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Quimiorrelatos I
Introducción Ingenio, ironía, dulzura, dolor… son algunos de los ingredientes con los que Fabián Belo amalgama sus obras, esas que nunca dejan indiferente, esas que requieren al lector mucho más que la simple apertura de sus ojos. No es una obra para leer de un tirón. Sugeriría dejarla en la mesilla de noche para ser degustada de a poco, para disfrutar de la imaginación desbordante que nos mueve como líquido libre y nos estrella sin remisión a esos finales desconcertantes donde parece, que nada es lo que parece… o si, como diría el propio autor. Quimiorrelatos es la segunda entrega de lo que pretende ser una saga al más puro estilo Fabián Belo. Emprender el vuelo de sus prosas desde el mismo verbo en el que les dio vida, es sumergirse en un mundo desbordado de sensaciones, es participar de una denuncia constante y clara de una sociedad que da mucho juego. Es fantasear con cuentos inocentes rompiendo esquemas sin piedad y sin pudor… dicho sea de paso. Es encontrarte al antihéroe coronado y al héroe destronado. En definitiva, una delicia que permanecerá en la mente del lector y que seguramente le hará disfrutar, no sólo por el contenido en muchas ocasiones apabullante, sino también por la forma.
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La riqueza léxica, los juegos de palabras, las metáforas y otros elementos a descubrir, dejan una huella en la memoria muy difícil de olvidar.
Ana Madariaga Puig
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Dedicatorias A mi madre, a mi hermano. A mi hija. A Ana.
Agradecimientos Tal y como ya lo hiciese en mi primera publicación, agradezco a James Mustaine, también conocido como Mustaine Reloaded quien supo ser yo mismo a la hora de escribir. Tampoco esta vez quiero pasar por alto a Loser, mi gato persa de 11 años, quien jamás me ha fallado…bah; últimamente se ha puesto algo insoportable a causa de la edad, pero siempre; impertérrito, a los pies de mi inspiración y sobre todo, soledades. La confección de este libro lleva tiempo, en tal lapso; Loser ha muerto y se ha llevado un trozo importante de mi vida, algo que me corresponde vivir solo a mí.
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Tócala De Nuevo, Andy -¿Y ahora a dónde vamos papá? -No paras quieto… Creo que mejor nos vamos a casa que ya se ha hecho de noche. -Mmmh, anda, pillemos un par de helados antes de subir. -Bueeeeeno. Último de los tres días de licencia que Fabián había pedido en la fábrica donde trabajaba para dedicarle todo el tiempo a su pequeño y único hijo de apenas un lustro de edad. Aún no había pasado un año desde la triste e inesperada partida de su madre, víctima incruenta del abuso de sustancias, y el infante no daba muestras de superar lo ocurrido, todo lo contrario; parecía que el tiempo en vez de sanar lo sumía en la más profunda depresión pueril que puede llegar a ser de lo más terrorífico ya que escapa a la exacta medición de mentes adultas. De cualquier cálculo. Fabián trazaba un paralelismo de idénticas reacciones pero con la ingrata tarea de asumir el rol de persona mayor, de ser el espíritu de experiencia, la esperanza, de estabilidad, fuerza, amor y vida. Difícil tarea la de ambos. Afán. El día que llegaba a su fin había tenido de todo, enfocado primordialmente a detalles que hacían a satisfacer nuevas experiencias en el pequeño Agustín.
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Repitieron actividades como visitar el zoológico, retozar en los videojuegos gigantes del centro comercial, engullir hamburguesa gigante con incalculables litros de grasa y Sprite, dar de comer a los cisnes y gansos del parque, ver el entrenamiento del equipo de fútbol local, reírse de los gordos traseros de las marujas limpiando balcones…, y tantas otras manifestaciones que por su corta duración no merece la pena nombrar. También fue día de estrenos, no sacaron más que un trozo de red y numerosos condones usados; pero el mar los aceptó para verlos pescar. Sin dudas fue lo que más disfrutó Agustín de todo el día. Fabián también accedió a comprarle el horrendo G.I. JOE que gesticula y habla mientras ametralla a enemigos imaginarios, un póster de Vin Diesel y el infaltable iPod. Con todo esto, los helados y pocos artilugios más, penetraron el salón domiciliario del noveno piso de edificio en avenida principal de mugrosa ciudad y pestilente país. Mundo pútrido, descompuesto. En medio de la insondable pena que los embargaba, padre e hijo estaban bastante conformes por haber tenido tanto tiempo seguido para ellos solos, de hecho el niño sólo había tenido cuatro crisis de llanto en lo que iba de día, nada comparado a las diez o doce de costumbre. Cuánto la echaban de menos. Difunta drogadicta. Fabián desparramó grasas y crines en el sillón más grande y a la distancia promovió la invasión de riffs de la mano y voz de
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recopilación de “Stormwitch”, también conocidos como “The Masters Of Black Romantic”. El azar eligió “Tears From The Firelight” en “repeat mode”: …Tears by the firelight, he won't be home tonight The Royal order reached him now to fight for the land Eyes at the window-pane, staring through pouring rain All the room is cold and grey, the fire burns bright Every night there is no one beside She's counting the hours, the memories burn Day after day all her thoughts slip away She waits for the one to return… … -Agustín, ven aquí. Trae tu helado y acábatelo sentado en mi regazo. La criatura obedeció al instante e intentó acurrucarse sin tumbar el escurridizo helado. Fresa y chocolate. Fabián encendió un cigarro, Marlboro Lights edición limitada que traía un código para el sorteo de unas entradas a algún Gran Premio de Fórmula-1 y una tan feroz como inocua advertencia “Fumar produce cáncer”…
…Almost a year has gone, the battles are raging on She has got no sign of life, no news at all She wants to know his stand far in the foreign land For King and Country he has left, the King's sleeping tight… … -¿Te molesta mucho el humo Agus? 6
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-No… ¿te importa si vuelvo a llorar? -Llora hijo, llora. Fabián se unió al llanto de su hijo, sollozos apenas audibles que parecían brotar al unísono para combinar casi a la perfección con la desgarradora canción que en lenguaje foráneo partía en dos una parte del silencio. Cayó la primera ceniza junto a las gotas de helado decorando el atosigado sillón. Agustín apoyó su mejilla con fuerza en el pecho de su progenitor buscando sentir los latidos de la pena de su corazón. Sincronizó los pulsos… …Every night there is no one beside Tears by the firelight, he won't be home tonight Sparks of hope begin to glow, the end of the war Church-bells proclaim the peace, they welcome the returnees "The victory is ours!" but she thinks, "What's mine?"… … Fabián pensó que debería decirle algo más al enano que luchaba por acabar esa locura; pero decidió finalizar lo que había planeado sin mediar palabra. El estruendo fue atroz, fiero, inhumano y sanguinario. Lo que quedaba del cigarro se apagó en el helado derramado y el Magnum .357 aderezó mórbido toda la escena después de haber escupido único proyectil que atravesó sien de niño y corazón de adulto de una sola pasada. …Every night there is no one beside Tears by the light, the fire burns down… 7
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… -Encontramos la bala sargento. -Bien, laguémonos de aquí, no hay ningún misterio. Suicidio premeditado, directos al cementerio, y apague de una vez esa condenada música al salir… …Words black as grave's ground, seals red as blood By the light, life's found an end The parchment is still in her hand… Clic.
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Por Varios Minutos Era el gran día. Después de tanto deambular por cuerpos y corazones marchitos impregnándome de su decadencia, esta vez tenía diversos elementos que daban forma a algo serio, profundo, más allá de babas redundantes. Relevante. Le propondría matrimonio. Llamé al mejor restaurante mintiendo mi identidad, reservé la mejor mesa para acompañar a tamaña beldad. Debía ser muy puntual al pasar a recogerla, única condición para esa noche verla. No fue por esa circunstancia en particular, siempre detesté estar sin reloj de pulsera, mal momento para la avería, aunque nada comparado con lo que sobrevendría. Parte de la historia infundamentada de mi vida pasaba irremediablemente por esa suerte de obsesión, al menos así la entendían los menos uniformados defensores del adagio “El Tiempo Es Bronce” Aún teniendo una noción realmente aproximada de la hora y el minuto actual, me era absolutamente necesario consultar el reloj con extrema regularidad. Incluso en los incontables desvelos nocturnos le daba insistente al botón que iluminaba el cristal líquido del modelo Casio de turno. Sumergible. Pero esta vez debía esperar, la única forma de solventar tremendo contratiempo era pedir prestada una máquina nueva
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sin ser visto, para nunca jamás regresar; pero la opción no convencía, atraía más seguir en libertad. Quedaba mucho aún para las 22:30 por lo que accedí a someterme manso a los berridos de un disco de ópera por alguna visita olvidado. La casa estaba en orden y la cama con las mismas sábanas agujereadas, pero limpias. Los alaridos artísticos me adormecían y mi obsesión de mirar la hora en el reloj-termómetro de encima de la jaula de los hámsters no me mantendría despierto, ni tan siquiera la inminencia del compromiso asumido con tan esperada como bella dama. Cogí el teléfono y llamé a mi mejor amigo, del apartamento de abajo. Logré comunicarme con él al tercer intento, después de que me rebuznasen “número equivocado” -Hola Iván. ¿Estás solo o mal acompañado para variar? -Solo. Estoy oyendo ópera, menuda porquería. ¿Qué quieres? -¿Ópera? Vaya, yo también he puesto un disco que encontré al ordenar un poco esta pocilga. Hoy creo que tendré compañía. -Bueno, ya era hora de traer alguien a la casa y dejar de pasar las noches fuera, no es que me moleste que toques a mi puerta cuando llegas trastocado, pero creo… -Anda…, deja de quejarte. Te llamo para que me prestes tu reloj de pulsera, el mío se ha estropeado y el efectivo que tengo apenas cubrirá el proyecto de esta noche y alguna otra gansada. -Pues sí que estas jodido, lo vendí esta mañana, al parecer nuestra situación es bastante similar. Prefería un poco más de juerga, sin mirar la hora. -Vaya mala leche compadre. Bah, qué más da, entonces ¿también sales esta noche? 10
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-Creo que sí, ya veré. ¿Lo tuyo de qué va? -Mañana bajo y te lo cuento. ¿Qué hora es según tu reloj? -Mmmh, el de la cocina marca las 20:05, pero yo no me fiaría… -Bueno, aquí son las 20:12, no estamos tan perdidos. Taluego. Desperté despatarrado en el sillón y urgente miré mi muñeca, no estaba allí. Cegado de furia busqué la hora en el reloj de encima de la jaula. Me mintió diciendo 20:25. Un cosquilleo me recorrió la espalda y encendí la TV que estaba ahora sin señal. Cable inútil. Llamé a Iván, nadie contestó. Salí disparado hacia el baño a propinarme un retoque fugaz para penetrar la noche urbana en busca de mi coche y algún maldito indicador de hora. Tiempo desconocido. El coche me brindó la información vedada al saltarme el segundo semáforo en rojo. Eran las 23:45. Aún sabiendo que a nadie encontraría, pasé por el lugar de reunión acordado. Tampoco estaba en el restaurante. No tenía otra forma de encontrarla. La proposición tendría que esperar. Fingí no estar afectado y me recluí en la barra del bar hasta sentirme profundamente anestesiado. A duras penas uní el bar con el punto de partida y no tuve mejor idea que tocar a la puerta de Iván a no sé que horas de la madrugada. Me abrió la puerta en lo que me pareció una eternidad mientras yo luchaba por no ensuciar la entrada con ninguna sustancia que luche por salir de mi cuerpo, y eran varias… Me miró sin apenas sorprenderse y al intentar ayudarme para que no cayese pude ver que detrás estaba ella, semidesnuda y despeinada. Bellísima.
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Los miré a ambos con el mismo desprecio que sentía hacia mí mismo y pregunté: ¿Alguien sabe qué hora es?
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El Pingüino Que Aprendió A Volar Recuerdo que una maestra, allá por mi tierna infancia, repleta de suma ignorancia proclamó con aires educativos: “El murciélago es el único ave que mama” Al refutarle tal hallazgo, oscuro y corrompido, sin pensarlo dos veces me mandó al rincón del penitente, maldita vieja pestilente. Inculta. No es el caso del pingüino de familia Spheniscidae, linaje que congrega y califica a las aves marinas. De pájaros niños a pájaros bobos, por fin se decidieron en darles alguna importancia, se los dividió por géneros por lo que hoy tenemos para elegir entre Aptenodytes, Pygoscelis, Eudyptula, Spheniscus, Eudyptes y Megadyptes. Este breve relato trata de delegado del último, conocido comúnmente como Ojigulado o de Ojo Amarillo, fiel ciudadano de tierras neocelandesas y de unos ocho kilos de peso. No era más que un polluelo cuando decidió que a él si le importaba haber olvidado volar, desde temprana edad echó en cara este hecho a los más ancianos y respetables del lugar. Los eruditos de la colonia se deshicieron en vanas explicaciones para conformar y apaciguar al pequeño revolucionario, recurrieron incluso a consentirlo con las mejores raciones de peces, lo más selecto de los calamares. La rebelión no buscaba privilegios, contentamiento de la hoja seca que va hacia dónde sopla el viento, la masa, su conformista colonia. Asentamiento que resignado con torpeza se movía sobre sus dos palmípedas patas, entre rocas, como sembrando patatas.
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Su sedición se resumía a una reivindicación de derechos, de acabar de caminar erguidos y volver a surcar los cielos, tal y como su código genético le sugería había sido. Su infancia no fue lodazal de rosas, su adolescencia lo catapultó a la discriminación, era demasiado avanzado para la época en que rompió el cascarón. Al llegar a la adultez y en medio de tal marginación, el otrora polluelo despertó sudando leches a causa de una visión. No pudo recordar mucho aunque sí guardó una imagen, corto de pingüinesca película en la que el protagonista era un avión emplumado de ojos amarillos y blanco pecho. Lo inexplicable fue que jamás vio cabeza, sólo esos ojos dorados como flotando al son de extraordinario bólido aéreo. Se dijo que ya era hora de dejar de filosofar y de una vez probar que de bobo no tenía nada, para ello iba a volar. Desafiando a la naturaleza, desoyendo los consejos de algunos pocos púberos admiradores, empezó a escalar el risco más alto envalentonado por los vivas de los imberbes que lo espoleaban como si a una lucha de sumo se encomendase. A más de la mitad de camino, faltando poco para la cima, toda la colonia estaba al tanto de la locura del guerrillero, así, desde el más lozano al más decrépito, abandonaron sus calamares para seguir con sus amarillos ojos al intrépido. Con indescriptibles dificultades llegó a la cima y comprobó que no eran más que unos cinco metros, ¿para eso tres horas de sudor? Las cartas estaban echadas, pero el ave de smoking creía jugar al bingo.
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Antes de intentar el vuelo volvió a repasar la visión y vio al bicho sin cabeza, sin aparente explicación, pero aún seguía siendo el bólido emplumado de ojos dorados flotantes. Cerró los ojos y sin nada de envión, extendió sus alas ufano simulando un torpe avión. En menos de un segundo se estrelló en la arena rompiendo mil y un huesos, sus plumas desparramadas parecían festejar el suceso. No tuvo tiempo ni a desmayarse ya que sus ilustres congéneres lo agasajaban con carcajadas y burlas malintencionadas. El pingüino revolucionario y sedicioso de esos preciosos ojos amarillos, dorados por el mismo Febo, por primera vez en su vida dejó que éstos se aguaran dando paso a un torrente de lágrimas, abundantes gotas de pena; pero tan resuelto estaba que aprendería a volar que cogió una escopeta del doce, miró a todos con realeza y apretó el gatillo del arma volándose la cabeza.
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Lo Absurdo No Ocupa Lugar Gregorio no se distinguía por nada, excepto por su abultada fortuna que nadie sabía a ciencia cierta cómo la había conseguido. Lo cierto era que los que más lo conocían desconocían hasta su apellido. Un tipo misterioso. La temporada de caza en Namibia estaba abierta de mayo a septiembre y Gregorio pretendía concretar uno de los pocos sueños incumplidos que su tintero guardaba en secreto: un trofeo de Eland del Cabo, especie de bóvido, antílope más grande conocido, original habitante de la sabana y llanuras abiertas desde semidesérticas hasta áreas lluviosas; de sublime cornamenta espiralada, papada pendulante y rutinariamente gregario, lo opuesto de Gregorio; fácil blanco y objetivo. O no. Vuelos directos hacia Windhoek, la capital de Namibia; sólo se conseguían desde Frankfurt y como buen chipriota potentado, por no decir único magnate; optó realizar periplo acechador en su jet privado. Hombre que según su aspecto amenazaba promediar los cincuenta marzos, tan misterioso y reservado como solitario y acaudalado. Definido. Equipado de visa por noventa días, licencia de caza, arsenal zoo-bélico, vehículo todoterreno e incontables billetes de variada denominación; llegó a orillas del Fish River, a unos doscientos kilómetros al sur de la capital. Se trataba de un sitio paradisíaco que no supo apreciar, su atención se reservaba única y exclusivamente a las especies que al espejo de agua iban a abrevar. 16
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Completó lo que quedaba de día, hito de su colonización inaugural de la sabana africana, sentado a la escasa sombra de araucaria observando horrendos primates Baboon, algunas jirafas, esporádicos impalas, muchos ñús, contados chacales y cebras congregadas. No faltaron los Kudús ni su ansiado trofeo; el Eland del Cabo. Tampoco estuvo ausente una pareja de guepardos que para infortunio de Gregorio representaban su mayor miedo. Pavor infundado a magníficos, moteados y veloces felinos. Ni tienda ni resguardo parecido, el todoterreno era la base de operaciones y sitio de peculiar descanso que no tuvo. Recibió el alba ojeroso pero contento. Parecía un payaso de feria gitana vistiendo el atuendo de caza más económico que pudo encontrar, traje que rellenó con variedad de cuchillos, municiones, dos petacas de licor y otros artilugios que mejor no mencionar. Rifle y cantimplora de agua mineral gasificada en mano penetró la escasa espesura que en un recodo del río hacía alarde de ambiente selvático insultante. Tosco. Poco y nada sabía de las especies que frecuentaban tales dominios, para él irrelevante; sólo necesitaba un buen tiro y vuelta a casa con cornudo botín. Pasaron muchas horas sin novedades, se aburría viendo las misma especies pasar, unas deambulando, otras a abrevar. La noche lo recibió disgustado y sin haber comido, ni un solo Eland había aparecido.
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No hicieron falta más que diez segundos para que conquistase la copa del árbol más cercano dejando todo el equipo zoobélico en el suelo abandonado. Merced a la bondad de la luna vio cómo los dos guepardos olfateaban su arsenal y lo miraban extrañados desde abajo, el muy inexperto en asunto zoo-social, también ignoraba que el guepardo al igual que todas las panteras, tenía en los árboles su segundo hogar. Por ello y por tener varios cuchillos y las petacas, se sintió seguro a la espera de desaparición de terrorífica escena. El apetito y el miedo lo destrozaban y sus tripas ajenas al temor no callaban, los guepardos en irse tardaban y por fortuna para Gregorio, tampoco trepaban. Dio cuenta de brebaje milagroso resguardado en la primera petaca que tiró furioso hacia el dúo en cuestión, confundiendo la reacción de huida felina creyendo que los había espantado. A punto estaba de dar por terminada fastidiada vigilia y a bajar se aprestaba, cuando vio con desesperación y no poca resignación que los gatos regresaban arrastrando el trofeo que él a esas alturas ya esperaba tener en su haber. Magnífico ejemplar de Eland recién asfixiado que mortuoria y sumisamente ofrecía como alimento sus carnes y sus entrañas. No faltaba mucho para amanecer cuando los auténticos cazadores dejaron la captura a medio consumir y al trote se marcharon. Gregorio esperó un tiempo prudencial y por fin dio por terminada esta fallida incursión letal. Lo dominaba el apetito y el cansancio cuando se supo en tierra y hubiese llegado a recoger su rifle si no acaeciese tropiezo con
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vulgar pedrusco que lo hizo trastabillar depositándolo encima del cadáver de lo que debería ser su presa. Fue encontrado seis días más tarde haciendo gracioso juego de mimetismo. Su cadáver atravesado por uno de los cuernos de Eland en descomposición, imitaba tal proceso en medio de buitres congregados para la ocasión. Así se fue Gregorio, sin saber jamás la suerte que tuvo de que los guepardos no treparan, eludiendo la muerte a garras y dientes de los felinos y encontrándola en cuernos de su presa ansiada. Vaya putada. No es típica anécdota de cazador cazado sino de pobre tipo por el destino maltratado. Como decía, Gregorio no se distinguía por nada, excepto por su riqueza chipriota. Tipo misterioso donde los haya, ahora diferenciado y recordado por absurda defunción. ¿Yo? Hasta ayer un Don Nadie, hoy os cuento todo esto y que me quedé con su fortuna y con todo el resto.
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Crimen Imperdonable Es probable que no sea la justificación correcta, es más que posible que no exista descargo alguno para tal injusticia; pero lo cierto que es había colmado mi paciencia. Enfado y rabia pocas veces ejercitado. Cólera desbocada. El rostro de ella apenas se había salpicado, el resto de su cuerpo era un carnaval carmesí que inspiraba el más pulido espanto. Pude descifrar algún que otro insulto entre tanto griterío y dolor, pero el caos de verla en el suelo aullando y retorciéndose teñida en rojo, desgranó dosis desconocidas de adrenalina que me catapultó en pocos segundos fuera de la casa, a metros de distancia y aún con el arma en la mano. Sensación de terror amenizada por la angustia de no conocer la continuación de los hechos que derivarían de brutal crimen estrenado. Detuve la huida y el aliento por un instante para completar los ciento ochenta grados de rotación necesarios para ver si se incorporaba. Nada, yacía en el suelo inundado de líquido bermellón que parecía volverse más oscuro a la distancia. A gritos desalmados se quejaba. Lancé al artilugio lo más lejos que pude y reemprendí la fuga que me encaminó fustigante hacia el lindero del bosque, allí donde el arroyo que lo delimitaba anunciaba el fragor invernal de colosal cascada. Agua helada.
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No estaba dispuesto a recibir castigo ni venganza por el estropicio, y mucho menos preparado para volver sobre mis pasos. ¿Pedir perdón? Menuda estupidez, era tarde para eso; toda iniciativa era perezosa, excepto la de confundirme con la catarata aspirando vuelo errático que también sería inaugural. La percepción de tiempo y espacio se tomó un recreo imposible de calcular. Paréntesis ajeno al álgebra. Aún el día no emigraba al otro lado del planeta cuando ileso, tiritando y coloreado débilmente con aquel fatídico rojo carmesí; me yergo desde una playa obtusa de magnánima alfombra de guijarros y mariposas tan pequeñas como las velas de cumpleaños de una muñeca. Me senté en la piedra más cercana que consideré podría hospedar sin lastimar el escaso diámetro de mis posaderas. Medité sobre lo ocurrido y no tardé mucho en decidir hacer lo correcto. Embriagado por el más atroz temor a lo que podría encontrar; regresé con paso regurgitado a la casa escalando un paralelo a la estela imaginaria de mi vuelo de inmersión. Busqué, encontré y recogí el arma vacía. Apenas hube hollado la sombra del marco de la misma puerta que me dio escape, ella vació el contenido de la segunda lata de pintura en toda mi cara. Se vengó. Fui a por más material y no nos disculpamos hasta acabar de pintar la casa. Quedó horrible toda de rojo, un crimen imperdonable. 21
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Un Sótano Sin Decorar Reducto de humedad superlativa apenas iluminado por una bombilla de cuarenta vatios salpicada con sangre ya seca. Testigo de lides recientes. El la esquina norte un camastro sin colchón, hacia el oeste un grifo de pared vigilaba un inodoro sin tapa, y al este una mesita que sugería ser de metal bajo la herrumbre que la disfrazaba. Sobre el óxido se exhibían variopintas herramientas y artilugios de utilidad desconocida para el vulgar ciudadano que osase penetrar la cueva. Nadie, sólo la pareja ataviada con ceñidas prendas de látex y piel vacuna curtida. Pintadas, enmascaradas. Ella agachada apoyando sus manos amarradas sobre los hierros de la cama dejaba al descubierto pechos, nalgas y entrepierna, liberados de demencial atuendo remachado con tachas. Él mostraba pecho derrochador de vellos y manivela convencional, erección promedio y látigo domesticador en una mano. Guantes de cuero. -¡Grita zorra! ¡Grita más alto zorra! ¿Tengo que darte más fuerte? ¡Así, eso es, grita zorra! Los latigazos sobre la enmascarada hacían casi tanto ruido como los gritos. Sangraba. El ente bárbaro, cruel y sanguinario se acercó más y agarrándola de los cabellos la levantó para escupir y patear los pechos que aún sangraban con restos incrustados de alguna botella rota y acicalados con cera derretida de más de una vela.
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-¡Grita zorra! ¡Grita todo lo que puedas zorrón! Sólo así te ganarás parte del premio que incluye poder lavarte esa cara de zorra en el inodoro. Y ella obedecía, no estaba claro si lo hacía porque aceptaba cumplir la orden o porque en verdad dolía, los gritos eran tan lógicos como necesarios. Antes de descartar el látigo la golpeó en la cabeza con el astil. Con ambas manos libres se frotó el extremo superior de la herramienta venosa; rojo, casi morado; y echó salvas de esputo entre las nalgas de la sometida. Los alaridos mutaron a gemidos y jadeos para luego transformarse en súplicas. Imposible saber si reflejaban aprobación o rechazo, eran monosílabos confusos desfigurados por intercalado de sollozos con brutal llanto. La penetró sin dificultad haciendo honores a ambos orificios. -¡Aúlla, brama, grita, ruge zorra! ¡Sangra pedazo de zorra! ¡Ahora te voy a….
-¡¡¡BASTA!!! ¡Libera ya mis ataduras! ¡Apártate y no me toques! -Pero… -¡¡¡Hazlo!!! -Bueno, está bien, pero… ¿qué pasa? ¿He sido muy rudo? ¿Me he pasado?
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-No mi amor, de hecho me gustaría un poco más de violencia y desprecio; pero ya te he dicho mil veces que no me gusta que me llames zorra, puta está mucho mejor. -Está bien cariño, perdona, cuando me excito olvido ciertas cosas. -No importa mi tesoro. Ahora dejémoslo que están por llegar los niños con sus amiguitos para estudiar catecismo. Dame un besito.
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Lencerótica Y La Puta Qué Lo Parió Cerró las puertas, todas las ventanas y apagó las luces. Dejó iluminada la habitación de arriba y entró al baño privado. Su pareja no llegaría recién hasta el otro día, quiso hacerlo antes; pero hasta esa noche había contenido sus ganas, tu intenso y desbocado deseo de hacerlo una vez más. Usó la bañera para relajarse en medio de espumas aromáticas, terapéuticas y hasta rejuvenecedoras, al menos del espíritu. Al acabar el tratamiento físico global, envolvió su cuerpo en las únicas toallas nórdicas de la casa y se acomodó frente al espejo dando rienda suelta a su más refrescante imaginación para maquillar su rostro. Con lujo de detalles derrochó delicado arte en realzar lo que consideraba eran sus puntos de más aliciente y atractivo sensual. Con la satisfacción del deber cumplido, eligió la lencería erótica que atesoraba y escondía para esas ocasiones tan especiales. Gustos en vida. Primorosa creación de encajes negros y ligas, un desafío a la lascivia humana. Excéntrica relajación y delicados ademanes acompañaron a su ardiente figura hasta la complicidad inerte de las sábanas de seda rosa, rosa pálido. Allí dejó reposar esa conjunción de piel, carne, huesos, maquillaje, lencería y lujuria a punto de ebullición. Se miró en el espejo del techo y empezó la masturbación.
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Así lo sorprendió por enésima vez su mujer que llegó antes de lo previsto, esta vez no se enfadó tanto porque por fin había dejado de usar su ropa interior. -Rubén, esto tiene que cambiar –dijo la desolada esposa mientras cortaba un trozo de hojas secas de tabaco Burley. -Bueno, mañana a ver si encuentro algún conjuntito en rojo que me guste…
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Fumador Meditabundo Avenida de ensueño. Cuna de fantasía y mil quimeras. Razono acerca de un céfiro cálido y contaminado que hace aburrir a mi brillante cabello azabache desdibujando un enjambre de insectos que ocasionalmente puebla el aire circundante. Hago un alto en mi camino para consentir a una silla rotulada con logo de alguna cerveza poco vendida a regocijarse del peso de mi cuerpo. Enciendo el enésimo cigarrillo del día y demando una bebida gasificada de la cual no recuerdo la marca, sólo evoco aquel incuestionable sabor a químicos emuladores de pomelo a la betarraga. Qué sensación tan agradable. Qué quietud. Qué paz. Dilato la tercera bocanada de suculento y mortal humo de un manso tabaco rubio que renueva y remoza cien veces más de lo que contamina y lentamente envenena. El bisbiseo de voces y el quejido de coches circulando se mezclan con los sones de una insultante cumbia que la casa comparte a modo de invitación a los transeúntes que en su mayoría rehúsan tan adverso y aciago convite. Una mujer finalmente traspone la avenida de la mano de un infante después de superar una orquesta de cláxones que chillaron de profanos coches que aún desconocen que el peatón tiene prioridad, que ignoran que el uso de la bocina está prohibido en concentraciones urbanas excepto contadas excepciones que también se desconocen.
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Sigo a la mujer y al niño con la mirada. Se dirigen a una heladería cercana donde en su terraza la brisa parece ser más aguda. El atardecer está por llegar a su fin para dar paso inevitable a una noche que promete ser mucho más placentera y fresca que la esta tarde preliminar. Tanta es la relajación que olvido qué día es, aunque me atrevo a sospechar que es sábado ya que observo a mucha gente que en tono despreocupado y casi tan pacífico como el mío, departe amistosa y alegremente momentos de relax a la vera de esta avenida. Que lugar privilegiado. Que remanso de armonía y concordia que se ve apenas nublado por los eructos e insultos de los siete individuos de la mesa contigua que han resuelto dejar que la concentración etílica de su sangre sobrepase límites imprevistos. Por cada dos botellas de cerveza engullidas con artísticos hilos de líquido que humedecen sus labios y algunas desprolijas y grasientas barbas, espontáneamente o no, afecta una rota; tras lo cual la celebración se ensancha y las apostillas acerca del partido de fútbol que acaban de disputar llegan a oírse a muchos metros de distancia entremezclados con finos piropos destinados a las féminas que osan pasar cercanas al cubil de éstos despojos de la especie. Ya es de noche, noche cerrada. Exijo unas patatas fritas al momento de encender otro cigarrillo y pasar nueva revista a la avenida. Dos coches pasan un semáforo cercano con la luz roja. Nuevamente me invade una sensación de paz casi extrema. Que bendición estar en un entorno tan calmo que los conductores ignoren el estado de la luz del semáforo. 28
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¡Cheee negro....heyyyyyy, te olvidaste el carbón boludo, vení llevá que la mujé que va cagá pedo!!!... se oye murmurar a un encantador sujeto de rosada piel y abultada barriga a la puerta de una verdulería-pollería-carnicería-farmacia-iglesia y otros anexos que no me atrevo a descubrir. Afortunadamente el increpado vuelve sobre sus pasos y recoge tan preciada mercancía. Sí, debe ser sábado pienso al encender el tercer cigarrillo de esta última hora ¿Dejaré algún día este vicio? No lo creo. La brisa se hace sentir con más vehemencia e incluso con cierto ímpetu por no decir frenesí. Dejo la bebida sin acabar y resuelvo continuar circulando por la acera de aquella avenida. Avergonzado deshago mi andar para pagar lo consumido y me prometo no volver a olvidarlo. Camino despreocupado e indolente accediendo a que la pulcritud de la noche se adueñe sin contemplaciones de mi insana serenidad. El murmullo de la gente sigue arrullando lo que parece ser una ciudad al compás del tímido rechinar de algunos automóviles en mal o pésimo estado que ponen una guirnalda más a aquella pavimentada avenida. Después de haber recorrido unos doscientos metros me topo con unos simpáticos lugareños que ofrecen varios artículos de dudosa calidad a modo de venta ambulante. No pienso en pedirles licencia para ejercer tal actividad en la vía pública y me limito a oír: “Mirá la pulserita, sinco peso, sino lindo abrelata baratito” rebuznan con inocente candor. Rechazo la imperdible oportunidad al momento de recordar que mi coche debe estar cerca. Es casi indudable ya que un graznar diferente que proviene de un mozalbete imberbe me reclama a lo lejos: “Te cuidé vien el auto sabé?! ¿Tené monedita señor?” 29
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Lujo de sociedad donde a tan temprana edad educa a sus súbditos a trabajar honradamente con el sudor de su frente y por qué no, rancios sobacos para ganarse el tan preciado pan de cada día. Intentando no demostrar descortesía ignoro por completo los graznidos que en un tono triste y casi afligido se van apagando. Un grupo heterogéneo de adolescentes masculinos se acerca contagiando alegría y jolgorio. Camisetas del Che Guevara, Britney Spears y Terminator, termo en mano, sonrisas y un celular por cabeza se oye comentar al pasar: “en el recreo me ise una foto de allá abajo y le mande un mensaje multimedia a la loca, tava to pelúo vo sabe?!” “Que capo que vo so!” “En serio?, no sea bolu!” “Si, la re-cagué” “Dejpué noj ejcapamo de la hora de inglé y fuimo a jodé al sircuito, una masa cavesa!, meamo todaj laj chapa de la ovra” Divinos y traviesos. Dentro de algunos años la mayoría de ellos no sólo habrá crecido, también muchos de ellos seguirán adornando esta avenida de la mano de alguna fémina encinta cohibida por los garrotazos, ambos seguidos de una casi incontable prole de insuficiente y mala alimentación que en su momento lamentarán que papá y mamá no hayan estudiado. Llego a otro semáforo. Esta vez me percato de que todos y cada uno de los coches obligados a detenerse por la luz roja, increíble y prodigiosamente se detienen. Entre ellos distingo uno de reciente estreno al cual lo han ataviado con extrañas luces psicodélicas de tono falaz y azulado que emanan de varias partes de la carrocería, incluso desde abajo. ¿No está permitido? No importa. ¿Quién va a impedir que sus ocupantes se diviertan?
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Porque parece ser que eso es diversión, si. Sobresalir por entre los demás, ¿acaso eso es ilícito? Qué colorido, qué danza de efectos luminosos que habla de abundante y prolífica imaginación. Detrás de este coche se paraliza otro que desborda experiencia a juzgar por la cantidad de años que ha visto pasar. Por debajo de grandes manchas de óxido se distingue una débil muestra de pintura blanca que una vez húmeda osó chorrear la matrícula que empieza con la letra N. ¡Qué contrariedad! Al parecer se han olvidado de renovarla. No importa, total hay muchos que sí han legalizado y pagan religiosamente, además, no es el único que ufano, orondo y trasgresor restriega esa patente ilegal por las narices de todo vecino. Nuevamente, no importa. ¿Acaso por ese pequeño detalle (y a que casi con seguridad no tiene seguro) vamos a impedir que nobles ciudadanos puedan divertirse paseando sanamente en tal rodado que por fortuna también se distingue al contrastar semejante abandono con una rudimentaria y potente instalación de equipo de audio traído de contrabando desde un país vecino? ¡De ninguna manera! Noche agradablemente fresca. Me atrinchero junto a un poste con pintadas proselitistas ilegales y espero a que el tráfico de la avenida se despeje para cruzarla para así penetrar la magia que de seguro me espera con los brazos cruzados y las piernas abiertas en la otra acera. Noche de embrujo continuo donde ahora reinan y rigen estos engendros mal paridos que se enseñorean de la misma a bordo de vehículos de variada denominación que con denominador común enarbolan una balacera mecánica y musical a decibelios más que capaces que hacer desear la pronta y lenta finalización 31
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de su patética y emocionante existencia. La avenida evoluciona hacia un universo etéreo donde la única expresión de saberse vivo consiste en mimetizarse con los estruendos y bataholas que estos pragmáticos abortos de la naturaleza alzan como estandartes simbólicos de su irresponsabilidad, estupidez e ignorancia apadrinadas por lucidez latente o ebriedad prosaica. Noches de blanco satén, escape libre, cumbia bananera, graznidos esotéricos y otras expresiones de una cultura que lenta pero con paso firme desaparece bajo los deshechos inorgánicos de los inadaptados sociales que saben disfrutar lo mismo o más que un cerdo en su pocilga propiciando a que los demás nos enfanguemos sin pedirlo ni desearlo. Noches cosmopolitas y mundanas tuteladas por infaustos engendros humanoides que se han dejado cegar por “Miami Vice”, por algún latino del Bronx que vomita rap después de aspirar polvo de ángel y por sobre todo, por algún líder de la barbarie, salvajismo de élite, inopia y tosquedad; representante adiestrado de “La Movida Tropical” Noches de sábado, de un día cualquiera. Noches de placer orgiásticamente impune. Noches para no olvidar. Noches de esta ciudad. Hoy no es sábado. Estoy en mi casa y enciendo un cigarrillo más, luce más sápido que el anterior al iluminar el monitor de diecisiete pulgadas tras profunda aspiración. Una fracción de ceniza cae sobre el teclado y me pregunto si quiero dejar este vicio, el vicio de escribir. No quiero, decididamente no.
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Despertar Neuroléptico A través de la sucia e indecorosa ventana que no niega un ápice de hiriente luz, me parece adivinar la silueta de una paloma. Inmerso en una cándida y prematuramente perdida lucha, me yergo en el harapiento sillón que elegí inmolar como cama. Al apoyar el codo derecho sobre la cajetilla que solía guardar cigarros, un latigazo eléctrico me hace rebuznar, como si mis nervios intentasen recordarme algo al mimar mi columna con ese insano efecto que rutinariamente abrazo como una autodemostración de afecto. Sigo mirando a través de la ventana. Sí, es una paloma. Odio las palomas. Con horror veo que dos más se posan junto a la primera dejando oír sus desgañitados grititos propios del cortejo. Me doy cuenta que por más que quiera levantarme para separar cada cabeza de su respectivo cuerpo, no puedo hacerlo; o al menos no ahora. Con inusitada convicción cubro mi cara con una almohada, la más limpia, la menos explotada; pretendiendo ausentarme de esa vista, pero lo que consigo es comprobar cuán húmeda..., cuán mojada está la almohada. Como por arte de magia rudimentaria, como si aquella humedad haya sido una poción, mi vapuleada mente retrocede, suda neurotransmisores para recordar, penetra horas en lo que todavía creo que es tiempo, tal vez sólo para explicar el dolor de cabeza que me atormenta esta mañana o tal vez para adivinar
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groseramente qué tormenta habría en mi cabeza sin el dolor de un hipotético mañana. Basta de almohada. Me siento en el tan sufrido como cómplice sillón y echando un vistazo general a la habitación compruebo que esa mañana había menos cucarachas, no me molestan; excepto cuando trepan por la botella de vodka que ya se ha ganado un lugar de privilegio al lado del almohadón. La cajetilla vacía cae al suelo sin hacer ruido, pero retumbando eco. ¿Es esto posible? ¿O también la sinapsis me traiciona? Las palomas huyen pero dejan sus sombras soldadas al cristal de indecente ventanal. En un acto reflejo consulto el reloj. Es tarde, pero; ¿tarde para qué? Estar de pies ya es un hecho, mi aspirina con vodka casi un derecho, acopio todas mis fuerzas y me encamino al bar de la esquina, mal vestido y maltrecho aún con lo mucho que me cuesta prodigar soledad a mi propio techo. Los irrespetuosos rayos de un tórrido e insultante sol me torturan a cada paso metamorfoseando la excursión a una puerca peregrinación. Ladra un perro. También odio a los perros. Confusos arrullos de invisibles palomas hacen girar la pesada carga que aguanta mi cuello. Mi cabeza gira casi cuarenta y 34
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cinco grados hacia la izquierda, alejando esa mejilla marcada por los pliegues de aquella almohada de incendiario Febo. Fue entonces cuando lo vi. Me aterró, me desvanecí, pude verme tirado en la acera desde arriba, ahora con mi mejilla izquierda expuesta y tatuada con la sombra de incontables palomas. Sí, puedo estar seguro que lo vi. Ventana, sillón, palomas, almohadas, vicios, ladridos, luz y miseria. El premio por adulterar la soledad y disfrutar de un yermo y prolífico estado psicótico no es otra cosa que jamás saber que fue aquello que vi. Si, indudablemente lo vi, pero no sé y tal vez no quiera saber lo que vi. He sido premiado.
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Estrictamente Frank Salió del cine calado de sudor. El “Astros” debía ser uno de los últimos cines del continente que aun no instalaba aire acondicionado, suntuosidad innecesaria para puerca latitud. Bajando la escalinata de salida plagada de paquetes de Marlboro tan remangados como vacíos, pensó que ya no valía la pena seguir asistiendo a las funciones porno. Le era cada vez más difícil prodigarse goce ermitaño sin que los demás lo notasen, y ese protervo aire ofendía de irrespirable, mefítico, insalvable. Quiso retroceder para lavarse una vez más las manos en aquella cueva que destinaban a baño, pero las puertas de cristal ya estaban cerradas detrás de esa imponente reja de acero mal pintado, por bíblicas semanas oxidado. Errando por las calles céntricas de la ciudad, sería mucho más que difícil encontrar abierto algún sitio donde comer algo caliente, o en su defecto lo menos pestilente. Fétido, hediondo. - ¡Frank! –gritó alguien a sus espaldas. Se volvió sólo para comprobar que no había nadie. Le pareció que los hechos de ese día habían ocurrido con un desorden predeterminado. Un desbarajuste que ya era algo más que parte de sus miserables y jugosos sueños. Real, innegable. Decidió sentarse después de tropezarse con un banco de la tan bellamente descuidada plaza. -No debe haber plazas como esta, sin nada verde, ni siquiera a la sombra de la luna – se explicó en voz baja.
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Dejó caer el cuello hacia atrás, consintiendo por enésima vez que sus vértebras se quejasen levemente, graznido medular nada ortodoxo. Optó por sentarse como si aun estuviese en el cine. Su mundo seguía desierto, hasta que centró su atención en la silueta que se dibujaba en el tercer piso del único edificio que denigraba a la noche con multitud de luces amarillas. Se apartó los mechones de pelo que le impedían ver con claridad y notó sin repugnancia que lo tenía más mantecoso que de costumbre. Sucio, indecente. La silueta mudó a imagen. Efigie plagada de curvas donde resaltaban aquellos poderosos y turgentes pechos refugiados casi a la fuerza dentro de una camiseta que parecía blanca. Provocadores, desafiantes. La vio sentarse en una especie de columpio, trasto de balcón. También vio el destello monótono de un cigarrillo encendido entre los dedos de ella. Casi en el acto recordó a su madre. Mecánica y atropelladamente asoció cada movimiento al recuerdo de lo que creyó pasado. Su madre calando el último del día sentada en las escaleras de la entrada principal del cortijo donde había maldecido su niñez. Murmurado, calumniado. Entonces se quedaba absorto pretendiendo imaginar lo que pasaba por la percepción de su madre, lo mismo que ahora hacía viendo a la orlada silueta convertida en imagen. -¡Frank!
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Se volvió incrédulo sobre su hombro para comprobar lo que se figuraba. Nadie. Se puso de pies en un intento de alejar los nervios que prometían regar a placer su noche particular. Desierta, vacante. Ahora cayó en la cuenta, su nombre no era Frank, ¿o si? Miró con desconfianza aparentemente injustificada hacia la camiseta blanca a modo de despedida. Resignado, patógeno. Injusta e indigna lo disciplinó una brisa que presagiaba lluvia, lo sacó de la amenaza de letargo, dio el primer paso y se apartó la azabache melena de la cara. Con decisión enfiló hacia lo que le servía de hogar. Morada, nido. Miró sus manos en busca de pelos, lo añubló el apetito, – Si, mi nombre es Frank, -dijo en voz alta. Mórbido, rendido.
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Un Reloj Sin Baterías El reloj de la cocina agotó las baterías. Tengo que salir a comprar y como siempre veré a mis congéneres pasar. A dos calles de casa se rompe la armonía. Peligrosa misión; dar comienzo a una excursión, a pie por las aceras que demarcan la avenida. Me concentro nada más que en mis pasos, pretendiendo ignorar el entorno. Vano. Rodeado de seres que parecen ser racionales cuando no les queda otro remedio, me apuntan con mirada telescópica, perezosa y acomodaticia con claro propósito de socializar. Se observan entre ellos, se analizan en silencio mordiendo el cebo de la trampa de lo mediato, dejando escapar el presente inmediato y renunciado torpemente al futuro sin daño colateral. Pero caminan. Parecen no pensar hacia dónde van porque viven en una constante inercia de arrastre provocando que cada vez que intentan pensar, tropiezan y vuelven a levantarse con las rodillas más dañadas. Expuestas. ¿Es ésta una hipótesis convincente o sólo el residuo frustrado de una cualidad de la especie? Mejor reanudo la concentración sobre mis pasos y si acaso convoco el deseo de sobrevivir a la falta de juventud, evitando que mi sinceridad se infecte.
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Dejaré que los demás, apreciados y mal ponderados congéneres, rostros con cuerpo prestado que pasean por esta acera, sigan jugando a ser profetas, científicos del destino. Ya voy de regreso a casa con las baterías sin estrenar, no se las pondré al reloj sino al iPod de Taiwán ya que he resuelto que el tiempo haga lo que quiera mientras le doy al “play” para repetir indefinidamente una copla de añoranza dedicada al confín del yo que no encuentro. Mañana volveré a la avenida, quiero volveros a ver. Ahora sé que mi comportamiento tiene un nombre, pero no seré yo quién lo diga. Nacer me ha dejado fatigado, consumido, como reloj sin batería.
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El Tele Pony Muchos viven del trabajo por cuenta ajena, otros compran el pan con valores robados, pocos se distinguen por independientes y contados resabiados somos nuestro propio jefe. Redomados. Y si de más que subsistir se trata, como algún innecesario lujo conquistar, el traje de batalla que visto, ADSL o cable se ha de llamar. La conexión no es estable, mi ánimo sin querer la imita, es por eso que raudo cito a la empresa cuando el servicio vomita. El grueso de las reparaciones las asumo sin temor, hasta contento, pero cuando atañe a finos filamentos viene a mis aposentos un chocante señor. Extravagante. Tipo mayor…, mayormente aburrido. Bigote estilo Nietzsche, granos significativos en la cara que indican proyección en la espalda. Regordete y bajito, un verdadero milagro del equilibrio, embutido en uniforme de trabajo de un azul desteñido, a mitad del pecho estampado un proyecto de logo fallido, telecomunica “algo”. Desteñido, mal nacido. Aspecto general de pony rasurado, con aires de haberse reproducido en cautiverio, después de subsanar la avería, también me escudriñó el aspecto. No sé como se habrá explicado que a excepción de mi reloj de pulsera, la marca de lo demás rezaba “Nike”, pantalón corto, calcetines y sudadera. Pregunté cuánto adeudaba, me respondió con tono paternal y condescendiente que nada, pero que si lo invitaba a una copa 41
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de la botella de ron que perturba la decoración que rodea mi acuario, se daba por satisfecho como fiel en santuario. No aburriré más con gansadas, más privadas que para vuestro dominio, era por dejar constancia groseramente versada de un tan irrelevante voyeurismo que más allá de poder encasillarlo, de unisex podríamos tildarlo, si olvidamos el elemento animal ya que nos remontaría peligrosamente a un voyeurismo bestial.
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Phthirus El Pionero Hábitat cálido, raíz y lecho de mil generaciones de esta casi olvidada estirpe, seres minúsculos de gran potencia y rápida propagación que intentan brillar por su ausencia. Medio ambiente de mucha actividad y constante evolución, maltratado hasta el hartazgo generación tras generación. Estas formas vivientes carecen de la bendición natural de capacidades para nosotros normales y conocidas, con todo pueden hablar en susurros en los pocos momentos que dejan de alimentarse. Podrían clasificarse dentro del género de los vampirae chupaductus, pero desde 1.815 se los ha destinado a la familia que al final diremos. O no. Es extremadamente difícil captar alguna comunicación audible, pero gracias a la tecnología infinitesimal algunas grabaciones han salido a la luz después de unos 18.000 litros de viaje submarino, medida catastral. -Oye Phthirus, llevamos mucho tiempo en estos parajes que nos vieron nacer, ¿qué te parece si emigramos hacia tierras desconocidas? Phthirus interrumpió por un momento su alimentación para contestar por compromiso -¿Estarás loco? Desplazándonos a velocidad máxima podríamos recorrer un centímetro por día, ¿dónde nos llevaría tal infructuoso experimento? -No hablo de batir récords ni experimentar, quiero significar un cambio, nuevos horizontes, mejor nivel de vida libre de ataques extrabiósferos, pioneros de nuestra especie.
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-¿Pioneros? Mira si serás mamón, tu cociente intelectual apenas te permite deambular por nuestro más que podrido ecosistema y a duras penas alimentarte. ¿Acaso no tienes suficiente con eso y con luchar por sobrevivir a los ataques que del exterior nos propinan? -Phthirus querido hermano, si no arriesgamos por una vez nunca lo sabremos, no es sólo por ser los primeros ¿Imaginas colonizar más allá de nuestras fronteras llevando nuestra bandera legando a nuestra familia renovada esperanza de conservación de nuestro reino? Phthirus prosiguió alimentándose como para ignorar a su hermano, pero pronto se vio inevitablemente acosado por un nuevo ataque de la extrabiósfera que lo dejó atragantado. -¡Phthirus! ¿Estás bien? Venga, ahora mismo nos largamos, deja todo como está y así mismo nos encaminamos. -Pero…, ¿y todos nuestros compañeros, qué hay de nuestras familias? -No repares ahora en eso, sé que volveremos. El ataque duró poco y los intrépidos hermanos emprendieron la marcha, viaje que se prolongó por pares y más pares de días, a centímetro por jornada. A unos 350 litros de viaje submarino, que serían unas dos semanas para nosotros, los Brothers in arms © estaban exhaustos, acabados. -Phthirus…, tenemos que alimentarnos más si pretendemos volver, este nuevo terreno que nos rodea es inhóspito y cruel, más que comprobado que aquí no podría subsistir nuestra especie. 44
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-A buenas horas te quejas, so mamón, he intentado hacerlo pero no encuentro veta de succión. -Entonces usemos lo que nos queda de fuerza para regresar con el montón, al menos informaremos de infortunada investigación. -¿Ahora? No hermano, lejos atrás dejamos el Monte de Venus y ahora estamos a poco menos de un centímetro del ombligo donde las leyendas afirman se encuentra la mejor sangre, además aquí no hay pelos rizados que estorben ni ataques de champú anti-ladillas. Que se jodan nuestros congéneres, lleguemos al ombligo y hagamos historia. Phthirus y su hermano no duraron más de 24 horas antes de acabar su existencia de insecto anopluro ectoparásito, sus congéneres duraron más al abrigo del vello pubiano que también desapareció tras una apoteósica rasurada por parte del huésped que remató con aplicación de venenosos ungüentos, ramera que prometió extremar medidas de prevención al elegir a sus clientes, para no sufrir nueva invasión de estas mini criaturas chuponas e inteligentes. Así y todo y sin razón para ella aparente, su ombligo se llenó de vello y no puede quitarse la picazón, tal vez Phthirus y su hermano hayan desovado a traición… ¡Oh! Casi lo olvido, la familia es Phthiridae. Feliz comezón.
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Athena Y Adagio A cientos de litros de viaje submarino de la gran ciudad, casona de madera tan grande como antigua, refugio hereditario para ella y su noble gato, solitarios gérmenes de contraste difuso plantando cara al día a día, huyendo ferozmente de la empalagosa rutina. Apartados de todo avance de la tecnología, rodeados de muebles añejos de madera maciza y alimentados por un exuberante huerto que los convertía en siervos adoradores de las legumbres y los vegetales. Dúo de extraña calaña de los que pocos sabían algo y lo poco que sabían se reducía a pasar de boca en boca el hito contra natura que Adagio había fundado por ser gato vegetariano. Hacía varios equinoccios de invierno que lo había planificado y este año era el elegido, allí abajo la aguardaban los elementos para singular ritual. Sus pinturas, su disfraz, una cuerda y algo más. Esa noche Athena bajó al sótano y cubrió paredes y muebles con velas de distinto tamaño encendidas, colocó las más pequeñas sobre la cómoda de madera donde acudía cada mañana para delinearse los ojos y elegir una peluca, concentrando la mayoría en la misma base de gigante espejo de marco provenzal, también de madera. Maciza y vieja. Desenganchó con suavidad un atuendo de Valquiria del perchero y lo vistió con casco de alas incluido. Dejó caer pesadamente sus nalgas sobre sillón salpicado de sus cabellos riñendo con los pelos de Adagio que a diferencia de los
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primeros no estaban teñidos. Primero miró el reloj de pared que anunciaba las 20:37, después se miró al espejo. Con su mano izquierda abrió el segundo cajón de la derecha sin apartar la mirada de su reflejo y congeló sus movimientos por tiempo indeterminado dejando única libertad de expresión a sus párpados que lubricaban sus ojos finamente delineados. Ninguna amenaza de ruido ni intimidación de murmullo, excepto por el mecanismo del reloj, así era la melodía de cada noche, única rutina que esta casa admitía. Gritó en silencio para sus adentros que no aparentaba los treinta y ocho años que recordaba tener, aunque no sabía a ciencia cierta si eran de edad o de existencia, para ella, había gran diferencia. El momento indeterminado acabó por sorpresa al darse cuenta que su mano revolvía el cajón abierto buscando algo. Lo encontró. Sacó una lata de atún desmenuzado y un abrelatas bastante oxidado que usó inmediatamente para violar el silencio reinante dejando al descubierto la carne marina picada, enlatada. Cogió sus pinturas y seleccionó las de rojo carmesí con las que inició maratónico maquillaje monocromo a toda parte expuesta de su blanca y joven piel, dejando intacta la perfecta delineación de sus ojos ahora vidriosos. El tic tac del reloj se confundió con ecos sordos de pasos de algo diminuto. Se levantó y admiró su reflejo viéndose majestuosa, Valquiria carmesí de brillo escarlata y en la cómoda de atún una lata. Abierta. Volvió a mirar el reloj, 21:23. Puso la lata abierta de atún desmenuzado en el suelo, frente a la espalda del sillón, enlazó y ató la soga a la fuerte cañería que 47
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dividía por la mitad el techo bajo de su santuario cosmético, subió al sillón metiendo su cabeza por dentro del espacio del otro extremo de la soga que se cerraba con magistral nudo corredizo. Cuello atrapado. Así de pies sobre el sillón y frente al espejo que reflejaba esa criatura mitológica bañada de rojo, gritó con todas sus fuerzas -¡Adagio! Grito innecesario por la proximidad del felino que pudo ver como con curiosidad husmeaba a sus espaldas la lata de atún abierta sin probar bocado. Gato vegetariano. Cual yegua furiosa de expresión facial sosegada, de un puntapié desparramó las velas a su alcance rematando la faena apartando el sillón para sentirse colgada. Poco más de quinientas centésimas de segundo fueron suficientes para que la cañería cediese haciendo que Athena aterrizara sobre el suelo, sobre la lata de atún abierta a sus espaldas. Recién en ese momento acudió a su mente la esencia de todo su proyecto, proverbio oriental abyecto: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional” Ya no se veía en el espejo, yacía en el suelo la Valquiria con la soga al cuello derramando copiosamente su sangre desde la yugular cercenada por la lata de atún abierta. El atún desmenuzado añadió nutrientes al mezclarse la femenina y cuasi mitológica sangre con su escaso aceite. Ahora pudo ver claramente como Adagio se lo comía todo. Miró por última vez el reloj de pared, eran las 19:15.
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La Plenitud Imprevista Fernanda en la plenitud de la vida. Agraciada por donde se la mirase, esbelta y de corazón inusualmente bondadoso. Los veintidós años que había visto pasar le parecían escasos, en gran medida porque desde su infancia hasta su feliz matrimonio había recibido tanto amor como el que había ofrecido. Querida y admirada en los círculos que frecuentaba. La vida realmente le sonreía. Propietaria de sueños, proyectos y una gran familia. Adorable, envidiable. Disfrutaba al máximo cada momento por insignificante que le pareciera a cualquiera. Gozaba su profesión, su pareja, sus amigos, sus mascotas y también sus hobbies. Cuanto más pensaba en algo más que pedirle a la vida, menos cosas se le ocurrían, todo venía a pedir de boca y maravillada, contagiando esa paz a su entorno, invertía emociones llenas de gratitud hacia lo que le había sido destinado. Era punto de referencia de conocidos y no tan conocidos por sus cualidades donde una de las que más resaltaba era su positivismo permanente, ante cualquier circunstancia adversa, acostumbrada a ayudar a sus semejantes en apuros con una mirada de confianza y algunas palabras de aliento, fórmula que salida de ella se traducía en efectivo medicamento. Ese día de abril, a menos de una semana de llegar su 23° aniversario, sin haberlo pedido, ni tan siquiera insinuado, fue 49
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bendecida con la tan inesperada como radiante noticia que la hacía miembro de un nuevo grupo, el de las embarazadas. Semejante nueva fue recibida con desbordante júbilo por su pareja, sus amigas, sus compañeros de trabajo de la oficina y hasta el canario enjaulado pareció cantar otra tonada. Los días formaron semanas que la métrica tradujo en meses, tiempo suficiente para que aquella cálida tarde de noviembre luciese voluminosa panza al ir de paseo por el gran parque con su mejor amiga como compañía de lujo. -No sabes cuanto te envidio Fernanda, daría lo que no tengo por ser la mitad de feliz que eres, todo te sonríe y a dos meses estás de engendrar más júbilo. -No seas tonta Jacinta, no veo tengas razones por las que quejarte. Es verdad, me siento plena, pero eso lo logra cualquiera que tenga la ilusión de vivir. ¿No crees? -¡Siempre lo pintas tan simple! Puede que tengas razón, pero a veces se me hace difícil, de hecho no logro entender como haces para verle el lado positivo a todo. -Es mucho más fácil de lo que crees querida Jacinta. La semana pasada me enteré que de no hacer algo al respecto moriría en menos de un mes, entonces lo… -¡¿Qué?! No bromees con eso Fernanda…, no es gracioso -No bromeo, pero ya he tomado medidas. -¿A qué te refieres? -Simple. Padezco un cáncer galopante y voraz pero con quimioterapia lograré retrasar el desenlace hasta después del parto y como me he quedado sin pizca de pelos, todo lo que me ahorro en peluquería y depilación va para la cartilla del banco de mi retoño. ¿Jacinta? Venga, no me asustes y levántate del suelo…¿Jacinta???
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No Molestes Era la segunda vez que visitaba la finca de mis tíos predilectos. A decir verdad, se trataba de los únicos parientes a los cuales soportaba medianamente, primordialmente porque carecían de probada descendencia. Ausencia de primos. No es propio de mí recordar las fechas pasadas con exactitud, de hecho ni tan siquiera suelo recordar la precisión de un pasado; sin embargo, aquella tarde sí puedo desde este dudoso presente señalarla, ya que me ofreció regalo de aniversario de década existencial hasta el día de la fecha sin otro igual. Propiedad inmobiliaria de asentamiento rústico y campestre que a pesar de los infectos insectos invitaba a corretear desnudo por las extensas planicies de hierba delimitadas por cercas electrificadas. Nunca atrevido. Poco después del almuerzo me escabullí de aburrida sobremesa plagada de familiares beodos que no cesaban en felicitarme por los diez años recién cumplidos, me prodigaban su afecto mimetizado entre besos y alientos soporíferos. Mi inadvertida escapada no olvidó coger el más preciado regalo hasta ese momento; una cámara de fotos con esos flash Sylvania de quita y pon, para cuatro exposiciones. Toda una ciencia revelada. Me arrimé a la cerca para seguir su recorrido que me llevaría hasta mi primer objetivo y me detuve en el estanque para quitarme el sabor de esos aromas etílicos que amenazaban seducirme y desvirtuar precozmente mi dedicación a la limalimón. Ya que estaba inicié proceso de vaciamiento de vejiga 51
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con la feliz idea complementaria de fotografiar al lampiño pajarillo excretor. Gracia infantil que no prolongó alegría al recordarme que había malgastado uno de los cuatro flashes. Finalizada necesaria escala, enfilé hacia los establos de ordeño donde se encontraba el portón más grande de acceso a los prados. Unos doscientos metros por recorrer bajo un sol violento que me ofuscaba. Todo estaba muy tranquilo, el calor húmedo y los insectos únicos detalles que tuve en cuenta al acceder a gigante establo. Con extremo sigilo desvié mi andar hacia la puerta después de oír guturales gemidos sin saber qué o quién los generaba. Lejos de temer estaba ante tal situación inesperadamente presentada, seguí los suspirados que ahora se intercalaban con ruidos, jadeos, gritos, gruñidos; ya no sabía que carajo pasaba. Antes de que nada o nadie me viese, adiviné movimiento al otro lado de pared de tablas moteadas de agujeros. Elegí el más apto para mi altura y curiosidad. Por fin pude verlos. Ella se deleitaba bajo el peso y la penetración que él imponía con dual consentimiento, al menos eso me parecía. Mutuo acuerdo. Ni tan siquiera en las pocas películas de acción había oído tales cacofonías faríngeas, pero aún menos había visto semejantes órganos que después supe servían para la reproducción, entre otras cosas… Pensé que los rítmicos vaivenes por los cuales se regía el contacto deberían provocar mares de sudores, pero ni una gota
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podía ver en sus pieles, sólo nubes de mosquitas que parecían dirigir la orquesta amatoria. Allí me quedé por unos cuantos minutos como sugestionado ante tal demostración que me transmitía sufrimiento por parte de ella y dudoso placer por parte de él. No me habían visto y pensé que era poco probable que lo hiciesen en medio de tanto trajín. Si debía malgastar el flash, esa era la ocasión correcta. Preparé la cámara y con una silenciosa auto-felicitación oprimí el botón. Así derroché la segunda exposición. Inmediatamente después del fogonazo el corazón me dio un vuelco al sentir manos en mis hombros y la voz de mi tía reprimiendo con ebria dulzura: “No molestes al ganado”
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Defensa Caro Kann La partida sería nuevamente en su apartamento y esta vez estaba concienciado y plenamente convencido de que iba a ganar. Plena confianza. Había jugado más veces de lo que hubiese querido con el contrincante de esa mañana que jamás le había dicho su nombre, pero Gary sabía que lo llamaban Anatoly, y así lo apuntó por enésima vez en la planilla de control de jugadas: Torneo: Barrio Calandria de Lepe – Ronda: 1 Blancas: Anatoly Negras: Gary Fecha: 29 de febrero de 2.070 Ritmo FIDE 1° Control 2 horas/40 jugadas Resultado: Los torneos de barrio no revestían la importancia de algo tan trascendental como los Abiertos Oficiales, por ello, aparte del consabido reloj; nada más regía estas batallas sobre el tablero, ciencia que erróneamente muchos osan en descalificar como juego. Tampoco había árbitro ni espectadores, pero para Gary esa partida era muy importante; posiblemente marcaría un antes y un después en su vida. Debía hacer lo imposible para alzarse con la victoria, ni las tablas le servían, rústico empate. Llegó el momento indicado y se sentó en el sitio asignado. Miró al frente y vio a su oponente que lucía expresión y semblante casi idéntico al suyo, al menos eso le pareció. Acertado.
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Los antecedentes auguraban una apertura cerrada ya que Anatoly se caracterizaba por 1.d4, avanzando con tal movimiento dos casillas con su peón de Dama; también deshonrosamente desvirtuada como “Reina” por la plebe ajena al ajedrez que por como si esta aberración no fuese suficiente, también llaman “fichas” a lo que representan magnas PIEZAS. Esto por no mencionar “comer”, en vez de “tomar o capturar”; maldita gentuza, ¿acaso creéis que esto es Parchís o Damas? Dejó de delirar y asumió severa concentración. El conducía las negras, por lo tanto debía darle al reloj para que el tiempo de su adversario comenzase a correr y así Anatoly estuviese habilitado a realizar su primer movimiento. Presionó el botón de su lado y dio comienzo el festín. 1.e4 Mierda. Gary lo tenía todo calculado esperando 1.d4, tras lo cual esperaba replicar con 1.d5 y así poder llegar a su favorita Defensa India de Rey. Cambio de planes. Previsto. 1.c6 La Teoría de Aperturas que más dominaba ante 1.d4 era esta réplica, Defensa Caro Kann, que forzaba en cierta medida a las blancas a desviar una apertura abierta después de fallar la esperada 1.e5, para así llevar sigilosamente a las blancas a lo intricado de lo cerrado. Pura teoría por siglos analizada.
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La partida continuó rápida, siguiendo lo que marcaba la teoría para la variante del cambio. Era una rutina amenizada por los golpes sobre el reloj y las pausas para apuntar las jugadas. 2.d4 d5 3.Cc3 dxe4 4.Cxe4 Af5 5.Cg3 Ag6 Era el turno de las blancas, y aquí se dejó ver la primera pausa importante. Gary examinaba la posición intentando ver las combinaciones posibles ante los posibles movimientos lógicos de Anatoly. Echó un rápido vistazo al reloj para comprobar que el monstruo de las blancas ya había invertido siete minutos de análisis para realizar su sexta jugada. También miró a Anatoly, pero con gran disimulo, no quería que aquel se percatase que lo observaba. Se sorprendió al verlo tal y como se veía a él mismo, parecía su reflejo. Ante tal visión, los nervios lo traicionaron fugazmente, momento que sirvió para que se levantase de la silla bruscamente y dar paso a recorrido errático por su salón. Miró de reojo al tablero y no pudo ver a su enemigo. Con rapidez regresó al campo de batalla ya que si Anatoly se había levantado de seguro habría jugado y su precioso tiempo estaría siendo desperdiciado. Nada más sentarse percibió a su contrincante en frente sentado de nuevo. Se ofuscó. No podía concentrarse, se sentía perseguido. Perdió el poco control que aún le quedaba y levantándose nuevamente arrasó con una mano las piezas y el tablero. Sabía que Anatoly haría lo mismo… 56
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Tal y como lo había presentido, esta partida selló un antes y un después. Le dolía mucho la cabeza y a partir de ese momento decidió que en caso de volver a jugar frente al espejo, él sería Anatoly; no podía ser tan incompetente de perder contra él mismo todas las veces. Joer. Completó la planilla de control… Torneo: Barrio Calandria de Lepe – Ronda: 1 Blancas: Anatoly Negras: Gary Fecha: 29 de febrero de 2.070 Ritmo FIDE 1° Control 2 horas/40 jugadas Resultado: 1 – 0 …, y por un segundo creyó que estaba loco; pero no. Si no podía ganarse a sí mismo, ¿cómo pretendía hacerlo con los demás? Ahora mismo daba igual, se tomó las pastillas de la mañana y volvió a colocar las piezas. Ahora pretendía vencer al espejo conduciendo las blancas.
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El Jardinero Siempre Sueña Dos Veces Esa noche, antes de cerrar los ojos para dormir, fue fiel a su costumbre de mirar a través de la ventana. Tal y como se le presentaba, era como más le gustaba que lo arrullen; oscuridad tupida despojada de luna tímida y levemente gimoteada por contadas estrellas. Descansar. En algún lugar de la penumbra se sacudió colérico, indecentemente frenético. Irascible. Enardeció su furia al verse de pies en medio de insonora habitación pisando con fuerza lo que quedaba de una rata preñada, al menos antes de reventar a sus pies, finamente despanzurrada. Cubo deletéreo. Entre iracundo y violento salió disparado de mortuorio dormitorio, alcanzó la puerta de la calle que derribó con estruendo y convicción para comprobar enajenado que la luz de la mañana destrozaba sus párpados al cerrar los ojos. ¡Qué dolor! Con visión domada a repentino cambio de coloración ambiental, con deleite de alma se sintió amo del extenso jardín bien podado que enfrente se poblaba de las mismas aves de cada mañana, de cada año. Rabia disuelta, gorjeos terapeutas, minuto fugaz. Libertad. Volvió sobre sus pasos comprobando huellas de sangre roedora y restos de placenta. Basta. Recibió solícito la rabia esfumada y se alió con profusa violencia por no atinar a encender luz aclaratoria a semejante fantasmagoría y sudando leches de alegoría despertó 58
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manoteando sábanas y mantas que como vil reproche eran unas cuantas. El camastro soportó su peso justo al borde por donde se levantaba para dar concluida la etapa de sueño, no importaba cuanto faltase para completar la rutina. No más por esa noche. Una vez que se comprobó de vuelta a situación real, examinó sus pies con supervisión ocular para probarse libre de carnicería matricida. Limpio, delito ausente. Ahora sí con progresiva calma y sano humor enfiló hacia el jardín que en sueños lo había aliviado recibiendo a dos pasos un recordatorio de su realidad. Golpeó su frente contra los barrotes de la celda que lo encerraba, cayó de espaldas y en esa posición, pudo ver que la luna había vencido a la noche, la admiró asqueado a través de la ventana que también vestía gruesos barrotes. Ahora ya todo estaba en su sitio y con sesenta y tres años ya había olvidado salir vivo de la prisión, aún faltaban al menos tres condenas de cadena perpetua. Con resignación tomó asiento en el camastro de sábanas desparramadas y aceptó volver a soñar la misma impureza al amparo inquisidor de las sombras de sus víctimas que no fallaban en visitarlo cada vez que deliraba. Soñador de jardines repletos de polluelos robados. Asesino de familias enteras.
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Cloe Y Arturo Por siglos había sido un caserío irrelevante que de haber existido Google, ni allí figuraría. Las dos viviendas del extremo sur eran las más apartadas y no menos de medio kilómetro las separaba. Arturo era heredero y perenne propietario de la casona más austral y a la distancia antedicha, Cloe también moraba sola en caserón de madera. Ambos habitantes de soledad reconocida, fincas por las malezas bien adornadas y sin mascotas conocidas. El primero era el más conocido en el microcentro compuesto de plaza descuidada, una iglesia injuriada por cuatro sectas, un dispensario falto de auténtico profesional y un mercado de cosas importadas…, del pueblo vecino que ya casi era ciudad. Arturo era popular, ilustre y distinguido; todos sabían que nada de estudio tenía, pero con responsabilidad innata asumía roles de policía, boticario y pastor de una de las cuatro sectas: Iglesia de los Impíos de los Primeros Días. Cada mañana, todos los días, no fallaba. Caminando recorría los casi dos kilómetros desde su casona hasta la imitación de centro del caserío. Cada alborada, sin excepción recordada, pasaba junto a la cerca que delimitaba los dominios de Cloe que rara vez se mostraba, pero cuando lo hacía, él la miraba y la seguía con la vista, recorría su geografía minuciosamente aunque ello le costase tropezón en el andar y finalizaba: “Cloe, ¿aceptaría beber ginebra conmigo esta noche?”
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¿Cloe? Apenas abandonaba la casa, ella no decía ni palabra, ella sólo se sonrojaba cada vez que Arturo pasaba y la miraba. Rubor notorio, extrañamente visible, como fosforescente cuando de noche, al pasar la escrutaba. Cada vez que a beber la invitaba. Fue un amanecer de a últimos de invierno de un año sin novedades, cuando al llegar al pueblo vio inusual revuelo en medio de la plaza. Se abrió paso entre el gentío que curioso rodeaba el cuerpo desfigurado de alguien que parecía ser mujer, ni por pelos ni por bondades a la vista se podía reconocer. Nadie sabía exactamente qué hacer, pero Arturo entre terribles dudas y funesta premonición, se arrodilló junto al cadáver y dijo: “Cloe, ¿aceptaría beber ginebra conmigo esta noche?” Los despojos se tiñeron de rojo, Arturo entre sollozos se puso de pies y se dispuso a volver a la casona diciendo: “Es, o era Cloe, que alguien la entierre en el patio de su casa” Arturo llegó a su hogar, se quitó la insignia de policía y la medalla de pastor, pintó su cara de rojo y de un sólo envión se bebió un vaso de ginebra. Desde entonces nada ha cambiado, excepto que actualmente el caserío ya figura en Google.
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Desastres Y Rosas La casa de la aldea era un desastre. Hacía pocos meses que mi padre había salido a comprar cigarrillos, hoy ya sabemos que no erró el camino de regreso, eligió otra senda de retroceso. Mi madre cayó en desgracia y en apenas dos semanas lo intentó en tres trabajos. En ninguna tarea duraba, ni como experta en estropajos. Sobrepasar los cincuenta y con retoño en la casa no debía de ser fácil, menos aún si el pequeñuelo amenazaba con cumplir seis lustros de egreso placentario. Yo trabajaba a destajo en actividad fraudulenta, pero andaba hecho un andrajo, temeroso que de mi fortuna se diesen cuenta. El día de la separación, mamá se veía contenta; confesó realizada su premonición de futuro, me dijo que dejaría de hacer cuentas, que en bufete de abogados se forraría de duros. Secretariado. -Julito, hijo querido; tendrás que marcharte de casa, no es por pasarte al olvido, es que esta miseria me abrasa. -Si eso es lo que deseas me mudaré a la ciudad, todo cambiará aunque no creas, ya te mentaré en qué vecindad, para que con tiempo me veas. Las semanas mutaron a meses y éstos a años, al menos cinco de ellos diría; malvivía con poco y la moral por los caños, hasta una que noche llamo a servicios de pago para tener compañía. 62
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Opté por la variante más económica de florida oferta, antes de la visita compré vodka y un ramo de rosas, a la hora indicada la golfa golpeó a mi puerta y al abrirla casi vomito las baldosas. Ella no dio signos de sorpresa, cambió mucho la muy ladina; me reconoció al decirle con entereza: Mamá, creí que trabajabas en oficina. Se marchó, pero se llevó las rosas. La casa de la aldea sigue siendo un desastre.
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Diálogo En Hexadecimal Dormía dieciocho horas diarias con visiones recurrentes acerca de su nacimiento en tierras lejanas. De Manchester a San Pablo, de allí a Caracas, su reciente, actual, campestre y odiado domicilio. Primer día. Esa madrugada la puerta del frente estaba inusual, olvidada entreabierta. Con tímido empujón propició espacio suficiente para penetrar la noche moribunda para nada caliente. Sigilo desmesurado gobernó su incursión, agudizó su vista predeterminada para la oscuridad, patio de lajas rodeado de hierba recién cortada. Gélida brisa insultó su olfato con perfumes depuestos por otras especies. Excepto uno. Al borde de la última piedra plana, vislumbró cercano a su primer congénere. Lo saludó decidido a entablar conversación de estreno vecinal, la silueta ahora figura pareció contestarle en hexadecimal. Lo mismo pasó en San Pablo donde no concretó relación alguna, ¿será que mal hablo?, le preguntó a la luna. Volvió a saludar con cortesía y actitud frontal, desilusionado creyó entender algo de hexadecimal. Su interlocutor le propinó sonrisa para después proferir desperezo con bostezo amígdaloilustrativo que también enseñó dientes y bigotes prominentes. Ofreció último intento de aproximación lingüística y ya entrado en dudas recurrió a su expresión más artística, ofreció nuevo
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saludo y respetos clásicos; prefirió que fuese mudo y no oír contestación en lenguaje extraño y drástico. Giró y volvió sobre sus pasos sin lamentar su fracaso, felino inmigrante; lo realmente denigrante era no poder establecer comunicación después de soportar constante emigración de dueños políglotas. El sólo maullaba en inglés, por eso en Venezuela todo le saldría al revés. Volvió a conciliar el sueño después de marcar territorio, ronroneando lamentos por volver a su emporio. Depósito de ilusiones que con miau en inglés lo devolvía al Manchester de sus amores. Fin del estrés.
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Habitación 9 El violento portazo de la habitación 9 marcó el inicio de su estancia de período sin determinar en el mugroso “Hades”. Motel de instalaciones hemipléjicas, de suciedad precoz. Puerta sin llave. En vano se había intentado convencer de que la demora de su futuro esposo en llegar al Registro Civil nada tenía que ver con la reticencia de éste a firmar acuerdo bilateral; o por su inclinación a las bromas pesadas hacia todo lo nupcial. El novio arrepentido jamás apareció, se despidió con cobardía y sin miramientos; lo hizo con simple mensaje de texto, llevándose la ilusión de ella y la alianza para el evento. Sin quitarse las ropas se tendió sobre la cama curtida por mil batallas de especies desconocidas, la humedad rancia se imponía por sobre otras fragancias que luchaban por darse a conocer, le recordó vómitos de su infancia. Antes de dar comienzo a rito bebedor etílico depresor, encendió la televisión blanco y negro con mando a distancia contradictoriamente funcional, se quitó las sandalias de ante y explayada de espaldas y con las piernas abiertas admiró su vestido nuevo de recatadas lentejuelas brillantes. Techo de espejos que ahora la recriminaba por espantosa vestimenta. Notó que todo el esfuerzo por embellecer el rostro le manchaba la cara de ojos a barbilla, sobresalían las emanaciones secas de rimel negro por sobre tonos rosas y más bermejos. Las lágrimas eran historia, el tequila era el presente, el Marlboro era el ahora.
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Perdió la noción del tiempo jugando en voz alta televisada Ruleta de la Fortuna, también perdió la primera botella de bebida espirituosa que descubrió entre sus crines teñidas de pelirrojo. La reprochó entre gruñidos por estar vacía y entre mareos y arcadas abrió la segunda, la penúltima. Entró en un trance cercano a viaje astral, imágenes demasiado mezcladas para definir concepto; el rostro del huidizo mancebo, la última sesión de peluquería, el número 9 de la habitación, el mensaje de texto, los consejos repetitivos de su difunta madre, las ganas de tener un hijo, la risa contenida de la jueza en el Civil, la supuesta luna de miel en Brasil. Al despertar lo primero que buscó fue la medicina de alta graduación, manoteó un cigarro y después de luchar contra el infernal calvario que suponían los ramalazos en la cabeza, encendió el Marlboro y se premió con otro trago. Poco quedaba de esa botella y la última ya no estaba donde creyó dejarla a la espera. Parecía estar todo como antes, la TV seguía encendida deyectando Reality Show de mentes enfermizas. Pero algo había cambiado. Podría haber sido más sutil… La cama estaba desecha, vio la botella perdida y sin contenido a la puerta del servicio, no recordaba haberse quitado todo, pero desnuda estaba; con pinchazos en los brazos, señales de trajín en los orificios bajos y un fajo de billetes que parecía el salario de todo un año. Aterrada se propuso marchar. Después de cuatro retoques a su presencia recogió sus cosas y la escasa dignidad restante, 67
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encendió el celular y abrió la puerta, esta vez la trató con suavidad, con torpe destreza. Una tarjeta de presentación yacía en el umbral, venciendo la tendencia a caerse la acercó a sus ojos balbuceando los detalles para esconder su miseria. “Charlenne Mis fantasías son lo más precioso que tu dinero puede comprar. Motel “Hades” – Habitación 6” Juró que su habitación era la 9, de hecho lo seguiría siendo si el número no se hubiese invertido después de inaugural portazo. Al alejarse de la pocilga pasó por delante de la 6, una prostituta impecable le pidió fuego y dinero prestado. Le dejó unas propinas y con zancadas de cigüeña se alejó de prisa. -
¡Oye gracias! Déjame forma de contactarte para devolverte el favor.
-
Olvídalo, no hace falta. Que te vaya bien, maldita Charlenne…
-
Pues gracias otra vez, ¿cómo sabes mi nombre?
-
……..
Los tres mensajes de texto entraron casi al unísono, los tres decían lo mismo: “Espero no estés enfadada, pero antes de casarnos tenía que hacer mi última broma pesada. Te quiero.”
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Maternidad Inconclusa No era tan distinta a las demás. Bien es cierto que los desprolijos tatuajes de símbolos inventados en épocas de mezcla filosofal Hare Krishna con Vudú Cristiano afeaban su pecho, pero engrandecían sus deltoides. Sólo una madre está autorizada a conceder tales miradas, tal afecto primordial. Su tercer bebé se placía sorbiendo líquido esencial de sus pechos tatuados y henchidos de secreción alimenticia irreemplazable. Goteo de vida inimitable. Sus parientes más cercanos, madre y abuela; leían despreocupadamente en la sala de espera, como rechazando verla, como eludiendo contacto afectivo o simplemente contemplativo. Fuese lo que fuese a ella no le importaba. Atrás quedó la paternidad huidiza de experimental mancebo de propiedades drogadictas, aún más lejos la falta de simpatía paternal. El contagio de vigor y sabiduría que regalaba con sus emulsiones superaba todo fracaso, la alejaba de pronosticado ocaso precoz. La succión de su tercer génesis hereditario se robaba la atención de todos y cada uno de sus sentidos. Ser madre era humano, sentirse madre era divino. Llegó la hora indicada, porque hacía un tiempo su vida se regía por estricta agenda preestablecida, por otros confeccionada sin tener en cuenta sus deseos, su opinión ni reacción. 69
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A la puerta de la habitación del hospital estatal la enfermera ya no esperaba sola, con ella estaba esa persona de aspecto oficial. Expresión formal. La primera se acercó para acariciarle el pelo e intentar decir algo bonito; la segunda le arrebató el bebé de los pechos y de los brazos y traspasó la puerta volviendo sobre sus pasos para darle al recién nacido nuevos regazos. Abuela y bisabuela resignadas y malamente paradas. Congestionadas de confusión y sentimientos encontrados. Se marcharon todos, incluyendo la enfermera que pretendió tener dotes de consolación. Las lágrimas que la asperjaban no eran sólo de tristeza, también de impotencia, de arrepentimiento tardío, insulso e improcedente. No podía retroceder en el tiempo, no podía evitar que en ese mismo momento la funcionaria de su penitenciaría le invite con prisas para acabar de vestirse. El pequeño transporte enrejado la esperaba para devolverla a su celda en prisión de máxima seguridad. No pudo elegir asiento, cogió la botella de whisky dádiva irrespetuosa de su familia, derramó su última lágrima sobre las esposas y juró en silencio no volver a matar, no volver a hacer lo que hizo con sus dos primeros hijos.
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Armonía, Contrapunto y Fuga Composición e instrumentación musical. Delirio de pasión que nuevamente lo asaltaba desde un lugar privilegiado de su abultado y no bien ponderado recuerdo. Historia del arte y la cultura, especialización en gregoriano y música de cámara, tantos años invertidos en puro placer; el mayor de sus logros hasta ese día, el cultivo de sus virtudes. Solía ser muy bueno como músico, dominador de la teoría y tirano de la práctica. Pero otros avatares oprimían su realidad vigente, por ello siempre que llegaba a la intersección de las cuatro avenidas sucumbía en divagaciones y rodeos en torno a agendas y diarios espirituales apaciguados por el olvido de sus menos caras apetencias. En tales momentos de abstracción, ensimismamiento y cierta meditación; daba rienda suelta a la composición de melodías y sinfonías de cadencia variada a todo evento que rodeaba la pequeña biósfera urbana de las cuatro avenidas. Los cinco hilos de agua de la fuente en la esquina del quiosco de revistas le servían de pentagrama, el monumento a la mujer de la esquina de enfrente actuaba de clave de Sol, la calve de Fa surgía del vendedor de globos con helio y así iba colocando a los transeúntes como notas según el compás que le dictasen las figuras de las pocas nubes que el smog dejaba ver, entes anónimos que en cierta forma amedrentaban la intersección de las cuatro avenidas.
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Absorto en surrealistas creaciones no exentas de un arte enterrado por circunstancias innombrables, embozado por la necesidad de ser protagonista de lo excelso y de alguna manera dejar su huella artística en la historia; así derrochaba sus sentidos al llegar a esas esquinas. -¡Oiga! ¿Está usted sordo? ¿O sólo es ciego? ¿Acaso no ve que el semáforo se ha puesto verde hace rato? ¿No oye el claxon de los coches? ¡¡OIGA!! ¡¡HEY!! –le reprendió su pasajero. -Ya va joer…, ya va… A veces no sabía que mierda era peor, sobrevivir de taxista o la espera en los semáforos en rojo.
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Ezequiel Y Carloto -¿Por qué no intentamos que nuestra relación vaya medianamente bien? Mira Carloto, sé que son muchas nuestras diferencias, casi nada compartimos excepto las preferencias por comidas parecidas, aunque bien sabes que el pescado que te enloquece ni por poco me apetece. -No está de más tu observación, Ezequiel. Después de cinco años juntos, lo menos que podríamos hacer es curtir buenas maneras, en cierta manera estamos obligados a compartir el mismo techo por razones de conveniencia, más allá de lo económico y social. -Mira, no sé a qué te refieres con lo “económico y social”, pero me aventuro a proponerte una tregua con visos de terminación de contienda. Creo que en esta casa hay lugar de sobra para ambos y hasta podríamos aprender a compartir más cosas. ¿Qué te parece si como muestra de buena voluntad salimos a dar un paseo por una vez sin estar enfadados? -Me parece buena idea y celebro que lo propongas; demos una vuelta por el parque; espérame un momento fuera y ve preparando lo que vayamos a necesitar que en menos de lo que canta un gallo te voy a alcanzar. Ezequiel salió y Carloto dedicó tres cortos minutos a tarea desconocida, después ambos caminaban orondos para iniciar recorrida por el parque. No lo pasaron mal, tampoco excesivamente bien, digamos que fue caminata neutral, de disfrute bilateral.
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Ya próximos a la casa y resultando ser infiel, Carloto propinó feroz empujón a Ezequiel y a la carrera huyó hacia la casa. Ezequiel ciego de ira por irrazonable actitud lo persiguió intercalando arengas ofensivas hacia compañía frustrada. Contrato roto, camaradería quebrada. Ezequiel llegó exhausto y con la lengua fuera, Carloto yacía en los brazos de su amo, maullando como herido de muerte e invitándolo con la mirada a ver el destrozo del salón que antes de salir había propiciado. Como siempre la culpa recayó en Ezequiel que esa tarde fue expulsado del hogar y llevado a la Perrera Municipal. Por fin solos, -pensó Carloto- mientras se acicalaba gatunos bigotes en la cumbre del almohadón favorito de Ezequiel, disfrutando las caricias del amo no más compartido, dueño y señor de todo el territorio, sin pulgas ni sentimiento de culpa.
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Súmmum De Lo Absurdo Arturo, cabeza de familia. Esposa joven y gemelos adorables a punto de estrenar los trece años. Hombre de trabajo y dinamismo inusitados para la su época; amo y señor de la granja que a todos daba de comer, jamás dejaba un asunto sin resolver. No hacía mucho que Arturo se sentía ignorado pero se achacó paranoia infundada como pecado y dejó tal pensamiento a un lado. Ese lunes amenazaba seguir el derrotero de todo inicio de semana, ella ensimismada en la cocina, los gemelos intercalando desastres en la campiña con visitas a la cocina y él a labrar la tierra. -Mamá, ¿qué hay para comer? -Mmmmh, ¡es sorpresa! Venga, iros a jugar que cuando sea la hora os voy a llamar. Nadie más que ella recordaba la fecha. Hacía ya quince años que contrajo matrimonio, pero estaba acostumbrada a que Arturo lo olvidase, no por ello cejaría en la preparación de banquete sorpresa. Con delicado y profundo cariño se esmeraba en el mestizaje de los ingredientes junto a la gran ventana de la cocina y con una sonrisa cómplice admiraba a sus pequeñuelos retozando próximos a la cerca. Arturo se dejaba ver un poco más lejos, arado en mano, bueyes en frente.
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Todo el esfuerzo de esa mañana estaba encaminado a la satisfacción de la tribu familiar, sus experimentadas manos hacían lo imposible para generar un menú sin igual. Lujo terrenal. Aunque como toda madre, el contentamiento y bienestar de sus hijos era lo primero, más allá de Arturo, más allá de su propio cuero. -¿Me alcanzas un vaso de limonada por favor? –dijo Arturo con tono de súplica. -Aún no he hecho limonada pero tienes agua fría en la nevera. Sírvete. –Ella quiso demostrar desapego. Arturo empezó a justificar su paranoia de sentirse ignorado, pero una vez más dejó el pensamiento a un lado y prosiguió con el arado. Así pasó la mañana, cada uno a su tarea y los niños preguntando que había para comer. En solitario, con amor y dedicación, ella dispuso la mesa, la vajilla heredada, candelabro de condesa y servilletas de duquesa. Vistió su figura con ropa de hada. -¡Todo el mundo a comer! –Gritó con decencia. La tropa se presentó de inmediato, nadie se lavó las manos, Arturo hasta pisó al gato y se sentó junto a los hermanos. Ella de pies, a la cabeza de la mesa con tremenda y humeante olla a su alcance miró a todos con anuencia y preguntó: -¿Alguien sabe qué día es hoy? 76
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-¡Lunes! Día sin limonada, -graznó Arturo. -Venga mamá, ¿qué hay para comer? Un poco desilusionada por no obtener respuesta adecuada ni gesto de admiración por arreglos diferenciales, anunció oronda y mofletuda: -Macarrones caseros con salsa de champiñones. -¡¿Otra vez macarrones?! –chillaron al unísono los gemelos apartando los platos para salir corriendo en medio de inexplicable llanto. Arturo quiso decir algo pero ella al trote se alejaba con la olla camino al gallinero donde vació el contenido atacada por sollozos más justificados. Menudo aniversario. Los gemelos acabaron viendo TV en la habitación, ella llorando sin consuelo encerrada en el baño y Arturo… Arturo intentaba robar algo de macarrones a las gallinas pensando que realmente estaba siendo ignorado e intentando convencerse que había valido la pena haberse casado, un día como hoy, hace quince años.
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Copo De Nieve Iban a dar la diez de la mañana, pero era domingo, así que decidió dejar dormir al niño todo lo que quisiese. Se quedó por un momento a la puerta de la habitación viendo como descansaba su pequeñuelo que ya empezaba a transitar la difícil transición entre la infancia y la adolescencia. Allí, recostado sobre su brazo derecho, con la boca entreabierta y las sábanas prolijamente desperdigas entre la misma cama y el suelo; le estimulaba sus más profundos instintos maternales. Fue entonces en que decidió hacer una excepción y despertarlo a las diez en punto llevándole el desayuno a la cama; se trataba de una de esas mañanas en que su instinto maternal superaba al paternal que también tenía desarrollado a falta de presencia masculina. Llegó la hora unilateralmente pactada y al chiquillo sorprendió gratamente, se sentó junto a él para acompañar ingesta matutina y de paso le acarició la frente. El niño agradecido por fin dejó la cama, abrazó con fuerza a su madre y con cierto nerviosismo se dedicó a arreglarse para salir a jugar al parque con su destartalada bicicleta. Ella hizo lo mismo pero para ir a la iglesia, devota de una creencia tan absorbente como inútil. Antes de coger la bici vigiló que su madre no estuviese cerca, finalizada la comprobación, penetró con sigilo la habitación de ella en busca de su cartera, tomó el dinero que creyó apropiado y como una tromba salió a la calle. La suerte no estaba de su lado ya que mamá lo había visto casi todo, pero no dijo nada a la espera del regreso de pequeño 78
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ladronzuelo y cavilando el mejor castigo para semejante afrenta, con la moral por el suelo. Muy cercano al mediodía se presentó la criatura con rústica bicicleta y un bulto que creía disimulado bajo su chaqueta. La madre descontrolada de un empujón le encerró en la cocina, cogió un cinturón de cuero y azotó piernas y espalda de aterrorizado niño. El secreto del pequeño manilargo cayó al suelo mezclándose con generosas lágrimas de dolor y sufrimiento… -¡Así aprenderás a no volver a robar maldito desagradecido! ¿Así me pagas el desayuno en la cama? ¿Creías que no te había visto? A tu madre nunca podrás engañar, ladrón de pacotilla. ¡Llora, berrea todo lo que quieras, si tu padre estuviese sería mucho peor! Si quieres algo no tienes más que pedirlo, perverso delincuente… ¿qué es lo que escondes en ese paquete? El niño adolorido y con sentimientos encontrados recogió el bultito del suelo, le quitó el tosco papel y extendiendo su mano abierta marcada por el paso del cinturón justiciero dejó ver un minúsculo colgante de copo de nieve, bisutería barata. -Es para ti. Feliz día de las madres.
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Insomnio AB(+) Matías era el mayor de los tres hermanos, serias amenazas del tiempo indicaban que pronto tendría trece años de vida en su haber. ¿Niño? No, Matías ya era muchacho, joven por lo pronto normal, excepto por la cualidad de adherirse con desacato al insomnio. Noches eternas sin pegar un ojo, ojeras mañaneras y el ánimo hecho un despojo. Todo ocurrió el día en que su madre, única persona mayor del hogar; empezó a trabajar por las noches. Se marchaba apenas oscurecer y regresaba a las tres o cuatro de la madrugada. Nadie sabía a qué se dedicaba, sólo importaba que a la mesa nunca le faltara lo básico nutritivo y algún gusto tan esporádico como prohibitivo. Él y sus hermanos todo el día fuera, haciendo los recados y masacrando cultura en la escuela. Matías la echaba mucho de menos, por ello realizaba su mejor esfuerzo para permanecer despierto hasta que ella llegara, de verdad lo intentaba con todas sus fuerzas pero jamás lo lograba. Feliz por dormir sin problemas, triste por no poder verla. En una ocasión despertó al oír llegar a la trabajadora, supo que se detuvo a la puerta de su habitación y hasta sintió su mirada. Matías fingió estar dormido y desperdició la ocasión de conversa de aquella madrugada. Su madre se acercó, lo arropó y le dio un beso justo en el límite entre la frente y los cabellos y se retiró en silencio.
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La noche siguiente le volvió el desvelo y se apropió de sus oscuridades hasta el día de hoy en que tengo que soportar cada comienzo de día, al teléfono su llamada de mente traumatizada: -Hola, ¿papá? Sólo llamo para decirte que echo mucho de menos a mi madre. Si algún día la ves, dile que no fingiré más estar dormido. Después de tanto trajinar con el pobre Matías y su problema, me he quedado con sólo dos opciones; desconectar el teléfono o enviar a una tropa de gente de blanco uniforme con chalecos que no son antibalas y que lo encierren en habitación almohadillada. ¿Su madre? Matías no lo sabe, pero aún sigue trabajando para mí, con clientela muy disminuida, los años no pasan en balde…
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Obsesión Quirúrgica -¿Ya está dormido? -Sí doctor, -sentenció el anestesista. -Bien, procedamos. Esto no requiere mayor esfuerzo. Extirpar un quiste estomacal no debería llevarnos más de veinte minutos, a ver si nos da tiempo a terminar a tiempo para ver el partido. -¿Qué partido doctor? –preguntó estúpidamente la enfermera. -Vaya…, no sólo es una enfermera mediocre, tampoco sigue la actualidad deportiva…, lo de mediocre se lo digo en broma, después de tantos años trabajando juntos creo que… -Está bien doctor, déjelo así. Después de tantos años ni tan siquiera nos tuteamos, así que por qué mejor no abre a este sujeto y disfruta de su partido mientras yo me rebusco mediocridad en el cine. -No se ponga así, si en verdad quisiese que… -¿Bisturí del seis? -Sí, tiene razón, basta de cháchara. No, bisturí del ocho, este mastodonte tiene grasa hasta en las uñas. El cirujano abrió al portador de estomacal quiste con precisión y hasta con placer. Hendió la piel sin dificultad pero debió de
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bregar más de lo esperado con exagerada túnica de sebo de magnífico gordo. Con la ayuda de un fórceps de acero inoxidable, expandió las carnes para dejar a la vista el desorden de los intestinos que se confundían con hediondo y bien esculpido quiste y un maltratado estómago. No esperaba ver larvas de gusanos de desconocida especie adornando todo rincón de membrana serosa de origen mesodérmico. No pudo contener un generoso vómito que bendijo toda la escena, explosión que rozó lo hiperrealista al decorar brazos de enfermera y anestesista. -¡¡¡CORTEEEEEEEEN!!! –Chilló con respeto insultante el director. ¡¡Mierda contigo Patrick García!! Ya es la tercera toma y siempre te me vomitas. No hagas que me arrepienta de haberte elegido actor protagonista, última oportunidad; nos estamos quedando sin cadáveres. -Es que los gusanos me… -Calla, que para eso bien se te paga, actor de pacotilla. Se giró al encargado de la morgue y con un gesto le ordenó que traiga otro cuerpo para la escena.
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Ortega Y Gasset -¿Quién llamó al teléfono? -Ya están listos los resultados, dice que quiere que vayamos los dos a la consulta para enseñárnoslos. -Vaya… ¿Por qué tanto misterio? Espero no sea el preludio de nada malo. -No creo querida, además; no me parece que sea la actitud más correcta ir predispuestos a recibir malas noticias; y baja la voz que no quiero que los gemelos sospechen nada hasta saber de qué se trata. -Pero… ¿no te adelantó algo? No ha dicho al menos que… -No ha dicho nada, sólo quiere vernos en la consulta cuanto antes. Ortega intentó transmitir tranquilidad a Gasset, su esposa; ella era muy proclive a asumir negatividad en casi todo, sobre todo en estos casos; pero lo cierto es que Ortega mismo hervía de nervios por la incertidumbre acerca de los resultados. Tercera ecografía. Pocos días para el parto. No tardaron nada en llegar a la consulta del profesional, pero a ambos les pareció una eternidad. Corto desplazamiento privado de palabras, saqueado por la fluctuación de estremecimientos. Al bajar del coche, Gasset quiso decirle algo a su esposo, pero Ortega la invitó a callar con el índice sobre los labios y rodeando
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su cintura con un brazo, juntos entraron a ver a quien los estaba esperando. El ecografista pretendió elaborar un inapropiado preámbulo de cortesía, pero Ortega y Gasset lo empujaron a ir directamente al grano. -Bueno, simpática y afortunada pareja. Como queráis. Según las dos primeras ecografías los cuatrillizos iban de maravillas, pero lamento mucho tener que comunicarles que uno de ellos, el que debería de salir primero, a girado de forma imprevista e infrecuente, esto ha derivado en una asfixia que por desgracia no ha podido soportar. Lo siento, pero lo hemos perdido. Ocurre que ha quedado en una posición que entorpecerá la salida de los tres hermanitos que gozan de buena salud. La cesárea de carácter urgente es la única opción. Esta misma tarde. Ortega y Gasset analizaron con detalle las placas, después sólo se miraron a los ojos y él le apretó las manos. Ambos estaban sino acostumbrados, preparados para algo así. Se retiraron en silencio. No había nada para decir. No hacía falta. De regreso a la casa, Gasset preguntó a modo de dictamen; -¿Se lo decimos a los niños? Ellos no sabían que eran cuatrillizos. -No Gasset querida, es mejor que no lo sepan; limitémonos a llevar a la gata esta misma tarde para la cesárea, tal y como recomendó el veterinario. Con tres gatitos estarán igual de contentos. 85
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Y De Postre, Gravedad Entre los años 1.920 y 1.950, el desarrollo del norte argentino pasaba en gran medida por la construcción de nuevas carreteras; la mayoría de ellas resultado del desmonte dejando rutas de tierra más o menos transitables por los vehículos de la época. A tal tarea se dedicó mi abuelo gran parte de su vida, trabajador asalariado dependiente de lo que hasta hoy se conoce como “Vialidad Nacional” y así me narró la siguiente anécdota que nutre un conjunto de recuerdos que guardo como si fuesen míos. Dadas las condiciones laborales y sobre todo la naturaleza del trabajo, la higiene corporal era un tema desprovisto de importancia para sino todos, la mayoría. Así y todo, intentábamos mantener lo mínimo necesario para que no nos confundan con algún zorrillo o cadáver en caso de estar dormidos. Fue poco después del almuerzo. Estábamos en una zona de monte enmarañado y portando las herramientas básicas. Machetes, “olla negra gigante” y los caballos. Recogimos todos los bártulos y distribuimos la carga en los caballos intentando ser ecuánimes, pero al ser yo el responsable de la faena, de más está decir que siempre me tocaba escaso material para transportar. Emprendimos la marcha hacia el nuevo punto de reunión, donde otra peña trabajadora se nos uniría para dar comienzo a nueva tala.
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El sol era tan caliente como insultante, esto combinado con la vejatoria humedad del ambiente y las incontables especies de insectos voladores; convertían la travesía en una especie de doncella de hierro, herramienta de seducción empleada por la inquisición. Poco después de intentar el primer galope ligero, uno de mis compañeros graznó pidiendo un alto en el camino. Sorpresiva urgencia por vaciar el vientre. Algunos prosiguieron la marcha con ritmo aminorado, pero el grueso de la plebe se quedó a esperar. El mancebo de intestinos revueltos se apeó liberando sonoros pedos que anunciaban deyección más liquida que consistente y sin buscar privacidad evacuó soberana muestra de confusa digestión. Acabado el trajín anal, sin lindezas profilácticas ni asomo de lavado, se subió lienzos y pantalones dejando fundir los residuos cloacales con maltratadas telas. Si bien nuestras costumbres sanitarias distaban mucho de las de una sala de terapia intensiva, nos llenó de extrañeza tal descuido y dejadez, a lo que raudo y curioso pregunté: -Oye… ¿no te limpias el culo después de cagar? -¿Para qué? Si cuando se seca cae solo… El caballo hizo amague de relinche cuando el paisano lo montó ya más liviano, pero sólo atinó a gesticular, lo que interpreté como una resignada sonrisa.
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Menú Del Día Una avalancha protagonizó el estropicio. Regresábamos al campamento dando por terminada una corta excursión a las inmediaciones del monte Logan, monumento natural que rige el territorio de Yukón al extremo occidental de Canadá. La escapada que combinaba turismo con aventura se había planificado para tres, pero acabamos yendo únicamente Teo y yo, lo que en un principio resultó algo preocupante si contemplábamos los innumerables riesgos que semejante expedición parecía prometer. Ocurrió justo a la mitad de los trece días estipulados de antemano. Eludimos por milagro el alud de nieve, pero el campamento y todo lo que podría tener valor para la supervivencia había desaparecido a nuestra llegada. Sin dar lugar a la desesperación, resolvimos de mutuo acuerdo empezar a quitar de a poco la gigantesca mole helada esperando colaboración por parte del lógico derretimiento que lenta pero seguramente tendría lugar, para así recuperar los elementos básicos para de allí escapar. Una brújula se hacía indispensable ya que el sol brillaba, pero por encima de las nubes y sin recato ni atisbo de vergüenza confieso que ambos ostentábamos sin orgullo poca pericia en tales lides salvajes, aunque Teo mostraba más desparpajo o al menos más iniciativa en resolver los tan pequeños como múltiples problemas que daban forma al gran conflicto inesperado.
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En las mochilas apenas si teníamos algunas herramientas propias de excursión; prismáticos, algún cuchillo, mechero, linterna, un botiquín básico y abrigos de refuerzo. La prioridad era soportar el frío y alimentarnos. Líquidos evidentemente sobraban. Nada de alcohol… Desde el momento en que empezamos a quitar la nieve, una cría de caribú nos observaba a la distancia, no muy lejos, pero la justa para huir en caso de presentir amenaza. Con restos de maderas de abedul improvisamos palas para desenterrar con asombrosa lentitud los tesoros de vida custodiados por la nieve que parecía reír al descongelarse aún con más parsimonia. Los días y noches pasaban, padecíamos de frío en la “camacueva” improvisada que tal vez habría servido de guarida a algún mamífero de escaso calibre; sin embargo hambre no pasábamos ya que Teo cada día se las ingeniaba para traer algún ave o bestia pequeña para calentar o asar en tosco fuego. El caribú cogió confianza, pero lejos de Teo se mantenía, sólo intimaba conmigo cuando Teo no estaba. Se dejaba acariciar con gestos propios de un caballo por años domesticado, tenía los ojos tristes y lucía muy bien alimentado aunque jamás pude ver a sus progenitores. Todos los días, cuando Teo se marchaba a inventar algún artilugio propio de Anthony Hopkins en “The Edge” para conseguir alimento; la cría de caribú y yo nos reuníamos en secreto. Resulta estúpido ahora que todo ha pasado, pero me incomodaba que Teo supiese que guardaba gran cariño hacia el caribú. Cuando le exponía mis monólogos de preocupación e incertidumbre por lo que estaba pasando, el animal parecía 89
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comprenderlo todo; manso se dejaba acariciar y hasta parecía lagrimear, pero era sólo efecto del viento frío. Inclemente. Más días y más noches dejaron huella en lo que se tornó una cuestión primordial de resistencia, ya no había alimento; al parecer la escasa fauna había decidido emigrar conocedora de la presencia de nuevos depredadores. La situación comenzó a ser desesperante. Con Teo apenas mediábamos palabra, llevábamos tres días sin llevar nada al estómago, excepto agua y alguna extraña especie de muscínea que Teo sacaba de los árboles. Su supuesta sapiencia selvática-campestre aseguraba que eran aptas para consumo humano, a esas alturas poco importaba. Al finalizar ese tercer día de ayuno y sin oración, antes de meterme en la “cama-cueva”; pasé por el “baño” y con una caricia le di las buenas noches a mi mascota salvaje confidente. Teo parecía estar más débil que yo, así y todo desperté mucho después que él aquella mañana en que por fin el sol hacía aspavientos de ultravioleta y gamma, la nieve se derretía más de prisa. Tomé una nueva pala de diseño estrafalario y proseguí la tarea que de no nevar más, pronto llegaría a su fin. El caribú esa mañana no estaba y sentí que lo necesitaba, que tenía que contarle la actualidad de mis penas. Exigía sentirlo a mi lado, ver sus ojos llenos de comprensión, pero se había retrasado; más tarde lo vería. No pude mantener ritmo de trabajo, mi debilidad me empujó hacia la “cama-cueva” y Teo que no llegaba. Qué ganas tenía de echarme un mísero cigarro…
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Desperté en medio de aromas provocativos, sugerentes, atractivos. Salí del refugio como un cohete, como atacado por hormigas soldado; ignoré todo tipo de saludos y reverencias y me abalancé sobre los trozos de carne que ni a medio asar colgaban sobre el fuego. Teo ya estaba comiendo la sagrada carne poco hecha y sin sal, reíamos entre dientes y bocados con alegría sin igual. Delicioso. Apetito saciado. -Tenemos al menos para cuatro días, -masculló Teo- ¿puedes creer que después de tanto tiempo sin ver bestias un caribú enano se me acercó como pidiendo caricias? Nunca antes me fue tan fácil romper un cuello. Vomité un poco, pero después seguí comiendo. Teo no sobrevivió, yo al año siguiente regresé a Canadá a echar flores a su tumba y llevarme los cuernos del caribú. Ese día no nevaba.
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Quince Años Armando dejó el libro en la mesita y apagó la luz de su lado. Ella hacía ya un largo rato había dejado una copa de vino sin acabar y parecía dormir. -¿Duermes Isabel? -No, pero me gustaría… -Perdona Isabel, pero esta noche me siento extraño, no es malo; es sólo que necesito decirte lo importante que eres para mí, susurró Armando con melancolía. -Vaya… ¿qué has estado leyendo? ¿Equivocaste la sección de deportes por la de necrológicas del periódico de ayer? ¿O has vuelto a beber? -No, en serio Isabel. Quizás esté de más que lo diga, pero después de quince años de convivencia ambos sabemos muy bien que jamás me he caracterizado por mi romanticismo y hay días, noches para ser más concretos; en que necesito decirte lo mucho que te quiero. Armando se giró y se pegó a la espalda de ella dejando que su brazo la acaricie con inusitada y extrema dulzura. En la más completa oscuridad siguió diciendo en voz apenas audible: -Isabel, te amo. En verdad te amo muchísimo. -Oye…, no sé a qué viene todo esto; si quieres sexo estás jodido porque hoy no tengo ni la más mínima gana. 92
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-Isabel cariño, mi vida; no, no quiero nada que tú no desees. ¿Tan difícil te es aceptar que tan sólo quiero compartir contigo mi más profundo y sincero sentimiento? -Venga Armando, después de quince años hay cosas que aún no has aprendido, cosas tan simples que es realmente increíble que pueda tolerarlas. Déjame dormir. -Como quieras Isabel, siento haberte incomodado; tal vez no era el mejor momento. Hasta mañana mi amor. Armando le dio un beso en la nuca, se giró nuevamente y adoptó la postura preferida para conciliar el sueño. A escasos cinco minutos ella encendió la luz y un cigarro, cogió la copa de vino y farfulló: -Armando… -¿Si?... grmmmftx… -Es la última vez que te lo digo, mi nombre no es Isabel, es Sara. Quince años para esto…, subnormal, obseso.
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Máicol El Preguntón -¿Hace cuánto tiempo que estamos aquí, mamá? -¡Ay! Qué susto me has dado, no te oí levantar ni llegar. Cómo estiras la modorra los domingos ¿eh pequeñajo? -Ya…, pero es que anoche era poco menos que imposible conciliar el sueño con el jaleo de fuera. -Ya lo sé cariño, ya lo sé; es primavera, todas las primaveras pasa lo mismo. Ven, acércate a este rincón; ¿te apetecen unas pipas? -No mamá, no tengo apetito. ¿Hace cuánto tiempo que estamos aquí? -Ay Máicol…, acurrúcate a mi lado que te contaré un par de cosas. El niño apartó algunas pipas del camino, hizo un hueco en el serrín y se arrellanó a la vera de su madre. -Verás Máicol, tú, al igual que yo; llevas toda la vida aquí y es posible que ambos nunca salgamos de este hábitat. Bien sabes que todos tus hermanitos han sido llevados a otros parajes similares a éste, pero ten por seguro que no se diferencian en mucho. Llegará el momento en que tú también corras con la misma suerte, el único que tiene ciertos privilegios de “viaje” por llamarlo de alguna manera, es tu padre, que no conoces ni conocerás ya que únicamente lo dejan estar a solas conmigo. 94
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-Pero mamá, ¿porqué no puedo ver a mi padre, acaso vive? -Claro que está vivo. Él vive en la más completa soledad, es imposible que los niños se acerquen a él. Es un ente maligno y destructivo, es muy posible que te mate al verte. -¿Y porqué a ti no te hace daño? -Ja, ja, ja…, cuando madures lo entenderás; tiene que ver con que tengas más y más hermanitos. -Pero yo quiero salir de aquí mamá, al menos un rato. -No desesperes, a todos nos pasa lo mismo; pero nos acostumbramos. Dependiendo de la época y el humor de ellos, nos sacan de vez en cuando. ¡Shh! Ahora calla que se acerca uno, si se enteran que sabemos hablar estamos mal… -Pero mamá, ¿quiénes son “ellos”? yo quiero… -¡Shhhhhhhh! Una silueta gigante se detuvo cerca, demasiado cerca. Apenas se movía y con la misma rapidez en que se acercó, desapareció. -Mamá, ¿porqué no tienen que saber que podemos hablar? -Máicol, ya está bien de preguntas por hoy, con el tiempo lo sabrás todo. Cómete algunas pipas y vete a jugar con la rueda que yo tengo que trocear un poco de papel y organizar un poco esto que está todo revuelto. 95
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Al otro lado del cristal un hámster le dice al otro: -Míralo que rápido ha aprendido a girar en la rueda. Mañana hay que sacar esa cría y ponerla a la venta, es macho y no podemos tener más de uno en la comunidad. Por cierto, yo juraría que saben hablar.
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Así Es, Mademoiselle -William, ¿está encendido el aire acondicionado? -No mademoiselle, ahora mismo lo pongo en marcha. Confieso que era la primera vez que accedía a tener una cita con una dama como Morgane, no sólo era estéticamente bella, también desbordaba cultura y maneras demasiado pulidas para mis costumbres. Alta sociedad. Rolls Royce. También era la primera vez que mi femenina compañía era la encargada de todos los detalles de semejante encuentro; transporte, elección de restaurante y pago de cuentas. Para nada lo creí injusto ni nada parecido, yo había invertido (¿o gastado?) lo impensable en aras de fortalecer esa relación en pañales. Aún no tenía claro si pretendía su amor o las bondades que anidaban es sus supuestas vergüenzas, ahora lo único que contaba era pasarlo bien en excursión tal larga como incómoda hasta la ciudad donde nos esperaba lujosa reservación en comedero que ostentaba cinco tenedores. El viaje podría haber sido un excelente preludio al romanticismo que amenazaba teñir la velada, pero como dije antes, la excursión se hacía larga, muy larga y sobre todo incómoda. Estaba atacado de gases y me explotaba el vientre. Por momentos parecía que se me tapaban los oídos de tanto aguantarlos, otras veces estallaban disimuladamente por dentro como quienes regurgitan pedos. Bestial, insoportable.
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Morgane se mostraba ajena a tremendo sufrimiento, me contaba cosas relacionadas a cualquier hito del camino finalizando sus cortas leyendas con la fatídica coletilla: “¿Verdad William?”, a lo que el pobre conductor lacayo siempre contestaba: “Así es mademoiselle” Yo me limitaba a gesticular aparentando infinito interés por sus dichos al punto de hasta articular alguna palabra de aprobación con tal de que siguiese hablando y no me prestase mayor atención. Intenté todas las posturas posibles y hasta me crucé de piernas. Todo era en vano. Juro que traté de impedirlo hasta la última décima de segundo, pero ocurrió lo inevitable. Afortunadamente la flatulencia se abrió paso forzosamente haciendo gala de irrupción silente, pedo absolutamente silencioso, de esos que dejan calientes los lienzos; suave pero delator a causa del terrible hedor, pero… ¡Qué alivio! -William, ¿ha encendido o no el aire acondicionado? -Sí mademoiselle, está encendido. -William, ¿ha cambiado el ambientador del coche como se lo había pedido? -Lo siento mademoiselle, aún no he tenido la oportunidad. -Bien William. Por favor hágalo en cuanto pueda. -Así se hará mademoiselle. Morgane me dirigió una mirada de disculpa y sentenció: 98
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-Lo siento, el ambientador no es de buena calidad, aquí huele fatal. ¿Verdad William? -Así es mademoiselle. ¡Otro alivio! Al menos la suerte estaba de mi lado y no había estropeado el idilio con nefasta emanación. Bendito seas William por no haber cambiado el maldito ambientador. Todo pareció retornar a una anhelada normalidad y hasta empecé a prestar atención a las tonterías que seguía hilando Morgane. Qué equivocado estaba. Todo volvió a empezar. Esta vez programé sugerir una descortés parada, pero no faltaba mucho para llegar por lo que decidí aguantar y esperar. Mal hecho… Estos efluvios rozaron estirpes cadavéricas sulfúricas. Seguidilla de eructos anales en cuotas que nuevamente se ampararon en sepulcral silencio, casi tan sepulcral como la peste que hasta parecía inmoral. Detestable, infernal. -William, detenga el coche ya mismo y cambie ese horrendo ambientador… ¡Uffff! Salvado. -…que cuando el señor se nos cague encima no habrá cristiano que sobreviva. ¿Verdad William? -Así es, mademoiselle.
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Esa noche me hice una pizza al microondas y nuca mĂĄs volvĂ a ver a Morgane.
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Carnicería.com -¡Buenos días señora! Se la ve radiante esta mañana, como si hubiese cambiado de tarjeta gráfica o de versión de PhotoShop. -Calla, tú siempre dices lo mismo, igual que el Windows cuando se pone la pantalla azul; aunque se agradece la lisonja. Debes de ser el único del minimercado que intenta ser amable como software conversacional. -No será para tanto; usted, como buena maruj…, digo señora, sabrá apreciar mi plataforma de desarrollo orientada a objetos. -Venga, que tienes más rollo que el “jelp” del MS-Word. ¿Te queda algo de lomo vacuno? -Está de suerte, el fin de semana hice copia de seguridad y lo tengo comprimido en el freezer 3.1, es del mejor. ¿Cuántos gigas le corto? -Mmmmh, no, que no llegue al giga, con 950 megas estará bien, pero use el WinRAR, el WinZip le deja mucha grasa. -¿Se lo corto en píxeles o en ems? -Córtalo en píxeles, 1024 x 768, a la antigua. -Así me gusta señora, hoy todo el mundo pretende estar a la moda y exigen los nuevos cortes de una resolución mínima de 1280 x 960. Nada como el 800 x 600 o el mismo 1024 x 768. Aquí tiene, 965 megas de tierno y exquisito lomo de ternera.
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-Vosotros los carniceros os la ingeniáis para pasaros de lo pedido…, bah, por 15 megas… -Si quiere repito el muestreo que el escáner está encendido aún. -No hombre no, ¿Cuánto te debo? -1500 Megabits por segundo. Si lo tiene en megabits mejor que me hace falta cambio, la mayoría para en Kilobytes por segundo, en cuyo caso serían 187.5 Kilobytes por segundo. -Vaya, han subido nuevamente la carne, hace un mes ni tan siquiera habíamos llegado a banda ancha. -La crisis mundial señora, ya sabe…, los “especulators” esos de yanquilandia. -Claro, seguro…, toma, cóbrate. -Lo siento señora, sólo aceptamos billetes en formato .JPG o .GIF, .BMP y .TGA pronto estarán fuera de circulación. -Anda, pues en .JPG sólo tengo 1350 Megabits por segundo. -Déme eso y dejamos el resto para el próximo reset o para cuando bajemos las actualizaciones del sistema operativo. No olvide llevarse el cupón para el sorteo de clases de canto con SoundBlaster. -A ver…, bueno se lo llevaré a mi hija a ver si le interesa sino para la papelera de reciclaje, gracias y hasta mañana si JavaScript quiere. 102
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-Je, je, je, claro usted del lado del cliente; yo debo decir: “Si SSS quiere” (Server Side Scripts) -Hasta luego. -¿Está segura que quiere dar por terminada su compra? -Si, hasta luego. -Diga “Ok” para confirmar o “Cancelar” para seguir comprando. -¡QUE YA ACABÉ JODEEEER! #Tilt#
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Analfabetismo Asesino Despertó con un dolor atroz en la nuca y con la visión borrosa, aunque no tanto para no darse cuenta que el sol estaba por desaparecer. ¿Amanecer u ocaso? Al intentar erguirse descubrió la terrible debilidad de sus músculos, hasta le daba trabajo gesticular. Tenía una bolsa en la boca. Transparente con algo dentro. Liberó su boca y permaneció donde estaba, recostado en lo que quedaba de una lápida, rodeado de tumbas; no fue difícil deducir que estaba en medio de un cementerio que le era desconocido. En lo que parecía ser el centro de tal refugio insalubre, resaltaba un mausoleo de dimensiones exageradamente grandes y diseño rimbombante, todo lo demás parecían clones de la misma tumba divididos por un sendero mal delineado pero practicable. Transitable. Repentinamente recordó los sucesos que lo habían dejado cómo y dónde estaba. Quiso desesperarse pero cayó en la cuenta de que ya lo estaba, por lo que con calma disimulada rompió la bolsa para encontrar más respuestas en el papel arrugado que lo aguardaba dentro. En silencio rogó que fuese un dibujo pero con desazón vio una sarta de jeroglíficos imposibles de descifrar. Analfabeto. Tanta experiencia a lo largo de sus cuarenta y dos años y siempre postergando aprender a leer y a escribir. Patético, increíble. Hizo acopio de todas sus fuerzas y concentración para ponerse de pies; debía saber que decía el papel; tenía que salir airoso de 104
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semejante escenario, las vidas de su mujer e hija podrían estar en serio peligro de extinción. No muy lejos y casi en la penumbra que anunciaba todo lo contrario del alba, vio una silueta encorvada que le devolvió entusiasmo. -¡Oiga! ¡Ayúdeme por favor! ¡Aquí! ¡Oiga! -Voy…, tranquilo, ya voy. -¡Gracias a Dios! Ayúdeme por favor, se lo suplico. -Tranquilo hombre, ya estoy con usted. ¿Qué hace aquí en medio de la nada? Se lo ve fatal. ¿Qué tiene? ¿Se encuentra bien? -Sí, me encuentro perfectamente… ¡claro que no estoy bien! Creo que me han drogado o envenenado y me han abandonado en este sitio. Tengo que llegar a la ciudad, debo salvar a mi familia. ¿Y usted qué hace aquí? -Tranquilo, intentaré ayudarlo. Yo paso las noches aquí, en la ciudad me han tildado de mendigo, ya sabe…, si quiere… -Escuche buen hombre, necesito que me diga que dice este papel, le parecerá estúpido pero no sé leer. -Más estúpido le parecerá a usted, pero al parecer no ha notado que soy ciego. -¡¿Qué?! Nooooo, no puede ser… ¿no ve absolutamente nada?
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-Así es. -No lo puedo creer…, no quiero que crea que soy cruel, es decir…, lo siento oiga, pero me urge salir de aquí. ¿Sabe cómo llegar a la ciudad? -Fácil. Siga el único trillo que lo llevará hasta la carretera pavimentada, le llevará casi una hora hacerlo; una vez allí gire a la derecha, con suerte algún coche lo socorrerá, de lo contrario tardará unas dos horas en llegar. -Bien, gracias. Muy debilitado el hombre dio comienzo a periplo de incierto final, la noche despojada de luna y estrellas era testigo muda de la proeza del desafortunado analfabeto. ……………………………….. Preludio de alborada. El conductor aparcó en la banquina y dejó las luces del coche encendidas para iluminar el bulto que parecía humano al borde de la carretera. Revisó concienzudamente en busca de signos vitales. Demasiado tarde. Frío, rigor mortis. Iba a revisar los bolsillos del cadáver pero optó por ver que decía el papel arrugado en una de sus manos. Costó trabajo sacarlo indemne. “Si quieres salvar a tu familia preséntate con el dinero robado en donde ya sabes. El antídoto para lo que te inyectamos está a la puerta del mausoleo” 106
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Hamilton Pregunta -Por primera vez estoy dispuesto a desvestir todo mi interior, lo más recóndito de mi ser, lo insondable. Confío en usted doctor Hamilton. -Bien. Está haciendo lo correcto. Recuéstese en el diván y relájese que le haré algunas preguntas. ¿Le parece? -Si doctor, lo que usted diga. -¿Qué tiene que decir acerca del humor deprimido, la tristeza, desesperanza, desamparo e inutilidad? -En ocasiones expreso tales sensaciones únicamente si me lo preguntan, pero la mayoría de las veces me las callo haciendo eco de ellas con mi expresión facial, mi postura, mi voz o la tendencia al llanto. Mucha melancolía. -¿Y el sentimiento de culpa? -Es realmente confuso. Existen períodos en que está totalmente ausente; sin embargo, cuando ataca, oigo voces acusatorias o de denuncia y hasta experimento alucinaciones visuales amenazadoras. -Ya veo… ¿Ha pesando alguna vez en el suicidio? -La verdad es que creo que la vida no vale la pena ser vivida, he tenido algunos intentos serios y reales de suicidio, pero actualmente no es una opción de peso.
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-¿Qué tal duerme por las noches? -Me es imposible conciliar el sueño sin la ayuda de psicofármacos, incluso con la toma regular de medicamentos se complica. Cuando por fin logro dormir, nunca lo hago por más de una hora; me desvelo, aunque puedo proseguir hasta hilar unas cuatro horas despertando casi puntualmente cada hora. Además, si me levanto de la cama es imposible que vuelva a dormir. -¿Cómo lo lleva con el trabajo? -¿Qué trabajo? -Ejem, entiendo… ¿alguna inhibición psicomotora? -Mis pensamientos van mucho más rápido que mi hablar lo que me ocasiona tartamudez, sobre todo cuando los nervios me asaltan. La facultad de concentración sufre anomalías severas constantemente. -Joer… quiero decir, interesante; ¿Agitaciones psicomotoras? -Mmmmh, juego mucho con los dedos y no ceso en tocarme la nariz; también suelo reacomodarme los testículos con cierta regularidad. -Sí, lo último lo he notado más de una docena de veces en los últimos tres minutos… ¿Ansiedad psíquica? -Resumiría todo en tensión subjetiva e irritabilidad.
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-¿Alguna ansiedad somática? -Más que nada gastrointestinales y cardiovasculares; ya sabe, sequedad de boca, diarrea, eructos, palpitaciones, cefalea…; sin mencionar la disminución de la libido y trastornos menstruales antes de cambiarme el sexo. También creo que podría valorarse como hipocondría el hecho de que constantemente esté lamentándome de algún dolor y pidiendo ayuda. -¡Jod…, veamos, ¿se alimenta correctamente? -Yo diría que sí, como bien; aunque pierdo un promedio de medio kilo por semana. -¿Usted acepta que está enfermo? -Evidentemente sí doctor; ¿por qué cree que he venido a su consulta entonces? -Pues no lo sé. De momento le aconsejo que se tranquilice ya que el doctor Hamilton tardará un poco en llegar esta mañana. Matemos el tiempo; haga como yo, póngase esa otra bata y juguemos con algún otro desquiciado de la sala de espera, le aseguro que es realm… ¿Qué hace? ¡No! ¡Espere, deténgase! ¡¡¿Qué hace??!! ¡Nooooo! ¡¡¡¡¡No me apunte con eso!!!!!
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Amnesia AB(+) Mauricio despierto, Mauricio sentado, Mauricio siempre sentado… Junto al ventanal del salón dando cuenta de un tazón de infusión caliente; más que ventanal era una pared de cristal; más que tazón era una jarra. Frente al ordenador. Hacía poco más de un año que había empezado el único libro que pensaba escribir, y no lo hacía nada mal a juzgar por las críticas de los pocos ineptos que osaron leer sus esbozos. Incompleto. Progresando. Punto de inflexión donde la duda se hizo presente; debía decidir cómo continuar la trama de la futura publicación y cada día que pasaba demorando su decisión, le ofrecía más y más opciones que acumulaba sin desechar ni la más endeble. Pobre. Resolvió escribir lo que la armonía de su mente y sus dedos dictaminasen sin pensar en nada concreto, fuera opciones; acudir al genio. Talento ausente. El documento parecía sonreírle socarronamente desde la pantalla, aún así apoyó los dedos sobre el teclado. Mecanógrafo experto. Mano izquierda; índice=f, medio=d, anular=s, meñique=a. Mano derecha; índice=j, medio=k, anular=l, meñique=ñ. Ambos pulgares descasaron sobre la barra espaciadora esperando la señal. Tic-tac. …………………… 110
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-¡No lo puedo creer! ¡Es casi mediodía y tú sentado, durmiendo encima del teclado! ¡Estoy harta de verte sentado todo el santo día! Esto ya clama al cielo… ¡Levántate y haz algo útil! ¿O aún tienes la loca idea de acabar ese libro? -Lo siento abuela, me he dormido. Has llegado antes de tiempo, tranquilízate y toma ya mismo tus pastillas por favor. -¡Qué pastillas ni ocho cuartos! Vas a terminar matándome a disgustos con esa actitud, levántate de una vez o te levanto yo. -Abuela por favor, no; otra vez no, por favor. Abuela mírame a los ojos y tranquilízate, soy yo, Mauricio, tu nieto favorito; único nieto para más INRI… ¿Abuela? ¡Abuelita no! -¡He dicho que te levantes! ¡Basta de holgazanería y sueños melifluos! La anciana lo agarró de las axilas y sin poco esfuerzo lo puso de pies, ciega de rabia; al límite de la cordura. Mauricio se desplomó y entre los mismos sollozos que generaban tales ataques gritó: -¡Ya basta abuela! ¡Estoy harto! Bastante tengo con soportar la hemiplejía como para tener que lidiar también con tu amnesia. Súbeme a la jodida silla de ruedas que de algún modo me largaré de aquí. Tic-tac. ……………………..
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Mauricio acabó su libro cobijado por las paredes de un centro que le brindó servicios de manutención de por vida a cambio de un riñón y extracciones de sangre periódicas a modo de donación; la abuela sigue en la casa; casi no se mueve de al lado del ventanal; pastillas en una mano y pañuelo en la otra. Llora y no sabe porqué, aunque de vez en cuando, al ver la jarra que aún tiene restos de infusión, se pregunta qué habrá sido de Mauricio, su único nieto. ¿El libro? Jamás se publicó, algún enfermero del centro dijo haber leído algo pero nunca lo acabó y aseguró que el título era: “Tic-Tac” Mauricio sigue sentado.
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Buenas Noches Jimena Fiel a su costumbre le dio las buenas noches con un beso manso en la frente. El bebé con ojos cerrados de párpados no muy relajados. Acarició las pelusas de su cabeza y la arropó para el resto del sueño. Buenas noches Jimena, susurró al alejarse. Se acostó y se puso de lado para dormir observando la cuna, dejó la luz más tenue encendida. La ventana de fauces abiertas desteñía una noche sin luna, de brisa fugaz y quietud sedante. Silencio próximo a medianoche. Dormitó mil una veces, se adormiló otras tantas; consiguió conciliar el sueño y así la sorprendió la nueva alborada. Ventana abierta. La exigua luz de la lámpara era absorbida por los rayos de un Febo que manipulaba la temperatura a su antojo. Jimena dormía. Siguiendo el dictamen de su rutina habitual, antes de nada se acercó a la cuna y con la suavidad innata de una madre adoptiva, mimó la frente de Jimena que parecía yacer en la misma postura y con los párpados más pesados. Buenos días Jimena. Cogió a la niña con dulzura y la irguió; esperaba ver como cada mañana el brillo único de verdes iris, pero Jimena se negó a abrirlos. Extraño, muy raro; insólito. Siempre que la incorporaba Jimena abría los ojos.
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Volvió a recostar al bebé en la única almohada y reinició la ceremonia. Buenos días Jimena. Contacto, incorporación. Nada, los ojos no abrían. La preocupación se tiño de pánico y éste mutó a impotencia. En grotesca mistura de gritos y sollozos logró exclamar: -¡Mamá! ¡Que Jimena no abre los ojos! -Calla hija, no grites que los vecinos pensarán que te estoy golpeando. Dámela que se la daremos al Ejército de Salvación que cuando no abren los ojos ya no tienen arreglo. Por la tarde te compraré otra muñeca.
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Aparearse En El Sillón Se aseguró de que nadie lo estuviese viendo. Sigiloso y excitado. La vio inmóvil junto al sillón, erótica, sensual. Bocado sexual exquisito, puramente carnal. Una esclavizante erección se apoderó del órgano en reposo adornado de ese par de majestuosas esferas recubiertas de vellos y pelos. Simplemente procedió, no dudó ni por un instante; se abalanzó sobre ella y la agarró con firmeza para inaugurar cópula unilateral. Frenesí desbocado, ímpetu y arrebatos de jadeo, signos de lujuria malhablada. Desenfreno de pasión y deseo. Fogosidad exaltando la efusión en pos de severa eyaculación. El tiempo transcurrido desde el libidinoso avistamiento hasta el soberbio orgasmo coloreado en convulsión, no pudo superar el minuto. El amo despertó en medio del gran sillón, la televisión encendida. Blandiendo el mando a distancia bramó: -¡¡Quita perro maricón!! ¡Otra vez me has manchado la pierna del pantalón! Mañana te llevo a castrar, maldito obseso sexual. Mamón.
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Por Muy Difícil Que Sea… -…de creer; básicamente es por eso que tengo tantos problemas para relacionarme con los demás. -¡Qué triste! De verdad, apenas te conozco y no sólo comparto tu dolor sino que hasta me siento en condiciones de ofrecerte mi amistad. Me he identificado con muchos de los vaivenes que me has relatado Héctor, ¿puedo preguntarte algunas cosas más? -Claro Virginia; es más, yo ya te consideraba amiga, siento que algo bello nos une a partir de un principio de confianza que es raro hallar. -Lo sé querido Héctor, lo sé. Verás, mientras oía tus relatos acerca de las innumerables vicisitudes que se han cebado contigo en los últimos años; me surgían algunas dudas, era como si quisiera establecer un paralelismo entre nosotros; por ejemplo, ¿Cuando alguien te pide un favor que no tienes tiempo o ganas de hacer…? -Doy una excusa por estúpida que parezca para no tener que hacer ese favor. -Ajá… y si viene alguien a interrumpirte cuando estás trabajando o haciendo algo que consideras importante ¿qué haces? -No quiero interrupciones, así que procuro que no me vea y que otra persona diga que estoy muy ocupado. -¿Cuando estás en grupo te cuesta tomar decisiones? 116
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-Sí, me suele costar mucho tomar cualquier decisión cuando estoy en grupo. Bah, cuando estoy solo también. -Si pudieras cambiar algo de tu aspecto físico que no te gusta... -Lo cambiaría prácticamente todo para así sentirme mucho mejor y estar más a gusto con la gente. -¿Te preocupa mucho la impresión que causas sobre los demás? -Sí, mucho; no soporto que alguien me tenga mal considerado. -¿Crees que podrías lograr cualquier cosa que te propusieras? -Me cuesta conseguir lo que quiero, no creo que pudiera. -¿Estás convencido de que tu trabajo tiene valor? -No, más bien pienso que muchas veces no tiene valor ninguno. -¿Qué sientes cuando alguien recién conocido descubre por primera vez algún defecto que estabas ocultando? -Me siento muy mal y desde ese momento mi relación con esa persona ya no es la misma. -¿Te has sentido herido alguna vez por lo que te ha dicho otra persona? -Sí, me he sentido herido muchas veces. Podría decirse que vivo herido. 117
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-Cuando has tenido algún fracaso amoroso, ¿de quién has pensado que era la culpa? -Casi siempre mía, ¿o siempre? -Bueno, no importa; digamos que “casi”, ¿vale? Mmmm, veamos… y si realizas un gran trabajo, ¿no es tan “gran trabajo” si nadie lo reconoce? -Efectivamente, si nadie reconoce el valor de mi trabajo no merece tanto la pena. -¿Alguna vez sientes que nadie te quiere? -No es que lo sienta, es que es verdad que nadie me quiere. -¿A dónde crees que te lleva tu forma de ser? -Hacia una mejora constante. -¿De verdad? -Claro. -Estás bastante mal entonces Héctor, hay que hacer algo con tu autoestima. Yo te voy a ayudar; ahora debo marcharme que se me hace tarde. Te dejo mi número de teléfono particular; llámame cuando quieras, a cualquier hora que vendré lo antes posible.
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-¡Ay Virginia! Te estoy tan agradecido que no sé como corresponderte… -No tienes que corresponderme nada querido Héctor, tan sólo paga la tarifa estipulada que podré ser muy amiga, consejera y todo eso, pero ante todo soy prostituta; tienes que entender que es mi trabajo. -Pero creí que… -Seamos serios amigo, ¿de verdad crees que alguien se tragaría la audición de semejantes traumas existenciales gratuitamente? Venga, dame la pasta que tengo un trío esperando, y para otra vez avisa que sólo quieres hablar así no me ducho antes de venir. Joer ya…, y paga los cubatas que yo no tengo cambio. -Snif…
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Identidad Plagiada La serpiente despertó en medio de sudores y rápidamente buscó el amparo de las ramas con más follaje. Se había quedado dormida a pleno sol, qué martirio eso de tener la sangre fría. Abajo, junto al tronco del manzano, vio a Eva completamente desnuda; era la primera vez que detectaba su desnudez y quedó prendada de su belleza. También era la primera vez que la veía sola, sin el insoportable Adán que la perseguía a todas horas reclamando la falta de una costilla. Decidió hacer lo que le estaba encomendado y con parsimonia se deslizó hacia las ramas más bajas cogiendo la mejor fruta del árbol. “Tranquilo Satanás, con calma lo lograrás” –se alentó en silencio. No tardó en darse cuenta de que Eva no estaba tan sola, otro reptil estaba a sus pies enrollado, criatura de piel pálida y gesto suplicante. Asombrada la serpiente se aprestó a investigar desde la altura lo que sucedía, entonces oyó a la mujer gritar: -¿¡¡Para qué me has hecho probar esta fruta maldita!!? Una manzana a medio comer partió de la mano de Eva y rodó por la hierba. -Pero Eva, preciosa; en definitiva tú has sido la que…
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-¡Cállate serpiente maligna! ¡Ahora me siento rara, no quiero volver a verte! –bramó tapándose sus vergüenzas, intentó esconderse detrás del tronco y rompió a llorar. -¡Mierda y más mierda! Ahora sí que la hemos cagado… -y seguía llorando. La serpiente Satanás sacó una Biblia y echó un vistazo al capítulo tres de Génesis; no se conformó, siguió leyendo y en menos de un minuto llegó al Apocalipsis. Volvió a mirar hacia abajo para ver que ambos aún seguían allí. Cerró la Biblia, se deshizo de la manzana y volvió a la rama más alta para seguir durmiendo. Ya no había sol.
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Las Plegarias De Gertrudis Espléndido sol de media mañana el que castigaba con ternura a la nutrida muchedumbre congregada sobre la hierba, la mayoría de individuos sentados en silletas de igual diseño. El jolgorio de los pocos pájaros era inmenso, hasta parecía tener eco cuando se posaban en los tres árboles que trazaban un perfecto triángulo equilátero delimitando la reunión. -¡Vaya sol abrasador! ¿No le parece? -Terrible, espero que esto acabe pronto que voy a terminar por asarme sin condimento. -Oye…, tú… ¿tú eres Violeta no? ¡Viole “la unisex”, que nadie sabía si eras hombre o mujer! -¿¿¿Gertrudis??? ¡No lo puedo creer! ¡Ya decía yo que aquí olía a zorra! Treinta años hacen desastre, tal vez nunca te hubiese reconocido si no me llamabas “Viole la unisex”. -¡Viole! ¡Qué gusto volver a verte! Si, treinta años te cambian mucho, sobre todo cuando la vida te casca sin ápice de piedad. ¡Ay! ¡Cuánto daría por volver a estar en el instituto contigo y con las demás! ¿Recuerdas a Isabel? ¿Te acuerdas cuando las tres nos escapábamos de las horas de matemática e íbamos a las duchas de los chicos cuando salían de entrenar? -¡Ja, ja, ja, ja! ¡Claro que lo recuerdo! ¡Cómo olvidarlo! Más que nada esa vez en que la pobre resbaló por los ladrillos escalados y se dislocó un tobillo, dijimos que se lo había doblado al ir al baño… 122
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-¡Sí! Esos baños con letrinas pestilentes que había que hacer malabarismos para acertar al agujero. Lo cómico fue que el instituto enfrentó un juicio millonario porque aquel abogado listillo convenció a todo el mundo de que la pobre Isabel se lastimó por el mal estado de las letrinas. Vaya tela… -Aún me resulta tan increíble habernos encontrado después de tantos y tantos años, jamás hemos sabido la una de la otra, bah; al menos nunca supe de ti después de la noche de graduación. -Tampoco yo he sabido nada de ti Viole, ay; te juro que me apetece cantar y hasta bailar la canción del grupo, ¿la recuerdas? ¿Cómo se titulaba? No puedo creerlo, lo olvidé… -“Flaco no Me Dejes” -¡¡¡Si!!! “Flaco no me dejes, flaco vení; quereme un poquitito no seas así...” “Flaco no me de… -Si…, qué épocas, ¿Tú vives en este pueblo Gertrudis? -Si, desde que conocí al que era mi marido. No hace mucho de esto. Tenemos tanto que contarnos. -¡Desde luego! ¿Qué harás al salir de aquí? -¡Qué haremos dirás! ¡Te vienes a casa y empezamos a planificar unos cuantos días de diversión! Tenemos que ponernos al día, eso si es que no tienes algo más importante que hacer.
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-En realidad no, es decir; nada urgente; venga, ¡gritemos tres hurras por el reencuentro! Las cincuentonas se levantaron de sendas silletas, se abrazaron y dando vueltas proclamaron su casualidad. -¡Señoras! ¡¡Señoras!! … ¡¡¡¡Señoraaaas!!!! -Perdón…, perdón. -Señora Gertrudis, es la hora de las plegarias, ¿quiere decir algo alusivo a su marido? -Mmmh, si…, no; que se encargue el cura; mis plegarias ya han sido contestadas y debo marcharme ya mismo. -Pero señora Gertrudis, creo que debería… -¡Que no! Adiós. Gertrudis cogió de la mano a Violeta y al trote se alejaron en busca del coche de alguna de ellas. -Gertrudis querida… ¿el occiso era tu marido? -Si Viole, un niñato cabrón de mucho cuidado, por fin mis oraciones ha tenido respuesta y el muy imbécil se ha muerto dejándome nadar en dinero. -Más imbécil serás tú, insensible mal nacida. Con razón mi bebé nunca quiso decirme quién era su anciana esposa; “gamba” te llamaba; porque si te quitaban la cabeza el resto estaba bueno. 124
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Que el Cielo te perdone bruja malhablada, ahora déjame en paz que voy a dar el último adiós a mi hijo.
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Breve Historia De Amor Un trabajador del lugar me acompañó hasta la puerta, me dio breves instrucciones para pasar la noche y se marchó sin dejarme la llave. Apenas lo recuerdo. Justiprecié las comodidades del recinto desconocido y resolví aprovechar al máximo la nulidad de las mismas. Vaya mareo… La sensación de bienestar que la fiesta sin terminar me había regalado sin haberla pedido, se tornó sin previo aviso en dolores de cabeza tan molestos como la dureza del camastro que ahora me soportaba. Bien avanzada estaría la madrugada cuando la intemperie de mi colapso adormilado maldice a viva voz al congénere borracho de la habitación contigua. El muchacho intercalaba gemidos con lamentos y chillidos, soberbia e indefensa presa de mil alucinaciones; aterrorizado, generosamente alcoholizado. Superé el horrendo calor húmedo y pegajoso, incluso accedí a renunciar a espantar el vampírico acoso de insaciables mosquitos; estaba permitido fumar, pero no me quedaban cigarros. Dormí por segunda vez, ¿o era la tercera? Tercera, cuarta vez… ¿Qué importaba? lo único a tener en cuenta es que ya era de día y en sudores despertaba, los insectos habían huido y alguien en la reja golpeaba. -¡Levántese señor Valenzuela y firme estos papeles! Después puede irse a su casa.
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-Está bien, abra la puerta que no me ha dejado llave. -Muy gracioso… El personaje del recinto adyacente farfulló insultos teñidos de arcadas. Él sí tenía cigarros y el desgraciado fumaba. Le pedí uno con amabilidad y aires de súplica. Me lo negó. -¡Anda y que te den! –repliqué con respeto y resignación. El tipo rompió a llorar y sentí pena por él, como quien ve a un pollo antes de que le retuerzan el cuello, pregunté: -¿Y a éste cuando lo sueltan? -No lo sabemos, a ver que resulta del juicio por violación. -¡¿Violación?! Vaya…, es grave la cosa… -Parece que más grave de lo que me temía. ¿Acaso no recuerda que en medio de la fiesta de anoche, con una peonza de campeonato este hombre lo forzó sexualmente? Lo llevamos al hospital y lo dejamos en esta celda. ¿No presentará cargos? ¿Tan bebido estaba? No presenté cargos, del calabozo fui al hospital a que me refresquen la memoria. Así fue como nos conocimos con el que ahora es mi pareja; Joselo, Joselo de Valenzuela. Ya no nos emborrachamos más, es amor puro y verdadero y hasta dejamos de fumar. O no. 127
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Visitas Inevitables -¿Tan difícil te es aceptar mansamente mi sugerencia? ¿O hace falta imposición de impedimento legal? Te he dicho que no regreses por mis fueros. -Anda, ¿por qué insistes en ignorarme? Vengo a visitarte porque tu subconsciente me reclama, no me veas como simple anagrama. -Olvida mi subconsciente y deja que yo decida en voz alta lo que necesito. Hace tiempo que soy el único responsable por la elección de mis visitas, y tú no invistes tal privilegio. -¡Ay que necio eres Roy non sancto! ¿Acaso te has desecho de los regalos que motivan mis visitas? -¡Que no quiero tus obsequios! Me he desecho de todos ellos. -Roy, Roy…, pero si ni tan siquiera sabes mentir, además el labio inferior siempre se te afloja cuando intentas hacerlo. Al menos podrías haber escondido el balón descosido de fútbol que te traje en mi última visita… -Está bien, el balón lo tengo aquí a la vista porque pienso repararlo, pero las otras chucherías las he tirado a la basura. -Sigues en tus trece… Veo que vistes tus piernas con otro de mis regalos, no es muy estético, pero tampoco te quedan mal las marcas de los azotes de tus padres; aunque prefiero las hechas con el cinturón y no éstas de rama de melocotonero. ¿Dónde has guardado la extracción del primer diente? ¿Y la 128
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primera navidad solo? ¿Y cuando empezaste a emplumar el pubis? ¿Y el primer premio de interpretación de piano en la Preparatoria? ¿Y la… -¡Calla! Anda…, pasa y trae el balón a ver si lo remiendo ahora; lo demás lo tengo todo guardado en el primer presente que me hiciste, el gran baúl de los juguetes. -Gracias Roy, pero no tengo mucho tiempo; sólo vine a cumplir con mi visita fruto del deseo de lo que no quieres aceptar. Hoy te he traído lo último que tengo para darte, a partir de hoy ya no te molestaré más. -Ya era hora, empezaba a resignarme… ¿de qué se trata esta vez? -Toma, cógelo con cuidado que aún está muy húmedo, es un lienzo teñido en sangre y empapado de lágrimas. En el mismo centro de cada una de sus fibras lleva la súplica de perdón de tus padres. -Bueno, supongo que debería darte las gracias; no por el lienzo sino porque de una vez te largas para siempre. -No, no me des las gracias; si acaso resérvalas para la próxima visita que a partir de esta última entrega, también vendrá con regularidad. -¿Qué? ¡Oh no! ¿Y ahora de quién se trata? -Tranquilo Roy, te caerá bien; al menos mucho mejor que yo. Es una bella dama de extrañas vestiduras, no te dejes intimidar por 129
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la guadaña que siempre carga, es buena persona. Es todo, me voy. Adiós. -Pero… -He dicho que adiós, espero que no te importe siga usando tu primera bicicleta.
Roy se quedó absorto viendo cómo la visita se alejaba pedaleando en la vieja y enana bicicleta. Reaccionó de golpe, entró a la casa y se dispuso a guardar el lienzo en el baúl de los juguetes pensando en cuál sería el nombre de la bella dama que con regularidad lo visitaría, recién en ese momento cayó en la cuenta que tampoco sabía cómo llamar a la que le trajo tantas ofrendas, montada en bicicleta. Salió raudo y lampiño de vergüenzas gritando: -¡¡¡Oye!!! ¡¿Cuál es tu nombre?! -¡¡¡Infancia!!! Espabílate joer…
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Guión No Autorizado Noche cerrada, tarde para cenar, temprano para dormir. Piel felizmente rústica, inocente, apetecible. Lirio de campo, ámbar primigenio. Así evaluaba cada centímetro de dermis de la diáfana doncella momentos antes de entrar en la tina. Bañera de alma labriega que sumisa aceptaba cobijar a diario entre sus aguas espumosas el encanto físico de nívea damisela, que con extremada femineidad y parsimonia, despojada de ropas, más que asear, mimaba sus contornos; ignorante al hecho de ser espiada. Jinete merodeador. No más de quince metros distanciaban el ojo Voyeur del alopécico cristal de la ventana. El jinete regodeaba sus más pulcros e intermedios instintos sin apearse del caballo, con la complicidad y fortaleza del grueso tronco de insociable encina guarnecedora. Precaución innecesaria. Una inoportuna voz mancilló el éxtasis: -¡Oiga magno jinete! Al fin lo encuentro, debería haber supuesto desde un principio que estaría aquí. -Shhhh… ¿acaso quieres delatarme gordo asqueroso? Baja la voz y regresa por donde has venido que aún no he terminado la incursión de esta noche. -Lo siento, pero tendrá que regresar conmigo. Un tipo al que jamás he visto me envía para que le convide recado.
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Dice que esta actividad encubierta no figura en el libro y que con urgencia y responsabilidad suspenda ya mismo tales violaciones a la intimidad. Que vayamos a dormir que mañana desde muy temprano hay que ocuparse de un tal Ginés. -¿De qué libro habla? ¿Quién se atreve a darme semejantes órdenes? -Dice llamarse Miguel, no recuerdo sus apellidos; y le aseguro que parecía hablar muy en serio en medio de tremendo enfado. -Está bien Sancho, dejaré a mi Dulcinea al cuidado de la encina e iré al encuentro de ese mamarracho, seguramente es Miguel de Cervantes que hace tiempo me jode la marrana; imagínese, hasta me ha puesto el sobrenombre de “Caballero de la Triste Figura”… Vamos Sancho, deje su patético animal y móntese a Rocinante delante de mí que llegaremos más rápido. ¡Venga! -Shhhh, mmh, ¿promete no volver a meterme mano? -¡Sube ya gordo! Noche cerrada, tarde para cenar; muy temprano para dormir.
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Huelga En Los Cielos Desperté sobresaltado en un ambiente excesivamente seco y frío. Sentí varios músculos adoloridos y la cabeza me daba vueltas. Abrí lo ojos lo más que pude y aún con la visión algo borrosa pude distinguir cómo se alejaba volando un ave falconiforme. Agudicé al unísono los sentidos y lo confirmé, un soberbio y grotesco buitre seguía alejándose en el firmamento con un trozo de cordón umbilical en el pútrido pico. Enseguida mi madre me recogió y me dio el pecho diciendo: -Bienvenido hijo, siento la llegada tan traumática, pero hay huelga de cigüeñas.
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Amor Doméstico Quisiera poder expresarte al menos una parte de este dulce sentimiento que hace sonreír las paredes que algún día testificarán más de lo que escribo. Algo generoso y abnegado que sobrepasa la ternura. Los versos de tu mirada pintan los paisajes de mis sueños, obras artísticas de lujo espiritual, gesto heroico al acecho de mi corazón; escueta dinastía de raza caprichosa, cariñosa. Eres el salvajismo de la privacidad sin analizar que reclama mucho más que amistad. Representas la hecatombe del universo cíclico de publicar soledades, hiriéndolo de muerte con tu pasmosa espada de impulso mágico a la imaginación y al estremecimiento. Se diviniza la tristeza cuando no estás a mi lado y mi sinceridad se enamora de un libro de imágenes tiernas que me recuerda el momento en que me salvaste del fango movedizo donde me arrastraron las sobredosis de desfiles de primaveras. Has hecho que beba de la sangre mística del Egipto Antiguo, porque la hora de tu muerte será el más penoso símbolo de tragedia familiar. Jamás podrás leer esta hipérbole consagratoria, pero cuando despiertes te repasaré con voz entrecortada y audible esta escenificación textual del afecto que te profeso. Mi dieta para subsistir incluye tu zalamería y parsimonia de movimientos. Amor doméstico, profunda relación mascota-dueño, acatamiento el uno hacia el otro. 134
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Te llamaré por tu nombre: Loser, mi bienquisto gato…, y ya deja de ronronear y sobarme las piernas, enseguida te daré los Whiskas y algo de jamón.
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De Cómo Redacté Mi Primer Escrito Poco menos que imposible determinar el año, sólo estoy seguro de que fue en abril, cuando el ritmo tibio de las hojas de parra golpeaban con estruendo silencioso el cristal de la inalcanzable ventana de mi habitación. Psiquiátrico privado, pastillas, chicle de menta y pacientes por doquier. El cuarto con baño privado no tenía las típicas paredes acolchadas que erróneamente se asocian a este tipo de biotas, aunque no había tomas de corriente, tampoco cristal y la luz artificial demasiado alta como para no evitar fracasar en la consecución de alguna locura extra. Hacía meses que esperaba me repinten las paredes, el azul me turbaba. La reglamentación auto impuesta de penetrar los confines de la siesta diaria era algo imposible de profanar. Fue justo después de tal penetración cuando decidí con furia y determinación destrozar con caligrafía estropeada el cuaderno que pedí prestado al interno de la habitación contigua. Él aún no lo sabía, el préstamo no era tal. Mi bolígrafo “Made in China” asumió total responsabilidad, pero la zona de mi mano derecha requerida para concretar inauguración, negó su adhesión al proyecto. En ese momento lamenté haber dejado de ser zurdo. Me di cuenta de que el problema era mucho más simple. Estaba cansado. ¿Cómo podía ser posible si acababa de dormir la siesta?
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Me despreocupé por encontrar explicaciones y volví a la cama. Nada de metal, plástico resistente. Tregua más bien breve, con renovados bríos me senté y cogí el bolígrafo importado. No había caso, quería escribir tantas cosas pero antes, resolví dar un paseo por el área común, allí donde están los televisores, al lado de la sala de juegos. La noche y la cena me sorprendieron sin haber escrito nada, sobredosis de televisión, chicles y cigarros a mansalva. Ración rutinaria de un arco iris de pastillas y nuevamente a la plástica cama. Sábanas limpias, ventilador de techo que amansaba los alaridos de algún recién llegado. Antes de intentar soñar con alguno de mis egos, me propuse firmemente empezar a escribir nada más acabar el desayuno. Eternos cereales con leche y miel. Pastillas. Vaga ilusión. El nuevo día de abril de aquel año sin determinar fue un calco del día anterior, entonces decidí esperar una semana para dar comienzo y plasmar mi inspiración en el cuaderno prestado que había elegido como interlocutor de mi primer escrito. La semana pasó volando y me atrapó durmiendo cada vez más. Noté la cama resentida y reclamando reparación. Aglutiné mis instintos; altos, bajos y medios; pletórico de inspiración, pero fue mucho más poderoso el cansancio por lo que acudí a la cama a leer un libro que también era prestado, pero éste sí lo iba a devolver ya que era más aburrido que pellizcar los cristales que no tenía; hablaba de amor, amor y más amor; idioteces astrales y mogollón de flores intestinales.
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No había llegado ni a la mitad cuando lo que leía parecía un plagio de la página anterior. Fue aceptablemente lógico que me volviese a dormir. Así pasaron más días y semanas; no fue difícil empezar a contar el retraso en meses; de hecho pasaron unos cuantos abriles más y yo cada vez más cansado. También fue en abril de otro año que no recuerdo haber acabado, cuando intentaron darme de alta. Rechacé la oferta después de consultar de reojo con las personas que habitaban (y habitan) mi interior. Hoy sigo en el mismo centro, el mismo baño privado, pero me han rasurado la parra que cada otoño escupía sus hojas manoseando pornográficamente el inaccesible cristal de la única ventana que nunca logré pellizcar. Aún tengo el cuaderno que al cambiar de idea intenté devolver vanamente al dueño que murió por extraña descompensación. El bolígrafo made in China ya no tiene capuchón, lo uso como reemplazo al chicle de menta y fumo más antes de dormir; cuando dejo que esta pesada farmacia ambulante que hoy representa mi cuerpo siga colaborando al hundimiento del enésimo colchón. Las pastillas para conciliar el sueño ya no me hacen efecto ni en dosis extremas, pero tengo el libro de auto-plagio salvador que es el mejor sedante. ¿El escrito? No pudo ser, y esto que estás leyendo tampoco lo escribí yo, tiene derechos de autor de alguna de las personas que habitan mi interior. 138
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Por fin han repintado la habitación‌, otra vez de azul.
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Zarigüeya De Troya Siempre juzgué como despiadadas a las tempestades de acero y piel que con gratificante terror ensayaban muecas inverosímiles para desnudar el perfil disimulado bajo tanta espesura. Mis movimientos sana y meticulosamente limitados por un duro y odorífero recuerdo de sillón, asiento de un crisol de razas. Apenas si podía adivinar las abundantes imágenes sin sexo definido que parecían flotar esotéricas en las paredes laterales. Calor, mucho calor. Mi cuello; punto de anclaje de ropas ajenas, ceñido a más no poder. A caldo. Temía por incorrecta irrigación. Sentimiento de horror propio de poeta ingenuo; pero allí estaba sumiso y dócil como aquel hirsuto judío que la fe del rebaño afirma accedió a morir en una cruz; igualmente resignado a padecer lo indecible al transitar brutal trance que prefería no repetir con tanta regularidad. Por fin pude vencer la repulsión y enfoqué mi vista al frente para separar mi reflejo del verdugo amo de las tormentas. Acero y piel. Juro haber oído como víctimas profesionalmente inmoladas, se quejaron al catar el fragor del vendaval para sucumbir. Caer, para nunca más volver. Para nuestra raza todo tiene un fin, y esta odisea no fue la excepción; la tortura se consumó y me alejé más aliviado; con el cuello liberado y eximido de crucifixión. -¿Cuánto le debo? –preguntó mi padre al verdugo. -Lo de siempre caballero. 140
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Cuando sea mayor decidiré si sigo o suspendo esta maldita costumbre impuesta. Odio las barberías, en especial ésta que anuncia sus servicios con el cartel: “Zarigüeya de Troya”
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10.000 Metros Cuadrados Sin aviso. El atardecer pretende ahogarse en una llovizna persistente, y cada vez que gotea con tanta gracilidad, con el cielo exento de negrura pero ambicioso en nubes; me apoyo justo en el límite de la parte seca con la mojada de la ventana de la cocina. PVC de doble cristal. Fumo sin justificación, por estupidez y vicio o enviciado de estupidez, ahora eso carece de importancia. La única plaza del casco antiguo de la ciudad ofrece detalles de sus vísceras contaminadas por smog ahora cercenado por la destilación celestial, ecosistema intoxicado por excrementos de perro y sustancias pegasos imposibles de definir a tal distancia. Desde el 4° B tengo una de las mejores vistas pseudo-aéreas de este distrito urbano marginal donde la decadencia viciosa del simio pensante local somete la calidad de vida y el esfuerzo por la conservación de algunos hitos históricos, legado romano. Mi ciudad, mi barrio; fragmento de península antaño conquistado por tal Imperio. Y la lluvia no cesa. Claridad inusual para esa hora tribal cuando la seducción del día a la noche empieza a dar sus frutos. Observo el perímetro en toda su extensión, cuadrado perfecto determinado por aceras de baldosas maltratadas por la cópula de mil y un químicos y desechos caninos decorando al azar. Un tipo de traje y sin paraguas de apea del taxi para empezar a trotar torpemente por la acera delimitadora, parece que no se atreve a correr en aras de cuidar el contenido de sus pantalones. 142
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Su torpeza o su prisa, o una mezcla de ambas; hacen que divida una generosa muestra fresca de revuelta deyección canina. No distingo las palabras, pero sí su clamor que no pervierte la amabilidad. Unos niños ajenos al empape inminente ríen esperpénticamente por el suceso, el tipo los mira de reojo y les prodiga algunas bendiciones obscenas. Ellos duplican carcajadas y llueve con algo más de intensidad. Ahora se oyen más gritos, la plaza y su diminuto parque se han convertido en una especie de gallinero donde los gallos y gallinas reclaman a sus crías, otros alaridos provienen de los tres bares más frecuentados, el “Ulises”, el “Rías Baixas” y el “Esperteyu”. Un ovillo de adolescentes sin barba y holgados pantalones interrumpe su sesión de degustación de hachís y tosiendo a moco tendido enfila a sus hogares. Una pareja de ancianos, primorosamente estropeados por el paso de los años y por la mala nutrición de su infancia a causa de la guerra civil, espera bajo el toldo de una barbería a que amaine para proseguir el paseo ritual. El volumen de la minúscula tele de la cocina se sube automáticamente cuando pasan los anuncios, sigo escudriñando la plaza y sus aconteceres pero la monserga ecologista publicitaria roba mi atención auditiva. Me da igual, sigo tirando la ceniza por la ventana. La lluvia arrecia, ahora todo bicho viviente tiene prisa. Corren, resbalan, caen, insultan, siguen corriendo. La pareja de ancianos se acurruca resignada, los niños desaparecen al cobijo de los portales o al de los bares donde 143
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sus progenitores se alcoholizan o juegan al bingo del retrasado mental. Algunos desafían su coeficiente intelectual echando monedas a las tragaperras. La insultante musiquita electrónica de estirpe verbenera que anuncia un premio menor es lo último que oigo antes de cerrar el ventanal después de tirar la colilla del Marlboro Lights. Caperuza blanca, núcleo amarillo oscuro. Tormenta impetuosa y violenta. La mesa de formica de la cocina tiene lo que necesito. Me siento en la silla menos estropeada, esa que no cruje tanto como las demás y cojo uno de los álbumes. Pronto será noche cerrada y fuera se desató una tempestad, se ha cortado la energía eléctrica, no suele ocurrir. Aún con el álbum en la mano voy a por una vela. Todo listo. Sigue lloviendo a mares y aparece lo que debía llegar; me entra cierta nostalgia, por eso cada vez que el diluvio me pilla en casa, me dedico a desgranar fotografías, imágenes del pasado. 4° B, avisado.
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Cena Improvisada Del Heredero Legatario de una finca en ruinas, donde la paráfrasis del presente es el arte que más pasión revela. Regreso de la playa con los pies adoloridos buscando que la palidez de tus huellas digitales tatuadas en el refrigerador suavice mis malestares. Momento de justificar las dosis de alcohol barato y de sabiduría anticonceptiva. La hora de cenar se anuncia cuando la luna llena se esconde en la ducha y pretende usar la bañera, cuando sus cráteres se transforman en altivos pétalos de terciopelo, ¿teñidos? Música para la velada. Melodía coprófaga qua ya no tiene lírica espontánea, sigue la trama predeterminada de un discurso redactado por los vapores de un odio en ebullición. Comida noctívaga de celebración por haber descubierto quién es el que corta los filetes de oscuridad que desmoronan en cuotas desiguales los acantilados de mi alma que resguardan el eco inmortal de tu último suspiro. Guisado de abrojos al estiércol napolitano y glutamato de potasio; sin conservantes. Media botella de la mejor cosecha de desprecio aburguesado, envuelta en hojas de periódico sin suplemento donde hace pocas noches escupí los miedos primitivos. Velas de romanticismo antisocial que iluminan con ráfagas de instantes. Dieciséis años y once meses luz. Cien kilómetros por segundo, reloj de arena con el segundero siempre adelantado. 145
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Cenar padeciendo la inmortalidad de la bella incomunicación, la ventaja de un amor maleducado y las ofensas de un beso diplomático. Disimulado. La esquina más visible del vaso vacío no tiene reflejo. Postre perecedero, galletita de la fortuna: “Hallará fascinación selenita encaramada en frases adivinatorias, emperatriz de los despojos de alguna ropa íntima”. Sobremesa en el sillón; sí el mismo sillón de todos los escritos; el segundero adelantado apaga la música y provoca la concentración del hálito invertebrado artífice del accidente de haberte tenido. Oigo la ducha y cráteres tarareando, quemo tabaco inhalando la ignorancia de un cigarro contrabandeado, el humo bosqueja una confesión sobre la mesa, justo al lado de la botella ahora vacía. Buena cosecha. Ahora ya puedo elegir el color de mi desmayo, el orgullo me ha dado acuarelas impermeables, pintura al agua con sabor de luna; asociación ilícita de amor y odio que perdurará indeleble. Heredero de esta finca en ruinas donde la playa, la bañera, el refrigerador y el reloj de arena, permanecen alienados por el eco de tu último suspiro. Espero no te importe que apague las velas una vez que cesen los canturreos de los cráteres en la ducha. Que no te siente mal la cena.
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Las Cartas De Luciana El sol mañanero vulnera cristales y visillos de metálica ventana, dora a fuego lento un pequeño círculo en la almohada. Modorra tan pesada como cotidiana. Un proyecto de mujer abandona con dificultad la cama activando la parte del cerebro que detecta las zapatillas sin mirar al suelo. La arropa un pijama nuevo, a la moda de las niñas consentidas. Otoño-invierno. El calzado no traiciona la búsqueda telepática y accede a vestir sus pies sin calcetines, extremidades que profanan lo reglamentario y son tan blancas como el resto de su cuerpecito relleno de heridas anímicas en apenas siete años de vida extrauterina. Una vez de pies y calzada con peluches que torpemente imitan a osos, busca encima de la cómoda un plantígrado más grande, es el que tiene un reloj analógico en la parte menos peluda de su vientre. Es necesario que frote una vez más sus ojos para exiliar las legañas…; diez horas y treinta y tres minutos. En un recuadro pequeño se exhiben letras rojas que ponen: “SUN” y junto a ellas el número que toca es “30”. No hace falta que detalle también “NOV”, lo supo ya hace un mes y aún no lo ha olvidado; tampoco ha olvidado a su padre. -¡¿Mamá?! -Shhh, baja la voz que aún estoy en casa. Desde luego sí que aprovechas los domingos para estirar la pereza en la cama.
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Lávate y baja que te he puesto el desayuno. Venga, que ya es muy tarde, pondré la leche al microondas. -¿Vas a ver hoy a papá? -Ay Luciana cariño…, ya te he dicho que no puedo ir todos los días. Ahora debo ir a misa. Lo sabes, o al menos deberías, ¿por qué no me acompañas por una vez? -Mamá, sabes que lo odio; no sé si fue casualidad, pero la única vez que me llevaste el cura me tiró un aliento que olía a podrido cuando me saludó con un beso. Además es muy aburrido. -Como quieras bebé, date prisa que bajo a calentarte el desayuno. -Espera, ¿vas a ver o no a papá? -Está bieeeen, dámela… -contestó con comprensible tono de dolor y rabia. Se preguntó por enésima vez si algún día acabaría ese calvario, si Luciana entendería todo con el paso del tiempo que se estaba dilatando sin resultados, sin progresos. Casi dos años del mismo guión, la misma reflexión, la misma reacción. No quería ayuda profesional. A Luciana se le iluminó el rostro y aguijoneada por un sentimiento tan puro como inocente cogió un sobre de encima del mueble y se lo dio a su madre. -Dile lo de siempre y que lo sigo esperando. 148
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-Está bien hija, lo haré. Ahora haz lo que te dicho que quiero que comas algo antes de marcharme. Madre e hija cumplieron casi al pie de la letra lo estipulado por la rutina, la mayor iría a la iglesia y la pequeña, aún con los pijamas de moda; echada en el sillón con un juego de consola, haciendo explotar globos de colores cada vez que unía tres o más de un mismo color. Ese domingo la madre no fue a misa. Condujo por inercia hasta un paraje que le era demasiado familiar. Estaba sola en el lugar. Aparcó y abrió el maletero para sacar una bolsa plástica gigante de supermercado. Antes de guardar la carta de Luciana junto con las otras docenas que había dentro del saco, miró el destinatario, aún a sabiendas de que siempre ponía lo mismo: “Sr. Papá de Luciana – Cementerio La Piedad, Tumba 781, Mi ciudad” La misiva diría lo de siempre, ¿para qué mirar?, ¿para qué volver a llorar? Cerró todo y miro al camposanto, enfocando y desenfocando en puntos al azar. -Yo también estoy enloqueciendo, te echo mucho de menos. – dijo, y rompió a llorar.
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Las Cuatro Infracciones El sillón de marras. No la veo pero la oigo, hace breves pausas entre cada vuelo. Mosca antisocial. La plebe me acusa de vivir en soledad, me inculpa con simpatía. La felicidad fantasmagórica que les alimenta el alma les impide ver más allá de las brasas de sus principios de masa, rescoldos sepultados en deseos sin laurear. Atormentadores. Aún no llega a la noche a recordarme que hace meses no pago la energía eléctrica, igualmente esta habitación está en penumbras, paredes de atractivo aroma a cardenillo, recuerdos de sexo fácil y hostil. Traslado la base de cavilaciones desde el sillón hacia la banqueta inseparable del clave heredado, al tiempo que aires de profanación estabilizan la pleura de mis pulmones. El clave hace juego con los aromas predominantes y destaca un bosquejo bienoliente desde un frágil cilindro blanco y marrón que comprime tabaco. Arde luminoso y recriminatorio al encenderlo y aspirarlo, estelas de humo venenoso juegan a las escondidas entre las cuerdas percudidas y sonido quedo del instrumento añejo que resiste el paso de más futuro. Primera transgresión. Fumar cerca del mueble cantor. Con la misma mano que delata que soy diestro y que derrocha dedos en sostener el cigarro, tomo la hoja de pentagramas que corona la pila de folios que reclaman recuento. Docenas.
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Apenas distingo la obra inconclusa, pero apoyo la hoja sobre la madera y con bolígrafo a estrenar doy inicio al primer compás de ritmo tres por cuatro. Los intentos anteriores entristecían con melodías muy ornamentadas, fruto innegable de mi admiración por Aria, de la mano del alma del maestro Bach. No me lo explico ni me preocupa, pero ahora veo con más claridad; también oigo mejor. La mosca acaba de hacer un vuelo rasante a milímetros de la composición en pañales y no pude acertar el golpe de intención criminal. Dos negras, una corchea con puntillo y una semicorchea posicionadas en SOL, SOL, LA y SI. El acompañamiento de la izquierda en clave de FA acota: SOL, SI, RE; blanca con puntillo, blanca y negra. Fin del primer compás y la mosca regresa. Segunda transgresión. Matar moscas en el chirimbolo rapsoda. La mitad del cigarro cae consumida sobre las teclas del marfil amarillento y me recuerda la primera falta; la mosca yace con las extremidades hacia arriba confundiéndose con las figuras musicales del papel; aún se frota las patas. Antisocial. Decido dejar el papel de pentagramas donde estaba y con el cadáver del insecto decorando; ni tan siquiera ensayo el amague de creación en el teclado del clave y abandono mis compañías exánimes para apoyar la mano zurda en el cristal húmedo de la ventana. La calle está plagada de destellos artificiales que mi morosidad niega a esta habitación. Doy una calada con aire dictatorial y resuelvo dejar morir los restos deletéreos debajo de un pisotón austero. Sin eco. 151
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Encadeno el siguiente movimiento para echar mano del minúsculo teléfono que ya debería estar muy bajo de batería: “Redial”. Tercera y última transgresión. Insisto en llamarla para pedirle que vuelva. El vulgo me incrimina de vivir en soledad, me imputa con simpatía; pero se equivocan; aún cuando ella nunca responda al teléfono. ¿4?
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Intervalo De Melancolía Ella me miraba sin comprender el porqué de mi visita, mucho menos parecía entender la naturaleza ni los motivos de lo que sería nuestro encuentro final. Mi madre había sido magna partícipe de mi traumática educación basada en la violencia. Quizás no por perversa, incómoda de amar tal vez. Impresionante e inhóspito el caserón que a modo de asilo privado, le prodigaba sus últimos regazos a mi anciana progenitora. Sinapsis de tiempo en que la tarde era tan lánguida como la noche incipiente, cuando echados en la alfombra del salón rasurada por los años de viudez; por fin había decidido demostrarle mi opinión y dictamen acerca de mi malograda infancia y retorcida adultez. Momento sólo comparable a la sensación de dulzura del aire cuando acaba de llover; ventilando aromas que subyugan cualquier terror por muchas raíces que el alma mal abonada haya dejado crecer. Soplo de tiempo melódico casual inventado por la vetusta radio que con gesto adusto gobernaba todos los muebles en lo alto del único reloj cucú, con el ave hace lustros fallecida. Aparato de selectos trozos de añoso roble; entrañas de válvulas y primerizos transistores, ventrílocuo testigo de innumerables guerras.
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Así fue que la cadencia de “Total Eclipse Of The Heart” bendecida por el tan sensual como desgarrador timbre de voz de Bonnie Tyler; inició el embrujo. Poseído por aquel aroma a tierra mojada, los más tiernos recuerdos de mi niñez me envolvieron en una abstracción hasta ese día desconocida. Olvidé mi actitud reivindicadora que hasta podría sugerir venganza hacia la anciana de mis genes, la memoria no me jugó malas pasadas y un corto sin editar que empezó cuando caminé asido a su mano por primera vez, amenizó mi pausa. Tanta ternura acumulada en escasos testimonios de afecto maternal llegó al punto de evocar la primera paliza demoledora. La radio siguió su sermón melancólico y yo, emocionado; decidí dejar de apuñalar a mi madre y cortarle de una vez la garganta.
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