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1976, permiso para matar

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En 1976 el gobierno norteamericano decidió confesar que durante medio siglo, se había dedicado al asesinato de líderes sociales y políticos de izquierda en todo el mundo. Además, que lo había hecho sin autoridad legal ni estado de guerra previo. Simplemente los gobiernos de EE.UU. se concedieron “un permiso para matar”.

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El Informe oficial emitido en el Congreso norteamericano por la Comisión Church es en sí mismo un escándalo. Sin embargo, lo convirtieron en un documento más en la rutina periodística. Los diarios más poderosos y noticieros audiovisuales más vistos, decidieron darle a ese “notición” el rango de un titular pasajero. Ningún medio sostuvo esa información el tiempo suficiente para que ingresara al estado de ánimo

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y de conciencia, de amplias capas de la población de la clase media urbana. De esta manera, el Informe de la Comisión Legislativa Church quedó en el olvido y se vació de contenido. El resultado es que en los hechos, el Informe terminó legitimando el derecho del Estado norteamericano a liquidar líderes izquierdistas en cualquier lugar del planeta.

Los gobiernos agrupados en las Naciones Unidas entendieron el Informe de la Comisión Church, y decidieron perdonarle esos crímenes de Estado con la complicidad del silencio.

Tras la debacle en Vietnam y el desbarajuste institucional en el gobierno de Nixon, Washington encargó al senador demócrata Frank Church la creación de un Comité que investigara los actos ilegales y asesinatos de la CIA en el exterior. Sobre todo los relacionados con Vietnam, que sirvieran para limpiar en la opinión pública la imagen gubernamental producida por el “escándalo Watergate” y la derrota militar en Asia.

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El Comité encontró datos de crímenes hasta en los años iniciales de la Guerra Fría y quedó perplejo con los resultados. Ese asombro moral no les provocó a los miembros de la Comisión crisis de conciencia o contorsiones éticas por el descubrimiento criminal. Como en la conducta de cualquier psicópata, almorzaron tomaron brandy y siguieron adelante.

En total la Comisión bipartita emitió 14 informes “en los que relataba distintos tipos de actividades, desde asuntos relacionados con la planificación del asesinato de líderes extranjeros, espionaje doméstico (por ejemplo a través del Proyecto Minaret) y chantajes” de toda índole en cualquier país del mundo, menos en países aliados europeos de la OTAN y Japón. Incluía acciones prohibidas en países de gobiernos amigos y sometidos del tercer mundo, contra líderes opositores nacionalistas o de filiación marxista. La cacería de la CIA para asesinar al Che Guevara es la más célebre, pero hubo más casos. Esos actos fueron penalmente ilegales en todos los países menos para dos Estados: EE.UU. e Israel.

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La justificación de esos crímenes se basó en la sola idea de que servía para defender el sistema capitalista en el mundo y proteger a Estados Unidos del “peligro comunista”. Desde los juicios de Nuremberg, la teoría jurídica y los códigos penales habían tipificado ese tipo de asesinatos como “crímenes de odio”. La aporofobia es el delito contra los pobres, como la homofobia contra la homosexualidad, pero no existe un término para definir el odio al comunismo o a la gente de izquierda. ¿Cómo definir los asesinatos por razones de ideología?

La administración pasajera de Gerald Ford tras la caída de Nixon, llevó adelante la reforma judicial que prohibió ese tipo de asesinatos. Ese cambio fue una adaptación para enfrentar la más importante crisis de credibilidad del sistema de poder imperial de Estados Unidos durante el siglo XX. No era para menos. Venía de ser derrotado militarmente en los campos del Vietnam por un ejército de campesinos pequeños, hambrientos y mal armados.

Los efectos de esa derrota fueron devastadores

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para el gobierno de Richard Nixon dentro y fuera del país. Con un imperio herido y un sistema político y judicial en entredicho en la opinión pública local, decidió dar varios pasos atrás para intentar recuperarse del mal paso.

Uno de los recursos más eficaces fue la producción masiva de propaganda y publicidad en todo el mundo. Así surgió la historia de Rambo, el solitario soldado deprimido por la derrota convertido en héroe mundial para la generación siguiente a la guerra de Vietnam, la de los años 80. Con Rambo contuvieron la idea de una derrota imperialista. Y tras la serie de Rambo se produjo una veintena de películas similares, acompañadas por un cambio estructural en sus fuerzas de intervención extranjera: los contratados, o sea soldados especializados en la guerra, pero muy bien pagados y no sujetos a leyes ni a una cadena de mandos militares que impliquen responsabilidad institucional. O sea, sicarios, tan sicarios como los que pagaba Pablo Escobar Gaviria en Medellín a 100 y 500 dólares por asesinato.

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Con este recurso, entre muchos otros, Estados Unidos logró adaptarse al cambio de su derrota militar en Vietnam. La literatura política y geopolítica abunda en libros y documentales que divulgan esos cambios. Con ellos logró superar la crisis interna de 1975 y enfrentar con fuerzas renovadas los nuevos escenarios y desafíos en Medio Oriente, Afganistán y Centroamérica durante los años 80. En la memoria de la generación mundial que atravesó la década de los años 80, se borró o difuminó la bochornosa imagen televisiva de aquellos helicópteros norteamericanos repletos de soldados y funcionarios desesperados huyendo de Hanoi, tiroteados por las tropas del Vietcom. Una historia documental cinematográfica rigurosa en los hechos y excelente estéticamente es The Vietnam War, la producida por Ken Burns y Lyn Novick, seguidores de la ética de Steven Spielberg sobre las guerras imperiales de Estados Unidos.

Todos los imperios cometieron asesinatos y actos prohibidos como los registrados en el Informe de la Comisión Church. Hasta 1976 ninguno se había

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atrevido a confesarlos en un documento oficial. Winston Churchill relata en sus memorias escenas que sugieren conspiraciones para asesinar, por ejemplo, al doble espía Lawrense de Arabia o a James Connolly, el jefe de la rebelión irlandesa de 1916. En la serie televisiva de la BBC, Peaky Blinders, hay suficientes escenas que pintan la trama conspirativa entre Churchill y un agente criminal de la Real Policía Irlandesa, para liquidar en el mismo acto a mafiosos locales como a líderes comunistas y del IRA (Ejército Republicano Irlandés), en la ciudad industrial de Birminghan.

Lo peculiar de la Comisión Church es haber confesado que su Estado mandatario tuvo permiso para matar opositores civiles y líderes políticos durante medio siglo, sin que mediara un estado de guerra y siguió teniendo ese permiso para matar después del Informe… solo que ahora no hay Comisión que lo diga.

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