Elperfil
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VIAJE AL CENTRO DE JAVIER CALLEJA
POR NACHO SÁNCHEZ.
Adentrarse en el estudio de un artista significa traspasar la puerta de un lugar mágico. De un espacio privado, íntimo, subjetivo. Del sitio donde todo ocurre. Donde las ideas pasan a ser realidad. Un territorio que desprende una vitalidad proporcional a las horas de trabajo entre esas cuatro paredes. Por eso, el estudio de trabajo de Javier Calleja está vivo, se mueve e incluso hace sonreír. Da la sensación de que uno va a encontrarse en algún rincón un grupo de susuwataris –aquellas bolitas de hollín que surgieron de la mente de Hayao Miyazaki y que tanto ayudaron a Chihiro– divirtiéndose, correteando, jugando con pinceles, rotuladores y acuarelas. Ayudando, proponiendo e incluso inspirando al autor. Pero no, no es posible: Los susuwataris sólo habitan espacios abandonados y el taller de Calleja está más que vivo. El estudio de este malagueño posee una luminosidad de la que también se ha impregnado su trabajo. Una obra generalmente pequeña, casi diminuta, llena de trazos y frases sencillas, habitualmente en inglés («ese inglés que todos los que no somos ingleses hablamos, que es
tan básico y universal»). Y que esconde, sin embargo, una amplitud enorme, una ardua elaboración, una gran paciencia. Con un significado que va mucho más allá de los límites del papel, de la libreta, del lienzo, de las paredes. Tras estudiar Magisterio, Calleja se decidió a añadir a sus estudios la carrera de Bellas Artes. Y el nuevo rumbo vital que tomó entonces este artista malagueño le ha ido muy bien: El Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, el CAB de Burgos o la Fondation Suisse de París ya le han visto trabajar, porque Calleja suele crear sus exposiciones in situ, trasladando prácticamente su estudio al museo, interviniendo cada espacio según las cualidades y características del mismo. «Es algo arriesgado para comisarios y galeristas. Fue difícil empezar con ese modo de trabajo, pero ahora funciona muy bien», cuenta el artista, que también ha expuesto en ciudades tan dispares como Nueva York o Granada, y cuyo trabajo también forma parte de una muestra colectiva que recorre las diferentes sedes del Instituto Cervantes a lo largo del planeta.
15 Pero mientras su obra se puede ver por medio mundo, el espacio reducido de su estudio es el alma creadora de Calleja. Es ahí donde se siente más cómodo: Disfruta más del proceso que del resultado que su trabajo. «El camino es lo más bonito», cuenta el malagueño. Y, por eso, su día a día está compuesto por una suerte de disciplinas variadas: La pintura, la escultura y el dibujo, pasando de una a otra casi sin pensarlo. «Me gusta cambiar, hacer cosas diferentes», añade un Javier Calleja cuyo estudio se conforma prácticamente como un repaso a su carrera artística, con diminutas piezas de madera intercaladas en las estanterías con pequeñas piezas escultóricas, grandes lienzos guardados en grandes carpetas y hasta frases y dibujos en las propias paredes de la habitación. Muros donde cuelgan listas con cosas por hacer, ideas por desarrollar: Puntos de inicio de un nuevo trabajo. Y las herramientas le esperan, casi le miran con ansia. Botes de pintura, viejas acuarelas, modernos rotuladores, lápices de colores... Útiles varios que cobran un nuevo significado cuando Javier Calleja los complementa con papeles, lienzos, piezas o hasta un fardo de billetes de dólar. Y la inspiración de su vida diaria culmina el círculo artístico enseñándole el camino hacia un nuevo trazo. Un nuevo concepto que nace como garabato pero que va tomando vida hasta convertirse en nuevo punto de partida para la obra de Calleja, propietario de libretas que esconden lo que es y lo que será su trabajo. Que le sirven para seguir creciendo. Seguir creando. Seguir siendo artista.