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El descuidito de la CIA

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Un descuidito de la CIA

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La CIA le dio muy poca importancia al surgimiento del líder bolivariano y el movimiento social que lo apoyó desde el 4 de febrero de 1992. Lo registró como la noticia de otro coronel levantisco latinoamericano, que ellos usan como insumo para sus películas y cursos académicos.

No fue así para el gobierno sionista de Israel y la MOSSAD. Esta pequeña CIA de Tel Aviv comprendió dos años antes que la CIA, que en la Venezuela petrolera había surgido un peligro llamado Chávez. En este contexto, es comprensible la declaración del Primer Ministro de Israel, Shimon Peres, anunciando por la prensa que Chávez desaparecería junto con Ahmadinejah.

Esta percepción se la facilitó la participación de la MOSSAD en la policía política y en la economía venezolana desde mediados de la década de los años

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60. Desde entonces, el Estado sionista integró agentes en las estructuras de los cuerpos policiales de la DISIP y la DIM.

Desde la DISIP le siguieron los pasos a Hugo Chávez a partir de la madrugada en que se levantó en armas en Maracay con más de 1400 soldados y sargentos y una veintena de oficiales. Y todo el mundo se enteró que en Venezuela de repente habían aparecido una revuelta peligrosa y un líder popular que hablaba de revolución.

No solo la MOSSAD percibió la misteriosa novedad del bolivariano. También algunos empresarios multinacionales comprendieron con bastante astucia que Hugo Chávez podía ser un líder disruptivo, digamos “inadaptable” al sistema de Estados latinoamericano creado por la OEA y el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca).

Uno de esos empresarios fue el argentino Pérez Companc, entonces dueño de una multinacional poderosa. Uno de sus ingenieros en la provincia oriental de Guayana, Venezuela, Luis Venturini, relató

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que este magnate le ordenó que le brindara apoyo al rutilante coronel bolivariano. De hecho, su gerencia fue financista oculto del primer viaje de Chávez a Argentina en 1994.

Chávez no se enteró de ese financiamiento ni del interés personal del empresario argentino. Luego supo que buscaba lo mismo que quiere todo capitalista: resguardar sus inversiones en el petróleo y en la metalurgia venezolana.

La CIA tardó dos años más para colocar a Chávez en su radar e inscribir su nombre en la agenda de sus preocupaciones cotidianas. Para comprender el riesgo potencial de aquel llanero de verbo ampuloso, la CIA necesitó verlo en La Habana compartiendo conferencias, chistes y café humeante con García Márquez, Fidel Castro y otros líderes cubanos.

La lenta respuesta norteamericana fue proporcional al peso conservador del tamaño de su imperio y a las prioridades que tenía en esos años. Pero, también reflejó las sucesivas crisis de esa agencia yanqui después de fiascos en Irán, Somalia,

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Centroamérica y otros lugares.

El agente arrepentido de la CIA, Frank Olson, cuenta esa historia de crisis interna de la CIA y asesinatos secretos de la agencia en el documental Los experimentos secretos de la CIA, disponible en la plataforma youtube.com.

En los primeros años de la década de los 90, Washington andaba más ocupado en mantener el control de Medio Oriente y atento al cambio tectónico provocado por la implosión soviética en el sistema mundial de poder.

Los avatares en una republiqueta petrolera enroscada a su aparato energético imperial, no le alteraban el sueño. Habría que esperar hasta el año 2002.

En enero del año 1993 cubrí una conferencia sobre el mercado energético en la Cámara del Petróleo de Argentina, en Buenos Aires. La pronunciaba un experto holandés, enviado por la multinacional de ese país, la Royal Dutch Shell: el doctor Berg Van Der. Entre las afirmaciones que dijo en un castellano bastante

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fluido, Van Der declaró lo siguiente, que conservo en mi libreta de notas: “No descartamos que en Venezuela surja pronto un gobierno de la izquierda nacionalista al estilo de ustedes los suramericanos y que eso afecte las inversiones internacionales y la seguridad jurídica en ese país. Bien, puede ser. Pero nosotros no nos quedaremos con los brazos cruzados...”

Mientras una parte del auditorio aplaudía esa amenaza, otra fue más cauta y cruzó sus brazos. Entre estos últimos estuvo el poderoso empresario Pérez Companc, con varios millones de dólares invertidos en energía y minería venezolanas. Entre los que celebraron la amenaza del holandés se destacó la imagen de Paolo Rocca, dueño del Grupo Techint, que había iniciado una inversión de otros millones en SIDOR y PDVSA.

Por supuesto, Berg Van Der no podría ser acusado penalmente de “amenaza de muerte”, menos de ser un visionario precursor del asesinato de un presidente de izquierda a 19 años de distancia. Lo que nos interesa resaltar es el grado de conciencia de clase de los interesados en que la economía venezolana mantuviera

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el mismo status diseñado por las multinacionales petroleras y no petroleras, y por el gobierno de Estados Unidos, desde 1916, cuando semicolonizó el país.

El alto grado de ese interés norteamericano y de otros imperialismos menores como el holandés, se puede verificar en esta declaración de la National Intelligence Estimate de 1964: Venezuela es de importancia estratégica como el más grande exportador de petróleo. La inversión de capital estadounidense en Venezuela totaliza unos US$ 3 billones, lo que es superado sólo por nuestras inversiones en Canadá y el Reino Unido. Además, Venezuela tiene un gran valor simbólico para nuestra política en Latinoamérica como un país que está teniendo un rápido progreso social y económico a través de una democracia constitucional. Venezuela sigue siendo un blanco prioritario en los esfuerzos comunistas para promover una revolución violenta en Latinoamérica, principalmente debido a que Fidel

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Castro no puede permitir que triunfe un régimen democrático reformista de importancia. ( http:// history.state.gov/historicaldocuments/frus1964-68v31/ d522/ Ofice of the Historian. N. York, 19 de febrero de 1964).

Ese interés se mantuvo durante más de 100 años, hasta que el petróleo dejó de ser la materia prima más cara del planeta y Venezuela fue desplazada como uno de sus principales Estados bendecidos por esa renta minera.

En el mismo sentido político declaró en febrero de 1992, un año antes que Van Der, la exembajadora de Estados Unidos en la ONU, Jeane Kirkpatrick quien dijo que: “Ellos (los golpistas bolivarianos) pueden tomarse Venezuela si lo desean, pero no los pozos petroleros del Zulia” (El Nacional, Caracas, 1/02/1992).

La ironía le jugó una mala pasada a la Kirkpatrick, pues fue el Estado Zulia el único lugar donde los bolivarianos, bajo el mando del coronel Arias Cárdenas, desalojaron del poder a los que estaban,

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para instalarse las pocas horas que duraron los tiros en Caracas, Maracay y Valencia.

La referencia vale para mostrar el alto valor que le da la clase dominante a sus intereses y el grado de convicción que tienen para defenderlo. En esa valoración de intereses materiales, la muerte del enemigo peligroso siempre está inscripta en su menú de opciones. Kirkpatrick fue conocida en la política mundial por ser autora de una de las varias doctrinas surgidas en la Guerra Fría, cargada de furia anticomunista y antipopular. No por otra razón trabajó para el gobierno de Ronald Reagan, que fue como el Donald Trump de inicios de los 80, aunque más brutal.

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