Teorema de yu

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ENRIQUE VERÁSTEGUI

TEOREMA DE YU


LA ARMONÍA DE LAS CULTURAS*

El poeta profeta, el poeta prodigio, con su último poemario-universo, el Teorema de Yu, creado “para celebrar la mitad de una vida” coloca a su obra poética como una de las empresas capitales de la segunda mitad del Siglo XX en América Latina. Una obra que en ese período de tiempo sólo puede compararse con la obra de su predecesor Severo Sarduy o con la obra de contemporáneos como el chileno Juan Luis Martínez; el argentino Néstor Perlongher, el peruano Rodolfo Hinostroza o el mexicano David Huerta. Una obra original y fortísima que algunos consideran posmoderna en la que se intenta unir ciencia y arte en un mismo discurso, a la manera de los griegos, para ello utiliza el verso alejandrino, distinguido “por su elegancia y por su cadencia”. Un libro universo-río-jardín en donde cada verso representa un día de los 365 días del año. Ese gran poema Piedra de sol de Octavio Paz quizás sea la aventura poética que pueda confrontarse a este teorema matemático que se expresa en esta poesía con flores que surgen de la página en blanco. Esta vez, los contenidos obsesivos, paranoicos, eróticos, contraculturales o políticos han dejado su paso para el florecimiento de lo armónico y lo bello, en un sentido eminentemente platónico y pitagórico. Enrique Verástegui luego de erigir su monumental Ética (1974-1994) en cuatro volúmenes dio a la imprenta un pequeño libro, Ensayo sobre ingeniería, que cimentaría la actitud profética de esta poesía al predecir, en el año 1999 y a puertas de un nuevo milenio, la asunción en el papado del cardenal alemán Ratzinger (Benedicto XVI):

“Cristo, clavado, sangrante, en el monte Calvario. Ese Cristo que se desespera en pinturas alemanas me estremece, otro Cristo, el que aterra desde Alemania es mi Señor. (…) Hoy me muero por leer al Cardenal Ratzinger.


Él dijo el derecho de todo católico a rebelarse incluso contra la jerarquía para defender a Cristo. Allí aprendí por qué Cristo pervive hasta ahora. Teólogos sin profundidad carcomen Roma. Pero la pintura crística alemana está allí, esperándonos”

(Ensayo sobre ingeniería, p. 19)

No en vano el Teorema de Yu se torna profético e integrado a la postulación de una propuesta política que se plantea en el libro Monte de goce (p. 41-42), en dichas páginas se configuran dos ciudades: una real y otra ideal. En la ciudad vieja-real existen habitantes no-armónicos, las fábricas producen objetos de consumo, la ciudad es un campo de concentración con horarios fijos y reglas preestablecidas, los edificios están emparentados con la cotidianidad de la urbe caótica y cotidiana, la economía es utilitaria, el cuerpo posee menor capacidad orgiástica, la relación de pareja está planteada en tanto una relación de sujeto y objeto. La autoridad, la lengua oficial, la moralidad aceptada vía la tradición cristiana, la persecución, las fronteras, el tráfico nos hablan de una conglomeración urbana tediosa y neurasténica. Como contraparte la ciudad nueva-ideal estaría conformada por habitantes armónicos, una nueva sociedad que en el texto se nombra como una nueva comuna, las fábricas producirán orgasmos, los obreros controlarán sus propias fábricas y no recibirán órdenes de nadie, los edificios serán pintados con inmensas flores, la economía llevará hacia el orgasmo, el cuerpo poseerá mayor capacidad orgiástica, la palabra “orgía” será el máximo valor de la comuna (existencia de multiplicidad de sujetos y no de objetos). La hermandad, la inmensidad de idiolectos, la no moralidad, las caricias, las no fronteras, las melodías barrocas serán los valores que realicen la armonía en la comuna, en suma, esta postura construida sobre la base de una propuesta anarquista “un cuerpo no es bello sino ha renunciado al trabajo”, socialista, de libre albedrío “es feliz aquel que deja ser feliz a otro” y con reminiscencias contestatarias y contraculturales que


nos remiten al movimiento hippie, nos informa sobre la función real del artista comprometido con el porvenir de la sociedad de su tiempo y no con la política. Por eso podemos afirmar que en el Teorema de Yu se describe esta ciudad nueva-ideal que ahora es real, porque el tiempo ha cambiado y las culturas y los imaginarios se tornan heteróclitos, no-hegemónicos y potencialmente armónicos:

“Yu, que sueña separar senderos que se separan hasta llegar al Paraíso”

(Teorema de Yu, p. 11)

“Mi jardín de cuerpos quedaba en el transfuturo”

(Teorema de Yu, p. 12)

Prosiguiendo con esta reflexión en el Teorema de Yu desde el paratexto de la nota inicial se nos remite a otros referentes culturales (Platón, Newton, los Incas) y a un apartado de un libro de ensayos de Enrique Verástegui, es así como podemos vislumbrar esta operación como culturalista y metatextual.

“El universo se encuentra en expansión separándose las galaxias unas de otras a n velocidad” (Enrique Verástegui. Apología pro totalidad – La estructura matemática del universo, p. 11-12) dicho aserto le sirve al poeta para desarrollar la estructura matemática del cosmos apoyado en el descubrimiento que hiciera Kepler de las leyes matemáticas que rigen el sistema de gravitación universal y siguiendo al teorema de Bell que nos dice que resulta imposible cambiar la polaridad de las partículas atómicas, se concluye en el mismo camino del físico-matemático inglés, Stephen Hawking, que la implicación del sol, la luna y la tierra genera el equinoccio de primavera (que incluye al big bang) y a su vez la negación de dicha implicación produce la expresión lógica del caos (que incluye al solsticio de invierno), es decir, los laberintos conocidos


como fractales. Este entrecruzamiento entre el equinoccio de primavera y el solsticio de invierno se da a nivel de culturas e imaginarios o también entre Oriente y Occidente. Desde la carátula del libro en donde se integra un ideograma chino y una escultura etrusca, vemos el cruce armónico de dos realidades culturales distintas, en un sentido espiritual, además de corporal:

“Tenía una mente, una función, un quehacer: remodelaba jardines de occidente que no se parecían al jardín del profesor Yu”

(Teorema de Yu, p. 15)

“Yu” se constituye así en una entidad real y en un alter-ego del poeta, en tanto ser real “Yu” es un científico chino que escribe una novela en Nueva York y en tanto entidad ficticia es un personaje que emprende una empresa similar a la “locura del Quijote” para tratar de reflexionar sobre “el proceso de conocimiento que se produce en torno al cuerpo y su relación con el cosmos”. El Teorema de Yu también es un poema dedicado a la poesía emparentándola con la mujer y esta es una reflexión que proviene del libro Monte de goce en donde se plantea siguiendo a Jacques Derrida que el hombre estaría marcado por la oralidad, en tanto la mujer estaría signada por la escritura:

“Astarté florece a mi lado. Amándote desde siempre, ¿por qué te amo tanto como al Asia, el jardín que revoluciona al mundo? Podría describir tu cuerpo como una fruta pero el concepto tiene las llamas de tus labios. Tú eres el jardín hacia el que voy”

(Teorema de Yu, p. 9)

Así podemos visualizar la empresa poética de Enrique Verástegui como un


germen que inicia su recorrido mediante una lectura detenida de los escritos de José Carlos Mariátegui para asumir en la circularidad y en los márgenes de este recorrido el pensamiento de Roland Barthes, la música dodecafónica de Stockhausen o las pinturas de Francis Bacon. Es por eso que podemos afirmar que Verástegui es tanto un poeta posmoderno, clásico y romántico sin que ello signifique contradicción alguna, las contradicciones, si es que existen, se resuelven, se plantean, se desarrollan, interactúan a través de un gama de recorridos que incluyen la pintura, la música, la poesía, las matemáticas, la ciencia, la economía, la lingüística en un continuo mosaico fragmentado y refractario de su condición al margen de lo establecido, estas pugnas y disyuntivas se plantean en sus textos poéticos y teóricos en tanto práctica escritural que parte de la historia para simbolizar y formalizar un lenguaje, a la manera de Wittgenstein por ejemplo, y para decirnos que el hombre es experiencia, pero experiencia totalizada en tanto se concibe como ser histórico, es decir, el hombre sólo se concibe como un ser total e integral. En ese sentido, la poesía de Verástegui puede asumirse como totalizadora de la experiencia y el conocimiento del hombre de todos los tiempos. El poeta Verástegui buscaría con su poesía una revolución tecnológica que se plantearía asumiendo el signo cuerpo como más importante que la historia. La poesía es una práctica más importante que la política, porque es la unión del sexo y de Dios:

“No trato ahora de rescatar tu cuerpo, buscando revivir el orgasmo en la página. Busco estructurar el jardín de tu cuerpo sobre este cubo escrito a imagen de tu perfección”

(Teorema de Yu, p. 15)

Para finalizar, queremos resaltar el interés creciente, en los últimos 5 años, por la obra poética y teórica de Enrique Verástegui en los medios académicos


ingleses y norteamericanos, dicha mención se justifica con su inclusión como comentario analítico e interpretativo en los libros de los investigadores Nuria Vilanova, Jill Kuhnheim y David Wood, en donde se propone una mirada distinta a la meramente autobiográfica e historiográfica.

Paul Guillén

*Palabras de Paúl Guillén a propósito de Teorema de Yu. Lima: Arte/Reda, 2004. De Enrique Verástegui, aparecidas en su blog de poesía y poéticas Sol Negro el lunes, 13 de febrero de 2006.


Este poema está conformado por 365 versos que equivalen a los 365 días que emplea el planeta tierra en dar la vuelta a una estrella: el sol que también se traslada en el espacio hacia la vastedad del universo. Si Platón, en su Timeo, habla de un ciclo solar que dura muchos milenios, el poeta, que es matemático, describe una cosmología donde la gravitación universal encuentra su centro en el bing-bang, al punto que el profesor Yu se encuentra cifrado en un teorema que contiene su trabajo, como si fuese una metáfora de la expansión del universo. Por supuesto, un científico actual hallaría un campo de correspondencias entre el Teorema de Yu y el Intihuatana, donde el equinoccio encuentra su relación con el solsticio de invierno. Por ello, sólo desde una terraza de Machupicchu el poeta pudo concebir la perfección de 365 versos que rotan en torno al sol. Sin embargo, tanto el poeta como el profesor Yu se encuentran perfectamente cifrados en mi Estructura matemática del universo, un esquema de lógica-simbólica donde todo ocurre, que se publicó en mi libro Apología pro totalidad. Eso es precisamente lo que quería el físico-matemático inglés Stephen Hawking, cuando plantea su teoría de la totalidad. Más sincero, y tan inteligente como las rosas, mi sistema gravitatorio, como el de Newton, está conformado por 365 versos alejandrinos que rotan en torno a un tema: el cual debe descifrar el lector, como el enigma de la esfinge, o como un nuevo Stephen Hawking. Sólo basta decir que el verso alejandrino está estructurado en 14 sílabas, que, desde la invención del idioma castellano, y también de otras lenguas romances, se consideran como una manifestación de elegancia mental.



Toda belleza no se corresponde al poder sino a la eternidad: un santuario, un sueño no son espacios sino estructuras que se mueven. Todos, en el plenilunio, aúllan a la luna pero allá –New York, Europa: esos jardinesse adoran belleza, lucidez, y perfección. Toda historia transcurre alejada del poder. Aquello que llamaste vida es una ilusión. Eso que despierta es Dios, jardín, laberinto. No conquistamos el cielo, paraíso, o luz, si no salimos de nosotros. Pertenecemos a una vida que pasa como una gacela. La estructura del jardín pertenece a la luz: el laberinto simétrico donde se encuentran razón y pasión. No hay atrás ni tampoco sombras que delineen el cubo. Un jardín es un cubo perfectamente soñado bajo el proyector de niebla: no pertenecemos a la angustia. Tú sales de aquí para encontrarte con la luz. Yo huyo de la noche para ser el Newton, luz. Atrás no brotan yerbas: aquel falso futuro -el de las negras coordenadas- se marchita en tus labios. Y nombrar la rosa es poseerla tú, tan esbelta como un rascacielos, posees la pasión que me conduce a soñarte despierta. Bellísima estás al otro lado del jardín


y te he convocado a estas páginas a beber la frescura de la fuente. Me hablas de tus dioses más bellos que el dinero o la historia, que la nada. Te aplico el teorema de Bell: Ni tú ni yo existimos sin equilibrarnos. Ese centro alude a otro teorema, no lógico, sino de un grupo que no sea lógico, matemático, perfecto. Sin embargo, lógica más gramática se contradicen porque ni tú ni yo existimos más allá de nuestra propia contradicción, que nos une.

Esta página es un jardín hecho para ti:

El profesor Yu imaginó un bello laberinto. Ese laberinto era este cubo más perfecto que la esfera, donde principio y fin se encontraban. No hay final sin principio. Ni principio sin cuerpo más allá de la física que sustentas. Ambos empezamos a caminar desde lados opuestos del espejo para hallar el jardín. El lenguaje sólo es belleza si es pureza como rocío una mañana de primavera: Te acercabas, me acercaba. El profesor Yu escribe la novela de ese encuentro en una biblioteca de New York. El lenguaje eras tú, Astarté. Nada amaba más que fugarme contigo al alba.


Era advaita pero múltiple, como el cosmos. Si pienso que la mitad de 2 + 2 es 3 el juego fundamenta la gran matemática. Esta flor indescifrable contiene el ser. Mi futuro estaba en la novela que escribía Yu: esa novela era el cubo, el jardín, la estructura. Tenía los ojos abiertos para coger rosas de tus cabellos cuando Astarté empezó a caminar hacia mí. Mansión de New York abrió sus cortinas para que yo contemplara el Ángel elevándose ese atardecer: Un jardín no es un lugar sino aquella estructura con luces trasladándose en tus ojos que vuelan cuando pruebas el orgasmo. No esa heredada: lo legado son estas mansiones donde razón y pasión llegan a fusionarse. ¿Quién soy? Mi pasado es nunca. Mi presente es siempre. Excepto el jardín, no sé hacía dónde encamínome. Tú estás al otro extremo del espejo, llamándome sacerdote pero sacerdote ¿Para qué? El nombre es indescifrable, como el universo. Adepta de la luz, iluminas otra historia sin perderte en la ciudad porque siempre levitas. No tengo tiempo para la nostalgia ni pasado. Me rebelo contra el mundo y esa contradicción: Acción / contemplación, se disuelve en el aire.


Una santa mujer se llena con reflexiones. El joven apolíneo tendrá que seguirme donde el Anarquismo ha colocado un teorema. Salvado de la contradicción, soy más perfecto ahora. Una teocracia, como Tibet. Sin nacionalidad, ni pasado, no tendré una hasta que no se acepte mi la destrucción de contradicción y pertenezco a perfección. En realidad, Astarté florece a mi lado. Amándote desde siempre, ¿Por qué te amo tanto como el Asia, el jardín que revoluciona al mundo? Podría describir tu cuerpo como una fruta pero el concepto tiene las llamas de tus labios. Tú eres el jardín hacia el que voy desde que me quedé sin país, no como ese peregrino: Como un profeta, alabado en templos solitarios pero perseguido por el poder. La belleza no pertenece al poder: pertenece a Dios. ¿No se adora a Krisol cuando sale el sol? El poder del cielo es Krisol, yo, tú, ellos, todos, Aunque el anarquismo aceptó a Dios para siempre. Tengo el cuerpo puro, tienes pureza en el alma. Toda elite funda la elite, pero yo, ¿No pertenezco a la elite que ama a Krisol? Magister de otros mundos, soy la naturaleza. No poseo pasado, presente, ni futuro.


Sólo estudio minuciosamente el jardín que consumió la vida del profesor Yu porque el jardín es un laberinto, un cubo, una A encontrándose conmigo para soñar un tema diferente cada 100 y una páginas. El laberinto tenía una esbelta torre, alta como la luna. Tras las cortinas de la torre una pareja se prometía su futuro, tan lleno de pesadillas como su pasado. En otro capítulo la pareja llegaba a un bar de Saint-André-des-Arts y era combustión de rosas en la noche. Pero siempre huían de la horca. Una laboriosa novela, como el sueño del pabellón rojo, se ha producido con esas páginas soñadas antes de la separación, o antes del final reencuentro. No sé por qué, pero lo sé, nunca fui don Juan seduciendo mujeres marchitas cada noche. Permanecí fiel a mí mismo, que eras tú, dedicado sólo a ese interminable jardín en un bosque donde amantes sin destino vuelven a encontrarse para siempre, nunca, siempre. Ese jardín era este jardín de los cerezos, página de una revolución olvidada. Pura tragedia, El jardín de los Finzi-Contini dejó de ser escombros como la gran novela,


pero tenía un mausoleo para el llanto. El jardín de los senderos que se bifurcan tiene hojas pero pudo ser otro si yo lo hubiera perfeccionado, labrado, esculpiéndolo. Sólo estamos ante el laberinto tú y yo, Astarté. Un laberinto lleno de simetrías que nos restituyen a historias muy diferentes, como en una página de príncipes sin templos. Perteneces a mí pero alguien te quiere para sí. Te pertenezco pero alguien te ha rechazado. Sólo funciona el libre albedrío más allá del profesor Yu, que sueña separar senderos que se separan hasta llegar al paraíso. La belleza no pertenece a este poder sino a Dios, que eres tú cuando me buscas y me encuentras. Perfección del universo, Dios es la belleza. El poder del cielo se traduce en krisolismo. Tengo el cuerpo puro como el alma, y soy Dios. Artes marciales, acupuntura, hexagramas. Magister, me concilio con la naturaleza. No poseo pasado, presente, ni futuro. Sólo poseo este teorema del jardín. Ese que consumió la vida del profesor Yu porque el jardín es laberinto, cubo, mujer encontrándose conmigo para amar las flores de un tema diferente cada 100 y una páginas.


Permanecí fiel a mí mismo, que eras tú y yo dedicado a diseñar el interminable jardín en el Bosque de Boloña donde amantes sin destino vuelven a reconciliarse siempre. Mi jardín de cuerpos quedaba en el transfuturo. Ese transfuturo brotaba de la tierra que rotaba alrededor del sol: Newton, Copérnico, Kepler diseñaron el teorema que Yu transfiere a la gramática, gravitación de la mente en torno al cuerpo donde llamea la perennización de inteligencia, lucidez, sabiduría: no al áperion de Anaximandro sino estructura pitagórica. Dominar la gramática hasta ser la música significa escribir esta cosmología del corazón que se identifica con la mente donde brotan flores que enamoran a la amada. El cuerpo de la amada es el cosmos, el sol, sobre el cual el cuerpo de la tierra rota. Sol, tierra, luna: mueven el universo. Ese es un gran misterio solo descifrado por Yu, teorema de Yu, flores matemáticas hechas gramática, verbo solar, fundamento del razonamiento matemático, como quería Wittgenstein, que Yu, el bello, descifra brillantemente apoyado por Hawking.


Esa teoría de la relatividad, que escribió Einstein en ese comenzar el siglo XX, el espacio que se curva, pero también la política avasalla a la razón, una historia de demencia, fue inspirada por Yu: sol, tierra, luna, juntos. El teorema de toda gran cosmología introduce el cuerpo en la historia aséptica para la vida: sin cuerpo no hay vida, luz. No es noche el cuerpo: luz su conciencia. Tú me esperabas al fondo de una mansión: desnuda desde siempre, la fundación del mundo, trusa, rosa en pechos deliciosos, abrí tus muslos, depositando mi lengua en tu vulva perfumada, depositando mis hombros bajo tus muslos que se elevaban hacia el cielo, conocí el gran paraíso. Todo por amar la eternidad, amar la luz, el cuerpo que libera de todo pecado. Amar es necesario, amar es triunfar. Si dos amantes se desnudan el mundo brota. Tu cuerpo me condujo a la eternidad. Sol, tierra, luna: el universo resurgía con nosotros, donde materia y espíritu fundaban su razón, gramática para vivir. Música sin sonsonete, estilo exigente,


sol, tierra, luna, son jardines siderales. Mi boca resbaló por tus muslos, subiendo hasta tus pechos, donde bebí rosas, jazmines. Mi falo entro hasta lo profundo del universo. Pero tu culo, dunas del Sahara, me acogió hasta la náusea: oasis, ¿quién te define? Sol, tierra, luna: somos razón para el mundo. Yu sintetiza en un solo teorema todo el acontecer del mundo: sin las matemáticas ni gramática somos nada. Somos tan sólo amor y fuego, tierra y fuego, aire y fuego, agua y fuego, más fuego. Aquello que está en rotación no se mueve: está en expansión como el teorema de Yu. Este teorema cifra tu cuerpo, tu luz, el cosmos, el universo, la historia, razón que construye Machu Picchu, Teotihuacán, Chichen Itzá, Pachacamac, Chan Chan, New York. Este teorema es el poema que recitas, desnuda, arrodillada sobre un lecho de rosas, posesa, los cabellos al viento, bella. Sacerdotisa de una cópula tan total, Tu cuerpo es el altar donde encontramos a Dios. Sólo estamos ante ese laberinto tú y yo, Astarté. Un laberinto lleno de simetrías que nos restituyen a historias diferentes,


como en una página de príncipes perdidos. Tú has extendido tu mano para acariciarme. Yo permanezco inclinándome sobre esta página como sobre el bosque de Boloña donde trazo un puente sobre un arroyo. El puente es levadizo y sus barandas son un tulipán. El jardín me apasiona como Bertolucci. No retórica. Ni pasado. Cada quien viene del porvenir a florecer en el laberinto del profesor. Extendías un clavel cuando el profesor Yu cambió a otro tema. Así pues aqueste laberinto resulta interminable como el amor, la noche, si se ha empleado la técnica del Tantra Yoga. Adelanté entonces mi mano para rozarnos en penumbras cuando apareció quien te seguía. Un cuchillo de azufre no destruye ni destruye las páginas de jade pero puede opacarlas, si no agregamos una frase feliz. ¿Por qué tanta tragedia sólo de una falsa concepción de la vida: un no poder solucionar problemas. Esta página –como New York, la Europason jardines de seda, cielo de mayo, por donde caminas. Te esperaba en el Galileo, como se espera un barco que zarpa en invierno. Avanzabas a través de la bruma de otoño, impasible como un monasterio cisterciense.


El centro del cubo era el laberinto a construir. El cubo, un vacío. Continuabas avanzando. Avanzabas más alta que una stupa budista. Levanté la vista: sólo vi reflorecer el otoño, y todo fue paz, dicha, alegría. Tenía una mente, una función, un quehacer: remodelaba jardines de occidente que no se parecían al jardín del profesor Yu. Por allí caminabas, acercándote. Fuera de esto el mundo estaba detenido, sin rodar. Tú avanzabas al puente curvado sobre el río. A ambas márgenes el río se decuplicaba en otros ríos atravesados por los puentes del verano que multiplicaban tu figura. Yo te esperaba al final de cada puente, con una rosa en la mano, o con un puñal velado. Una opción en tu destino no reconciliado. ¿Quién te imponía ante mí? Nadie, excepto Krisol, te esperaba al final de un larguísimo viaje. Tenías nombres de las Diosas. Multiplicábase tu cuerpo en cada abrazo, como esos capítulos de novela que soñaba Yu. No trato ahora de rescatar tu cuerpo, buscando revivir el orgasmo en la página. Busco estructurar el jardín de tu cuerpo sobre este cubo escrito a imagen de tu perfección. New York, París,


no son centros de poder: son, más bien sabiamente, jardines para florecer. No es que a nadie le interese los jardines. Tiene su voz la transparencia. La belleza está en la mente: no en la realidad. New York, Europa, no son realidades: son jardines de seda. Donde brota una flor se ha cumplido un buen destino. Tú eres esa flor, Astarté, una Pagoda, un templo de montaña. El profesor Yu te había diseñado así: un pálido esplendor que salía de la noche, deshaciendo tinieblas de violetas oscuras. guerreros de la luz, construimos un destino. No teníamos país: sólo jardinerías donde naciones inmaculadas florecían. El profesor Yu te situaba ahora en un bar. ¿Qué hacías en el bar? Nunca llegabas al bar sino para encontrarte puntualmente con ese guerrero, que era yo, que sería, y que fui. Un guerrero del auto control y las flores. Me veías más apacible que una amapola. ¿No habíamos abandonado al profesor Yu para encontrarnos en un hotel sin violencias? El sacerdote es sacerdote en todo momento. ¿Por qué no seguimos unidos como hasta ahora? ¿Y, también, por qué continuamos hasta siempre? Te llevaba en mi corazón, como tú a mí.


Pero estábamos en el laberinto de Yu: una simetría de caminos que se cruzan sobre un puente decuplicado infinitamente. En el centro del puente se encontraron cuerpo y alma. Tenías un abanico, y un arco. Ahora estamos al final del manuscrito que habla de Astarté y su guerrero. Yu había hecho el encuentro. Allí aparecían el cubo, el laberinto. Te veía avanzar al otro lado del cubo, más esbelta que un campo de amapolas doradas. Diosa de mi cuerpo y de llamas del concepto, atravesé tempestades, crisis, guerra absurda. Un promundo de plenitud rodeaba al cubo, que era una rueda cuyo vacío iluminaba el amanecer. No estábamos en ningún sitio. New York, Europa no son ninguna parte: son estructuras donde amantes de la mañana se encuentran para cumplir su destino: adorar. Especialista en diseñar jardines, había diseñado un jardín perfecto para tu vuelo, que seguíamos como al profesor Yu las flores. El profesor Yu te había invitado una fruta, después un vaso de vino, luego te besó la frente. Iniciada en oscuros conocimientos habías volado tan diestramente con esa, flecha hacía mí, curvándose sobre el manuscrito.


Todo era permitido entonces, pero nada era posible antes que te tomara la mano. El centro del laberinto era este manuscrito lleno de signos violetas. Descifrado: frutas, un vaso de vino y un hotel. Más allá de la noche, el hotel. El jardín posee estructuras impenetrables, pero el hotel no, sólo el lecho es un rosal, como el laberinto, como el sueño. Tener la misma locura del Quijote para emprender ese laborioso vagabundeo por una página oscura, como el profesor Yu. Te tomé en mis brazos, arrodillado ante tanta belleza. Abrevé en el río decuplicándose largamente, hasta saciarme. Un lenguaje simbólico habla de fuentes, ríos, mares. Pero Astarté era un puñado de rosas sobre un piano de caoba. El enigma del manuscrito era descifrado. Yu era krisolista y escribió su manuscrito. La tinta violeta significaba pureza. La fruta, el deseo. El vaso de vino, la embriaguez del alma. Más allá de la ciencia, todo éxtasis. Más acá del éxtasis, existir sin pausa. Haber reformado la ciencia como la prosa, (*) la poesía, otorgaba serenidad pero el vivir también es lucha, y la lucha soñar. Alejado de la historia, el profesor Yu había


escrito este bello manuscrito indescifrable. Tinta violeta, la historia había cambiado. L.q.q.d. 20/V/00,22 pm. *Así reformé la música embelleciéndola.



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