16 | BALEÀRIA MAGAZINE | GUÍA DE MENORCA
DONDE EL TIEMPO SE DETIENE CASTELLAR DE LA FRONTERA TEXTO NACHO SÁNCHEZ FOTOS nacho sánchez, AYUNTAMIENTO DE CASTELLAr DE LA FRONTERA, TURISMO CAMPO DE GIBRALTAR (VALLE BELIZÓN)
El viejo Castellar de la Frontera se levanta en una colina entre un mar de alcornoques coronado por su majestuoso castillo, uno de los pocos que quedan aún habitados murallas adentro. Apenas un centenar de vecinos residen allí, la mayoría dedicados a la artesanía. Un territorio por explorar en el que escapar del ruido y perderse en la naturaleza a apenas unos minutos de la costa gaditana.
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ada una de las curvas que componen la estrecha y sinuosa carretera que llega hasta la fortaleza de Castellar de la Frontera está llena de sorpresas. Conviene ir despacio: una familia de ciervos puede aparecer en cualquier momento y pedirnos paso; pero también merece la pena circular con tranquilidad para disfrutar de alcornoques cada vez más grandes, más viejos, que nos cuentan una pequeña parte de la historia del lugar. A veces hay que parar y echar un vistazo hacia el cielo, un acto que nunca será en vano. Allí es fácil distinguir un buen número de rapaces y, destacando por su tamaño, buitres sobrevolando en círculo la zona. Mientras retomamos el camino, un giro inesperado en el asfalto nos descubre un embalse, el de Guadarranque, en bello contraste con
el océano Atlántico que se divisa a lo lejos y la costa africana como telón de fondo. Y allá en lo alto, al final del camino, majestuosa, se levanta la fortaleza de Castellar de la Frontera, un viejo pero bien cuidado castillo de origen árabe y uno de los pocos que se mantienen habitados murallas adentro. Un lugar mágico en pleno Parque de los Alcornocales, en Cádiz, a apenas unos kilómetros de Algeciras, Gibraltar y, por supuesto, de las maravillosas playas de Tarifa. QUIETUD entre piedras milenarias El Castillo de Castellar de la Frontera es hoy una de las visitas inexcusables para los que quieran conocer Cádiz más allá de sus playas. Y no sólo por su relevancia en la historia –su propio
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nombre fronterizo delata su importancia en las batallas entre musulmanes y cristianos– sino porque allí el tiempo parece detenerse. Los apenas 20 kilómetros que separan la autovía A7 de este paraíso son todo un bálsamo que nos lleva del tráfico y el humo de las fábricas algecireñas al descanso, el silencio y la carencia de prisas. Al olor a aire limpio, a romero, a lavanda. Es, además, un lugar que ha sabido adaptarse a los tiempos: hoy, gran parte de la construcción originaria se ha convertido en hotel –gestionado por Tugasa, empresa pública de la Diputación de Cádiz– que, además de habitaciones, oferta pequeñas casas por las diversas calles internas de la fortaleza. Un pequeño lujo al alcance de casi cualquier bolsillo que nos permite disfrutar de la tranquilidad, la naturaleza y el ambiente tan especial que se respira entre estas piedras milenarias. HABITANTES DE TODO EL MUNDO El hotel es prácticamente el último habitante en unirse a la pequeña población compuesta por apenas un centenar de vecinos, que habitan tanto las casas existentes en las callejuelas intramuros como las que hay más allá de las murallas. Unos cuantos llegaron hace mucho tiempo, antes casi del nacimiento del concepto de turismo, cuando en los años 60 y 70 viajeros de todo el mundo quedaban atrapados por la magia del enclave y decidían quedarse allí a vivir. Hippies de otra época que compraban las casas de aquellos que se mudaban al nuevo Castellar, ubicado siete kilómetros más abajo. Artistas, artesanos y bohemios que fueron poblando el lugar y dando vida a lo que podría haber
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1 y 2. El capitán Luís en su estudio. Uno de los barcos que fabrica con corcho procedente de los alcornoques de la zona. 3 y 4. Entrada e interior de la peña flamenca Al Duene 5. El pintor Riccardo Pasquini con una de sus obras.
quedado en ruinas, como tantos otros castillos árabes. Uno de los que lleva más tiempo es el capitán Luís. Un sevillano que llegó para quedarse dos meses ayudando a reparar la casa de su hermano y que lleva ya 26 en la fortaleza. Harto de la vida económica del banco, dejó la capital hispalense para instalarse en Castellar. “Entonces era un aventurero, joven, con energía”, cuenta con calma, letra a letra, palabra a palabra. Recuerda las juergas de aquella época, los baños en las playa de Bolonia. Hoy todo ha cambiado. “Pero la belleza del lugar es la misma. La tranquilidad, el silencio, la soledad, los buitres. La vida aquí sigue igual”, cuenta el artista, que cuando necesita de la civilización recurre a Marruecos, que se puede vislumbrar a lo lejos más allá de la costa del campo de Gibraltar. Pero su día a día es Castellar, sus callejuelas, sus silencios. Por eso, quizá, cuentan con tantos detalles los preciosos barcos que elabora con corcho procedente de los alcornoques de la zona. PEÑA FLAMENCA Cerca de su estudio –dentro de los muros no hay nada lejos, todo está a un
paso– se encuentra la vieja peña flamenca Al Duende, que regenta desde hace dos décadas Diego Oca, un enamorado del flamenco. “Vivíamos por aquí y tocábamos la guitarra para el turista que llegase. Hasta que se nos ocurrió montar una peña, ya ves que locura”, relata junto a un vaso de vino dulce, imprescindible en la mesa de un flamenco para charlar. Un gran póster del Soy gitano de Camarón preside la peña, en cuyas paredes hay hueco para todos los grandes del flamenco y para los mejores momentos del festival que desde hace dos décadas se celebra en el castillo. Los nombres de El Cabrero, El Lebrijano o El Torta se mezclan con los grandes talentos actuales, entre los que surge el nombre de Kimera Fernández Campos, “una chica de La Línea que tiene un arte especial”, asegura Diego. Arte es también el que tiene Riccardo Pasquini, habitante de Castellar desde hace siete años. Llegó desde la bella ciudad de Tolfa, al norte de Roma, también coronada por un castillo. Ahora tiene galería propia, en la que expone numerosas obras suyas, que van desde camisetas hasta pequeños juegos de sombras pasando por lámparas de
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Artistas, artesanos y bohemios han poblado el lugar desde los años 70, dando vida a lo que podría haber quedado en ruinas.
Alcornoque
insospechadas curvas y materiales reciclados o grandes cuadros realizados al óleo y otras técnicas sobre una base común: la arena. Materia prima con orígenes tan diversos como las cercanas dunas de Tarifa o las lejanas tierras de Brasil, Jordania o Madagascar. “Este lugar me da la calma necesaria para poder trabajar. Aquí sí existe la inspiración”, cuenta el italiano. Una inspiración que seguro mejora con el buen comer de la zona. Justo frente a su galería, un coqueto restaurante ofrece comidas típicas del lugar como el jabalí o el venado, además de exquisiteces andaluzas como el salmorejo■
Calzada romana
Emblase de Guadarranque
PASEOS ENTRE ALCORNOQUES
Hotel Castillo de Castellar www.tugasa.com Rutas a caballo, en bici o 4x4 www.castellargp.es
Más allá de las calles de piedra de la fortaleza de Castellar, el Parque de los Alcornocales ofrece numerosas rutas y paseos por la naturaleza que pueden llevar apenas unos minutos o varios días. Para los menos deportistas, el paseo por la vieja calzada romana hasta la fuente vieja entre alcornoques, ciervos y con preciosas vistas al embalse de Guadarranque. Y, para los más aventureros, por la localidad discurre el GR-7, que procede de Los Barrios (nueve horas de ruta) y lleva hasta Jimena de la Frontera en una caminata cercana a las cinco horas. Excursiones con las que disfrutar
de la flora y fauna de la zona que son recomendables para cualquier momento del año, ya que cada estación tiene sus ventajas. Desde la posibilidad de observar la berrea del ciervo a finales de verano hasta la explosión de color de todo el parque a comienzos de la primavera. También existen empresas con las que poder realizar diferentes rutas a caballo, aunque el deporte con más éxito en la zona es el ciclismo; tanto el de montaña como el de carretera, gracias a los cuidados carriles bici.
www.alcornocales.org