levantaron gran hostilidad en muchos puertorriqueños hacia todo lo norteamericano. Sus políticas eran explotadoras, monopolísticas y abusivas. En vez de progreso, lo que trajeron fueron problemas de grandes proporciones que mantuvieron a la isla al borde del caos y la miseria por más de cuarenta años. Todo esto con la anuencia y estímulo del gobierno norteamericano en la isla. Comencemos por profundizar en cómo la industria azucarera americana coartó grandemente los planes de americanización de las instituciones y la política. Una vez firmemente establecida en la isla, sus administradores comenzaron a cultivar relaciones de gran estrechez con los funcionarios del gobierno colonial, gestiones que los escudarían de obtener sanciones ni medidas impositivas de ninguna índole. Establecieron una red de influencias que legislaba, nombraba y estimulaba toda una cartera de reglamentaciones que desanimaban cualquier potencial competencia. “Big Sugar”, como se le conocía, influenciaba la selección de posiciones dentro del gobierno colonial: jueces, legisladores, jefes de gabinete, alcaldes y juntas municipales, que más tarde mediaban en muchas decisiones que podían perjudicar o favorecer sus inversiones. Estas maniobras de compras de influencia de los grandes azucareros comenzaron casi inmediatamente después de la invasión, tan temprano como en el periodo del gobierno militar de 1898-1900. El “Hollander Bill” estipuló que toda tierra ocupada tenía que pagar un impuesto de 1% del valor de la tierra, tasada a su vez por el gobierno. Dado el hecho de que gran parte de los agricultores locales se acercaban a o ya estaban en bancarrota, perdieron sus fincas al no poder cumplir con la estipulación. Esta medida puso en las manos de las corporaciones norteamericanas las mejores tierras del país, ya que estos tenían un gran capital a su disposición con el cual invertir. César Ayala comenta: “La imposición de impuestos coloniales tuvo un doble efecto: de una parte, aumentaba la oferta (de propiedades) en el mercado y aceleraba la concentración de tierras en pocas manos”.

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Los pequeños agricultores engrosaron las filas de los trabajadores asalariados, el proletariado pobre, y las tierras costeras se hincharon de caña para el beneficio de los molinos norteamericanos. Sus vidas pobres de antaño ahora se complicaban al no tener un pedacito de tierra donde cultivar su subsistencia. Su pobreza se convirtió en miseria y emigraron a la costa en busca de trabajo los agricultores del tabaco y el café, tanto de extracción española como criolla. Las industrias nativas como el café habían entrado en crisis ya que los norteamericanos impusieron impuestos de entrada sobre sus productos, los cuales trataron como extranjeros. Habiendo una vez sido la mayor y mejor remunerada industria local, al hacerse prohibitivo exportar a sus mercados tradicionales como Cuba y España, el café negoció su desaparición en poco tiempo. Este fenómeno produjo un exceso de mano de obra de la cual las grandes corporaciones metropolitanas se aprovecharon para pagar sueldos de miseria. También establecieron jornadas de trabajo de sol a sol e incluso contrataban niños y mujeres a salarios recortados. El gobierno colonial miraba para el otro lado, convencidos de que las inversiones traerían riquezas a la atrasada isla. Otra medida gubernamental apoyada por el mundo del azúcar y que también obró en detrimento de los agricultores locales fue la suspensión temporera de las demandas de cobro pendientes a agricultores morosos en sus pagos. Esto, que en apariencia parecía beneficiarlos, tuvo un resultado muy negativo: las casas de préstamo comerciales sencillamente dejaron de prestar y los agricultores se encontraron sin capital para ni tan siquiera pagarle a sus empleados. Los trabajadores desposeídos no tenían otra opción que rentarse a los azucareros norteamericanos. Ni huelgas ni protestas conmovieron al gobierno militar: la desgracia del agricultor empeoró, gran cantidad de personas perdieron sus trabajos y sus fincas. Big Sugar establecía ahora las reglas de juego. La acción más dramática que el gobierno colonial militar impuso a los locales, fue la devaluación del peso puertorriqueño a sólo 60 centavos de dólar americano. Se decimaron las riquezas del país de un día para otro. Los pocos capitales sólidos de la isla se tambalearon y todo Puerto Rico valía más de un tercio menos. Los grandes inversionistas norteamericanos pudieron comprar lo que quisieran a precios con sustanciales descuentos. La depresión obligada de la economía puertorriqueña avanzaba la teoría de la mayoría del gobierno de que el progreso sólo se podía alcanzar si reemplazaban los dueños antiguos por capitalistas norteamericanos. Los puertorriqueños sufrieron gran amargura por las medidas tomadas tanto por el sector económico como por el gubernamental. Los Estados Unidos seguían tratando los productos de Puerto Rico como extranjeros, lo cual los dejaba en una especie de limbo económico. Sin embargo, había un gran ganador: el azúcar. A esta industria, dominada por la metrópoli, se le bajaron los arbitrios y el azúcar pudo entrar libremente a sus muy rentables refinerías en Estados Unidos. Tanto puertorriqueños como americanos se afectaron considerablemente con esa imposición.

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Para poner la situación peor, si eso era posible, Puerto Rico sufrió un devastador huracán en 1899. Las fincas sufrieron daños irreparables que las llevaron a estar virtualmente inoperantes; los bohíos de los pobres virtualmente desaparecieron. Las cosechas se decimaron, escaseó la comida y ni siquiera la beneficencia del gobierno federal podía aliviar la tragedia del puertorriqueño. Esto vino a complicar una ya existente condición económica deteriorada en el país y solamente las grandes compañías norteamericanas tenían suficientes recursos para reconstruirse con rapidez y aún sobrarle fondos para seguir adquiriendo más terrenos devastados. De esa manera pudieron aumentar más aún su dominio económico. En 1902 vino la Ley Foraker, el Acto Orgánico que le dio nombre a los abusos coloniales. Los americanos, según Layman Gold, pretendían que: “para asegurar los mercados americanos y usufructuar los beneficios del imperialismo, era imperativo que los poderes plenarios del Congreso se establezcan sobre los territorios, eso es, colonialismo.” El Acta Foraker abría a los puertorriqueños 35 asientos en la Cámara de Delegados, sobre los cuales tanto el gobernador como el presidente tenían poder de veto. Esto los hacía representantes del pueblo sólo de nombre. Los ejecutivos de los molinos americanos ocupaban puestos elevados en el gobierno y no era de su interés que las instituciones puertorriqueñas fueran americanizadas para ejercer ningún tipo de poder. De hecho, el primer gobernador civil de la isla lo fue Charles Allen, quien más tarde se convertiría en Presidente de Aguirre. Con estas conexiones desde temprano en las autoridades coloniales pudieron conseguir que se les instalara irrigación en sus fincas, rieles para sus trenes y grandes proyectos de infraestructura en sus áreas de interés. El crédito agrícola gubernamental se hacía disponible sólo a ellos y todos los renglones de la economía estaban relacionados al boom azucarero. “El plan de Dios para los Estados Unidos los llamó para propiciar la desaparición de civilizaciones inferiores y de razas en decadencia ante la civilización superior del hombre más noble y viril.” Además de en la rama ejecutiva, el poder del azúcar también ejerció presión sobre la rama judicial. El controversial Congresista Vito Marcantonio atacó al gobernador de Puerto Rico, Blanton Winship -notablemente pro-azúcarpor haber cargado el balance del jurado de continentales norteamericanos en el segundo juicio contra Albizu Campos, quien había sido acérrimo denunciante de los abusos azucareros. Albizu, anatema del mundo azucarero, fue declarado culpable por 10 americanos y 2 puertorriqueños con lazos al comercio continental. Las corporaciones azucareras estaban jubilosas de sacar del medio a este incitador laboral. Otro caso judicial que demuestra la influencia en la rama judicial de los azucareros lo fue el caso de la Central Mercedita. Una de las pocas centrales prósperas del país, intentaba introducir una refinería, la primera en Puerto Rico. Las refinerías de la costa este de Estados Unidos, parte de las redes de la azúcar local, demandaron, temiendo la competencia de frente a sus cultivos

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monopolísticos. Utilizando el poder de sus cabilderos en Washington, las centrales americanas de Puerto Rico y sus refinerías en el suelo estadounidense inmediatamente limitaron la posible refinación de azúcar en Puerto Rico para el mercado de Estados Unidos, permitiéndole sólo acceso al mercado local. Los donativos a políticos corruptos fue otra manera de lograr los objetivos de los tres grandes molinos. Earl Parker Hansen, en su libro Puerto Rico, Land of Wonders, acusaba a las corporaciones norteamericanas de hacer grandes aportaciones a los partidos políticos para que estos compraran los votos de los electores locales. Esto permitía que las grandes azucareras pudiesen explotar impunemente al trabajador de la caña. El Congresista Marcantonio, su acérrimo enemigo, luchaba por justicia salarial. “El (Gobernador de Puerto Rico Winship) actuó como cabildero resbaloso y peleó...para mantener la ley enmendada de salario y horario tal que las corporaciones azucareras pudiesen continuar pagando 12.5 centavos la hora en vez de 25 centavos y de esa manera ganar $5 millones por año, para que los explotadores del trabajo en Puerto Rico pudiese continuar pagando los salarios intolerables…tal que el sistema de esclavitud salarial abismal se perpetuara en Puerto Rico…” Hubo otras áreas de comportamiento corrupto. El Presidente de la Comisión de Servicio Público se quejaba de que la información suministrada por los abogados azucareros era prejuiciada y deshonesta. Estos abogados “colmillús” eran los que administraban en el gobierno federal los grandes cabilderos, especialmente en el Buró de Agricultura, que se ocupaba de despachar medidas favorables a sus benefactores. El caso más grande de corrupción de la industria azucarera lo fue su desafío a las leyes anti-monopolísticas de Estados Unidos (Sherman Anti-Trust Law). El dinero del triunvirato del azúcar pudo circunvalar estas leyes, actuando impunemente en su acaparamiento de mercado, de materia prima y de producción. También, en términos políticos, estas compañías temían la anexión de Puerto Rico a los Estados Unidos. También sus cabilderos en estos menesteres eran exitosos. Cesar Ayala lo expone claramente: “Se creía que la anexión total (plataforma del Partido Republicano) era anatema para los intereses refineros… no era la naturaleza del “big business” expandir para incorporar las regiones conquistadas en base a igualdad.” Las acciones de las corporaciones y su efecto en la “americanización” de Puerto Rico eran tanto complejas como atrevidas. Las instituciones democráticas eran saboteadas rutinariamente. No había libertad de oportunidad, ni política limpia ni justicia, sólo favoritismo y corrupción gubernamental. Luis Muñoz Marín se lamentaría en los años 30, que este panorama presentaba: “un espectáculo horroroso de riqueza drenada de una población hambrienta hacia el país más rico del mundo, autorizado santimoniosamente en los reportes oficiales como “un saldo comercial favorable.” Gobierno y azúcar eran una misma cosa. Convirtieron también la “americanización” de la economía en un mito. Las grandes riquezas que

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reflejaban los estados financieros del país eran artificiales, ya que incluían como exportaciones todo el movimiento de dinero a Estados Unidos que nunca regresaba a pagar por la azúcar del país. Se consolidó la riqueza de unos pocos al abonárseles grandes sumas a los accionistas continentales extranjeros. Puerto Rico no participaba de estas ganancias. Las compañías azucareras capitalizaban gracias a sus relaciones con hombres de poder. Por ejemplo, uno de los fundadores de Aguirre era el cuñado del Senador por Massachusetts, Henry Cabot Lodge. Éste intervino con el Presidente McKinley para que permitiera a John Luce, de la De Ford & Co, eventual dueña de Aguirre, convertirse en el agente fiscal del gobierno federal en Puerto Rico. Las conexiones de todo tipo ayudaron a avanzar los intereses económicos de las corporaciones azucareras. Los norteamericanos continentales no sabían o no les importaba. El periódico i.e. Mentor, en 1929 decía ingenua o maliciosamente: “La industria azucarera puertorriqueña debe ser una fuente de gran riqueza para la isla.” Convencidos de las bondades de este experimento, los ciudadanos estadounidenses aprobaban las actividades coloniales, no sólo en Puerto Rico, sino para todo el Caribe. Muchas estrategias se diseñaron que derrotaron la prosperidad económica de Puerto Rico. Como les dije antes, uno de los problemas más graves era la mencionada repatriación de las ganancias. Entre 1901 y 1927 se repatriaron más de $228 millones de dólares, mientras la economía isleña cada vez producía más pobreza. Este factor era muy oneroso: “Puerto Rico se ha convertido en una fábrica trabajada por siervos… y 60% de los productos de su riqueza salen del país…Le diremos a la gente que el gobierno, mientras anuncia anualmente un aumento de riqueza en sus reportes oficiales y esconde la monopolización de esa riqueza, el producto del trabajo del hombre, por el poder externo e interno de la plutocracia.” Además de la repatriación de las ganancias, se estableció el flete pagado con azúcar a las compañías navieras que pertenecían a los mismos intereses azucareros; las rentas pagadas por agricultores locales a la central; la sobre-especialización y dominio de la tierra; el control abusivo del salario al puertorriqueño y la migración hacia las áreas urbanas en busca de imaginadas mejores condiciones de vida. Las grandes ganancias se lograban estableciendo estándares de producción muy efectivos y tecnológicamente adelantados. Los puertorriqueños no podían competir en igualdad de condiciones, en parte por su menor acceso a la tecnología y a los mercados financieros. Esta desventaja permitía que los márgenes de ganancias de las corporaciones azucareras del norte fuesen extremadamente superiores. En años no tan productivos, como cuando azotó el huracán San Ciprián en 1929, Aguirre pagó 27.5 centavos por acción en dividendos. En otros años la cifra pudo llegar hasta $1.75 de un valor total de la acción de $5 dólares.

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Los fletes también presentaban una carga inusual para los hacendados locales. Obligados a consignarlos a barcos de bandera americana, que eran más caros que cualquiera, y no contando con los beneficios antes expuestos, la transportación era un elemento oneroso para los productores locales. No tenían ni intereses ni volumen para competir. También las tierras rentadas presentaban problemas. Más de 56,000 acres eran rentados a puertorriqueños, a cambio de trabajo o cosechas. Parte era rentada para usos no agrícolas, mientras que otras se les cedían a colonos, que le producían la caña barata a los grandes molinos. Muchas otras tierras alrededor de las factorías se quedaban sin usar como un cinto de seguridad para los predios corporativos. Aguirre controlaba más de 90 fincas. Por ejemplo, United controlaba más de 30,000 acres; Aguirre más de 20,000 acres, Fajardo: 29,000 y Guánica 21,000. Los propietarios ausentes dominaban más de un tercio del terreno cultivable de la isla, mientras que el agricultor pequeño sólo 7%, esto en 45 centrales locales. Los estadounidenses producían el 56% del azúcar en la isla, esto mayormente en las tres manos mencionadas. Una de ellas produjo, en 1920, 25,000 toneladas de azúcar, mientras Soller, un molino prominente local, produjo sólo 250. No había lugar más que para el monocultivo de caña, desapareciendo los sembrados de subsistencia o la venta de excedentes. Cada vez más el puertorriqueño dependió de la importación para cubrir sus necesidades alimenticias. La sobre-especialización había creado grandes problemas. El campesino antes cosechaba frutas, vegetales y viandas además de criar pollos y cerdos. A veces, tenía hasta una vaquita. Ahora, al no poder tener su terrenito, dependía de la comida importada, mayormente arroz, habichuelas y bacalao, a precios muy altos. Más de un 90% de sus ingresos se iban en comida. Esto hizo al puertorriqueño cada vez más pobre. El tiempo entre comida y comida se extendía y muchos campesinos sólo podían ingerir una comida al día. La inequidad entre ingreso y gasto hacía la subsistencia imposible. Un jíbaro describe su angustia: “Hubo una época en que uno podía vivir. Pero, lentamente, la Compañía del azúcar empezó a comprar la tierra. Acosta, que tenía 300 acres cerca de la carretera, toda tierra buena, se la vendió. Les dijo a sus trabajadores, de los cuales era yo uno, que durante el próximo mes, los nuevos dueños ocuparían las tierras. Nos dijo que tendría más ganancias de la venta que lo que podía ganar en diez años. Nos dio a cada uno dos semanas de trabajo y una botella de ron y nos dijo adiós.” Cualquier esfuerzo por remediar esto, recibía el peor rechazo de Washington. Los cabilderos azucareros inmediatamente intervenían para no permitirlo. Hasta el Federal Writing Project aseguró cínicamente que aunque se dedicara toda la tierra arable, esto ni siquiera comenzaría a alcanzar para alimentar a toda la población. Los puertorriqueños estaban pasando hambre. Según un trabajador de la caña desempleado:

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“… mi mamá, mi papá, todos mis hermanos y yo pasábamos todo el día y parte de la noche bordando pañuelos y blusas. Ahí ví como a los pobres se les explotaba. Trabajando día y noche, mi familia no ganaba ni para hacer tres comidas al día.” No había salida para la miseria. Por otra parte, los jornales bajaron a tal magnitud que eran aún mucho más bajos que en Cuba y en Santo Domingo. Para completar, el índice de natalicios subió casi un 16% y la expectativa de vida se alargó, esto gracias a las gestiones salubristas del gobierno norteamericano. Esto se tradujo en salarios aún más misérrimos y condiciones de vida infrahumanas. El gobernador Rexford Tugwell, en un análisis retrospectivo durante la década del cuarenta lo describe así: “Todos los años hay problemas a medida que el corte comienza y hay que regatear por los jornales de la temporada. Los trabajadores han estado sin trabajo desde Junio; han adquirido deudas que la tienda (de la central) ha permitido y llevan ya un tiempo racionando su comida… los empleadores, sabiendo esto, tratan de atrasar el comienzo por el interés de una mayor docilidad de parte del empleado.” Esto era ayudado también por el trabajo de niños y mujeres, quienes tenían una cuarta parte del salario regular. No tardó en llegar el que muchos de los desamparados del azúcar invadieran las ciudades y pueblos, creando grandes arrabales que perpetuaban y multiplicaban su hambre y su pobreza. Uno de estos fue El Fanguito en San Juan. Allí, miles de casuchas se inundaban y se contaminaban con aguas negras, dando pie a la malaria y otras enfermedades. Documentos gubernamentales tales como el Reporte del Gobernador de 1932-1944, describían la escena: “Tapas de cajas viejas forman las paredes de las miserables chozas, los pies de los niños chapaletean en el agua que corre bajo sus casas, la cuales están levantadas sobre zancos. El resto de la casa podía estar hecha de latas aplastadas, de hojas de palma o de fibra de coco y, con suerte, pudiesen haber techos de zinc y pisos de madera. Para una familia de seis, apenas había dos espacios: uno de dormitorio y el otro de área de estar.” Aquella esperanza inicial de que la “americanización” traería una bonanza económica a través del capital americano, nunca se materializó. Las tres compañías azucareras mayores podían ver la miseria en que vivían los trabajadores de la caña. Ni siquiera los empleados puertorriqueños educados podían escapar del discrimen laboral. Fueron excluidos de posiciones jerárquicas en las organizaciones por discriminación, pero también por avaricia, la avaricia de obtener un mejor trabajo por un menor salario. Solamente se salvaron un puñado de ejecutivos del país, que pudieron participar de manera limitad en la bonanza de esas grandes corporaciones. Mientras, el gobierno seguía pintando estados financieros rosados que no reflejaban la verdad. Finalmente, la americanización venía atada a la creación de ciudadanos leales y patrióticos. Con todas esas prácticas económicas e institucionales que alimentaron las centrales, iba a ser muy difícil alcanzar esa meta.

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El gobierno norteamericano dio un paso muy importante y efectivo hacia la americanización por medio de la educación, área bastante descuidada por los españoles. En esos tiempos de España, en las pocas escuelas rurales que había, sólo se daban unas pocas horas de clases al día, para que los niños pudiesen ayudar en las tareas domésticas y del campo. Después de la invasión, los norteamericanos planeaban que los niños se convirtieran en portavoces de la americanización. Una situación económica saludable, propiciada por el capital importado de Estados Unidos, permitiría lograrlo. Pronto se establecieron políticas para crear más estudiantes, hacer la educación obligatoria y gratis. Un reporte del US Insular Comisión en 1899 declaraba que: “Pongan una escuela americana en cada valle y en cada monte de Puerto Rico y, en estos lugares, con maestras americanas capaces, la nube de la ignorancia desaparecerá…” El hacer obligatorio dar las clases en inglés a niños que ni dominaban el habla materna; las maestras americanas, muchas de ellas con cargas prejuiciadas; la desigualdad en salario y jerarquía entre éstas y las puertorriqueñas y la obligación de entrenamiento en el año completo de las maestras locales, puso este esfuerzo en un camino muy difícil. Se estableció la Escuela Normal de la Universidad de Puerto Rico para entrenar maestras. Se añadieron bibliotecas, museos y se quiso inventar música, clubes literarios y arte. Se establecieron escuelas industriales. Pero, la meta del patriotismo americano fue forzado con prácticas ajenas a los niños nativos: recitar el “Pledge of Allegiance”, cantar el himno americano, conocer los patriotas de esa nación; practicar la oratoria con temas culturales norteamericanos; participar en rituales con banderas; cantar canciones leales a este propósito; marchar y pertenecer a bandas musicales para ello y celebrar los días de fiesta de Estados Unidos. Describe en 1908 el Comisionado Insular Dexter: “En San Juan, mil niños vestidos de rojo, blanco y azul marcharon por las calles en forma de un pendiente… en la plaza, el pendiente hacía metamorfosis a una bandera americana de cien pies de largo. Los niños, en formación, cantaban el “Star Spangled Banner.” Sin embargo, todos estos simbolismos eran un ejercicio de pantomima. Los niños regresaban a sus casas a hablar español, en donde aún continuaban las costumbres de tantos siglos de influencia española. Cuando las cosas no fueron de acuerdo al plan, las excusas fueron muchas: que los puertorriqueños no eran educables; que carecían de competencia mental y moral; que eran vagos e incapaces de motivarse; que los niños perdían vitalidad por el acoso del incesto y que no tenían destrezas competitivas. Esto caía justo en las manos del mundo de la azúcar. A éstas no les convenía la americanización por medio de la educación. Mejores educados significaba mejores pagados. Niños en la escuela eran niños que no trabajaban en los campos a precios de descuento. Quien supiera leer y escribir podía estar en una posición de analizar la situación del país. Quien se educara podría entender porque vivían al margen de una sociedad privilegiada, ¿americanos leales y patrióticos? No… En el Puerto Rico de las primeras tres décadas del siglo XX, se hizo muy difícil. En vez, se fue creando un malestar general y los americanos eran resentidos y, en el

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peor de los casos, hasta odiados. Aún estaban frescas en la memoria de los puertorriqueños las palabras del General Miles en esos primeros días después que invadieron a Puerto Rico: “No hemos venido a pelear en contra de la gente de un país que ha sido oprimido por siglos, sino, a traerles protección no sólo a sus propiedades, sino a promover su progreso y hacerles disponibles todas las garantías y bendiciones de las instituciones liberales de nuestro gobierno…” Estas promesas fueron en vano, y desde el día uno, las grandes potencias azucareras se encargaron de aliarse a la ineficiencia y prejuicio del gobierno para derrotar los planes de “americanización” de los puertorriqueños. Esa relación de desigualdad y prejuicio fue plasmada en una de las instituciones más discutida del periodo: los “company towns” o poblados de corporación de los molinos Aguirre, Guánica y Fajardo. Desde tiempos muy atrás en nuestra historia, los ingenios y las pocas centrales previas a la segunda colonización, construían pequeños vecindarios alrededor de la central. La casa grande del dueño, las residencias de los administradores y capataces y los barracones para los trabajadores alrededor del núcleo de producción eran escenarios comunes entre las grandes extensiones de caña. En unas pocas, inclusive, se crearon pequeñas tiendas de suministros, que en el resto de Latinoamérica se llamaron “tiendas de raya”. Aquí los hacendados controlaban a su fuerza laboral pagándole con “tokens”, o moneda de la central, redimibles solamente en su tienda particular. Los puertorriqueños no nos excluimos de esa práctica corrupta. Sin embargo, la escala a que explotó este concepto en las centrales norteamericanas en sus “company towns” era algo nunca antes visto. En ellos quedaba retratada la relación puertorriqueña-americana que tanto colaboró para hacer un circo del concepto de “americanización”. En ellos se dio en su máxima expresión el sistema de castas existente en el Puerto Rico norteamericano por muchas décadas después de la invasión. El “company town” se encargó de aumentar la brecha entre continentales y locales y les hizo entender a los puertorriqueños que eran considerados una raza inferior. Los “company towns” no eran una invención de las azucareras del siglo XX. Desde el siglo XIX ya había poblados construidos por y adscritos a grandes fábricas a través del mundo industrializado. Por ejemplo, la fábrica de chocolate Menier en Noisel-sur-Marne hizo a principios del siglo XIX un poblado a gran escala para sus trabajadores, rodeando un gran “chateau” o castillo para sus dueños en los predios de la compañía. Pueblos como Hershey, Pennsylvania fueron creados por estos complicados sistemas urbanos de control y discriminación. En América Latina, la United Fruit hizo poblados en Costa Rica, Panamá, Honduras y sobre todo, en Cuba. Los poblados de Cuba se asemejaron mucho a los “company town” de Aguirre, Guánica y Fajardo. En ellos, al igual que aquí, se trazaba una línea muy clara entre los que eran norteamericanos o europeos y los nativos.

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Las centrales, y en especial Aguirre y Guánica crearon dentro de su perímetro grandes enclaves, con un carácter urbano reminiscente de los pueblos de su lugar de origen, combinado con su propia interpretación de un paraíso tropical aislado de todo contacto con los nativos. Dentro de ellos, esos americanos, que venían a establecer y correr esas impresionantes y desarrolladas corporaciones, vivían aislados en un ambiente de exuberancia tropical con todos los adelantos del momento. No tenían que salir de sus poblados a nada, y muchos de ellos no lo hicieron. Los puertorriqueños no eran iguales, y estos poblados sirvieron para sellar esta brecha en piedra. Sobre la parte más alta del complejo de Aguirre, estaba la “Casa Grande” del presidente de la compañía, en un lote amplio, de corte idílico, repitiendo el aire aristocrático de las grandes casonas de las plantaciones del sur de Estados Unidos. Parecía trasplantada de aquel lugar. En ella, los dueños de la central disfrutaban de opulencia y privilegio y eran centro de actividades para la élite de los poblados. Su escala era muy grande y su arquitectura diferente comparada con las mansiones de la gente adinerada de la isla a principios de siglo, como lo es la Casa Cautiño de Guayama. Aunque en Aguirre la casa estaba construida de madera, daba la impresión de gran poder y riqueza al estilo USA. A su alrededor, se construían casas de escala un poco más modesta, pero aún de tamaño considerable. Éstas correspondían al próximo nivel de casta: eran las casas de los ejecutivos norteamericanos, de estilo ”bungalow” con grandes “porches” cerrados con tela metálica, techos de cuatro o dos aguas y celosías de madera. Ellos conceptualizaban sus viviendas como parte de un “resort”. Toda esta sección ejecutiva americana en Aguirre gozaba de las mejores brisas y vivía aislada de las grandes humaradas y los ruidos de la chimenea de la central. El vecindario tenía una tranquila elegancia, al igual que sucedía en el poblado de Guánica. Más cerca del molino, aunque todavía separado del mismo, se construyeron las casas de los ejecutivos puertorriqueños. Éstas seguían el mismo vocabulario “bungalow” pero a una escala menor y de mayor sencillez. En sus líneas arquitectónicas se comenzaba a ver la segregación que era parte del raciocinio estético-discriminatorio de estos poblados. Abajo en el llano estaba Monte Soria, la comunidad de los obreros. Pero no era ésta de cualquier obrero, sino de los obreros permanentes… los fieles servidores de la empresa. En solares muy pequeños, estaban más cercanas al ruido, humo y contaminación de la central. Hechas de madera y zinc, podrían haber pasado por una casa cualquiera de un obrero asalariado permanente en Puerto Rico. El más bajo escalón en la jerarquía de la vivienda lo ocupaban los barracones, grandes filas de espacios de 12 pies por 12 pies con baños comunales y fogón al exterior. Aquí vivían los peones y trabajadores de menor importancia dentro del complejo social de las centrales. Los transitorios, los de ninguna

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importancia real, vivían en la periferia de la central en chozas, sin agua ni luz y en condiciones de extrema pobreza. De éstos, los ejecutivos estadounidenses se tenían que proteger. Pero la vivienda no era el único simbolismo segregacionista y racial. Por ejemplo, había un hermoso hotel de dos pisos para huéspedes norteamericanos y otro más humilde para los visitantes criollos o latinos. Los clubes sociales sufrían igual suerte: había uno para norteamericanos y otro para puertorriqueños. El campo de golf y la piscina eran solamente para la alta jerarquía. Había escuelas separadas: una para niños americanos y otra para puertorriqueños. Los niños de la periferia ni siquiera tenían escuela propia. Los menos, asistían a una escuelita rural en las cercanías del barrio de Aguirre en Salinas. Muchos de ellos ni siquiera imaginaban una educación, y muchísimo menos tenían ni zapatos ni ropa adecuada para poder ir a ella. La población era un pueblo con todas sus facilidades: había tiendas, oficinas médicas y de dentista, heladería, farmacia, oficina de telégrafo, restaurantes, hoteles, hospital y todas las oportunidades de hacerse un conjunto auto sostenido. Vivir en uno de estos poblados era una experiencia placentera, aún para los puertorriqueños. No sólo la vivienda y las escuelas marcaban la discriminación. Había otras facilidades como el cine, el hospital y las oficinas administrativas, cuyo uso tenía ciertas restricciones. Todo estaba estructurado para responder a la casta a la que pertenecías, eso es, todo menos la tienda. La tienda tampoco es invención de los colosos azucareros de Puerto Rico, como ya les dije. Pero, el alcance de éstas en las centrales azucareras fue un factor determinante para la condición social pésima de sus trabajadores. Éstas vendían comida, materiales de construcción, vestimenta y toda una gama de productos de consumo no esenciales. La compañía azucarera hacía uso de la tienda de dos maneras: primero, ella deducía de los cheques semanales el monto de parte de las compras del trabajador, y de esta manera éste quedaba atrapado a seguir trabajando con ellos por la deuda contraída. Por otro lado, durante el tiempo muerto post-zafra, la única manera de sobrevivir de muchos de ellos era la tienda de la compañía. El obrero se veía obligado a trabajar la próxima temporada para pagar la deuda. Así la firma garantizaba una fuerza de trabajo estable. Ni siquiera tenía esta tienda que recurrir a establecer precios discriminatorios, el control ya estaba dado. Las maneras de coaccionar a los trabajadores llegaba tan lejos como para exigirles pagar las deudas de sus parientes. En un archivo de la Central Aguirre en ACCUPR apareció un recibo, firmado por dos hermanos, haciéndose responsables de pagar la deuda de su padre, de paradero desconocido. Acordaron hacerlo y firmaron un papel que formalizaba que les sería descontado el 10% de su salario semanal hasta liquidar la misma.

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Un caso de total desprecio por el bienestar de los trabajadores fue el caso de Macho Oscuro. Este barrio de trabajadores de la caña en el que vivían en gran miseria, había invadido un predio del gobierno y era habitado por los grupos más indigentes. En 1928, Aguirre decidió extender su perímetro de seguridad que lo aislaba de Puerto Rico y adquirió la propiedad del gobierno por el 52% de su valor real. Le dio $15 dólares a cada familia para que se relocalizara, pero con tan miserable cantidad no les quedaba otro remedio que comprar, a crédito, los materiales de construcción para sus nuevas chozas en la tienda de la compañía. El obrero se endeudaba aún más. El desglose de algunas de las cuentas de esta gestión hace evidente que fue un doble abuso. La institución del “company town” fue un microcosmo de la realidad social puertorriqueña bajo el dominio americano. Los puertorriqueños se percibían como seres inferiores, incapaces de realizar labores de complejidad. Esta discriminación no sólo existía en las centrales azucareras. La clasificación tan rígida de las castas en Aguirre fue un reflejo de la sociedad puertorriqueña en ese momento. Y el puertorriqueño se sentía traicionado y su resentimiento no se iría con un par de pesos. Diría Rexford Tugwell en 1946: “Me sorprendí al conocer que los puertorriqueños sentían que habían sido maltratados por los Estados Unidos. Esto era para casi todos ellos una realidad, aunque tuviesen la razón o meramente sentimientos al respecto. Y todos hablaban a menudo de la misma manera, con gran amargura, de nuestra política. A veces oí hablar del imperialismo yanqui en tales términos de odio, que sólo podría generarse de un miedo penetrante.” Los sueños utópicos de la americanización habían chocado con la realidad. Para los años treinta, el azúcar se encontraba en crisis, el país era parte de la gran depresión económica mundial, pero azotada con mayor intensidad. Hubo gran resistencia e insurgencia laboral a través de toda la isla y el gobierno contestaba con represión. El ingreso promedio bajó en un 30% y los precios de los artículos de primera necesidad se dispararon hacia arriba. Más de 350,000 trabajadores estaban desempleados, los más altos números en la historia de la isla. La violencia se hizo dueña de muchas situaciones. El gobierno ni sabía ni quería saber cómo controlar los disturbios, que no fuera con la fuerza. Muy pesimista, Tugwell de nuevo pone el dedo en la llaga: “Ellos querían desesperadamente algo más… solamente más para comer y un poco más de diversión… el alivio era algo que el Congreso obligaba a Puerto Rico a mendigar, fuertemente y en las formas más asqueantes, como los mendigos piden en las puertas de la iglesia.” Muñoz Marín le hace eco: “La bandera americana encontró a Puerto Rico sin un centavo, pero conforme. Ahora ondea sobre una fábrica próspera trabajada por esclavos que han perdido sus tierras y pueden pronto perder sus guitarras y sus canciones…El margen entre lo que tienen y lo que se pueden imaginar se ha expandido monstruosamente, mientras hay más escuelas para sus niños hambrientos y más carreteras para sus pies descalzos, su destino es decididamente más estrecho ahora que cuando éramos parte y parcela de una de las más interesantes e incompetentes nacionalidades del mundo.”

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Las grandes corporaciones azucareras: Aguirre, Guánica y Fajardo- no habían puesto el bienestar de los puertorriqueños ni en la parte más mínima de su ecuación. Más bien fueron grandes fábricas de hacer dinero, que repatriaban a los Estados Unidos y no contribuían nada a la economía frágil puertorriqueña, con la resultante de gran pobreza y la falta de opciones. La “americanización” se convirtió en una caricatura para los puertorriqueños, y su muerte fue tejida en gran parte por las manos del azúcar. Le correspondería tocar fondo al pueblo puertorriqueño para que su realidad fuese aceptada por el gobierno de Estados Unidos y no fue hasta los años treinta que se desarrollaron planes a largo plazo para mejorar el lote de los no “americanizados”. ¿Podría uno imaginarse una situación más predeterminada para el desastre? ¿Hacer grandes promesas de autodeterminación y democracia y sólo entregarlas a la corrupción y a monopolios? ¿Hacer una inversión tan masiva y limitarla a un sector de la economía, estrangulando las más básicas formas de diversidad económica y competencia? ¿Patrocinar lo que en esencia era un genocidio cultural? Aunque inimaginable, la aventura americana fue precisamente eso: un caso clásico de ambición imperial, de avaricia corporativa y de desastre colonial. El camino de regreso fue muy espinoso. De la misma manera en que Don Quijote luchó contra molinos que imaginaba eran gigantes, así Puerto Rico fue forzado a pelear con gigantes que en realidad eran molinos y por más de treinta años les fue concedido el mismo destino que el del caballero de La Mancha.

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Bocetos del Mural La Represa

Del genio del ingenio a La Perla

Mural La Represa

Prof. Edgardo Rodríguez Juliá

A comienzos del siglo XIX, entre 1804 y 1810, los versos de William Blake, en el poema And did those feet, resonaron con la tronante voz de la profecía. Blake se preguntaba en el poema si la Nueva Jerusalén, la profecía del bien y la igualdad sobre la faz de la tierra, la estancia de Jesús con José de Arimatea, según la leyenda, en la Inglaterra antigua, sería posible en la campiña inglesa, ya marcada por la cicatriz de los Satanic Mills, los molinos y chimeneas de la Revolución Industrial y una visión mecanicista del progreso humano. La máquina hacía su aparición y con ella los profetas de una gran catástrofe moral. El movimiento luddista, creado hacia la segunda década de ese siglo, consideraría la maquinaria un objeto demoníaco que merecía ser destruido. Este movimiento, que coincide con los comienzos del sindicalismo, generó la destrucción de maquinarias en la industria textil y causó la deportación de obreros o su muerte en la horca. El fundador del movimiento, Robert Ludd, se rebeló ante la desaparición de unos modos ancestrales de producción, identificados con el trabajo artesanal, sometidos a la violencia de la industrialización. La fragilidad de estos modos ancestrales sería como la delicadeza del Lamb, del cordero de Dios de William Blake, ante la fuerza diabólica de los nuevos tiempos. La progresiva mecanización del trabajo sería capaz de alienar al ser humano, convertirlo en parte de un engranaje que lo esclavizaría, y sobre el cual ya no tendría dominio. A comienzos del siglo XX, un siglo después de las invectivas de William Blake contra los molinos satánicos, el escritor puertorriqueño Ramón Juliá Marín, en su novela

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La Gleba, retrataría la transformación del ancestral trapiche o ingenio meladero en la voraz Central azucarera. La caña de azúcar se extendía sobre la campiña puertorriqueña y se erigían las llamadas centrales, con su imponente y progresiva mecanización de la molienda y la avasalladora industrialización de todo ese sector agrícola, convirtiendo al jíbaro en peón de las colonias cañeras y las centrales, un ser enajenado, precisamente, respecto de una tierra bonancible que le daba sustento, sometido, ahora, a la esclavitud de su repentina proletarización. De esta separación del jíbaro de su conuco o jaragual —ya fuera ensoñado por el incipiente criollismo o con fundamento real en la distribución de la tierra a fines del Siglo XIX— se fue creando la visión

La Gleba

albizuista de la vieja felicidad colectiva: el jíbaro fue arrebatado de su parcela en el mundo rural y lanzado al engranaje de una producción azucarera de tipo industrial. En la portada de la novela La Gleba, edición de 1912, aparece un cuadro del pintor Julio T. Martínez titulado El genio del ingenio. Juliá Marín quiso utilizar ese cuadro para la portada porque bien ilustraba la temática de la novela. En este lienzo se representa el “molino satánico” de la central devorando las vidas del peonaje. El “genio” de la Central azucarera ha salido en forma de humo por la chimenea; hacia el primer plano, aparece esta monstruosidad mecánica, mitad hombre y mitad máquina, y que exprime, sobre un tacho de mieles, la figura derrotada, abatida y desfallecida, del picador de caña. A la derecha, abajo, aparece el bohío del campesino puertorriqueño, asediado por el avasallante asentamiento de la Central. (1) En Juliá Marín, lo mismo que en José Martí cuando nos describe la inauguración del Puente de Brooklyn, hay una evidente mezcla de sobrecogimiento ante la maquinaria industrial, producto de la atracción, y, al mismo tiempo, el temor que resulta de una mentalidad conservadora. Estos escritores, tan a mitad de camino entre la modernidad y el pasado, afectaban esta irresolución entre el mundo que conocían y el futuro apenas imaginado. Juliá Marín nos relata el asentamiento de la Central: “El sueño de la “Central” se había realizado. El edificio de la maquinaria erguíase adusto en un pedazo de vega triangular donde se verifica el cruce de las carreteras de Adjuntas y Arecibo. Crujieron los engranajes, silbaron los escapes de vapor, una densa columna de humo gris brotó de la chimenea y el pueblo entero se aglomeró en el terraplén para admirar al coloso.” Notemos que el humo gris del genio del ingenio, visto como malévolo en la portada de la novela, aquí se convierte en un coloso triunfal que reclama y obtiene la admiración del pueblo. Centrales Azucareras a Principios del Siglo XX

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Más adelante, el autor recae en la evocación nostálgica de modos superados de la producción cañera. Su mirada delata cierta preferencia por una molienda de la caña que fuera menos brutal, menos férrea, menos mecánica y diseñada según el acero, más cónsona con las maderas producidas por la campiña puertorriqueña. Así nos describe el trapiche meladero: “Eran unos grandes ranchones, redondos, techados de zinc, sin cerca, semejantes a una carpa. En su construcción entraban maderas ricas como el capá, ausubo y moralón.” Juliá Marín expresa su asombro y rechazo, ante la tecnología de su momento, de la siguiente manera: “La mecánica ha realizado sus mayores prodigios en la primera década del siglo XX.” Más adelante, en el mismo párrafo, expresa sus dudas: “Luego la mecánica es un signo de vida y un signo de muerte al mismo tiempo.” Más adelante remata así el segundo párrafo del quinto capítulo, el dedicado a la Central: “El ruido de los cilindros, de los engranajes, de las poleas y de los escapes, formado por cien distintos sonidos, que se amalgaman en el confuso torbellino del tumultuoso rodaje en movimiento, produce la alegría de un himno y el temor de una tempestad. Admiración y terror poseen el alma.” Este capítulo llega a su culminación temática, la máquina voraz convertida en símbolo de muerte para el paisanaje rural, con este párrafo que sitúa la acción en un pasado reciente para Juliá Marín, lo cual convierte el pasaje en crónica, mientras que, para nosotros, y con el correr de los años, éste se ha transformado en Historia. La precisión en la fecha es parte de la magia de este párrafo ejemplar: “El día 20 de marzo de 1906, a las once y media de la mañana se sintió en la ciudad una gran conmoción, como las que producen los grandes temblores de tierra, seguida de fuertes detonaciones. Enterados los habitantes de que algo muy raro ocurría en la “central” se dirigieron hacia allá, presenciando al llegar uno de los más dolorosos siniestros. Una velocidad loca se había iniciado en la centrifugadora. El mecánico, al notarlo, acudió a evitar la catástrofe. Pero ya era tarde: las volantas, destrozadas por la presión del aire, volaban en multitud de pesados fragmentos, agujereando el techo y las paredes los que encontraron campo expedito; los otros llovieron sobre el infeliz mecánico, mutilándolo horriblemente. EL cráneo, como si hubiera sido cortado a serrucho, fue a caer al piso de los tachos; abajo se encontró un montón de pingajos sanguinolentos, tronchados, magullados, triturados.” Pero esta crónica convertida en documento histórico, que así resulta a la postre La Gleba de Juliá Marín, nos revela otro tránsito entre la campiña ensoñada y la enajenación camino a la ciudad, entre la vida de la tierra y la maquinaria social y económica que la destruye. Porque La Gleba es también el testimonio del barrio rural camino a la barriada suburbana, ese tipo de asentamiento que se generó espontáneamente en torno al peonaje de las centrales, Así nos describe nuestro autor la barriada marginal… “ la gente extraña, empleada en las obras de la “Central”, imponiendo sus modos y costumbres; el ambiente social, cargándose cada vez más con el vaho del vicio; la prostitución progresando a sus anchas en los barrios bajos, donde llegaba el sobrante de los jornales amasados con sudor, convertidos en embriaguez y lujuria.”

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Son espacios hacinados, incitadores del incesto, la violación, el brutal abuso contra las mujeres a causa del consumo de alcohol. La barriada, sin embargo, no deja de tener el signo de una convivencia pobre y a la vez digna. Nos relata y describe Juliá Marín: “En las casitas del recodo había entonces tiendas, bodegones, puestos de pan y verdura, herrerías, barberías y unas cuantas industrias más; pero la mayor parte estaba destinada a vivienda de gente pobre empleada en la “central”.” (2) (Sector Playita) *** En su épica teatral titulada La carreta, René Marqués, nuestro más reconocido escritor de mediados de siglo XX, nos narra y describe, también dramatiza, la culminación de ese tránsito del campo a la barriada y, como remate temático y humano de esa jornada, al Bronx niuyorkino. Resulta curioso cómo René Marqués, en 1953, cuarenta y siete años después del accidente en la central narrado en La Gleba, y cuarenta y un años después de la publicación de la misma, aclara en las acotaciones de la primera estampa, la del campo, la distinción entre barrio y barriada. Nos dice, con esa meticulosidad que lo caracterizó como dramaturgo: “Barrio es una unidad rural de la municipalidad puertorriqueña… Para denominar los barrios urbanos regularmente se usa el término barriada.” decir, La carreta fue escrita en los Es tiempos de las barriadas, cuando ya iba transformándose para siempre el Puerto Rico rural y el paisaje puertorriqueño ya se había asentado en las márgenes de la ciudad, en la barriada y también en el mísero arrabal. La carreta es la crónica de esa jornada que termina en los niuyores, así como La Gleba fue la historia de la jornada anterior, la del pequeño terrateniente, parcelero o agregao convertido en proletario. Como la Flor de María en La Gleba, Luis, el personaje trágico de La carreta, resume ese viaje trágico que comenzó en un barrio rural de San Juan y terminó en el Bronx, pasando por La Perla. Su hermana Juanita intenta suicidarse lanzándose al mar del fuerte San Cristóbal; al acecho de Luis estará esa máquina que ya Escena de La Carreta habíamos olvidado, el genio del ingenio que finalmente lo alcanza y destruye en Nueva York. El hacinamiento y la miseria que nos describió Juliá Marín en La Gleba culmina tanto en La Perla como en el Bronx.

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Escena de La Carreta

En la Segunda Estampa René Marqués nos ambienta en La Perla, y así la describe: “La Perla, arrabal al pie de las viejas fortificaciones del Morro en San Juan”… Notemos que no habla de la barriada La Perla, como se le ha conocido desde hace tiempo por su ancestral asentamiento suburbano al pie de la ciudad. Para lograr los mejores efectos dramáticos, hay que acentuar su transitoriedad y miseria, no su antigüedad. Así nos habla del arrabal, que era como se conocía a los asentamientos más miserables cercanos a la ciudad, como el lacustre El Fanguito, en el caño sanjuanero que abre a la bahía. La Perla, pienso yo que entendería Marqués, era demasiado urbana para ser barriada, que, en todo caso, aún tenía connotaciones de asentamiento a mitad de camino entre la ruralía y el pueblo.

El arrabal es el sitio de la miseria entre el campo y la ciudad; por lo tanto, La Perla es considerada por Marqués un arrabal. El término es sumamente dramático, denota una miseria moral, nos recuerda la descripción que hizo el médico irlandés Francis O’Connor cuando visitó esa comunidad extramuros en 1927. Según O’Connor, La Perla de aquel entonces era un paisaje urbano sacado de las páginas en que Dickens describe las lacras de la triunfante Revolución Industrial, para O’Connor un retrato de la humanidad en su forma más degradada. (3 y 4, los personajes y la escenografía de La carreta) Esos años cincuenta fueron de “optimismo político y pesimismo literario”, según el propio René Marqués señaló en su polémico ensayo de 1958. A la vez que se construían las bases de nuestra modernidad, los primeros diez años del Estado Libre Asociado, el puertorriqueño tendría que emigrar al Norte para sostener aquel progreso, aliviar la presión demográfica sobre el desarrollo. Luis, el personaje de La carreta, el hijo más desgraciado de Doña Gabriela, terminará sus días en Nueva York como víctima de una genérica máquina que representa simbólicamente todo aquel llamado progreso. El hacinamiento resulta insoportable en La Perla: es necesario emigrar a Nueva York. En este parlamento Doña Isa nos habla de la transformación del arrabal: “Tú no lo creerás, pero esto no se paresía a lo que es hoy. Hasta bonito era con las murallas españolas, el faro, las garitas, el mar. Luego, casi sin darnos cuenta, nos fue arropando esta cosa horrible. Llegaban más, y más. Y el pedasito de tierra no cresía. Cambió la gente, cambió el mar, cambió el aire.” Más adelante, en un diálogo entre el escritor Paco y Luis, vemos la veneración de este último por las máquinas: “Son una máquinah ehtupendah, ¿verdad? ¿Le guhta el ruido de las máquinah?” Luis sigue elogiando la máquina y el progreso; vemos aquí ese mismo asombro que nos describe Juliá Marín en

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La Gleba. Luego, en respuesta a las palabras de Juanita, pregunta: “Qué te ha dao a ti con lah máquinah? ¿Qué jaríamoh si no fuera por ellah, ah? Lah máquinah noh dan la vía.” Ante las objeciones de Paco, su visión de la máquina como mero instrumento de trabajo, Luis riposta: “¿Pero uhté sabe lo que eh una máquina? No, no sabe ná. Una máquina eh una cosa tremenda. Eh como un milagro…” Entonces añade: “Uno nunca acaba de conoserla. ¿Se fija por qué digo que eh una maravilla?” Juanita intenta convencerlo de los peligros de la máquina: “Sí lo encontraráh. ¡El tesoro ehcondío por Juan Bobo en la barriga de la caldera de acero”… Juanita remata así su argumento: “Lah pihtolah que hase poco dispararon seih tiroh en el piso de arriba son máquinah. ¿No se te había pasao eso por la mente? Sí, son máquinah. ¿Y dónde ehtá la vida que ellah dieron?” Todo esto hoy nos parece algo ingenuo, parte de ese luddismo que vivía agazapado en la ideología conservadora del nacionalismo, lo mismo de Albizu Campos que de René Marqués. No olvidemos que a la vez que Marqués escribía estos parlamentos, se generaba en Puerto Rico el optimismo de Fomento Económico, la operación Manos a la Obra simbolizada por el musculoso hombre descamisado que empuja el engranaje, la volanta dentada del progreso. Era el emblema colocado en todas las fábricas de Fomento Económico que llegaron para substituir las antiguas centrales azucareras. El principal propagandista pictórico de ese optimismo, como bien ha señalado Ángel Quintero Rivera , fue el muralista Rafael Ríos Rey, pintor que formándose en el muralismo mexicano, consagró, en grandes y heroicos panoramas, aquel canto estadolibrista al progreso. (Ilustraciones 5, 6 y 7.) Resulta interesante cómo Ríos Rey tomó del muralismo mexicano la visión más optimista respecto de la máquina. Recordemos que la visión pictórica de José Clemente Orozco sobre la industrialización siempre fue más pesimista, oscura y tétrica que la de Diego Rivera. De todos modos, en nuestra plástica la rueda del progreso, el engranaje de la modernidad, ya había quedado representado en un sello conmemorativo, diseñado por Irene Delano durante el segundo lustro de los años cuarenta; este sello nos muestra a un jíbaro de mirada ingenua frente a una volanta, el engranaje colocado sobre un bucólico campo verde. Pero ese antecedente del entusiasmo de Ríos Rey por la rueda dentada, también recibió como influencia ¡qué duda cabe!, el compromiso de la izquierda histórica con la industrialización de la sociedad, como paso necesario hacia una sociedad más justa. Parkington, personaje siniestro que encarna la propaganda del progreso como parte del llamado Comité Pro Mejora de los Puertorriqueños, proclama: “Los puertorriqueños tienen que orientarse en esta civilización mecanizada. Tienen que acabar con las supersticiones y la idolatría. Tienen que conocer el mundo de las máquinas.” Poco después del discurso propagandista de Parkington, ocurre el accidente que le quita la vida a Luis. El mismo Parkington trae las terribles noticias: “Pero señorita si no me deja usted hablar. Pues resulta que un obrero estaba examinando

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el interior de una de las máquinas. La máquina empezó a funcionar y el hombre quedó atrapado entre las mil piezas de acero que siguieron moviéndose a toda velocidad. El cuerpo del infeliz…” Juanita añade el epílogo: “El huérfano encontró lo que buhcaba, madre. Luis dehcubrió al fin el misterio de lah maquinah que dan vida.” René Marqués concluyó la obra con un proyectado regreso al campo, a la tierra. Sabemos que esa profecía no se ha cumplido en el Puerto Rico moderno, sino todo lo contrario. Quizás es tiempo de entender que ese correlato objetivo, ese símbolo que René Marqués creó con tanta pasión literaria, la máquina que trituró a Luis, es una cantidad desconocida que ha ido creciendo malignamente, como un geniecillo malévolo que una vez destapado su frasco, o chimenea, ya no puede ser devuelto a su sitio, nuevamente confinado. La modernidad tiene eso: emparentada con la promesa del porvenir, la obsesión del futuro, es tan incontrolable como el mismísimo tiempo histórico. Prostitución, alcohol, hacinamiento urbano y suburbano, violencia doméstica, criminalidad rampante, el cinismo de los políticos al uso y costumbre. Todo eso está en La Gleba y en La carreta. El progreso ha sido para llegar al mismo sitio. Sólo nos faltaba la droga y su tráfico para completar la maquinaria atroz. A la vez que hemos alcanzado un innegable bienestar, nuestro asombro que no cesa ante el progreso, vivimos el terror ante esa maquinaria que corre sola y sin control, esa bestia ahí escondida cuya respiración se escucha, en eso que vagamente conocemos, nuestra atribulada sociedad actual.

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Biografías de los conferenciantes

Dr. Guillermo Baralt Historiador y humanista, posee un Doctorado de la Universidad de Chicago (1976). Su tesis versó sobre las conspiraciones de esclavos en Puerto Rico, siendo publicada en 1982 por Ediciones Huracán, bajo el título de Esclavos Rebeldes. Este libro fue galardonado en 1983 por el Pen Club de Puerto Rico, que lo calificó como el “mejor ensayo histórico de ese año”. El Dr. Baralt es catedrático del Departamento de historia de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras. Otras publicaciones que tiene a su haber son; Azúcar y esclavitud en Toa Baja (1983); Yauco o las minas de oro cafetaleras (1984), y La Buena Vista: estancia de frutos menores, fábrica de harina de maíz y hacienda cafetalera (1988). Este último ensayo histórico recibió el premio Elsa Goveia que otorga la Asociación de Historiadores del Caribe (1988-1991). Como reconocimiento, la North Carolina University Press publicó este libro bajo el título en inglés Buena Vista: Life and Work on a Puerto Rican Hacienda, 1833-1904. Además fue laureado por el Pen Club de Puerto Rico en 1991. En 1993 publicó Tradición de Futuro: un siglo de historia del Banco Popular de Puerto Rico, obra que se publicó en inglés bajo el título Tradition into the Future. Tres años más tarde dio a conocer Desde el mirador de Próspero: la vida de Luis A.Ferré. 1904-1968, Tomo I, y poco después La razón del equilibrio: La vida de Luis A.Ferré 1968-1998, Tomo. II. Años más tarde publicó Al servicio de mi tierra: Historia de El Nuevo Día 1909-1999; Historia del Tribunal Federal en Puerto Rico: 1899-1999 que también se publicó en inglés bajo el título History of the Federal Court in Puerto Rico 1899-1999 y Recuerdos del Porvenir: Historia del Sistema Universitario Ana G. Méndez. El Dr. Baralt ha publicado también Slave Revolts in Puerto Rico y Una de cal y otra de arena: Panorama histórico de la Construcción en Puerto Rico, 1493-2004 en 2008.

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Prof. Ivor Hernández Llanes Historiador e investigador, posee estudios doctorales con concentración en historia del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe (en progreso). Su tesis doctoral es Del Abacoa al Caricaboa. La posible emigración precolombina de Arecibo a Jayuya. Ha publicado parte de su trabajo investigativo en el libro Santa Bárbara, Hato, Hacienda y Central, Otra mirada a la historia de Jayuya desde la prehistoria hasta el año 1948. Ha sido presidente de la Sociedad Arqueológica del Interior, Centro Cultural Jayuyano, Patronato del Parque Ceremonial Indígena de Caguana y Vicepresidente del Consejo para la Protección del Patrimonio Arqueológico Terrestre de Puerto Rico. Además ha dictado múltiples conferencias sobre Prehistoria, Historia, Arte y Mitología en universidades y escuelas de Puerto Rico. El Prof. Hernández ha ocupado los siguientes puestos en el Instituto de Cultura Puertorriqueña: Asesor Programático General; Director Ejecutivo Auxiliar y Director del Programa de Promoción Cultural en los pueblos. Actualmente se desempeña como Investigador, Supervisor de Laboratorio y Campo de H.O. Servicios Arqueológicos.

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Dr. Félix Rey Huertas González Historiador y humanista, posee un Doctorado en Historia de Puerto Rico del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Su labor docente la ha llevado a cabo en la Universidad del Turabo, la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Ha dictado conferencias en torno a la construcción de imaginarios colectivos y relaciones deportivas internacionales. Acaba de publicar un libro titulado: Puerto Rico y su presencia deportiva internacional (1930-1950). Ha sido invitado por la prestigiosa Asociación de Historiadores del Caribe para dictar una conferencia en Jamaica (2009) sobre las relaciones deportivas de Puerto Rico en el Caribe.. Actualmente investiga sobre la importancia de la participación femenina en el deporte de la Isla. Recientemente ha hecho investigaciones sobre la central azucarera en el pueblo de San Lorenzo y es también autor del libro Deporte e Identidad.

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Prof. Juan David Hernández Historiador e investigador, posee estudios doctorales en Historia de la Universidad Interamericana de Puerto Rico y actualmente es el historiador oficial del Departamento de Cultura del Municipio Autónomo de Caguas. Es Profesor en la Universidad del Turabo y ha dictado varias conferencias en la Asociación de Historiadores, el Encuentro de arqueólogos en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, la Universidad Interamericana de Puerto Rico, y la Universidad del Turabo. Sus conferencias han sido publicadas en diferentes periódicos y revistas de la Isla. Algunos de los temas investigados han sido Desarrollo Urbano de Caguas 1895-1919; Azúcar, Esclavos y Barracones; Caguas Ciudad Centenaria; Origines del Criollo de Caguas; y Del azúcar moscabado al azúcar refinada: Caguas fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

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Olga Badillo Vallés Arquitecta e historiadora está cursando el Doctorado en Historia en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. Posee además una Maestría en Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, una Maestría en Historia de California State University, y otra Maestría en Urbanismo de la Universidad de Puerto Rico. Actualmente se desempeña como arquitecta en la práctica privada y ha trabajado con el Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico. La Prof. Badillo enseña en la Universidad Politécnica de Puerto Rico y en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras. Ha realizado investigaciones sobre las centrales azucareras y las luchas entre las corporaciones azucareras americanas y la trayectoria histórica de los “company towns” y su aplicación a las corporaciones azucareras en Puerto Rico.

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Edgardo Rodríguez Juliá Es Catedrático jubilado de Historia de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Ha publicado seis novelas y catorce libros de crónicas y ensayos. En 1974 publica su primera novela, La renuncia del héroe Baltasar. Su segunda novela, La noche oscura del Niño Avilés, de 1984, fue publicada en francés, por Ediciones Belfond de París, en 1991. Ha publicado los siguientes libros de crónicas y ensayos: Las tribulaciones de Jonás, 1981; El entierro de Cortijo, 1983; Una noche con Iris Chacón, 1986; Campeche, o los diablejos de la melancolía, 1986; Puertorriqueños, 1988; El cruce de la Bahía de Guánica, 1987. En 1986 recibió una Beca Guggenhein de Literatura. En 1992 fue primer finalista del Premio Planeta-Joaquín Mortiz con su novela Cartagena. En 1993 fue primer finalista del Concurso Internacional de Novela “Francisco Herrera Luque” con El camino de Yyaloide, editada por Grijalbo en 1994. En 1995 ganó dicho concurso con la novela Sol de Medianoche, novela también galardonada con el Premio Bolívar Pagán del Instituto de Literatura de Puerto Rico en el 2001. Sus obras más recientes son Elogio de la fonda, 2000, Caribeños, 2002 y Mapa de una pasión literaria (2003). El entierro de Cortijo ha sido recién traducido por Duke University Press con el título de Cortijo’s Wake y al francés por Éditions L’Harmattan. El año próximo Wisconsin University Press publicará en traducción de Andrew Hurley La noche oscura del Niño Avilés y una guía literaria de San Juan, publicada en 2005 y titulada, San Juan, ciudad soñada. Su más reciente novela es Mujer con sombrero panamá., de 2004, editada en España por Mondadori y premiada por el Instituto de Literatura Puertorriqueña como la mejor novela del año. Desde 1999 Edgardo Rodríguez Juliá es miembro de número de la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española. En el 2006 fue nombrado Profesor Distinguido en el Conservatorio de Música de Puerto Rico. Desde 2007 es Escritor Residente de la Universidad del Turabo. También ha dictado cátedra, como Profesor Visitante, en la Florida International University. En esta universidad ha tenido a su cargo cursos de Composición Literaria y un curso graduado sobre Literatura Antillana. Actualmente dirige la Colección Antología Personal en La Editorial de la Universidad de Puerto Rico y dirige la revista La Torre. En 2009 publica con Beatriz Viterbo de Argentina su Antología Personal de crónicas, titulada La nave del olvido.

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