Cuando don José María salió de Michoacá n para reunir tropas a lo largo de la Costa Grande y continuar con la lucha arma da por las provincias del sur, ya traía su primera encomienda ordenada por el líder del movimiento independentista, don Miguel Hidalgo: la toma del Castillo de San Diego en Acapulco. Al cabo de cinco meses y de varios intentos fallidos por tomar la fortaleza, el General decidió avanzar al norte a tomar otras ciudades en manos de los españoles. Así, fueron cayendo Tixtla, Chilapa, Puebla, Tlaxcala, Orizaba… para terminar en el valle de Oaxaca. Una vez tomada la capital de la vieja Antequera, al cabo de dos años desde que salió de Tecpan, el general Morelos y su ejército partía nuevamente al puerto de Acapulco. Describir el viaje desde Yanhuitlán, ubicado en la Sierra Mixteca donde el general Morelos dejó encargado en defensa de la región a Maria no Matamoros, pasando por los pueblos de ese macizo montañoso, luego por las comunidades de la Costa Chic a hasta llegar a la Sabana, en Acapulco, es uno de los motivos para escribir este libro. El 21 de agosto de 1813, cuando por fin capituló el Castillo y Vélez puso en manos del General Morelos el bastón con que gobernaba y le expresó que sentía en el corazón que se hubiera derramado tanta sa ngre, hubo una ceremonia muy significativa e importante narrada por don Carlos María de Bustamante, en la que inserta una frase que resume en tres palabras la caída del imperio español en las costas del sur y la derrota definitiva del virrey Calleja que un a ño antes había perseg uido despiadadame nte a los sobrevivientes del Sitio de Cuautla. De esa descripción histórica de la entrega de la fortaleza en Acapulco, tomamos el nombre de este libro: “…pero su excelencia le contestó que por su parte no se había derrama do nada. Para romper el silencio que pesaba sobre todos y cambiar el semblante de los vencidos, la vergüenza, confusión, el orgullo humillado, las glorias desvanecidas, pidió se sentaran todos a una mesa q ue se había prepara do con unas fr ugales vianda s. Comieron juntos los jefes de ambos partidos, y el general Morelos brindó por Espa ña, diciendo con una entereza magnánima: ¡viva España! Pero España hermana, y no dominadora de América.” Finalmente, otro de los motivos de este trabajo es el de rescatar del olvido las figuras de Pablo Galeana y su tío Hermenegildo; de describir las haza ñas y penalidades de las tropas insurgentes para tomar la fortaleza dura nte los 967 días que realmente duró el asedio, si tomamos en cuenta los dos años de sitio impuesto por el general Julián de Ávila, más cuatro meses de combates desde el 6 de abril que iniciaron los combates hasta su capitulación el 20 de agosto de 1813. Y por último, homenajear a los héroes de esta hazaña a doscientos tres años de distancia.
La capitulación del Castillo de San Diego en Acapulco
Ramón Sierra López