“El cine Jara” “Fue un pedacito de mi infancia y juventud, cuyo recuerdo me llena de felicidad.”
Rodrigo Víquez Situado en el corazón del área metropolitana de la ciudad de Heredia, a 75 mts al oeste de la esquina suroeste del Parque Central, fue la sala cinematográfica donde yo presencié mi primer película a la edad de 6 ½ años (año de 1949): “El Hijo de las Fieras”, protagonizada por Sabú y basada en un cuento del “Libro de la Selva” de Rudyar Kipling.
Era de lo que hoy llamaríamos un “gallinero”, ya que estaba conformado por una vieja estructura de madera de dos plantas, en apenas un regular estado de conservación. En su fachada había una puerta de madera y vidrio, de dos hojas, que permitía acceder a una sala de recibo donde estaban los cartelones con fotografías anunciando las películas que se exhibirían durante la semana. También, la boletería y un viejo telón o lienzo semidesteñido que protegía el acceso a la luneta, que correspondía al sector más caro y distinguido, donde las butacas se ubicaban en filas frente al escenario, dejando dos pasillos laterales para el tránsito de los “cinéfilos”. Los pisos eran de mosaico liso y tenían un ligero desnivel hacia el fondo, a fin de facilitar la visión de los espectadores. Al final estaba el tablado o escenario donde en una pantalla de tela blanca se proyectaban las escenas de la película en cartelera. ¡Por cierto, de muy baja calidad! Cerca de ese telón blanco estaba el servicio sanitario. Aquel parroquiano que iba a ocuparlo se pegaba un gran “bañazo”, ya que todo el público presente lo “guachaba” y comenzaban a gastarle burlas: “Mion”, “sacúdasela bien”, “recuerde que más de tres sacudidas es un sobo” y otras por el estilo. En el lateral oeste de la sala de recibo, a la par de la boletería, estaba la escalera de madera que permitía acceder a la galería, que era como un amplio balcón con una baranda de madera, donde se instalaban una serie de bancas, destinadas a recibir al “público vulgo” que frecuentaba esta parte del teatro. Era el sitio preferido de nosotros (tíos Lalo, José, yo y nuestros primos Vindas Fonseca), por el menor valor de la entrada y por el ambiente de gozadera que allí prevalecía. Desde este sector, a menudo, llovían las semillas de jocote y pejibaye hacia la luneta y no faltaban los pedos y los
eructos, que harían avergonzarse a los de Tin. Una vez un parroquiano de la galería exclamó en voz alta: “Qué hijueputa pulguero hay en este teatro”. Inmediatamente se suspendió la función, se encendieron las luces de la sala e Israel, el encargado de la proyección de la película tronó a través del equipo de sonido: “El cine está bien desinfectado. El que siente pulgas es porque las trae de la casa”. Así de informal y festivo era el ambiente de este cine, en cuya entrada siempre estaba “Primitivo”, singular personaje que vendía unas empanadas que eran una pelota de masa dura con un puchito de frijoles o picadillo de papa adentro. Había que echarles bastante chile para darles algún sabor. También, algún carajillo con una caja de madera y vidrio sostenida por correas de cuero, vendía milanes, pastillas de menta, chicles y algunas otras confituras. Pero volvamos al cine propiamente dicho. Para mí todavía es un manojo de ilusiones y melancolías ya que allí presencié mis primeras películas y algunas series muy famosas. Éstas eran películas de acción desarrolladas por capítulos, que se proyectaban en tres partes, cada una en días diferentes, quedando siempre las dos primeras
en un capítulo de suspenso. Nosotros
nos
“devavanábamos los sesos” tratando de averiguar como el “muchacho” lograba salir bien librado del atolladero en que quedaba en el último capítulo. Allí comencé a admirar a Charles Starrett por lo bueno que era para volar “cato” y me deleité con series como “Flash Gordon va a Marte”, “Los Peligros de Nioka”, “Los Tambores de Fu-Manchú”, “El Retorno de la Araña Negra”, “El
Fantasma”, “El Aplasta Espías”, “Las Calaveras del Terror” y un montón de etcéteras”. Hoy, en la serenidad que me brinda mi hogar y ya peinando canas y acariciando arrugas y bisnietos, no puedo olvidar a mi añorado cine Jara, que tuvo una influencia tan decisiva en mi infancia ya que esas películas me enseñaron – a muy temprana edad –, que cuando se es un niño a menudo la fantasía se vuelve realidad y todo es posible en la vida. Saludos Notas: Para que cuantifiquen ustedes la euforia que se vivía en esa época por las historietas de “comics”, como las llaman hoy, un diario neoyorkino publicó una encuesta entre sus suscriptores, a fin de que opinaran si Diana Palmer (la novia del Fantasma), debía seguir trabajando en las Naciones Unidas o bien, renunciar e irse para la selva de los pigmeos en Bangalla, para casarse con el Fantasma. El resultado fue abrumadoramente favorable para el viaje de Diana a la Selva Negra y al poco tiempo apareció en la “cueva de la calavera”, ya como la feliz esposa del Fantasma. Luego tendrían una pareja de gemelos y vivirían felices combatiendo a los criminales de todo el mundo, con la ayuda de Diablo (el perro lobo), Héroe (el caballo blanco) y Fraka (el halcón amaestrado). Así de intenso vivíamos nosotros las aventuras de nuestros héroes favoritos. Hoy, las feministas como Gloria Valerín habrían dicho: “¡Qué es ese cuento que Diana renuncie a las Naciones Unidas. Qué sea el fantasma el que se venga para N.Y. para casarse con ella!”
Escrito por: Rodrigo (Rigo) VĂquez Publicado por: http://www.soloheredia.blogspot.com http:www.soloheredia.blogspot.com el blog de los heredianos