RĂ?O DE LA MANO un barrio con identidad
RÍO DE LA MANO un barrio con identidad
Equipo de trabajo está compuesto por: Claudio Fierro Diaz: Editor, apoyo Fotográfico. Roberto Hofer Oyaneder: Textos. Nancy Luna Diaz: Diseño Gráfico. Juan Carlos Muñoz: Dibujos tapa y contra tapa, apoyo páginas interior.
M.R
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Número de Registro: RPI 255.347
P Punta Arenas, Agosto de 2015.
RÍO DE LA MANO: Un sector con Identidad Río de la Mano: Un sector con Identidad Algunos antiguos dicen que el clima ha cambiado con el paso de los años. Punta Arenas también ha hecho lo propio, a la hora de expandir sus márgenes por obra y gracia de una humana y trashumante marea, corazones en ristra en busca de un destino más al sur del sur. 4
Así como siempre hay un precio que el migrante debe pagar por el destino que decide forjar, al promediar el siglo XX la cuenca de un promisorio sector conocido como Río de la Mano albergaría un sinnúmero de historias entretejidas por sueños y esfuerzos de trabajadores y sus familias, quienes se enamoraron y forjaron raíces allí: en aquel espacio que sintieron como una prolongación de su Chiloé o su Natales querido. Tan cercana reminiscencia llevó a que el interesado, en algunos casos, ni siquiera vacilara en “tomarse” un pedacito de terreno antes del amanecer, con tal de echar raíces allí. Río de la Mano es un punto cada vez más pequeño en el trazado urbano de esta capital de la Patagonia, que ya amerita un nuevo Plan Regulador. 5
Sus límites como sector no han variado mucho si nos remitimos a su historia inicial de terrenos demarcados a la rápida, de tupida vegetación y dispareja topografía, que apenas era conocida como sitio de práctica de tiro o vista como desmejorada cuenca o descuidada extensión de aquel populoso sector en que se convertiría el actual barrio 18 de Septiembre. En cuanto a su poblamiento, que se generó a fines de la década del ’50, su principal aporte provino de trabajadores migrantes procedentes de Última Esperanza, la Patagonia argentina y de Chiloé junto a sus familias, vínculo este último que se mantiene en la actualidad por parte de quienes llegaron desde la Región de los Lagos y fundaron familias en este sector próximo a un río. Este devenir a lo largo de décadas ha definido a Río de la Mano como un sector más bien quitado de bulla, bastante cohesionado en el ámbito vecinal y que mantiene a la fecha una marcada presencia de adultos mayores, quienes encarnan a sus habitantes originarios: aquellos miembros de familias que desarrollaron un fuerte sentido de pertenencia con aquel entorno en el que se desarrollaron, sin cortar tampoco su lazo identitario con el archipiélago chilote. Desde un primer momento sería evidente la composición de barrio conformado por gente de esfuerzo, en su mayoría obreros y jornales, muchos de ellos con experiencia en el campo o en la minería, y cuya conciencia social también la volcaron allí en algún momento a la hora de organizar a los vecinos, e incluso darle una mano a aquellos más necesitados o aquejados por alguna carencia o desgracia.
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Un elemento humano que sirve de nexo importante con los primeros años de historia del sector, aparte de los colonos que se proyectaron y formaron un hogar allí, lo constituyen los hijos de aquellas familias, cuyas edades fluctúan entre los 40 y 50 años, muchos de ellos nacidos y criados en sus lindes. Los mismos que se fortalecieron en el contacto diario de los espacios compartidos, al paso de una sacrificada pero bien asumida caminata en común para llegar a la escuela. O al calor de aquellas infantiles vivencias en medio de la rudeza de inviernos trastocados en juegos, y al centro de las cuales siempre estaba presente el incontrolable río y más de alguno de sus recovecos.
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Los recuerdos, apoyados en fotografías, dan cuenta de una activa vida al aire libre, donde los antiguos cumpleaños y las Navidades en el barrio se vivían con la intensidad de una extendida fiesta familiar. Aquellas escapadas a cualquier hora para compartir jugando con trineos, bicicletas o bien a la pelota en una improvisada cancha, e incluso surcando túneles o un precario puente, llenaron la alegría de los niños y niñas durante años, e incluso esas emociones quedaron flotando allí, pese a la temprana llegada de la televisión a algún afortunado hogar para secuestrar la atención de los vecinitos de toda una cuadra a la redonda. Más hacia arriba, en Pérez de Arce, una abuela llamada Luz Nara Hernández Fernández, recuerda que cuando sus hijos –hoy casados- eran chicos se celebraba la Navidad en su sector, para lo cual había un pesebre grande y se ponía música de Navidad. Era habitual que el vecino Manuel Canales junto a su señora Rosa se preocuparan de ir casa por casa a buscar un regalo, y luego “él se vestía de Viejito Pascuero y hacía un pesebre grande como una tarima y entregaba (los presentes) y reunía a todos los niños”. Esta postal de un barrio tranquilo se nutriría con personajes que le fueron dando identidad y cohesión al sector como un pequeño microcosmos, sin faltarle ese sello propio que le imprimirían desde la actividad laboral que desarrollaban, ya sea a través del peluquero del barrio o del vecino que levantó una fábrica de bloques, el vidriero, los almaceneros e incluso de aquellos que dejaron el alma allí, a través de la fundación de un club de boxeo o la conformación de un club deportivo, sentando las bases de un arraigado sentido de pertenencia. A esas alturas, tanto adultos como jóvenes en pleno desarrollo se irían integrando de manera progresiva a través de lazos duraderos, siendo muchas más las instancias que los unieron, entre las que figurarían un centro juvenil, una capilla, una junta de vecinos propia, un centro de madres y hasta un jardín infantil. Esta historia sólo vería de fondo en sus primeras décadas una mejora sustantiva en términos de urbanización como la canalización de la cuenca, que le cambió la cara a un sector siempre anegado en invierno, en tanto las nuevas generaciones verían capitalizar sus disímiles inquietudes juveniles, forjadas por la morfología del río, en lides tan distintas como el fútbol, el boxeo, el atletismo, la literatura, la halterofilia y el arte, llegando incluso con los años a cosechar triunfos de alcance nacional e internacional. Por supuesto que sus esforzados protagonistas tampoco estuvieron ajenos a hechos tristes y con ribetes de tragedia, pero salieron siempre adelante con el apoyo solidario de sus vecinos. Hasta que el progreso también hizo acto de presencia en las últimas dos décadas, pujando mejoras a través de una intervención del sector con la confección de muros, miradores soñados y cortavientos, cuyos distintos niveles y casas escalonadas exhiben hoy sus techos, murales y cerros multicolores, de la mano de una verdadera puesta en valor. Todo ello, bajo el concepto de nuevo foco de atención y atractivo turístico para Punta Arenas, con una comunidad identificada con su presente y su pasado, y que hoy se proyecta al futuro con una mirada renovada allí, desde donde el estrecho y la belleza de 8
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su entorno se funden en distintos puntos de referencia, como sector privilegiado que más de alguna vez buscó darle una mano al río para vivir así mejores días.
Sector diferente a otros Suele suceder que para muchas personas los años de su cronología vital comprendida entre la juventud y la plena adultez son insuficientes para llegar a ver concretados los sueños que dan sentido a su vida y accionar por hacer de su entorno el mejor lugar habitable. Aun cuando los vecinos reconocen limitaciones y aspectos que los hacen sentir todavía algo alejados de la mano de Dios, aquello no excluye que muchos pobladores de Río de la Mano lleven una existencia plácida y con plena conciencia de las particularidades que iluminan su vida como pobladores, desde las generosas tonalidades de sus arboledas en otoño hasta los colores que inundan de vida aquel pequeño valle urbano con aires chilotes. Dentro de la topografía del sector sur de Punta Arenas, una singularidad que por muchos años constituyó un sector aparte fue el Río de la Mano, conocido hasta hace un par de décadas como Zanjón Río de la Mano, como si lo que definiera su identidad fuera haberle ganado la mano al río. Son muchas las razones que nos llevaron a concentrar nuestro trabajo en el área de influencia de aquel hoy subterráneo cauce. Allí, en contacto con sus pujantes y amables habitantes, vimos la necesidad de levantar una iniciativa de carácter patrimonial e investigativo. Al compartir con algunos de sus vecinos fácilmente se puede acceder a la riqueza humana de un sector, cuyo potencial aflora a través de sus relatos de vida, muchos testimoniales y otros que por vía oral han pasado de padres a hijos. En suma, resulta evidente el interés y valoración asignada a dicho entorno para la construcción de un relato fundacional, y de paso darle un impulso a un sector tan tradicional del sector sur de Punta Arenas, cuya historia fluye a flor de piel. Como población que viene sufriendo hace años la pérdida de sus ancianos, quienes encarnan la memoria de Río de la Mano, a través del testimonio de algunos de ellos y sus descendientes se ha buscado contribuir a llenar ese vacío para establecer vínculos con el pasado. Este ejercicio no sólo ha permitido escarbar las raíces del sector, sino también indagar en diversos aspectos identitarios que han marcado a quienes fueron los primeros niños de este naciente barrio y se empaparon de una comunidad. Para quienes pertenecen a este espacio vital, hay una noción clara que la población de su sector alcanza a unos 2 mil habitantes -Según el censo del año 2002, aquel barrio arrojaba un total de 2.800 habitantes y 856 viviendas-, siendo sus límites: Pérez de Arce (norte), Briceño (sur), Zenteno (oeste) y Avenida España (este). La meridiana claridad acerca de su delimitación actual habría sido un verdadero quebradero de cabeza hace poco más de 60 años, época en la que Punta Arenas era una ciudad pequeña aunque en plena expansión. 11
Si en la actualidad Río de la Mano representa una suerte de Valparaíso en miniatura –aspecto que veremos más adelante-, con singulares pendientes, miradores y micro espacios de particular belleza, en la década del ’50 la película era otra. Su carácter campestre nos habría hecho pensar en un área verde apropiada para un paseo familiar, de cerros con dispares laderas y tupidos calafates. Esta, postal un tanto ajena a la civilización, apenas hacía pensar entonces en su ocupación en la forma de hijuelas con cierto potencial urbano, aunque en un futuro más bien lejano para esa época. Tal vez su similitud con algunas postales de aquella tierra insular llamada Chiloé, de montes “con su eterno verdor” -según el himno de
la provincia-, llevó a muchos hijos del archipiélago a instalarse en dicha ubicación un tanto “a la buena de Dios”, y como parte de una presencia especialmente notoria en el ámbito del poblamiento de Punta Arenas durante las décadas del ’50 y ‘60. Según la remembranza de Rosa Garay Matamala, transmitida por sus padres quienes figuraron entre los primeros vecinos del sector, aquellos terrenos fueron propiedad de tres importantes personajes de la sociedad magallánica, los señores Contardi, Caffarena y Turina. De ahí la denominación que se le otorgó a la actual diagonal Alcalde Turina, y del pasaje Caffarena, como primeros propietarios de lo que en su época fue un loteo grande (llamado Loteo Carlos Bories), “que eran sitios 12
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baldíos y que lotearon y vendieron, y se lo vendieron a la gente que en ese momento estaba interesada en construir”, agrega Rosa. “Años luz” en perspectiva Uno de los más antiguos del sector es Erasmo Ojeda Silva, 88 años, peluquero oriundo de Puerto Montt, quien llegó en 1949 a Magallanes procedente de las minas de plomo de Puerto Cristal, por el lado de Buenos Aires. A su llegada recuerda que “hubo una vez una toma de tierra, entonces me trajo un colega peluquero y vine acá, a esta parte me trajo él. Entonces yo hice aquí una casa tipo mediagua nomás, de tres piezas, cocina, comedor, dormitorio, esas cosas así. Y fui la segunda persona que llegó a este lugar, porque anteriormente había un señor Bahamonde que llegó primero que yo”. Desde 1953, año en que se instaló, sigue el pulso de los tiempos desde su vivienda de Zenteno N° 1937: “Me mantengo acá porque acá fue donde me establecí con mi señora y mis hijos, entonces le tomé cariño a esto y sigo acá. Ahora cuántos años más viviré, no sé”. Hace seis décadas nevaba hasta 80 centímetros de nieve en invierno, y como no había calle él empezó a hacer gestión, limpiaba su sector hasta llegar a la calle Prat –donde hoy se emplaza el Liceo María Behety-. Ningún otro vecino se motivaba, así que él barría solo, aparte que si no lo hacía no podía salir por ningún lado, “porque todo era un cerro con árboles, matas de espina, qué se yo, todas esas cosas. Todo esto había pertenecido al barrio San Miguel, y después fueron cambiando la estructura de nombre, de calles, de todo, poniéndole calle Pérez de Arce, Gaspar Marín, Juan Enrique Rosales (antes de que surgiera el barrio 18)”. Después vino la población 18 extendiéndose para arriba. Grafica que había un polígono de tiro que se ubicaba por otro lado, “como a dos kilómetros a continuación hacia el cerro, y por allá igual por el Barrio Sur, por ahí donde está el Líder, que es ese supermercado, por ahí creo que era donde disparaban”. Don Erasmo aún sigue cortando el pelo y fue en aquel oficio donde volcó su veta artística, la misma que lo llevó a estudiar un año arquitectura en la Universidad en Valparaíso, debiendo abortar por las obligaciones familiares de ayudar a educar a numerosos hermanos. Sin embargo, él orientó a su hijo Alejandro a que cultivara el arte en cuanto a dibujar y pintar, entre otras cosas porque “salió mejor que yo”, resalta. Este talento innato lo vuelca hoy como retratista y caricaturista del Club Regionalista La Perla del Estrecho. Otro rostro emblemático es el de Teresa Andrade Vera, domiciliada en Francisco Antonio Pinto N°61, quien atiende uno de los boliches más antiguos de la ciudad. En 1959 llegó al sector desde el pueblo de Chonchi. Ella estuvo casada con otro esforzado colono, Francisco Macías Andrade (Q.E.P.D.), que trabajaba en la estancia Cameron, con el cual tuvo dos hijos, quienes se prolongan hoy en dos nietos y dos bisnietos. De este lugar, en el que antes no había nada, rememora: “Era un pantano acá, 16
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sólo esta casita estaba, pero era un ranchito”. Artífice de ella fue su cuñado, Santiago Macías Andrade, quien pasó por allí primero, “y cuando nos vinimos a quedar aquí él lo agrandó. De ahí lo empezamos a arreglar cuando quedamos ya nosotros de dueños”. Su historia magallánica parte un 18 de septiembre al llegar como muchos colonos por vía marítima, haciendo el segundo viaje del buque Navarino a estos lares. Al momento de instalarse recuerda que aquella subida de Francisco Antonio Pinto “era como un caminito de ovejas en Chiloé, y estaba lleno de calafate y un solo pantano. No había nadie, con la excepción del vecino de enfrente, casado con la señora Eliana (Vivar) quien tenía un ranchito”. Él era el único morador y había hecho su servicio militar en el Pudeto junto a su marido. De ahí, entre los vecinos “a pala y picota” se motivarían a abrir un camino y después los apoyaría un camión de la municipalidad para ir buscar el ripio de afuera. Mientras los varones ripiaban ella les hacía los sándwiches y ponían el vino, pues ya tenían el negocito. Su local nunca tuvo nombre, y con los años abrieron otro almacén al que le decían “El Chonchino”, dada su procedencia, en la esquina de Prat, donde el barrio 18 de Septiembre limita con Cerro Primavera. Cuando llegaron ahí tampoco había casas y andaban los vacunos sueltos. Tampoco había vehículos, por lo que debían traer los víveres o tarros de tomate y de durazno con una malla. En ese tiempo ya estaba el supermercado Listo, y al poco tiempo después Codina, al igual que Duncan Fox, “que tenía un negocio grande a la orilla de la playa”.
La multiplicación de las tablas Muchas de las antiguas viviendas que permanecen en pie han pasado mediante sucesión familiar a ser habitadas por los hijos y nietos de esos primeros pobladores. Una de ellas es Rosa Garay Matamala, hija menor de Gilberto Garay Barrientos y Rosa Matamala Poblete. Su casa se ubicaba frente a la fábrica de bloques del finado Orlando Vásquez, que el mismo vecino levantó con la materia prima que desarrolló durante años. Rosa tiene el honor de ser conocida como la hija de quien fue el peluquero del vecindario, y aquellas mismas cuatro paredes albergan hoy los más emotivos recuerdos, partiendo por esos detalles tan propios de una auto construcción que la casa atesora. Ella señala que desde que se construyó ha tenido varias remodelaciones, pues así lo ha requerido, aunque la estructura original se ha conservado: “Es tan así que cuando tú entras al dormitorio de mi hija las tablas crujen, ya que son las mismas a las que tuvimos en algún momento que ponerle gato hidráulico por abajo para mantenerlas fijas, porque económicamente es demasiado oneroso pensar en que vas a levantar la casa, poner base de cemento y volver a sentarla. Sólo esta parte tiene base de cemento, el resto está sentada en poyos”.
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Rosa evoca que cuando su familia se asentó con cuatro niños en el sector, y al poco tiempo cinco: “Mi hermano mayor, José (que está fallecido ya), Estela, que es la que le sigue, Omar Alfredo, Tamara y yo. Yo no llegué al sector, porque yo nací en el Río de la Mano, ellos llegaron el año 64 y yo nací el año 66, así que pueden sacar cuentas”. Su papá, quien trabajaba como carpintero en Asmar Magallanes (jornal civil), nunca tuvo la manifiesta intención de instalarse allí, y terminó adquiriendo una porción de terreno relativamente grande, pero no porque él tuviera ese interés. Rosa explica que aquella era la hijuela que un compañero de trabajo había comprado, sin contar que nunca llegaría a ocuparla a causa de una repentina separación conyugal. “Y cuando (Gilberto Garay) le dijo a mi mamá que había adquirido un espacio tan grande, ella le dijo: ‘construye en un costado para que el otro lado te quede para hacer gallinero (porque en ese tiempo todavía se podía tener gallinas en este sector)’”, añade.
Por otro lado, el río corría por la parte de atrás del terreno, que en ese momento no estaba tan claramente urbanizado, y a su madre, de acuerdo a la perspectiva en esa época, el instalarse ahí le ofrecía la posibilidad de siembras y regadío, aun cuando no tenía muy claro si el agua estaba habilitada para el riego: “Entonces le hizo sentido asentar su casa y un gallinero y un invernadero al lado de un río, era casi una casita soñada... En ese momento él empezó a construir y lo tuvo mucho tiempo sin hacerle nada. Y mi madre a escondidas guardaba de la plata que él le daba para el almuerzo”. Entre quienes en ese tiempo vendían carbón o leña, Rosa destaca que pasó un día un hombre ofreciendo tablones, y su mamá vio allí la posibilidad de invertir toda la plata que tenía guardada. Le compró todo el cargamento. Al llegar esa tarde su papá del trabajo a la casa que entonces arrendaban, en calle Óscar Viel, él le preguntó qué era lo que había comprado. Rosa recuerda que su mamá le dijo: “Ésos son los primeros palos de tu casa. Y en la tarde mi papá tuvo la misión de bajar 22
desde Óscar Viel hasta acá en Río de la Mano con los palos al hombro para traerlos y empezar a montar los poyos que fueron la primera parte de la construcción de la casa, antes de cercar incluso”. Y cuando su padre llegó al sector se encontró con los vecinos que ya más o menos había: “Era un caserío de 10 a 15 casas, no más que eso. Algunos que habían adquirido propiedad y paulatinamente, en la medida que se fue poblando, comenzaron las primeras tomas”. Las tomas eran de noche y, a juzgar por su singular modus operandi, eran algo singularmente simpático, porque “en el día tú parabas cuatro palos al lado de otro esqueleto de casa que se estaba construyendo al lado, y cuando llegabas al otro día en la mañana había otra casa en un lugar impensado”.
ellos tomaban el sector. De hecho, hasta donde yo conozco relativamente, el plano regulador de la época y la distribución de entonces, desde la esquina hasta la vereda del frente hacia el sector sur estaba destinado a áreas verdes que eran terrenos municipales. Y esos sitios fueron tomas, porque la gente comenzó a construir allí y el municipio de la época obviamente no tuvo argumento para retirar las casas, entonces ocuparon sitios municipales desocupados que estaba destinados a áreas verdes y esa fue la forma en que llegaron”.
A raíz de ello, esta nativa pobladora remarca que se fueron poblando los cerros de una manera muy similar a como se hizo en Valparaíso: “Las casas asentadas dentro de los cerros fue producto de las tomas en realidad, veían que habían casas, y si ellos pueden construir por qué yo no (se decían), ellos nunca preguntaban: pero ustedes compraron, entonces 23
Lo que el río se llevó Un amplio sector de tonalidad verde que se torna amarillento en otoño es el que puede divisar desde el mirador de Pérez de Arce, y que corresponde a generosos patios en los que el tiempo parece haberse detenido. El vecino Manuel Canales ostenta esta vista maravillosa a sólo algunos pasos de su vivienda y está emparentado con gran parte de la historia de su barrio, porque justo por su casa pasaba el río y sufría las consecuencias de la inundación. Como parte de un barrio antiguo, nacido y criado en su límite norte, en calle Pérez de Arce, destaca tener la suerte de conocer a la vecina más antigua del sector, la señora Benilde Saldivia que llegó a vivir en 1921 apunta Manuel Canales Antes del abovedamiento del río, señala que había un túnel que primero llegó hasta Avenida España desde 21 de Mayo (playa), y después hasta Señoret. Posteriormente en el año 1959 empezó la canalización desde Avenida España hasta Manuel Señoret. La última inundación grande de que tiene memoria fue a mitad de esa década. Con su hermano Fermín tendrían unos 10 ó 12 años.
Este último a su vez recuerda cuando su tío Lucho les contaba que en la casa donde hoy vive en Pérez de Arce (al llegar a España), “ahí pusieron 300 cajones para que el agua no avive, para hacer peso, porque la casa se va moviendo. Fue en el mes de los deshielos”. En aquel entonces una pasarela grande que había allá acá fue arrancada y se atravesó justamente en la boca de la vertiente y comenzó a arrastrar piedras. Cuenta que en verano era común ver pasar arreos de vacuno por Avenida España al igual que caballares y ovejas que iban destinados al matadero, y en el verano los corderitos, dos veces a la semana. En invierno iban a patinar a la laguna del regimiento Pudeto y “donde está el zanjón, las casas, nosotros andábamos en patines entre las matas y le sacábamos el quite”. Ya más grandecitos iban donde estaba la maestranza municipal, porque ahí dejaban los caballos de los carros y ellos los iban a lacear. En tanto, del regimiento Pudeto iban a hacer ejercicios en la parte de arriba de aquellos terrenos. Manuel también destaca la pertenencia territorial al Club Deportivo Titán mucho antes que surgiera el Río de la Mano.
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Según Fermín, la primera cancha de fútbol de la 18 de Septiembre estuvo donde hoy se ubica la escuela. “Ahí jugábamos nosotros, nosotros teníamos un equipo que se llamaba los Barrabases. Cuando les fuimos a jugar a la 18, les sacamos la cresta y después nos corretearon a piedrazos”, recuerda. En el plano social, su hermano que señala la cercanía con los vecinos inevitablemente desembocaba en una amistad en la que, aparte de las invitaciones a comer empanadas, prietas o chunchules, no faltaban los ofrecimientos para ser padrino de algún hijo o bien el joven que se enamoraba con la hija del vecino: “Primero se enojaban, pero después bueno, ya está bien, son tan trabajadores, y se armaba el compadrazgo. Mi madre, por ejemplo, era comadre de la señora Benilde, de la Quiche, de los López Parra, porque (su hijo) Fermín era el ahijado de los López Parra, y mi mamá era la madrina de la Belza, que también es otra señora antigua que tiene como 92 años (Betsabé Galindo López)”.
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Escenario infantil Hacia el sur, los vecinos más antiguos estaban como seis años asentados en la cuenca cuando el padre de José Francisco Macías Ojeda bajaba al sector a hacer instrucción de tiro. “Sin pensarlo aquí encontró casa, dos piececitas que había acá”, refiere Pancho. La llegada de su familia se produjo hace 51 años desde San Julián, Argentina, traslado que lo sorprendió a él ya en el vientre de su mamá embarazada cuando salió de allá. Ellos formarían parte de una segunda generación crecida en los lindes del río. Uno de los recuerdos lindos de su niñez para Viviana Aguilar, hermana de Francisco, es el río, que debía cruzar para ir donde su abuela: “Había un rajón de madera grande, uno hacía equilibrio, cruzaba, de repente te caías, te mojabas, y en otra parte del río había un puente colgante que te daba mucho susto porque era muy alto. Claro que ese sector después tuvieron que rebajarlo, empezó a caer con las lluvias, pero era muy entretenido, jugar en la nieve, tirarse en trineo de los cerros, arriba de tu bolsón, con los trineos, tratar de imitar a mi hermano que jugaba con sus palillos con una lata con los otros niños”. Los varones jugaban a la guerra de los cachitos de papel. Otra entretención del barrio era sacar las grosellas y frambuesas de los patios de los vecinos, jugar al escondido entre los muchos recovecos del sector, divertirse con el tejo, jugar al elástico o ir a misa y hacer maldades en la capilla que había en el sector. De todos los momentos especiales que Ema Aravena vivió en su infancia, pocos le hacen el peso a la Navidad y Año Nuevo, según refiere: “Llegaban las 12 de la noche y uno recorría a todos los vecinos y ahí a una le regalaban jugo, le regalaban un pedazo de torta y era lindo, porque uno se quedaba un rato ahí y seguía, era como: salgamos porque vamos a comer harta torta, harto dulce y de eso uno se acuerda”. Aquel escenario infantil de juguetona alegría marcó esa época, como barrio joven donde había de dos a cuatro niños en todas las casas, según rememora Viviana. Algo muy bonito y rico era ir a comprar turrón y cachitos donde el señor Bahamóndez, a quien cariñosamente le decían el “señor de los cachitos”. Él llegaba incluso a vender sus dulces al Parque María Behety donde estaba la cancha de fútbol, que era un anfiteatro natural. Hasta allí fueron muchas veces a jugar, entretenerse, hacer paseos o ir de picnic, por último con un pan y una bebida. Hasta que aquel espacio se transformó en lo que ahora es la cancha del Barrio Sur. Aunque algo más “crecidita”, su vecina Susana Ugarte Cárdenas rememora como algo fantástico el haber vivido su niñez en un campo: “Con matas de calafate, con cunetas, con hoyos, yo aprendí a andar en bicicleta tirándome de un cerro, sin ruedas, sin cadenas, sin nada, nos tirábamos nomás. Teníamos un río, en el cruce ahí de Serrano casi con pasaje Contardi existía un puente colgante, y cuando se desbordaba el río yo tenía 31
al tío Bahamóndez, que vivía aquí arriba, el turronero, él se ponía unas botas de goma largas y nos esperaba y al hombro nos cruzaba para poder venir a nuestras casas”. En contraste, décadas después “ahora vivimos a unas cuantas cuadras del centro”.
Sentido de unidad Como un hecho complementario, Rosa señala que los pocos pobladores recién afincados en forma paulatina empezarían a organizarse bajo el empuje del recordado Demetrio Salas, que ya está fallecido, y del también difunto vecino Chacón, el que rápidamente tomó una suerte de liderazgo, “porque él fue el que conversó con todos los vecinos que se estaban instalando y él fue el primer presidente de la junta de vecinos. Y mi papá (Gilberto Garay) era el secretario de la junta de vecinos y el finado Demetrio Salas, el tesorero. Ellos conformaron la primera directiva de la junta vecinal del Río de la Mano de esa época, que aún no tenía número de Junta 23”. Como referente siempre citado como fuente de información del sector, Yolanda Bórquez Ramírez, natalina, asevera que su grupo familiar fue el primero en llegar a vivir al cerro que da hacia Pérez de Arce, en 1961. Casada con Humberto Aguilar Aguilar, recuerda que en ese tiempo su suegro se enteró que vendían sitios que eran propiedad de la familia Turina: “En ese tiempo Chacón era el dirigente, que también fue de Natales, él estaba encargado de acomodar a la gente en su lugar y ahí llegamos. Mis suegros llegaron a vivir arriba, estos sitios son de 10 por 50 metros de largo, las tres casas son del mismo sitio y la casa del suegro era la principal (Al medio vive su cuñado Héctor Aguilar)”. Aun cuando en esta suerte de poblamiento no se daba esa misma solidaridad que tiene la gente de Chiloé de hacer mingas para construir casas, sí había un mínimo denominador en común: todos estaban en la misma parada. De manera que ellos comenzaron a organizar a los vecinos, lo cual permitiría captar algunos esfuerzos compartidos. Según Rosa, sí se daba la solidaridad de “oye, préstame tu martillo, o me falta un palo de este largo”, y eso hizo que este sector exhibiera una mística de solidaridad muy importante. Una cercanía especial en el plano humano destaca Eliana Vivar Vivar, quien llegó el año 64 con su marido José Torres Torres, procedentes ambos de Achao. En aquel “continente” nuevo, esta chilota agradecida recuerda de aquellos tiempos a su vecina, la señora Tránsito Gallardo, quien era de Chonchi: “Sí, ella era como mi mamá cuando yo llegué, porque yo no conocía a nadie (…), cuando uno llega a otro lado no conoce a nadie. Entonces ella me venía a ver y me enseñaba, yo era jovencita, 19 años tenía y ella venía a darme consejos, porque yo vivía sola en una casita chiquitita y mi marido tenía que irse al campo”. Tan fuerte se dio aquel vínculo que su familia terminó emparentada con la de aquella entrañable abuelita. 32
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